Julieta te amo (3: Mariana y Julieta)

La noche que estuviste en mi cama la llevo en mi mente como una fotografía.

JULIETA TE AMO 3 (Mariana y Julieta)

Mariana.

El hotel.

Esta tarde cuando te llamé sentí mi corazón galopar como cuando me descubriste observándote. Tantos recuerdos y uno en particular que se me tatuado en el alma. La noche que estuviste en mi cama la llevo en mi mente como una fotografía. Cuando la voz de tu madre respondió el teléfono, una mezcla rara de desasosiego y calma se me impuso en el cuerpo. Deseaba escucharte a ti, pero la incertidumbre respecto a la Julieta que serías hoy, lo que habrías pensado, sentido, vivido en el transcurso de estos cinco años sin verte, hicieron que escuchar a tu madre fuera una bendición.

Noté su sorpresa cuando le dije quién era, pero muy por el contrario a mi madre, para quien tú sólo nombre representa al mismísimo demonio, la cordialidad y atención con la que me trató, me hizo al menos anticipar que mi persona era bien recibida o que tal vez nunca habías revelado nuestro secreto.

Me ha prometido darte mi mensaje, aunque nada ha dicho sobre ti. Tengo mucho miedo de esperarte en vano. Todo el amor que alguna vez te tuve, y que creía apagado, se me encendido en el pecho a medida que mis horas transcurren en esta ciudad. Buenos Aires eres tú, y cada calle, esquina, rincón de éste "corazón de cemento" te representa. Me pregunto mi amor que tan lejos estarás ahora de mí.

El cuarto de Julieta

He dejado la dirección de tu hotel sobre mi escritorio. Me he puesto a ordenar un poco mi cuarto y a cada instante me descubro pensando en ti.

He vuelto a mis 16 años, a tu sonrisa, tus gestos, tu boca y a aquel beso que te di mientras llorabas. Cuántas veces había alucinado tus labios sobre los míos, y con cuánta dedicación mi boca busco la tuya después de sentir la sal de tus lágrimas. Apenas sabíamos besar pero aquel día nos graduamos juntas. Con qué armonía nuestras lenguas se deslizaron por el interior de nuestras bocas.

Mariana, contigo conocí el deseo, el amor, la excitación. Fue tu cuerpo el que encendió un carbón entre mis piernas y tu boca la que, aprendiendo de mi deseo se dedicó a apagarlo. ¿Con qué derecho te separaron de mí? La noche que pasé en tu cama, donde por primera vez me desnudé para alguien, donde ofrecí mi corazón a través de mis pechos, mi vagina, mi clítoris encendido, esa noche se perpetúo en mi memoria. Con cuánta fuerza odié lo que sucedió después. ¿Por qué debíamos ocultar la noche más hermosa y tierna de nuestras vidas?

Comprendí que no teníamos de qué avergonzarnos, pero que debíamos protegernos de la mirada sucia de los demás. La inocencia con que nos entregamos a querernos nos expuso y alguien nos llamó lesbianas como si esa palabra fuera un insulto.

Vuelvo a mirar tu dirección, ese trozo de papel me quema en las manos y ni siquiera me atrevo a tomarlo. Me pregunto por qué haz vuelto. Se te vía tan feliz en Montevideo. Hermosa, sublimemente preciosa y en otros brazos. ¿Me habías echado al olvido? Quizás no, pero cómo podía entrometerme en tu nueva vida. Seguramente no me habías olvidado, pero parecía seguro que no me recordabas de la misma manera que yo.

Ese fuego vivo con el que incendiaste mi piel acaba de renacer como si nunca se hubiera extinguido. ¿No se qué debo hacer? Me muero por llamarte pero tengo mucho miedo de consumirme si descubro que sólo venís a verme como amiga.

Mariana y Julieta

MARIANA. He decido salir del hotel. Son más de las 10 de la noche y me ha abrumado la espera. No puedo respirar entre estas paredes. Me he alejado apenas unos metros de la puerta del hotel, una esperanza se mantiene suspendida en mi mente, y no puedo dejar de creer que aparecerás por aquí. Ha comenzado a llover y veo a la gente correr presurosa a refugiarse en sus casas. Sólo una mujer camina como ausente y se detiene frente a mi hotel. En mi pecho mis latidos "retumban como un cañón", estás igual, hermosa como siempre. Das pequeños paso sin dirección, tu cuerpo traduce tus dudas y yo avanzo hacia ti. Quiero correr y, como en un mal sueño, mis piernas apenas pueden moverse y en mi cabeza la idea de que desaparezcas me atormenta.

Julieta…, dije con esfuerzo, mi garganta seca parecía incapaz de de articular palabra.

Giraste sobre tus pies y nos quedamos observando, inmóviles, como si estuviéramos exorcizando los fantasmas de todos estos años.

JULIETA. Te escuché decir mi nombre y giré para verte. La lluvia corría por tu rostro. Ahí estabas, frente a mí, de nuevo hacías parar todos los relojes. No escucho, no veo, no siento, más que tú presencia. Extendiste tu mano y mis dedos alcanzaron los tuyos. Ya no sentía frío, tampoco miedo. Tu mano firme aferró la mía y me hiciste seguir tus pasos revelándome con ello que ibas a enderezar el destino que tan amargamente habían torcido.

Me dejé conducir orgullosa hasta tú cuarto de hotel ante las miradas curiosas de los huéspedes.

MARIANA. Me aferré con fuerza a tu mano y supe que vendrías conmigo hasta el fin del mundo si fuera necesario. Te traje a mi cuarto, fui por una toalla y comencé a secar tu rostro, tus cabellos, tus manos. No había preguntas, no había dudas, ni temor. Tus dedos se posaron en mis labios y los recorriste como quien reconoce algo que siempre fue suyo y que creía perdido. Mi mano se acerco a tu rostro y tu mejilla se inclino sobre ella buscando mis caricias. Nuestros rostros fueron acercándose y apoyaste tu frente en la mía. Te rocé con mi nariz, sentí tu respiración calma, mis labios comenzaron a acariciar los tuyos, hasta que los humedeciste y yo, imitándote, comencé a deslizarme por tu boca. Un beso cargado de sensualidad nació entre las dos. Nuestras bocas se abrían, mi lengua lamía la tuya, recorría tus comisuras, mientras me empapabas la boca.

Te comencé a desnudar con ternura. Tus ojos me observaban desabotonar tu camisa, me estudiaban, me reconocían y me hacían saber que eras mía. Te la fui quitando con cuidado y del mismo modo fui corriendo los breteles de tu corpiño hasta dejar al desnudo tus pechos. Con la misma dulzura descubriste mi torso para tus ojos. Aproximaste tus dedos a mis pechos, recorriste mis pezones erguidos. Sentí las palmas de tus manos apoyarse suavemente y con tu pulgar comenzaste a hacer pequeños círculos sobre mis pezones. Mis manos aferradas a tu cintura se dirigieron hasta el cierre de tu pantalón, fui deslizándolo por tus piernas hasta quitártelo por completo. Me quite los míos y con sola las bragas puestas no abrazamos. Mi boca recorrió tu cuello y tus manos acariciaban mi espalda haciendo que una corriente se expandiera por todo mi cuerpo. Sentía tus pechos contra los míos, la excitación iba recorriendo mi columna de punta a punta e iba a dar al centro de mi sexo. Bajé mis manos por tu cintura y comencé a acariciarte los glúteos, a dibujar círculos sobre ellos y sentí tus vellos erizarse con mi recorrido.

Tu boca se posó en mi esternón y alternando besos y lamidas fuiste bajando por mi vientre haciéndome tirar mi cabeza hacia atrás y no pudiendo menos que cerrar mis ojos para sentir nada más que a través de mi piel. Tomaste mis bragas con delicadeza y las fuiste bajando hasta dejarlas en el piso. Apoyaste tu rostro en mi pubis y sujetándome de los glúteos enterraste tu nariz entre mis vellos mientras aspirabas profundamente como queriéndome absorber entera. Mantuve mis manos en tu nuca y permaneciste unos segundo arrodillada aferrada a mi sexo. ¡Cuánta paz inundó mi alma sabiéndote dueña de mi placer! Mi amor seguía siendo tuyo y todo lo que tuviera para dar era para ti, mi amor.

JULIETA. Me quede abrazada a tu sexo, oliendo tu excitación, olvidando tantos años de ausencia, recuperándote con ese gesto. Me atrajiste de nuevo hacia tu boca y mientras me besabas me fuiste quitando las bragas para que quedásemos completamente desnudas como hace cinco años atrás. Me llevaste hasta la cama, te sentaste con las piernas abiertas. Mis ojos se extasiaron observando tu vagina brillar por los hilos de tu flujo. Me invitaste con un gesto a pasar mis piernas por encima de las tuyas y abrirlas también de modo que nuestras vaginas alcanzaran a rozarse. La posición que adoptamos hizo que mi excitación aumentara. Sentía mi sexo húmedo, ardiendo mientras mis paredes vaginales se contraían como una hembra en celo. Sí, me sentía como una hembra excitada después de tantos años de esperar a la única persona que le pertenecía. La mujer que había trastornado mi calma y ahora regresaba para compensar infinitamente aquella ausencia.

MARIANA. Lo único que quería, era darte con mi cuerpo todo el amor que sentía. Nos dedicamos a besarnos, a acariciarnos, recorrernos, llenarnos de la piel de la otra. Mi mano se deslizó entre nuestros vientres y fue alcanzando tu vulva. Un río de espesa y suave humedad me recibió. Con que maravillosa facilidad mis dedos acariciaron tus pliegues. Sentí tu mano avanzar por mi cuerpo en dirección a mi vulva esta vez. Y sentí como tus dedos me recorrían patinando por mi mojada sexualidad. No dejamos de besarnos un instante mientras nos acariciábamos las vaginas. Me sentía inundada por todos tus fluidos. Una sonrisa creció en mi boca cuando tus dedos descubrieron mi clítoris. Empezaste a frotarlo, a resbalar sobre él. Recogías mi flujo y lo arrastrabas hasta aquel botón prodigioso. Subías, bajabas, presionabas y yo sentía que me iba a morir en tus brazos. Busqué tu clítoris también y te imité en cada gesto. La electricidad que te provocaba mi manoseo se trasladaba por tus muslos que se contraían con un ritmo vertiginoso. De pronto te sentí penetrarme con tu dedo anular y me sentí autorizada a hacer lo mismo. Una sensación de voluptuosidad me invadió el cuerpo. Te tenía dentro de mí, eras parte de mi cuerpo, mi vagina había devorado tu dedo y no quería que jamás salieras de allí. A la par, sentía las paredes de tu vagina, exploraba tu interior, aquel interior que desconocía. Julieta, eras ahora completamente mía. Con nuestros pulgares comenzamos una masturbación mutua. Frotamos nuestro clítoris hasta que avasalladas por una fiebre nacida de nuestros genitales, alcanzamos el orgasmo mas largo y profundo de todos los que jamás sentimos hasta este día milagroso.

Permanecimos con nuestros mentones apoyados entre sí, las bocas abiertas, tras un extenso gemido y respirando con dificultad mientras el eco de nuestros espasmos fue desvaneciéndose.

Nos besamos colmadas de felicidad y nos dejamos caer en la cama. Tu cuerpo semi extendido sobre el mío. Tu pierna me atravesaba y podía sentir tu rodilla en mi pubis. Tu mano acariciaba mi rostro y sentí el olor de mi sexo en tus dedos. Había regresado por ti, para ser tuya y para hacerte mía. Te miré a los ojos y te dije las únicas palabras que mi corazón podía pronunciar: Te amo. Entendí que nunca había dejado de hacerlo, que tu vida se había transpuesto en mi camino para no salirse jamás. ¿Cómo pude mantenerme lejos de ti tanto tiempo? ¿Cómo pude no venir a buscarte antes? ¿Cómo pude vivir estos años siendo sólo una mitad? Un alivio inmenso me dice que no habré de llorarte más.

JULIETA. Cuantas noches oscuras, cuanto frío, cuanta vergüenza y espanto quedan ahora en el pasado. He comenzado a respirar, ahora sé que es mi corazón el que late porque es tu sangre la que lo mueve. Ya no llueve mi amor, ya no hay motivos para llorar. La vida me ha devuelto la parte que me corresponde. Entre tus piernas había crecido y ahora entre tus piernas vuelvo a ser grande.