Julieta te amo
Así pasaba mis días oscilando entre este amor que me iba creciendo y el desasosiego que me provocaba el reconocerme como lesbiana victima de las burlas de todos.
JULIETA TE AMO
Teníamos 16 años, yo era "la nueva" en esa escuela. Después de vivir en Montevideo, lugar donde nací, con mis padres nos mudamos a Buenos Aires. Con 15 años, esa mudanza para mi era un verdadero fastidio, pero lo que allí pasó hizo que mi experiencia en Argentina me marcara para toda la vida.
El primer día de clases tuve que soportar la detestable presentación de rigor. La rectora me acompañó al que sería mi salón de clases de ahora en más, y frente a todo el grupo me presentó obligándolos a saludarme al unísono. La escena me pareció patética, un corito repetía mi nombre con desgano y sonreían con la malicia típica de la crueldad adolescente.
A medida que pasaban los días fui haciendo un sondeo de mis compañeros. Mi tendencia siempre fue conservar un perfil bajo, y si se quiere, pertenecía a la clase de gente que se la suele catalogar de ners. Por otra parte, percatarme que mi sexualidad estaba definiéndose ya por el lesbianismo, me consideraba a mí misma como una persona condenada a la marginalidad y carente de popularidad. Padecía por aquel entonces un enfado con la vida que me mantenía siempre ajena a la diversión que parecía ser un derecho de los otros.
Identifiqué rápidamente el grupo más popular y entre ellos a los líderes, personajes al que el resto admira y festeja cualquier ocurrencia. Obviamente el privilegio de la belleza física los predisponía para tal liderazgo. Rodrigo era el Adonis, el chico simpático y por el cual todas las chicas morían. La mayoría de las chicas, o ya habían salido con él o se morían por ser elegidas. Julieta, por su parte era la chica destacada. Bonita, simpática, ocurrente, tenía un cuerpo menudo, delgada, solía moverse y gesticular de una manera que hacia que uno le prestara atención de inmediato. En pocas palabras, Julieta tenía un carisma sorprendente.
La presencia de ella desde un primer momento me trastornó. Si bien era natural que su brillo me seduzca, yo sabía perfectamente que lo que ella despertaba en mí no era la clásica admiración de querer ser como ella, sino el deseo de querer tenerla.
Día a día gastaba mis horas observándola. Me angustiaba verla coquetear con uno y otro, y me provocaban unos celos increíbles que alguien la abrazara o acariciara. Jamás habíamos cruzado palabra alguna y aunque pasaba horas intentando idear alguna estrategia que me diera la posibilidad de atraer su atención, reconocía en el fondo de mi corazón que nunca sería capaz de acercarme y que era un absurdo creer que alguna vez podría ser correspondida. Por momentos me torturaba con la idea del horror que le provocaría saber de mi deseo. Así pasaba mis días oscilando entre este amor que me iba creciendo y el desasosiego que me provocaba el reconocerme como lesbiana victima de las burlas de todos.
Solía escribir su nombre en cuanto papel tenía frente a mí, como si de alguna manera con esa acción tuviera algo de ella conmigo. Había hecho amistad con el grupo de los impopulares y cuando el tema de quien le gustaba a quien aparecía, yo recurría a esconder mis deseos declarando que me moría por Rodrigo, lo cual me sometía a escuchar largos sermones que estaban lejos de importarme, como por ejemplo, "Ese idiota?, por dios no entiendo como podes estar enamorada de él, lo que vos tenes que hacer es bla, bla, bla".
Los pupitres de clase estaban ubicados de a pares y mi ubicación en el salón era intermedia, paralela a la fila en donde se sentaba Julieta con una pequeña diferencia en la distancia que hacia que con solo girar mi cabeza un poco hacia la izquierda pudiera tener una visión de su figura. Por momentos me abstraía de tal manera que permaneciendo acodada sobre el pupitre, mis ojos se perdían observándola. Mi compañera solía llamarme la atención respecto a mis vuelos pero no se percataba que mi miraba se perdía en la chica de mis sueños. Sucedió en una oportunidad que los ojos de Julieta se cruzaron con los míos. Me sentí completamente vulnerable, inmediatamente baje la vista y sentía que la sangre fluía por mi cuerpo a una velocidad increíble. Se apoderó de mí el terror a ser descubierta e intenté buscar alguna explicación factible para justificarme si llegado el caso hubiera de preguntarme por qué la miraba. Por suerte eso no ocurrió, pero el resto del día me fue imposible volver a mirarla, y adopté una actitud totalmente opuesta a la que venía trayendo, comportándome como si ella no existiera.
La misma situación volvió repetirse un par de veces y considerando que en ningún momento ella iba a increparme, continué mirándola confiada pero bajando la vista al instante en que ella me miraba. Dueña de cierta confianza, ocurrió que junté valor e intenté sostener mi mirada cuando ella se giró para observarme. No conseguí aguantar más que unos segundos pero el raudal de sentimientos que me atravesó fue inmenso. Sentí que sonrojaba aunque sólo fue una sensación mía, que el cuerpo me temblaba, las piernas se me aflojaban y que había sido una estupidez haberlo hecho. Pasé el resto del día intentando descifrar qué decían sus ojos. Algo era seguro, no había amenaza en esa mirada, ofrecía confianza aunque mi actitud derrotista hacía suponer que tal vez en algún momento ella vendría a pedirme alguna explicación y a echar por tierra cualquier expectativa.
Por aquel entonces teníamos una asignatura que se llamaba Instrucción Cívica. El profesor era el típico que brindaba una confianza de las que pocos profesores conseguían. Un día propuso como ejercicio fomentar nuestra capacidad de interactuar. Para comenzar, la consigna fue cambiar nuestra distribución habitual de manera que los grupos se entremezclaran. En principio nos invitó a que cada uno eligiera su futuro compañero de banco y llegado el caso, de ser necesario sería él mismo quien asignaría la nueva distribución. Tras un breve murmullo y risitas burlonas, Julieta se paró tomando sus cosas y anunció, "Pues bien! Rompo el hielo chicos, yo me voy a sentar con Mariana". Como buen líder, el resto del grupo comenzó a imitarla, mientras que a mí no me cabía el corazón en el pecho a la par que parecía no poder controlar mi nerviosismo. Roxana mi antigua compañera abandonó su lugar con desgano y me sonrió deseándome suerte. Vaya que la necesitaba! Tenía ahora que lidiar ahora con mi tentación, cuidarme más y esconder cualquier evidencia de mi amor.
Al principio me sentía completamente turbada, sentir su cuerpo tan cerca, escuchar sus palabras dirigiéndose a mí, tener que responder sus preguntas sin que se notara mi inquietud, evitar que notara que mis manos no paraban de temblar, hicieron que los primeros días, lo que me pareció una bendición, se convirtiera en un suplicio. Pasado un tiempo me fui relajando y pude empezar a disfrutar de su compañía. Día tras día mi amor por ella iba creciendo cada vez más. Me derretía cada vez que sonría por algún comentario que yo hacia, me fascinaba su seguridad, su capacidad de hacer sentir bien a cualquiera, la ausencia de malicia en su actuar, todo lo que ella hiciera, era para mi perfecto y digno de admiración. Me sentía orgullosa de estar enamorada de una persona como ella aunque supiera que nunca podría tenerla. De a poco nos fuimos convirtiendo en amigas y aunque el resto de las chicas con las que ella tenía más afinidad nunca me consideraron como parte del grupo, Julieta dejó en claro que no iba a elegir entre unas y otra, sino que simplemente podía ser parte de ambos grupos. Me había confesado que aunque adoraba a su grupo de siempre, en mí había encontrado una amiga de verdad con la que realmente se podía hablar cosas serias y no las frivolidades de costumbre. Eso me hacía sentir la persona más privilegiada del mundo, me creía afortunada y satisfecha de mi logro.
Adoraba a esa mujer y muchas veces estuve tentada por preguntarle por aquellos cruces de mirada pero supuse que sería estropear todo y que era mejor guardar silencio sobre eso. Nunca imaginé que mi intuición era errada y que en definitiva eran mis miedos y mis prejuicios los que no me dejaban en paz.
Un sábado por la tarde estábamos en mi cuarto escuchando música, aprovechando a fumar ya que mis padres no estaban en casa. Ella estaba recostada en mi cama leyendo una revista mientras yo terminaba una monografía en mi PC. Adoraba que estuviera en mi cama, pues cuando ella se iba yo deslizaba mi mano por la huella que dejaba en el colchón y me dedicaba a oler su perfume en mi almohada. Un ritual secreto que me permitía apaciguar un poco mi deseo. Me levanté para ir al baño y cuando regresé noté que ella ocultaba algo debajo de las sábanas. Supe que la había descubierto haciendo algo indiscreto pero no sabía qué. Le pregunté que hacía y ella respondió con evasivas y sin saber que decir. Al cabo término por confesarse, "encontré algo", y sacando un libro de entre las sábanas me extendió un pequeño trozo de papel oculto en él, escrito con mi letra. JULIETA TE AMO, se repetía en imprenta mayúscula y en varios colores y formatos. Sentí que todo se derrumbaba, que no tenía manera de explicar nada y que tenía todo el derecho de enojarse conmigo por mi falta de sinceridad. Sentada al borde de mi cama sus ojos me miraban fijo y yo no sabía qué era lo mejor. Quería que nada de eso estuviera sucediendo y me reprochaba mentalmente el estúpido descuido. Se incorporó y una vez frente a mí, me abrazó con una ternura increíble. Yo no pude más que llorar y lo único que logre decir fue "perdoname ". Sentía que sus brazos me reconfortaban, jamás había tenido su cuerpo tan cerca y aunque no lo estaba disfrutando como tantas veces había soñado, me sentía segura con ella. Su cuerpo era cálido, apoyé mi cabeza en su hombro y sentía su manos acariciar mi cabellos y mi espalda. Sin decir palabras busco mi rostro y mirándome a los ojos fue secando mis lagrimas con pequeños besos. Me estaba sumergiendo en un sueño imposible. Podía sentir sus labios recorrer mi rostro, su boca me quemaba, mis manos apenas podían mantenerse en su cintura, estaba atónita, sentía que si continuaba me iba a caer redonda al piso. Sus besos se acercaban cada vez a mis labios, podía sentir su respiración en mi piel. "No sigas por favor", alcance a decir apenas susurrando, y como si esas palabras la hubieran enardecido, su boca encontró mis labios y comenzamos a besarnos con una pasión incontrolable. Sentí su lengua abrirse paso y recorrer cada centímetro. La sentía enredarse a la mía, recorrer mis dientes, explorar hasta el fondo como si quisiera devorarme entera. Nuestros cuerpos se unieron de inmediato y mientras sus manos sostenían mi rostro, las mías abrazaban su cintura y su espalda para poder sentir la tibieza de sus pechos pequeños sobre los míos. Atraje su cadera contra la mía y comenzamos un pequeño balanceo que aumentaba la excitación que nuestros besos nos estaban provocando. El cuarto se inundo del sonido de nuestra respiración agitada y de nuestros besos. Yo no podía creer que era su boca la que estaba besando, que era su saliva la que estaba en la mía y que su cuerpo se aferraba al mío con semejante ardor. El motor del auto de mis padres hizo que nos soltáramos de inmediato y que pretendiéramos estar ocupadas escuchando música. Me acomodé el cabello y pasé la mano por mi boca como para secarme su saliva. Cuando mi madre vino a saludarnos nada había pasado entre nosotras y las cosas parecían continuar como antes.
Apenas volvimos a estar a solas Julieta salto de la cama y sin darme tiempo a reaccionar me estampó un beso en los labios, me dijo "yo también te amo mi vida" y con una sonrisa endemoniadamente hermosa me dijo "bye amor" y salió de mi cuarto como disparada. Me desplomé sobre mi cama y sin poder dar crédito a lo que había pasado me quede desbordada de felicidad pensando en ella.
A los diez minutos me llamó por teléfono y me pregunto, "¿cómo estas?", se la escuchaba feliz, le conteste "creo que estoy volando, parece que tuve un sueño hermoso", "yo también soñé lo mismo" me contestó y continuó, "tengo una idea vamos a bailar esta noche, si te parece yo aviso a mis padres que salgo contigo y que me quedo a dormir en tu casa, vale?" No tuve que pensarlo demasiado, la sola idea de que durmiéramos juntas me ponía de cabeza y le respondí segura que me parecía genial. Cerca de las 10 de la noche llegó con una pequeña mochila con sus cosas y nos encerramos en mi cuarto. Mi madre nos acercó unos sándwiches que apenas comimos pues no paramos de reírnos entre besos a escondidas y caricias apuradas siempre con el temor de ser descubiertas. Al momento de cambiarnos para salir, nos invadió cierto pudor o quizá el temor de no poder controlarnos, el caso es que resolvimos que ella lo hiciera en mi cuarto mientras que yo utilizaría el baño.
Esa noche la veía mas hermosa que nunca, salimos de casa con más ansiedad de volver que de permanecer en la fiesta. Pasamos la noche casi sin prestarnos mayor atención la una a la otra pretendiendo ocultar lo que estábamos viviendo. Un par de veces coincidimos en los baños y cargadas de excitación por lo que estábamos haciendo nos enredamos ocultas en ardientes besos y caricias que hicieron humedecer nuestras bragas.
Una vez en casa y en mi cuarto, ella sujeto mi mano que estaba a punto de encender la luz y me atrajo hacia ella. Me beso con una ternura infinita y yo sentía mi cuerpo desvanecerse en sus brazos. Nos recostamos en la cama y abrazadas comenzó a decir:
¿Por qué no me lo dijiste antes?
Tenía mucho miedo, le respondí
Yo también, -agregó- cuando me empezaste a mirar me asusté un poco
No era mi intención
Lo sé, lo que quiero decir es que me asusté cuando me di cuenta que me gustaba que lo hicieras después me relajé y me dije que va!! si soy lesbiana, ¿Qué?
Yo creo que si nos descubren mis viejos me matan agregué-
Se incorporó y subiéndose encima de mi cuerpo, me miró fijo a los ojos y me dijo "Te amo". Nos empezamos a besar lentamente como aprendiendo cada una de la otra. Sus manos se iban deslizando por mi cuerpo haciendo que me estremeciera con su recorrido. Extendí mis brazos hasta que mis manos alcanzaron sus glúteos firmes, pequeños, deliciosos y comencé a acariciarlos con una ternura infinita. Fui subiendo por entre sus ropas y sentí la piel de su espalda entre mis dedos, su cuerpo me encendía, elevaba mi temperatura de manera incontrolable. Me ayudó a incorporarme y desnudamos nuestros torsos. Nuestros pechos de adolescentes se reconocieron entre sí, nos movíamos de modo que nuestros senos se acariciaran entre ellos. No dejábamos de besarnos, sentía la electricidad que sus dedos en mi espalda iban generando. El sexo era para mí una novedad, era la primera vez que estaba con alguien en la cama, y era la primera vez que alguien me tocaba de esa manera. Tenía miedo porque suponía que Julieta iba a descubrir mi inexperiencia y que quizás no pudiera darle todo el placer que pretendía. Empezó a desabotonar mis jeans y la ansiedad por compartir nuestros cuerpos completamente desnudos me invadió. Terminamos quitándonos la ropa con desesperación, nuestros cuerpos se enredaron de inmediato como si no pudiéramos esperar más por sentirnos. No lo podía creer, estaba gozando de su piel, su sudor, su sexo apoyándose en mi piel y lo único que deseaba era devorarme su vagina. Nos retorcíamos entre caricias, estábamos terriblemente excitadas y ahogando nuestros gemidos de placer temiendo que mis padres nos escucharan.
Sentí su mano descender por mi vientre, un cosquilleo irresistible me inundó la vagina, sólo quería que continuara su descenso. Mi mano busco también su sexo. Llegué a su vulva y la sentí empapada. Ella también exploraba mi coño húmedo. Soy virgen, me advirtió. No alcancé a dar cuenta de mi sorpresa pues me alivio y me permitió aclararle que yo también lo era. Como en un acuerdo tácito ninguna de las dos intentó penetrar a la otra más allá de pequeños ensayos limitados por cualquier señal de dolor que nos diéramos. Nos dedicamos a descubrir nuestros clítoris y comenzamos un manoseo constante que nos hacía subir al séptimo cielo. Su pequeño botón parecía haber cobrado dimensiones extraordinarias gracias a mis masajes y su respiración acelerada daba cuenta del placer que mi fricción le estaba provocando. Yo sentía su dedo sobre mi clítoris y la electricidad que su estimulación generaba me hacia contraer y dilatar mi vagina sintiendo que estaba a su merced, que era su mujer, que la conciencia de saber que éramos dos mujeres en la cama y que era la mano de Julieta la que me estaba haciendo llegar al orgasmo, sobredimensionaba mi placer. Nuestros orgasmos llegaron casi a la par y acallamos nuestros gemidos de placer con un beso apasionado. Nuestras piernas se entrecruzaron y apoyando con fuerza las vaginas en los muslos respectivos de la otra, nos agitamos enloquecidamente hasta que estallamos en pequeños orgasmos adicionales. Nuestros cuerpos se fueron relajando y pretendiendo recuperar el ritmo de nuestra respiración, nos fuimos dando pequeños besos mientras repetíamos, "te amo, te amo, te amo " No quería dejar de decírselo y tampoco quería dejar de escucharla. Era un sueño maravilloso escuchar su vos repitiendo que me amaba. Nos mantuvimos abrazadas y aunque felices de nuestros orgasmos no podíamos dejar de mover nuestras caderas, continuábamos calientes, excitadas.
Parece que no podemos parar, me dijo con esa sonrisa tan bonita
Siempre tuve una fantasía con vos agregué-
¿Una sola? me dijo- Yo tuve millones, una ya la cumplí recién
Yo también le contesté- pero me queda una que si no la cumplo esta noche me muero
A no, no, no contesto- ante todo está tu vida, vamos a cumplirla cuál es?, decime
Quiero hacer un 69 con vos, comerte el coño, y que me comas vos a mi dije mientras nuestra agitación aumentaba con mis palabras
De inmediato apoyó sus rodillas a los lados de mi cara y su vulva quedo expuesta a mis ojos. Podía sentir el olor de su coño excitado y no resistí demasiado, me arroje con mi boca sobre él y comencé a chuparlo, lamerlo, besarlo su cuerpo daba pequeños saltos como respuesta a mi estimulación. De pronto sentí su lengua abrirse paso por entre mis labios vaginales y era como una serpiente que me recorría, lo hacia maravillosamente bien. Era el sumo del placer, no podía dejar de sentir el placer de su boca en mi coño pero tampoco podía dejar de sentir un placer inmenso cuando le chupaba el suyo. La posición era perfecta y con mis 16 años creí que no habría nada superior a esto. La mujer que amaba me estaba devorando la vagina y yo la de ella, qué otra cosa podía superar semejante expresión de amor. No sé cuanto tiempo estuvimos entregadas a devorarnos, pero tras descubrir que nuestras lenguas tienen sobre el clítoris un efecto mil veces superior a un dedo, alcanzamos otro orgasmo que esta vez ocultamos cada una en la vagina de la otra.
Julieta se extendió exhausta y yo me volteé para recostarme a su lado. Nos besamos y disfrutamos del olor a sexo en nuestros rostros. Ya amanecía y completamente abstraídas en nuestro paraíso nos dormimos desnuda y abrazadas.
Por la mañana me desperté sobresaltada, no podía creer que nos quedáramos dormidas. Me asusté pues no sabía si en algún momento no nos había visto mi madre. Apurada y nerviosa la desperté a Julieta para que nos vistiéramos y me ayudara a armar la cama que se suponía debía haber ocupado. El golpe en la puerta y la voz de mi madre pidiéndome que me levantara me dijo que algo andaba mal. Ella jamás tenía la delicadeza de golpear, siempre le reprochaba esa falta de respeto por mi intimidad.
Le comenté a Julieta mi preocupación y ella intentó tranquilizarme diciéndome que no pasaba nada, que lo peor que podía pasar era que nos ligáramos un sermón, que en última instancia qué importaba. Una vez vestida y antes de salir del cuarto me besó y dijo: -Todo va a estar bien amor, no importa lo que nos digan yo te amo ¿sabes? La miré y quise confiar en sus palabras, creí que lo único que importaba era el amor que nos teníamos que nada ni nadie iba a estropear este momento tan nuestro.
Tras pasar por el baño para asearme un poco y sacarme el olor del sexo de Julieta, me presenté ante mi madre como si nada. Pero ella nos había visto y con el rostro desencajado por la furia me dio vuelta la cara de un cachetazo y me pidió que sacara a "esa tortillera" de su casa. La expresión que usó para referirse a Julieta, la mujer de mi vida, mi amor, mi sol, mi todo, me desgarró el alma. "¡No tenes derecho!" le grite furiosa, completamente impotente fui a pedirle a Julieta que lo mejor era que se fuera, ella estaba muy afligida, no sabía que decirme, me pedía que me fuera con ella, que nos escapemos. Yo la tranquilice y le pedí que por favor se fuera, que todo iba a estar bien.
Lo que siguió fue un completo desastre, mi padre intervino calmando la violencia de mi madre pero lejos de estar a mi favor, me obligo a un encierro despiadado y a los pocos días me encontré arriba de un avión que me transportaba directo a un Montevideo adónde terminaría mis estudios viviendo con mis tíos. La excusa fue que no me adaptaba a Buenos Aires.
Desde aquel día no supe nada de Julieta. Le escribí millones de cartas que regresaron a mi domicilio a los pocos días. Pasé meses pensando en ella, en aquella noche maravillosa, en sus besos, nuestros cuerpos haciendo el amor. Me aferré a su recuerdo como a un clavo ardiendo. Creía verla en todas partes y el corazón me empezaba galopar y terminaba corriendo detrás de una alucinación más. Con el tiempo su rostro parecía irse borrando de mi mente y me detestaba por ello. Quería conservarla y me juraba a mi misma que cuando cumpliera la mayoría de edad iría a buscarla y ella se vendría conmigo y haríamos el amor maravillosamente y nada en este mundo nos separaría jamás.
Ya pasaron cinco años de aquello, me costó eternos días de angustia reconocer que no la vería más, noches en vela dejando correr mis lágrimas, pero el tiempo va atenuando las pasiones y, aunque sin echarla jamos al olvido por completo, fui rehaciendo mi vida. Conocí chicos con los cuales empezaba relaciones que servían de pantalla a mis verdaderos encuentros sexuales. Conocí muchas chicas, pero ninguna pudo hacerme olvidar a mi Julieta. Después de tantos años, decidí viajar a Buenos Aires. Intento aunque más no sea verla una vez más y si es el caso, darle un final feliz a nuestra historia. Me la debo y se lo debo. No puedo decir que encuentre a la misma Julieta que dejé, obviamente ella como yo, seguro ha cambiado. Me conforma la idea de pensar que la voy a encontrar y que compartiremos un café y podré decirle adiós como corresponde.
Y bien, aquí estoy en Corriente y Callao, pensando en vos mi amor.