Junta Anual

El suave descenso por el mundo del sadomasoquismo, recorrido por Andres, un joven ejecutivo con muchas ganas de ascender en su carrera a cualquier precio.

JUNTA ANUAL

El cielo estaba encapotado, con una fina llovizna tenaz y persistente que ya llevaba tres días anegando las calles de la ciudad. Desde el piso 12, frente a un amplio ventanal, Andrés tenía una vista privilegiada, aunque el panorama fuera gris y melancólico.

De cualquier forma, él no admiraba el paisaje. Los teléfonos no dejaban de sonar, su secretaria entraba cada 10 minutos y las citas se acumulaban en su agenda con sorprendente rapidez.

El trabajo en la prestigiosa empresa para la que trabajaba no se acababa nunca, y Andrés aun se sorprendía de la capacidad que había demostrado el ultimo año para atender sus múltiples tareas. Sus jefes también lo habían notado, y una prueba irrefutable era el hecho de haber sido invitado a la famosa junta anual.

Cada año, la empresa reunía a sus principales ejecutivos para celebrar una junta que parecía ser ya una tradición, sobre todo porque cualquiera que fuera convocado a ellas podía sentirse seguro de "ser alguien" en la firma, y porque jamás la celebraban en la ciudad. La junta era todo un acontecimiento, y no se reparaba en gastos para su celebración.

Este año se había decidido celebrarla en el Caribe. Se rentó un exclusivo y apartado Resort en algún lugar situado entre Bermuda y Nassau, y se giraron con tiempo los memorándums acompañados con los respectivos boletos de avión. Los gastos corrían por supuesto por parte de la compañía y se les recordó que no podían ser acompañados por ningún familiar.

Andrés pensó en Martha, su esposa, y sabía que tendría que compensarla mas adelante por no llevarla al viaje, pero no le importó, pues era la primera vez que era invitado a la junta y la excitación del acontecimiento le bastaba para olvidarse hasta de su querida esposa.

El día gris y lluvioso no hacía sino acrecentar su deseo de estar ya en aquel paradisíaco destino y deseó con ansias que la semana pasara con mayor rapidez.

En qué piensas? – preguntó Mr. Martín entrando abruptamente en su oficina sin tocar, como era su costumbre.

Andrés, sorprendido, le sonrió a su jefe sin tener una buena excusa para disimular su aire ausente.

Lo siento, señor – se disculpó – estaba pensando en la información que deberé preparar para la junta anual.

Yo que tú no me preocuparía tanto – dijo en tono un tanto enigmático.

Porqué lo dice? – le preguntó Andrés visiblemente interesado.

En vez de explicarse, Mr. Martín se paseó por la oficina, acercándose al ventanal.

Con este clima no he podido tomar un buen bronceado desde hace semanas. Creo que me veré horrible en traje de baño – razonó.

Andrés no supo que contestar a su extraño comentario. Lo último en lo que pensaba en ese momento era en cómo se vería en traje de baño. De hecho ni siquiera estaba seguro de tener alguno en su guardarropa. Como si hubiera adivinado sus pensamientos, Mr. Martín se sentó frente a su escritorio.

Ya tienes decidido que traje de baño llevarás? – le preguntó, como si aquello fuera de vital importancia.

Pues no, - aceptó Andrés – no he pensado en ello, y lo que es peor, creo que ni siquiera tengo uno.

No es posible – dijo Mr. Martín – faltan escasos días para salir, ya deberías haberlo previsto.

Ya compraré algo – dijo Andrés aturdido y un poco incómodo.

Ni lo sueñes – dijo Mr. Martín decidido – vamos ahora mismo.

Andrés no podía creerlo. Mr. Martín de pie ya, le estaba indicando que lo acompañara a buscar el dichoso traje de baño. Era apenas mediodía, tenía la agenda de citas llena hasta el tope y su jefe, normalmente juicioso y tranquilo, se mostraba de repente casi histérico por salir a comprar un traje de baño que muy probablemente ni siquiera utilizaría.

Pero el jefe era el jefe, y al verlo dar instrucciones a su secretaria de que cancelara todo porque ellos saldrían un par de horas, se dio cuenta de que aquello iba en serio. Tomó su saco y se lo puso mientras corría tras las anchas espaldas de Mr. Martín rumbo al ascensor.

En el coche de Mr. Martín, mientras manejaba en el intenso tráfico, más complicado por la persistente llovizna, el hombre le dijo.

Mira Andrés, tengo casi 50 años, y te llevo cuando menos unos 15, no es así?

Si – aceptó Andrés, que recién había celebrado su cumpleaños número 36.

Pues eso me da cierta experiencia que tu no tienes – le aclaró.

Lo acepto, señor, pero lo que no entiendo es porque es tan importante...

Mr. Martín dio un rápido viraje para estacionarse y la frase de Andrés quedó inconclusa. Se apearon del auto y corrieron hacia la acera, tratando de mojarse lo menos posible. Aun así, el canoso cabello de Mr. Martín se llenó de pequeñas gotitas y Andrés se sintió de pronto como cuando era niño y su padre lo llevaba de compras.

Estaban en una boutique de caballeros y el dependiente los recibió con una amplia sonrisa.

En qué puedo ayudarlos? – preguntó solícito.

Necesitamos algo de ropa deportiva – dijo Mr. Martín, asumiendo el control de la situación, tal y como lo hacía casi siempre – y en especial, quisiéramos un buen surtido de trajes de baño para mi amigo – terminó.

Algún estilo en particular – preguntó el dependiente ya dirigiéndose en busca de la ropa.

Algo conservador y de colores..... – empezó a explicar Andrés.

Traiga un poco de todo – terminó Mr. Martín y Andrés un poco molesto prefirió quedarse callado.

Minutos después, les mostraban varias prendas, desde el clásico bóxer hasta llegar a los brevísimos bikinis. Andrés eligió por supuesto un bóxer de color neutro y sacó la cartera.

Que te pasa? – cuestionó Mr. Martín mirándolo incrédulo.

Porqué – contestó Andrés confundido.

No piensas probártelo?, ver cómo te queda?, como te ves? – acribilló sin parar.

El dependiente los miraba con un gesto casi divertido.

Tenemos un amplio probador por aquí – señaló inmediatamente.

Gracias – dijo Mr. Martín tomando las riendas de la situación. Empujó a Andrés al probador con una media docena de bañadores diferentes – aquí te espero – le indicó – quiero ver como te quedan.

Andrés se probó el primer traje de baño. Se miró críticamente frente al espejo. En sus años de universidad había sido un asiduo deportista y aun conservaba un físico excelente, aunque ahora, bajo la potente luz artificial fue consciente de la acumulación de grasa en su cintura y de que su vientre, antes marcado y firme, mostraba ahora una incipiente barriga. Sin embargo, le gustaron sus bíceps, aun fuertes y su pecho velludo y masculino.

Se dio la vuelta. La espalda ancha, con fuertes y definidos hombros. Más abajo, su trasero, perfectamente moldeado y firme. Martha, su esposa, en la intimidad del dormitorio le bromeaba siempre, diciéndole que tenía unas nalgas dignas de ganar un concurso, y que se había casado con el únicamente por su hermoso trasero.

Un tanto cohibido, salió del probador, bajo la escrutadora mirada de su jefe. El bañador, tipo surfer, le quedaba un poco grande. Mr. Martín le indicó que se acercara y se lo modelara. Andrés volvió a sentir que había retrocedido en el tiempo y recordó a su padre indicándole que girara para ver si la ropa que le había elegido le quedaba bien.

Un poco flojo – dijo Mr. Martín tirando del bóxer hacia abajo. La prenda bajó más allá de las caderas. A través del espejo, Andrés pudo ver su propia espalda y la hendidura que mostraba el nacimiento de sus nalgas. Por el frente, asomaba una buena parte de los pelos de su pubis. Mr, Martín le sonrió y Andrés, un poco incómodo, volvió a acomodarse la prenda.

Me probaré otro – dijo Andrés para romper el momento. Mr. Martín le entregó un bóxer mas corto de un azul eléctrico.

Mucho mejor – opinó Mr. Martín al ver la bien que se amoldaba al cuerpo de Andrés.

La prueba de prendas continuó. A pesar del día frío, el continuo cambio de ropa había hecho a Andrés transpirar. Su piel refulgía bajo la intensa luz de los focos. El ultimo de los trajes era un pequeño bikini rojo y Andrés lo descartó inmediatamente. Sin embargo Mr. Martín insistió y de mala gana Andrés se lo probó.

La pequeña prenda se ajustaba a su cuerpo como una segunda piel. Andrés fue consciente de que su pene y sus huevos se apretujaban formando un notorio bulto que la prenda no lograba disimular.

Demasiado revelador, no cree? – comentó Andrés a su jefe.

Depende – dijo este, indicándole que girara.

A disgusto, Andrés se giró, admirando secretamente su reflejo en el espejo. Debía reconocer que no se veía nada mal, y al parecer Mr. Martín pensaba lo mismo.

Te lo llevas – dijo sin más y Andrés lo puso junto con otros dos que ya habían elegido, aunque discutió un poco alegando que no tendría el valor de usarlo después.

Ya verás que si lo usarás, créeme – acotó Mr. Martín.

Andrés comenzó a buscar su ropa para cambiarse.

Te faltó este – dijo de pronto Mr. Martín. En sus dedos, una tirita de cuero negro.

Que es esto? – preguntó Andrés ya temiendo su respuesta.

Pruébatelo – fue todo lo que dijo Mr. Martin.

Andrés, uno de los más eficientes ejecutivos con que contaba la compañía, con una prometedora carrera por delante, de pronto se sintió perdido en aquel probador y con una tanga de piel en la mano. Renuente, se despojó del bikini rojo y se colocó aquel pequeño trozo de cuero.

Frente al espejo, su imagen se le antojó obscena y vulgar. Aquel hombre velludo y masculino parecía otra persona. Alguien que parecía no darse cuenta que un hombre no anda exhibiendo las nalgas como una bailarina, con aquel incómodo hilo encajándose en el ano y revelando por el frente toda la generosidad de sus huevos, que parecían desbordarse por los lados, junto con los pelos de la entrepierna. Salió del probador rojo de vergüenza.

Jamás, ni en mil años, usaré algo así – comentó decidido, más para sí mismo que para Mr. Martín, que no dijo nada y solo le miró con estudiada atención.

Por fin salieron de la tienda, después de que la cuenta fuera liquidada por Mr. Martín, a pesar de las protestas de Andrés. Volvieron a la oficina en un incómodo silencio. Con las bolsas de compras bajo el brazo, Andrés se apeó del auto en el abarrotado estacionamiento.

Muchas gracias por todo – comenzó Andrés.

No es nada – interrumpió Mr. Martín – nos vemos mañana en la oficina.

Los días siguientes fueron muy ajetreados, adelantando el trabajo y preparando todo para los días que estaría ausente. A Mr. Martín no lo vio en todos esos días, salvo la noche previa a la partida, donde rápidamente le recomendó que fuera puntual en su llegada al aeropuerto, y que no olvidara su ropa nueva. Andrés ni le escuchó con los mil pendientes que debía atender.

El aeropuerto estaba atestado. El taxista, a pesar de haberse pasado un par de altos no había podido impedir que Andrés llegara con retraso. Tomó la maleta y corrió buscando la sala 8B, esperando encontrar al grupo de ejecutivos de su empresa. Suspiró con alivio al ver a un grupo de compañeros formados ya con el pase de abordar. Se dirigió a la fila y le sonrió a Mr. Martín que parecía venir a recibirlo. Se veía molesto y no contestó a su saludo.

Acompáñame, - le ordenó secamente y Andrés lo siguió.

Mr. Martín entró al baño y esperó a que Andrés entrara detrás. Se cercioró que no hubiera nadie mas y cerró la puerta.

Qué chingados te pasó? – explotó entonces colérico – ya viste que hora es?

Lo siento, señor, - se disculpó Andrés – cosas de último momento me impidieron...

Mr. Martín lo empujó furioso sobre la moqueta del lavabo.

Cállate, no hay excusa que valga!, - le increpó - , si no fuera porque el vuelo tiene 20 minutos de retraso hubieras perdido el avión.

Andrés estaba sorprendido de ver a su jefe tan enojado. Incrédulo, lo vio transformarse en otra persona. Se paseaba de un lado a otro en el pequeño baño, reclamándole airadamente.

Le ruego que me disculpe – insistió Andrés.

Te dije que te callaras! – fue la colérica respuesta – parece que no aprendes nada, pero ya te voy a enseñar – le amenazó.

Jaloneó a Andrés como si fuera un chiquillo a quien su padre reprende. Andrés podría haberle asestado un puñetazo, pero se trataba de su jefe, una figura de autoridad y además era mayor. Se dejó zarandear mansamente.

Mr. Martín lo volteó de cara al espejo, empujando su torso sobre el lavabo. En el reflejo, Andrés vio a su jefe alzar la mano y antes de comprenderlo, sintió la nalgada. Sorprendido, no se atrevió ni a moverse. Tras la primera, vino una segunda, una tercera, y varias más.

El pantalón de Andrés le protegió un poco al principio, pero después de varios cachetes, sintió que las nalgas le escocían. Sintió la tentación de detener a Mr. Martín, pero a través del espejo se dio cuenta que era mejor dejarlo desfogar su ira, y se aguantó como pudo. Finalmente el castigo terminó.

Mr. Martín, sudoroso se acercó a su oído.

Que sea la última vez que llegas tarde, Andrés – le advirtió.

Al hablarle, el cuerpo de Mr. Martín se aproximó al de Andrés, que aun permanecía recostado sobre el lavamanos. No pudo evitar sentir algo duro que se pegaba a su trasero, pero fue apenas un instante, y por evitar más problemas prefirió quedarse callado. Mr. Martín abandonó el baño y Andrés se quedó un minuto más, mojándose la cara y tratando de encontrar una explicación al extraño comportamiento de su jefe. A punto de salir se acomodó la ropa y descubrió una tremenda erección abultándole la bragueta. Confundido, se la ocultó lo mejor posible y salió del baño. Los azules ojos de Mr. Martín, al otro lado de la sala le miraban fijamente. La erección de Andrés creció ante su desaprobadora mirada. Se formó en la fila, decidido a mirar hacia otro lado.

Por suerte, el viaje estuvo bastante tranquilo. Su compañero de asiento era uno de los ejecutivos de ventas, un tipo bastante platicador que pronto le hizo olvidar el extraño comportamiento de su jefe. Andrés se sintió complacido de saber que él sería también su compañero de habitación. Por un momento había temido que le tocara compartir con Mr. Martín, y después de la escena del baño, prefería mantenerlo alejado.

Alex – dijo de pronto una voz profunda – necesito el pronóstico de ventas del segundo semestre.

Era el Sr. Santori, el director de ventas, y jefe de Alex. De inmediato su jovial y platicador nuevo amigo cambió. Se puso pálido y comenzó casi a tartamudear.

Si, señor, de inmediato se lo busco – balbuceó nerviosamente, mientras buscaba afanoso entre todos los papeles de su portafolios.

El Sr. Santori, con evidente gesto de desesperación comenzó a impacientarse.

Alex, Alex, - dijo en un falso tono amistoso, reclinándose para acercarse al nervioso ejecutivo – te he dicho mil veces que debes ser mas organizado.

Alex asintió. La mano de Santori se posó en su hombro.

Sigue buscando – le ordenó.

Alex continuó la búsqueda. La mano descendió sobre el pecho. Hábilmente desabotonó la blanca camisa, y se perdió bajo la corbata. Nadie, salvo Andrés podía verlo. Alex ni siquiera se movió. La mano parecía haber encontrado su objetivo. La mueca de dolor de Alex le indicó a Andrés de que el hombre le estaba retorciendo uno de sus pezones. Aquello era algo inaudito. Andrés sintió deseos de defender a Alex, pero la fría mirada de Santori le contuvo.

Finalmente Alex encontró el reporte. Se lo alargó a Santori, que sólo entonces dejó de pellizcarle.

Gracias, Alex – le dijo en un tono supuestamente amable.

Al tomar el reporte, apresó la mano de Alex y la jaló hacia su entrepierna. Andrés no podía creerlo. El pantalón de Santori mostraba un gordo bulto. Ayudándose con el documento, sus movimientos pasaron desapercibidos. Con el dorso de la mano de Alex, se acarició la protuberancia de los pantalones un par de veces.

Ya ajustaremos cuenta llegando al hotel – le advirtió con una sonrisa, y regresó a su asiento de primera clase.

Andrés no dijo nada. Le bastaba ver la arrebolada cara de Alex para no aumentar más su evidente vergüenza con un comentario. Hicieron el resto de viaje en un incómodo silencio.

Llegaron al hotel, pequeño pero bastante lujoso en pequeños grupos. Andrés y Alex se acomodaron en la habitación. Era bastante amplia y soleada, con una terraza magnífica que prácticamente desembocaba en la playa, a través de un caminito bordeado de bugambilias. El paisaje les hizo ponerse de mejor humor. Decidieron salir a caminar un poco para ver mejor el lugar. Andrés se animó entonces a preguntar.

Oye Alex, - comenzó – si no quieres no me cuentes, pero que sucede con tu jefe?

Alex le miró y después de pensarlo un momento, le explicó.

Mira, el generalmente es un buen jefe. Un poco estricto, a veces muy impaciente, y tal vez muy autoritario, y cuando las cosas no salen como a él le gustan, pues me castiga.

Si, ya vi a qué te refieres – agregó Andrés -. Pero no nos hagamos, Alex, lo que él te hizo no es la forma "normal" de reprender a un empleado, y menos a un ejecutivo de tu nivel.

Ya lo sé, y yo mismo no logro explicarme cuando es que eso empezó a suceder.

Andrés recordó las nalgadas de Mr. Martín en el baño. Un escozor recorrió su espina dorsal y pareció cosquillearle en los huevos. El mismo tampoco entendía su situación.

Alex vio el reloj y le recordó que debían volver al hotel, pues habría una reunión informal para comunicarles la agenda de actividades. De regreso en la habitación, les esperaba Mr. Martín. Sus ojos presagiaban tormenta.

Andrés – le dijo seriamente – parece que nuestra pequeña conversación en el aeropuerto no tuvo ninguna importancia para ti.

No señor, - se excusó Andrés – sólo salimos unos minutos a ver la playa.

Alex se alejó de la pareja. Conocía muy bien aquel tono de voz y prefirió estar lejos de aquel hombre tan parecido a su jefe.

Si nos permites unos minutos – le pidió Mr. Martín, y Alex abandonó la habitación.

El cosquilleo en los huevos de Alex se hizo más fuerte. No lograba explicárselo, pero estar a solas en la habitación con Mr. Martín y su callada furia lo había excitado en cuestión de segundos. No sabía lo que sucedería a continuación, pero seguramente sería castigado. Esa certeza lo sumió en una angustia casi sexual.

Veremos si ahora logro hacerte entrar en razón – dijo Mr. Martín abriendo la hebilla de su cinturón y sacándoselo de la cintura de sus pantalones.

La imagen paterna, de muchos años atrás vino a la memoria de Alex en una fracción de segundo.

Sobre la cama – le ordenó.

Andrés obedeció. Se hincó en la alfombra y acomodó el estómago sobre la orilla de la cama, recostando la parte superior de su cuerpo. Mr. Martín tomó distancia y le propinó el primer cinturonazo. El dolor, un rayo repentino, serpenteó en la carne de Andrés.

Vino un segundo, un tercero y un cuarto. Aquello dolía como el demonio, y Andrés apretó la colcha para no gritar. Después de tres golpes más, Mr. Martín se detuvo. Parecía que todo había terminado.

Un par de azotes más y terminamos – dijo de pronto.

Andrés se recostó de nuevo en la cama.

Pero éstos debes recordarlos por siempre – terminó.

Se acercó a Andrés y rodeando su cintura buscó el broche de sus pantalones. Andrés se quedó quieto, mientras su jefe le desabotonaba los pantalones y se los bajaba hasta medio muslo. Antes de que lo pensara siquiera, le había bajado también los calzones, y sus nalgas, blancas y ligeramente velludas estaban al descubierto. Un intenso sentimiento de vergüenza se sumó a la confusa excitación sexual que lo dominaba. Tenía la verga dura y sólo deseó que Mr. Martín no la descubriera. No soportaría semejante vergüenza.

El primer cinturonazo sobre la piel desnuda fue una sorpresa para Andrés. Una mezcla de dolor y picazón se extendió desde las nalgas y a través de su espina dorsal hasta su atribulado cerebro. Un segundo golpe, y su estómago y sus huevos se contrajeron en la espera del tercero. Y finalmente llegó, tan duro y certero, sobre la carne ya castigada, que logró arrancar una lágrima en aquel hombre de 36 años que de pronto era tratado como un niño malcriado.

Suficiente – sentenció Mr. Martín – al menos por el momento – terminó.

Salió de la habitación. Andrés se quedó donde estaba con deseos de no moverse el resto del día. Se acordó de Alex, que volvería en cualquier momento, y como pudo se incorporó y preparó el baño para darse una ducha. Cuando terminó, Alex ya había regresado.

Déjame ver – le dijo su nuevo amigo señalando la blanca toalla que cubría el cuerpo de Andrés, que no entendió de pronto a qué se refería, - vamos – le explicó – yo ya he pasado por lo mismo.

Llevó a Andrés hasta la cama y lo acostó boca abajo. Le quitó la toalla. Las blancas nalgas de Andrés estaban rojas con el maltrato.

Mira que te dio con ganas – dijo mientras buscaba en su maleta.

Sacó un frasco y empezó a aplicar una refrescante crema en el dolorido trasero de Andrés.

En un par de horas estarás como nuevo, aunque no lo creas – le prometió.

Si tú lo dices – se quejó Andrés.

Tienes un culo precioso – dijo Alex de pronto – con razón tu jefe se puso como loco.

Aquella información era nueva para Andrés. Deseó preguntarle más sobre el asunto, pero las mágicas manos de Alex lo estaban relajando de una extraña forma. Sus dedos, distribuyendo la crema en sus bien formadas nalgas, comenzaron de pronto a rozar una parte muy sensible de su cuerpo. Primero como no queriendo y luego decididos y suaves, sus dedos le acariciaron el ojo del culo, y Andrés brincó como un pez fuera del agua.

Lo siento, Alex – se excusó – es que yo no....

Alex le sonrió. Se puso de pie.

No te preocupes, todo sucede en el momento justo – dijo y sin decir nada más se metió al baño, dejando a Andrés sumido en un mar de dudas, y de nuevo con una erección imposible de pasar por alto.

Finalmente, cambiados y limpios, llegaron al salón de juntas. Estaban ya allí la mayor parte de los directivos de la empresa, y una docena de sus más brillantes y prometedores ejecutivos. Por primera vez Andrés se dio cuenta que todos eran hombres. Sabía que había varias mujeres trabajando en la firma y en buenos puestos, pero ninguna había sido invitada a la junta anual. Miró los rostros de sus compañeros. Había un representante de cada departamento. Se sorprendió al ver que todos ellos eran atractivos, jóvenes en su mayoría y con muchas ganas de triunfar.

El presidente del consejo estaba ausente. En su lugar, el Sr. Santori tomó la palabra. Andrés no pudo evitar recordarlo en el avión, retorciendo los pezones de Alex. Al parecer su amigo también lo recordó, pues se removió inquieto en su silla.

Señores – comenzó Santori – es un placer tenerlos aquí – y en su boca, la palabra "placer" pareció tomar otro significado.- Me enorgullece formar parte de un equipo de hombres brillantes y talentosos como los aquí presentes. Como todos ya saben – continuó – esta junta anual es un requisito indispensable para "ascender" en nuestra empresa, y todos ustedes tienen la misma oportunidad de lograrlo.

Comenzó a pasearse alrededor de la mesa. Al llegar a parte donde se sentaban los jóvenes ejecutivos se detuvo en Julián, gerente de publicidad, un tipo de unos 30 años, de rizado y corto pelo y unos grandes ojos verdes. Le acarició la mandíbula, cuadrada y perfectamente rasurada. Era un gesto íntimo que no sería bien visto entre un directivo y un subalterno, pero nadie dijo nada.

Continuó con el siguiente, que era Patricio, gerente de administración, delgado y rubio, con unos ojos grises y fríos que se abrieron como platos al sentir las manos de Santori bajar por su pecho y desabotonarle la camisa frente a la mirada de todos los presentes.

Y cualquiera de ustedes – continuaba el hombre – tienen la oportunidad de crecer con nosotros, sólo está en que se decidan – terminó.

El pecho lampiño, y definido de Patricio estaba a la vista de todos. Sus tetillas, rosadas y pequeñas fueron acariciadas por unos dedos de seda. A su costado, Rubén, gerente de planta, parecía querer apartarse, sin lograrlo en el reducido especio que le permitía la silla. Era un tipo algo rudo, de 35 años, de tez morena y barba oscura. Santori le tomó por la nuca y Rubén se puso tenso. Con cierta presión, Santori llevó el rostro de Rubén hasta las tetillas de Patricio, y su evidente deseo no pudo ser desobedecido. La lengua asomó tímida entre los labios y lamió la pequeña punta. Los presentes parecían contener el aliento.

Claro – continuó Santori – que todo aquel que no esté interesado en crecer con nosotros está en libertad de hacerse a un lado.

Empujó el rostro de Rubén hacia un lado. Se inclinó, tirando de Patricio hacia atrás. Se prendió de la tetilla, chupeteándola con tanta fuerza que el sonido resonó en la silenciosa sala. Patricio estaba rígido y nervioso. Santori terminó y se limpió la boca húmeda con el dorso de la mano.

La decisión la tienen ustedes definitivamente – continuó dando un paso para pararse junto a Rubén. Se acercó tanto que su entrepierna chocó contra el hombro del barbudo gerente.

La insinuación era obvia. Rubén no se movió. Santori mostraba un bulto en su blanco pantalón de lino. Tomó la cabeza de Rubén y la jaló hacia su cuerpo. Las mejillas de Rubén tocaron la suave tela de su pantalón. Todos pudieron ver como Santori movía su pene, logrando que Rubén notara el movimiento en su mejilla. El gerente volteó el rostro, acariciando el pene con su boca por propia voluntad.

Una sabia decisión – fue el comentario de Santori, que volvió hacia su puesto.

El ambiente estaba cargado de tensión. Los demás directores parecían estar relajados, pero no les quitaban la vista de encima. Parecían estarlos evaluando, midiendo, probando, y los ejecutivos y gerentes se miraban como si estuvieran ya compitiendo.

Esta sesión se da por terminada – decretó Santori -. No volveremos a hacer uso de esta sala. Las juntas, si se dieran, se harán de forma improvisada, donde sea que los presentes nos encontremos – terminó con un gesto de evidente placer contenido.

Andrés abandonó la sala. Desorientado, no supo a donde dirigirse. Había imaginado una semana de arduas sesiones de trabajo, juntas directivas y reuniones de comité. Lo sucedido en la sala lo había dejado totalmente confundido.

Comienza la diversión – dijo Mr. Martín a sus espaldas, y Andrés se tensó con solo escuchar su voz.

Tranquilo – dijo si jefe con voz amistosa – me refería a la alberca, no a tus nalgas – completó con un susurro, al tiempo que le acariciaba el trasero – Te espero en 15 minutos en la alberca – ordenó, y se marchó por el pasillo.

Andrés se quedó en el pasillo. Por increíble que le pareciera, casi estaba temblando. Qué tenía aquel hombre que de pronto lograba ponerlo tan nervioso. Se dirigió a la habitación, mientras pensaba en Mr. Martín. Tendría unos 50 o 52 años. Delgado y alto, se veía fibroso y curtido por el sol. Sabía que jugaba tenis una vez por semana y que era asiduo visitante del club deportivo. Divorciado desde hacía 10 años, no se le conocían romances en la oficina. Inglés de nacimiento, llevaba ya muchos años en el país y tenía fama de ser buen bebedor.

Ahora, con la maleta abierta, Andrés se enfrentó a la decisión de qué traje de baño usar. Jamás habría imaginado que algo como eso le importaría, pero ahora no sabía decidirse. Fiel a sus gustos, tomó el bóxer y se lo puso, y bajó a la alberca.

Allí estaba Mr. Martín, con el Lic. Martos, director legal de la compañía. Martos le caía muy mal a Andrés. Era un tipo prepotente y antipático que acostumbraba tratar mal a todo el mundo. Era alto y pesaría unos 100 kilos, robusto y panzón, cubierto de pelos desde los hombros hasta los pies. Algo asqueroso para ver en aquella hermosa y limpia alberca.

Pésima elección – comentó Mr. Martín al verlo llegar con el bóxer puesto.

Andrés no dijo nada, pero le dolió la desaprobación de su jefe.

Con el excelente culo que tienes, no entiendo porque lo cubres con ese feo trapo – terminó Mr. Martín.

Andrés se sintió muy avergonzado. Sobre todo de que hiciera ese comentario frente a Martos.

De verdad lo tiene tan bueno como dices? – preguntó inmediatamente el gordo.

De campeonato, te lo aseguro – dijo Mr. Martín como si estuvieran hablando de una cosa en vez de una persona.

Andrés se dio la media vuelta con ganas de perderse de vista.

No dije que te pudieras marchar – le gritó Mr. Martín.

Andrés regresó. Los ojos de su jefe, azules y claros eran una llamada de atención.

Ven acá, que quiero que Martos vea la calidad de mi personal – le ordenó con voz más suave y peligrosamente acariciadora.

Estaban tumbados en unos sillones a la orilla de la alberca y bajo la sombra de unas palmeras. Andrés se paró entre los dos sillones. Mr. Martín se incorporó para acariciarle las nalgas, mientras Martos les veía echado sin siquiera moverse. Andrés sintió sus frías manos meterse bajo la pernera del bóxer. Algo estalló en su interior al sentir sus dedos acercarse a su ano. Cerró los ojos y apretó los puños.

Peludo y caliente, como el coño de una puta – fue el fino comentario de Mr. Martín.

Andrés no pudo contenerse y se zafó de aquella insidiosa mano que se metía en lo más íntimo de su cuerpo. Se alejó furioso, bajo las estentóreas risotadas de Martos y el ominoso silencio de su jefe.

En la playa, lejos de todos calmó su furia y decidido a abandonar aquel lugar regresó a su habitación. Encontró la puerta cerrada y no tenía llave para entrar, así que rodeó la villa para entrar por la terraza. Desde el camino de bugambilias alcanzó a ver a Alex. Estaba desnudo hincado en el piso, mamándole la verga a su jefe.

Andrés se quedó paralizado. La escena era grotesca. El rubio y bien formado cuerpo de Alex contrastaba con la morena presencia de Santori. Italiano de nacimiento, tenía un cuerpo fuerte y velludo, con una corpulencia que evidenciaba su afición a la buena comida y los buenos vinos. Estaba de pie, fumando un puro mientras entre sus piernas, Alex se afanaba por lamerle y comerle el rabo, tieso y cabezón.

Eres una zorra muy puta y muy caliente – le decía Santori a Alex, y éste parecía sufrir con esas palabras

Santori le sacó la verga de la boca y le dio una bofetada. El rostro de Alex rebotó contra la cama.

Y a las zorras como tú se les da su merecido – continuó Santori saltando sobre la cama y el blanco cuerpo de Alex.

Allí, el joven y brillante ejecutivo fue brutalmente sodomizado. Alex gemía bajo el peso de Santori, que le clavaba la verga como si fuera un arma, en vez de un instrumento de placer. Parecía querer lastimar en vez de acariciar, y con un bufido de inequívoco placer terminó de vaciarse en el sonrosado y apretado culo de Alex.

Andrés esperó en su escondite hasta que Santori se vistió y se marchó. Esperó un poco mas, al ver que Alex, aun desnudo, se dirigía al baño. Entonces entró.

Eres tu, Andrés? – preguntó Alex desde el baño - qué bueno que apareces! – dijo exultante.

Porqué? – pregunto Andrés, dudando si debía decirle o no sobre lo que había visto.

Para que me felicites – dijo el otro orgulloso. - Estás frente al nuevo socio director de ventas.

Andrés se quedó mudo. Aquello era imposible. El cargo de director representaba un sinfín de mejoras, tanto económicas como de relación y status. Un coche nuevo, oficinas corporativas y viajes anuales con todos los gastos cubiertos.

Y qué hiciste para conseguirlo? – preguntó Andrés con ganas de amargarle el ánimo.

Nada que no me haya gustado – fue su sencilla y enigmática respuesta.

Andrés se sintió terriblemente confundido. El también merecía ascender, cumplir sus metas y sabía que había trabajado duro para lograrlo. Era ambicioso y talentoso, pero todos tenían sus límites, y Andrés entendió que los suyos estaban llegando al límite.

Alguien tocó a la puerta, interrumpiendo sus pensamientos. Alex abrió y recibió un sobre de parte de un mensajero.

Es para ti – le informó Alex alargándole el sobre.

Andrés lo abrió intrigado. Era un boleto de avión para esa misma tarde y su carta de renuncia. Solo faltaba su firma. El mundo de Andrés se desmoronó.

Sea lo que sea que hayas hecho – comentó Alex sobre su hombro – puede arreglarse. Créeme.

Andrés se tumbó en la cama desolado. Su futuro laboral, poco halagador, desfiló por su imaginación. Decidido, se cambió el bóxer por el ajustado bikini rojo, y volvió a la alberca a buscar a su jefe. Sabía que Mr. Martín estaba detrás de todo esto, y Andrés esperaba convencerlo de cambiar de opinión.

Los camastros de la alberca estaban vacíos y decidido a solucionar las cosas, Andrés enfiló a la habitación de Mr. Martín. Tocó a la puerta y escuchó su voz grave invitándole a pasar. La puerta no tenía cerrojo. La habitación estaba envuelta en la suave luz de la tarde. Junto al amplio y espectacular balcón estaba Mr. Martín, envuelto en una blanca bata de baño fumando su pipa mientras miraba el azul del mar.

Señor – empezó Andrés tímidamente – quisiera disculparme por mi conducta.

Martín no contestó. Siguió mirando el mar azul. Andrés esperó. Pasaron casi cinco minutos que al joven ejecutivo se le hicieron horas.

Señor, - insistió – de verdad quisiera que me diera otra oportunidad.

Esta vez Mr. Martín volteó a mirarle. Sus profundos ojos azules mostraban enojo. Andrés tembló sin poderlo evitar. En el pequeño traje de baño, el efecto fue evidente. Su pene creció, amenazando con escaparse de su breve prisión de tela.

Aun mudo, Mr. Martín desanudó la bata de baño y comenzó a abrirla con estudiada lentitud. Primero su pecho, bronceado y apenas cubierto por algunos vellos blancos, enmarcando dos tetillas erectas tan largas que casi parecían pezones. Poco después su abdomen, plano y firme para un hombre de su edad. La bata comenzó a revelar su bajo vientre, comenzando por un hirsuto manchón de enmarañados vellos oscuros. Andrés tragó saliva y esperó. Mr. Martín, en perfecto control de la situación dejó de la bata en ese punto y sin apenas moverse, volvió su atención al mar azul.

Andrés esperó solo un par de segundos. Comenzaba a entender los sutiles mensajes de aquel hombre. Alargó la mano y tomó la punta de la bata, continuando la tarea dejada a medias. Después de los pelos negros apareció su miembro, aún sin erección. La cabeza rosada descansaba sobre un gordo y lánguido par de huevos. Finalmente la bata cayó hacia los lados, mostrando la total desnudez de Mr. Martín.

De pie, en medio de aquel silencio, sin indicaciones que seguir, Andrés no supo cómo continuar. Trató de pensar en lo que su jefe esperaría de él. Se imaginó que debía chupar su verga y se hincó para hacerlo. Tomó el miembro, cálido y lánguido en su mano. El bofetón de Mr. Martín lo tomó de sorpresa.

Jamás, nunca, toques mi verga sin mi permiso – le advirtió.

Andrés se sobó la mejilla. Lejos de sentirse molesto, descubrió que se sentía excitado. Su miembro parecía querer reventar la tela del bañador.

Puedo tocarle la verga? – se escuchó decir y se sintió sorprendido de haberlo pedido.

Mr. Martín no contestó inmediatamente, pero su verga dio muestras de que si estaba interesada. Comenzaba a crecer, a estirarse y engrosarse. Andrés esperó.

No – fue la lacónica respuesta de Mr. Martín – prefiero que empieces por mis huevos, y luego ya veremos.

Andrés se acercó a gatas a sus gordos y suaves testículos. Mr. Martín abrió las piernas, para que tuviera un mejor acceso. Andrés olió las gordas bolas, con ese aroma íntimo y penetrante tan masculino. Sacó la lengua tímidamente y comenzó a lamer la piel arrugada y velluda de los huevos de su jefe. Lo hizo cada vez con mayor confianza, sintiendo la presión de sus propios huevos por escapar de la tela. No hubo ninguna indicación de detenerse, y Andrés continuó humedeciendo con su lengua los huevos de Mr. Martín, mientras este le acariciaba el pelo distraídamente.

La verga del jefe estaba ya hinchada en toda su grandeza. Andrés comenzó a desearla, aunque jamás antes hubiera deseado el miembro de otro hombre. Quería lamerla, chuparla, sentirla en su boca. Mr. Martín parecía adivinar sus pensamientos.

Ya quieres mamármela, verdad? – preguntó con voz ronca y suave.

Si, señor – confesó Andrés – puedo chuparla ahora?

Aun no – dictaminó el jefe – primero debes demostrarme que en verdad estás arrepentido de tu mala conducta.

Qué puedo hacer para demostrárselo? – inquirió Andrés.

Ya lo he pensado – dijo sin siquiera mirar al postrado hombre – y te advierto que si me fallas otra vez no habrá ninguna otra oportunidad.

No fallaré – dijo decidido el guapo ejecutivo.

Mr. Martín se puso de pie, acercándose al balcón. La bata ondeaba en sus costados y su verga, erecta como un enorme dedo parecía señalar la intensidad del azul del mar. Le hizo señas de que se acercara, y Andrés se aproximó al balcón. Mr. Martín le señaló el impresionante paisaje y un poco mas abajo, la playa dorada.

Allí – le indicó Mr. Martín, - está un tipo al que detesto, pero con el que me conviene llevar una buena relación.

El Lic. Martos – completó Andrés, y Mr. Martín asintió.

Con el cual tú me pusiste en evidencia, al desobedecer una orden mía, dejándole ver el poco poder que tengo sobre ti.

Andrés se quedó callado, mientras una mano suave y firme le acariciaba la espalda, los omóplatos, bajando, bajando, enloquecedora hasta el firme trasero, donde acarició uno de sus glúteos y el otro después.

Y ahora – continuó – tu vas a ir a donde está ese gordo pretencioso y le dirás que por órdenes mías quieres mamarle la verga.

Andrés asintió. No se sentía capaz de hacer aquello, pero tampoco podía fallar. Mr. Martín tomó unos potentes binoculares y enfocó a Martos, que dormitaba como una ballena peluda en la orilla de la solitaria playa.

Te estaré observando – fue su ultimo comentario antes de que Andrés saliera de la habitación para cumplir su misión.

En la playa, Andrés se sintió asqueado y excitado al mismo tiempo. El Lic. Martos abrió los ojos en cuanto sintió la sombra de alguien obstruyéndole su soleada siesta.

Qué quieres? – le preguntó.

Mamarle la verga – fue la corta respuesta de Andrés – por ordenes de Mr. Martín – concluyó.

El gordo y peludo sujeto lo miró sin parpadear y con una irónica sonrisa se bajó el short, mostrándole sin pudor alguno su miembro, grueso y corto, en medio de una hirsuta maraña de vellos.

Es toda tuya – dijo sonriéndole.

Andrés miró hacia el hotel, buscando el balcón donde seguramente estaría su jefe observando su sacrificio. Se hincó en la arena y para no perder el valor se abalanzó sobre el pequeño trozo de carne, decidido a lograr su cometido.

Tranquila, putita – comentó riendo el asqueroso sujeto – no seas tan golosa.

Andrés lo odió aun más y con más cuidado comenzó a lamer la cabeza de su verga. Pronto descubrió que puntos debía tocar para obtener una rápida respuesta. La verga creció, aunque no mucho más. Debía medir unos 12 o 13 cms. cuando mucho, aunque era bastante gruesa, y parecía perderse bajo el adiposo bajo vientre del sujeto. El glande era especialmente sensible y en cuestión de minutos Andrés lo llevó hasta el orgasmo. Se apartó en cuanto sintió que estaba a punto de venirse, y la arena absorvió los abundantes borbotones de semen.

Asqueado, Andrés se metió al mar, enjuagando su boca con el agua salada, tratando de borrar el penetrante sabor del miembro de Martos, que satisfecho, ya volvía a dormitar. Húmedo de sal y mar, volvió a la habitación de Mr. Martín. Desde el momento mismo de entrar se dio cuenta de que su jefe estaba satisfecho con su trabajo. Lo recibió con una sonrisa y le señaló el baño, donde ya el jacuzzi burbujeaba. De la mano, llevó a Andrés y se hincó para quitarle el traje de baño rojo. El miembro de Andrés, hermoso y medio erecto brincó libre frente al rostro de Martín. Un ligero y rápido beso en el suave glande fue su premio y Andrés se sintió feliz.

Entró en el jacuzzi, y Mr. Martín le enjabonó la espalda y le dio shampoo, masajeando su cuero cabelludo y posteriormente todo su cuerpo. Los sentidos de Andrés estaban a cien. El solo roce de aquellos dedos parecían ponerlo tan excitado como nunca antes se había sentido.

Mr. Martín se despojó de la bata y se metió al jacuzzi también. Su verga estaba semi erecta, y Andrés la deseó, pero no se atrevió a pedirla. Se bañaron juntos y salieron poco después. Andrés secó su magnifico cuerpo sin perder de vista el de su jefe. Finalmente Martín regresó a la recámara. El sol de la tarde se disimuló al correr las suaves cortinas blancas, que parecieron sumir la habitación en una bruma luminosa que hizo refulgir sus cuerpos recién lavados.

En la cama, Mr. Martín se acostó desnudo y fresco. Su verga resaltaba larga y erecta. Se la señaló a Andrés, que obediente se acercó a chuparla por primera vez. Olía a jabón, a hombre limpio y le pasó la lengua desde la base del tronco hasta la cabeza, para regresar por el mismo camino todas las veces que se le antojó. El hombre parecía tener un excelente control, porque nunca dio indicios de estar próximo al orgasmo. Cambiaron las posiciones varias veces, pero siempre la verga terminaba en la boca ansiosa de Andrés, que parecía no cansarse de mamarla.

Ahora quiero tu culo – dijo de pronto Mr. Martín.

Andrés había temido ese momento y aun no estaba seguro de querer dar ese paso. Una cosa era chupar una verga y otra distinta dejarla entrar en su cuerpo. Le atraía la idea de someterse a la fuerza del hombre, a su poder, y no había mejor muestra de sometimiento que darle las nalgas, pero aun sentía escrúpulos y remordimientos por estar en aquella cama haciendo aquellas cosas.

Las dudas y escrúpulos de Andrés volvieron a encender el enojo de su jefe.

La labor de un maestro no termina nunca – dijo pomposamente, mientras se ponía de pie y regresaba poco después con una palmeta de madera, muy similar a las que se usan para jugar ping-pong. – Date la vuelta – ordenó.

Andrés obedeció. Cualquier cosa con tal de aplazar el momento de entregar las nalgas.

Ponte en 4 patas – indicó el jefe – como la lujuriosa gata que eres.

Andrés resintió sus palabras, pero de todas formas obedeció. Sus nalgas quedaron alzadas. Entre sus piernas, sus huevos asomaban, velludos y colgantes. El castigo comenzó.

El palmoteo de la madera contra la carne llenó la habitación de sordos sonidos. Entre ellos, los gemidos de Andrés, que empezó a sentir el ahora conocido calorcillo correr de sus castigadas nalgas hasta la base de sus huevos, llenándolo de un extraño y básico placer imposible de describir.

Alza la cola, puta – le urgía Mr. Martín, - muéstrame tu peludo orificio.

Andrés obedecía, arqueando la espalda, mostrando su ano de forma impúdica, porque su jefe así lo quería y porque él debía obedecer, y porque sería castigado si no lo hacía.

Después de varios minutos, Andrés, con la frente recostada en la almohada perdía ya el conteo de los palmetazos. Solo sentía un ardor en las nalgas y los muslos, y un fino sudor bajando por su espalda hasta escurrir entre su raja ahora húmeda, mojando su culo, caliente y sudado.

Mr. Martín lo tomó por los tobillos y lo jaló hacia la orilla de la cama. Andrés sintió su verga dura presionando entre sus nalgas. Su glande, húmedo ya de líquido seminal, resbaló por la raja de sus castigadas nalgas. Necesitó poca presión para traspasar el ajustado aro de su culo, y un sentimiento de dolor y sumisión, mezclados con una total y profunda excitación llenaron el cuerpo de Andrés de increíbles y novedosas sensaciones.

El grueso pene de Mr. Martín comenzó a entrar en una forma enloquecedoramente lenta, haciendo prolongadas pausas que permitían al cuerpo de Andrés adaptarse a su forma y su tamaño, hasta tenerlo finalmente empalado, vencido y sometido, como una prolongación de aquél apéndice de carne que era símbolo de fuerza y virilidad.

Andrés no había conocido nunca esa sensación, y se abandonó completamente como única opción al vertiginoso embate de aquella verga que le taladraba el culo, que le abría las entrañas y le seducía y le poseía, carne contra carne, un vencedor y un vencido. Cerró los ojos y arqueó la espalda, recibiéndole y aceptándole, porque no tenía opciones, porque no importaba, porque en sus nalgas abiertas estaba la derrota y la dulce venganza del placer que con ellas le proporcionaba, porque ahora Mr. Martín bufaba complacido, lo sentía en cada una de sus embestidas, en la forma en que le empujaba sobre la cama, con todo su peso, como si quisiera ser uno con su cuerpo, y Andrés entendió que allí radicaba su fuerza y se entregó absolutamente.

La tarde y los cuerpos se rindieron, y Mr. Martín terminó arrojándole dentro un torrente de semen que Andrés pareció absorber como la tierra seca. Su propio placer parecía haberse quedado suspendido, y necesitado de un desahogo comenzó a masturbarse mientras aún sentía los últimos estertores de su jefe latiendo al fondo de su cuerpo.

Mr. Martín le ordenó parar. Le alejó las manos del inflamado sexo, y Andrés creyó que moriría de deseo y desesperación.

Date una ducha fría y ven a la cama a dormir – le ordenó.

Tomaron una larga siesta. Cuando Andrés despertó eran casi las 9 de la noche. Fuera, el cielo estrellado y el olor del mar parecía llamarle con su poderosa fuerza. Mr. Martín ya se había despertado y desnudo, fumaba un cigarrillo en el balcón. Andrés miró su cuerpo delgado y fuerte. Su pene colgaba como una fruta indolente, y Andrés se maravilló de que aquella enorme cosa hubiera estado dentro de sí apenas unas horas atrás.

Prepárate – dijo su jefe al verlo despierto – tenemos una reunión para cenar dentro de unos minutos.

Andrés se dio una rápida ducha.

Voy a mi habitación a cambiarme – avisó Andrés envuelto en una toalla de baño.

No es necesario – dijo Mr. Martín – aquí tengo todo lo que necesitarás.

Le arrojó un pequeño paquetito. Dentro, el suave y lustroso cuero negro de la tanga que Andrés había desechado en la tienda..

Esto? – preguntó Andrés temiendo una respuesta.

Eso, y sólo eso – respondió Mr. Martín.

Andrés se la puso. El mero hecho de sentirla le enderezó la verga. La prenda apenas si lograba contener su miembro excitado..

No puedo salir asi – declaró con un puchero que le hizo ver casi como un niño.

Si puedes – dijo enfático Mr. Martín – y lo harás – sentenció.

Andrés miró en silencio a su jefe ponerse un caro traje de lino blanco. No se puso ropa interior, por lo que la delgada tela dejaba adivinar completamente el contorno de su verga. Andrés estaba tan excitado que de buena gana se la hubiera mamado en ese preciso momento, pero no se atrevió a pedirlo.

Vamos – ordenó una vez que terminó de vestirse.

Andrés le siguió y antes de abandonar la habitación Mr. Martín le abrochó un collar en el cuello. Andrés le miró con gesto interrogante.

Con esto sabrán que tienes dueño – dijo mientras le enganchaba una larga cadena plateada al collar y lo jalaba hacia la puerta.

Allí le besó, metiéndole la lengua profundamente, de una forma posesiva e imperiosa, que sólo logró exacerbar la tensión sexual de Andrés.

Después salieron al pasillo. Andrés se sintió peor que un perro. No entendía que hacía en aquel lugar caminando casi desnudo, atado a una cadena y tras aquel hombre que no alcanzaba a entender. Sólo de pensar en el riesgo de que alguien se asomara en aquel momento y lo descubrieran en aquella situación le hicieron sentir un borbotón de sentimientos confusos e irónicamente excitantes.

Cruzaron el pasillo y dos puertas más adelante entraron en una habitación. Estaba casi en penumbras. Andrés podía escuchar a varias personas, pero no podía distinguirlas. Gemían, jadeaban, de una forma puramente sexual, casi animal. Los sentidos de Andrés se pusieron alertas, a flor de piel. Alguien le abrazó, y su aliento a alcohol le hizo pensar que se trataba de Martos, y le empujó con asco, queriendo alejarse de él. El tirón de la cadena le recordó que él no mandaba allí, y se mantuvo quieto. El del abrazo, se había alejado y otras personas se habían acercado. Mas acostumbrado a la penumbra vio que eran dos de los directores administrativos. Estaban desnudos, y venían con las vergas en las manos buscando acción. Andrés miró a Mr. Martín, y éste tiró de la cadena hacia abajo. De rodillas, Andrés quedó a la altura perfecta para mamar las vergas cabezonas de aquellos hombres. Se alternaron para meterle sus viejos cacharros en la boca, y Andrés se las mamó porque eso quería su jefe, y porque estaba absolutamente caliente.

Te gustó? – preguntó Mr. Martín en cuanto los tipos se hartaron de su boca y se fueron en busca de otra.

Si – confesó Andrés, limpiándose los labios con el dorso de la mano.

Te gustaría tragarte la leche también?

No lo sé – confesó.

Lo harás cuando te lo pida – fue su respuesta, y Andrés aceptó con su silencio.

Caminaron un poco por la habitación. En los rincones, los cuerpos se apretujaban, se apiñaban, intercambiando sus ardores, sus fluidos y sus goces. Algunos se quejaban, se oían palmetazos y nalgadas. El sonido puso la carne de Andrés caliente y húmeda. Mr. Martín lo notó.

Ya te hace falta una buena tunda, verdad? – le preguntó pellizcándole el trasero.

Andrés no contestó. Su verga estaba dura tan solo de escucharle decir esas palabras.

Hay alguien a quien le encantaría azotar tu trasero desnudo – le comentó.

Quien? – preguntó Andrés con un hilo de voz.

Ya lo verás – contestó.

Pasaron a otra habitación. A la luz de una pequeña lámpara, Andrés descubrió a Rubén atado al respaldo de una cama. Estaba boca abajo, completamente desnudo, con los ojos vendados y un enorme consolador metido en el culo. El recio y barbudo ejecutivo parecía estar lloriqueando como una nena, mientras el libidinoso Santori le acribillaba la espalda y las nalgas con una larga y flexible vara que silbaba en el aire y terminaba marcando la carne del maniatado sujeto.

Un poco más allá, Martos estaba sentado en un sillón y cruzado sobre sus gordos muslos, Alex, completamente desnudo, soportando los manotazos del tipo. Tenía ya las nalgas rojas y el castigo parecía que iba a continuar por un buen rato. De vez en cuando le daba un respiro, sobándole las maltratadas nalgas y metiéndole en el agujero un lubricado vibrador que hacía que poner los ojos en blanco al recién ascendido ejecutivo de ventas.

Listo para lo que sea? – preguntó entonces Mr. Martín.

Andrés no contestó. Temblaba de pies a cabeza. Era raro en un hombre de su estatura y complexión, pero no lo podía evitar. Menos aun cuando su jefe le vendó los ojos y lo condujo a otra habitación, donde fue atado de pie, con los brazos en alto a alguna argolla que habría en el techo.

Te voy a quitar la tanga – le informó Mr. Martín – y poco después te castigaré, como un ejercicio de disciplina que deberás aguantar por mí.

Andrés asintió en silencio. La verga le dolía ya de deseo.

Después vendrán algunos hombres – continuó la voz de Mr. Martín – y te cogerán, todos y cada uno de ellos. No sé cuantos serán, pero deberás satisfacerlos a todos, porque ese es mi deseo y tu me complacerás al complacerlos a ellos – terminó.

La habitación se llenó de sonidos. Hombres que entraban y se acercaban. Las manos de Mr. Martín despojándolo de la breve prenda que aun le cubría. La desnudez total. Saberse observado y deseado. Andrés, vendado, desnudo. Manos en el cuerpo, bocas succionando, vergas empujando, abriendo, horadando, castigando su cuerpo en esa noche tan larga, que era casi eterna, como el deseo mismo que parecía arder en su interior.

Cinco días después, en el avión de regreso, Andrés ya no era Andrés. O tal vez sí, pero le llevaría todavía algún tiempo darse cuenta de eso.

Altair7@hotmail.com

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