Julio cesar alvarez

Recorte de las vidas de un hombre mayor y un joven en un lapso que va de 1983 a 1989 aproximadamente, cuando sus caminos se cruzaron.

JULIO CESAR ALVAREZ

por

Eduardo de Altamirano

NOTA PREVIA

Si algún lector desea leer la versión pdf de este relato, donde están las imágenes que aquí no aparecen, debe pedírmelo a: buenjovato@yahoo.com.ar y a vuelta de correo-e con mucho gusto se lo enviaré.

EL RELATO

Quien andaba yirando era yo. Él estaba sentado junto a otros muchachos en el cerco del Ministerio de Obras Públicas. Faltaba poco para la una de la mañana y hacía frío. El otoño del año 1983 estaba a punto de terminar. Por lo general, cuando yo yiraba, lo hacía en auto; pero, esa noche, en la que no pensaba salir, sobre la medianoche, decidí hacerlo a pie. Un vago me había prometido visita y no cumplió.  Pensé acostarme a dormir, pero, después cambié de opinión. Saldría. No sabía con lo que podía encontrarme ya que aquí se cumple siempre eso  que un poeta de la ciudad escribió allá por los años 30’s y reza:

Noche, La Plata, centro.

Cuatro gatos y algún cusco.

Nunca encuentro a los que busco.

Nunca busco a los que encuentro.

¡Como sueño en la metrópolis;

Roma, Atenas y su Acrópolis,

Madrid, Paris, vida, mitos.

La Plata y sus pobres mozos,

Ciudad de amigos gravosos

Y de enemigos gratuitos…

Si no me equivoco se llamaba Pablo Navajas Jáuregui y su poca pasión por las campanas se veía compensaba con su impenitente devoción por los badajos…

Bueno, la cuestión fue que cuando pasé frente a los muchachones apostados en el Ministerio de Obras Públicas la impresión que tuve era que físicamente no valían gran cosa. De todos modos, decidí dar una vuelta a la manzana y pasar nuevamente para una segunda evaluación. Los biché como corresponde y persistí en mi calificación: “solo para caso de necesidad extrema”, que no era el mío. Por lo tanto, seguí viaje.

Pero, hete aquí que uno de los mancebos advertido de que yo andaba de levante, abandonó el apostadero, vino tras de mí, se adelantó y me interceptó el paso para pechearme un cigarrillo. Como un cigarrillo no se le niega a nadie, hurgué entre mis ropas, extraje un atado de Parliament medio vacío y se lo dí. Para hacerla completita, me pidió también fuego. Le dí mi cajita de fósforos a condición de que me la devolviera porque no tenía más en casa. Cigarrillos si; fósforos, no. Se quedó con dos o tres cerillas. Cuando me devolvió los me dio su reclame:

-         Cobro poco y la tengo grande…

La forma en que se publicitó me causó gracias. Decidí seguirle la corriente…

-         ¿A qué le llamas poco?.

-         No sé, lo que quiera darme…

-      No, el precio lo ponés vos. Yo te digo si lo puedo pagar o no…

-      Veinte pesos de los nuevos…

¿Qué se podía hacer con $a 20,00, en mayo de 1983?... Mi memoria no da para recordar la cantidad de azúcar, yerba, asado, papa u otra cosa susceptibles de comprar con ese dinero. Si recuerdo la cantidad de dólares que se compraban con $a 20,00. La paridad era de u$s 1,00 = $a 11,50; es decir se compraban u$s 1,74. Es decir que con veinte pesos de los nuevos (pesos argentinos) se podía comprar más o menos lo que hoy se compraría con $ 18,30 o sea ½ Kg de yerba. El chico se ofrecía por medio kilo de yerba. Eso si: yerba con palo y el palo era grande.

Dadas las circunstancias, acepté la oferta. Después yo la manejaría a mi gusto porque mi criterio de siempre ha sido “no pagar por el pito menos de lo que el pito vale”. Fue así como el joven y yo arrancamos para mi departamento, a unas diez cuadras y pico del lugar.

Mi departamento no era mi lugar de residencia permanente, sino una comodidad que tenía en el centro de la ciudad para evitarme mayores desplazamientos y, al mismo tiempo, poder descansar, bañarme, estudiar y atender todas esas cosas que requieren de un sitio apropiado. Constaba y sigue contando, porque aún cuando hace añares que lo tengo alquilado su estructura sigue siendo la misma, de un ambiente, un baño y una cocina separadas. Los muebles que llevé allí fueron: una cama de dos plazas de bronce, mesitas de luz, un roperón de tres cuerpos, una mesa con cuatro sillas, un sillón Chesterfield y una biblioteca. Todos objetos antiguos rascados de aquí y allá y puestos con el buen gusto que me caracteriza. En una mesita rodante tenía un TV de 14”. La cocina tenía heladera y muebles sobre y bajomesada. El baño no tiene bañera y si un multifaz que oficia de bidet y pediluvio. En resumen: completito y supercómodo, porque el ambiente además es enorme. La superficie cubierta total es de 45,5 m 2 . Una bestialidad para un monoambiente.

Mientras pateábamos las diez cuadras me informe que el joven se llamaba Julio César, que tenía 17 años, que hacía changas como peón de albañil, que no había terminado la escuela primaria, que vivía con una abuela en El Dique, que sus mamá, su padrastro y sus hermanastros vivían por Las Quintas, que jugaba al fútbol, que no fumaba ni tomaba y, por lo que después puede apreciar, tampoco comía…

Si, ni bien llegamos al departamento, me preguntó si tenía algo para comer. Cuando pude verlo con buena luz, me dio pena. Muy agraciado de cara que digamos: no era; pero, de cuerpo, se lo veía bien. Un poco falto de olla y otros cuidados, y nada más. Calculé que debía andar por el metro setenta y pico de altura por que era más alto que yo que solo mido 1,69 (a mi me persiguen los números equívocos).

Le pregunté si me aguantaba un chiquito que le preparara algo rápido para que comiera. No mostró urgencia y en un poquito más de media hora le preparé un guiso: cebolla, ají, zanahoria, papa, zapallitos, fideos y un churrasco de cuadril cortado en daditos. Mientras se cocinaba ese menjunje, le dí galletas y queso mantecoso para que entretuviera el diente que, dicho sea de paso, le había quedado medio solo porque le faltaba un par de ellos.

No parecía malo. Más bien era una víctima de la circunstancias. Se lo veía torpe e inocentón. Me trataba de usted. “Qué pedazo de cama tiene” me dijo apuntando con un dedo a…

mi imponente cama de bronce y, tras ello, soltó un carcajada y comento que un par de noches antes a la suya se le había terminado de romper una de las patas y la tenía apoyada sobre un balde dado vuelta. Me hizo sentir vergüenza. Le prometí que le solucionaría el problema.

Cuando le serví el guiso no lo comió: lo devoró. Tragaba y repetía: “cocina bien, está muy rico”. No solo comió, se tomo cinco o seis vasos de jugo Tang. En la heladera tenía un taperware con parte de los duraznos de una lata que había abierto hacía poquito. Se los ofrecí y también se los embuchó.

Eran las dos y media de la mañana. Le puse sobre la mesa cuarenta pesos, el doble de lo que había pedido, y le propuse que, teniendo en cuenta la hora que era y que recién había comido, dejaramos “la función” para otro día y que, en su lugar, se fuera a su casa a dormir y hacer la digestión. No quiso saber nada de posponer “la función”, decía que no había drama, que él podía lo más bien. Cuando se percato que yo no era de arriar a los tirones, aflojó. Me preguntó cómo hacíamos para arreglar y yo le propuse que me llamara por teléfono un par de días después. Pese a estar de acuerdo, no se iba. Como yo no quería ser descortés, lo aguantaba hasta que decidiera partir.

En eso estábamos cuando me preguntó si se podía bañar. ¿Qué le iba a decir?, le dije que si… Había hecho treinta, nada me costaba hacer treinta y uno. Además, pensé que mal no le vendría una buena refregada. ¡Quién sabe cuáles eran las comodidades (si así se las podía llamar) que tendría en casa de su abuela pare estos menesteres. Le prendí el calefón y le preparé el baño. Mientras él se bañaba, hice algo que me dictó el corazón y cierto sentido práctico. En ese entonces yo estaba por cumplir 43 años y mi peso debía rondar los 75 kilos Julio debía pesar unos 10 kilos. menos. Mi ropa le debía quedar grande. Pero yo tenía algunas cosas de cuando pesaba menos en el…

el roperón de Julita, del que en otra oportunidad contaré su historia. Mide 2,20 x 2,10. Tiene el largo del baño. Bueno, decía que allí tenía ropas que de seguro le venían bien a Julio. En una primera búsqueda, para no desordenar le encontré unos calzoncillos y unas camisetas Eyelit que estaban como nuevos y, también, una camisa que ya no usaba y estaba flamante. Además era muy abrigada.

Le avisé que le había encontrado una ropa interior que se podía poner ya. Por eso cuando terminó de bañarse, salio del baño cubierto solo con una toallita. Tenía un lindo cuerpito, proporcionado. Y bañadito lucía más. Al ponerse el calzoncillo dejó ver que tenía buena dotación; sobre todo buenas bolas. Le ofrecí un té y aceptó. El té es una infusión a la que puede decirse que soy adicto. En invierno suelo cargarlo con chorritos de Fernet Branca o con Gin. Para prepararlo me fui a la cocina y lo dejé solo en el multiuso. Cuando volví con la bandeja del té, estaba sentado en la mesa. Se había puesto solo el calzoncillo, la camiseta y unas medias que también le había encontrado… Miraba…

mi vieja cámara fotográfica Contaflex que aún prestaba servicios en excelentes condiciones y los siguió prestando hasta el año 2000 en que decidí jubilarla después de usarla 41 años.

Tomamos el té muy calladitos. Parecía que se nos habían acabado los temas. Casí cuando la ceremonia estaba por concluir, Julio César rompió el silencio…

-      ¿En serio no quiere que hagamos algo?. Mire que yo no tengo problemas…

-      Como querer: quiero, lo que no quiero es hacerlo hoy porque es tarde… Quedamos en que pasado mañana me llamarías por teléfono y arreglaríamos para otro día… Bueno, ya está…

-      Le quería preguntar una cosa…

-      Preguntala…

-      Hoy, ¿me puedo quedar a dormir?...

-      Le tenés ganas a la cama…

-      Y si la mía se partió, ¿qué quiere?...

-      Está bien, quedate; pero a dormir nada más y mañana cuando yo me levante, todo el mundo arriba ¿eh?...

-      Si, yo tengo que ir a ver a uno que dijo que tenía un laburo para mi…

-      Muy bien…

-      Otra cosa don, ¿alguna vez me va a sacar una foto con esta máquina?...

-      Las que vos quieras… ¿Cómo querés que te saque, desnudo o vestidito?...

-      Como a usted le guste…

-      Bueno, vamos a empezar desnudito que para eso no se necesita nada; después, cuando te hayamos procurado algunas pilchitas como la gente, hayas visitado al peluquero y alguna otra cosita, te hacemos unas fotos vestidito para que pegues el golpe… Pero, para todo hay tiempo… Ahora, vamos a dormir…

Sin darme cuenta y sin pensar mucho empecé a hacerme cargo de la suerte del borrego sin pedirle permiso. Cuando nos metimos en la cama cumplió con su palabra, no hizo otra cosa que dormir. No tardó nada en dormirse y la forma de respirar delataba que estaba dormido. No era una respiración normal, silenciosa. Debía tener crecidas las adenoides. Trabajo para un otorrinolaringólogo. Yo demoraba para tomar el sueño. Pensaba en lo azaroso de la vida. ¿Quién me hubiera dicho unas horas antes que terminaría el día acostándome con un pendejo de diecisiete años que amenazaba con convertirse en toda una preocupación para mí?. Mi amiga Graciela hubiese respondido: “Mongo”. Mongo es un hombre que tiene la particularidad de no existir, no haber existido y, probablemente, no existir jamás; pero, eso si, sabe todo. No sé, se me ocurre que debe ser argentino y no quiero macanear, pero se me hace que es pariente mío.

Al final me dormí y tiene que haber sido muy profundamente porque cuando desperté a las 8 hs., despertador por medio, lo tenía a mi compañero de cama dormido, roncando y abrazándome vaya a saber desde cuándo. Me lo saqué de encima y lo zamarreé para que se despertara y medio como se sentó en la cama. Yo fui al baño y luego a la cocina a preparar café. Cuando volví con la bandeja y el desayuno, Julio recién salía de la cama. Evidentemente la cama tenía un efecto afrodisíaco en él: el palo era inocultable. Fue directo al baño.

Pasadas las ocho y media estábamos saliendo del edificio. El tomo para un lado y yo para otro. Le recordé que me llamara y le puntualicé que iba a estar esperando su llamada.

Esa mañana ocurrió algo me invito a pensar que el chico me traía suerte. Si. A principio de año, un amigo (gravoso) me había formulado un pechazo: u$s 250,00 que en la moneda del momento (pesos ley 18.188) serían unos $Ley 20.000.000,00. No es joda. Dadas las circunstancias, yo daba por perdido ese dinero. Este amigo estaba sin trabajo. Me había dicho que en un mes me los devolvía, ya habían pasado cuatro. Mejor olvidarse. Esa mañana, este amigo me llamó por teléfono. Quería verme. Le dije que si y se vino. Mal pensado, supuse que necesitaría otro préstamo. Me equivoqué. Hacía casi dos meses había encontrado un excelente trabajo y quería cumplir conmigo. Me pago los 250 dólares, no en dólares, como le di yo, sino en

pesos ley 18.188, cuyo billete de máxima nominación se ve en la foto.

De repente me vi con una plata que yo daba por perdida. Pensé “con esto tengo para ensillarlo a este pibe y conseguirle una cama”. En estas cosas, y otras muchas más, yo no soy de mucho analizar y calcular, me mando y que sea lo que Dios quiera. Si sale bien, sale bien y si no: a otra cosa mariposa.

Por la mañana del día siguiente me hice un huequito y salí de compras. Menos zapatos (porque no sabía el número que calzaba) le compré de todo en un boliche de la diagonal 80 que vendía ropa para gente joven. Si mal no recuerdo se llamaba “Jorge” y estaba cerca de la calle 4. Vaqueros, camisas, pullovers, una campera, medias, calzoncillos, cinto. Recuerdo que salí de ahí y a unos metros compré un bolso enorme y metí todo adentro. Inmediatamente fui para el departamento y lo deposité allí. Cuando salí me pregunté, “¿y si no me llama?”. No preocuparse, si no me llama: peor para él. Ya encontraría a quien regalarle esas cosas.

Pero, al día siguiente y muy puntualmente, me llamó. Arreglamos en que iría por el departamento el viernes a las siete y media de la tarde. Me preguntó “qué había estado haciendo”. Mi respuesta fue: “¿sos de la cana que hacés esas preguntas?”. “No, era para saber, nada más”. “Bueno, después te cuento”. Y ahí quedó todo.

En viernes se apareció hecho un desastre en cuanto al aspecto. Sucio, pero no de roña, sino de tierra, como si hubiese estado en un polvaderal. Estaba haciendo changas en una obra que recién empezaba y tenían que limpiar el terreno. Tenía que trabajar de lunes a viernes y le pagaban una miseria. Bueno, la cuestión no era ponerse a llorar porque con llorar no se arregla nada. Le preparé él baño y al agua pato. Mientras se bañaba, levanté toda la ropa que se había sacado. Menos el pantalón, todo lo demás lo metí en un balde y le eché jabón en polvo. Cuando terminara de bañarse lo cargaría de agua. No quería abrir canillas. Sobre la cama puse un calzoncillo, una camiseta, un par de medias y el pijama de jacard que le había. A título de préstamo puse un par de pantuflas de gamuza. Le avisé que sobre la cama tenía ropa limpia.

Como la primera vez, salió del baño cubierto solo por una toalla pequeña y en patas porque yo le había secuestrado también las zapatillas. Yo estaba en la cocina en el momento que salió y lo ví pasar frente a puerta cuando se dirigía a la cama. Supuse que cuando viera la ropa diría algo; pero, no se lo oía. Intrigado, me asomé a curiosear. Estaba parado frente a la cama, desnudo porque la toallita se la había caído y sollozaba  en silencio, notoriamente compungido. La escena me golpeó fuerte, pero entendí que no debía aflojar y no aflojé. Lo encaré de una con la intención de hacerlo reaccionar, pero, no me dio tiempo. Cuando me le acerqué, se dio vuelta, me abrazó y largó a llorar con todo… Yo también lo abracé y lo único que atiné a hacer fue palmearle la espalda… Tardó un rato en reaccionar, pero reaccionó… No dijo nada de por qué lloraba ni yo se lo pregunté. Me dio las gracias. “Son todas muy lindas” apuntó refiriéndose a la ropa y pregunto cuándo las había comprado. Le anticipé que le iba a comentar la historia durante la cena “porque había más”

-         Más, ¿qué?...

-      No seas ansioso, ya te voy a contar, ahora dejame que terminé con la cocina porque si no vamos a cenar el día del arquero…

-      ¿Qué vamos a comer?...

-      Y meta con las pregunta… Prendé el televisor así te entretenés…

Por suerte prendió el televisor y se entretuvo… Yo pude terminar de preparar la comida, poner la mesa y sentarme con él a comer juntos, por primera vez… Recuerdo el menú: papá fritas con puré de papas…

-      ¿Sabe un cosa?... Tiene buena mano para la cocina. El guiso del otro estaba bárbaro y esto le salió súper… El puré tiene un gusto raro, sabroso, ¿qué le puso?...

-      Nuez moscada…

-      Nuez, ¿qué?...

-      Moscada…

-      Nunca oí hablar de eso… Usted si que sabe…

-      Algo… Hace un rato me preguntaste cuándo había comprado eso que tenés puesto… Te cuento…

Le conté, entonces, lo que un poco más arriba narré acerca de ese amigo que inesperadamente me había devuelto los veinticinco millones de pesos que tiempo atrás le presté. No podía creer que yo, alguien que recién lo conocía, hubiese decidido gastar ese dinero en él. En algún momento parecía que se iba a largar a llorar nuevamente. Felizmente pude evitarlo. El postre de la cena fue el bolso con la parte de la ropa que aún no le había dado y tenía escondida en el roperón de Julita. Se lo veía loco de contento. El comentario final fue…

-         Ahora me va a poder sacar las fotografía…

-         No…

-         ¿Por qué no?...

-      Porque todavía no tenés los zapatos (en ese entonces no se usaban zapatillas como ahora)… Vas a tener que esperar un poco mas… -se rió, pero se quedó con la última…

-      Bueno… Pero ahora puede fotografiarme en pelotas…

-      Eso, si… Siempre y cuando me prometas que mañana por la mañana te vas a dejar cortar el pelo…

-      ¿Usted me lo va cortar?...

-      No, yo no… Se hacer muchas cosas, pero no se cortar el pelo… Te puedo llevar a la peluquería de Hugo, un amigo mío que es un artista con la tijera

-      ¿Donde tiene la peluquería?...

-      ¿Qué peluquería?...

-      La peluquería donde corta el pelo…

-      En ninguna parte… No tiene peluquería… Es relojero y solo les corta el pelo a algunos amigos … Aprendió peluquería viéndolo al abuelo… Cuando yo quiero que me corte, lo llamó por teléfono y voy a la casa, en Gonnet… Me corta el pelo en un galpón… No me cobra nada… Si yo se lo pido, a vos también te va a cortar y tampoco te va a cobrar…

-      Bueno, vamos…

-      Si, pero no ahora… Ahora hay que lavar los platos…

-      Lo ayudo…

-      No, pichón… La cocina es chica y dos lo único que hacen es molestarse y tardan más… Dejame que solito lo hago más rápido… Otro día los lavás vos…

-       Listo… Lo espero para las fotos entonces…

-      De acuerdo…

Julio César se acomodó en el sillón para mirar la tele y yo lavé los platos… Cuando estaba haciendo esto se asomó a la puerta para preguntarme:

-         Usted limpia el departamento…

-      No pichón, yo lo cuido… Tengo una señora que viene una vez por semana, a veces dos y hace una limpieza profunda… ¿Por qué preguntabas?...

-      No; como todo está que brilla…

-      No hay quien ensucie…

-      No viene nadie…

-      ¿Otra vez vigilanteando?...

-      No, no lo vigilanteo… Si no quiere decírmelo, no me lo diga… No me voy a enojar…

-      Conmigo por podés observar lo que se te antoje… Vas a ver que yo no escondo nada, por la sencilla razón de que no tengo nada que ocultar… Lo que no me gusta es que me interroguen a lo milico… Yo nunca pregunto nada y si lo hago es por algo bien claro… Ejemplo: si te consigo una cama, a dónde te la envío o cómo hacemos para que te la lleves…

-      ¿Me va a conseguir una cama?...

-      Si, la semana que viene la voy a tener…

-      ¿La semana que viene?...

-      Si, entre lunes y martes… Ni bien tenga un rato libre voy a una casa de compra-venta, por 1 y 42, y la compro, con lo que me sobró de la guita que me devolvieron. Lo que quede de eso será para los zapatos…

-      Usted está en todo…

-      Si estuviera en todo sería Dios… Y no soy Dios… Soy nada más que un pobre puto…

-      No diga eso…

-      ¿Por qué no tengo que decirlo?...

-      Porque para mí usted no es puto…

-      Ah, si… Mirá vos… No soy puto, pero dentro de un rato me vas a coger…

-      Si, pero no lo voy a coger porque sea puto…

-      No me digas, ¿y por qué me vas a coger?...

-      Porque es bueno y se hace querer…

-      ¿Me hago querer?...

-      Si…

-      ¿Vos me querés?...

-      Y…, estoy empezando a quererlo… No sé si usted me va a querer, porque yo no valgo nada…

-      Mirá Julito, yo no oculto nada. Vos no sabés si te voy a querer, yo tampoco lo sé. Lo que si se es que puedo hacer algunas cosas para que valgas algo y como puedo: lo hago, siempre y cuando vos no te opongas…

-      No, yo no me opongo; qué me voy a oponer, si nadie hace nada por mi… Usted es el primero… ¿Por  qué que me puse a llorar hoy?... Por eso digo que usted no es puto y si le gusta yo lo voy a coger todo lo que usted quiera…

-      Lo importante no es que yo quiera, sino que vos también quieras…

-      Para mí, si usted quiere, yo también quiero… Déjeme que lo garche una vez y va a ver si quiero o quiero…

-      Te dejo, pero, primero vamos a hacer las fotos…

En ese momento le estaba dando el toque final a la limpieza de la cocina y volví al multiuso… Pasé por el vano de puerta donde él estaba apostado y le acaricié la cara en un gesto de simpatía…

-         Sos un tesoro, pichón…

-         ¿Por qué me dice pichón?...

-      Porque sos un pichón… A los 17 años todo hombre es un pichón…

-      Cuando se la ponga no me va a decir más que soy un pichón…

Me reí y de inmediato me puse a preparar la máquina para la sesión de fotos… Porque las cámaras con rollo tenían muchos belines… Las digitales, ahora, son una bala… Como las iba a revelar yo, preparé la máquina para B/N. De todas las fotos que me saqué, una a mi juicio es la mejor de todas… Es esta…

es la que más me gustó. No sé por qué se puso en esa pose. Parecía un animalito asustado. Con esa cicatriz sobre la axila derecha. No sonreía porque le faltaba un diente. Sujetando esa “cadenita” de cuero. El pelo terriblemente dañado, sin champú que lo mejorara. Para colmo se lo había recontrasecado con el secador de pelo y parecía paja. En fin, la sesión de fotos fue divertida porque entre foto y foto Julio hacía toda clase de monerías. Se había desatado y empezaba a sentirse como en su casa. En una de esas me preguntó si podía comer una bananas de las que estaban en la frutera. La ocasión me pareció ideal para puntualizarse que la todo lo comestible que había en el departamento era para comer y que no tenía que pedirme permiso para comer algo.

-         Ve por qué yo le digo que usted no es puto…

-         No, no veo… Explicámelo…

-      Porque yo le pedí permiso para comer y usted me dijo que para comer de lo que hay en el departamento no le tenía que permiso… No hizo como el  Cogollo, un viejo puto, asqueroso que yo me cogía. Me dijo que yo eran un negro de mierda, sucio, ladrón porque le use una gota, solo una gota de un perfume que tenía en el baño. El perfume estaba al lado del jabón, sobre la pileta. Me acuso de que le había abierto un mueble. Yo no le abrí nada. Lo que le abría era el culo y bien que le gustaba. Además me cagaba con la plata, porque yo le había pedido 500 lucas por echarle un polvo y él me forzaba para que le echase dos, pero me seguía dando 500 lucas, ni un sope más. Un puto hijo de mil putas el Cogollo…

-      ¿Por qué le decis cogollo?...

-      Porque me pedía que se la pusiera hasta el cogollo…

-      No se llama Cogollo…

-      No, no me acuerdo como se llama. Sé que es abogado porque íbamos a donde él trabajaba para garchar… Usted es al revés, me trata muy bien… A mí me gusta que traten bien… Seré negro, ordinario, sucio todo lo que se quiera, pero no le falto el respeto a nadie… ¿Por qué me lo van a faltar a mi?...

-      Tenés razón… Además, tratar bien a la gente no cuesta nada y es más lindo…

A todo esto se habían hecho más de las diez y media de la noche. Fiel a mi costumbre de crear situaciones para quilombear un poco, como se había consumido el rollo de fotos, lo retiré de la máquina, lo guarde en el tubito protector para que no se velaran los negativos y lo metí en mi portafolios para llevarme a casa donde procedería al revelado. Toda está ceremonia la realicé en silencio y muy lentamente. Desde una silla, sentado en pelotas, Julio César me miraba. Como yo no hablaba, él tampoco lo hacía. Cuando terminé, procedí a sentarme y continué callado. Callado y serio. Después de un rato, Julio preguntó…

-         ¿Qué le pasa?...

-         Que yo sepa no me pasa nada… ¿Me tiene que pasar algo?....

-         No, pero como se quedó callado y está serio…

-         ¿Es malo estar callado?...

-      No, pero qué se yo… ¿Hice algo malo que usted se puso así?...

-      No sé, vos sabrás si hiciste algo malo… Bastante tengo con cuidarme yo de no hacer nada malo, para además andar controlando a los demás… Vos tenés que saber lo que hacés…

-      Pero usted tiene que decirme si hago alguna cagada… ¿Hice alguna cagada?...

-      Olor, por lo menos, no hay…

-      No sea malo, dígame… ¿Qué hice?...

-      Yo no soy malo…

-      Si, usted es malo y no me quiere decir lo que hice para que se pusiera así…

-      Hace un rato era un santo, ahora soy un malo… Dentro de diez minutos, ¿qué voy a ser para vos?... ¿el viejito Cogollo?...

-      Me toma el pelo…

-      No, el pelo te lo voy a hacer tomar mañana…

-      Bueno, dígame, ¿qué hice?...

-      “Qué hice”, no; “que hacés”…

-      Bueno, ¿qué hago?.

-      Nada…

-      No lo entiendo…

-      Si no me entendés, pensé un poco… No hace mal pensar…

-      No me tome el pelo, explíqueme qué pasa…

-      Pasa que vos decís una cosa y después hacés otra…

-      Y, ¿qué dije yo?...

-      El otro día vos me dijiste que te dejara garcharme una vez y así iba a enterarme si querías realmente garcharme o no. ¿Te acordás?.

-      Si, me acuerdo..

-      Bueno, yo te dejé y vos, ¿qué hiciste, qué haces?.... Nada… Eso es lo que hacés: nada… Lo mío que era dejarte hacer, lo hice… Lo demás es cosa tuya y al paso que vamos no sé cuando me voy a enterar… Tal vez nunca…

-      ¿Y para decirme que no lo garchaba dio todas estas vueltas?

-      Las vueltas me las hiciste dar vos, yo estaba calladito, esperando…

-      Bueno, no espere más… Vamos a la cama…

-      Ahora me parece que no tengo ganas…

Se dio cuenta que lo que yo hacía era buscar roña para divertirme un rato y entonces cambió de táctica y me cortó el chorro…

-      Si no tiene ganas es cosa suya; yo si tengo ganas, así que vamos a cama y no se resista por lo llevo de prepo…

Cuando me dijo esto, se paró y en bolas como estaba se vino hacia mí en actitud desafiante… Fingí achicarme…

-         Muy bien, Jefe, no se enoje; yo hago lo que usted mandé…

-         Mejor así; sáquese la ropita y a la cama…

Apagué todas las luces y fui hacia el lado izquierdo de la cama, donde empecé a desnudarme… Julio ya se había metido en la cama por el lado derecho. Una vez desnudito, hice lo propio y apagué la luz de la lámpara de mi lado que era la única que estaba encendida. Desde la cocina llegaba un tenue resplandor  que venía de la calle.

No fue más que apagar la luz para que Julio César se pusiera en acción como una tromba marina. Ni remotamente imaginaba que su desempeño llegaría a ser ese. Porque es bueno señalar que si bien yo tenía hasta ese momento un prontuario de no pocos encames con levantes callejeros ocasionales, ninguno o casi ninguno de esos encames había sido digno de ser recordado. En general, fueron de una espantosa chatura, faltos de entusiasmo. Los jóvenes con quien me había acostado solamente tenían interés en los pesos que al fin del coito habría de entregarles. Por lo demás, se limitaban a hacer lo mínimo que yo les requería. Se limitaban a tirarse desnudos en la cama y dejar que yo promoviera lo que en definitiva se hiciera. Cuanto más rápido, mejor; cosa de cobrar y desaparecer. Con Julio esperaba algo con un poco mas de categoría, pero de ningún modo algo que resultara asombroso. La verdad fue que me quedé muy corto en las expectativas. Ni bien quedamos a oscuras, desnuditos los dos en la cama, Julio César se vino sobre mí como una brasa encendida; era el lobo feroz de Caperucita Roja dispuesto a morfarme. “Dame esa boquita chupa pija” me decía con la clara intención de chuponearme. La cosa no era para decirle “no, ahora no, vení mañana”. No debía resistirme. Le entregué mis labios y él se ocupó de invadir hasta mi garganta y si no fue más adentro no se debió a que no tuviera ganas, sino a que su lengua, larguísima, no lo era tanto como para tomar posesión también de mi esófago. La voracidad del pendejo era terrible. Yo estaba como un arquero al que le disparan cien penales al mismo tiempo. No sabía para donde disparar. A él, en cambio, no se le perdía una. Mientras me besaba, me tocaba el culo, me mordía en cogote, se refregaba contra mi cuerpo, etc., no se olvidaba de ordenarme que le agarrara la poronga y se la apretara bien fuerte. Muchas veces a lo largo de mis años había tenido febriles sueños de fantasía en los cuales un macho cargado de testosterona me mataba cogiendo; pero, nunca pasaban de ahí, de ser sueños de los cuales salía con más ganas que antes de entrar. Con Julio César sentí como que ese sueño recurrente de toda mi vida comenzaba a hacerse realidad. De hecho, lo de matarme cogiendo, no era una realidad contundente, sino un simbolismo. Muy lejos de sus pensamientos y deseos se veía toda intención de quitarme la vida. Lo que se veía muy cerca era el envalentonado propósito de romperme culo lo que se dice “bien roto”.

Lo dejé hacer. El chico no necesitaba de libreto ni de alguien que lo dirigiera.  El era autor, actor y director, todo al mismo tiempo. Además, se ubicaba en la escena con la habilidad de quien tiene el don de la ubicuidad. Cuando descubrió mis pechitos bien marcados, sacó a relucir su pasión por las tetas y me mando un suissé que me dejó como vaca ordeñada cien veces en el mismo día. Muy cortésmente me preguntó si me gustaba mamarla y un segundo después de que le respondiera afirmativamente, no sé cómo, ya me la había enchufado hasta la garganta y me rogaba que se la mamara con todo. Ante semejante ruego, ¿qué podía hacer yo?. Y, mamársela con todo. Algo que, como siempre digo, constituye en mi un deporte favorito . La verga es el punto de mayor sensibilidad del hombre activo. El poder actuar sobre ella le permite al pasivo provocar los más excitantes placeres. De ahí que para el pasivo resulta algo así como un termómetro que mide el grado de aceptación y deseo que él tiene en el activo. Mi manadita lo puso a mil a Julio César, quien vuelta a vuelta me hacía cortar el servicio para no acabar antes de tiempo. En un palabra, yo lo recalentaba.

Después de franelear un muy largo rato, durante el cual el chico me hizo  de todo lo que se le ocurrió, me pidió que me pusiera boca abajo para ponérmela. Le hice caso, pero, también me puse “Aqualane”, una crema para quemaduras de los laboratorios Roche, que funciona muy bien como lubricante y de la cual tenía cajas y cajas de muestras gratis. También me puse una almohada doblada bajo el vientre para que la colita quedara bien expuesta y el hombre pudiera operar en las mejores condiciones. ¡El que sabe, sabe!. Julio César me demostró que también él sabía. Se ubicó entre mis piernas, forzándolas con las suyas a separarse más. Me indicó que me abriera las nalgas y procedió a calzar la punta de su dura poronga en la puertita de mi culo. A partir de allí, sus certeros y preciso movimientos hicieron que su verga entrara en mi ojete, sin prisa y sin pausa, hasta que su pubis se apoyó sobre mis nalgas, marcando el tope de la colocación,  y él se tendió encima de mi cuerpo, procediendo a abrazarme como si quisiera decirme con ello: “ahora no te me vas a escapar y te voy a romper el culo quieras o no”. El sinvergüenzon tenía muy buena pija y la manejaba mejor, por lo que cada centímetro valía por dos. A pesar de su corta edad, no cabían dudas de que tenía experiencia en el arte de complacer ortos.

Me estuvo macheteando una eternidad. No de cualquier manera, sino de un modo paradigmático, magistral, insuperable. Por su accionar yo me sentí inmerso en una nube embriagadora de placer de la que no tenía ganas de salir y hubiese dado lo que no tenía para permanecer en ella hasta la consumación de los tiempos. Sin ningún lugar a dudas, ninguno de los machos que lo habían precedido en el honor de penetrar mi culo supo tener un desempeño de su categoría. Uno a uno iba presionando en cada uno de los puntos capaces de hacerme vibrar. En ningún momento dejó de hablarme, de decirme lindas cosa, de hacerme ver su preocupación por mi persona. Me tuteaba. Eso acortó la distancia que siempre había entre nosotros. Me ordenaba “comérmela bien”, “tragármela toda”, mientras como un amoroso “papito” me daba la papa en la boca. En este caso: el culo. Hacía notoria su preocupación por no acabar. Cada tanto se mandaba una frenada para evitar el desborde de la eyaculación y prolongar las delicias del coito.

Todo eso que un pasivo anhela que le haga el macho que lo coge, él me lo hacía y mejor que nadie. Me advertía que me iba a coger siempre, que me iba a tapar de pija y que se yo cuantas cosas más. Toda esa lluvia, esa catarata de erotismo, sensualidad, lujuria, morbo, la hizo caer sobre mí, sin defensa alguna de mi parte, por espacio de más de una hora. Arriesgo esta precisión no porque haya estado con un cronómetro controlando el tiempo que me cogió, sino porque después, cuando todo hubo terminado, me dijo: “lo garché más de una hora”. El coito había finalizado y él, automáticamente, volvió al trato protocolar que, a partir de esa experiencia tuvo un color y un sentido sumamente peculiar para mí.

Cuando salí de la cama para refrescarme en el multifaz mi castigado culo, sentí la extraña sensación de no ser la misma persona. El polvo maestro que Julio César acababa de echarme marcó un antes y un después. Es imperioso puntualizar que Julio me había preguntado “si yo quería que él fuese mi marido”: No le dije ni si ni no; pero, lo que realmente empezaba a sentir era que tenía marido, que él era mi marido…

Eso, además de lo que prácticamente significa, implicaba para mi moral que, con el mismo grado de responsabilidad que él se obligaba respecto a mi persona, yo debía obligarme respecto a la suya y no debía permitirme distracciones, por mucho que él se las permitiera para si mismo, ya que debía tener presente que, en muchos órdenes, mis capacidades superaban holgadamente a las suyas y es sabido que quien más tiene, más debe tributar. Bajo esta óptica comenzó mi romance con Julio César.

Mi objetivo era habilitarlo para que pudiese vivir una vida mejor, menos expuesta a esos padecimientos a los que había estado sujeto y que, de seguro, lo enrolaban en un proceso de degradación permanente que vaya a saberse a que fin podían llevarlo.

Lo que, sinceramente lo digo, no esperaba era que me diese la respuesta que me dio que no solo fue de obediencia a las pautas de conducta que yo ideaba, sino de cabal comprensión de su sentido, al punto de poder sumar sus iniciativas a las mías. No voy a hablar de aquellas que apuntaban a su aspecto físico y a su salud, porque basta con mostrar esta…

esta foto para apreciar la transformación que experimentó en poco más de cuatro meses, ya que la misma data de principios de la primavera de 1983, cuando el Dr. Raúl Ricardo Alfonsín arengaba a los argentinos diciéndoles  que “con la democracia se vive, se educa, se cura y se crece” para darse cuenta de que pasó a tener una auténtica preocupación por su estado de salud y su apariencia física. Lo verdaderamente importante fue la comprensión cabal de otras cosas.

Por razones que no hace al caso detallar, Julio había dejado la escuela primaria cuando le faltaban cursar sexto y séptimo grado. A la altura del año en que nos conocimos se hacía difícil encarar la remediación de este problema. Coincidimos en que en 1984 se inscribiría en una escuela para terminar la primaria. Pero, entremedio a mí se me ocurrió que podía consultar a un cura amigo mío (cura villero) que nos podía aconsejar acerca de cómo resolver el caso. Fue un acierto, porque este santo varón se ocupó de hacer los tejes y manejes necesario para que Julio terminara la escuela en el menor tiempo posible y sabiendo todo lo que hay que saber al salir de la primaria. Así fue como a fin de noviembre de 1984, Julito ya tenía su certificado de estudios primarios completos y bueno es destacar que el esfuerzo que hizo para conseguirlo lo ayudó enormemente para organizar su vida.

Desde mayo de 1983, fecha en que nos conocimos, hasta noviembre de 1984 nuestra relación íntimo experimento una maduración continuación continua que la hacía cada día mejor y, muy particularmente, más alegre, más espontanea, más divertida. Yo no tengo memoria de haber cambiado mucho. Es probable que alguno de mis rasgos se hubiesen acentuado y, de seguro, que otros quedaron más en la superficie y se hicieron más visibles. A mi juicio, Julio César si cambio. En los primeros días de nuestro trato se veía como un chico triste que trataba de aturdirse; pero, a medida que fuimos desarrollando nuestro plan de realizaciones, todo eso quedó a un costado y apareció un Julio César que no dejaba de reírse y de generar situaciones alegres. De no observar nada paso a observar todo y a sacar conclusiones que luego guiaban sus pasos. A mí me bombardeaba a preguntas. Dejó de hablar en borrador y paso a hablar en limpio y con precisión.

Recuerdo que un día saltaron los tapones en el departamento y nos quedamos sin luz. Quise resolver el problema sustituyendo los tapones deteriorados con otros que siempre tenía de repuesto. La solución no funcionó porque los tapones de repuesto también estaban fusilados. Habían saltado en ocasión anterior y yo me había olvidado de repararlos. Eso tenía que hacer entonces en ese momento, con la contra de que era de noche y no podía trabajar a oscuras. De todos modos, Julio me sostuvo la linterna y lo hice. Observó todos y cada uno de mis movimientos y prestó oídos a lo que yo decía mientras operabas. Los tapones reparados funcionaron y la luz volvió. Procedí a reparar la lámpara que había ocasionado el trastorno. El chico miraba lo que yo hacía. Desarme y armé el interruptor donde unos cables se tocaban y producían el corto y la falla quedó superada. En el momento en que iba a guardar las herramientas, Julio me lo impidió diciéndome que aguardara porque él quería arreglar los tapones de repuesto que seguían rotos. Retrocedí y le abrí cancha para que hiciera lo que proponía, reconociendo que era lo correcto. Pasé a ser yo quien observaba y deleitaba viéndolo hacer con precisión lo que había aprendido cinco minutos antes. Pero, lo que más me gusto fue lo que me dijo: “me gustaría ser electricista”. Casi no es necesario que repita el contenido de mi respuesta: “te voy a ayudar a que lo seas”.

Después de todo ese merengue, nos fuimos a la cama y una vez acostados, ¿qué hicimos?: apagamos la luz. Parecía un chiste. Tanto arreglar la instalación eléctrica para no usarla. Claro que, en este caso, no usarla era una forma de usarla porque el apagar la luz, para Julio, era como tocar campana de largada para empezar a coger. Ni las luces se apagaron, el chico se me vino encima con su sempiterna ganas de franelear y de gozar del contacto de nuestros cuerpos, donde además se fundían un poco nuestras almas.

En mi historia personal yo tenía registro de algunos, pocos, entreveros verdaderamente amorosos; quiero decir, de relaciones que fueron algo más que encuentros carnales y me refiero a la transa con mi compañero de estudios Efraín Jorge Edwin, la que conté en un relato publicado en este mismo portal y que lleva por título su nombre. Lo de Julio César tenía el mismo sabor, solo que algo más cargado. Cuando empezamos, algo me contó de una noviecita. Esa noche, cuando estábamos calentando lo motores, se me dio por preguntarle por Eliana. Me sorprendió la respuesta. “No va más”.

-         ¿Cómo que no va más?... ¿Qué paso?...

-      Nada. No va más. Estaba muy en la pavada. Me cansó. Cuando le pedía algo, siempre tenía problemas, no podía.

-      Algo, ¿cómo qué?...

-      Coger. Se le importaba un carajo si yo estaba caliente, o necesitaba… Siempre con sus boludeces… Me cansó y la mandé al carajo…

-      Ahora te quedaste sin nada…

-      No…

-      ¿Cómo no?... ¿Qué, conseguiste algo?...

-      Si…

-      Y no me contaste nada…

-      No…

-      ¿Por qué?

-      Porque usted lo sabe…

-      Yo no sé nada…

-      Si lo sabe…

-      ¿Cómo sabés que yo lo sé?

-      Porque usted es lo que encontré…

-      Anda a cagar…

-      Me voy a cagar, pero ahora lo tengo a usted…

-      Pero, pichón, no podés, comparar.. Yo, ¿qué soy?... Nada… Para un muchacho como vos, ¿qué mejor que una piba jovencita?...

-      Si, pero yo lo quiero a usted…

-      ¿Cómo me podés querer a mi?... Yo puedo ser tu amigo, nos podemos encamar de vez en cuando… Nada más… En cambio, una piba es una piba… Tiene todo…

-      Si, pero yo lo quiero a usted…

-         Y dale con lo mismo…

-         Si, porque usted me hace calentar más que una mujer…

-         No me digas…

-      Si le digo… Yo lo veo a usted y se me para la pija… Y si no me cree, tóqueme y va a ver cómo estoy…

Lo toqué y, en efecto, la tenía dura cómo un garrote… Acoté, entonces…

-         Esto debe ser porque hace mucho que no bañas el tero…

-      Si, hace mucho y es porque yo solo quiero coger con usted…

-      Estás chiflado…

-      No sé… Pero hace mucho que cojo solo usted y estoy muy  contento… Usted me hace feliz…

-         Y, ¿por qué decis que te hago feliz?...

-         Porque es lo que yo siento…

-         ¿Qué es lo que sentís?...

-      Usted, cuando cogemos, es como que se me entrega todo; siento como que lo único que quiere es que yo se la meta y cuando se la meto me deja hacerle lo que yo quiera, se aguanta todo; deja que yo le rompa el culo y goza conmigo aunque le duela el orto de lo pijazos que le doy… Siento que usted es mío… Por eso soy feliz…

-      Buen, ya vamos a hablar de esto en otro momento… Ahora vamos a dormir…

-      No, a dormir no, yo quiero hacer algo…

-      Pero yo no, estoy indispuesto…

-      Indispuesto, ¿de qué?...

-      Tengo sueño…

-      Eso no es estar indispuesto, yo también tengo sueño…

-      Bueno, dormí…

-      No, antes quiero hacer algo, llevo más de una semana sin coger…

-      No es culpa mía…

-      Si, es culpa suya que siempre está ocupado…

-      ¿Y que querés que le haga si tengo cosas que hacer?...

-      Yo quiero que piense en mí, yo lo necesito…

-      Yo creía que me quería…

-      Lo quiero y lo necesito… Y ahora lo voy a coger…

-      De prepo…

-      Si, de prepo…

-      Dale, a ver si podés…

Para qué lo habré desafiado… Se me vino encima con todo… Más sencillo que decir todo lo que me hizo resulta anotar lo que no me hizo porque fue muy poco… Antes de que empezara, le aclaré que todo lo que había dicho era una jodita mía… Lo anotó, pero igual arrancó diciéndome que se la iba a cobrar… Resumiendo: me revolcó por toda la cama, me desnudó, se me subió encima, me hacía que le chupara la pija mientras me sujetaba las manos y cabalgaba sobre mi pecho. Me ponía boca abajo y se tiraba encima, me abrazaba, me besaba… Era un loco de la guerra… La buena comida de los últimos meses lo había fortalecido mucho… Además, no solo estudiaba sino que hacía bastante gimnasia y jugaba al fútbol… Se convirtió en un toro… Esa noche, entre pitos y flautas, me echó dos soberanos polvos que me dejaron a la miseria. A la miseria,  pero muy feliz… A él creo que le sucedió otro tanto… Para esta época le tomé esta foto…

donde se aprecia que Julio tenía un linda herramienta para entretenerme, la que en esta otra foto se observa mejor…

La  fotografía con campera de cuero se la saqué en el Parque Pereyra Iraola, una tarde en que fuimos a pasear por allí. La foto fue producto de un transacción. Yo odiaba esa campera. La había encontrado en un asiento de un ómnibus y le tomó un cariño que no se si era cariño o ganas de hacerme enchinchar. Cuando estábamos en el Parque quería que le sacara un foto. “Con la campera: no”, fue mi respuesta. Después de algunas tratativas para que yo aflojara mi postura, acordamos que le sacaría una foto siempre y cuando la campera fuera lo único que llevara puesto. De ahí la foto.

La del cartelito se la saqué en el departamento con una máquina Kodac de autorevelado.

Vuelvo al relato. La verdad es que el chico cubría ampliamente todas mis expectativas y me dejaba en paz con mi conciencia porque mi anhelo no era usarlo como un machito, sino establecer un relación beneficiosa para ambos, en todo sentido. Una relación que estuviera inteligentemente por encima de los prejuicios y los preconceptos y que, si marcaba nuestras personas, lo sería para bien y nunca para mal.

Entendí que la cosa iba en ese sentido cuando vi que el muchacho apelaba a mí para salir del pantano donde lo habían arrojado las circunstancias negativas de su vida y poder formarse y armarse para una vida mejor.

De pique observé que no pedía nada y cuando charlábamos, me hablaba de lo que le gustaría ser. Ya conté que cuando me vio reparar los tapones de llave mayor me dijo que “le gustaría ser electricista”. Para ser electricista debía estudiar. Para que se fuera familiarizando, yo le compre un libro del Ing° Marcelo A. Sobrevila que lleva el título “Instalaciones domiciliarias”. Era muy elevado para él. En un primer momento sirvió para dimensionar que ser electricista no es soplar y hacer botellas.

En 1985 empezó formalmente un curso que curso que duraba dos años. Tuve la satisfacción de habérselo bancado. También le banqué otras cosas, pero no las voy a mencionar. A fines del ’85 era otra persona o, más bien dicho, era la persona que el mundo no le dejaba ser. La que detecté cuando me dijo que yo no era puto, cuando lo vi llorar porque me había acordado de comprarle unas pilchitas. Nuestro trato era de enorme confianza y gran familiaridad.

Con una de mis artimañas, logré oficializar su presencia en mi vida. No por supuesto como lo que íntimamente era. Sino como un joven, gran amigo, al que había decidido ayudar. Así apareció un día por mi casa. El pretexto fue que trabajara en mi taller de ramos generales, donde yo hacía y deshacía muchas cosas, no como profesional, sino como aficionado.

No había quien no estuviera encantado con él, ni quien dejara de ver que era toda una promesa. Eso allanaba mucho las cosas. No era un clandestino. Era un amigo con todas las de la ley. Y continuamente hacía méritos para ser mas amigo.

El hecho de que pudiéramos vernos en casa mermo nuestro encuentros en el departamento y consecuentemente “nuestros tiroteos amistosos”. En ocasiones, esto se me pasaba por alto a mí. A él no. Me llamaba la atención delicadamente: “Eduardo, tengo muchas ganas de amarlo”, me decía. Por bromear le contestaba: “Decile a Manuela que ocupe mi lugar”. “No, déjese de joder, ¿cuándo podemos?. “Mañana, pichón, cuando salgas del curso, andá para el departamento; comemos allá y nos quedamos a dormir”.

Tal como me lo había puntualizado, el chico no quería coger con alguien que no fuera yo y no cogía. Por eso, cuando yo no lo complacía, cargaba ganas a lo loco y cuando le dábamos salida: me mataba, porque lo que él necesitaba era coger todos los días. Lo comprobé en la Semana Santa de 1986 en que, después de mucho tiempo, decidí hacerme una escapada a Mar del Plata, para ver cómo estaba el departamento que teníamos en la Galería Eves, San Martín casi Córdoba. En el año ’80 se lo había prestado a un matrimonio amigo que se estaba construyendo una casita en la Perla del Atlántico. El préstamo era por un año. Ellos se harían cargo de la expensas, impuestos, servicios, etc. Se hicieron cargo, pero el año se estiró casí cuatro más. Me lo reintegraron en diciembre del ’85 y unos meses después fui a verlo. Lo llevé de acompañante a Julio César que no conocía Mar del Plata. Fue una experiencia maravillosa. Jamás vi alguien más contento que él. Obviamente, no tenía la menor idea de lo que era ese lugar. Deliberadamente entré por la calle de los boliches (que ahora no recuerdo el nombre) y que, al terminar frente al mar, marca uno de los puntos extremos de la bahía donde se erige la Perla del Atlántico. Al voltear hacia la derecha cuando se llega ahí surge en toda sus imponencia la gran ciudad, como si saliera de la nada. La sorpresa lo enmudeció. Aunque no por mucho tiempo.

El clima marítimo lo condujo a un estado de excitación permanente. Saltaba de una cosa a la otra con una vertiginosidad apabullante. Él, que nunca pedía nada, se convirtió en el demandante por antonomasia. Sabía que era la oportunidad para exigir que lo mimara y me apretó con todo para que ni un segundo dejara de mimarlo. Por suerte tuve clara la situación desde un principio y procedí de modo tal que sus deseos se vieran colmados. El primer día salimos a cenar fuera del departamento. Lo llevé a un restaurante de la calle Córdoba, cerca de Santiago de Estero, donde se comía muy bien. Comió como lima nueva; pero, a la salida, comentó que “yo cocinaba mejor, que a él le gustaban más las cosas que yo “le” hacia. Me estaba diciendo que quería que yo le cocinara él, en forma exclusiva. Para salir de dudas le pregunté…

-      ¿Qué es lo que me querés decir con eso de que te gustan más  las cosas que yo cocino?...

-      Y, que en lugar de comer afuera, podemos comer en el departamento… Usted cocina y yo lo ayudo…

-      Bueno, si a vos te gusta más, no hay problema: cocino…

Al día siguiente hicimos los mandados para tener las provisiones necesarias… Y todos los santos días que estuvimos en Mar del Plata, cociné las cosas que a él le gustaban… Todos lo días menos uno en que fuimos a cenar al puerto… A veces, nos metíamos en algún boliche para tomar una gaseosa o un café… Nada más… En uno, cuando entramos, yo me senté y Julio fue derecho al baño… El mozo que atendió nuestra mesa me preguntó “¿su hijo que se va a servir?”… Me dio risa… Por la noche en el departamento se lo comenté…Eso dio pie para que yo le preguntara: “y en definitiva, ¿vos que sos mío?”. Es claro que la pregunta no se debía a que yo no supiera qué era lo que él era (valga la redundancia) de mí, sino a que quería ver cómo definía él nuestra relación porque hace al caso destacar que varias veces me demostró tener sorprendentes enfoques de las cosas. Enfoques que mostraban que era un tipo pensante y no un atolondrado cualquiera a quien le da lo mismo una cosa que la otra. Cuando le pregunté eso de “qué era él de mí”, no dudó un segundo y me dijo…

-         Yo soy su marido…

-      Ahhh… Entonces, si vos sos mi marido, yo ¿qué vengo a ser tuyo?...

-      Usted es mi señora…

-      Pero, yo no soy mujer…

-      No, importa, yo a usted lo cojo y usted es mi esposa…

-      ¿Tu esposa?...

-      Si, mi esposa…

-      Y, ¿por qué soy tu esposa?...

-      Porque me tiene preso…

-      Ahhh…, no, no, no… Yo no te quiero tener preso… A mí me gusta que todo el mundo sea libre… Desde ahora no te tengo más preso y podés hacer lo que quieras…

-      Es que yo no estoy preso porque usted quiera… El que quiere soy yo…

-      A como es eso de que querés estar preso…

-      Si, yo quiero que usted me tenga preso…

-      Y, ¿para qué querés que yo te tenga preso?...

-       Para poder cogerlo…

-      ¿Por qué querés cogerme?...

-      Porque me gusta…

-      ¿Te gusta?...

-      Si, me gusta, ¿no lo sabía?...

-      No, no lo sabía…

-      ¡Qué raro!, por que a usted también le gusta que yo lo coja…

-      ¿Cómo sabés que me gusta?...

-      Me lo contó un pajarito…

-      ¿Un pajarito?...

-      Si…

-      ¿Y qué más te dijo ese pajarito?...

-      Que dentro de rato se va a meter en la jaulita que usted tiene…

-      No me digas, yo no lo voy a dejar entrar por bocón…

-      Ja, ja… El va a entrar lo mismo porque tiene la llave…

-      ¿Qué llave?...

-         Esta…

Entonces, se levantó de la silla, agarrándose el paquete y riéndose y se me vino encima… Yo estaba perdido porque me agarraba, me empezaba a hacer cosquillas y a bombardearme como una ametralladora dejándome totalmente indefenso… Lo concreto fue que su profecía se cumplió. Un rato después tenía su pajarito todo entero adentro de mi jaulita y ¡cómo lo hacía cantar!...

Todo el tiempo que estuvimos en Mar del Plata; un total de siete días, ni uno solo dejó de garcharme y no porque yo se lo exigiera, sino porque vivía caliente y, según él, “necesitaba descargar”..

Algo de esa estancia en la Mardel quiero rescatar del olvido… Si, cuando Julio se dormía, se dormía en serio. Muchas eran las veces, allá en la Perla como acá, en que yo me despertaba y él seguía dándole al ojo sin asco… Algunas veces, yo aprovechaba la ocasión para mirarlo, para contemplarlo… Yo tenía la sensación de que Julio era un ángel… Cuando lo contemplaba esa sensación se acentuaba y más de una vez no resistí la tentación de acariciarlo… Lo hacía muy suavemente para no interrumpir su sueño… Jamás se pasaba de rosca durmiendo y cuando lo hacía era porque necesitaba realmente descansar… No iba a cometer yo el pecado de despertarlo… En Mar del Plata casí todas las mañanas tuve el regalo de poder mirarlo a mi antojo y de acariciarlo también a mi antojo… Jamás hubiera supuesto que él no estuviese tan dormido como parecía. Sin embargo, era así. Muchas veces de las muchas en que yo me había entretenido mirándolo a mis anchas, Julio no estaba dormido y dejaba que yo lo creyera lo contrario. ¿Cómo lo supe?... Tiempo después, un día de mutuas confidencias, se lo comenté. Su reacción fue decirme…

-         Ya lo sabía…

-         ¿Cómo lo sabías?

-      Porque algunas veces no estaba dormido cuando usted hacía eso..

-         Y te hacías el dormido…

-         Porque me convenía…

-         ¿En qué, cómo, te convenía?...

-      Porque a mí me gusta que me mire y me acaricie, y si le decía que estaba despierto y usted no me iba a mirar ni me iba a acariciar…

-      ¿Cómo sabés eso?...

-      Porque lo conozco y sé que hay cosas no las hace porque se le ocurre que va a molestar… ¿O no?...

Tenía razón. El prurito de “no molestar” me ha perseguido siempre y me ha frenado… Pero dijo algo mas…

-      Y otra cosa le digo… Me puso contento que no se dio cuenta de una cosa…

-      ¿De qué cosa?...

-      Yo siempre lo tuve por perfecto a usted y el saber que había cosas que se le pasaban por alto como a mí me puso contento porque dejó de darme miedo…

-      ¿Yo te daba miedo?...

-      Si, sé que es una estupidez, pero era así…

-      Y, ¿qué es lo que a mí se me pasa o se me pasaba por alto?...

-      Cuando usted me mima creyendo que estoy dormido,  después al levantarme yo le hago cosas para provocarlo… Me pongo cargoso… Yo sé que eso le gusta y que siempre termina echándome como si lo molestara… Yo sigo hasta que consigo besarlo… Sabe una cosa, son los besos más ricos que me da… De eso no se dio cuenta…

-      Si, como no me voy a dar cuenta de lo que me haces para que me caliente… Si no lo relacioné con lo otro fue porque cuando en serio estás dormido, es porque en esas ocasiones no lo has hecho…

-      Tiene razón… La próxima que me haga mimitos, despiérteme asi lo hago calentar y le echo un polvito…

-      ¿No te basta con todo lo que me coges?...

-      No, yo siempre quiero más, lo quiero más…

Estando en Mar del Plata ocurrió algo que es digno de recordar… Desde que llegamos me estuvo diciendo que lo tenía que llevar al casino… Le conté que los que van por primera suelen tener suerte y eso es malo porque creen que siempre van a tener y al final terminan perdiendo… Como me pidió que le explicara cómo se jugaba, le dí unas lecciones sobre el juego de ruleta y el punto y banca. Le comenté que si yo iba bien cogido al casino: ganaba. Para que se lo habré dicho. Dos días antes de regresar, le anuncié que por la noche del día siguiente iríamos al Casino. Sobre el pucho me dijo que me iba a hacer un tratamiento para que ganara. Al principio no caí, pero por un par de cosas más que dijo, se me hizo claro que estaba decidido a cogerme bien para que ganara. Y cumplió. No digo que me cogió, me recontracogió. Empezó a la mañana del día anterior, después de haberme garchado la noche anterior. Esa mañana, como de costumbre, me levanté primero y tranquilo me fui al baño a hacer una higiene completa, ducha incluida. Cuando esta bajo el agua se apareció Julio y se metió en la bañera. Como era su costumbre, me agarró de atrás y me bloqueó lo brazos. “Soy el violador salvaje” me dijo y empezó a hacerme de todo. Fueron bastantes tres o cuatro refregadas contra mis nalgas para que la poronga se le convirtiera en un machete. “Te la voy a hacer tragar toda”. Yo sabía que no me convenía resistirme. “Haceme lo que quieras” le recalqué. Y por supuesto, me hizo lo que quiso. De pique me hizo arrodillar para que se la mamara a su gusto (que dicho sea de paso, era también el mío) y tras cartón me la ensartó hasta los huevos. Tuve que hacer pininos para terminar en el fondo de la bañera. Me agarraba de la grifería, de la jabonera, de todo lo que tenía a mano y, al mismo tiempo, me agachaba para que pudiera “cogerme bien”. Al margen de todo, un polvo muy lindo.

Por la tarde, después de almorzar, tarde, porque habíamos salido en la mañana a hacer compras, nos recostamos a dormir una siesta… Yo estaba medio fusilado. Fue acostarme e de inmediato me quedé dormido. Un par de horitas después me desperté porque algo me molestaba en la cara. ¿Qué era?. La pija erecta de “mi marido”. El se encargaba de restregármela suavemente por mi rostro para que me despertara. Me desperté y, ¿qué paso?: tuve que proporcionarle un sesión de chupeteo al cabo de la cual y previo un poquito de franela, me echó otro polvo. Debo aclarar que, a esta altura del debate, los polvos de Julio nunca eran una cosa suavecita. Me cogía a reventarme el culo. Con un polvo de los suyos uno estaba servido para aguantar una semana antes de que le volvieran las ganas de garchar. Después que el paisano acabó, yo fui directo de la cama al bidet. Cuando volví le dije: “por hoy basta”. “Bueno” dijo y agregó “vamos a ver cómo se presenta la noche”. Yo temblaba, pero no quería adelantarme a los acontecimientos. Por eso, lo que propuse fue que, antes de que se hiciera más tarde fueramos al mecánico que me había recomendado para que controlara el embrague del auto. No fuera cosa que justo cuando debíamos regresar se pusiera a joder. El Taller donde debíamos ir estaba en la calle Pampa, cerca de Avda. Luro, a pocas cuadras de la Estación del FF.CC. Hacía allá fuimos. Llegamos justo para que el mecánico nos atendiera de inmediato. Metió en el coche en una fosa, ir cambio el bombín de embrague y listo el pollo. Mientras estábamos ahí, al nene se ocurrió que podíamos comer ravioles. Pregunté y me mandaron a una casa, en la calle Deán Funes, donde vendían ravioles caseros. Fuimos y compramos una caja con dos planchas. Ya de regresó compramos otras cosas y ya en el departamento me puse a cocinar. Julio se sentó a mirar televisión. Cuando la olla empezó a largar el olorcito del tuco, vino para la cocina, me empezó a cargosear y también a joder con que quería mojar un pedazo de pan en la salsa. Yo debí haber sido más astuto y dejarlo que hiciera lo que se le antojara. Pero, hice algo incorrecto, me negué a sus pretensiones y me acusó que yo me negaba a todo lo que él quería. No se enojaba, me provocaba. Y yo me enganchaba. Comimos y me siguió peleando. Después de cenar, lavar los platos y esas cosas, me senté a descansar un poco y mirara televisión. Julio se sentó a mi lado y me pasó un brazo por los hombros…

-      Usted y yo no debemos pelearnos por las boludeces que nos peleamos… Ni por ninguna otra cosa… Debemos conversar y ponernos de acuerdo en todos…

Se mostraba componedor y muy dulce… Entré a sospechar… Algo se traía bajo el poncho… Dicho y hecho, a continuación siguió con… Usted que es mucho más inteligente que yo tiene que ayudarme…

-      Ahora cuando  vayamos a la cama vamos a celebrar un pacto de no agregación y, como corresponde, vamos a festejarlo…

-      Festejarlo, ¿cómo?...

-      Haciendo el amor…

-      Me cogiste a la mañana, me cogiste a la tarde y me querés coger a la noche también…

-      Si…

-      Vos no tenés vergüenza…

-      Vergüenza tengo.. Lo que pasa es que también se me para la pija y tengo ganas de hacerlo feliz para que gane a la ruleta…

-      ¡Para que mierda te habré dicho eso!... Me tengo que cortar la lengua…

-      No, cómo se va a cortar la lengua… Si se la corta, ¿cómo me la va a chupar?...

-      Sos incurable…

-      Efectivamente…

Conclusión: cuando nos fuimos a dormir, unas dos horas después de haber cenado y después de haberme franeleado de prepo a su antojo, no tuve otra que dejarme coger de vuelta… La verdad es que, en el fondo, me encantaba que obrara así. Y, cuando me garchaba, perdía un poco (o mucho) el control de mis actos y hacía y decía cosas de las que el chico se valía para enfrentarme y decirme que yo podía hacer y decir cualquier cosa que él, igual, siempre me iba a hacer el amor, porque a mí me gustaba… Chan, chan…

No contento con eso, al día siguiente, hasta un rato antes de ir al casino “me estuvo preparando para que pudiera ganar”. Al final, todo era una joda que me hacía divertir…

Ahora bien, una vez en el casino hicimos un paseíto por las instalaciones. Como ya había pasado la Semana Santa no había tanta gente, que fue la excusa que yo utilicé para no ir antes. Lo quise habilitar con unos australes (el signo monetario de entonces), pero el señor no quiso. Dijo que tenía lo suyo y que no pensaba gastar más de veinte australes… Es decir, dos billetes de estos…

con los que podían comprarse aproximadamente u$s 22,00 por que el austral, por muy poco tiempo, supo valer más que el dólar. No le creí que los fuera a gastar porque a pijotero no te ganaba nadie.

Mi intención era no gastar más de cien, ciento y pico de australes. Le dije que eligiera la mesa donde íbamos a jugar y prefirió una de las fondo. Como de costumbre empecé jugando a chances. Cuando ya había hecho una pequeña diferencia, le dije “voy a jugarle al 18”, que era la edad de él… Dos veces seguidas salió el 18… En el segundo tiro había quintuplicado la postura anterior y ahí si pegué un salto… Después acerté con el 23 y el 31… De estos números altos, por un pálpito, le jugué al 0 que anula todas las chanches y salio el 0… A esta altura llevaba ganados varios miles de australes… Intenté un batacazo, pero me fue mal… Se me había cortado la racha… Puse una ficha de 50 a segunda docena y salio la primera… Definitivamente, por esa noche, la suerte había dejado de estar conmigo… Me retiré… Conté las fichas y tenía 6.260 australes. Un buen toco. Fui a una ventanilla y cambié las fichas. Nos fuimos a un bolichito a festejar. En realidad fuimos a comer, porque eran más de las 12 y el bagre nos picaba a los dos… De ahí volvimos al departamento… El café lo tomaríamos allí… Cuando nos sentamos a la mesa, saque el dinero que había ganado, le reste lo que gastamos en el restaurante y los 100 australes que cambie por fichas al comenzar y me quedaron 6.115 australes. Dividí esto por dos y algo más de la mitad lo puse sobre la mesa, delante de Julio, y le dije…

-         Esto es tuyo…

-         ¿Cómo va a ser mío si yo no jugué?...

-         Si yo digo que es tuyo, es tuyo…

-         Mío no es, yo no jugué… El que jugó fue usted…

-         Es tuyo, ¿querés que te lo demuestre?...

-         A ver, demuéstremelo…

-      Muy bien… Para que yo ganara este dinero, ¿qué es lo que hay que tener?...

-      Suerte

-      Y, ¿cómo se llama la suerte?...

-      Suerte..

-      No, se llama “un culo así” (e hice un gesto uniendo los índices y los pulgares de las dos manos) y ¿quién me hizo ese culo así?... Vos… Asi que la mitad es tuyo y no me lo discutas…

Se levantó y vino a mí, como siempre, a besarme y abrazarme y decirme que yo era todo para él…

-      Tenés que pensar bien en que vas a gastar ese dinero… Yo tengo una idea…

-      ¿En qué?...

-      Tu vecino, ese que se quería volver a Corrientes, ¿habrá vendido la casilla, esa que vos decías que era una joya?...

-      Creo que no…

-      Podés intentar comprársela…

-      Estaría…

El dinero que le entregue a Julio, pero que tuve que guardárselo yo por razones de seguridad, era más que suficiente para comprar una casilla usada por muy joya que fuese. Lo instruí acerca de la forma en que tenía negociar, aunque no necesitaba mucha instrucción; era listo y no necesitaba papel para y lápiz hacer cálculos.

Lo primero que hizo Julio cuando regresamos a La Plata fue encararlo al correntino. No consiguió que le rebajara un centavo; pero, en cambio obtuvo algo mejor. El correntino era albañil y se encargaba de plantar la casilla en el terreno de la abuela sin costo.

Ahí aparecí yo en escena. Julio me presentó con la persona que le prestaría el dinero para hacer la compra. Yo hice el contrato de compra venta. El correntino creía que yo era abogado y, de paso cañazo, me trajo un proyecto boleto para que yo lo leyera. Lo leí y le di un consejo respecto a la seña y le sugerí que un Escribano certificara las firmas. Le dije que no le cobraba nada por el asesoramiento y que en su lugar le hiciera algún trabajito que Julio necesitara.

Así, el chico tuvo su casita, y salió de la tapera donde vivía con la abuela. La abuela era la madre del padre. Un desparecido; pero, no por la represión, sino por otras causas. Julio era el único pariente y heredero de todo lo ella tenía: el terreno donde estaba plantada la casilla…

A finales de 1986, Julio ya trabajaba como electricista. En marzo de 1987 le dieron el certificado de estudios. Iba a cumplir veinte años y era un hombre. Muy responsable. Conmigo, cuando estábamos a solas, era el mismo de siempre y me permitiría decir: más terrible, porque nuestra confianza se había ahondado enormemente y cuando estábamos juntos y a solas no éramos dos, sino uno.

A principios de 1988, cuando la situación socio-económico en Argentina se complicaba cada vez más, Julio César me dijo que “tenía que hablar muy seriamente conmigo”. Convinimos en pasar el fin de semana juntos en el departamento. Algo que casi habíamos dejado de hacer a causa de nuestras respectivas ocupaciones. Nos veíamos durante la semana porque él no dejaba de cumplir con “el débito marital”, no por obligación sino por gusto, gusto y necesidad. Además iba a casa casi todos los días, estuviera o no yo allí, porque mi taller de hobbies productivos le venía como anillo al dedo.

Cuando nos reunimos en sábado convenido, me contó que había estado trabajando en una casa donde fue para reparar un desperfecto menor y terminó reformulando prácticamente toda la instalación eléctrica para que, por un tiempo, no se presentaran problemas. Eso hizo que se ganara unos buenos pesitos; pero además, allí conoció a una chica que, en principio, le pareció muy agradable y bonita y, con el correr de los días en que fue a trabajar, se le descubrió como una personas muy interesante, por lo inteligente, sensible y sensata. Para resumir me dijo: “es como usted, pero en femenino”… Yo que advertí por donde venía la cosa, aproveche ese resumen para poner una cuota de humor para facilitar algo que me veía venir. Le apunte: “si es como yo, pero en femenino, tiene que ser una vieja de mierda, porque yo soy un viejo de mierda”. Recuerdo que a la sazón estaba próximo a cumplir mis 48 años. La respuesta de Julio no se hizo esperar. Al toque me replicó: “no se desprecie, usted no es un viejo de mierda y ella tampoco. Tiene un año más que yo”. Acortando. La chica le interesaba y él le interesaba a la chica, pero quería tener mi aprobación para seguir adelante.

-      Me parece muy bien que actúes con los pies sobre la tierra y empieces a hacer lo que realmente corresponde que hagas en un tema fundamental… Si esa joven satisface tus expectativas en materia de amor: dale para adelante… No necesitás mi aprobación; pero, si la querés, con el mayor gusto te la doy…

-      No esperaba otra cosa de usted… Pero hay algo más…

-      ¿Qué?...

-      Que yo quiero seguir haciéndolo feliz a usted…

-      Con noticias como esta me hacés muy feliz, ¿qué más puedo pedir?...

-      No, no se haga el distraído, usted sabe bien lo que le quiero decir…

-      Y porque se bien, te contesté como te conteste…

-      ¿Y yo?...

-      Yo, ¿qué?...

-      Yo quiero ser feliz con usted…

-      Te voy a contestar con un antiguo refrán que se lo he oído decir a todos los viejos de mi familia: “el que mucho abarca, poco aprieta”… Cuando hayas concretado con este chica, bajáremos el telón de nuestra historia y seguiremos como buenos amigos… ¿Te parece poco?.

Julio se juntó con Inés, así se llama la joven, en 1990 y en 1991, un mes antes que naciera el primer chico, Xavier, ahijado mío. Si los padres tuvieran que casarse cada vez que va a nacer un hijo, Julio César e Inés ya se hubieran casado cinco veces. Para despedirme de ustedes, les muestro una foto de mi ahijado, Xavier Álvarez Pardo, cuando tenía 19 años…

Nos encontramos de casualidad cerca del depto. donde su papá y yo supimos tener memorables tiroteos amistosos. Lo llevé hasta allí con la excusa de que era un buen fondo y le saqué esta foto. Es un divino total. El más lindo de los cinco hermanos, tres varones y dos mujeres. El arrastre que tiene no puede ser. El está muy bien ubicado. Heredó lo mejor de la madre y del padre.

-         ¿Cuándo vas a ir a visitarnos, Padrino?....

-         Cualquier día de estos…

JULIO CESAR ALVAREZ

por

Eduardo de Altamirano

NOTA PREVIA

Si algún lector desea leer la versión pdf de este relato, donde están las imágenes que aquí no aparecen, debe pedírmelo a: buenjovato@yahoo.com.ar y a vuelta de correo-e con mucho gusto se lo enviaré.

EL RELATO

Quien andaba yirando era yo. Él estaba sentado junto a otros muchachos en el cerco del Ministerio de Obras Públicas. Faltaba poco para la una de la mañana y hacía frío. El otoño del año 1983 estaba a punto de terminar. Por lo general, cuando yo yiraba, lo hacía en auto; pero, esa noche, en la que no pensaba salir, sobre la medianoche, decidí hacerlo a pie. Un vago me había prometido visita y no cumplió.  Pensé acostarme a dormir, pero, después cambié de opinión. Saldría. No sabía con lo que podía encontrarme ya que aquí se cumple siempre eso  que un poeta de la ciudad escribió allá por los años 30’s y reza:

Noche, La Plata, centro.

Cuatro gatos y algún cusco.

Nunca encuentro a los que busco.

Nunca busco a los que encuentro.

¡Como sueño en la metrópolis;

Roma, Atenas y su Acrópolis,

Madrid, Paris, vida, mitos.

La Plata y sus pobres mozos,

Ciudad de amigos gravosos

Y de enemigos gratuitos…

Si no me equivoco se llamaba Pablo Navajas Jáuregui y su poca pasión por las campanas se veía compensaba con su impenitente devoción por los badajos…

Bueno, la cuestión fue que cuando pasé frente a los muchachones apostados en el Ministerio de Obras Públicas la impresión que tuve era que físicamente no valían gran cosa. De todos modos, decidí dar una vuelta a la manzana y pasar nuevamente para una segunda evaluación. Los biché como corresponde y persistí en mi calificación: “solo para caso de necesidad extrema”, que no era el mío. Por lo tanto, seguí viaje.

Pero, hete aquí que uno de los mancebos advertido de que yo andaba de levante, abandonó el apostadero, vino tras de mí, se adelantó y me interceptó el paso para pechearme un cigarrillo. Como un cigarrillo no se le niega a nadie, hurgué entre mis ropas, extraje un atado de Parliament medio vacío y se lo dí. Para hacerla completita, me pidió también fuego. Le dí mi cajita de fósforos a condición de que me la devolviera porque no tenía más en casa. Cigarrillos si; fósforos, no. Se quedó con dos o tres cerillas. Cuando me devolvió los me dio su reclame:

-         Cobro poco y la tengo grande…

La forma en que se publicitó me causó gracias. Decidí seguirle la corriente…

-         ¿A qué le llamas poco?.

-         No sé, lo que quiera darme…

-      No, el precio lo ponés vos. Yo te digo si lo puedo pagar o no…

-      Veinte pesos de los nuevos…

¿Qué se podía hacer con $a 20,00, en mayo de 1983?... Mi memoria no da para recordar la cantidad de azúcar, yerba, asado, papa u otra cosa susceptibles de comprar con ese dinero. Si recuerdo la cantidad de dólares que se compraban con $a 20,00. La paridad era de u$s 1,00 = $a 11,50; es decir se compraban u$s 1,74. Es decir que con veinte pesos de los nuevos (pesos argentinos) se podía comprar más o menos lo que hoy se compraría con $ 18,30 o sea ½ Kg de yerba. El chico se ofrecía por medio kilo de yerba. Eso si: yerba con palo y el palo era grande.

Dadas las circunstancias, acepté la oferta. Después yo la manejaría a mi gusto porque mi criterio de siempre ha sido “no pagar por el pito menos de lo que el pito vale”. Fue así como el joven y yo arrancamos para mi departamento, a unas diez cuadras y pico del lugar.

Mi departamento no era mi lugar de residencia permanente, sino una comodidad que tenía en el centro de la ciudad para evitarme mayores desplazamientos y, al mismo tiempo, poder descansar, bañarme, estudiar y atender todas esas cosas que requieren de un sitio apropiado. Constaba y sigue contando, porque aún cuando hace añares que lo tengo alquilado su estructura sigue siendo la misma, de un ambiente, un baño y una cocina separadas. Los muebles que llevé allí fueron: una cama de dos plazas de bronce, mesitas de luz, un roperón de tres cuerpos, una mesa con cuatro sillas, un sillón Chesterfield y una biblioteca. Todos objetos antiguos rascados de aquí y allá y puestos con el buen gusto que me caracteriza. En una mesita rodante tenía un TV de 14”. La cocina tenía heladera y muebles sobre y bajomesada. El baño no tiene bañera y si un multifaz que oficia de bidet y pediluvio. En resumen: completito y supercómodo, porque el ambiente además es enorme. La superficie cubierta total es de 45,5 m 2 . Una bestialidad para un monoambiente.

Mientras pateábamos las diez cuadras me informe que el joven se llamaba Julio César, que tenía 17 años, que hacía changas como peón de albañil, que no había terminado la escuela primaria, que vivía con una abuela en El Dique, que sus mamá, su padrastro y sus hermanastros vivían por Las Quintas, que jugaba al fútbol, que no fumaba ni tomaba y, por lo que después puede apreciar, tampoco comía…

Si, ni bien llegamos al departamento, me preguntó si tenía algo para comer. Cuando pude verlo con buena luz, me dio pena. Muy agraciado de cara que digamos: no era; pero, de cuerpo, se lo veía bien. Un poco falto de olla y otros cuidados, y nada más. Calculé que debía andar por el metro setenta y pico de altura por que era más alto que yo que solo mido 1,69 (a mi me persiguen los números equívocos).

Le pregunté si me aguantaba un chiquito que le preparara algo rápido para que comiera. No mostró urgencia y en un poquito más de media hora le preparé un guiso: cebolla, ají, zanahoria, papa, zapallitos, fideos y un churrasco de cuadril cortado en daditos. Mientras se cocinaba ese menjunje, le dí galletas y queso mantecoso para que entretuviera el diente que, dicho sea de paso, le había quedado medio solo porque le faltaba un par de ellos.

No parecía malo. Más bien era una víctima de la circunstancias. Se lo veía torpe e inocentón. Me trataba de usted. “Qué pedazo de cama tiene” me dijo apuntando con un dedo a…

mi imponente cama de bronce y, tras ello, soltó un carcajada y comento que un par de noches antes a la suya se le había terminado de romper una de las patas y la tenía apoyada sobre un balde dado vuelta. Me hizo sentir vergüenza. Le prometí que le solucionaría el problema.

Cuando le serví el guiso no lo comió: lo devoró. Tragaba y repetía: “cocina bien, está muy rico”. No solo comió, se tomo cinco o seis vasos de jugo Tang. En la heladera tenía un taperware con parte de los duraznos de una lata que había abierto hacía poquito. Se los ofrecí y también se los embuchó.

Eran las dos y media de la mañana. Le puse sobre la mesa cuarenta pesos, el doble de lo que había pedido, y le propuse que, teniendo en cuenta la hora que era y que recién había comido, dejaramos “la función” para otro día y que, en su lugar, se fuera a su casa a dormir y hacer la digestión. No quiso saber nada de posponer “la función”, decía que no había drama, que él podía lo más bien. Cuando se percato que yo no era de arriar a los tirones, aflojó. Me preguntó cómo hacíamos para arreglar y yo le propuse que me llamara por teléfono un par de días después. Pese a estar de acuerdo, no se iba. Como yo no quería ser descortés, lo aguantaba hasta que decidiera partir.

En eso estábamos cuando me preguntó si se podía bañar. ¿Qué le iba a decir?, le dije que si… Había hecho treinta, nada me costaba hacer treinta y uno. Además, pensé que mal no le vendría una buena refregada. ¡Quién sabe cuáles eran las comodidades (si así se las podía llamar) que tendría en casa de su abuela pare estos menesteres. Le prendí el calefón y le preparé el baño. Mientras él se bañaba, hice algo que me dictó el corazón y cierto sentido práctico. En ese entonces yo estaba por cumplir 43 años y mi peso debía rondar los 75 kilos Julio debía pesar unos 10 kilos. menos. Mi ropa le debía quedar grande. Pero yo tenía algunas cosas de cuando pesaba menos en el…

el roperón de Julita, del que en otra oportunidad contaré su historia. Mide 2,20 x 2,10. Tiene el largo del baño. Bueno, decía que allí tenía ropas que de seguro le venían bien a Julio. En una primera búsqueda, para no desordenar le encontré unos calzoncillos y unas camisetas Eyelit que estaban como nuevos y, también, una camisa que ya no usaba y estaba flamante. Además era muy abrigada.

Le avisé que le había encontrado una ropa interior que se podía poner ya. Por eso cuando terminó de bañarse, salio del baño cubierto solo con una toallita. Tenía un lindo cuerpito, proporcionado. Y bañadito lucía más. Al ponerse el calzoncillo dejó ver que tenía buena dotación; sobre todo buenas bolas. Le ofrecí un té y aceptó. El té es una infusión a la que puede decirse que soy adicto. En invierno suelo cargarlo con chorritos de Fernet Branca o con Gin. Para prepararlo me fui a la cocina y lo dejé solo en el multiuso. Cuando volví con la bandeja del té, estaba sentado en la mesa. Se había puesto solo el calzoncillo, la camiseta y unas medias que también le había encontrado… Miraba…

mi vieja cámara fotográfica Contaflex que aún prestaba servicios en excelentes condiciones y los siguió prestando hasta el año 2000 en que decidí jubilarla después de usarla 41 años.

Tomamos el té muy calladitos. Parecía que se nos habían acabado los temas. Casí cuando la ceremonia estaba por concluir, Julio César rompió el silencio…

-      ¿En serio no quiere que hagamos algo?. Mire que yo no tengo problemas…

-      Como querer: quiero, lo que no quiero es hacerlo hoy porque es tarde… Quedamos en que pasado mañana me llamarías por teléfono y arreglaríamos para otro día… Bueno, ya está…

-      Le quería preguntar una cosa…

-      Preguntala…

-      Hoy, ¿me puedo quedar a dormir?...

-      Le tenés ganas a la cama…

-      Y si la mía se partió, ¿qué quiere?...

-      Está bien, quedate; pero a dormir nada más y mañana cuando yo me levante, todo el mundo arriba ¿eh?...

-      Si, yo tengo que ir a ver a uno que dijo que tenía un laburo para mi…

-      Muy bien…

-      Otra cosa don, ¿alguna vez me va a sacar una foto con esta máquina?...

-      Las que vos quieras… ¿Cómo querés que te saque, desnudo o vestidito?...

-      Como a usted le guste…

-      Bueno, vamos a empezar desnudito que para eso no se necesita nada; después, cuando te hayamos procurado algunas pilchitas como la gente, hayas visitado al peluquero y alguna otra cosita, te hacemos unas fotos vestidito para que pegues el golpe… Pero, para todo hay tiempo… Ahora, vamos a dormir…

Sin darme cuenta y sin pensar mucho empecé a hacerme cargo de la suerte del borrego sin pedirle permiso. Cuando nos metimos en la cama cumplió con su palabra, no hizo otra cosa que dormir. No tardó nada en dormirse y la forma de respirar delataba que estaba dormido. No era una respiración normal, silenciosa. Debía tener crecidas las adenoides. Trabajo para un otorrinolaringólogo. Yo demoraba para tomar el sueño. Pensaba en lo azaroso de la vida. ¿Quién me hubiera dicho unas horas antes que terminaría el día acostándome con un pendejo de diecisiete años que amenazaba con convertirse en toda una preocupación para mí?. Mi amiga Graciela hubiese respondido: “Mongo”. Mongo es un hombre que tiene la particularidad de no existir, no haber existido y, probablemente, no existir jamás; pero, eso si, sabe todo. No sé, se me ocurre que debe ser argentino y no quiero macanear, pero se me hace que es pariente mío.

Al final me dormí y tiene que haber sido muy profundamente porque cuando desperté a las 8 hs., despertador por medio, lo tenía a mi compañero de cama dormido, roncando y abrazándome vaya a saber desde cuándo. Me lo saqué de encima y lo zamarreé para que se despertara y medio como se sentó en la cama. Yo fui al baño y luego a la cocina a preparar café. Cuando volví con la bandeja y el desayuno, Julio recién salía de la cama. Evidentemente la cama tenía un efecto afrodisíaco en él: el palo era inocultable. Fue directo al baño.

Pasadas las ocho y media estábamos saliendo del edificio. El tomo para un lado y yo para otro. Le recordé que me llamara y le puntualicé que iba a estar esperando su llamada.

Esa mañana ocurrió algo me invito a pensar que el chico me traía suerte. Si. A principio de año, un amigo (gravoso) me había formulado un pechazo: u$s 250,00 que en la moneda del momento (pesos ley 18.188) serían unos $Ley 20.000.000,00. No es joda. Dadas las circunstancias, yo daba por perdido ese dinero. Este amigo estaba sin trabajo. Me había dicho que en un mes me los devolvía, ya habían pasado cuatro. Mejor olvidarse. Esa mañana, este amigo me llamó por teléfono. Quería verme. Le dije que si y se vino. Mal pensado, supuse que necesitaría otro préstamo. Me equivoqué. Hacía casi dos meses había encontrado un excelente trabajo y quería cumplir conmigo. Me pago los 250 dólares, no en dólares, como le di yo, sino en

pesos ley 18.188, cuyo billete de máxima nominación se ve en la foto.

De repente me vi con una plata que yo daba por perdida. Pensé “con esto tengo para ensillarlo a este pibe y conseguirle una cama”. En estas cosas, y otras muchas más, yo no soy de mucho analizar y calcular, me mando y que sea lo que Dios quiera. Si sale bien, sale bien y si no: a otra cosa mariposa.

Por la mañana del día siguiente me hice un huequito y salí de compras. Menos zapatos (porque no sabía el número que calzaba) le compré de todo en un boliche de la diagonal 80 que vendía ropa para gente joven. Si mal no recuerdo se llamaba “Jorge” y estaba cerca de la calle 4. Vaqueros, camisas, pullovers, una campera, medias, calzoncillos, cinto. Recuerdo que salí de ahí y a unos metros compré un bolso enorme y metí todo adentro. Inmediatamente fui para el departamento y lo deposité allí. Cuando salí me pregunté, “¿y si no me llama?”. No preocuparse, si no me llama: peor para él. Ya encontraría a quien regalarle esas cosas.

Pero, al día siguiente y muy puntualmente, me llamó. Arreglamos en que iría por el departamento el viernes a las siete y media de la tarde. Me preguntó “qué había estado haciendo”. Mi respuesta fue: “¿sos de la cana que hacés esas preguntas?”. “No, era para saber, nada más”. “Bueno, después te cuento”. Y ahí quedó todo.

En viernes se apareció hecho un desastre en cuanto al aspecto. Sucio, pero no de roña, sino de tierra, como si hubiese estado en un polvaderal. Estaba haciendo changas en una obra que recién empezaba y tenían que limpiar el terreno. Tenía que trabajar de lunes a viernes y le pagaban una miseria. Bueno, la cuestión no era ponerse a llorar porque con llorar no se arregla nada. Le preparé él baño y al agua pato. Mientras se bañaba, levanté toda la ropa que se había sacado. Menos el pantalón, todo lo demás lo metí en un balde y le eché jabón en polvo. Cuando terminara de bañarse lo cargaría de agua. No quería abrir canillas. Sobre la cama puse un calzoncillo, una camiseta, un par de medias y el pijama de jacard que le había. A título de préstamo puse un par de pantuflas de gamuza. Le avisé que sobre la cama tenía ropa limpia.

Como la primera vez, salió del baño cubierto solo por una toalla pequeña y en patas porque yo le había secuestrado también las zapatillas. Yo estaba en la cocina en el momento que salió y lo ví pasar frente a puerta cuando se dirigía a la cama. Supuse que cuando viera la ropa diría algo; pero, no se lo oía. Intrigado, me asomé a curiosear. Estaba parado frente a la cama, desnudo porque la toallita se la había caído y sollozaba  en silencio, notoriamente compungido. La escena me golpeó fuerte, pero entendí que no debía aflojar y no aflojé. Lo encaré de una con la intención de hacerlo reaccionar, pero, no me dio tiempo. Cuando me le acerqué, se dio vuelta, me abrazó y largó a llorar con todo… Yo también lo abracé y lo único que atiné a hacer fue palmearle la espalda… Tardó un rato en reaccionar, pero reaccionó… No dijo nada de por qué lloraba ni yo se lo pregunté. Me dio las gracias. “Son todas muy lindas” apuntó refiriéndose a la ropa y pregunto cuándo las había comprado. Le anticipé que le iba a comentar la historia durante la cena “porque había más”

-         Más, ¿qué?...

-      No seas ansioso, ya te voy a contar, ahora dejame que terminé con la cocina porque si no vamos a cenar el día del arquero…

-      ¿Qué vamos a comer?...

-      Y meta con las pregunta… Prendé el televisor así te entretenés…

Por suerte prendió el televisor y se entretuvo… Yo pude terminar de preparar la comida, poner la mesa y sentarme con él a comer juntos, por primera vez… Recuerdo el menú: papá fritas con puré de papas…

-      ¿Sabe un cosa?... Tiene buena mano para la cocina. El guiso del otro estaba bárbaro y esto le salió súper… El puré tiene un gusto raro, sabroso, ¿qué le puso?...

-      Nuez moscada…

-      Nuez, ¿qué?...

-      Moscada…

-      Nunca oí hablar de eso… Usted si que sabe…

-      Algo… Hace un rato me preguntaste cuándo había comprado eso que tenés puesto… Te cuento…

Le conté, entonces, lo que un poco más arriba narré acerca de ese amigo que inesperadamente me había devuelto los veinticinco millones de pesos que tiempo atrás le presté. No podía creer que yo, alguien que recién lo conocía, hubiese decidido gastar ese dinero en él. En algún momento parecía que se iba a largar a llorar nuevamente. Felizmente pude evitarlo. El postre de la cena fue el bolso con la parte de la ropa que aún no le había dado y tenía escondida en el roperón de Julita. Se lo veía loco de contento. El comentario final fue…

-         Ahora me va a poder sacar las fotografía…

-         No…

-         ¿Por qué no?...

-      Porque todavía no tenés los zapatos (en ese entonces no se usaban zapatillas como ahora)… Vas a tener que esperar un poco mas… -se rió, pero se quedó con la última…

-      Bueno… Pero ahora puede fotografiarme en pelotas…

-      Eso, si… Siempre y cuando me prometas que mañana por la mañana te vas a dejar cortar el pelo…

-      ¿Usted me lo va cortar?...

-      No, yo no… Se hacer muchas cosas, pero no se cortar el pelo… Te puedo llevar a la peluquería de Hugo, un amigo mío que es un artista con la tijera

-      ¿Donde tiene la peluquería?...

-      ¿Qué peluquería?...

-      La peluquería donde corta el pelo…

-      En ninguna parte… No tiene peluquería… Es relojero y solo les corta el pelo a algunos amigos … Aprendió peluquería viéndolo al abuelo… Cuando yo quiero que me corte, lo llamó por teléfono y voy a la casa, en Gonnet… Me corta el pelo en un galpón… No me cobra nada… Si yo se lo pido, a vos también te va a cortar y tampoco te va a cobrar…

-      Bueno, vamos…

-      Si, pero no ahora… Ahora hay que lavar los platos…

-      Lo ayudo…

-      No, pichón… La cocina es chica y dos lo único que hacen es molestarse y tardan más… Dejame que solito lo hago más rápido… Otro día los lavás vos…

-       Listo… Lo espero para las fotos entonces…

-      De acuerdo…

Julio César se acomodó en el sillón para mirar la tele y yo lavé los platos… Cuando estaba haciendo esto se asomó a la puerta para preguntarme:

-         Usted limpia el departamento…

-      No pichón, yo lo cuido… Tengo una señora que viene una vez por semana, a veces dos y hace una limpieza profunda… ¿Por qué preguntabas?...

-      No; como todo está que brilla…

-      No hay quien ensucie…

-      No viene nadie…

-      ¿Otra vez vigilanteando?...

-      No, no lo vigilanteo… Si no quiere decírmelo, no me lo diga… No me voy a enojar…

-      Conmigo por podés observar lo que se te antoje… Vas a ver que yo no escondo nada, por la sencilla razón de que no tengo nada que ocultar… Lo que no me gusta es que me interroguen a lo milico… Yo nunca pregunto nada y si lo hago es por algo bien claro… Ejemplo: si te consigo una cama, a dónde te la envío o cómo hacemos para que te la lleves…

-      ¿Me va a conseguir una cama?...

-      Si, la semana que viene la voy a tener…

-      ¿La semana que viene?...

-      Si, entre lunes y martes… Ni bien tenga un rato libre voy a una casa de compra-venta, por 1 y 42, y la compro, con lo que me sobró de la guita que me devolvieron. Lo que quede de eso será para los zapatos…

-      Usted está en todo…

-      Si estuviera en todo sería Dios… Y no soy Dios… Soy nada más que un pobre puto…

-      No diga eso…

-      ¿Por qué no tengo que decirlo?...

-      Porque para mí usted no es puto…

-      Ah, si… Mirá vos… No soy puto, pero dentro de un rato me vas a coger…

-      Si, pero no lo voy a coger porque sea puto…

-      No me digas, ¿y por qué me vas a coger?...

-      Porque es bueno y se hace querer…

-      ¿Me hago querer?...

-      Si…

-      ¿Vos me querés?...

-      Y…, estoy empezando a quererlo… No sé si usted me va a querer, porque yo no valgo nada…

-      Mirá Julito, yo no oculto nada. Vos no sabés si te voy a querer, yo tampoco lo sé. Lo que si se es que puedo hacer algunas cosas para que valgas algo y como puedo: lo hago, siempre y cuando vos no te opongas…

-      No, yo no me opongo; qué me voy a oponer, si nadie hace nada por mi… Usted es el primero… ¿Por  qué que me puse a llorar hoy?... Por eso digo que usted no es puto y si le gusta yo lo voy a coger todo lo que usted quiera…

-      Lo importante no es que yo quiera, sino que vos también quieras…

-      Para mí, si usted quiere, yo también quiero… Déjeme que lo garche una vez y va a ver si quiero o quiero…

-      Te dejo, pero, primero vamos a hacer las fotos…

En ese momento le estaba dando el toque final a la limpieza de la cocina y volví al multiuso… Pasé por el vano de puerta donde él estaba apostado y le acaricié la cara en un gesto de simpatía…

-         Sos un tesoro, pichón…

-         ¿Por qué me dice pichón?...

-      Porque sos un pichón… A los 17 años todo hombre es un pichón…

-      Cuando se la ponga no me va a decir más que soy un pichón…

Me reí y de inmediato me puse a preparar la máquina para la sesión de fotos… Porque las cámaras con rollo tenían muchos belines… Las digitales, ahora, son una bala… Como las iba a revelar yo, preparé la máquina para B/N. De todas las fotos que me saqué, una a mi juicio es la mejor de todas… Es esta…

es la que más me gustó. No sé por qué se puso en esa pose. Parecía un animalito asustado. Con esa cicatriz sobre la axila derecha. No sonreía porque le faltaba un diente. Sujetando esa “cadenita” de cuero. El pelo terriblemente dañado, sin champú que lo mejorara. Para colmo se lo había recontrasecado con el secador de pelo y parecía paja. En fin, la sesión de fotos fue divertida porque entre foto y foto Julio hacía toda clase de monerías. Se había desatado y empezaba a sentirse como en su casa. En una de esas me preguntó si podía comer una bananas de las que estaban en la frutera. La ocasión me pareció ideal para puntualizarse que la todo lo comestible que había en el departamento era para comer y que no tenía que pedirme permiso para comer algo.

-         Ve por qué yo le digo que usted no es puto…

-         No, no veo… Explicámelo…

-      Porque yo le pedí permiso para comer y usted me dijo que para comer de lo que hay en el departamento no le tenía que permiso… No hizo como el  Cogollo, un viejo puto, asqueroso que yo me cogía. Me dijo que yo eran un negro de mierda, sucio, ladrón porque le use una gota, solo una gota de un perfume que tenía en el baño. El perfume estaba al lado del jabón, sobre la pileta. Me acuso de que le había abierto un mueble. Yo no le abrí nada. Lo que le abría era el culo y bien que le gustaba. Además me cagaba con la plata, porque yo le había pedido 500 lucas por echarle un polvo y él me forzaba para que le echase dos, pero me seguía dando 500 lucas, ni un sope más. Un puto hijo de mil putas el Cogollo…

-      ¿Por qué le decis cogollo?...

-      Porque me pedía que se la pusiera hasta el cogollo…

-      No se llama Cogollo…

-      No, no me acuerdo como se llama. Sé que es abogado porque íbamos a donde él trabajaba para garchar… Usted es al revés, me trata muy bien… A mí me gusta que traten bien… Seré negro, ordinario, sucio todo lo que se quiera, pero no le falto el respeto a nadie… ¿Por qué me lo van a faltar a mi?...

-      Tenés razón… Además, tratar bien a la gente no cuesta nada y es más lindo…

A todo esto se habían hecho más de las diez y media de la noche. Fiel a mi costumbre de crear situaciones para quilombear un poco, como se había consumido el rollo de fotos, lo retiré de la máquina, lo guarde en el tubito protector para que no se velaran los negativos y lo metí en mi portafolios para llevarme a casa donde procedería al revelado. Toda está ceremonia la realicé en silencio y muy lentamente. Desde una silla, sentado en pelotas, Julio César me miraba. Como yo no hablaba, él tampoco lo hacía. Cuando terminé, procedí a sentarme y continué callado. Callado y serio. Después de un rato, Julio preguntó…

-         ¿Qué le pasa?...

-         Que yo sepa no me pasa nada… ¿Me tiene que pasar algo?....

-         No, pero como se quedó callado y está serio…

-         ¿Es malo estar callado?...

-      No, pero qué se yo… ¿Hice algo malo que usted se puso así?...

-      No sé, vos sabrás si hiciste algo malo… Bastante tengo con cuidarme yo de no hacer nada malo, para además andar controlando a los demás… Vos tenés que saber lo que hacés…

-      Pero usted tiene que decirme si hago alguna cagada… ¿Hice alguna cagada?...

-      Olor, por lo menos, no hay…

-      No sea malo, dígame… ¿Qué hice?...

-      Yo no soy malo…

-      Si, usted es malo y no me quiere decir lo que hice para que se pusiera así…

-      Hace un rato era un santo, ahora soy un malo… Dentro de diez minutos, ¿qué voy a ser para vos?... ¿el viejito Cogollo?...

-      Me toma el pelo…

-      No, el pelo te lo voy a hacer tomar mañana…

-      Bueno, dígame, ¿qué hice?...

-      “Qué hice”, no; “que hacés”…

-      Bueno, ¿qué hago?.

-      Nada…

-      No lo entiendo…

-      Si no me entendés, pensé un poco… No hace mal pensar…

-      No me tome el pelo, explíqueme qué pasa…

-      Pasa que vos decís una cosa y después hacés otra…

-      Y, ¿qué dije yo?...

-      El otro día vos me dijiste que te dejara garcharme una vez y así iba a enterarme si querías realmente garcharme o no. ¿Te acordás?.

-      Si, me acuerdo..

-      Bueno, yo te dejé y vos, ¿qué hiciste, qué haces?.... Nada… Eso es lo que hacés: nada… Lo mío que era dejarte hacer, lo hice… Lo demás es cosa tuya y al paso que vamos no sé cuando me voy a enterar… Tal vez nunca…

-      ¿Y para decirme que no lo garchaba dio todas estas vueltas?

-      Las vueltas me las hiciste dar vos, yo estaba calladito, esperando…

-      Bueno, no espere más… Vamos a la cama…

-      Ahora me parece que no tengo ganas…

Se dio cuenta que lo que yo hacía era buscar roña para divertirme un rato y entonces cambió de táctica y me cortó el chorro…

-      Si no tiene ganas es cosa suya; yo si tengo ganas, así que vamos a cama y no se resista por lo llevo de prepo…

Cuando me dijo esto, se paró y en bolas como estaba se vino hacia mí en actitud desafiante… Fingí achicarme…

-         Muy bien, Jefe, no se enoje; yo hago lo que usted mandé…

-         Mejor así; sáquese la ropita y a la cama…

Apagué todas las luces y fui hacia el lado izquierdo de la cama, donde empecé a desnudarme… Julio ya se había metido en la cama por el lado derecho. Una vez desnudito, hice lo propio y apagué la luz de la lámpara de mi lado que era la única que estaba encendida. Desde la cocina llegaba un tenue resplandor  que venía de la calle.

No fue más que apagar la luz para que Julio César se pusiera en acción como una tromba marina. Ni remotamente imaginaba que su desempeño llegaría a ser ese. Porque es bueno señalar que si bien yo tenía hasta ese momento un prontuario de no pocos encames con levantes callejeros ocasionales, ninguno o casi ninguno de esos encames había sido digno de ser recordado. En general, fueron de una espantosa chatura, faltos de entusiasmo. Los jóvenes con quien me había acostado solamente tenían interés en los pesos que al fin del coito habría de entregarles. Por lo demás, se limitaban a hacer lo mínimo que yo les requería. Se limitaban a tirarse desnudos en la cama y dejar que yo promoviera lo que en definitiva se hiciera. Cuanto más rápido, mejor; cosa de cobrar y desaparecer. Con Julio esperaba algo con un poco mas de categoría, pero de ningún modo algo que resultara asombroso. La verdad fue que me quedé muy corto en las expectativas. Ni bien quedamos a oscuras, desnuditos los dos en la cama, Julio César se vino sobre mí como una brasa encendida; era el lobo feroz de Caperucita Roja dispuesto a morfarme. “Dame esa boquita chupa pija” me decía con la clara intención de chuponearme. La cosa no era para decirle “no, ahora no, vení mañana”. No debía resistirme. Le entregué mis labios y él se ocupó de invadir hasta mi garganta y si no fue más adentro no se debió a que no tuviera ganas, sino a que su lengua, larguísima, no lo era tanto como para tomar posesión también de mi esófago. La voracidad del pendejo era terrible. Yo estaba como un arquero al que le disparan cien penales al mismo tiempo. No sabía para donde disparar. A él, en cambio, no se le perdía una. Mientras me besaba, me tocaba el culo, me mordía en cogote, se refregaba contra mi cuerpo, etc., no se olvidaba de ordenarme que le agarrara la poronga y se la apretara bien fuerte. Muchas veces a lo largo de mis años había tenido febriles sueños de fantasía en los cuales un macho cargado de testosterona me mataba cogiendo; pero, nunca pasaban de ahí, de ser sueños de los cuales salía con más ganas que antes de entrar. Con Julio César sentí como que ese sueño recurrente de toda mi vida comenzaba a hacerse realidad. De hecho, lo de matarme cogiendo, no era una realidad contundente, sino un simbolismo. Muy lejos de sus pensamientos y deseos se veía toda intención de quitarme la vida. Lo que se veía muy cerca era el envalentonado propósito de romperme culo lo que se dice “bien roto”.

Lo dejé hacer. El chico no necesitaba de libreto ni de alguien que lo dirigiera.  El era autor, actor y director, todo al mismo tiempo. Además, se ubicaba en la escena con la habilidad de quien tiene el don de la ubicuidad. Cuando descubrió mis pechitos bien marcados, sacó a relucir su pasión por las tetas y me mando un suissé que me dejó como vaca ordeñada cien veces en el mismo día. Muy cortésmente me preguntó si me gustaba mamarla y un segundo después de que le respondiera afirmativamente, no sé cómo, ya me la había enchufado hasta la garganta y me rogaba que se la mamara con todo. Ante semejante ruego, ¿qué podía hacer yo?. Y, mamársela con todo. Algo que, como siempre digo, constituye en mi un deporte favorito . La verga es el punto de mayor sensibilidad del hombre activo. El poder actuar sobre ella le permite al pasivo provocar los más excitantes placeres. De ahí que para el pasivo resulta algo así como un termómetro que mide el grado de aceptación y deseo que él tiene en el activo. Mi manadita lo puso a mil a Julio César, quien vuelta a vuelta me hacía cortar el servicio para no acabar antes de tiempo. En un palabra, yo lo recalentaba.

Después de franelear un muy largo rato, durante el cual el chico me hizo  de todo lo que se le ocurrió, me pidió que me pusiera boca abajo para ponérmela. Le hice caso, pero, también me puse “Aqualane”, una crema para quemaduras de los laboratorios Roche, que funciona muy bien como lubricante y de la cual tenía cajas y cajas de muestras gratis. También me puse una almohada doblada bajo el vientre para que la colita quedara bien expuesta y el hombre pudiera operar en las mejores condiciones. ¡El que sabe, sabe!. Julio César me demostró que también él sabía. Se ubicó entre mis piernas, forzándolas con las suyas a separarse más. Me indicó que me abriera las nalgas y procedió a calzar la punta de su dura poronga en la puertita de mi culo. A partir de allí, sus certeros y preciso movimientos hicieron que su verga entrara en mi ojete, sin prisa y sin pausa, hasta que su pubis se apoyó sobre mis nalgas, marcando el tope de la colocación,  y él se tendió encima de mi cuerpo, procediendo a abrazarme como si quisiera decirme con ello: “ahora no te me vas a escapar y te voy a romper el culo quieras o no”. El sinvergüenzon tenía muy buena pija y la manejaba mejor, por lo que cada centímetro valía por dos. A pesar de su corta edad, no cabían dudas de que tenía experiencia en el arte de complacer ortos.

Me estuvo macheteando una eternidad. No de cualquier manera, sino de un modo paradigmático, magistral, insuperable. Por su accionar yo me sentí inmerso en una nube embriagadora de placer de la que no tenía ganas de salir y hubiese dado lo que no tenía para permanecer en ella hasta la consumación de los tiempos. Sin ningún lugar a dudas, ninguno de los machos que lo habían precedido en el honor de penetrar mi culo supo tener un desempeño de su categoría. Uno a uno iba presionando en cada uno de los puntos capaces de hacerme vibrar. En ningún momento dejó de hablarme, de decirme lindas cosa, de hacerme ver su preocupación por mi persona. Me tuteaba. Eso acortó la distancia que siempre había entre nosotros. Me ordenaba “comérmela bien”, “tragármela toda”, mientras como un amoroso “papito” me daba la papa en la boca. En este caso: el culo. Hacía notoria su preocupación por no acabar. Cada tanto se mandaba una frenada para evitar el desborde de la eyaculación y prolongar las delicias del coito.

Todo eso que un pasivo anhela que le haga el macho que lo coge, él me lo hacía y mejor que nadie. Me advertía que me iba a coger siempre, que me iba a tapar de pija y que se yo cuantas cosas más. Toda esa lluvia, esa catarata de erotismo, sensualidad, lujuria, morbo, la hizo caer sobre mí, sin defensa alguna de mi parte, por espacio de más de una hora. Arriesgo esta precisión no porque haya estado con un cronómetro controlando el tiempo que me cogió, sino porque después, cuando todo hubo terminado, me dijo: “lo garché más de una hora”. El coito había finalizado y él, automáticamente, volvió al trato protocolar que, a partir de esa experiencia tuvo un color y un sentido sumamente peculiar para mí.

Cuando salí de la cama para refrescarme en el multifaz mi castigado culo, sentí la extraña sensación de no ser la misma persona. El polvo maestro que Julio César acababa de echarme marcó un antes y un después. Es imperioso puntualizar que Julio me había preguntado “si yo quería que él fuese mi marido”: No le dije ni si ni no; pero, lo que realmente empezaba a sentir era que tenía marido, que él era mi marido…

Eso, además de lo que prácticamente significa, implicaba para mi moral que, con el mismo grado de responsabilidad que él se obligaba respecto a mi persona, yo debía obligarme respecto a la suya y no debía permitirme distracciones, por mucho que él se las permitiera para si mismo, ya que debía tener presente que, en muchos órdenes, mis capacidades superaban holgadamente a las suyas y es sabido que quien más tiene, más debe tributar. Bajo esta óptica comenzó mi romance con Julio César.

Mi objetivo era habilitarlo para que pudiese vivir una vida mejor, menos expuesta a esos padecimientos a los que había estado sujeto y que, de seguro, lo enrolaban en un proceso de degradación permanente que vaya a saberse a que fin podían llevarlo.

Lo que, sinceramente lo digo, no esperaba era que me diese la respuesta que me dio que no solo fue de obediencia a las pautas de conducta que yo ideaba, sino de cabal comprensión de su sentido, al punto de poder sumar sus iniciativas a las mías. No voy a hablar de aquellas que apuntaban a su aspecto físico y a su salud, porque basta con mostrar esta…

esta foto para apreciar la transformación que experimentó en poco más de cuatro meses, ya que la misma data de principios de la primavera de 1983, cuando el Dr. Raúl Ricardo Alfonsín arengaba a los argentinos diciéndoles  que “con la democracia se vive, se educa, se cura y se crece” para darse cuenta de que pasó a tener una auténtica preocupación por su estado de salud y su apariencia física. Lo verdaderamente importante fue la comprensión cabal de otras cosas.

Por razones que no hace al caso detallar, Julio había dejado la escuela primaria cuando le faltaban cursar sexto y séptimo grado. A la altura del año en que nos conocimos se hacía difícil encarar la remediación de este problema. Coincidimos en que en 1984 se inscribiría en una escuela para terminar la primaria. Pero, entremedio a mí se me ocurrió que podía consultar a un cura amigo mío (cura villero) que nos podía aconsejar acerca de cómo resolver el caso. Fue un acierto, porque este santo varón se ocupó de hacer los tejes y manejes necesario para que Julio terminara la escuela en el menor tiempo posible y sabiendo todo lo que hay que saber al salir de la primaria. Así fue como a fin de noviembre de 1984, Julito ya tenía su certificado de estudios primarios completos y bueno es destacar que el esfuerzo que hizo para conseguirlo lo ayudó enormemente para organizar su vida.

Desde mayo de 1983, fecha en que nos conocimos, hasta noviembre de 1984 nuestra relación íntimo experimento una maduración continuación continua que la hacía cada día mejor y, muy particularmente, más alegre, más espontanea, más divertida. Yo no tengo memoria de haber cambiado mucho. Es probable que alguno de mis rasgos se hubiesen acentuado y, de seguro, que otros quedaron más en la superficie y se hicieron más visibles. A mi juicio, Julio César si cambio. En los primeros días de nuestro trato se veía como un chico triste que trataba de aturdirse; pero, a medida que fuimos desarrollando nuestro plan de realizaciones, todo eso quedó a un costado y apareció un Julio César que no dejaba de reírse y de generar situaciones alegres. De no observar nada paso a observar todo y a sacar conclusiones que luego guiaban sus pasos. A mí me bombardeaba a preguntas. Dejó de hablar en borrador y paso a hablar en limpio y con precisión.

Recuerdo que un día saltaron los tapones en el departamento y nos quedamos sin luz. Quise resolver el problema sustituyendo los tapones deteriorados con otros que siempre tenía de repuesto. La solución no funcionó porque los tapones de repuesto también estaban fusilados. Habían saltado en ocasión anterior y yo me había olvidado de repararlos. Eso tenía que hacer entonces en ese momento, con la contra de que era de noche y no podía trabajar a oscuras. De todos modos, Julio me sostuvo la linterna y lo hice. Observó todos y cada uno de mis movimientos y prestó oídos a lo que yo decía mientras operabas. Los tapones reparados funcionaron y la luz volvió. Procedí a reparar la lámpara que había ocasionado el trastorno. El chico miraba lo que yo hacía. Desarme y armé el interruptor donde unos cables se tocaban y producían el corto y la falla quedó superada. En el momento en que iba a guardar las herramientas, Julio me lo impidió diciéndome que aguardara porque él quería arreglar los tapones de repuesto que seguían rotos. Retrocedí y le abrí cancha para que hiciera lo que proponía, reconociendo que era lo correcto. Pasé a ser yo quien observaba y deleitaba viéndolo hacer con precisión lo que había aprendido cinco minutos antes. Pero, lo que más me gusto fue lo que me dijo: “me gustaría ser electricista”. Casi no es necesario que repita el contenido de mi respuesta: “te voy a ayudar a que lo seas”.

Después de todo ese merengue, nos fuimos a la cama y una vez acostados, ¿qué hicimos?: apagamos la luz. Parecía un chiste. Tanto arreglar la instalación eléctrica para no usarla. Claro que, en este caso, no usarla era una forma de usarla porque el apagar la luz, para Julio, era como tocar campana de largada para empezar a coger. Ni las luces se apagaron, el chico se me vino encima con su sempiterna ganas de franelear y de gozar del contacto de nuestros cuerpos, donde además se fundían un poco nuestras almas.

En mi historia personal yo tenía registro de algunos, pocos, entreveros verdaderamente amorosos; quiero decir, de relaciones que fueron algo más que encuentros carnales y me refiero a la transa con mi compañero de estudios Efraín Jorge Edwin, la que conté en un relato publicado en este mismo portal y que lleva por título su nombre. Lo de Julio César tenía el mismo sabor, solo que algo más cargado. Cuando empezamos, algo me contó de una noviecita. Esa noche, cuando estábamos calentando lo motores, se me dio por preguntarle por Eliana. Me sorprendió la respuesta. “No va más”.

-         ¿Cómo que no va más?... ¿Qué paso?...

-      Nada. No va más. Estaba muy en la pavada. Me cansó. Cuando le pedía algo, siempre tenía problemas, no podía.

-      Algo, ¿cómo qué?...

-      Coger. Se le importaba un carajo si yo estaba caliente, o necesitaba… Siempre con sus boludeces… Me cansó y la mandé al carajo…

-      Ahora te quedaste sin nada…

-      No…

-      ¿Cómo no?... ¿Qué, conseguiste algo?...

-      Si…

-      Y no me contaste nada…

-      No…

-      ¿Por qué?

-      Porque usted lo sabe…

-      Yo no sé nada…

-      Si lo sabe…

-      ¿Cómo sabés que yo lo sé?

-      Porque usted es lo que encontré…

-      Anda a cagar…

-      Me voy a cagar, pero ahora lo tengo a usted…

-      Pero, pichón, no podés, comparar.. Yo, ¿qué soy?... Nada… Para un muchacho como vos, ¿qué mejor que una piba jovencita?...

-      Si, pero yo lo quiero a usted…

-      ¿Cómo me podés querer a mi?... Yo puedo ser tu amigo, nos podemos encamar de vez en cuando… Nada más… En cambio, una piba es una piba… Tiene todo…

-      Si, pero yo lo quiero a usted…

-         Y dale con lo mismo…

-         Si, porque usted me hace calentar más que una mujer…

-         No me digas…

-      Si le digo… Yo lo veo a usted y se me para la pija… Y si no me cree, tóqueme y va a ver cómo estoy…

Lo toqué y, en efecto, la tenía dura cómo un garrote… Acoté, entonces…

-         Esto debe ser porque hace mucho que no bañas el tero…

-      Si, hace mucho y es porque yo solo quiero coger con usted…

-      Estás chiflado…

-      No sé… Pero hace mucho que cojo solo usted y estoy muy  contento… Usted me hace feliz…

-         Y, ¿por qué decis que te hago feliz?...

-         Porque es lo que yo siento…

-         ¿Qué es lo que sentís?...

-      Usted, cuando cogemos, es como que se me entrega todo; siento como que lo único que quiere es que yo se la meta y cuando se la meto me deja hacerle lo que yo quiera, se aguanta todo; deja que yo le rompa el culo y goza conmigo aunque le duela el orto de lo pijazos que le doy… Siento que usted es mío… Por eso soy feliz…

-      Buen, ya vamos a hablar de esto en otro momento… Ahora vamos a dormir…

-      No, a dormir no, yo quiero hacer algo…

-      Pero yo no, estoy indispuesto…

-      Indispuesto, ¿de qué?...

-      Tengo sueño…

-      Eso no es estar indispuesto, yo también tengo sueño…

-      Bueno, dormí…

-      No, antes quiero hacer algo, llevo más de una semana sin coger…

-      No es culpa mía…

-      Si, es culpa suya que siempre está ocupado…

-      ¿Y que querés que le haga si tengo cosas que hacer?...

-      Yo quiero que piense en mí, yo lo necesito…

-      Yo creía que me quería…

-      Lo quiero y lo necesito… Y ahora lo voy a coger…

-      De prepo…

-      Si, de prepo…

-      Dale, a ver si podés…

Para qué lo habré desafiado… Se me vino encima con todo… Más sencillo que decir todo lo que me hizo resulta anotar lo que no me hizo porque fue muy poco… Antes de que empezara, le aclaré que todo lo que había dicho era una jodita mía… Lo anotó, pero igual arrancó diciéndome que se la iba a cobrar… Resumiendo: me revolcó por toda la cama, me desnudó, se me subió encima, me hacía que le chupara la pija mientras me sujetaba las manos y cabalgaba sobre mi pecho. Me ponía boca abajo y se tiraba encima, me abrazaba, me besaba… Era un loco de la guerra… La buena comida de los últimos meses lo había fortalecido mucho… Además, no solo estudiaba sino que hacía bastante gimnasia y jugaba al fútbol… Se convirtió en un toro… Esa noche, entre pitos y flautas, me echó dos soberanos polvos que me dejaron a la miseria. A la miseria,  pero muy feliz… A él creo que le sucedió otro tanto… Para esta época le tomé esta foto…

donde se aprecia que Julio tenía un linda herramienta para entretenerme, la que en esta otra foto se observa mejor…

La  fotografía con campera de cuero se la saqué en el Parque Pereyra Iraola, una tarde en que fuimos a pasear por allí. La foto fue producto de un transacción. Yo odiaba esa campera. La había encontrado en un asiento de un ómnibus y le tomó un cariño que no se si era cariño o ganas de hacerme enchinchar. Cuando estábamos en el Parque quería que le sacara un foto. “Con la campera: no”, fue mi respuesta. Después de algunas tratativas para que yo aflojara mi postura, acordamos que le sacaría una foto siempre y cuando la campera fuera lo único que llevara puesto. De ahí la foto.

La del cartelito se la saqué en el departamento con una máquina Kodac de autorevelado.

Vuelvo al relato. La verdad es que el chico cubría ampliamente todas mis expectativas y me dejaba en paz con mi conciencia porque mi anhelo no era usarlo como un machito, sino establecer un relación beneficiosa para ambos, en todo sentido. Una relación que estuviera inteligentemente por encima de los prejuicios y los preconceptos y que, si marcaba nuestras personas, lo sería para bien y nunca para mal.

Entendí que la cosa iba en ese sentido cuando vi que el muchacho apelaba a mí para salir del pantano donde lo habían arrojado las circunstancias negativas de su vida y poder formarse y armarse para una vida mejor.

De pique observé que no pedía nada y cuando charlábamos, me hablaba de lo que le gustaría ser. Ya conté que cuando me vio reparar los tapones de llave mayor me dijo que “le gustaría ser electricista”. Para ser electricista debía estudiar. Para que se fuera familiarizando, yo le compre un libro del Ing° Marcelo A. Sobrevila que lleva el título “Instalaciones domiciliarias”. Era muy elevado para él. En un primer momento sirvió para dimensionar que ser electricista no es soplar y hacer botellas.

En 1985 empezó formalmente un curso que curso que duraba dos años. Tuve la satisfacción de habérselo bancado. También le banqué otras cosas, pero no las voy a mencionar. A fines del ’85 era otra persona o, más bien dicho, era la persona que el mundo no le dejaba ser. La que detecté cuando me dijo que yo no era puto, cuando lo vi llorar porque me había acordado de comprarle unas pilchitas. Nuestro trato era de enorme confianza y gran familiaridad.

Con una de mis artimañas, logré oficializar su presencia en mi vida. No por supuesto como lo que íntimamente era. Sino como un joven, gran amigo, al que había decidido ayudar. Así apareció un día por mi casa. El pretexto fue que trabajara en mi taller de ramos generales, donde yo hacía y deshacía muchas cosas, no como profesional, sino como aficionado.

No había quien no estuviera encantado con él, ni quien dejara de ver que era toda una promesa. Eso allanaba mucho las cosas. No era un clandestino. Era un amigo con todas las de la ley. Y continuamente hacía méritos para ser mas amigo.

El hecho de que pudiéramos vernos en casa mermo nuestro encuentros en el departamento y consecuentemente “nuestros tiroteos amistosos”. En ocasiones, esto se me pasaba por alto a mí. A él no. Me llamaba la atención delicadamente: “Eduardo, tengo muchas ganas de amarlo”, me decía. Por bromear le contestaba: “Decile a Manuela que ocupe mi lugar”. “No, déjese de joder, ¿cuándo podemos?. “Mañana, pichón, cuando salgas del curso, andá para el departamento; comemos allá y nos quedamos a dormir”.

Tal como me lo había puntualizado, el chico no quería coger con alguien que no fuera yo y no cogía. Por eso, cuando yo no lo complacía, cargaba ganas a lo loco y cuando le dábamos salida: me mataba, porque lo que él necesitaba era coger todos los días. Lo comprobé en la Semana Santa de 1986 en que, después de mucho tiempo, decidí hacerme una escapada a Mar del Plata, para ver cómo estaba el departamento que teníamos en la Galería Eves, San Martín casi Córdoba. En el año ’80 se lo había prestado a un matrimonio amigo que se estaba construyendo una casita en la Perla del Atlántico. El préstamo era por un año. Ellos se harían cargo de la expensas, impuestos, servicios, etc. Se hicieron cargo, pero el año se estiró casí cuatro más. Me lo reintegraron en diciembre del ’85 y unos meses después fui a verlo. Lo llevé de acompañante a Julio César que no conocía Mar del Plata. Fue una experiencia maravillosa. Jamás vi alguien más contento que él. Obviamente, no tenía la menor idea de lo que era ese lugar. Deliberadamente entré por la calle de los boliches (que ahora no recuerdo el nombre) y que, al terminar frente al mar, marca uno de los puntos extremos de la bahía donde se erige la Perla del Atlántico. Al voltear hacia la derecha cuando se llega ahí surge en toda sus imponencia la gran ciudad, como si saliera de la nada. La sorpresa lo enmudeció. Aunque no por mucho tiempo.

El clima marítimo lo condujo a un estado de excitación permanente. Saltaba de una cosa a la otra con una vertiginosidad apabullante. Él, que nunca pedía nada, se convirtió en el demandante por antonomasia. Sabía que era la oportunidad para exigir que lo mimara y me apretó con todo para que ni un segundo dejara de mimarlo. Por suerte tuve clara la situación desde un principio y procedí de modo tal que sus deseos se vieran colmados. El primer día salimos a cenar fuera del departamento. Lo llevé a un restaurante de la calle Córdoba, cerca de Santiago de Estero, donde se comía muy bien. Comió como lima nueva; pero, a la salida, comentó que “yo cocinaba mejor, que a él le gustaban más las cosas que yo “le” hacia. Me estaba diciendo que quería que yo le cocinara él, en forma exclusiva. Para salir de dudas le pregunté…

-      ¿Qué es lo que me querés decir con eso de que te gustan más  las cosas que yo cocino?...

-      Y, que en lugar de comer afuera, podemos comer en el departamento… Usted cocina y yo lo ayudo…

-      Bueno, si a vos te gusta más, no hay problema: cocino…

Al día siguiente hicimos los mandados para tener las provisiones necesarias… Y todos los santos días que estuvimos en Mar del Plata, cociné las cosas que a él le gustaban… Todos lo días menos uno en que fuimos a cenar al puerto… A veces, nos metíamos en algún boliche para tomar una gaseosa o un café… Nada más… En uno, cuando entramos, yo me senté y Julio fue derecho al baño… El mozo que atendió nuestra mesa me preguntó “¿su hijo que se va a servir?”… Me dio risa… Por la noche en el departamento se lo comenté…Eso dio pie para que yo le preguntara: “y en definitiva, ¿vos que sos mío?”. Es claro que la pregunta no se debía a que yo no supiera qué era lo que él era (valga la redundancia) de mí, sino a que quería ver cómo definía él nuestra relación porque hace al caso destacar que varias veces me demostró tener sorprendentes enfoques de las cosas. Enfoques que mostraban que era un tipo pensante y no un atolondrado cualquiera a quien le da lo mismo una cosa que la otra. Cuando le pregunté eso de “qué era él de mí”, no dudó un segundo y me dijo…

-         Yo soy su marido…

-      Ahhh… Entonces, si vos sos mi marido, yo ¿qué vengo a ser tuyo?...

-      Usted es mi señora…

-      Pero, yo no soy mujer…

-      No, importa, yo a usted lo cojo y usted es mi esposa…

-      ¿Tu esposa?...

-      Si, mi esposa…

-      Y, ¿por qué soy tu esposa?...

-      Porque me tiene preso…

-      Ahhh…, no, no, no… Yo no te quiero tener preso… A mí me gusta que todo el mundo sea libre… Desde ahora no te tengo más preso y podés hacer lo que quieras…

-      Es que yo no estoy preso porque usted quiera… El que quiere soy yo…

-      A como es eso de que querés estar preso…

-      Si, yo quiero que usted me tenga preso…

-      Y, ¿para qué querés que yo te tenga preso?...

-       Para poder cogerlo…

-      ¿Por qué querés cogerme?...

-      Porque me gusta…

-      ¿Te gusta?...

-      Si, me gusta, ¿no lo sabía?...

-      No, no lo sabía…

-      ¡Qué raro!, por que a usted también le gusta que yo lo coja…

-      ¿Cómo sabés que me gusta?...

-      Me lo contó un pajarito…

-      ¿Un pajarito?...

-      Si…

-      ¿Y qué más te dijo ese pajarito?...

-      Que dentro de rato se va a meter en la jaulita que usted tiene…

-      No me digas, yo no lo voy a dejar entrar por bocón…

-      Ja, ja… El va a entrar lo mismo porque tiene la llave…

-      ¿Qué llave?...

-         Esta…

Entonces, se levantó de la silla, agarrándose el paquete y riéndose y se me vino encima… Yo estaba perdido porque me agarraba, me empezaba a hacer cosquillas y a bombardearme como una ametralladora dejándome totalmente indefenso… Lo concreto fue que su profecía se cumplió. Un rato después tenía su pajarito todo entero adentro de mi jaulita y ¡cómo lo hacía cantar!...

Todo el tiempo que estuvimos en Mar del Plata; un total de siete días, ni uno solo dejó de garcharme y no porque yo se lo exigiera, sino porque vivía caliente y, según él, “necesitaba descargar”..

Algo de esa estancia en la Mardel quiero rescatar del olvido… Si, cuando Julio se dormía, se dormía en serio. Muchas eran las veces, allá en la Perla como acá, en que yo me despertaba y él seguía dándole al ojo sin asco… Algunas veces, yo aprovechaba la ocasión para mirarlo, para contemplarlo… Yo tenía la sensación de que Julio era un ángel… Cuando lo contemplaba esa sensación se acentuaba y más de una vez no resistí la tentación de acariciarlo… Lo hacía muy suavemente para no interrumpir su sueño… Jamás se pasaba de rosca durmiendo y cuando lo hacía era porque necesitaba realmente descansar… No iba a cometer yo el pecado de despertarlo… En Mar del Plata casí todas las mañanas tuve el regalo de poder mirarlo a mi antojo y de acariciarlo también a mi antojo… Jamás hubiera supuesto que él no estuviese tan dormido como parecía. Sin embargo, era así. Muchas veces de las muchas en que yo me había entretenido mirándolo a mis anchas, Julio no estaba dormido y dejaba que yo lo creyera lo contrario. ¿Cómo lo supe?... Tiempo después, un día de mutuas confidencias, se lo comenté. Su reacción fue decirme…

-         Ya lo sabía…

-         ¿Cómo lo sabías?

-      Porque algunas veces no estaba dormido cuando usted hacía eso..

-         Y te hacías el dormido…

-         Porque me convenía…

-         ¿En qué, cómo, te convenía?...

-      Porque a mí me gusta que me mire y me acaricie, y si le decía que estaba despierto y usted no me iba a mirar ni me iba a acariciar…

-      ¿Cómo sabés eso?...

-      Porque lo conozco y sé que hay cosas no las hace porque se le ocurre que va a molestar… ¿O no?...

Tenía razón. El prurito de “no molestar” me ha perseguido siempre y me ha frenado… Pero dijo algo mas…

-      Y otra cosa le digo… Me puso contento que no se dio cuenta de una cosa…

-      ¿De qué cosa?...

-      Yo siempre lo tuve por perfecto a usted y el saber que había cosas que se le pasaban por alto como a mí me puso contento porque dejó de darme miedo…

-      ¿Yo te daba miedo?...

-      Si, sé que es una estupidez, pero era así…

-      Y, ¿qué es lo que a mí se me pasa o se me pasaba por alto?...

-      Cuando usted me mima creyendo que estoy dormido,  después al levantarme yo le hago cosas para provocarlo… Me pongo cargoso… Yo sé que eso le gusta y que siempre termina echándome como si lo molestara… Yo sigo hasta que consigo besarlo… Sabe una cosa, son los besos más ricos que me da… De eso no se dio cuenta…

-      Si, como no me voy a dar cuenta de lo que me haces para que me caliente… Si no lo relacioné con lo otro fue porque cuando en serio estás dormido, es porque en esas ocasiones no lo has hecho…

-      Tiene razón… La próxima que me haga mimitos, despiérteme asi lo hago calentar y le echo un polvito…

-      ¿No te basta con todo lo que me coges?...

-      No, yo siempre quiero más, lo quiero más…

Estando en Mar del Plata ocurrió algo que es digno de recordar… Desde que llegamos me estuvo diciendo que lo tenía que llevar al casino… Le conté que los que van por primera suelen tener suerte y eso es malo porque creen que siempre van a tener y al final terminan perdiendo… Como me pidió que le explicara cómo se jugaba, le dí unas lecciones sobre el juego de ruleta y el punto y banca. Le comenté que si yo iba bien cogido al casino: ganaba. Para que se lo habré dicho. Dos días antes de regresar, le anuncié que por la noche del día siguiente iríamos al Casino. Sobre el pucho me dijo que me iba a hacer un tratamiento para que ganara. Al principio no caí, pero por un par de cosas más que dijo, se me hizo claro que estaba decidido a cogerme bien para que ganara. Y cumplió. No digo que me cogió, me recontracogió. Empezó a la mañana del día anterior, después de haberme garchado la noche anterior. Esa mañana, como de costumbre, me levanté primero y tranquilo me fui al baño a hacer una higiene completa, ducha incluida. Cuando esta bajo el agua se apareció Julio y se metió en la bañera. Como era su costumbre, me agarró de atrás y me bloqueó lo brazos. “Soy el violador salvaje” me dijo y empezó a hacerme de todo. Fueron bastantes tres o cuatro refregadas contra mis nalgas para que la poronga se le convirtiera en un machete. “Te la voy a hacer tragar toda”. Yo sabía que no me convenía resistirme. “Haceme lo que quieras” le recalqué. Y por supuesto, me hizo lo que quiso. De pique me hizo arrodillar para que se la mamara a su gusto (que dicho sea de paso, era también el mío) y tras cartón me la ensartó hasta los huevos. Tuve que hacer pininos para terminar en el fondo de la bañera. Me agarraba de la grifería, de la jabonera, de todo lo que tenía a mano y, al mismo tiempo, me agachaba para que pudiera “cogerme bien”. Al margen de todo, un polvo muy lindo.

Por la tarde, después de almorzar, tarde, porque habíamos salido en la mañana a hacer compras, nos recostamos a dormir una siesta… Yo estaba medio fusilado. Fue acostarme e de inmediato me quedé dormido. Un par de horitas después me desperté porque algo me molestaba en la cara. ¿Qué era?. La pija erecta de “mi marido”. El se encargaba de restregármela suavemente por mi rostro para que me despertara. Me desperté y, ¿qué paso?: tuve que proporcionarle un sesión de chupeteo al cabo de la cual y previo un poquito de franela, me echó otro polvo. Debo aclarar que, a esta altura del debate, los polvos de Julio nunca eran una cosa suavecita. Me cogía a reventarme el culo. Con un polvo de los suyos uno estaba servido para aguantar una semana antes de que le volvieran las ganas de garchar. Después que el paisano acabó, yo fui directo de la cama al bidet. Cuando volví le dije: “por hoy basta”. “Bueno” dijo y agregó “vamos a ver cómo se presenta la noche”. Yo temblaba, pero no quería adelantarme a los acontecimientos. Por eso, lo que propuse fue que, antes de que se hiciera más tarde fueramos al mecánico que me había recomendado para que controlara el embrague del auto. No fuera cosa que justo cuando debíamos regresar se pusiera a joder. El Taller donde debíamos ir estaba en la calle Pampa, cerca de Avda. Luro, a pocas cuadras de la Estación del FF.CC. Hacía allá fuimos. Llegamos justo para que el mecánico nos atendiera de inmediato. Metió en el coche en una fosa, ir cambio el bombín de embrague y listo el pollo. Mientras estábamos ahí, al nene se ocurrió que podíamos comer ravioles. Pregunté y me mandaron a una casa, en la calle Deán Funes, donde vendían ravioles caseros. Fuimos y compramos una caja con dos planchas. Ya de regresó compramos otras cosas y ya en el departamento me puse a cocinar. Julio se sentó a mirar televisión. Cuando la olla empezó a largar el olorcito del tuco, vino para la cocina, me empezó a cargosear y también a joder con que quería mojar un pedazo de pan en la salsa. Yo debí haber sido más astuto y dejarlo que hiciera lo que se le antojara. Pero, hice algo incorrecto, me negué a sus pretensiones y me acusó que yo me negaba a todo lo que él quería. No se enojaba, me provocaba. Y yo me enganchaba. Comimos y me siguió peleando. Después de cenar, lavar los platos y esas cosas, me senté a descansar un poco y mirara televisión. Julio se sentó a mi lado y me pasó un brazo por los hombros…

-      Usted y yo no debemos pelearnos por las boludeces que nos peleamos… Ni por ninguna otra cosa… Debemos conversar y ponernos de acuerdo en todos…

Se mostraba componedor y muy dulce… Entré a sospechar… Algo se traía bajo el poncho… Dicho y hecho, a continuación siguió con… Usted que es mucho más inteligente que yo tiene que ayudarme…

-      Ahora cuando  vayamos a la cama vamos a celebrar un pacto de no agregación y, como corresponde, vamos a festejarlo…

-      Festejarlo, ¿cómo?...

-      Haciendo el amor…

-      Me cogiste a la mañana, me cogiste a la tarde y me querés coger a la noche también…

-      Si…

-      Vos no tenés vergüenza…

-      Vergüenza tengo.. Lo que pasa es que también se me para la pija y tengo ganas de hacerlo feliz para que gane a la ruleta…

-      ¡Para que mierda te habré dicho eso!... Me tengo que cortar la lengua…

-      No, cómo se va a cortar la lengua… Si se la corta, ¿cómo me la va a chupar?...

-      Sos incurable…

-      Efectivamente…

Conclusión: cuando nos fuimos a dormir, unas dos horas después de haber cenado y después de haberme franeleado de prepo a su antojo, no tuve otra que dejarme coger de vuelta… La verdad es que, en el fondo, me encantaba que obrara así. Y, cuando me garchaba, perdía un poco (o mucho) el control de mis actos y hacía y decía cosas de las que el chico se valía para enfrentarme y decirme que yo podía hacer y decir cualquier cosa que él, igual, siempre me iba a hacer el amor, porque a mí me gustaba… Chan, chan…

No contento con eso, al día siguiente, hasta un rato antes de ir al casino “me estuvo preparando para que pudiera ganar”. Al final, todo era una joda que me hacía divertir…

Ahora bien, una vez en el casino hicimos un paseíto por las instalaciones. Como ya había pasado la Semana Santa no había tanta gente, que fue la excusa que yo utilicé para no ir antes. Lo quise habilitar con unos australes (el signo monetario de entonces), pero el señor no quiso. Dijo que tenía lo suyo y que no pensaba gastar más de veinte australes… Es decir, dos billetes de estos…

con los que podían comprarse aproximadamente u$s 22,00 por que el austral, por muy poco tiempo, supo valer más que el dólar. No le creí que los fuera a gastar porque a pijotero no te ganaba nadie.

Mi intención era no gastar más de cien, ciento y pico de australes. Le dije que eligiera la mesa donde íbamos a jugar y prefirió una de las fondo. Como de costumbre empecé jugando a chances. Cuando ya había hecho una pequeña diferencia, le dije “voy a jugarle al 18”, que era la edad de él… Dos veces seguidas salió el 18… En el segundo tiro había quintuplicado la postura anterior y ahí si pegué un salto… Después acerté con el 23 y el 31… De estos números altos, por un pálpito, le jugué al 0 que anula todas las chanches y salio el 0… A esta altura llevaba ganados varios miles de australes… Intenté un batacazo, pero me fue mal… Se me había cortado la racha… Puse una ficha de 50 a segunda docena y salio la primera… Definitivamente, por esa noche, la suerte había dejado de estar conmigo… Me retiré… Conté las fichas y tenía 6.260 australes. Un buen toco. Fui a una ventanilla y cambié las fichas. Nos fuimos a un bolichito a festejar. En realidad fuimos a comer, porque eran más de las 12 y el bagre nos picaba a los dos… De ahí volvimos al departamento… El café lo tomaríamos allí… Cuando nos sentamos a la mesa, saque el dinero que había ganado, le reste lo que gastamos en el restaurante y los 100 australes que cambie por fichas al comenzar y me quedaron 6.115 australes. Dividí esto por dos y algo más de la mitad lo puse sobre la mesa, delante de Julio, y le dije…

-         Esto es tuyo…

-         ¿Cómo va a ser mío si yo no jugué?...

-         Si yo digo que es tuyo, es tuyo…

-         Mío no es, yo no jugué… El que jugó fue usted…

-         Es tuyo, ¿querés que te lo demuestre?...

-         A ver, demuéstremelo…

-      Muy bien… Para que yo ganara este dinero, ¿qué es lo que hay que tener?...

-      Suerte

-      Y, ¿cómo se llama la suerte?...

-      Suerte..

-      No, se llama “un culo así” (e hice un gesto uniendo los índices y los pulgares de las dos manos) y ¿quién me hizo ese culo así?... Vos… Asi que la mitad es tuyo y no me lo discutas…

Se levantó y vino a mí, como siempre, a besarme y abrazarme y decirme que yo era todo para él…

-      Tenés que pensar bien en que vas a gastar ese dinero… Yo tengo una idea…

-      ¿En qué?...

-      Tu vecino, ese que se quería volver a Corrientes, ¿habrá vendido la casilla, esa que vos decías que era una joya?...

-      Creo que no…

-      Podés intentar comprársela…

-      Estaría…

El dinero que le entregue a Julio, pero que tuve que guardárselo yo por razones de seguridad, era más que suficiente para comprar una casilla usada por muy joya que fuese. Lo instruí acerca de la forma en que tenía negociar, aunque no necesitaba mucha instrucción; era listo y no necesitaba papel para y lápiz hacer cálculos.

Lo primero que hizo Julio cuando regresamos a La Plata fue encararlo al correntino. No consiguió que le rebajara un centavo; pero, en cambio obtuvo algo mejor. El correntino era albañil y se encargaba de plantar la casilla en el terreno de la abuela sin costo.

Ahí aparecí yo en escena. Julio me presentó con la persona que le prestaría el dinero para hacer la compra. Yo hice el contrato de compra venta. El correntino creía que yo era abogado y, de paso cañazo, me trajo un proyecto boleto para que yo lo leyera. Lo leí y le di un consejo respecto a la seña y le sugerí que un Escribano certificara las firmas. Le dije que no le cobraba nada por el asesoramiento y que en su lugar le hiciera algún trabajito que Julio necesitara.

Así, el chico tuvo su casita, y salió de la tapera donde vivía con la abuela. La abuela era la madre del padre. Un desparecido; pero, no por la represión, sino por otras causas. Julio era el único pariente y heredero de todo lo ella tenía: el terreno donde estaba plantada la casilla…

A finales de 1986, Julio ya trabajaba como electricista. En marzo de 1987 le dieron el certificado de estudios. Iba a cumplir veinte años y era un hombre. Muy responsable. Conmigo, cuando estábamos a solas, era el mismo de siempre y me permitiría decir: más terrible, porque nuestra confianza se había ahondado enormemente y cuando estábamos juntos y a solas no éramos dos, sino uno.

A principios de 1988, cuando la situación socio-económico en Argentina se complicaba cada vez más, Julio César me dijo que “tenía que hablar muy seriamente conmigo”. Convinimos en pasar el fin de semana juntos en el departamento. Algo que casi habíamos dejado de hacer a causa de nuestras respectivas ocupaciones. Nos veíamos durante la semana porque él no dejaba de cumplir con “el débito marital”, no por obligación sino por gusto, gusto y necesidad. Además iba a casa casi todos los días, estuviera o no yo allí, porque mi taller de hobbies productivos le venía como anillo al dedo.

Cuando nos reunimos en sábado convenido, me contó que había estado trabajando en una casa donde fue para reparar un desperfecto menor y terminó reformulando prácticamente toda la instalación eléctrica para que, por un tiempo, no se presentaran problemas. Eso hizo que se ganara unos buenos pesitos; pero además, allí conoció a una chica que, en principio, le pareció muy agradable y bonita y, con el correr de los días en que fue a trabajar, se le descubrió como una personas muy interesante, por lo inteligente, sensible y sensata. Para resumir me dijo: “es como usted, pero en femenino”… Yo que advertí por donde venía la cosa, aproveche ese resumen para poner una cuota de humor para facilitar algo que me veía venir. Le apunte: “si es como yo, pero en femenino, tiene que ser una vieja de mierda, porque yo soy un viejo de mierda”. Recuerdo que a la sazón estaba próximo a cumplir mis 48 años. La respuesta de Julio no se hizo esperar. Al toque me replicó: “no se desprecie, usted no es un viejo de mierda y ella tampoco. Tiene un año más que yo”. Acortando. La chica le interesaba y él le interesaba a la chica, pero quería tener mi aprobación para seguir adelante.

-      Me parece muy bien que actúes con los pies sobre la tierra y empieces a hacer lo que realmente corresponde que hagas en un tema fundamental… Si esa joven satisface tus expectativas en materia de amor: dale para adelante… No necesitás mi aprobación; pero, si la querés, con el mayor gusto te la doy…

-      No esperaba otra cosa de usted… Pero hay algo más…

-      ¿Qué?...

-      Que yo quiero seguir haciéndolo feliz a usted…

-      Con noticias como esta me hacés muy feliz, ¿qué más puedo pedir?...

-      No, no se haga el distraído, usted sabe bien lo que le quiero decir…

-      Y porque se bien, te contesté como te conteste…

-      ¿Y yo?...

-      Yo, ¿qué?...

-      Yo quiero ser feliz con usted…

-      Te voy a contestar con un antiguo refrán que se lo he oído decir a todos los viejos de mi familia: “el que mucho abarca, poco aprieta”… Cuando hayas concretado con este chica, bajáremos el telón de nuestra historia y seguiremos como buenos amigos… ¿Te parece poco?.

Julio se juntó con Inés, así se llama la joven, en 1990 y en 1991, un mes antes que naciera el primer chico, Xavier, ahijado mío. Si los padres tuvieran que casarse cada vez que va a nacer un hijo, Julio César e Inés ya se hubieran casado cinco veces. Para despedirme de ustedes, les muestro una foto de mi ahijado, Xavier Álvarez Pardo, cuando tenía 19 años…

Nos encontramos de casualidad cerca del depto. donde su papá y yo supimos tener memorables tiroteos amistosos. Lo llevé hasta allí con la excusa de que era un buen fondo y le saqué esta foto. Es un divino total. El más lindo de los cinco hermanos, tres varones y dos mujeres. El arrastre que tiene no puede ser. El está muy bien ubicado. Heredó lo mejor de la madre y del padre.

-         ¿Cuándo vas a ir a visitarnos, Padrino?....

-         Cualquier día de estos…

JULIO CESAR ALVAREZ

por

Eduardo de Altamirano

NOTA PREVIA

Si algún lector desea leer la versión pdf de este relato, donde están las imágenes que aquí no aparecen, debe pedírmelo a: buenjovato@yahoo.com.ar y a vuelta de correo-e con mucho gusto se lo enviaré.

EL RELATO

Quien andaba yirando era yo. Él estaba sentado junto a otros muchachos en el cerco del Ministerio de Obras Públicas. Faltaba poco para la una de la mañana y hacía frío. El otoño del año 1983 estaba a punto de terminar. Por lo general, cuando yo yiraba, lo hacía en auto; pero, esa noche, en la que no pensaba salir, sobre la medianoche, decidí hacerlo a pie. Un vago me había prometido visita y no cumplió.  Pensé acostarme a dormir, pero, después cambié de opinión. Saldría. No sabía con lo que podía encontrarme ya que aquí se cumple siempre eso  que un poeta de la ciudad escribió allá por los años 30’s y reza:

Noche, La Plata, centro.

Cuatro gatos y algún cusco.

Nunca encuentro a los que busco.

Nunca busco a los que encuentro.

¡Como sueño en la metrópolis;

Roma, Atenas y su Acrópolis,

Madrid, Paris, vida, mitos.

La Plata y sus pobres mozos,

Ciudad de amigos gravosos

Y de enemigos gratuitos…

Si no me equivoco se llamaba Pablo Navajas Jáuregui y su poca pasión por las campanas se veía compensaba con su impenitente devoción por los badajos…

Bueno, la cuestión fue que cuando pasé frente a los muchachones apostados en el Ministerio de Obras Públicas la impresión que tuve era que físicamente no valían gran cosa. De todos modos, decidí dar una vuelta a la manzana y pasar nuevamente para una segunda evaluación. Los biché como corresponde y persistí en mi calificación: “solo para caso de necesidad extrema”, que no era el mío. Por lo tanto, seguí viaje.

Pero, hete aquí que uno de los mancebos advertido de que yo andaba de levante, abandonó el apostadero, vino tras de mí, se adelantó y me interceptó el paso para pechearme un cigarrillo. Como un cigarrillo no se le niega a nadie, hurgué entre mis ropas, extraje un atado de Parliament medio vacío y se lo dí. Para hacerla completita, me pidió también fuego. Le dí mi cajita de fósforos a condición de que me la devolviera porque no tenía más en casa. Cigarrillos si; fósforos, no. Se quedó con dos o tres cerillas. Cuando me devolvió los me dio su reclame:

-         Cobro poco y la tengo grande…

La forma en que se publicitó me causó gracias. Decidí seguirle la corriente…

-         ¿A qué le llamas poco?.

-         No sé, lo que quiera darme…

-      No, el precio lo ponés vos. Yo te digo si lo puedo pagar o no…

-      Veinte pesos de los nuevos…

¿Qué se podía hacer con $a 20,00, en mayo de 1983?... Mi memoria no da para recordar la cantidad de azúcar, yerba, asado, papa u otra cosa susceptibles de comprar con ese dinero. Si recuerdo la cantidad de dólares que se compraban con $a 20,00. La paridad era de u$s 1,00 = $a 11,50; es decir se compraban u$s 1,74. Es decir que con veinte pesos de los nuevos (pesos argentinos) se podía comprar más o menos lo que hoy se compraría con $ 18,30 o sea ½ Kg de yerba. El chico se ofrecía por medio kilo de yerba. Eso si: yerba con palo y el palo era grande.

Dadas las circunstancias, acepté la oferta. Después yo la manejaría a mi gusto porque mi criterio de siempre ha sido “no pagar por el pito menos de lo que el pito vale”. Fue así como el joven y yo arrancamos para mi departamento, a unas diez cuadras y pico del lugar.

Mi departamento no era mi lugar de residencia permanente, sino una comodidad que tenía en el centro de la ciudad para evitarme mayores desplazamientos y, al mismo tiempo, poder descansar, bañarme, estudiar y atender todas esas cosas que requieren de un sitio apropiado. Constaba y sigue contando, porque aún cuando hace añares que lo tengo alquilado su estructura sigue siendo la misma, de un ambiente, un baño y una cocina separadas. Los muebles que llevé allí fueron: una cama de dos plazas de bronce, mesitas de luz, un roperón de tres cuerpos, una mesa con cuatro sillas, un sillón Chesterfield y una biblioteca. Todos objetos antiguos rascados de aquí y allá y puestos con el buen gusto que me caracteriza. En una mesita rodante tenía un TV de 14”. La cocina tenía heladera y muebles sobre y bajomesada. El baño no tiene bañera y si un multifaz que oficia de bidet y pediluvio. En resumen: completito y supercómodo, porque el ambiente además es enorme. La superficie cubierta total es de 45,5 m 2 . Una bestialidad para un monoambiente.

Mientras pateábamos las diez cuadras me informe que el joven se llamaba Julio César, que tenía 17 años, que hacía changas como peón de albañil, que no había terminado la escuela primaria, que vivía con una abuela en El Dique, que sus mamá, su padrastro y sus hermanastros vivían por Las Quintas, que jugaba al fútbol, que no fumaba ni tomaba y, por lo que después puede apreciar, tampoco comía…

Si, ni bien llegamos al departamento, me preguntó si tenía algo para comer. Cuando pude verlo con buena luz, me dio pena. Muy agraciado de cara que digamos: no era; pero, de cuerpo, se lo veía bien. Un poco falto de olla y otros cuidados, y nada más. Calculé que debía andar por el metro setenta y pico de altura por que era más alto que yo que solo mido 1,69 (a mi me persiguen los números equívocos).

Le pregunté si me aguantaba un chiquito que le preparara algo rápido para que comiera. No mostró urgencia y en un poquito más de media hora le preparé un guiso: cebolla, ají, zanahoria, papa, zapallitos, fideos y un churrasco de cuadril cortado en daditos. Mientras se cocinaba ese menjunje, le dí galletas y queso mantecoso para que entretuviera el diente que, dicho sea de paso, le había quedado medio solo porque le faltaba un par de ellos.

No parecía malo. Más bien era una víctima de la circunstancias. Se lo veía torpe e inocentón. Me trataba de usted. “Qué pedazo de cama tiene” me dijo apuntando con un dedo a…

mi imponente cama de bronce y, tras ello, soltó un carcajada y comento que un par de noches antes a la suya se le había terminado de romper una de las patas y la tenía apoyada sobre un balde dado vuelta. Me hizo sentir vergüenza. Le prometí que le solucionaría el problema.

Cuando le serví el guiso no lo comió: lo devoró. Tragaba y repetía: “cocina bien, está muy rico”. No solo comió, se tomo cinco o seis vasos de jugo Tang. En la heladera tenía un taperware con parte de los duraznos de una lata que había abierto hacía poquito. Se los ofrecí y también se los embuchó.

Eran las dos y media de la mañana. Le puse sobre la mesa cuarenta pesos, el doble de lo que había pedido, y le propuse que, teniendo en cuenta la hora que era y que recién había comido, dejaramos “la función” para otro día y que, en su lugar, se fuera a su casa a dormir y hacer la digestión. No quiso saber nada de posponer “la función”, decía que no había drama, que él podía lo más bien. Cuando se percato que yo no era de arriar a los tirones, aflojó. Me preguntó cómo hacíamos para arreglar y yo le propuse que me llamara por teléfono un par de días después. Pese a estar de acuerdo, no se iba. Como yo no quería ser descortés, lo aguantaba hasta que decidiera partir.

En eso estábamos cuando me preguntó si se podía bañar. ¿Qué le iba a decir?, le dije que si… Había hecho treinta, nada me costaba hacer treinta y uno. Además, pensé que mal no le vendría una buena refregada. ¡Quién sabe cuáles eran las comodidades (si así se las podía llamar) que tendría en casa de su abuela pare estos menesteres. Le prendí el calefón y le preparé el baño. Mientras él se bañaba, hice algo que me dictó el corazón y cierto sentido práctico. En ese entonces yo estaba por cumplir 43 años y mi peso debía rondar los 75 kilos Julio debía pesar unos 10 kilos. menos. Mi ropa le debía quedar grande. Pero yo tenía algunas cosas de cuando pesaba menos en el…

el roperón de Julita, del que en otra oportunidad contaré su historia. Mide 2,20 x 2,10. Tiene el largo del baño. Bueno, decía que allí tenía ropas que de seguro le venían bien a Julio. En una primera búsqueda, para no desordenar le encontré unos calzoncillos y unas camisetas Eyelit que estaban como nuevos y, también, una camisa que ya no usaba y estaba flamante. Además era muy abrigada.

Le avisé que le había encontrado una ropa interior que se podía poner ya. Por eso cuando terminó de bañarse, salio del baño cubierto solo con una toallita. Tenía un lindo cuerpito, proporcionado. Y bañadito lucía más. Al ponerse el calzoncillo dejó ver que tenía buena dotación; sobre todo buenas bolas. Le ofrecí un té y aceptó. El té es una infusión a la que puede decirse que soy adicto. En invierno suelo cargarlo con chorritos de Fernet Branca o con Gin. Para prepararlo me fui a la cocina y lo dejé solo en el multiuso. Cuando volví con la bandeja del té, estaba sentado en la mesa. Se había puesto solo el calzoncillo, la camiseta y unas medias que también le había encontrado… Miraba…

mi vieja cámara fotográfica Contaflex que aún prestaba servicios en excelentes condiciones y los siguió prestando hasta el año 2000 en que decidí jubilarla después de usarla 41 años.

Tomamos el té muy calladitos. Parecía que se nos habían acabado los temas. Casí cuando la ceremonia estaba por concluir, Julio César rompió el silencio…

-      ¿En serio no quiere que hagamos algo?. Mire que yo no tengo problemas…

-      Como querer: quiero, lo que no quiero es hacerlo hoy porque es tarde… Quedamos en que pasado mañana me llamarías por teléfono y arreglaríamos para otro día… Bueno, ya está…

-      Le quería preguntar una cosa…

-      Preguntala…

-      Hoy, ¿me puedo quedar a dormir?...

-      Le tenés ganas a la cama…

-      Y si la mía se partió, ¿qué quiere?...

-      Está bien, quedate; pero a dormir nada más y mañana cuando yo me levante, todo el mundo arriba ¿eh?...

-      Si, yo tengo que ir a ver a uno que dijo que tenía un laburo para mi…

-      Muy bien…

-      Otra cosa don, ¿alguna vez me va a sacar una foto con esta máquina?...

-      Las que vos quieras… ¿Cómo querés que te saque, desnudo o vestidito?...

-      Como a usted le guste…

-      Bueno, vamos a empezar desnudito que para eso no se necesita nada; después, cuando te hayamos procurado algunas pilchitas como la gente, hayas visitado al peluquero y alguna otra cosita, te hacemos unas fotos vestidito para que pegues el golpe… Pero, para todo hay tiempo… Ahora, vamos a dormir…

Sin darme cuenta y sin pensar mucho empecé a hacerme cargo de la suerte del borrego sin pedirle permiso. Cuando nos metimos en la cama cumplió con su palabra, no hizo otra cosa que dormir. No tardó nada en dormirse y la forma de respirar delataba que estaba dormido. No era una respiración normal, silenciosa. Debía tener crecidas las adenoides. Trabajo para un otorrinolaringólogo. Yo demoraba para tomar el sueño. Pensaba en lo azaroso de la vida. ¿Quién me hubiera dicho unas horas antes que terminaría el día acostándome con un pendejo de diecisiete años que amenazaba con convertirse en toda una preocupación para mí?. Mi amiga Graciela hubiese respondido: “Mongo”. Mongo es un hombre que tiene la particularidad de no existir, no haber existido y, probablemente, no existir jamás; pero, eso si, sabe todo. No sé, se me ocurre que debe ser argentino y no quiero macanear, pero se me hace que es pariente mío.

Al final me dormí y tiene que haber sido muy profundamente porque cuando desperté a las 8 hs., despertador por medio, lo tenía a mi compañero de cama dormido, roncando y abrazándome vaya a saber desde cuándo. Me lo saqué de encima y lo zamarreé para que se despertara y medio como se sentó en la cama. Yo fui al baño y luego a la cocina a preparar café. Cuando volví con la bandeja y el desayuno, Julio recién salía de la cama. Evidentemente la cama tenía un efecto afrodisíaco en él: el palo era inocultable. Fue directo al baño.

Pasadas las ocho y media estábamos saliendo del edificio. El tomo para un lado y yo para otro. Le recordé que me llamara y le puntualicé que iba a estar esperando su llamada.

Esa mañana ocurrió algo me invito a pensar que el chico me traía suerte. Si. A principio de año, un amigo (gravoso) me había formulado un pechazo: u$s 250,00 que en la moneda del momento (pesos ley 18.188) serían unos $Ley 20.000.000,00. No es joda. Dadas las circunstancias, yo daba por perdido ese dinero. Este amigo estaba sin trabajo. Me había dicho que en un mes me los devolvía, ya habían pasado cuatro. Mejor olvidarse. Esa mañana, este amigo me llamó por teléfono. Quería verme. Le dije que si y se vino. Mal pensado, supuse que necesitaría otro préstamo. Me equivoqué. Hacía casi dos meses había encontrado un excelente trabajo y quería cumplir conmigo. Me pago los 250 dólares, no en dólares, como le di yo, sino en

pesos ley 18.188, cuyo billete de máxima nominación se ve en la foto.

De repente me vi con una plata que yo daba por perdida. Pensé “con esto tengo para ensillarlo a este pibe y conseguirle una cama”. En estas cosas, y otras muchas más, yo no soy de mucho analizar y calcular, me mando y que sea lo que Dios quiera. Si sale bien, sale bien y si no: a otra cosa mariposa.

Por la mañana del día siguiente me hice un huequito y salí de compras. Menos zapatos (porque no sabía el número que calzaba) le compré de todo en un boliche de la diagonal 80 que vendía ropa para gente joven. Si mal no recuerdo se llamaba “Jorge” y estaba cerca de la calle 4. Vaqueros, camisas, pullovers, una campera, medias, calzoncillos, cinto. Recuerdo que salí de ahí y a unos metros compré un bolso enorme y metí todo adentro. Inmediatamente fui para el departamento y lo deposité allí. Cuando salí me pregunté, “¿y si no me llama?”. No preocuparse, si no me llama: peor para él. Ya encontraría a quien regalarle esas cosas.

Pero, al día siguiente y muy puntualmente, me llamó. Arreglamos en que iría por el departamento el viernes a las siete y media de la tarde. Me preguntó “qué había estado haciendo”. Mi respuesta fue: “¿sos de la cana que hacés esas preguntas?”. “No, era para saber, nada más”. “Bueno, después te cuento”. Y ahí quedó todo.

En viernes se apareció hecho un desastre en cuanto al aspecto. Sucio, pero no de roña, sino de tierra, como si hubiese estado en un polvaderal. Estaba haciendo changas en una obra que recién empezaba y tenían que limpiar el terreno. Tenía que trabajar de lunes a viernes y le pagaban una miseria. Bueno, la cuestión no era ponerse a llorar porque con llorar no se arregla nada. Le preparé él baño y al agua pato. Mientras se bañaba, levanté toda la ropa que se había sacado. Menos el pantalón, todo lo demás lo metí en un balde y le eché jabón en polvo. Cuando terminara de bañarse lo cargaría de agua. No quería abrir canillas. Sobre la cama puse un calzoncillo, una camiseta, un par de medias y el pijama de jacard que le había. A título de préstamo puse un par de pantuflas de gamuza. Le avisé que sobre la cama tenía ropa limpia.

Como la primera vez, salió del baño cubierto solo por una toalla pequeña y en patas porque yo le había secuestrado también las zapatillas. Yo estaba en la cocina en el momento que salió y lo ví pasar frente a puerta cuando se dirigía a la cama. Supuse que cuando viera la ropa diría algo; pero, no se lo oía. Intrigado, me asomé a curiosear. Estaba parado frente a la cama, desnudo porque la toallita se la había caído y sollozaba  en silencio, notoriamente compungido. La escena me golpeó fuerte, pero entendí que no debía aflojar y no aflojé. Lo encaré de una con la intención de hacerlo reaccionar, pero, no me dio tiempo. Cuando me le acerqué, se dio vuelta, me abrazó y largó a llorar con todo… Yo también lo abracé y lo único que atiné a hacer fue palmearle la espalda… Tardó un rato en reaccionar, pero reaccionó… No dijo nada de por qué lloraba ni yo se lo pregunté. Me dio las gracias. “Son todas muy lindas” apuntó refiriéndose a la ropa y pregunto cuándo las había comprado. Le anticipé que le iba a comentar la historia durante la cena “porque había más”

-         Más, ¿qué?...

-      No seas ansioso, ya te voy a contar, ahora dejame que terminé con la cocina porque si no vamos a cenar el día del arquero…

-      ¿Qué vamos a comer?...

-      Y meta con las pregunta… Prendé el televisor así te entretenés…

Por suerte prendió el televisor y se entretuvo… Yo pude terminar de preparar la comida, poner la mesa y sentarme con él a comer juntos, por primera vez… Recuerdo el menú: papá fritas con puré de papas…

-      ¿Sabe un cosa?... Tiene buena mano para la cocina. El guiso del otro estaba bárbaro y esto le salió súper… El puré tiene un gusto raro, sabroso, ¿qué le puso?...

-      Nuez moscada…

-      Nuez, ¿qué?...

-      Moscada…

-      Nunca oí hablar de eso… Usted si que sabe…

-      Algo… Hace un rato me preguntaste cuándo había comprado eso que tenés puesto… Te cuento…

Le conté, entonces, lo que un poco más arriba narré acerca de ese amigo que inesperadamente me había devuelto los veinticinco millones de pesos que tiempo atrás le presté. No podía creer que yo, alguien que recién lo conocía, hubiese decidido gastar ese dinero en él. En algún momento parecía que se iba a largar a llorar nuevamente. Felizmente pude evitarlo. El postre de la cena fue el bolso con la parte de la ropa que aún no le había dado y tenía escondida en el roperón de Julita. Se lo veía loco de contento. El comentario final fue…

-         Ahora me va a poder sacar las fotografía…

-         No…

-         ¿Por qué no?...

-      Porque todavía no tenés los zapatos (en ese entonces no se usaban zapatillas como ahora)… Vas a tener que esperar un poco mas… -se rió, pero se quedó con la última…

-      Bueno… Pero ahora puede fotografiarme en pelotas…

-      Eso, si… Siempre y cuando me prometas que mañana por la mañana te vas a dejar cortar el pelo…

-      ¿Usted me lo va cortar?...

-      No, yo no… Se hacer muchas cosas, pero no se cortar el pelo… Te puedo llevar a la peluquería de Hugo, un amigo mío que es un artista con la tijera

-      ¿Donde tiene la peluquería?...

-      ¿Qué peluquería?...

-      La peluquería donde corta el pelo…

-      En ninguna parte… No tiene peluquería… Es relojero y solo les corta el pelo a algunos amigos … Aprendió peluquería viéndolo al abuelo… Cuando yo quiero que me corte, lo llamó por teléfono y voy a la casa, en Gonnet… Me corta el pelo en un galpón… No me cobra nada… Si yo se lo pido, a vos también te va a cortar y tampoco te va a cobrar…

-      Bueno, vamos…

-      Si, pero no ahora… Ahora hay que lavar los platos…

-      Lo ayudo…

-      No, pichón… La cocina es chica y dos lo único que hacen es molestarse y tardan más… Dejame que solito lo hago más rápido… Otro día los lavás vos…

-       Listo… Lo espero para las fotos entonces…

-      De acuerdo…

Julio César se acomodó en el sillón para mirar la tele y yo lavé los platos… Cuando estaba haciendo esto se asomó a la puerta para preguntarme:

-         Usted limpia el departamento…

-      No pichón, yo lo cuido… Tengo una señora que viene una vez por semana, a veces dos y hace una limpieza profunda… ¿Por qué preguntabas?...

-      No; como todo está que brilla…

-      No hay quien ensucie…

-      No viene nadie…

-      ¿Otra vez vigilanteando?...

-      No, no lo vigilanteo… Si no quiere decírmelo, no me lo diga… No me voy a enojar…

-      Conmigo por podés observar lo que se te antoje… Vas a ver que yo no escondo nada, por la sencilla razón de que no tengo nada que ocultar… Lo que no me gusta es que me interroguen a lo milico… Yo nunca pregunto nada y si lo hago es por algo bien claro… Ejemplo: si te consigo una cama, a dónde te la envío o cómo hacemos para que te la lleves…

-      ¿Me va a conseguir una cama?...

-      Si, la semana que viene la voy a tener…

-      ¿La semana que viene?...

-      Si, entre lunes y martes… Ni bien tenga un rato libre voy a una casa de compra-venta, por 1 y 42, y la compro, con lo que me sobró de la guita que me devolvieron. Lo que quede de eso será para los zapatos…

-      Usted está en todo…

-      Si estuviera en todo sería Dios… Y no soy Dios… Soy nada más que un pobre puto…

-      No diga eso…

-      ¿Por qué no tengo que decirlo?...

-      Porque para mí usted no es puto…

-      Ah, si… Mirá vos… No soy puto, pero dentro de un rato me vas a coger…

-      Si, pero no lo voy a coger porque sea puto…

-      No me digas, ¿y por qué me vas a coger?...

-      Porque es bueno y se hace querer…

-      ¿Me hago querer?...

-      Si…

-      ¿Vos me querés?...

-      Y…, estoy empezando a quererlo… No sé si usted me va a querer, porque yo no valgo nada…

-      Mirá Julito, yo no oculto nada. Vos no sabés si te voy a querer, yo tampoco lo sé. Lo que si se es que puedo hacer algunas cosas para que valgas algo y como puedo: lo hago, siempre y cuando vos no te opongas…

-      No, yo no me opongo; qué me voy a oponer, si nadie hace nada por mi… Usted es el primero… ¿Por  qué que me puse a llorar hoy?... Por eso digo que usted no es puto y si le gusta yo lo voy a coger todo lo que usted quiera…

-      Lo importante no es que yo quiera, sino que vos también quieras…

-      Para mí, si usted quiere, yo también quiero… Déjeme que lo garche una vez y va a ver si quiero o quiero…

-      Te dejo, pero, primero vamos a hacer las fotos…

En ese momento le estaba dando el toque final a la limpieza de la cocina y volví al multiuso… Pasé por el vano de puerta donde él estaba apostado y le acaricié la cara en un gesto de simpatía…

-         Sos un tesoro, pichón…

-         ¿Por qué me dice pichón?...

-      Porque sos un pichón… A los 17 años todo hombre es un pichón…

-      Cuando se la ponga no me va a decir más que soy un pichón…

Me reí y de inmediato me puse a preparar la máquina para la sesión de fotos… Porque las cámaras con rollo tenían muchos belines… Las digitales, ahora, son una bala… Como las iba a revelar yo, preparé la máquina para B/N. De todas las fotos que me saqué, una a mi juicio es la mejor de todas… Es esta…

es la que más me gustó. No sé por qué se puso en esa pose. Parecía un animalito asustado. Con esa cicatriz sobre la axila derecha. No sonreía porque le faltaba un diente. Sujetando esa “cadenita” de cuero. El pelo terriblemente dañado, sin champú que lo mejorara. Para colmo se lo había recontrasecado con el secador de pelo y parecía paja. En fin, la sesión de fotos fue divertida porque entre foto y foto Julio hacía toda clase de monerías. Se había desatado y empezaba a sentirse como en su casa. En una de esas me preguntó si podía comer una bananas de las que estaban en la frutera. La ocasión me pareció ideal para puntualizarse que la todo lo comestible que había en el departamento era para comer y que no tenía que pedirme permiso para comer algo.

-         Ve por qué yo le digo que usted no es puto…

-         No, no veo… Explicámelo…

-      Porque yo le pedí permiso para comer y usted me dijo que para comer de lo que hay en el departamento no le tenía que permiso… No hizo como el  Cogollo, un viejo puto, asqueroso que yo me cogía. Me dijo que yo eran un negro de mierda, sucio, ladrón porque le use una gota, solo una gota de un perfume que tenía en el baño. El perfume estaba al lado del jabón, sobre la pileta. Me acuso de que le había abierto un mueble. Yo no le abrí nada. Lo que le abría era el culo y bien que le gustaba. Además me cagaba con la plata, porque yo le había pedido 500 lucas por echarle un polvo y él me forzaba para que le echase dos, pero me seguía dando 500 lucas, ni un sope más. Un puto hijo de mil putas el Cogollo…

-      ¿Por qué le decis cogollo?...

-      Porque me pedía que se la pusiera hasta el cogollo…

-      No se llama Cogollo…

-      No, no me acuerdo como se llama. Sé que es abogado porque íbamos a donde él trabajaba para garchar… Usted es al revés, me trata muy bien… A mí me gusta que traten bien… Seré negro, ordinario, sucio todo lo que se quiera, pero no le falto el respeto a nadie… ¿Por qué me lo van a faltar a mi?...

-      Tenés razón… Además, tratar bien a la gente no cuesta nada y es más lindo…

A todo esto se habían hecho más de las diez y media de la noche. Fiel a mi costumbre de crear situaciones para quilombear un poco, como se había consumido el rollo de fotos, lo retiré de la máquina, lo guarde en el tubito protector para que no se velaran los negativos y lo metí en mi portafolios para llevarme a casa donde procedería al revelado. Toda está ceremonia la realicé en silencio y muy lentamente. Desde una silla, sentado en pelotas, Julio César me miraba. Como yo no hablaba, él tampoco lo hacía. Cuando terminé, procedí a sentarme y continué callado. Callado y serio. Después de un rato, Julio preguntó…

-         ¿Qué le pasa?...

-         Que yo sepa no me pasa nada… ¿Me tiene que pasar algo?....

-         No, pero como se quedó callado y está serio…

-         ¿Es malo estar callado?...

-      No, pero qué se yo… ¿Hice algo malo que usted se puso así?...

-      No sé, vos sabrás si hiciste algo malo… Bastante tengo con cuidarme yo de no hacer nada malo, para además andar controlando a los demás… Vos tenés que saber lo que hacés…

-      Pero usted tiene que decirme si hago alguna cagada… ¿Hice alguna cagada?...

-      Olor, por lo menos, no hay…

-      No sea malo, dígame… ¿Qué hice?...

-      Yo no soy malo…

-      Si, usted es malo y no me quiere decir lo que hice para que se pusiera así…

-      Hace un rato era un santo, ahora soy un malo… Dentro de diez minutos, ¿qué voy a ser para vos?... ¿el viejito Cogollo?...

-      Me toma el pelo…

-      No, el pelo te lo voy a hacer tomar mañana…

-      Bueno, dígame, ¿qué hice?...

-      “Qué hice”, no; “que hacés”…

-      Bueno, ¿qué hago?.

-      Nada…

-      No lo entiendo…

-      Si no me entendés, pensé un poco… No hace mal pensar…

-      No me tome el pelo, explíqueme qué pasa…

-      Pasa que vos decís una cosa y después hacés otra…

-      Y, ¿qué dije yo?...

-      El otro día vos me dijiste que te dejara garcharme una vez y así iba a enterarme si querías realmente garcharme o no. ¿Te acordás?.

-      Si, me acuerdo..

-      Bueno, yo te dejé y vos, ¿qué hiciste, qué haces?.... Nada… Eso es lo que hacés: nada… Lo mío que era dejarte hacer, lo hice… Lo demás es cosa tuya y al paso que vamos no sé cuando me voy a enterar… Tal vez nunca…

-      ¿Y para decirme que no lo garchaba dio todas estas vueltas?

-      Las vueltas me las hiciste dar vos, yo estaba calladito, esperando…

-      Bueno, no espere más… Vamos a la cama…

-      Ahora me parece que no tengo ganas…

Se dio cuenta que lo que yo hacía era buscar roña para divertirme un rato y entonces cambió de táctica y me cortó el chorro…

-      Si no tiene ganas es cosa suya; yo si tengo ganas, así que vamos a cama y no se resista por lo llevo de prepo…

Cuando me dijo esto, se paró y en bolas como estaba se vino hacia mí en actitud desafiante… Fingí achicarme…

-         Muy bien, Jefe, no se enoje; yo hago lo que usted mandé…

-         Mejor así; sáquese la ropita y a la cama…

Apagué todas las luces y fui hacia el lado izquierdo de la cama, donde empecé a desnudarme… Julio ya se había metido en la cama por el lado derecho. Una vez desnudito, hice lo propio y apagué la luz de la lámpara de mi lado que era la única que estaba encendida. Desde la cocina llegaba un tenue resplandor  que venía de la calle.

No fue más que apagar la luz para que Julio César se pusiera en acción como una tromba marina. Ni remotamente imaginaba que su desempeño llegaría a ser ese. Porque es bueno señalar que si bien yo tenía hasta ese momento un prontuario de no pocos encames con levantes callejeros ocasionales, ninguno o casi ninguno de esos encames había sido digno de ser recordado. En general, fueron de una espantosa chatura, faltos de entusiasmo. Los jóvenes con quien me había acostado solamente tenían interés en los pesos que al fin del coito habría de entregarles. Por lo demás, se limitaban a hacer lo mínimo que yo les requería. Se limitaban a tirarse desnudos en la cama y dejar que yo promoviera lo que en definitiva se hiciera. Cuanto más rápido, mejor; cosa de cobrar y desaparecer. Con Julio esperaba algo con un poco mas de categoría, pero de ningún modo algo que resultara asombroso. La verdad fue que me quedé muy corto en las expectativas. Ni bien quedamos a oscuras, desnuditos los dos en la cama, Julio César se vino sobre mí como una brasa encendida; era el lobo feroz de Caperucita Roja dispuesto a morfarme. “Dame esa boquita chupa pija” me decía con la clara intención de chuponearme. La cosa no era para decirle “no, ahora no, vení mañana”. No debía resistirme. Le entregué mis labios y él se ocupó de invadir hasta mi garganta y si no fue más adentro no se debió a que no tuviera ganas, sino a que su lengua, larguísima, no lo era tanto como para tomar posesión también de mi esófago. La voracidad del pendejo era terrible. Yo estaba como un arquero al que le disparan cien penales al mismo tiempo. No sabía para donde disparar. A él, en cambio, no se le perdía una. Mientras me besaba, me tocaba el culo, me mordía en cogote, se refregaba contra mi cuerpo, etc., no se olvidaba de ordenarme que le agarrara la poronga y se la apretara bien fuerte. Muchas veces a lo largo de mis años había tenido febriles sueños de fantasía en los cuales un macho cargado de testosterona me mataba cogiendo; pero, nunca pasaban de ahí, de ser sueños de los cuales salía con más ganas que antes de entrar. Con Julio César sentí como que ese sueño recurrente de toda mi vida comenzaba a hacerse realidad. De hecho, lo de matarme cogiendo, no era una realidad contundente, sino un simbolismo. Muy lejos de sus pensamientos y deseos se veía toda intención de quitarme la vida. Lo que se veía muy cerca era el envalentonado propósito de romperme culo lo que se dice “bien roto”.

Lo dejé hacer. El chico no necesitaba de libreto ni de alguien que lo dirigiera.  El era autor, actor y director, todo al mismo tiempo. Además, se ubicaba en la escena con la habilidad de quien tiene el don de la ubicuidad. Cuando descubrió mis pechitos bien marcados, sacó a relucir su pasión por las tetas y me mando un suissé que me dejó como vaca ordeñada cien veces en el mismo día. Muy cortésmente me preguntó si me gustaba mamarla y un segundo después de que le respondiera afirmativamente, no sé cómo, ya me la había enchufado hasta la garganta y me rogaba que se la mamara con todo. Ante semejante ruego, ¿qué podía hacer yo?. Y, mamársela con todo. Algo que, como siempre digo, constituye en mi un deporte favorito . La verga es el punto de mayor sensibilidad del hombre activo. El poder actuar sobre ella le permite al pasivo provocar los más excitantes placeres. De ahí que para el pasivo resulta algo así como un termómetro que mide el grado de aceptación y deseo que él tiene en el activo. Mi manadita lo puso a mil a Julio César, quien vuelta a vuelta me hacía cortar el servicio para no acabar antes de tiempo. En un palabra, yo lo recalentaba.

Después de franelear un muy largo rato, durante el cual el chico me hizo  de todo lo que se le ocurrió, me pidió que me pusiera boca abajo para ponérmela. Le hice caso, pero, también me puse “Aqualane”, una crema para quemaduras de los laboratorios Roche, que funciona muy bien como lubricante y de la cual tenía cajas y cajas de muestras gratis. También me puse una almohada doblada bajo el vientre para que la colita quedara bien expuesta y el hombre pudiera operar en las mejores condiciones. ¡El que sabe, sabe!. Julio César me demostró que también él sabía. Se ubicó entre mis piernas, forzándolas con las suyas a separarse más. Me indicó que me abriera las nalgas y procedió a calzar la punta de su dura poronga en la puertita de mi culo. A partir de allí, sus certeros y preciso movimientos hicieron que su verga entrara en mi ojete, sin prisa y sin pausa, hasta que su pubis se apoyó sobre mis nalgas, marcando el tope de la colocación,  y él se tendió encima de mi cuerpo, procediendo a abrazarme como si quisiera decirme con ello: “ahora no te me vas a escapar y te voy a romper el culo quieras o no”. El sinvergüenzon tenía muy buena pija y la manejaba mejor, por lo que cada centímetro valía por dos. A pesar de su corta edad, no cabían dudas de que tenía experiencia en el arte de complacer ortos.

Me estuvo macheteando una eternidad. No de cualquier manera, sino de un modo paradigmático, magistral, insuperable. Por su accionar yo me sentí inmerso en una nube embriagadora de placer de la que no tenía ganas de salir y hubiese dado lo que no tenía para permanecer en ella hasta la consumación de los tiempos. Sin ningún lugar a dudas, ninguno de los machos que lo habían precedido en el honor de penetrar mi culo supo tener un desempeño de su categoría. Uno a uno iba presionando en cada uno de los puntos capaces de hacerme vibrar. En ningún momento dejó de hablarme, de decirme lindas cosa, de hacerme ver su preocupación por mi persona. Me tuteaba. Eso acortó la distancia que siempre había entre nosotros. Me ordenaba “comérmela bien”, “tragármela toda”, mientras como un amoroso “papito” me daba la papa en la boca. En este caso: el culo. Hacía notoria su preocupación por no acabar. Cada tanto se mandaba una frenada para evitar el desborde de la eyaculación y prolongar las delicias del coito.

Todo eso que un pasivo anhela que le haga el macho que lo coge, él me lo hacía y mejor que nadie. Me advertía que me iba a coger siempre, que me iba a tapar de pija y que se yo cuantas cosas más. Toda esa lluvia, esa catarata de erotismo, sensualidad, lujuria, morbo, la hizo caer sobre mí, sin defensa alguna de mi parte, por espacio de más de una hora. Arriesgo esta precisión no porque haya estado con un cronómetro controlando el tiempo que me cogió, sino porque después, cuando todo hubo terminado, me dijo: “lo garché más de una hora”. El coito había finalizado y él, automáticamente, volvió al trato protocolar que, a partir de esa experiencia tuvo un color y un sentido sumamente peculiar para mí.

Cuando salí de la cama para refrescarme en el multifaz mi castigado culo, sentí la extraña sensación de no ser la misma persona. El polvo maestro que Julio César acababa de echarme marcó un antes y un después. Es imperioso puntualizar que Julio me había preguntado “si yo quería que él fuese mi marido”: No le dije ni si ni no; pero, lo que realmente empezaba a sentir era que tenía marido, que él era mi marido…

Eso, además de lo que prácticamente significa, implicaba para mi moral que, con el mismo grado de responsabilidad que él se obligaba respecto a mi persona, yo debía obligarme respecto a la suya y no debía permitirme distracciones, por mucho que él se las permitiera para si mismo, ya que debía tener presente que, en muchos órdenes, mis capacidades superaban holgadamente a las suyas y es sabido que quien más tiene, más debe tributar. Bajo esta óptica comenzó mi romance con Julio César.

Mi objetivo era habilitarlo para que pudiese vivir una vida mejor, menos expuesta a esos padecimientos a los que había estado sujeto y que, de seguro, lo enrolaban en un proceso de degradación permanente que vaya a saberse a que fin podían llevarlo.

Lo que, sinceramente lo digo, no esperaba era que me diese la respuesta que me dio que no solo fue de obediencia a las pautas de conducta que yo ideaba, sino de cabal comprensión de su sentido, al punto de poder sumar sus iniciativas a las mías. No voy a hablar de aquellas que apuntaban a su aspecto físico y a su salud, porque basta con mostrar esta…

esta foto para apreciar la transformación que experimentó en poco más de cuatro meses, ya que la misma data de principios de la primavera de 1983, cuando el Dr. Raúl Ricardo Alfonsín arengaba a los argentinos diciéndoles  que “con la democracia se vive, se educa, se cura y se crece” para darse cuenta de que pasó a tener una auténtica preocupación por su estado de salud y su apariencia física. Lo verdaderamente importante fue la comprensión cabal de otras cosas.

Por razones que no hace al caso detallar, Julio había dejado la escuela primaria cuando le faltaban cursar sexto y séptimo grado. A la altura del año en que nos conocimos se hacía difícil encarar la remediación de este problema. Coincidimos en que en 1984 se inscribiría en una escuela para terminar la primaria. Pero, entremedio a mí se me ocurrió que podía consultar a un cura amigo mío (cura villero) que nos podía aconsejar acerca de cómo resolver el caso. Fue un acierto, porque este santo varón se ocupó de hacer los tejes y manejes necesario para que Julio terminara la escuela en el menor tiempo posible y sabiendo todo lo que hay que saber al salir de la primaria. Así fue como a fin de noviembre de 1984, Julito ya tenía su certificado de estudios primarios completos y bueno es destacar que el esfuerzo que hizo para conseguirlo lo ayudó enormemente para organizar su vida.

Desde mayo de 1983, fecha en que nos conocimos, hasta noviembre de 1984 nuestra relación íntimo experimento una maduración continuación continua que la hacía cada día mejor y, muy particularmente, más alegre, más espontanea, más divertida. Yo no tengo memoria de haber cambiado mucho. Es probable que alguno de mis rasgos se hubiesen acentuado y, de seguro, que otros quedaron más en la superficie y se hicieron más visibles. A mi juicio, Julio César si cambio. En los primeros días de nuestro trato se veía como un chico triste que trataba de aturdirse; pero, a medida que fuimos desarrollando nuestro plan de realizaciones, todo eso quedó a un costado y apareció un Julio César que no dejaba de reírse y de generar situaciones alegres. De no observar nada paso a observar todo y a sacar conclusiones que luego guiaban sus pasos. A mí me bombardeaba a preguntas. Dejó de hablar en borrador y paso a hablar en limpio y con precisión.

Recuerdo que un día saltaron los tapones en el departamento y nos quedamos sin luz. Quise resolver el problema sustituyendo los tapones deteriorados con otros que siempre tenía de repuesto. La solución no funcionó porque los tapones de repuesto también estaban fusilados. Habían saltado en ocasión anterior y yo me había olvidado de repararlos. Eso tenía que hacer entonces en ese momento, con la contra de que era de noche y no podía trabajar a oscuras. De todos modos, Julio me sostuvo la linterna y lo hice. Observó todos y cada uno de mis movimientos y prestó oídos a lo que yo decía mientras operabas. Los tapones reparados funcionaron y la luz volvió. Procedí a reparar la lámpara que había ocasionado el trastorno. El chico miraba lo que yo hacía. Desarme y armé el interruptor donde unos cables se tocaban y producían el corto y la falla quedó superada. En el momento en que iba a guardar las herramientas, Julio me lo impidió diciéndome que aguardara porque él quería arreglar los tapones de repuesto que seguían rotos. Retrocedí y le abrí cancha para que hiciera lo que proponía, reconociendo que era lo correcto. Pasé a ser yo quien observaba y deleitaba viéndolo hacer con precisión lo que había aprendido cinco minutos antes. Pero, lo que más me gusto fue lo que me dijo: “me gustaría ser electricista”. Casi no es necesario que repita el contenido de mi respuesta: “te voy a ayudar a que lo seas”.

Después de todo ese merengue, nos fuimos a la cama y una vez acostados, ¿qué hicimos?: apagamos la luz. Parecía un chiste. Tanto arreglar la instalación eléctrica para no usarla. Claro que, en este caso, no usarla era una forma de usarla porque el apagar la luz, para Julio, era como tocar campana de largada para empezar a coger. Ni las luces se apagaron, el chico se me vino encima con su sempiterna ganas de franelear y de gozar del contacto de nuestros cuerpos, donde además se fundían un poco nuestras almas.

En mi historia personal yo tenía registro de algunos, pocos, entreveros verdaderamente amorosos; quiero decir, de relaciones que fueron algo más que encuentros carnales y me refiero a la transa con mi compañero de estudios Efraín Jorge Edwin, la que conté en un relato publicado en este mismo portal y que lleva por título su nombre. Lo de Julio César tenía el mismo sabor, solo que algo más cargado. Cuando empezamos, algo me contó de una noviecita. Esa noche, cuando estábamos calentando lo motores, se me dio por preguntarle por Eliana. Me sorprendió la respuesta. “No va más”.

-         ¿Cómo que no va más?... ¿Qué paso?...

-      Nada. No va más. Estaba muy en la pavada. Me cansó. Cuando le pedía algo, siempre tenía problemas, no podía.

-      Algo, ¿cómo qué?...

-      Coger. Se le importaba un carajo si yo estaba caliente, o necesitaba… Siempre con sus boludeces… Me cansó y la mandé al carajo…

-      Ahora te quedaste sin nada…

-      No…

-      ¿Cómo no?... ¿Qué, conseguiste algo?...

-      Si…

-      Y no me contaste nada…

-      No…

-      ¿Por qué?

-      Porque usted lo sabe…

-      Yo no sé nada…

-      Si lo sabe…

-      ¿Cómo sabés que yo lo sé?

-      Porque usted es lo que encontré…

-      Anda a cagar…

-      Me voy a cagar, pero ahora lo tengo a usted…

-      Pero, pichón, no podés, comparar.. Yo, ¿qué soy?... Nada… Para un muchacho como vos, ¿qué mejor que una piba jovencita?...

-      Si, pero yo lo quiero a usted…

-      ¿Cómo me podés querer a mi?... Yo puedo ser tu amigo, nos podemos encamar de vez en cuando… Nada más… En cambio, una piba es una piba… Tiene todo…

-      Si, pero yo lo quiero a usted…

-         Y dale con lo mismo…

-         Si, porque usted me hace calentar más que una mujer…

-         No me digas…

-      Si le digo… Yo lo veo a usted y se me para la pija… Y si no me cree, tóqueme y va a ver cómo estoy…

Lo toqué y, en efecto, la tenía dura cómo un garrote… Acoté, entonces…

-         Esto debe ser porque hace mucho que no bañas el tero…

-      Si, hace mucho y es porque yo solo quiero coger con usted…

-      Estás chiflado…

-      No sé… Pero hace mucho que cojo solo usted y estoy muy  contento… Usted me hace feliz…

-         Y, ¿por qué decis que te hago feliz?...

-         Porque es lo que yo siento…

-         ¿Qué es lo que sentís?...

-      Usted, cuando cogemos, es como que se me entrega todo; siento como que lo único que quiere es que yo se la meta y cuando se la meto me deja hacerle lo que yo quiera, se aguanta todo; deja que yo le rompa el culo y goza conmigo aunque le duela el orto de lo pijazos que le doy… Siento que usted es mío… Por eso soy feliz…

-      Buen, ya vamos a hablar de esto en otro momento… Ahora vamos a dormir…

-      No, a dormir no, yo quiero hacer algo…

-      Pero yo no, estoy indispuesto…

-      Indispuesto, ¿de qué?...

-      Tengo sueño…

-      Eso no es estar indispuesto, yo también tengo sueño…

-      Bueno, dormí…

-      No, antes quiero hacer algo, llevo más de una semana sin coger…

-      No es culpa mía…

-      Si, es culpa suya que siempre está ocupado…

-      ¿Y que querés que le haga si tengo cosas que hacer?...

-      Yo quiero que piense en mí, yo lo necesito…

-      Yo creía que me quería…

-      Lo quiero y lo necesito… Y ahora lo voy a coger…

-      De prepo…

-      Si, de prepo…

-      Dale, a ver si podés…

Para qué lo habré desafiado… Se me vino encima con todo… Más sencillo que decir todo lo que me hizo resulta anotar lo que no me hizo porque fue muy poco… Antes de que empezara, le aclaré que todo lo que había dicho era una jodita mía… Lo anotó, pero igual arrancó diciéndome que se la iba a cobrar… Resumiendo: me revolcó por toda la cama, me desnudó, se me subió encima, me hacía que le chupara la pija mientras me sujetaba las manos y cabalgaba sobre mi pecho. Me ponía boca abajo y se tiraba encima, me abrazaba, me besaba… Era un loco de la guerra… La buena comida de los últimos meses lo había fortalecido mucho… Además, no solo estudiaba sino que hacía bastante gimnasia y jugaba al fútbol… Se convirtió en un toro… Esa noche, entre pitos y flautas, me echó dos soberanos polvos que me dejaron a la miseria. A la miseria,  pero muy feliz… A él creo que le sucedió otro tanto… Para esta época le tomé esta foto…

donde se aprecia que Julio tenía un linda herramienta para entretenerme, la que en esta otra foto se observa mejor…

La  fotografía con campera de cuero se la saqué en el Parque Pereyra Iraola, una tarde en que fuimos a pasear por allí. La foto fue producto de un transacción. Yo odiaba esa campera. La había encontrado en un asiento de un ómnibus y le tomó un cariño que no se si era cariño o ganas de hacerme enchinchar. Cuando estábamos en el Parque quería que le sacara un foto. “Con la campera: no”, fue mi respuesta. Después de algunas tratativas para que yo aflojara mi postura, acordamos que le sacaría una foto siempre y cuando la campera fuera lo único que llevara puesto. De ahí la foto.

La del cartelito se la saqué en el departamento con una máquina Kodac de autorevelado.

Vuelvo al relato. La verdad es que el chico cubría ampliamente todas mis expectativas y me dejaba en paz con mi conciencia porque mi anhelo no era usarlo como un machito, sino establecer un relación beneficiosa para ambos, en todo sentido. Una relación que estuviera inteligentemente por encima de los prejuicios y los preconceptos y que, si marcaba nuestras personas, lo sería para bien y nunca para mal.

Entendí que la cosa iba en ese sentido cuando vi que el muchacho apelaba a mí para salir del pantano donde lo habían arrojado las circunstancias negativas de su vida y poder formarse y armarse para una vida mejor.

De pique observé que no pedía nada y cuando charlábamos, me hablaba de lo que le gustaría ser. Ya conté que cuando me vio reparar los tapones de llave mayor me dijo que “le gustaría ser electricista”. Para ser electricista debía estudiar. Para que se fuera familiarizando, yo le compre un libro del Ing° Marcelo A. Sobrevila que lleva el título “Instalaciones domiciliarias”. Era muy elevado para él. En un primer momento sirvió para dimensionar que ser electricista no es soplar y hacer botellas.

En 1985 empezó formalmente un curso que curso que duraba dos años. Tuve la satisfacción de habérselo bancado. También le banqué otras cosas, pero no las voy a mencionar. A fines del ’85 era otra persona o, más bien dicho, era la persona que el mundo no le dejaba ser. La que detecté cuando me dijo que yo no era puto, cuando lo vi llorar porque me había acordado de comprarle unas pilchitas. Nuestro trato era de enorme confianza y gran familiaridad.

Con una de mis artimañas, logré oficializar su presencia en mi vida. No por supuesto como lo que íntimamente era. Sino como un joven, gran amigo, al que había decidido ayudar. Así apareció un día por mi casa. El pretexto fue que trabajara en mi taller de ramos generales, donde yo hacía y deshacía muchas cosas, no como profesional, sino como aficionado.

No había quien no estuviera encantado con él, ni quien dejara de ver que era toda una promesa. Eso allanaba mucho las cosas. No era un clandestino. Era un amigo con todas las de la ley. Y continuamente hacía méritos para ser mas amigo.

El hecho de que pudiéramos vernos en casa mermo nuestro encuentros en el departamento y consecuentemente “nuestros tiroteos amistosos”. En ocasiones, esto se me pasaba por alto a mí. A él no. Me llamaba la atención delicadamente: “Eduardo, tengo muchas ganas de amarlo”, me decía. Por bromear le contestaba: “Decile a Manuela que ocupe mi lugar”. “No, déjese de joder, ¿cuándo podemos?. “Mañana, pichón, cuando salgas del curso, andá para el departamento; comemos allá y nos quedamos a dormir”.

Tal como me lo había puntualizado, el chico no quería coger con alguien que no fuera yo y no cogía. Por eso, cuando yo no lo complacía, cargaba ganas a lo loco y cuando le dábamos salida: me mataba, porque lo que él necesitaba era coger todos los días. Lo comprobé en la Semana Santa de 1986 en que, después de mucho tiempo, decidí hacerme una escapada a Mar del Plata, para ver cómo estaba el departamento que teníamos en la Galería Eves, San Martín casi Córdoba. En el año ’80 se lo había prestado a un matrimonio amigo que se estaba construyendo una casita en la Perla del Atlántico. El préstamo era por un año. Ellos se harían cargo de la expensas, impuestos, servicios, etc. Se hicieron cargo, pero el año se estiró casí cuatro más. Me lo reintegraron en diciembre del ’85 y unos meses después fui a verlo. Lo llevé de acompañante a Julio César que no conocía Mar del Plata. Fue una experiencia maravillosa. Jamás vi alguien más contento que él. Obviamente, no tenía la menor idea de lo que era ese lugar. Deliberadamente entré por la calle de los boliches (que ahora no recuerdo el nombre) y que, al terminar frente al mar, marca uno de los puntos extremos de la bahía donde se erige la Perla del Atlántico. Al voltear hacia la derecha cuando se llega ahí surge en toda sus imponencia la gran ciudad, como si saliera de la nada. La sorpresa lo enmudeció. Aunque no por mucho tiempo.

El clima marítimo lo condujo a un estado de excitación permanente. Saltaba de una cosa a la otra con una vertiginosidad apabullante. Él, que nunca pedía nada, se convirtió en el demandante por antonomasia. Sabía que era la oportunidad para exigir que lo mimara y me apretó con todo para que ni un segundo dejara de mimarlo. Por suerte tuve clara la situación desde un principio y procedí de modo tal que sus deseos se vieran colmados. El primer día salimos a cenar fuera del departamento. Lo llevé a un restaurante de la calle Córdoba, cerca de Santiago de Estero, donde se comía muy bien. Comió como lima nueva; pero, a la salida, comentó que “yo cocinaba mejor, que a él le gustaban más las cosas que yo “le” hacia. Me estaba diciendo que quería que yo le cocinara él, en forma exclusiva. Para salir de dudas le pregunté…

-      ¿Qué es lo que me querés decir con eso de que te gustan más  las cosas que yo cocino?...

-      Y, que en lugar de comer afuera, podemos comer en el departamento… Usted cocina y yo lo ayudo…

-      Bueno, si a vos te gusta más, no hay problema: cocino…

Al día siguiente hicimos los mandados para tener las provisiones necesarias… Y todos los santos días que estuvimos en Mar del Plata, cociné las cosas que a él le gustaban… Todos lo días menos uno en que fuimos a cenar al puerto… A veces, nos metíamos en algún boliche para tomar una gaseosa o un café… Nada más… En uno, cuando entramos, yo me senté y Julio fue derecho al baño… El mozo que atendió nuestra mesa me preguntó “¿su hijo que se va a servir?”… Me dio risa… Por la noche en el departamento se lo comenté…Eso dio pie para que yo le preguntara: “y en definitiva, ¿vos que sos mío?”. Es claro que la pregunta no se debía a que yo no supiera qué era lo que él era (valga la redundancia) de mí, sino a que quería ver cómo definía él nuestra relación porque hace al caso destacar que varias veces me demostró tener sorprendentes enfoques de las cosas. Enfoques que mostraban que era un tipo pensante y no un atolondrado cualquiera a quien le da lo mismo una cosa que la otra. Cuando le pregunté eso de “qué era él de mí”, no dudó un segundo y me dijo…

-         Yo soy su marido…

-      Ahhh… Entonces, si vos sos mi marido, yo ¿qué vengo a ser tuyo?...

-      Usted es mi señora…

-      Pero, yo no soy mujer…

-      No, importa, yo a usted lo cojo y usted es mi esposa…

-      ¿Tu esposa?...

-      Si, mi esposa…

-      Y, ¿por qué soy tu esposa?...

-      Porque me tiene preso…

-      Ahhh…, no, no, no… Yo no te quiero tener preso… A mí me gusta que todo el mundo sea libre… Desde ahora no te tengo más preso y podés hacer lo que quieras…

-      Es que yo no estoy preso porque usted quiera… El que quiere soy yo…

-      A como es eso de que querés estar preso…

-      Si, yo quiero que usted me tenga preso…

-      Y, ¿para qué querés que yo te tenga preso?...

-       Para poder cogerlo…

-      ¿Por qué querés cogerme?...

-      Porque me gusta…

-      ¿Te gusta?...

-      Si, me gusta, ¿no lo sabía?...

-      No, no lo sabía…

-      ¡Qué raro!, por que a usted también le gusta que yo lo coja…

-      ¿Cómo sabés que me gusta?...

-      Me lo contó un pajarito…

-      ¿Un pajarito?...

-      Si…

-      ¿Y qué más te dijo ese pajarito?...

-      Que dentro de rato se va a meter en la jaulita que usted tiene…

-      No me digas, yo no lo voy a dejar entrar por bocón…

-      Ja, ja… El va a entrar lo mismo porque tiene la llave…

-      ¿Qué llave?...

-         Esta…

Entonces, se levantó de la silla, agarrándose el paquete y riéndose y se me vino encima… Yo estaba perdido porque me agarraba, me empezaba a hacer cosquillas y a bombardearme como una ametralladora dejándome totalmente indefenso… Lo concreto fue que su profecía se cumplió. Un rato después tenía su pajarito todo entero adentro de mi jaulita y ¡cómo lo hacía cantar!...

Todo el tiempo que estuvimos en Mar del Plata; un total de siete días, ni uno solo dejó de garcharme y no porque yo se lo exigiera, sino porque vivía caliente y, según él, “necesitaba descargar”..

Algo de esa estancia en la Mardel quiero rescatar del olvido… Si, cuando Julio se dormía, se dormía en serio. Muchas eran las veces, allá en la Perla como acá, en que yo me despertaba y él seguía dándole al ojo sin asco… Algunas veces, yo aprovechaba la ocasión para mirarlo, para contemplarlo… Yo tenía la sensación de que Julio era un ángel… Cuando lo contemplaba esa sensación se acentuaba y más de una vez no resistí la tentación de acariciarlo… Lo hacía muy suavemente para no interrumpir su sueño… Jamás se pasaba de rosca durmiendo y cuando lo hacía era porque necesitaba realmente descansar… No iba a cometer yo el pecado de despertarlo… En Mar del Plata casí todas las mañanas tuve el regalo de poder mirarlo a mi antojo y de acariciarlo también a mi antojo… Jamás hubiera supuesto que él no estuviese tan dormido como parecía. Sin embargo, era así. Muchas veces de las muchas en que yo me había entretenido mirándolo a mis anchas, Julio no estaba dormido y dejaba que yo lo creyera lo contrario. ¿Cómo lo supe?... Tiempo después, un día de mutuas confidencias, se lo comenté. Su reacción fue decirme…

-         Ya lo sabía…

-         ¿Cómo lo sabías?

-      Porque algunas veces no estaba dormido cuando usted hacía eso..

-         Y te hacías el dormido…

-         Porque me convenía…

-         ¿En qué, cómo, te convenía?...

-      Porque a mí me gusta que me mire y me acaricie, y si le decía que estaba despierto y usted no me iba a mirar ni me iba a acariciar…

-      ¿Cómo sabés eso?...

-      Porque lo conozco y sé que hay cosas no las hace porque se le ocurre que va a molestar… ¿O no?...

Tenía razón. El prurito de “no molestar” me ha perseguido siempre y me ha frenado… Pero dijo algo mas…

-      Y otra cosa le digo… Me puso contento que no se dio cuenta de una cosa…

-      ¿De qué cosa?...

-      Yo siempre lo tuve por perfecto a usted y el saber que había cosas que se le pasaban por alto como a mí me puso contento porque dejó de darme miedo…

-      ¿Yo te daba miedo?...

-      Si, sé que es una estupidez, pero era así…

-      Y, ¿qué es lo que a mí se me pasa o se me pasaba por alto?...

-      Cuando usted me mima creyendo que estoy dormido,  después al levantarme yo le hago cosas para provocarlo… Me pongo cargoso… Yo sé que eso le gusta y que siempre termina echándome como si lo molestara… Yo sigo hasta que consigo besarlo… Sabe una cosa, son los besos más ricos que me da… De eso no se dio cuenta…

-      Si, como no me voy a dar cuenta de lo que me haces para que me caliente… Si no lo relacioné con lo otro fue porque cuando en serio estás dormido, es porque en esas ocasiones no lo has hecho…

-      Tiene razón… La próxima que me haga mimitos, despiérteme asi lo hago calentar y le echo un polvito…

-      ¿No te basta con todo lo que me coges?...

-      No, yo siempre quiero más, lo quiero más…

Estando en Mar del Plata ocurrió algo que es digno de recordar… Desde que llegamos me estuvo diciendo que lo tenía que llevar al casino… Le conté que los que van por primera suelen tener suerte y eso es malo porque creen que siempre van a tener y al final terminan perdiendo… Como me pidió que le explicara cómo se jugaba, le dí unas lecciones sobre el juego de ruleta y el punto y banca. Le comenté que si yo iba bien cogido al casino: ganaba. Para que se lo habré dicho. Dos días antes de regresar, le anuncié que por la noche del día siguiente iríamos al Casino. Sobre el pucho me dijo que me iba a hacer un tratamiento para que ganara. Al principio no caí, pero por un par de cosas más que dijo, se me hizo claro que estaba decidido a cogerme bien para que ganara. Y cumplió. No digo que me cogió, me recontracogió. Empezó a la mañana del día anterior, después de haberme garchado la noche anterior. Esa mañana, como de costumbre, me levanté primero y tranquilo me fui al baño a hacer una higiene completa, ducha incluida. Cuando esta bajo el agua se apareció Julio y se metió en la bañera. Como era su costumbre, me agarró de atrás y me bloqueó lo brazos. “Soy el violador salvaje” me dijo y empezó a hacerme de todo. Fueron bastantes tres o cuatro refregadas contra mis nalgas para que la poronga se le convirtiera en un machete. “Te la voy a hacer tragar toda”. Yo sabía que no me convenía resistirme. “Haceme lo que quieras” le recalqué. Y por supuesto, me hizo lo que quiso. De pique me hizo arrodillar para que se la mamara a su gusto (que dicho sea de paso, era también el mío) y tras cartón me la ensartó hasta los huevos. Tuve que hacer pininos para terminar en el fondo de la bañera. Me agarraba de la grifería, de la jabonera, de todo lo que tenía a mano y, al mismo tiempo, me agachaba para que pudiera “cogerme bien”. Al margen de todo, un polvo muy lindo.

Por la tarde, después de almorzar, tarde, porque habíamos salido en la mañana a hacer compras, nos recostamos a dormir una siesta… Yo estaba medio fusilado. Fue acostarme e de inmediato me quedé dormido. Un par de horitas después me desperté porque algo me molestaba en la cara. ¿Qué era?. La pija erecta de “mi marido”. El se encargaba de restregármela suavemente por mi rostro para que me despertara. Me desperté y, ¿qué paso?: tuve que proporcionarle un sesión de chupeteo al cabo de la cual y previo un poquito de franela, me echó otro polvo. Debo aclarar que, a esta altura del debate, los polvos de Julio nunca eran una cosa suavecita. Me cogía a reventarme el culo. Con un polvo de los suyos uno estaba servido para aguantar una semana antes de que le volvieran las ganas de garchar. Después que el paisano acabó, yo fui directo de la cama al bidet. Cuando volví le dije: “por hoy basta”. “Bueno” dijo y agregó “vamos a ver cómo se presenta la noche”. Yo temblaba, pero no quería adelantarme a los acontecimientos. Por eso, lo que propuse fue que, antes de que se hiciera más tarde fueramos al mecánico que me había recomendado para que controlara el embrague del auto. No fuera cosa que justo cuando debíamos regresar se pusiera a joder. El Taller donde debíamos ir estaba en la calle Pampa, cerca de Avda. Luro, a pocas cuadras de la Estación del FF.CC. Hacía allá fuimos. Llegamos justo para que el mecánico nos atendiera de inmediato. Metió en el coche en una fosa, ir cambio el bombín de embrague y listo el pollo. Mientras estábamos ahí, al nene se ocurrió que podíamos comer ravioles. Pregunté y me mandaron a una casa, en la calle Deán Funes, donde vendían ravioles caseros. Fuimos y compramos una caja con dos planchas. Ya de regresó compramos otras cosas y ya en el departamento me puse a cocinar. Julio se sentó a mirar televisión. Cuando la olla empezó a largar el olorcito del tuco, vino para la cocina, me empezó a cargosear y también a joder con que quería mojar un pedazo de pan en la salsa. Yo debí haber sido más astuto y dejarlo que hiciera lo que se le antojara. Pero, hice algo incorrecto, me negué a sus pretensiones y me acusó que yo me negaba a todo lo que él quería. No se enojaba, me provocaba. Y yo me enganchaba. Comimos y me siguió peleando. Después de cenar, lavar los platos y esas cosas, me senté a descansar un poco y mirara televisión. Julio se sentó a mi lado y me pasó un brazo por los hombros…

-      Usted y yo no debemos pelearnos por las boludeces que nos peleamos… Ni por ninguna otra cosa… Debemos conversar y ponernos de acuerdo en todos…

Se mostraba componedor y muy dulce… Entré a sospechar… Algo se traía bajo el poncho… Dicho y hecho, a continuación siguió con… Usted que es mucho más inteligente que yo tiene que ayudarme…

-      Ahora cuando  vayamos a la cama vamos a celebrar un pacto de no agregación y, como corresponde, vamos a festejarlo…

-      Festejarlo, ¿cómo?...

-      Haciendo el amor…

-      Me cogiste a la mañana, me cogiste a la tarde y me querés coger a la noche también…

-      Si…

-      Vos no tenés vergüenza…

-      Vergüenza tengo.. Lo que pasa es que también se me para la pija y tengo ganas de hacerlo feliz para que gane a la ruleta…

-      ¡Para que mierda te habré dicho eso!... Me tengo que cortar la lengua…

-      No, cómo se va a cortar la lengua… Si se la corta, ¿cómo me la va a chupar?...

-      Sos incurable…

-      Efectivamente…

Conclusión: cuando nos fuimos a dormir, unas dos horas después de haber cenado y después de haberme franeleado de prepo a su antojo, no tuve otra que dejarme coger de vuelta… La verdad es que, en el fondo, me encantaba que obrara así. Y, cuando me garchaba, perdía un poco (o mucho) el control de mis actos y hacía y decía cosas de las que el chico se valía para enfrentarme y decirme que yo podía hacer y decir cualquier cosa que él, igual, siempre me iba a hacer el amor, porque a mí me gustaba… Chan, chan…

No contento con eso, al día siguiente, hasta un rato antes de ir al casino “me estuvo preparando para que pudiera ganar”. Al final, todo era una joda que me hacía divertir…

Ahora bien, una vez en el casino hicimos un paseíto por las instalaciones. Como ya había pasado la Semana Santa no había tanta gente, que fue la excusa que yo utilicé para no ir antes. Lo quise habilitar con unos australes (el signo monetario de entonces), pero el señor no quiso. Dijo que tenía lo suyo y que no pensaba gastar más de veinte australes… Es decir, dos billetes de estos…

con los que podían comprarse aproximadamente u$s 22,00 por que el austral, por muy poco tiempo, supo valer más que el dólar. No le creí que los fuera a gastar porque a pijotero no te ganaba nadie.

Mi intención era no gastar más de cien, ciento y pico de australes. Le dije que eligiera la mesa donde íbamos a jugar y prefirió una de las fondo. Como de costumbre empecé jugando a chances. Cuando ya había hecho una pequeña diferencia, le dije “voy a jugarle al 18”, que era la edad de él… Dos veces seguidas salió el 18… En el segundo tiro había quintuplicado la postura anterior y ahí si pegué un salto… Después acerté con el 23 y el 31… De estos números altos, por un pálpito, le jugué al 0 que anula todas las chanches y salio el 0… A esta altura llevaba ganados varios miles de australes… Intenté un batacazo, pero me fue mal… Se me había cortado la racha… Puse una ficha de 50 a segunda docena y salio la primera… Definitivamente, por esa noche, la suerte había dejado de estar conmigo… Me retiré… Conté las fichas y tenía 6.260 australes. Un buen toco. Fui a una ventanilla y cambié las fichas. Nos fuimos a un bolichito a festejar. En realidad fuimos a comer, porque eran más de las 12 y el bagre nos picaba a los dos… De ahí volvimos al departamento… El café lo tomaríamos allí… Cuando nos sentamos a la mesa, saque el dinero que había ganado, le reste lo que gastamos en el restaurante y los 100 australes que cambie por fichas al comenzar y me quedaron 6.115 australes. Dividí esto por dos y algo más de la mitad lo puse sobre la mesa, delante de Julio, y le dije…

-         Esto es tuyo…

-         ¿Cómo va a ser mío si yo no jugué?...

-         Si yo digo que es tuyo, es tuyo…

-         Mío no es, yo no jugué… El que jugó fue usted…

-         Es tuyo, ¿querés que te lo demuestre?...

-         A ver, demuéstremelo…

-      Muy bien… Para que yo ganara este dinero, ¿qué es lo que hay que tener?...

-      Suerte

-      Y, ¿cómo se llama la suerte?...

-      Suerte..

-      No, se llama “un culo así” (e hice un gesto uniendo los índices y los pulgares de las dos manos) y ¿quién me hizo ese culo así?... Vos… Asi que la mitad es tuyo y no me lo discutas…

Se levantó y vino a mí, como siempre, a besarme y abrazarme y decirme que yo era todo para él…

-      Tenés que pensar bien en que vas a gastar ese dinero… Yo tengo una idea…

-      ¿En qué?...

-      Tu vecino, ese que se quería volver a Corrientes, ¿habrá vendido la casilla, esa que vos decías que era una joya?...

-      Creo que no…

-      Podés intentar comprársela…

-      Estaría…

El dinero que le entregue a Julio, pero que tuve que guardárselo yo por razones de seguridad, era más que suficiente para comprar una casilla usada por muy joya que fuese. Lo instruí acerca de la forma en que tenía negociar, aunque no necesitaba mucha instrucción; era listo y no necesitaba papel para y lápiz hacer cálculos.

Lo primero que hizo Julio cuando regresamos a La Plata fue encararlo al correntino. No consiguió que le rebajara un centavo; pero, en cambio obtuvo algo mejor. El correntino era albañil y se encargaba de plantar la casilla en el terreno de la abuela sin costo.

Ahí aparecí yo en escena. Julio me presentó con la persona que le prestaría el dinero para hacer la compra. Yo hice el contrato de compra venta. El correntino creía que yo era abogado y, de paso cañazo, me trajo un proyecto boleto para que yo lo leyera. Lo leí y le di un consejo respecto a la seña y le sugerí que un Escribano certificara las firmas. Le dije que no le cobraba nada por el asesoramiento y que en su lugar le hiciera algún trabajito que Julio necesitara.

Así, el chico tuvo su casita, y salió de la tapera donde vivía con la abuela. La abuela era la madre del padre. Un desparecido; pero, no por la represión, sino por otras causas. Julio era el único pariente y heredero de todo lo ella tenía: el terreno donde estaba plantada la casilla…

A finales de 1986, Julio ya trabajaba como electricista. En marzo de 1987 le dieron el certificado de estudios. Iba a cumplir veinte años y era un hombre. Muy responsable. Conmigo, cuando estábamos a solas, era el mismo de siempre y me permitiría decir: más terrible, porque nuestra confianza se había ahondado enormemente y cuando estábamos juntos y a solas no éramos dos, sino uno.

A principios de 1988, cuando la situación socio-económico en Argentina se complicaba cada vez más, Julio César me dijo que “tenía que hablar muy seriamente conmigo”. Convinimos en pasar el fin de semana juntos en el departamento. Algo que casi habíamos dejado de hacer a causa de nuestras respectivas ocupaciones. Nos veíamos durante la semana porque él no dejaba de cumplir con “el débito marital”, no por obligación sino por gusto, gusto y necesidad. Además iba a casa casi todos los días, estuviera o no yo allí, porque mi taller de hobbies productivos le venía como anillo al dedo.

Cuando nos reunimos en sábado convenido, me contó que había estado trabajando en una casa donde fue para reparar un desperfecto menor y terminó reformulando prácticamente toda la instalación eléctrica para que, por un tiempo, no se presentaran problemas. Eso hizo que se ganara unos buenos pesitos; pero además, allí conoció a una chica que, en principio, le pareció muy agradable y bonita y, con el correr de los días en que fue a trabajar, se le descubrió como una personas muy interesante, por lo inteligente, sensible y sensata. Para resumir me dijo: “es como usted, pero en femenino”… Yo que advertí por donde venía la cosa, aproveche ese resumen para poner una cuota de humor para facilitar algo que me veía venir. Le apunte: “si es como yo, pero en femenino, tiene que ser una vieja de mierda, porque yo soy un viejo de mierda”. Recuerdo que a la sazón estaba próximo a cumplir mis 48 años. La respuesta de Julio no se hizo esperar. Al toque me replicó: “no se desprecie, usted no es un viejo de mierda y ella tampoco. Tiene un año más que yo”. Acortando. La chica le interesaba y él le interesaba a la chica, pero quería tener mi aprobación para seguir adelante.

-      Me parece muy bien que actúes con los pies sobre la tierra y empieces a hacer lo que realmente corresponde que hagas en un tema fundamental… Si esa joven satisface tus expectativas en materia de amor: dale para adelante… No necesitás mi aprobación; pero, si la querés, con el mayor gusto te la doy…

-      No esperaba otra cosa de usted… Pero hay algo más…

-      ¿Qué?...

-      Que yo quiero seguir haciéndolo feliz a usted…

-      Con noticias como esta me hacés muy feliz, ¿qué más puedo pedir?...

-      No, no se haga el distraído, usted sabe bien lo que le quiero decir…

-      Y porque se bien, te contesté como te conteste…

-      ¿Y yo?...

-      Yo, ¿qué?...

-      Yo quiero ser feliz con usted…

-      Te voy a contestar con un antiguo refrán que se lo he oído decir a todos los viejos de mi familia: “el que mucho abarca, poco aprieta”… Cuando hayas concretado con este chica, bajáremos el telón de nuestra historia y seguiremos como buenos amigos… ¿Te parece poco?.

Julio se juntó con Inés, así se llama la joven, en 1990 y en 1991, un mes antes que naciera el primer chico, Xavier, ahijado mío. Si los padres tuvieran que casarse cada vez que va a nacer un hijo, Julio César e Inés ya se hubieran casado cinco veces. Para despedirme de ustedes, les muestro una foto de mi ahijado, Xavier Álvarez Pardo, cuando tenía 19 años…

Nos encontramos de casualidad cerca del depto. donde su papá y yo supimos tener memorables tiroteos amistosos. Lo llevé hasta allí con la excusa de que era un buen fondo y le saqué esta foto. Es un divino total. El más lindo de los cinco hermanos, tres varones y dos mujeres. El arrastre que tiene no puede ser. El está muy bien ubicado. Heredó lo mejor de la madre y del padre.

-         ¿Cuándo vas a ir a visitarnos, Padrino?....

-         Cualquier día de estos…