Juntos

Si escribo todo esto es porque quiero que nuestra historia de amor sea conocida y recordada. Para que, los que aman de verdad, no desesperen ante la adversidad y puedan usarnos como ejemplo.

19-Sep-08

JUNTOS

La semana pasada la pasamos entera en el hospital porque Ana tuvo una crisis. Por esta vez todo ha quedado en un susto sin mayores consecuencias, pero me he dado cuenta de que tengo que estar preparado para lo peor. Escribir este documento es una de las pocas cosas de las que me quedan por hacer, sin embargo se me antoja la más difícil, quizá por eso lo he ido aplazando hasta este momento.

Ana es el amor de mi vida. Así dicho no impresiona demasiado, pero realmente toda esta historia, para mí, se resume en eso.

Llevamos juntos desde siempre, pero sería demasiado complejo contarlo desde el principio, así que, simplemente voy a centrarme en estos últimos dos años que llevamos viviendo en Madrid y voy a empezar explicando el hecho que nos trajo a vivir a esta maravillosa ciudad.

Antes vivíamos en una ciudad chiquitita, casi un pueblo, y por nuestra particular forma de querernos, teníamos que tener especial cuidado de mantener nuestra relación en secreto. Todo cambió y se nos vino abajo cuando nos enteramos de la enfermedad de Ana. Terminal y degenerativa, así la denominaron, nos explicaron que a Ana le quedaban pocos años de vida y que además, durante ese tiempo sus facultades físicas irían mermando lentamente hasta dejarla postrada. Ni que decir tiene que nos hundimos.

Al principio poco podíamos hacer, salvo llorar juntos. Luego Ana cayó en una especie de depresión o trastorno que acentuó algunas características de su carácter, ya de por sí algo voluble y difícil, hasta el extremo de que en cuestión de minutos y sin previo aviso, podía pasar de la más absoluta apatía a unos arranques violentos de ira y rabia durante los que destrozaba todo lo que se ponía a su paso y que la dejaban exhausta y postrada durante días.

Yo aprovechaba cuando ella descansaba para recabar información sobre su enfermedad, posibles tratamientos o cualquier dato que pudiese darnos alguna esperanza. Pasé noches en vela en busca de un milagro, pero no lo encontré.

Un día, mirándola dormir después de uno de sus "enfados" especialmente violento me di cuenta de que si no hacía algo rápido, Ana acabaría suicidándose, y lo supe porque ella y yo siempre hemos tenido una conexión singular y yo hubiese hecho lo mismo en su lugar. Sin Ana no podría vivir, así que decidí fabricar yo mismo nuestro propio milagro; si teníamos poco tiempo, lo que debíamos hacer era aprovecharlo. En ese momento empecé a hacer proyectos.

No sé cuándo empezó a escucharme o a creerme, pero la cuestión es que sus ataques fueron desapareciendo y el brillo de la ilusión fue encendiéndose en sus ojos.

Con la excusa de buscar los mejores médicos para su enfermedad nos fuimos a Madrid. Supuestamente sería por unos días, pero nuestros planes eran otros. El anonimato que nos proporcionaba la gran ciudad, donde nadie nos conocía ni prestaba demasiada atención a la vida de los demás, hacía que fuese un lugar ideal para que nosotros empezásemos a vivir como siempre habíamos querido hacerlo.

Nos fuimos un fin de semana con lo poco que teníamos ahorrado y algo de dinero que nuestros padres nos dieron; pero yo sabía que no sería suficiente, así que el miércoles siguiente de madrugada dejé a Ana en el hostal donde nos hospedábamos y cogí un tren de vuelta a casa. Por el camino fui repasando el plan; no dejarme ver por nadie conocido, bajarme una estación antes del pueblo al que me dirigía, atravesar un par de kilómetros por los campos de cultivo y llegar hasta la casa de mi ex-jefe. Sabía que estaría sólo porque su familia va todos los veranos al apartamento de la playa y los perros no iban a ladrar porque me conocían. Tenía planeado por dónde entrar a la casa y como llegar a la habitación, que era dónde guardaba el dinero de los alquileres que le tocaba recaudar esa semana. Matarle fue más difícil de lo que había imaginado, pero no por temor ni duda al hacerlo como se podría suponer, sino porque le costó morir y lo dejó todo lleno de sangre, tuve que ducharme y cambiarme de ropa antes de salir a envenenar a los perros.

Con el dinero que conseguí pudimos negociar el alquiler de un piso en Madrid y empezar abiertamente nuestra vida de pareja. Encontré trabajo en una tienda de electrónica donde, aunque me pagaban poco, sólo trabajaba por las tardes. Ana se dedicó a conocer Madrid y a ir de compras.

Una vez establecidos pasamos a la segunda parte de mi plan: hacer feliz a Ana. Los dos sabemos que yo por ella haría cualquier cosa, pero hay algo que ella necesita y yo no puedo darle: sexo. No es que sea impotente ni que no la desee, es sólo que… la quiero demasiado. No me importa si podéis comprenderlo o no, simplemente es que siento tanto amor, tanto respeto, tanta devoción que me resulta imposible ponerle un dedo encima con intenciones sexuales, desde mi punto de vista es el mayor sacrilegio que podría cometer aunque sea lo que más deseo en el mundo.

Para solucionar nuestro pequeño problema, Ana se follaba a cualquiera que se le pusiese a tiro. Fue ella quien sugirió que debería cobrarles a sus amantes para así aportar algo a la economía familiar y resulto muy buena idea.

Yo me escondía cuando llegaban sus clientes y me masturbaba en la habitación de al lado escuchando sus gemidos. Luego me fui atreviendo cada vez más, empecé asomándome por la rendija de la puerta cuando ya estaban en pleno acto hasta que descubrí que, como nuestro piso era un bajo, la ventana del patio me ofrecía una panorámica perfecta.

Un día, uno de los clientes se desnudó según entraba en casa y al tropezar con su pantalón casi me caigo, se me ocurrió mirar en los bolsillos y encontré varias tarjetas de crédito, cogí una y esa misma tarde fui a un gran centro comercial y compré con ella una cámara de video. Desde entonces pude grabar cada polvo que mi hermana echaba con sus conquistas. Luego los veíamos juntos y muchas veces ella acababa masturbándose ante mí, que no podía contener las lágrimas y tenía que salir corriendo a encerrarme en el baño con el rabo tan tieso que me dolía si lo tocaba.

Sí ya antes eran para mí importantes esas escenas que guardaba en mi memoria como un tesoro, el poder compartirlas con ella me hacía fantasear con ser yo el que la besaba y recorría su cuerpo, el que provocaba que su piel se pusiese de gallina y sus pezones endureciesen, el que lamía rincones íntimos y despertaba su excitación y humedad, yo el que hacía que se estremeciese pidiéndome más y jadeando casi hasta el extremo de gritar al llegar al orgasmo. En mi cabeza entonces se agolpaban sentimientos contradictorios de pasión, deseo, asco y culpa.

Ella parecía divertirse con la situación y me provocaba. Si ya me costaba observarla desnuda y tocándose ante mí, imaginaos lo brutal que fue cuando empezó a intentar sentárseme encima y restregar sus manos empapadas por mi cara, o que frotase su cara contra mi entrepierna suplicando sexo. Os juro que esos días creí volverme loco.

Y, de repente, cuando pensaba que la situación no podría ir a peor Ana elevó un grado más su crueldad; en el punto álgido de uno de nuestros forcejeos empezó a llamarme marica, inútil y a preguntarme para qué le servía quererme si no podía ni follármela. Nunca en mi vida he sentido una ira tan intensa; en mi cabeza apareció una imagen: vi mis manos rodeando su cuello y me imaginé lo que se sentiría al apretar hasta hacerla callar. Creo que Ana leyó mis pensamientos y por eso me abofeteó con fuerza.

Me fui de casa y di vueltas sin rumbo toda la tarde. Por más que lo intentaba no podía tranquilizarme, el impulso de ahogar a Ana y con ella ahogar también el deseo que sentía por ella era tan fuerte que me dio miedo. Quedé con un tipo que traficaba con todo tipo de cosas y le compré una pistola. Pensé en pegarme un tiro si no conseguía sacar esa imagen de mi mente.

Se me hizo de madrugada sin atreverme a volver. Sentado en un banco esperaba simplemente que mi cabeza se despejase y poder tomar una decisión. De repente mi corazón dio un vuelco al ver aparecer por la calle a una chica que mi enajenación confundió con Ana. En el bolsillo de mi chaqueta mi mano aferró el arma. Pero la chica pasó sin acercárseme, creo que ni me vio.

No sé muy bien por qué me levanté y la seguí. Era una sensación rara porque, aunque sabía que no era ella, yo quería que lo fuese. La vi pararse en un portal y cuando abrió la puerta me apresuré a acercarme y la empujé dentro. No puedo contaros exactamente lo que ocurrió porque apenas lo recuerdo, sólo sé que llegó un momento en el que mis manos apretaban su cuello mientras yo me la follaba bruscamente. No conseguí correrme, porque apreté demasiado rápido y "mi ana" de aquella noche murió antes de que yo llegase al clímax, pero para mí fue la "primera vez" más hermosa que hubiese podido imaginar.

Volví a casa tranquilo y relajado. Más seguro de mí mismo de lo que lo había estado en mucho tiempo. Ana se emocionó enormemente cuando le conté lo ocurrido y comentó lo mucho que le hubiese gustado poder verlo. Le prometí que volvería a hacerlo para ella y esa noche dormimos abrazados, más convencidos que nunca de nuestro amor.

No voy a dar detalles macabros sobre el resto de las chicas que me han servido como desahogo, sólo decir que hasta ahora ha habido tres más y que Ana ha estado presente en dos de las ocasiones. No me arrepiento de nada de lo que he hecho, todo lo hice por amor y volveré a hacerlo las veces que sean necesarias.

Ana y yo lo hemos hablado ya. Lo tenemos todo claro. No quiere marchitarse en una silla de ruedas o en una cama y yo le he prometido que no voy a permitirlo. Cuando llegue el momento haremos el amor; será perfecto. Morirá mientras yo la adoro, mientras miro sus ojos, mientras aprieto su cuello y me la follo hasta correrme dentro. Y justo después, me volaré la cabeza.

Si escribo todo esto es porque quiero que nuestra historia de amor sea conocida y recordada. Para que, los que aman de verdad, no desesperen ante la adversidad y puedan usarnos como ejemplo. Y es que, nuestro amor es tan grande que nada ni nadie podrá separarnos. Estaremos siempre juntos como hasta ahora lo hemos estado. Juntos en el vientre de nuestra madre, juntos al nacer, juntos al vivir, juntos en el amor y juntos en la muerte.

Un relato de ErotikaLectura

erotikalectura@hotmail.com