Junio del 78_1_El despertar
EL DESPERTAR al sexo de un chaval de 14 años allá por 1978 en un rincón de Galicia que aún existe pero que no se parece en nada al que yo viví. Ahí va la primera parte. Espero que os guste.
(1) JUNIO DEL 78: El despertar
La verdad es que en junio de 1978 se me juntaron tantas, pero tantas cosas que creí que no iba a dar abasto.
Cumplí 14 años y en unos meses empezaría el Instituto y mientras iba descubriendo mi cuerpo y el sexo poco apoco. Ahí afuera Camilo Sesto cantaba Vivir así es morir de amor y nosotros celebrábamos por todo lo alto en Balaídos la vuelta del Celta a Primera división. Demasiadas cosas y más de tres meses de verano por delante para ir viviendo y asimilando todos esos cambios.
Desde 2 de EGB años fui cada día al colegio en el Vitrasa, el autobús urbano que costaba 2,50 pesetas. Yo tenía que cogerlo 4 veces al día porque se comía en casa pero había clases todas las tardes. A veces volvía solo caminando otras con mi amigo Carlos. Volvíamos a pie a casa e invertíamos el dinero del bus en unos Sugus, por ejemplo. En el fondo seguía siendo un niño que había crecido de repente.
Ese mes acabé 8º de EGB en un colegio donde había estado desde los 7 años. Un centro escolar que hoy sería calificado sin ninguna duda como un reformatorio y que, a pesar de emplear métodos vejatorios, no sirvió ni tan siquiera para enderezar un poquito a los hijos descarriados de la Vigo bien.
Era un colegio que funcionaba con un régimen de reformatorio para externos, internos y mediopensionistas. Algunos alumnos de pueblos limítrofes del sur de Galicia pasaban de lunes a viernes en aquel infierno junto a los más golfos e incorregibles de las familias que cuentan en Vigo y que compiten a ver quién tiene el panteón más caro en el vial principal del Cementerio de Pereiró.
Tuvieron que pasar muchos años para que un compañero de esa época, Abél, me contase lo que de verdad pasaba en ese colegio mientras yo hacía los deberes y era un chico callado y aplicado. Allí era mejor callar y no destacar. Si no palo y hostias como panes.
Estábamos ya bastante borrachos en una fiesta surrealista de ex alumnos celebrada en el Canario una famosa marisquería para bodas y bautizos de la ciudad. El cuadro era el de unos 50 tíos cuarentones contando batallitas de colegio masculino 25 años después de haber dejado ese puto colegio. Abel me contó con pelos y señales lo que allí se cocía y que yo, como era tonto, había ignorado. Él era gay así como muchos otros del colegio con los que él se había pajeado, como mínimo pero que iban de machitos ibéricos.
No me quiero desviar del tema principal ya habrá tiempo en otro momento de volver al colegio y a lo que averigüé en esa cena.
Ese verano yo ya no era un niño y acabada de descubrir mi segundo pasatiempo favorito tras la lectura, tocarme y hacerme pajas. Yo leía mucho para no aburrirme y vivir vidas más emocionantes que la mía. Con la lectura me había encontrado de casualidad unos años antes y también en verano. Del mismo modo me encontré así por casualidad un día con mi primera corrida en la mano. A partir de ahí fue un no poder parar. Darme cuenta que tenía un cuerpo que conocer y explorar y, desde ese mes, decidí hacer de todo para aprender a disfrutarlo.
Yo era de esos niños que crecen de golpe y pasé de una edad a otra sin casi darme cuenta. Yo había tenido poluciones nocturnas sin saber qué era algo normal me asusté. La primera vez recuerdo que me desperté y cuando me iba a levantar me di cuenta que tenía un pegote blanquecino en mis calzoncillos y al tocar la polla pude extraer un poco del néctar que aún manaba. Unos días después me volvió a pasar y, como era tonto, me asusté y se lo conté a Rodri, mi colega del equipo de basket que me dijo que eso me pasaba por tener mucha leche acumulada por no pajearme a menudo. Me dijo que él se hacía varias al día. Le hice caso y dejé de tener poluciones nocturnas pues la leche la gastaba pajeándome a todas horas. Podría decir que, en mi caso, el momento de transición coincidió con la primera corrida en mi mano. A la que siguieron tantas que si me pusiera a hacer cuentas me perdería.
Aquí os van algunas de las pajas que recuerdo con más nitidez.
En 1978 proliferaban las películas y espectáculos de destape femenino y podías ver tías en bolas por todas partes. Si te gustaban las tetas estabas en el paraíso. En el colegio no se hablaba de otra cosa. Con respecto a mis hermanos mayores, éramos la generación de los monos pajilleros, del acceso fácil a las revistas porno y las películas X al alcance de todos y hala a cascársela.
Con todo ese arsenal a mi alcance y a mí lo único que me interesaba era ver hombres desnudos. No sé en qué preciso momento empezó pero no podía parar de ver, admirar, comparar esos cuerpos con mi cuerpo aun en formación. Me gustaba ver pero lo que de verdad quería era tocar esas pollas. Me obsesioné con ver a los hombres desnudos.
Vivíamos en una casa grande con jardín y huerta. Rodeados de otras casas similares. No había edificios y en algunas casas cultivaban la huerta y se criaban animales para consumo familiar. Había, además, muchos campos de patatas y de maíz que se usaba como forraje para gallinas, cerdos y vacas. En junio el maíz está ya bastante alto y nos cubría por completo cuando jugábamos a escondernos. Había un montón de sitios discretos en medio de la naturaleza para jugar y también si queríamos pelearnos. A veces las peleas eran excusas para tocarnos, explorarnos y si había suerte, pajearnos.
Como nuestra casa tenía ya unos años en verano venían a menudo obreros a hacer reparaciones en el tejado, pintar la fachada o hacer alguna obra en la casa. Se cambiaban en un cuarto que había cerca del garaje y a mí me encantaba espiarlos para verlos desnudos. Me encantaba espiar a Ángel el albañil que hacía chapuzas en casa. Unos cuarenta años, muy peludo y con cara de ponerle los cuernos a la mojigata de su mujer. Siempre que se cambiaba se rascaba y se tocaba el paquete. Yo quería ver una polla adulta, la mía estaba creciendo y quería ver cómo se quedaría al final de la pubertad. A pesar de mi insistencia nunca llegué a verle la polla. Sólo los huevos que asomaban por los calzoncillos dados de sí del uso y por esa costumbre que tenía de rascarse dentro del pantalón mientras trabajaba. Me encantaba Ángel y casi todos los obreros que venían por casa. Cuando no podía verlos en bolas me contentaba con verlos en calzoncillos e imaginarme sus pollas debajo de la ropa interior. Recuerdo que cualquier variación de este tema acababa siempre en un pajote en el baño si era de día o de noche en mi cama, después de darle una patada a las mantas del calor que sentía al recordarlos. Esas pajas me gustaban mucho, me saciaban y me calmaban durante un rato.
A veces eran recuerdos de tíos del colegio. Mis amigos del barrio iban todos al colegio allí cerca pero a mí me metieron en un colegio masculino donde habían estudiado mis hermanos.
Yo jugaba a baloncesto en el equipo del cole y cuando nos duchábamos iba comprobando la variedad de pollas en distintas fases del crecimiento que había en el equipo. Sobre todo un par de repetidores, los más altos y grandotes que ya calzaban unas pollas considerables. Yo me duchaba siempre con agua templada tirando a fría para que mi polla no delatara lo bien que me lo pasaba y como regodeaba mi vista en los atributos de mis compañeros. Me gusta ver como se enjabonaban la barriga, esos pechos cubiertos de bello mientras noto el agua tibia cae sobre mi polla arrastrando a su paso todo el gel.
Fermín era el más canijo de todos y aún tenía una polla casi infantil y era, por eso, el objeto de las burlas de los mayores que se metían con él y con su mini pene. El más machito era Juan que siempre alardeaba de tener la polla más gorda del equipo. Nunca se cubría mientras se vestía y enseñaba su cuerpo siempre al salir de la ducha. No se tapaba nunca ese badajo que dios le dio y que él se encargaba de enseñar a quien quisiera ver.
A veces se acercaba por detrás a Fermín y lo agarraba por la cintura y se frotaba contra su culo como si se la quisiera meter. Los demás nos reíamos y lo jaleábamos mientras se tocaba su polla para ponérsela dura y hacer que se la metía al pobre Fermín. Por desgracia, se acababa el juego y nos secábamos para vestirnos. Al llegar a casa los martes y jueves mis compañeros del equipo protagonizaban las pajas de esa noche. Me había convertido en un pajillero adolescente y lo vivía intensamente.
Otras veces me hacía pajas pensando en tíos que conocía del barrio. Me ponía muy cachondo cuando me encontraba al padre de Mari un tío alto y corpulento con la funda de trabajar en la Citroën. Vivíamos puerta con puerta y pared con pared pues mi habitación tocaba con la suya .Llevaba siempre una funda de una talla menos que le marcaba el culo y sobre todo el paquete. Se le veía la forma de la polla aún sin estar empalmado. Era viudo y yo me lo imaginaba sacándose el rabo por la bragueta de la funda con sus fuertes y rudas manos y apuntando con el duro capullo para pajearse en esa cama donde dormía solo. Eso fue antes de que empezara a arreglarse para parecer más joven. El muy cabrón se había buscado una querida y dejó de interesarme.
A veces me bastaba ver a un tío sólo un momento para conservar alguna imagen suya y poder tener sexo imaginario con él mientras me la cascaba una y otra vez. Imaginarme sus pollas, sus cuerpos, sus manos me ponía verraco. Me las hacía lentas y con mucha saliva o rápidas y secas en función de si tenía poco o mucho tiempo.
Hasta ese momento había visto desnudo solo a mi padre y no muchas veces. La primera vez que vi la polla de mi padre tendría yo 12 años más o menos. Estábamos en la cocina y él se estaba metiendo la ropa por dentro del pantalón y en un movimiento para ajustarse la ropa y abrocharse el cinturón se le salió la polla por la abertura central del calzoncillo. El rabo estaba totalmente descapullado y las pelotas encerradas en el tejido de tela esperaban ansiosas el poder salir también a escena. Tenía el glande de color rojizo y un poco humedecido. Era una buena seta encima de una mata de pelo abundante y ensortijado. Me quedé como hipnotizado. La visión duró un segundo pero sirvió para desencadenar algo en mi interior.
Se acababa de levantar de la siesta pues mi padre trabajaba de noche y dormía un poco antes de comer y también se echaba siesta para completar sus horas de sueño. Para que lo dejásemos dormir en paz, se echaba a dormir en una habitación interior cerca de mi habitación. A mí, en verano, me obligaban a echarme la siesta y no conseguía dormir más que un rato y después, como me aburría, iba por el pasillo hasta el baño o a coger algo de fruta en la cocina y después volvía a la habitación donde leía hasta que mi madre me dejaba salir a jugar con mis amigos pero nunca antes de las 6.
Un día cuando volvía de la cocina me quedé parado delante de la puerta entreabierta de su habitación. Mi padre se había quedado dormido boca arriba con la luz de la mesilla de noche prendida y cuando acostumbré la vista a la semi penumbra me quedé sorprendido porque se le salía la polla otra vez por esa abertura central. Mis ojos ya no podían apartarse de esa polla. Mi padre tenía 50 tacos y estaba de muy buen ver. Un buen físico de trabajar en los barcos, unas manos con las que a veces me prometió algún tortazo que, por suerte, nunca me dio. Tenía un pecho muy peludo y un pollón gordo y con un glande enorme que no cabría en mi mano. Las gruesas venas de un color azulado la recorrían desde la base hasta rodear el rojizo capullo. Son justo el tipo de rabo que me habría de gustar siempre y que hoy busco en todos los tíos con los que voy.
A mí me llamó la atención que la polla no estaba dormida ni empalmada. Tiempo después me pregunté si a lo mejor esa tarde se acababa de hacer él una paja antes de echarse la siesta. Me agaché y fui reptando hasta los pies de la cama sin hacer ruido para poder acercarme y poder ver bien la vena que surcaba el tronco de su polla y que me dejó hipnotizado No me moví porque temía despertarlo y perder esa visión tan embriagadora. Mientras a mi entrepierna iba subiendo en oleadas sangre caliente que hizo que me empalmara como un burro. No sabía qué hacer. Si me iba a la habitación a pajearme perdía esa visión que me tenía hechizado pero si seguía así los botones del pantalón iban a salir disparados por la presión que ejercía en ellos mi polla pugnando por salir. Temía también que mi padre se despertase y me pillara en esa embarazosa situación. No sé cómo pero acabé con la mano metida dentro de mi pantalón corto y empecé a tocarme. Cogí mi polla con la mano y cubrí todo el glande haciendo un capuchón con el prepucio. Me gustaba la sensación de cubrir y estirar la piel continuamente y empecé a sentir un placer enorme. Cubría una y otra vez el glande y mi polla cada vez estaba más dura. Mi mano mojada en saliva tiraba de la piel cerrando el capullo y empecé a meneármela en silencio. Sin dejar que el capullo saliese ni a saludar. Quería pajearme pero sin hacer ruido. Hacía calor en la habitación, calor en el ambiente y calor en mi paquete y a pesar de todo ello no tenía prisa por acabar.
Sentí un fuego que me abrasaba y con tanto movimiento silencioso mi polla reaccionó soltando unos lefazos que quedaron atrapados dentro del capuchón que mantenía cerrado mientras subía y bajaba el glande atrapado en su interior para no mancharme la ropa. Poco a poco me fui relajando y liberé la lefa dejándola caer en la mano. Mis gordas y ya peludas pelotas habían almacenado durante toda el día una buena ración de la lefa. Olisqueé mi mano y me la llevé a la boca. Chupé toda la mano mientras no perdía de vista a mi padre que roncaba rítmicamente y a su polla morcillona que tomaba el fresco en esa tarde de verano.
Comparándola con la suya me di cuenta ese día que mi polla había crecido pero no todo lo que debería de crecer y engordado todo lo que debería de engordar y eso me ponía muy cachondo. Me encantaba imaginarme esa manaza de mi padre agitándose hacia arriba y hacia abajo con lentitud dejando al descubierto su gordo y rosado capullo. Me tenía loco poder ver esa imagen.
El episodio de la siesta no sació ni mucho menos mi curiosidad. Desde ese día a esa hora y cuando lo oía roncar iba a controlar como se había quedado dormido mi padre. Si mi padre dormía boca arriba me agachaba e intentaba verle la polla otra vez. Usaba calzoncillos de tela y era bastante fácil que se le saliesen los huevos por los laterales o el capullo por la parte delantera. En esa época ya no me aburría a la hora de la siesta.
Otro día me encontré en el baño, recién tirados a la cesta de la ropa sucia, unos gayumbos suyos usados. Me entró curiosidad de olerlos y los acerqué a la cara para sentir el olor y el calor que habían dejado su polla y sus huevos en ellos. Me desnudé y me hice una paja con ellos puestos y sacando mi polla por la abertura central por donde se le había salido a él la primera vez que vi su polla. Recuerdo esa paja con un orgasmo que me sacudió literalmente el cuerpo. Como ya estaban sucios no me importó dejar en ellas manchas de mi corrida sin temor a que me pillase mi madre.
A partir de ese día esperaba a que saliese de ducharse para oler sus calzoncillos usados. A veces me llevaba los calzoncillos a mi habitación y me hacía una paja con ellos puestos. Un día olvidé tirarlos a la ropa sucia y mi madre le echó la bronca a mi padre por ir dejando la ropa sucia por toda la casa. La pobre ya tenía bastante con tener que lavar mis sábanas con manchas evidentes de lefa y que solo se iban con lejía para también que recoger los gayumbos de mi padre tirados debajo de mi cama.
Además de los gayumbos de mi padre había otros olores que me ponían muy cachondo. El olor a pintura y el aguarrás así como la masilla. Me recordaban a Fonso, mi vecino, con su funda de fontanero y ese olor a masilla para reparar cañerías de plomo. No sé si era el olor de la funda o de sus manos. Pero aún hoy si huelo masilla me acuerdo siempre de él y de su hermano pequeño Josema que unos años después iba también a ser fontanero.
Fonso era portero y jugaba con mi hermano en el mismo equipo de fútbol. Yo aprovechaba para entrar a las duchas al terminar los partidos. Con la excusa de ir a ver a mi hermano de paso me comía con los ojos mi ración de pollas del fin de semana. De todas las pollas mi preferida era la de Fonso desde la primera vez que lo vi desnudo. No tenía ni un pelo en todo el cuerpo excepto un hilillo de pelos que le bajaba desde el ombligo y que acababa en una polla más gruesa que larga y con un capullo color cereza. Yo salía siempre caliente de los vestuarios y de aquellas duchas y con la polla algo empalmada. Además me quedaba embobado viendo su culo blanco que contrastaba con el resto de su cuerpo más moreno.
Fonso se follaba a una del barrio que quería ser su novio pero él se la cepillaba cuando andaba caliente y listo. Decía que no quería novias que lo quería era follar. Era muy amigo de mi hermano aunque algo mayor que él. Yo los espiaba porque no me dejaban estar con ellos. Hablaban de tías, de tías y de tías. Mi hermano aún no había follado nunca con ninguna y Fonso que largaba todo le contaba cómo se follaba a Carmen y cómo tenía que entrarles a las tías. A mi el tema no me interesaba mucho hasta que escuché cómo le contó que, una vez en la mili, él estaba arrestado y se tuvo que quedar en el cuartel y que había un compañero de barracón que se ofreció a descargarlo y se la chupó. Se sabía en el cuartel que a este tío le gustaba dar placer a sus compañeros y Fonso, salido como estaba siempre, no le hizo ascos a esa boca tragona. Desde ese día además de querer pajearlo me moría por chupársela yo también.
El recuerdo de esa visión sirvió como ambientación a muchas de las pajas de esos años. Me gustaba imaginarme abrazado a él besándole por el cuello, por los pezones y meterme en la boca esa piruleta de color cereza. Me gustaba imaginarme dándole placer y que él disfrutara y que se corriese en mi mano o en mi boca. Él tenía unos 22 años y fue el destinatario ideal de mis pajas durante un buen período hasta que empecé a “jugar” con su hermano pequeño Josema y descubrí que era mejor hacerse pajas en compañía. También descubrí que Fonso y Josema tenían el mismo culo blanco y el mismo pecho lampiño
En mi barrio los de mi edad eran casi todo niñas. Cuando era más pequeño, a veces jugaba con ellas pero me aburría pronto de sus juegos.
Si quería jugar a fútbol, por ejemplo, tenía que ir a jugar con los mayores pero no me hacían ni caso y no me dejaban jugar casi nunca porque me veían un canijo comparado con ellos.
Entonces iba a jugar con los pequeños haciéndome un poco el chulito. Yo jugaba a menudo con los de 11-13 años y no sólo a la pelota sino también a perseguirnos a la pita, a polis y cacos y otros juegos como el Huevo, pico o araña. A mí me gustaba mucho jugar a Polis y Cacos. Me gustaba correr. El juego acababa normalmente cuando un poli atrapaba a algún caco. Al final de este juego y de algún otro siempre se decía la frase:
“Moraleja, moraleja quien tenga huevos que los proteja, maricón el que se deja.”
La frase iba acompañada de un zafarrancho de combate en la que buscabas al que tenías más cerca para intentar apretarle los huevos, un poco para hacer daño y otro poco para tocar y que te tocaran en una época en la que las oportunidades para tocarse había que buscarlas sin ser directo. Había que disimular. Con algunos si me protegía un poco por disimular que me gustaba e impedía que me estrujasen los huevos. Lo hacía sobre todo si eran pequeños y con polla aún infantil. Con otros un poco mayores dejaba que me tocasen pues tenía una polla muy desarrollada y sabía que ahí tenía un punto ganador. Más de uno comentaba que yo la tenía muy gorda y a mí me gustaba que los demás lo supiesen pues nunca sabías bien quien te tocaba por hacerte daño y joderte y quien porque le gustaba tocar.
Yo intentaba, mientras que me la tocaban, no empalmarme para no delatarme pero se me ponía morcillona y sentía como toda la sangre me llegaba hasta la polla. Disimular por fuera por el que dirán pero quemándome por dentro en un fuego que sabía que iba a apagar, como cada noche, en la cama dándole una patada a las mantas y tocándome por todas partes. Había descubierto que me gustaba acariciarme, estirarme los pezones y también agarrarme bien los huevos con la izquierda para machacármela con la derecha. Todo acababa en una corrida que salía disparada hasta mi pecho. Al principio me limpiaba nada más correrme. Después empecé a jugar con mi leche, a tocarla, probarla y, a reutilizarla para guarrear y hacerme otra paja con la polla lefada. Me gustaba correrme y jugar con mi corrida.
Esos toqueteos casi nunca fueron a más; la mayor parte de las veces eran juegos ingenuos pero en una ocasión me quedé paralizado sintiendo como Josema me pasaban la mano por la polla para ir calibrándola y sintiéndola toda en su mano. Noté el calor de su mano y me dejé ir. Me empalmé como un burro aunque, por suerte, sólo él se dio cuenta mientras seguía repitiendo la frasecita para disimular ante los demás que me estaba sobando la polla.
| “Venga vamos a jugar al escondite!” Dijo Isma y los demás lo siguieron interrumpiendo el juego de los toqueteos para cambiar de pasatiempo. | | “El último en llegar a la fuente le toca buscar.” Gritó Isma. |
Mi bulto bajo el pantalón corto era difícil de esconder, por lo que me coloqué detrás para que no se notase.Corrí tras ellos hacia la fuente que era el pando donde se colocaba el que tenía que contar mientras aprovechaba para recolocarme la polla que apuntaba hacia arriba como un resorte yo no llevaba calzoncillos bajo el pantalón de deportes. Sabía que mi bulto se marcaba mucho más que si lo llevase encerrado en el slip y por eso muchas veces no usaba el calzoncillo.
Por suerte no llegué de los últimos y me tocó esconderme con los demás y no tener que buscarlos que era mucho más aburrido. Siempre apandaban los más pequeños que pringaban en un juego que era interminable pues podías esconderte por todo el barrio.
El escondite era mi juego preferido. Me encantaba buscar un espacio pequeño para esconderme con alguien y sentir su calor cercano. Alguna vez acabe escondido con una niña pero el juego no era lo mismo. Si me escondía con un niño hacía lo posible por acabar pegado a su cuerpo. La excitación de que te descubriesen me embriagaba y me dejaba ir y a veces pasaban cosas muy placenteras. Casi todo lo que sabía del sexo en esa época lo aprendí jugando al escondite. Algunos del barrio lo aprendieron con chicas, yo con Josema y después con Manolo y el resto.
Ese día coincidió que mientras Poli, el hermano pequeño de Isma, contaba hasta 100 me crucé con la mirada de Josema que dudaba hacia qué parte salir corriendo. Lo sorprendí mirándome directamente al paquete que antes había sobado con la excusa del juego y con mirada lasciva, de puro deseo veía como mi bulto palpitaba bajo el short.
Le hice un gesto y salimos escopetados hacia los campos de maíz. Llegamos jadeando mientras Poli aún no había terminado de contar. Non escondimos debajo de una meda que es un montón de haces de maíz que se dispone alrededor de un palo. Sirve para proteger en su interior las espigas de la lluvia. A nosotros nos servía para escondernos y esperar a que nos pilaran lo que rara vez ocurría. Había tantas medas que se hacía difícil encontrar a nadie y muchas veces el juego seguía ya casi a oscuras o terminaba cuando nuestras madres nos llamaban para cenar.
Antes de meterme debajo de la meda me saqué la polla y empecé a orinar a escasos metros de donde estaba Josema. El sol acababa de ponerse pero él pudo ver seguramente con cierta claridad la silueta oscura de una polla gordísima. De ella brotaba con fuerza un chorrazo de orina que sonaba con violencia al caer en el suelo seco.
Apretujados debajo de la meda, las piernas de Josema no paraban de moverse con nerviosismo. Él acababa de ver como una de las mis manos se había metido dentro del pantalón y me estaba sobando con descaro la polla por todas partes y veía como mi mano no regresaba a la superficie. Yo lo miraba con deseo mordiéndome los labios.
La mirada de Josema descendió hacia la parte de mi anatomía que estaba visiblemente excitada. Sus ojos se depositaron de forma insistente en mi entrepierna. A pesar de que la hinchazón en mis partes había bajado un poco por la meada, me pidió en voz muy baja esquivando mi mirada como si se avergonzara de lo que me iba a pedir
| “Enséñamela”, | | “De mil amores” puedes tocarla si quieres ¿no ves cómo lo está esperando?
Y me disponía a satisfacer su curiosidad y a mí mismo cuando él me detuvo. | | “Yo te la saco”, dijo “me dejas?” |
Josema quiso hacerlo él solo pero la encontró tan envuelta en mi camisa que tuve que ayudarle.
| “Qué grande” dijo entre asombrado y divertido. “Casi el doble que la mía” | | “Porque eres todavía muy joven. Espérate a tener mi edad, entonces verás” | | “Ya pero desde la última vez está mucho más gorda”. Se ve que te pajeas mucho”, me dijo. |
Acercó la mano a mi rabo y siguió con el sobeteo que había comenzado antes por encima del pantalón.
Yo estaba tan excitado que estaba a punto de explotar. mi mano para tocarle la polla y noté como las piernas de Josema temblaban nerviosas. Estar escondidos de todos sin que nos fueran a pillar y con las pollas de fuera nos puso a cien.
| “No, con la mano, no- dije_ si no me harás correrme rápido como la otra vez.” | | “¿Y no es eso lo que quieres? | | “¡Si pero hoy no con la mano” Quiero que me la comas.” Josema tragó saliva y no decía nada. Yo le insistí: “¡Venga! ¿De verdad qué no sientes curiosidad por saber qué se siente al chuparla?” |
Josema se empalmó al ver delante mi polla invitante. Tenía carta banca para hacer con ella lo que se le antojara y ese era el motivo de su tremenda erección. Su mano empezó a recorrer mi pierna peluda y se fue agachando hacia mi entrepierna. Cuando estuve a tiro, sin pensarlo me soltó un primer lametón que me recorrió la base del capullo. Este reaccionó dando un respingo Era excitante ver como con solo un lengüetazo mi polla se movía como si tuviera vida propia.
No aguanté mucho. Entre el sobeteo del jueguecito anterior y el morbo de estar allí los dos solos me corrí bastante rápido. Era tal la cantidad de leche que empezaron a disparar mis dos bolas peludas que si metía un centímetro más de mi polla en su boca, el semen se acabaría escapando por las comisuras de sus labios, manchando de lefa la ropa de Josema que se había masturbado mientras me la mamaba y estaba limpiándose la mano con la hierba del suelo
Yo me había corrido al escuchar ruido cerca de nuestra meda. Nos vestimos rápido por si venía alguien y nos pillaban así
| ¿Te gusta mamar, eh mariconcete? …¡Lo he notado nada más ver cómo me mirabas el paquete. Le dije en voz baja mientras nos preparábamos para salir del escondite | | Cuando quieras buscamos un sitio y lo volvemos a hacer. Me encanta tu polla y lo que más tú leche espesa y caliente. |
1977
Ésta que os acabo de contar fue mi segunda vez con Josema y los dos con los pantalones por los tobillos y las pollas de fuera.
Un año antes, más o menos, él aún tenía 11 y yo 13 y acabamos jugando a pelear y yo había metido mi mano dentro de su pantalón pero me encontré con una polla todavía sin desarrollar y sin apenas pelos. A mí me gustaba sentir los pelos. Estaba obsesionado con los hombres peludos como Gabriel el albañil o mi padre y al faltar ese detalle no me gustaba jugar.
Varios meses después estábamos solo en mi casa. Mi madre había al médico con mi hermana y todo empezó de una manera muy tonta. Estábamos jugando a las cartas y me acababa de ganar la partida de paliza y, bromeando, le dije que ya estaba bien de hacer trampas. Él se enfadó y mitad en broma mitad en serio se me echó encima negando la acusación e intentando doblegarme. Yo era más grande y corpulento y conseguí ponerme encima y reducirlo fácilmente.
| “Joder que me aplastas. No seas abusón” dijo jadeante por el esfuerzo que estaba haciendo por no ser doblegado totalmente. | | “Qué te voy a aplastar, canijo. Soy más fuerte. Ríndete” le dije mientras empecé a hacerle cosquillas que era su punto flaco. |
Lo tenía a mi merced. Hecho un ovillo para protegerse de mis embestidas cuando sentí algo duro entre sus piernas. Le pasé la mano por su polla y él se quedó en silencio. Ni se movía ni se defendía. Hecho un ovillo y esperando que mi mano volviese a tocarle el pene. Metí mi mano dentro de su pantalón corto y me encontré con una polla ya bastante desarrollada y entreverada de una mata de pelos. Se la sobé agarrándola bien desde la base. Su cuerpo se electrizó al sentir el roce de esa mano en su fusil de asalto!
Mi polla pugnaba por salir de su encierro pero no me dio ni tiempo a sacarla porque la polla de Josema había escupido la leche que tenía acumulada mientras se escuchó apenas un gemido.
| “Joder tío! Qué te pasa? Le dije. Vaya sorpresa que me acabas de dar. ¿Desde cuándo te sale leche? La última vez la tenías casi sin pelos y ahora vaya matorral que tienes ahí.” | | “Lo siento tío pero se me escapó. No me pude aguantar. No sé, me creció de repente desde hace poco”. Unos meses atrás. | | “Y ya te haces pajas? Cómo empezaste? ¡ Qué calladito te lo tenías!” | | “Desde hace un par de meses o así. Por la noche veía a Fonso como se la cascaba y cuando él se dormía empezaba yo a cascármela. Al principio no me salía casi leche pero a fuerza de repetir cada vez me sale más. Lo hago en cama, en la ducha, escondido en el corral para que no me vea nadie” | | “Ya veo, canijo. Cómo has crecido, cabrón.
Y ahora como hacemos con mi mano toda pringosa de tu leche. No sé cómo limpiarla”. |
Acerqué mi mano lefada hasta su boca y cuando pensé que él iba a apartar su boca la entreabrió y me empezó a chupar los dedos mientras me miraba fijamente entre azorado y provocador.
| “¿Te mola la leche?” Que era más una afirmación que una pregunta. “Yo también probé la mía y me gusta el sabor” | | “Sácate la tuya que quiero ver lo gorda que es. Ya me gustaría a mí tener un pollón como el tuyo”. | | “Mira, toda tuya” |
Me la saqué empalmada y apuntando hacia arriba y casi ni me dio tiempo de darle un par de toques al prepucio con mi mano aún pegajosa de su lefa y sus babas y salió una riada de leche que mi mano apenas pudo contener. Nunca me había corrido tanta cantidad. Me quedé quieto para no pringarme la ropa y vi como Josema se estiraba gateando hacia donde yo estaba y me agarraba la mano pringosa con su muñeca.
| “Quiero probar a qué sabe la tuya” y me fue limpiando dedo a dedo. “Sabe más salada y es más espesa que la mía y no se acaba nunca.” |
1978
Nos subimos los pantalones e hicimos por proseguir el juego. Seguíamos escondidos y ya se estaba haciendo de noche. Poli aún no había encontrado a casi ninguno y se quejaba, a lo lejos y en voz alta, que se aburría y que saliésemos. Pero nadie le hizo caso. Josema y yo, cada uno a su modo estaba procesando lo que acababa de ocurrir. Seguíamos en un metro cuadrado agachados y pegados uno al otro inquietos por encontrarnos allí solos después de lo que acabábamos de hacer.
Mi polla se agitaba pugnando por volver asomar por la parte superior del short. Tuve que recolocarla y casi al a vez la mano de Josema me había agarrado el paquete para empezar a sobármelo. Yo alargué la mano y le saqué la polla del pantalón mientras él me seguía sobando el pene por encima del short. Yo lo iba pajeando lentamente pues quería que durase más. Josema se me quedó mirando mientras, poco a poco, sus rodillas se empezaron a doblar haciendo que su centro de gravedad se tambaleara. Su cara estaba casi encima de mi barriga. Empujé hacia arriba con un leve golpe de caderas y fue asomando la punta húmeda de mi polla a la vez que la cabeza de Josema se iba doblando al ritmo que le iba imprimiendo mi mano. Mis piernas se abrieron en dos acogiendo la boca de Josema que como un penitente se engulló mi polla con ganas. A partir de ese momento Josema hablaba raro con la polla clavada hasta el fondo. Tenía la boca completamente deformada por el grosor de rabo que estaba engullendo y era incapaz de casi decir nada.
| Te gusta? Alcanzó a preguntar mientras se la sacaba para relamerme el capullo con su gorda lengua. La tenía enorme y se dedicaba a mi polla con la fruición que dedicaba a chuparse los conos de chocolate | | ¡Para, para, tío vas a hacer que me corra! Le solté mientras lo enganchaba del pelo para tirar de él con fuerza hacía atrás. | | Déjame que quiero tragarme todo lo eches por la pirola. |
Cumplió su palabra y se tragó toda la leche que fue capaz de producir, por segunda vez en poco tiempo, la polla de un chaval de 14 años mientras daban las 10 en el reloj de la iglesia.
Mientras nos preparábamos para salir del escondite me dijo que hasta ese día no había hecho nunca una mamada y en menos de una hora ya iba por la segunda. A él se la había mamado Mari mi vecina que siempre estaba dispuesta a merendarse la leche de los chavales primerizos del barrio. Se cepilló a todos los que querían descargar. A mi dejó de perseguirme cuando vio que mi polla en su mano no crecía nada.
Esa tarde de junio, me confesó también que había visto en las revistas porno de su hermano Fonso como se hacía pero que la mía era la primera polla que cataba. Yo siempre habría de recordar a este chico que mamaba de rodillas, con una maestría digna de mencionar para un primerizo.
1978
A partir de ese día nos buscábamos como perros en celo aunque no siempre podíamos hacer todo lo que nos gustaba y los días, después de aquellas corridas jugando al escondite, no pasamos de un par de magreos y sobadas de polla en su casa cuando veíamos la peli de sesión de tarde.
Hacía siempre frío en aquella casa y para ver la tele había una manta que usaban para no congelarse y que nosotros, ardiendo como estábamos, usábamos para meternos mano sin que nos viese su hermana pequeña que, hipnotizada, veía Heidi mientras nosotros nos tocábamos.
Había que inventarse alguna excusa. Buscar un sitio apartado para sofocar el calentón que arrastrábamos y que estaba a punto de estallar otra vez.
Quería volver a notar en mi polla llena de sangre hasta reventar las suaves caricias que Josema me había dado y volver a vibrar cuando me rozase con su lengua y vaciar todo el semen que mis gordas y ya peludas pelotas habían almacenado recordando aquella tarde.