Junio del dos mil tres
En una sala de estudio, mil maneras de dejarse llevar...
Junio del dos mil tres, antigua escuela de magisterio, sala de estudio. Cuatro asignaturas pendientes me negaban el titulo de periodista, como si en tres exámenes me fuera a hacer lo que no me he hecho en cuatro años. El calor era sofocante, el verano se dejaba ver en mi frente y a pesar del aparato de aire acondicionado, el sudor era el protagonista de la tarde.
Todos los días lo mismo; estudiar por la mañana, comer y vuelta a estudiar por la tarde, hasta la noche, en la que no existían ni jueves, ni viernes ni sábados. Dura vida de joven estudiante.
En aquella sala de estudio siempre estábamos los mismos; los que nos saludábamos cada mañana, aun sin saber nuestros nombres. Los rezagados de los aprobados. Siempre los mismos. Hoy no.
Dejé de mirar al libro, para mirar al frente, paisaje desolador de cabizbajos pensantes, que dejaban solo oír el leve sonido del pasar de hojas y algún carraspeo o rebufar. Se abrió la puerta. ¿quién será? No era del núcleo estudiantil de siempre. Era alguien diferente, moreno, alto, y, según mis estimaciones, perfecto. Se sentó enfrente de mi mesa, cara a cara. Su pelo largo recogido hábilmente en una coleta estaba limpio y relucía tras su sonrisa. Me había pillado mirándole, ¡y con cara de embobada! Decidí no darle importancia al hecho mas importante del día.
Seguí estudiando y mi falda se recortaba, fruto de la fricción con la silla de falso cuero. El calor me hacía resbalar y decidí subírmela un poco. Así estaba mejor, y de camino enfriaba algo que se había calentado por ahí abajo. Creo que el se había dado cuenta del gesto y sonrió de nuevo. Tan solo llevaba una camiseta de manga corta, algo ajustada para mi delantera; no es que tenga mucho pecho, es que la camiseta no daba mas de sí. Me solté el pelo, largo casi hasta la cintura, lacio y a ratos rizado; de un color negro que no se suele ver mucho; todo mi vello es así.
Me levanté angustiada a hacer una pausa e estudio; tres horas me habían dejado la cabeza muerta, incluso se me había pasado ese cosquilleo entre las piernas que me atenazó al ver por primera vez al "nuevo". Salí de la sala de estudio, me senté en uno de los bancos y saqué un cigarrillo de mi bolsito. Lo puse en mi boca, fui a coger el mechero, y en ese momento, una llama ardiente, segura, cálida, se me acercó hasta darme fuego. Era "él", sonriendo como siempre, mostrándome su bella dentadura blanca. Acaba de girar la habitación.
Se sentó a mi lado, no sin antes pedir permiso y darle yo la afirmación. Comenzamos a hablar de todo un poco; el se llamaba Ángel, estudiaba derecho y estaba en tercero. No era de aquí, era argentino. El morbo aumentaba y mi entrepierna empezaba a resbalar. Se acabó el cigarrillo y el se levantó. Sigamos estudiando, dijo, luego seguiremos nuestra conversación ok? Yo me levanté y apagué la colilla, afirmé con la cabeza y volví al mundo real. Libros, temas, apuntes, durante otras cuatro horas, no hice mas que mirarle, observar su cuerpo, sus movimientos, sus sonrisas de vez en cuando. ¿Me habría enamorado? Lo único que sabía es que me ponía a cien; y él lo empezaba a notar.
Eran las diez de la noche y ya poca gente quedaba en la sala, apenas cuatro personas, las cuales se fueron marchando, tal y como habían estado estudiando, cabizbajas.
Solos Ángel y yo. Mi cuerpo temblaba, mi mente imaginaba, y mi interior, lubricaba. Una máquina perfectamente engrasada para todo tipo de acción.
Llevaba sola tres meses, sin novio, sin ningún amigo- amante, sin nada mas que mi mano. Triste historia sexual que podría acabar aquí.
Aun no me he descrito, por miedo a defraudarles; mi cuerpo no es una virtud, ni una traba, pero es más bien normalito. Soy morena de uno setenta, mis ojos son marrones y de nariz chata, la sonrisa es lo que me hace ganar puntos, porque según dicen, mi boca es especial. Mis medidas, sinceramente, no las se. Os puedo decir que tendríais donde cogerme aunque no mucho y en sitios concretos. Mi hermano me suele llamar "culo gordo" pero tampoco es para tanto. Mis pechos, ya sabéis como son, alrededor de una talla noventa y cinco. Y todo esto para qué? Para que os hagáis una idea de el tipo que tengo y como es casi imposible que un chico como Ángel pueda fijarse en mi sexualmente.
Se levantó, vino hacia mi. Puso sus manos en mi mesa y acercó su cara a la mía. Salimos fuera? Dijo con esa sonrisa cautivadora. Qué podía decir!, estaba totalmente prendada de aquel argentino un año menor que yo, al que parecía gustarle.
Como comprenderán el edificio estaba vacío, tan solo un guardia de seguridad vigilaba desde su puesto su alrededor; estábamos solos.
Me encendió un cigarrillo. Me gusta como fumas. No sabía como reaccionar. Gracias, dije yo avergonzada. Las chapetas empezaron a subir y el calor que había amainado con la caída de la noche volvió, para quedarse justo en mi entrepierna.
Se acercó a mi, me besó en la boca y puso su mano en mi pierna, justo en la rodilla. Sus ojos me encandilaron, su voz se hizo tenue, sus besos bajaron a mi cuello; era suya, por completo. Me llevó a los aseos de mujeres.
Mi falda en ese momento ya estaba en mi cintura, sin medias en ese momento, solo pensaba y daba gracias a que antesdeayer me había depilado. Aunque no del todo...
Me puso contra la pared, me besó enfurecidamente, me miraba a los ojos, eso me calentaba más aun. Decía que me deseaba, que quería que yo fuera suya, acaso no lo era ya?
Acarició mi espalda por debajo de mi ajustada camiseta y al hacer tensión por detrás se dejaron entrever mis pezones erectos por encima. Lamió mi camiseta con mucho mimo y tacto, sentía su lengua a pesar de su lejanía. Su mano llegó a mi trasero. Y allí se quedó intranquila, juguetona. Su otra mano buscaba algo por delante, algo que deseba rozar. Subió mi camiseta y dejó ver mi sujetador negro, ajustado. Deseaba que me lo quitase, pero aun me hizo sufrir mas; con su lengua jugueteó con mis pezones erectos por encima del sujetador, y en ese momento, en ese preciso momento, lancé mi primer gemido. Levantó la cabeza y sonrió. ¡Ay esa sonrisa!
Me quité la camiseta del todo, me abrí el sujetador; el mientras me miraba dos pasos hacia atrás mientras se tocaba la entrepierna. ¿Qué tendría ahí debajo? Me inquietaba el pensarlo, me excitaba más aun. Le dije ven, mostrándole mi entrepierna, mis braguitas mojadas por la situación, antaño blancas. El se quitó su camiseta y dejó ver su torso escultural, musculazo con muy poco vello en el pecho. Yo me iba a desmayar... y aun no había empezado.
(continuará) monipdio84@hotmail.com