Juventud seductora
A veces las fantasías pueden cumplirse. En el sexo no hay edad, y una jovencita de 18 años puede seducir perfectamente a un hombre de 48...
Jueves por la noche, sin nada que hacer. El día había sido largo y agotador, y cuando llegaba a casa lo único que me apetecía era darme una ducha y relajarme un poco. Comenzaba a hacer calor, por lo que me puse ropa de estar por casa bastante ligera. Unas braguitas bastante pequeñas y una camiseta de tirantes la cual transparentaba mis pechos sin sujetador. Me tumbé en el sofá, cogí mi teléfono móvil y me dispuse a entrar en las redes sociales. Desde hacía ya tiempo, tenía interés por el perfil de alguien en concreto. Su nombre era Javier, tenía 48 años y le conocía desde hacía tiempo. Un hombre alto, serio, inteligente y con un aire interesante. No era demasiado simpático, pero aún y así tenía algo que me volvía loca. Tal vez su madurez, su inteligencia, su expresión de pasotismo. También hay que decir que se conservaba bien para la edad que tenía, eso sí, sin irse demasiado lejos. Como ya he dicho, le conocía desde que era pequeña. Se dedicaba a la docencia en una universidad de prestigio, en la que estudio actualmente y en la que trabajó mi padre en su día. Él había sido compañero suyo en diversas investigaciones realizadas por dicha universidad, por lo que no era de extrañar que viniese habitualmente a la casa donde vivía con mis padres siendo yo una niña. Casi nunca decía nada, simplemente me saludaba y me preguntaba por la escuela. Cuando yo le respondía me devolvía una cálida sonrisa, cosa que ahora era extraña en él.
No había día que no viese una foto suya. Lo que sentía por ese hombre era una obsesión. Sabía que su mujer le había dejado hacía unos años, y que desde entonces vivía totalmente solo en un piso en el centro de mi misma ciudad. Desde entonces, se había vuelto aún más arrogante. Eran miles las veces en las que me había tocado pensando en él, y cada noche soñaba con poder ir a su casa y cumplir mis fantasías, pero nunca me decidía a hacerlo. Hasta entonces. Aquella noche, me metí en la cama y me dije a mi misma: Esto tiene que acabar.
A la mañana siguiente, me levanté totalmente decidida. Me di una ducha y me vestí. Me puse una falda blanca con un estampado floreado, corta por encima de la rodilla, una camiseta básica de color negro con escote de V, y unas sandalias con tacón, no demasiado alto. Solté mi oscuro cabello y me maquillé un poco. Salí de mi piso y comencé a caminar mientras le daba vueltas a lo que podía decirle. Todavía no era consciente de la barbaridad que iba a hacer, pero no podía quedarme con ese deseo dentro. Pasados unos minutos, llegué a mi destino. Me puse en la puerta, y antes de llamar al timbre de su piso pensé en lo que estaba haciendo. Me sentí insegura. Ignoré mis sentimientos y con un impulso, llamé. Ya no hay vuelta atrás, ya lo has hecho , me dije a mi misma. Entonces, una voz contestó. Era él. Le dije quien era, y le puse como excusa de la visita que hacía mucho tiempo que mi padre no sabía nada de él y quería proponerle algo. Entonces me abrió la puerta. Subí hasta el rellano de su casa, nerviosa y algo desesperada y desorientada. Llamé de nuevo al timbre. Me abrió la puerta. Su expresión de seriedad era la misma de siempre, pero pude notarle una pequeña mezcla de amargura. Me miró de arriba abajo, me dio dos besos y me hizo pasar. Me comentó que me había visto varias veces por la universidad, a pesar de no haberme saludado y que le disculpase.
Nos sentamos en el sofá, y me preguntó por mi familia. Le conté como nos iban las cosas, tras el cambio de trabajo de mis padres, se habían tenido que mudar a otra ciudad, y por eso había tenido que buscar un piso de estudiante si no quería cambiarme de universidad, por lo que vivía sola. Igual que yo. Me respondió él. Le comenté que me había enterado de lo de su mujer, y que lo sentía mucho. Comenzó a hablarme de lo sucedido, supongo que para desahogarse. Yo le observaba, todos y cada uno de aquellos gestos, su expresiva mirada, su forma de narrar los hechos. Su inteligencia me fascinaba. En mi cabeza, se empezó a repetir una y otra vez mi fantasía. Había ido allí para algo. No sabía que hacer. Quería actuar pero no podía, algo dentro de mí no me dejaba. Me sentí ridícula. De repente, terminó de hablar. Me quedé mirándole sin decir nada. Me armé de valor, y comencé a acercarme a él. Permaneció inmóvil. Acerqué mi cara a la suya, y le besé suavemente. Me miró sin decir nada. Me volví a acercar, y le besé nuevamente, ahora mordiendo un poco su labio inferior. Entonces se apartó un poco para hablar.
-Sólo tienes 18 años…
-La edad no es más que un número- respondí, con una mirada pícara.
Y me lancé a besarle otra vez, ahora introduciendo mi lengua. Al principio permaneció quieto, sin participar, pero de repente cambió y pasó su mano por mi cabeza, acercándome a él. No podía creerlo, pues estaba cumpliendo mi fantasía con aquel hombre maduro que tanto había deseado. Sus besos eran cada vez más apasionados, en el fondo él también estaba deseando que esto ocurriera. Seguimos “comiéndonos” la boca durante un rato, mientras con sus manos acariciaba todo mi cuerpo, metiendo sus manos por debajo de mi falda. Me quité la camiseta, después el sujetador y dejé que contemplara mis tetas, grandes con los pezoncitos duros. Comenzó a tocarlas con sus manos mientras me besó, y seguidamente empezó a lamer mis pezones. Primero con su lengua y terminó metiéndolos en toda su boca. Me comía las tetas con ansia y excitación. Mordía mis pezones y los chupaba. Entonces puse mi mano en su paquete. Pude comprobar que aquello tenía un tamaño considerable. Lo acaricié por encima del pantalón, para ir desabrochándolo lentamente, hasta sacar su ya enorme pene. Comencé a masturbarlo, mientras me arrodillaba delante suyo. Le miré con cara de pícara, saqué mi lengua y lamí su miembro, desde la base hasta el glande, para terminar dándole un chupetón en la punta. Gimió tímidamente. Seguí chupándoselo con cariño, cada vez más rápido. Aumentó tanto su tamaño que casi no me cabía en la boca, y me esforzaba por introducirlo todo dentro. Quise hacerle la mejor mamada del mundo. Entonces tuve una idea. Saqué su glande de mi boca, le sonreí, y coloqué su pene entre mis tetas. Comencé a moverlas arriba y abajo masturbándole sin parar, mientras a su misma vez lamía la punta de su pene. Sentí que él ya no podía más, iba a terminar, pero no, yo no quería que aquello terminase. Ahora yo tenía el control. Dejé de masturbarlo con mis tetas, me incorporé y me abalancé a besarle sin parar. Le desabroché la camisa y se la quité. Jugueteó un rato con mis tetas, para después quitarme la falda y las braguitas, dejándome totalmente desnuda. Me recostó en el sofá, me abrió las piernas y comenzó a lamer mi vagina. Pasaba la punta de su lengua por mi clítoris, mientras me agarraba las tetas con sus manos. Besaba mis genitales con ansia y pasión, lamía y chupaba, cada vez más rápido provocándome un montón de gemidos. Cuando ya no pude más, solté un grito ahogado y me corrí, me corrí como nunca lo había hecho, llenando su boca con mis fluidos corporales.
Ya no podía esperar más. Quería sentirlo dentro de mí, que me dominase, que me penetrase con todas sus fuerzas. Le hice sentarse en el sofá, me coloqué encima de él, y comencé a introducir aquel enorme pene dentro de mí, lentamente, sintiendo como cada centímetro iba adentrándose en mi coñito. Era tan enorme, que incluso llegué a sentir una mezcla de dolor y placer, pero a medida que me fui moviendo, el dolor desapareció y sentí el mayor de los placeres. Lo cabalgué con ansia, con pasión mientras ponía sus manos en mis nalgas y me besaba las tetas, que botaban arriba y abajo sin cesar. Quería sentirme sucia, follarme a aquel hombre como nunca antes me había follado a nadie. Gritar de placer, llevarlo al cielo. Me movía cada vez más rápido, y le miré fijamente a los ojos, en los que pude observar pura excitación y lujuria. Entonces, noté que ya no iba a aguantar más. Rápidamente, me puse a un lado y comencé a chupar y masturbar su pene. De repente, sus fluidos salieron de él, dejándome a mí impregnada en ellos, y tragándome una parte.
Después, nos quedamos los dos tumbados en el sofá, totalmente desnudos y abrazados. No dijimos nada. Sobraban las palabras.