Julieta te amo (2: o Mariana te amo)
Teníamos 16 años y yo me había enamorado por primera vez. Recuerdo cuando desde mi pupitre la descubrí observándome.
JULIETA TE AMO 2 (o Mariana te amo)
Me desplomé en el asiento del subte, por mi mente un torbellino de imágenes. El cuarto de Mariana, una discusión, su rostro marcado por el cachetazo de su madre, sus lágrimas, su voz pediéndome que me marchara y mis deseos de arrancarla de ese lugar y escapar, llevarla conmigo.
Teníamos 16 años y yo me había enamorado por primera vez. Recuerdo cuando desde mi pupitre la descubrí observándome. Bajó la vista de inmediato, como si hubiera descubierto su secreto, perturbada, nerviosa. La "nueva", la "uruguaya" como solíamos llamarla, comenzaba a ser un misterio para mí. Me desconcertó aquella situación pero una fascinación, una energía indescriptible, había circulado apenas unos segundos entre las dos. Desde aquel día esperaba ansiosa que la escena se repitiera. Jamás una chica me había provocado con su mirada un estremecimiento tan intenso. No sabía bien lo que me estaba sucediendo, pero tampoco quería pensarlo demasiado. Mi sexualidad parecía definida sin demasiadas complicaciones, me gustaban los chico y disfrutaba de mis primeros intentos de seducción, pero una chica ahora detenía el tiempo con sólo mirarme.
Cada día buscaba sus ojos, deseaba que me mirara, incapaz de saber que sucedería después, pero segura de querer que lo siguiera haciendo. Llegó el día en que el mundo dejó de girar, sus ojos se detuvieron en los míos y todo dejo de existir. Unos segundos eternos, mágicos, donde el salón de clases se desvaneció y el murmullo apenas audible de la profesora de biología desaparecía. Aturdida, estremecida, colmada por sus ojos, toque el cielo con las manos. Mariana me deseaba y por dios!!, cuánto más la deseaba yo a ella.
Lo poco que sabía, lo aprendido con los chicos, parecía no servir para acercarme. Con qué excusa hablarle si por desgracia ella mantenía una actitud tan distante con nuestro grupo. Temía delatar mis sentimientos ante mis amigas, era tan grande lo que sentía que sospechaba que cualquier conducta mía, iba a dejar transparentar mi amor.
El mundo se puso a mi favor el día que el profesor de instrucción cívica propuso un intercambio de compañeros de pupitres. Fue mi oportunidad, tenía que apresurarme, tenía que ser yo quien eligiera sentarme a su lado antes que otro lo hiciera o que fatalmente ella eligiera a alguien más. Se suponía que era un ejercicio de integración o algo parecido, a mi poco me importaba. Lo único que deseaba era tener la posibilidad de pasar mis horas de clase a su lado.
Con el tiempo me convertí en su amiga. Me fui enamorando cada vez más de ella. Me fascinaba su letra, su sonrisa, su voz, su manera de llevar el uniforme del colegio, sus libros, la música que escuchaba, todo. Ella era la diferencia, dueña de una inteligencia escandalosa, un humor ácido, sutil, un cuerpo pequeño, delicado. Solía detenerme a mirar sus labios cada vez que apasionada me hablaba de algo que le interesaba. Me moría por besarla, sentirla. Me preguntaba cómo se serían sus besos y no me cabía ninguna duda que esa boca podía elevarme al cielo.
Cualquier motivo era bueno para llamarla, ir a su casa o invitarla a la mía. Un sábado por la tarde estábamos en su cuarto fumando, escuchando unos discos. Ella terminaba un trabajo en su computadora mientras yo perdía el tiempo leyendo una revista tirada en su cama. Disfrutaba enormemente recostarme allí, yo a esa altura adoraba cualquier cosa que ella tocara y ¿qué podía ser mas maravilloso que ocupar un espacio que ella ocupaba todas las noches? Cuando ella fue al baño no pude evitar la tentación de buscar algo, no sé, cualquier cosa que me revelara que ella sentía lo mismo. Intentaba sacar de uno de sus estantes lo que parecía ser un diario personal o algo parecido, cuando torpemente arrastre un libro de matemáticas. Estaba muy nerviosa cuando intenté volverlo a su lugar, cayó de entre sus páginas un papel pequeño pero que para mi sorpresa tenía mi nombre escrito por Mariana: JULIETA TE AMO se repetía en su pequeña superficie. Creí que el corazón se me iba a salir del pecho, allí estaba lo que buscaba, la confirmación que necesitaba para hacerla mía. Pero un miedo estúpido me invadió, había violado su intimidad, había invadido sus cosas y cuando escuché sus pasos regresar, asustada atiné a ocultar mi descubrimiento. Volví a la cama y torpemente intenté esconder el libro con el preciado secreto bajo las sábanas. Ella alcanzó a verme y no pude menos que sentirme terriblemente incomoda. Allí estaba parada preguntándome que sucedía. No pude soportar un segundo más y le extendí el libro. Lejos de reaccionar con enfado por mi intromisión, terminó pidiéndome perdón por su secreto. Con el corazón en la mano me acerque y la abracé. No podía verla llorar, deseaba decirle que yo también la amaba y que me moría por ella. Comencé a besarla con ternura, quería beberme sus lágrimas, rozar su piel con mis labios. Sentía que por fin llegaba a destino después de un largo viaje, que por fin podía respirar, que su mundo empezaba a formar parte del mío.
"No sigas por favor", me dijo y supe con eso que si no la besaba en ese instante no me lo iba a perdonar por el resto de mi vida. Posé mis labios en los suyos y un mar de sensaciones me atravesó el cuerpo. Sentía sus manos en mi cintura y yo sólo quería devorarme su boca. Su cuerpo temblaba, podía sentir el calor de sus pechos apoyarse en los míos, y mis caderas empezaban a moverse independientes de mí. Sentí el auto de sus padres llegar y nos separamos abruptamente. Volví a mi posición en la cama y la vi acomodándose el cabello y secarse mi saliva de sus labios. Su madre pasó a saludarnos por el cuarto y una vez que se había ido salté de la cama, la besé sabiéndome ahora dueña de su boca. "Yo también te amo, mi amor" le dije y me fui con el corazón saliéndoseme del pecho.
Acordé por teléfono salir con ella esa noche y después irme a dormir a su casa. Me moría por estar con ella, besarla, tocarla, llenarla de mi amor. Al cabo de unas horas de permanecer en una fiesta en la que ninguna de las dos quería estar, decidimos volver a su casa. Tomamos un taxi y durante el viaje la miraba sentada a mi lado y nuestros dedos se rozaban furtivamente, excitadas por la presencia del conductor.
Una vez en su cuarto no pude resistir un minuto más, quería volver a besarla, quería sus manos en mi cuerpo. Era la primera vez que iba a hacer el amor con alguien y me sentía inmensamente feliz de entregar mi virginidad a ella, a Mariana, la primer persona que me había hecho elevar tanto del suelo como para desde las alturas gritarle al mundo que la amaba.
Fue tan dulce conmigo, cada uno de sus movimientos parecía saber lo que mi cuerpo deseaba. Allí estábamos ella y yo rozando nuestros pechos, acariciando nuestros sexos vírgenes. Nunca nadie me había acariciado la vagina, y saber que era la mano de Mariana la que me recorría me hacia elevarme por los aires. Eran sus dedos los que me hacían reconocer el placer entre mis piernas. Supe de sus pechos, su espalda, su vientre, su pubis, sus pliegues vaginales, su clítoris turgente. No quedo ni un centímetro de su cuerpo que mis manos no acariciaran. Un orgasmo y luego otros se sucedieron mientras nuestras bocas se unían con desesperación, a fin de ocultar nuestros gemidos en ese cuarto tan cercano al de sus padres.
El deseo parecía no tener fin. Me convertía mujer en sus cama y luego de explorarnos mutuamente las conchas con nuestras lenguas, un orgasmo al unísono nos reveló que nos pertenecíamos la una a la otra. Nos abrazamos y así me dormí con su cuerpo desnudo a mi lado y mis manos acariciando sus pezones tiernos, rosados, florecientes para mí.
Por la mañana el descenso de las alturas fue violento. Su madre, según supe después, había entrado al cuarto y nos había visto desnudas abrazadas. Mariana se había levantado tras escuchar unos golpes en la puerta. Yo escuche que discutían y aunque no podía distinguir lo que decían supe que nos había descubierto. Mariana entro al cuarto hecha un mar de lágrimas y me pidió que me marchara. Yo no sabía bien qué hacer, pero algo era seguro, no quería separarme de ella y le propuse que se viniera conmigo. No lo hizo y me despidió obligándome a salir de allí, mientras me juraba que todo iba a estar bien.
El viaje en subte duro una eternidad, quería llegar a casa para llamarla y saber cómo estaba. Una vez en mi cuarto llamé un millón de veces. Su teléfono permanecía descolgado. Ese día fue un infierno para mí. Esperaba encontrarla el lunes en el colegio pero ella no fue. Me sentía impotente, no podía concentrarme en nada y pasé el resto de la jornada ausente de todo y de todos, sólo pensando en ella. Volví a llamar pero me atendía su madre y no podía menos que colgar de inmediato.
Después de una semana de permanecer sumergida en una angustia infernal, mi madre fue a verme a mi cuarto. Le conté todo, ella me preguntó si creía que era lesbiana, yo le respondí que no sabía, pero que ahora sentía que moría de amor por Mariana. Me abrazó, mientras me prometía que todo si iba a arreglar.
Me hubiese gustado creer en la promesa de mi madre pero yo sabía en fondo que sólo intentaba sacar a su hija de la angustia. Intentó conversar con la madre de Mariana pero fue imposible. Al parecer un torrente de barbaridades y acusaciones en mi contra hicieron que mi madre terminara discutiendo. Alcanzamos a saber que Mariana no volvería a clases y que, por lo que se deducía, tampoco se quedaría en Buenos Aires.
Supe por tercero que la habían enviado a Montevideo nuevamente. Caí en una depresión profunda, me daba por llorar en cualquier momento y parecía que nunca iba a poder sacarme esa tristeza de encima.
Por suerte comencé a salir del pozo en que me había sumergido, le conté a una de mis amigas lo que me había pasado y ella supo guardar mi secreto a la vez que me ofreció toda su comprensión. Si bien volví a mi vida normal, no pasó un solo día en que no pensara en ella. Estaba anclada en mi corazón y creía que nunca nada ni nadie la iba a sacar de allí.
Pasados dos años y gracias a la participación de Rodrigo, un compañero del colegio y ahora de la facultad, conseguí la dirección de Mariana en Montevideo. Le dije a mi madre que quería ir a verla y ella, aunque no muy convencida, me dejo ir.
Todo el viaje en el ferry me fui imaginando el encuentro, mis sentimientos parecían no haber desaparecido en absoluto. Estaba ansiosa, muerta de miedo pero convencida de que ella todavía seguía pensando en mí. Una vez en la ciudad me alojé en un hotel y sin siquiera cambiarme tomé un taxi hacia la dirección que tenía. Estacionamos en un edifico céntrico muy elegante, mientras le pedía al chofer que me aguardara pues no sabía si no debería regresar de inmediato, vi un auto aparcar en el mismo lugar. Descendía de él Mariana acompañada de un joven. Me quedé pasmada observándola. Estaba hermosa, con el cabello cambiado, pero su rostro y su cuerpo eran los mismos.
El la abrazó en un momento, y luego se besaron. Me temblaban las manos, sentía un vidrio en mi garganta y el estómago hecho un nudo. Ella le sonreía mientras se alejaba de él en dirección al edificio. Los vi despedirse y a Mariana perderse tras la puerta.
Regresé a Buenos Aires enfadada con la vida, con el alma destrozada. Todo era muy confuso y no sabía si la odiaba o me odiaba a misma por sentirme una estúpida.
Ya pasaron cinco años desde que me entregué a vos en cuerpo y alma. Acabo de llegar a mi casa después de pasar todo el día en la facultad. Sobre la mesa una pequeña nota de mi madre: "Llamame al móvil, en cuanto llegues. Besos".
Llamó Mariana, está en Buenos Aires
No entiendo ¿Mariana? respondí entre aturdida y confusa
Dice que vino a verte, que quiere saber cómo estas, que qué haz hecho en estos años dejó la dirección de su hotel. Me pareció que tenías que saberlo apenas llegaras
Estoy en mi cuarto, con la dirección de tu hotel en mis manos. Puse en disco y creo que lo dice todo
"Precisamente ahora,
que te he imaginado en mi caminar,
precisamente ahora queda algo pendiente
Precisamente ahora,
que cada mirada puedo recordar,
te haces dueña de mi mente "
(Precisamente ahora; David De Maria)