Justina, ella dice que su nombre es Justina

Una Viciosa mujer, un vicioso hombre. un vicioso desenlace. ¿Hay acaso algo mas que decir?

Una Viciosa mujer, un vicioso hombre. un vicioso desenlace. ¿Hay acaso algo mas que decir?

NOTA: El siguiente relato forma parte de la obra en proceso “Los Viajes del Erudito Nocturno”, y como tal es narrada por el personaje principal de la obra, José Molina. Ademas con el fin de incitar al lector a que  siga la obra interesandose en la historia, este capítulo ha sido dividido en dos partes. En la primera parte priman los detalles que dan forma a la historia, así que si lo que desean es leer la accion lo mas pronto posible, pueden empezar a leer la segunda parte.

JUSTINA, ELLA DICE QUE SU NOMBRE ES JUSTINA.

Primera parte:

Ella tiembla en el viento como la ultima hoja de un árbol moribundo.

Que puta vida. Conocerla ahora que creía no tener más nada que conocer.

Tan fútil y a la vez tan necesaria. Tan niña y tan mujer. Así es ella.

Justina. Ella dice que su nombre es Justina.

Hace  un mes pasé una semana en un pueblito colindando con Cali, donde una mañana decidí ir a confesarme. Así que fuí a la iglesia donde en un sopor profundo podía inhalarse el olor a incienso quemado. Tomé asiento en el confesionario junto al cubículo donde el sacerdote toma lugar para oir las confesiones. Tal como en un segundo la vida cambia y el destino se transforma, en un respiro el aire hasta el momento puro y pacífico se tornó intoxicantemente seductor. Un olor particular que nunca había percibido en este tipo de lugares. Un olor a mujer-mujer. No a monja. Un olor a cigarrillo, carne y feminidad que mezclado con una escencia a frutas cítricas, evidenciaba la presencia de una señorita hecha y derecha.

No tuve tiempo de percatarme de mi hallazgo cuando se abrió la ventana del confesionario y una voz dulce y exquisitamente timbrada dijo:

“Adelante hijo, confiésame tus pecados”.

Sabiendome ante la presencia de una dama procedí a presentarme como siempre hago:

-Mi señora, mi nombre es José Molina y me llaman El Erudito Nocturno, pues mis habitos de estudio son tan controversiales y criticados como el tema de mi tratado. Soy un hombre que ha dedicado su vida a conocer a fondo la sexualidad humana y por ende a estudiar el sexo tanto teórica como prácticamente. Debo confesarle que su aroma me es muy familiar. Es el aroma de una mujer en celo. Debo preguntarle; ¿Quién es usted?.

La mujer soltó una risita de complicidad y me dijo esto:

-Mi señor, mi nombre es Justina. Solo Justina. Soy monja y en este momento me encontraba escuchando confesiones ajenas como acostumbro antes de las seis de la tarde, hora a la que en este pueblo la gente viene a misa y el verdadero sacerdote escucha los pecados de todos.

Por su voz pude adivinar unos veinticinco años de edad. Sentí un tono de impresión frente a mi confesion, por lo que decidí continuar con el interludio:

-¿Y hace esto por ejercicio o por placer?

-Lo hago porque me gusta, porque de vez en cuando me divierte conocer las perversiones de los extraños, y porque me hace recordar una epoca en que para mi al igual que usted, el sexo era una ciencia y un arte digno de dedicarle la vida a estudiarlo.

-¿Entonces por qué después de haberlo conocido y experimentado tanto como dice, decidió unirse al clero? Lo siento, pero tiene usted una voz tan hermosa, ¿puedo tutearla?

-Claro que si, me encanta hablar y que me hablen de tu a tu. Y yo no me uní al clero por voluntad propia, me fue impuesto por mi padre, quien un día se hastió de mis “perversiones”, como él llamaba mis constantes impulsos de experimentar los placeres carnales. Por supuesto que en el camino he encontrado la presencia del señor y me ha gustado seguir su senda, aunque aun necesito un buen desfogue de vez en cuando, pues soy muy joven y compenso mi falta de hábito con mi ímpetu.

Esta declaración me sonó a gloria. Y es que nunca antes había experimentado con una novicia, y mucho menos una tan hermosa. La descripción se queda corta si deseo rememorarla. Justina es una mujer divina, su cabello negro como el ébano y su piel blanca como el marfil, el rostro de una bella princesa quinceañera pero con la mirada de una meretriz perversa y vagabunda. Sus pechos carnosos y firmes, y su culo, protuberante y terso, como un durazno. Y yo lo supe porque se animó a salir del confesionario y me invitó a tomar asiento en las bancas de la capilla.

Segunda parte:

Luego de cinco minutos de charla fue innecesario mencionar palabra alguna para encender el fuego. Hasta mis oidos llegó el eco de su respiración y hasta mis poros el calor de su aliento. Estábamos listos para fornicar sacrílegamente y de la manera mas pecaminosa imaginable.  Le pedí me acompañara a mis aposentos, donde tendríamos un tét-a-tète mas privado y ella accedió.

Llegamos al hostal donde me hospedaba y seguimos a mi habitación. Al pasar la tomé en mis brazos y la besé por primera vez. Sus besos saben a dulce de guayaba. Con esos labios rojos como el bocadillo veleño. Su aliento, dulce como el azucar alta pureza. Y su lengua suave y dura a la vez, como la masa de la que estan hechos los sueños.

Ya besandonos ambos nos acercamos a la cama, desnudandonos invadidos por una ira animal, lujuria salvaje, gula de la carne por la carne. Le quité la toga y pude ver aun mejor su cuerpo. Pude sentir su olor. Sus jugos de mujer me embriagaban. Podía oler su cachondez por encima de su panty blanca y pristina. Me quitó la camisa y besó mi cuello mientras yo la tiraba al colchón.

Abrió sus piernas y las esparció como mantequilla. Moví su panty a un lado y procedí a comerme su coño como si de una fruta madura se tratase. Lamí y chupé su pulpa y probé su feminidad. Mi verga estaba muy dura y me tallaba en el pantalón. Me bajé la corredera y liberé mi pija de su prision de algodón y lino. Habiendo hecho esto yo, ella me tomó la cabeza con sus manos y me apretujó contra su concha, mientras un ritmo y cadencia de danza del vientre árabe en sus caderas, me reveló la proximidad de su orgasmo. Ella gimió. Yo introduje mi lengua en ella y la moví de arriba abajo, de abajo arriba, rápido y furioso hasta sentir que me llenaba la boca con el agua de su coño. sus dedos en mi nuca, sus uñas en mi craneo.

ya su vagina hecha espuma. ya mi verga hecha piedra. pongo sus pantorrillas en mis hombros, le quito la panty que para este entonces estaba ya mojada con su jugo de coño y me hundo en ella. su estrechez y humedad me enloquecen. ella grita y gime, rie y llora. su santuario evidentemente tenía mucho tiempo sin haber sido invadido, lo que me excitó aun mas.

Luego de casi una hora, propinandole el viejo metesaca con la variacion de siete superficiales/siete profundas, tiemblo y mi respiracion se acelera. estoy a punto de acabar. ella suplica;

-Por favor, inundame con tu lluvia blanca!!

no supe en ese momento de donde conocería ella ese término utilizado en la antigua literatura china para describir la eyaculacion segun el arte de amar, ni me importó. solo le dí lo que me pidió.

Acabé en un largo y placentero orgasmo con un turbulento torrente de esperma irrigando copiosamente su ajustada cavidad vaginal. me sentí morir y volver a la vida. luego me quedé acostado a su lado y me dormí vuelto una picha.

mujeres como ella pueden hacer a un hombre feliz o desdichado, llevarlo a la gloria o a la ruina, ellas deciden.

Pronto continuará en:

"JUSTINA PIERDE SU VIRGINIDAD".

espero haya sido de lectura amena este breve relato. esta es la introduccion del personaje de Justina, quien protagonizará toda la saga que lleva su nombre. el proximo será mas largo y mas sustancioso.