Julieta. Memorias de una Party girl.
Una hermosa y lujuriosa mujer olvida que ha venido a la fiesta con su marido.
Memorias de una Party girl .
Prólogo: Las indicaciones del loquero.
Escribo esto tal como dijo mi psiquiatra, como si fuera una manera de purgar las heridas a través de las memorias de una época convulsiva. Memorias que he reforzado con la terapia y la hipnosis. Si me ha servido plasmar estos recuerdos en el papel, aún lo sé. Sólo sé que me doy cuenta de todo lo que hice y de la persona en la que me convertí. Para mal o para bien, lo dirá el tiempo.
Mi nombre es Julieta. Soy ejecutiva de una empresa. Claro, no es mi verdadero nombre ni mi verdadera profesión. Debo mentir para poder seguir escribiendo. Aunque no dudo del secreto de confidencialidad de mi médico, no pongo las manos al fuego por ningún hombre. Ni siquiera por algún dios, santo o buda. Sólo creo en mi misma, por ahora.
Mi historia comienza hace mucho. Con una crianza alienada y muchas malas decisiones de mi parte. Con un maravilloso matrimonio que al final conseguí joder. Con un cúmulo de mierda y oscuridad que se fue acumulándose en mi mente y en mi cuerpo. Pero no quiero ser de esas personas que se lanzan a decir mierda del mundo y de sí mismas mientras escriben. No quiero perder tiempo. No soy buena escribiendo, así que tal vez debería remitirme a los hechos.
No contaré como empezó mi historia. Seguro que se lo imaginarán poco a poco. Muchacha muy guapa, con un par de tetas y culo bien puesto, de largas piernas, etc., etc., etc. Era un bombón. Aún lo soy. Una muñeca de ojos claros y curvas sensuales deseada, admirada y envidiada. No soy alguien humilde. Pero esa es la verdad. Los hombres me llenaban de piropos por mi atractivo cuerpo, incluso sabiendo que yo era casada. A pesar de eso, yo tenía la seguridad que mi fuerte era mi bello rostro y prefería hacer hincapié en realzar los rasgos de mi cara y complementar con la sensualidad de mis largas piernas. Soy era una chica casada, pero astuta. Yo sabía muy bien lo que me convenía. Me dejaba halagar.
Reflexionando ahora pienso que era como una perra en celo encerrada tras los muros de mi hogar (y mi crianza). Era un hermoso animal de pedigrí que sabía que tras los muros la rodeaban decenas de perros salvajes y hambrientos que sólo deseaban follarla. Mientras estuve dentro de mi hogar, estuve a salvo y fui la mujer que todos esperaban. Pero cuando abrí una puerta incorrecta y salí a un mundo despiadado, también dejé entrar a esos perros salvajes y calientes. O quizás yo fui quien salió a la oscuridad, y en lugar de volver a casa dejé que esas bestias y ese mundo me atraparan.
Cómo sea, no soy tonta, tal vez yo quería ceder a aquella vida libertina. Al final termine cediendo a la presión que imponía la sociedad a una chica guapa y sexy como yo. Si a los chicos les gustan un par de senos grandes o una pompa voluptuosa ¿Por qué no mostrar un poco de aquello? Aquello me consiguió un guapo y exitoso esposo primero y un buen puesto de trabajo después. No lo voy a negar, la vida me fue haciendo medio putita. Si tuviera que volver a vivir mi vida, creo que hubiera preferido no enamorarme de mi esposo y haber disfrutado un poco más de la vida. Pero la vida es lo que tenemos ahora. No vale la pena pensar en cómo sería si las cosas hubieran sido diferentes.
A los veinticinco años tenía el mundo a mis pies. Al menos, así me sentía. Creía ser capaz de hacer todo lo que hacía sin remordimientos ¿Por qué me sentía así? Quizás por “la pasta” (como le llaman los españoles al dinero) que ganaba en mi trabajo o la complacencia de mi jefe. A Walter (tampoco es su nombre real) lo tenía comiendo de mi mano. Pobrecito. Estaba enamoradísimo de mí. Así que aproveché para escalar un poco en mi empresa y hacer los contactos que me permitieron dejar de depender de él. Al pobre lo despidieron al final. Fue trágico porque él creía que me marcharía con él. Pobre estúpido e iluso.
Tal vez mi destino era ser actriz. Todos los hombres que integré a mi vida creyeron que ellos eran especiales para mí, pero la verdad es que no significaban nada en mi vida. Sólo mi esposo me importó. El resto era una manada de animales a los que les chupe la vida. Todo para mi beneficio (para alcanzar mis metas económicas y profesionales) o para mi placer. Necesitaba sentir lo prohibido que conducía al goce total del cuerpo. Necesitaba escaparme de todas las preocupaciones y el estrés de la vida. Quería evadirme de la realidad.
Ser una chica fiestera fue una parte de mi personalidad que se empezó a desarrollar muy tardíamente. Hasta mis veinticinco años, yo iba a fiestas como cualquier otra persona. Pero siempre me comportaba como mis padres me habían enseñado, como una señorita de bien. A los veinticinco llevaba un par de años de matrimonio y era una profesional que se empezaba a hacer un nombre en la empresa. Fue en ese entonces que empecé a cruzar ciertos límites.
Empecé a creer que podía hacer cualquier cosa. Incluso las más osadas o prohibidas. Recuerdo muy bien ahora, gracias a la terapia de hipnosis con el doctor Parnasos (tampoco es su nombre real, por supuesto), varios pasajes que creía olvidados. Recuerdos de situaciones que me avergüenzan, pero que también me vuelven a excitar. Uno de ellos en particular, siento deseos de contar hoy. Aquí comienza lo que he llamado las “Memorias de una Party girl” . Las memorias de una chica fiestera.
I. Dieciséis estrellitas de vainilla .
Este es el primer episodio de tres episodios que contaré. Corresponde a mi primera etapa, en la que aún me debatía entre la fidelidad a mi marido y la vida libertina que comenzaba a descubrir.
Era una noche de primavera. Una noche helada, pero que sin embargo, contrastaba con mi piel cálida y sensaciones extrañas que empezaban a aflorar en mi cuerpo. Había sido una semana estresante, con mucho trabajo y un jefe que me pedía cosas que esa semana me era imposible entregar. Es que hasta las mujeres lujuriosas como yo tienden a revisar su vida y pretender volver a ser corderos cuando son lobas sedientes de carne y sexo. Ser una loba con piel de corderos trae pros y contras.
Pero a pesar de mis contradicciones sentía que me debía a mi marido. Era una ocasión para disfrutar con él y agasajarnos mutuamente. El es cariñoso, inteligente y un gran amante, pero, como yo, da mucha importancia al trabajo. El tiempo era el bien más escaso en nuestra relación. Pero yo y el creíamos que éramos jóvenes. La edad del sacrificio. La edad para ganar dinero y poder a costa de todo. Claro, eso de “ a costo de todo” era menos literal para mi marido que para mí. El simplemente pasaba más horas en la oficina, yo en cambio me acostaba con mi jefe a cambio de favores laborales y económicos. Era una puta, lo sé. Pero en aquel tiempo todo lo veía con un prisma diferente. Sin embargo, sólo mantenía esa relación con mi jefe y pensaba que, salvo esa “infidelidad necesaria y útil”, era una esposa leal y modelo: Alta, hermosa, sensual e inteligente. Que más se podía esperar de una esposa. Sólo faltaba ser una profesional respetada y seríamos el matrimonio perfecto creía yo.
Así que por dos semanas me había portado bien. Había decidido darle a mi esposo lo que necesitaba: amor y compañía. Pero sobre todo exclusividad. Esa noche vestía un diseño de valentino. Un vestido largo, vaporoso y apegado a mis sensuales formas. Zapatos de taco alto, unas sensuales medias de liga de transparencia con portaligas incluido y un collar de plata con aros a juego completaban mi atuendo. No mostraba mucho, salvo un inocente escote. Era revelador de una forma elegante y decorosa. Además tenía un cierra lateral casi invisible que lo haría muy práctico a la hora de volver a casa con mi esposo.
Porque lo verdaderamente excitante de esa velada lo encontraría mi esposo cuando me sacara aquel vestido. Tenía una sorpresa para él. Había pintado en mi piel blanca pequeñas estrellas con pintura comestible de color rosa. Eran un total de dieciséis estrellas con sabor a vainilla. Cada estrella estaba estratégicamente colocada en mi cuerpo: Una bajo mi oreja, otra en mi cuello (bajo la anterior estrella), una sobre mi seno (se notaba una puntita justo sobre el escote y el sujetador), otras dos en cada seno (alrededor del pezón), otras tres bajando por mi abdomen, luego cinco pequeñas estrellas que bajaban por mi pelvis para alcanzar mi clítoris que era coronado por tres pequeñas estrellas rojas. Mi sexo estaba completamente depilado, como me ha gustado siempre. Desnuda me veía sensual, pero la lencería rosa y el portaligas a juego realzaban la belleza y sensualidad de mi cuerpo.
Me sentía muy segura y feliz. Cómoda y sensual. Mi esposo se había vestido algo más casual, con una chaqueta y pantalón de tela gris que combinaban bien con camisa blanca Hugo Boss y con el calzado de la misma marca. Se notaba que mi marido aún hacía ejercicio y se mantenía tan bien como el día en que lo conocí. Era mi adonis y seguramente seríamos la envidia de la fiesta de Enrique, uno de los buenos amigos de universidad que teníamos.
Al llegar a la fiesta noté que los ojos de todos los hombres se iban sobre mi cuerpo. La gente se acercaba a saludarnos tratando de conservar la compostura, pero yo sentía como me miraban disimuladamente mientras hablábamos. Algunos amigos trataban de que mi esposo no se diera cuenta, pero sus ojos no podían dejar de brillar con deseo. Fuimos a saludar a Quique y aquello me dio un respiro. Enrique estaba con su novia, Cintia. Una chica muy vistosa y risueña. Estuvimos conversando un rato. Mientras hablábamos noté la mirada de Enrique sobre mi rostro y mi cuello. Nuestras miradas se encontraron.
- Es una bonita estrella rosa –mencionó sin que su novia o mi esposo escucharan.
Me sonrojé mirando mi escote brevemente, pues una puntita de una estrella sobresalía en mi escote. Los ojos de Quique siguieron mi mirada. No sé si descubrieron o no la estrellita rosa que yo había pintado ahí. Quique simplemente sonrió y alzó la copa.
Max –llamó a mi marido y empezó a hablar con la copa en alto-. Quiero brindar por nuestras mujeres. Dos estrellas que brillan en lo alto.
Gracias –mis palabras sonaron tímidas, casi como un murmullo.
Mientras brindábamos podía sentir que la mirada de Quique se iba una y otra vez sobre mi cuerpo cuando Max no estaba atento. Parecía buscar algo. Pensé que era increíble que Quique hubiera descubierto las estrellas pintadas en mi cuerpo con sólo un vistazo y que mi esposo, que no se me había despegado en toda la noche, aún no notara aquel detalle.
Finalmente, luego de un rato, salimos a bailar en parejas y pude volver a relajarme. Sin embargo, las miradas sobre mi escote o mi trasero se multiplicaron mientras bailábamos. Podía notar a grupitos de dos o tres hombres comentando entre ellos mientras me miraban con deseo desde lejos. Al principio, yo me sentía incómoda. Pero poco a poco, con más alcohol en mi cuerpo, empecé a disfrutar de la presencia de esos voyeristas. Además, mi esposo estaba feliz. Disfrutábamos como hace mucho no lo hacíamos. Me deje llevar y empecé a bailar muy sensual para él. Amaba a ese hombre y lo deseaba con locura (Aún lo hago).
Después de más de una hora, yo había bebido mucho más de lo habitual. A esa hora de la noche ya estaba muy caliente. Nos besamos con Max un rato en la pista sin preocuparnos de los demás invitados. Estaba como en las nubes, sintiéndome genial. Podía sentir las manos de mi esposo recorriendo mi cuerpo. Podía sentir mi deseo multiplicarse a la par de las caricias y la erección de mi esposo. Su vigoroso pene parecía conformar poco a poco su tamaño y su dureza contra mi abdomen y pelvis me hacían sentir escalofríos que recorrían mi bajo vientre. Me encontraba excitada, caliente. Pero justo en ese momento se apagaron las luces y la música.
Todo quedó en la oscuridad. Había ocurrido un corte de electricidad.
La gente murmuró. Mujeres gritaron risueñas. Se escucharon risitas nerviosas. Mi esposo y yo nos separamos sin poder ver nada. Se escuchó de pronto la voz de Quique y luego pudimos ver la luz de una linterna.
- Se ha suspendido la electricidad y algo ha pasado con el generador de emergencia –anunció Enrique-. Pero seguramente podremos solucionar todo pronto. Por ahora, vayan a la piscina. Ahí encenderemos algunas velas y pondremos algo de música. Agarrad bien sus vasos.
Luego de eso, Quique se dirigió a donde estábamos.
- Max –llamó a mi esposo-. ¿Me podrías ayudar?
Mi esposo asintió justo en el momento en que llegaba Juan, otro amigo de Quique.
- Se que tu familia tiene una casa de campo y seguramente sabrás algo de generadores.
Mi esposo asintió de nuevo.
¿Podrías acompañar a Juan a encenderlo? –le preguntó Quique a mi esposo-. Yo iré a tratar de solucionar lo del corte de energía.
¿Dónde está el generador? –preguntó mi esposo.
Quique llamó a Cintia, su novia.
- Cintia los llevará al sótano. Ahí les llevará al cuarto del generador. No olvides llevar las llaves, amor.
Nos despedimos y vi alejarse a mi esposo junto a Juan y Cintia. La verdad es que me sentí algo mal de que Max se marchara. Aún podía sentir la humedad en mi entrepierna. El recuerdo del pene duro de mi esposo me tenía aún caliente. De pronto, sentí que me llamaban.
- Julieta… ¡Julieta! –alguien me llamaba-. Estabas en otro lugar. En que pensabas mujer.
Era Quique. Lo primero que iba a responder era: Pensaba en la rica verga de mi esposo . Pero entré en razón y articulé una rápida respuesta.
Me preguntaba cuándo volverá la electricidad –logré decirle a Enrique.
No te preocupes, Juli… –me dijo Quique-. Ya verás que muy pronto estarás divirtiéndote como lo hacías.
Cuando dijo eso, pude notar una doble intención. Pero quizás era sólo mi imaginación, pues, Quique me pidió que le ayudara a repartir velas y encendedores en la piscina. Luego de eso, me condujo a la casa.
- ¿Me acompañas a hacer unas llamadas para tratar de solucionar este asunto? –me pidió-. Luego nos vamos a ver cómo le va a tu esposo con el generador.
Quizás la promesa de ver a mi esposo fue lo que me convenció enseguida de acompañar a Quique. Caminé tras el anfitrión de la fiesta un poco atontada. La verdad es que había bebido bastante y andaba notoriamente achispada por el alcohol. A pesar de eso, antes de subir por las escaleras, pasamos a la cocina por dos copas y un par de botellas de champaña. Si íbamos a tener que perder el tiempo, más vale que lo hiciéramos con estilo fueron las palabras de Enrique.
Mientras subíamos al tercer piso, abrimos la primera botella y acepté beber de la espumante botella.
Deliciosa ¿no? –dijo risueño mi amigo.
Riquísima –contesté, llevándome otro sorbo a la boca.
Estaba sedienta por el baile y tal vez bebí apresuradamente. Cuando llegamos a la habitación y después de un breve tour por la casa de Quique, nos habíamos bebido media botella.
Tienes una casa muy bonita, Quique –le dije.
Gracias, Juli –dijo el anfitrión de la fiesta mientras cogía el teléfono-. Es significativa la opinión de una persona con tan buen gusto y tan hermosa como tú.
Gracias –dije, risueña y avergonzada.
Escondí la vergüenza y mi coquetería tras un nuevo sorbo de champaña. Mientras Quique hablaba con alguien al teléfono, observé la habitación. Estaba a oscuras como toda la casa, pero se podía intuir que era grande, con una gran cama y un espejo en una esquina. Tenía tres puertas al interior, una daba al pasillo. Las otras dos puertas eran un misterio, pero seguramente una conducía a un baño. La habitación de Quique además tenía una bonita vista de la propiedad. Podía verse las velas prendidas alrededor de la piscina y la gente conversando allá abajo. La voz de Quique me sobresaltó.
- Hablé con la gente de la empresa de electricidad. Dijeron que investigarían el problema y me devolverán el llamado en unos minutos. Sólo nos queda esperar y luego bajamos con el resto ¿ok?
Asentí. Él tomó la botella que yo acunaba entre mis brazos y se fue a una esquina. Ahí sirvió las copas mientras yo miraba la piscina. Se demoró en volver, pero cuando lo hizo me ofreció una copa larga de líquido espumante. La recibí y brindamos.
- Por una noche de hermosas estrellas –brindó él.
Era verdad que era una noche de estrellas brillantes y la ausencia de luz hacía más notorio el brillo de esos pequeños astros en el cielo. Pero estaba segura que Quique no se refería a esas estrellas. Me puse nerviosa. Bebí varios sorbos de mi copa mientras mis ojos se apartaban de la mirada de Enrique. El empezó a hablar de los tiempos en que Max y él eran solteros. Empezó a relatar breves y jocosos incidentes de su juventud. Las fiestas que se convertían en borracheras juveniles, en salidas nocturnas que se transformaban en verdaderas aventuras. Como la vez en que habían invitado unas chicas y habían terminado nadado desnudos en la piscina.
No noté como Quique se acercó por mi espalda. Estaba muy cerca. Su voz podía sentirla en mi nuca, haciéndome sentir escalofríos y erizándome el bello de la zona. Su voz, contando como los nadadores se habían transformado en amantes libertinos, empezó a tener un extraño efecto en mi cuerpo. Sentí aumentar la tensión de mis senos contra el sujetador. ¡Dios! Estoy excitándome , pensé.
- Necesito baño –dije, tratando de desembarazarme de aquella peligrosa situación.
El tomó distancia de mi cuerpo y me indicó una puerta en la habitación. Escapé al baño como pude. Ahí me miré al espejo. Tenía calor y me veía extraña. Era como si algo ocurriera con el mundo. Me mojé un poco la cara y después oriné. Mientras escuchaba el sonido de la orina caer podía ver mi sexo. Estaba brillante. Mi clítoris me pareció que estaba rosadito y un poquito más grande. Hacía juego con mis estrellitas , pensé tontamente. Sin proponérmelo lo toqué. Mis dedos sobre mi sexo produjeron un escalofrío que irradió sensaciones por mi vientre y mi espalda. Mientras me limpiaba, luego de orinar, no pude evitar entretenerme en mi coño un poquitín. Era extraño, porque empecé pensando en mi esposo, pero terminé pensando en Quique que me esperaba tras la puerta. Alguien golpeó la puerta, interrumpiéndome.
¿Julieta? –preguntó Enrique-. ¿Estás bien?
Estoy bien. Salgo enseguida.
Arreglé mi ropa y corregí rápidamente mi maquillaje. Me observé al espejo y salí.
Te demoraste mucho adentro –aseguró Quique.
Sorry –me disculpe.
En ese momento noté dos pequeñas velas encendidas junto al espejo. Como una mariposa nocturna, fui atraída a aquel lugar. Me paré frente al espejo y observé el reflejo de mi cuerpo.
- ¿Por qué pusiste las velas aquí? –pregunté.
Quique se acercó a mí por mi espalda. Parado ahí, pude observarlo con detenimiento. Era un chico de entre veinticinco y treinta, de pelo corto y oscuro. Sus ojos verdes tenían cierto brillo y picardía propia de las mentes astutas. Vestía una camisa negra y un pantalón crema que le quedaban muy bien. Me pareció atractivo. Peligrosamente atractivo.
- Quería poder verte –dijo, ofreciéndome otra copa de champaña-. Necesito hacerte una pregunta.
Tomé la copa. La espumosa bebida era mi favorita y bebí otro sorbo sin dudarlo. La misteriosa pregunta quedó en el aire, levantando mi curiosidad.
- ¿Qué pregunta? –le pregunté, mirándolo a través del espejo.
El se acercó. Podía sentir su presencia muy cerca.
- ¿Qué son esas estrellas bajo tu oreja? ¿Un tatuaje? –me preguntó.
Me mordí el labio instintivamente. Era parte de mi coquetería natural. Lo hacía cuando estaba excitada. Sin embargo, esos últimos años sólo mi esposo había visto esos gestos de mujer caliente. Mi deseo como esposa leal había sido siempre mantener esos gestos y esa coquetería con mi esposo, pero en aquel tiempo ya empezaba a perder los papeles.
¿Cuáles? –contesté, algo más juguetona y risueña de lo que pretendía.
Éstas –dijo él, señalando una zona de mi cuello bajo mi oreja.
Con su mano, rodeando mi cuerpo, indicó las dos estrellitas que estaban bajo mi cuello y en mi cuello, un poco más abajo.
Yo observé su mano en el espejo. Un dedo apuntando mi cuello. Quique estaba muy cerca. Podía sentir el calor de su cuerpo en mi piel. No sabía que decir. Quedé en silencio.
¿Cuál estrella? –atiné a balbucear mientras apuraba un trago de champaña.
Ésta –repitió Enrique apoyando un dedo bajo mi oreja-. Y ésta.
El dedo bajo reptando de una estrella a otra. Luego, tras observarme a través del espejo, bajó aún más su dedo por mi pecho y llegó hasta mi escote. Se detuvo un momento, pero al no encontrar mi oposición, continuó hasta el lugar donde sobresalía una puntita de una estrella.
- Y otra estrella.
Al sentir el dedo sobre mi seno fue como si apagaran mi conciencia. Por unos segundos, mi mente oscilo entre la razón y el deseo. La imagen en el espejo era elocuente. Quique estaba atento, como un depredador en la oscuridad. Su mirada sobre mi cuerpo me quemaba. Ya no sabía que hacía ahí. Mi mente, sea por el alcohol o la calentura en que me había abandonado mi esposo, hizo corto circuito. Fue como una Julieta diferente empezara a tomar el control de mi mente y escuché mi voz de nuevo.
Son estrellas de vainilla –revelé a Quique, con una sonrisa traviesa-. Son estrellas hechas con pintura comestibles.
¿Si? –Quique sonó muy interesado en mis palabras-. Me encanta la vainilla ¿Puedo probar?
No creo –dije insegura, pero con una sonrisa insinuante-. Las pinté en mi cuerpo para Max.
Me sentía extraña. Atontada y llena de dudas. El dedo de Quique aún acariciaba mi seno, produciendo sensaciones que irradiaban a todo mi cuerpo. No sé porque no lo alejaba y no me hacía respetar. Enrique se acercó aún más y rodeó mi cintura con su otro brazo. Sentir como me abrazaba y como su mano acariciaba mi vientre era extraño.
Pero déjame probar una estrellita. Max no lo notará si es sólo una –me aseguró.
No lo sé- respondí.
Vamos, Julieta. Nadie lo sabrá –aseguró.
Yo no sabía muy bien qué hacer. Un rinconcito de mi conciencia frenaba mis impulsos más básicos, pero la cercanía de Quique me tenía muy descompuesta. Enrique llevó mi cabello hacia a un lado y dejó a la vista las dos estrellas de mi cuello. Todo esto lo observábamos en el espejo, bajo la luz de las velas.
Te ves preciosa esta noche –me piropeó.
Gracias –le respondí temblando.
El acarició mi cuello y mi brazo. Bajó y luego subió para acariciar mi mentón y mi rostro.
- Tienes una piel muy suave –continuó halagándome.
No dije nada. No quería decir nada. El me rodeó lentamente, susurrándome al oído:
- Déjame probar tus estrellitas, Juli. No pasara nada. Ni Max ni nadie sabrán nada. Será nuestro secreto.
Yo sólo me quedé ahí. Paralizada. Viéndolo rodearme hasta que quedó frente a mí.
- Voy a degustar tus estrellas, Julieta ¿Está bien? –preguntó.
Yo finalmente asentí. Él sonrió. Me hizo terminar mi copa de champaña antes de dejarla en el suelo. Luego acarició mi rostro y me aseguró que todo estaría bien. Su rostro se perdió lentamente en mi cuello. Su piel rozó mi mentón y mi cuello. Entonces, sentí sus labios bajo mi oreja primero y poco después la punta de su lengua sobre el lugar en que yo había pintado la estrella rosa. Su lengua comenzó a pasearse por aquel punto, probando el sabor de aquella figurita que en principio estaba destinada a la boca de mi esposo.
- Que rico… vainilla –le escuché susurrar-. Mira acá hay otra estrellita.
Su boca bajó unos centímetros. Ahí encontró la estrellita en mi cuello. Los labios de Enrique probaron mi piel y su lengua empezó a moverse de arriba abajo con viveza. Las manos del amigo de mi esposo me tomaron de la cintura, afianzando su dominio sobre mi cuerpo y mi mente. El calor que sentía no tenía nada que ver con el ambiente que nos rodeaba. Bajo las luz de las velas podía observar como la cabeza de Quique parecía abalanzarse sobre mi cuello como un vampiro sobre su víctima. Reuniendo los últimos esbozos de voluntad, logré hablar:
Enrique, basta… esto no está bien.
Enrique… Max es tu amigo. Yo soy una mujer casada.
Pero el no paró. Incluso, cuando traté de retirarme, me retuvo. Luché muy débilmente, tratándolo de hacer entrar en razón, pero mis palabras carecían de convicción.
Basta, por favor… no, Quique. Déjame.
Nos descubrirán, Enrique. Por favor.
Mis palabras no acusaban recibo. Enrique bajó lamiendo mi cuello y mi tronco hasta mi seno. Se apartó para observarme. Yo podía ver su rostro sobre mi escote. Podía notar mi respiración agitada, pues mis grandes senos oscilaban frente al rostro de mi acosador.
Acá tienes otra estrellita ¿no? –afirmó.
Enrique, por favor. No -supliqué.
Pero él no hizo caso. Su mano acarició brevemente mi seno y metiendo un par de dedos expuso en su totalidad la estrella rosa que había pintado en aquel lugar. Desde mi posición podía ver incluso el pezón rosado y pequeño de mi seno.
- Quique, no.
Pero mis suplicas solo tuvieron como respuesta excitarlo más. Su boca se lanzó sobre mi pecho. Sus labios probaron mi carne como un niño una golosina. Su lengua no paraba de pasearse por la parte superior de mi seno, pero no tardó en descubrir los secretos ocultos bajo el sujetador.
- Vaya, vaya –dijo, mirándome a los ojos-. Acá tenemos más estrellas y otros tesoros.
¡Dios mío! Que estoy haciendo , pensé. Lo que había sido una sorpresa para mi esposo empezaba a ser disfrutado por otro hombre. Cuando iba a hacer algo para recuperar la cordura sentí que uno de mis pezones era atrapado por la boca de Enrique. En ese momento, creo que terminé por ceder. Tal vez era las copas de champaña o simplemente esa noche estaba caliente. Pero hasta ese momento no me había dado cuenta lo puta que podía ser. Podía observar como Enrique se paseaba de un seno a otro. Iba de las estrellitas de vainilla, que desaparecían bajo su lengua, hasta un pezón que terminaba por atrapar y chupar en su boca. Sin quererlo empecé a gemir.
Aaahhhhh… dios… no sigas. Enrique, por favor –le pedía.
No puedo parar. Estas estrellitas están muy ricas –decía Quique, ignorándome-. Quisiera saber… ¿Hay más, Juli?
Callé. No sabía que responder. Pero mi silencio fue revelador. Quique se incorporó y me tomó de la cintura. Frente a frente, Quique parecía un adonis. No sé que me pasaba. Pero me pareció el hombre más atractivo del mundo. Su boca me pareció increíblemente carnosa y deseable. Me lancé a comerle la boca. Nos besamos con pasión. Su lengua y la mía parecían prestas a ese morboso e infiel juego.
- Esto está mal, Enrique –conseguí decir, en algún momento-. Debemos parar.
Era un último intento para que él entrara en razón, porque yo ya no podía. El no se detuvo a pensar en mis palabras. Me besó nuevamente. Sus manos acariciaban mis glúteos y mis senos.
- Eres una diosa, Juli –me dijo-. Que cuerpazo tienes y que rostro de muñeca.
Yo dejé que él me halagara. Sus palabras y sus manos acariciándome me ponían más calientes. Confieso que no quería que parara de besarme.
Me tenías caliente desde que te vi entrar por la puerta –continuó-. No hallaba el momento para follarte.
No, no puedes follarme –me defendí entre besos-. No puedo hacerle eso a Max.
Tenía una promesa conmigo misma y con mi esposo. Yo no era una mujer completamente fiel. Tenía un romance por conveniencia con mi jefe. Pero no pensaba ponerle más cuernos a mi pobre esposo. Sin embargo, en aquel momento no me daba cuenta de lo que hacía o decía.
- Ya veremos, hermosa –me dijo-. Ahora, sácate el vestido. Muéstrame esas estrellitas tan bonitas.
No sé por qué, pero lo hice. Ni siquiera me puse a pensar lo que hacía. Sólo desabroche el cierre lateral y me saqué el vestido. Mientras el vaporoso vestido caía pude observar la mirada de Quique sobre mi cuerpo. La verdad es que la lencería rosa, las pantis de liga y el portaligas a juego realzaban muy bien mis curvas. Me expuse sabiendo de lo hermosa que era. Los ojos de Enrique no tardaron en encontrar las estrellitas que bajaban por mi vientre y se perdían bajo mi pequeño calzón de encaje.
- Vaya con las estrellas –dijo Quique, acercándose una vez más.
Enrique me beso sorpresivamente. Me recuperé rápidamente de la sorpresa para devolverle el beso, meter mi lengua por la comisura de su boca y lamerle la cama. Sus manos se aventuraron a tocar mi trasero bajo el calzón, agarrándolo posesivamente.
- Que rico culo –me dijo.
Yo le sonreí y lo besé, risueña. Ya ni me acordaba de mi esposo ni del lugar en que me encontraba.
- Vamos, nena. Tengo calor. Desabotóname la camisa –me pidió.
Yo, como una autómata, observé su pecho. Su camisa negra tenía pequeños botones claros que empecé a desabotonar lentamente exponiendo un pecho musculoso lleno de finos bellos. Mientras terminaba de abrir su camisa empecé a acariciar su masculino tronco. Sorpresivamente, mi sujetador cayó. Quique lo había desabrochado con rapidez y maestría, dejando mis senos expuestos para besarlos de nuevo. Cada vez me parecía más atractivo aquel hombre. Dominaba mis sentidos con sus caricias y sus palabras. Podía ver como frente al espejo la hermosa mujer casada se desvanecía para dejar sólo una hembra caliente.
Quique me condujo hasta la cama. Ahí, me recostó y empezó a lamer las estrellas que había pintado en mi abdomen. La pintura comestible empezaba a desaparecer lentamente mientras él lamía una y otra vez. De pronto, sentí una mano bajar por mi abdomen y bajar acariciando por mi pelvis.
- Noooooo…. –rogué a Quique-. Aaaaah…. No… por favor.
Pero los dedos masculinos se hicieron con mi clítoris primero y con mis labios vaginales después. Estaban mojados. Todo mi coño estaba mojado. A pesar de mis palabras, estaba esperando esos dedos en mi coño.
- Mmmmmmnnggggghhh… oh dios mío… ah… por favor… soy… una mujer… Quique… esto no… aaahhhh –las palabras salían atropelladas de mi boca.
La boca de Enrique subió desde mi abdomen hasta mis senos. Chupó mis grandes mamas y yo me deleité en las sensaciones. Luego, ascendió besando mi cuello para besarme. Yo sólo me entregaba, cada vez más sumisa. Finalmente, bajo nuevamente. Esta vez su camino lo condujo a mi entrepierna. Yo estaba nerviosa y me resistí muy inocentemente. Él beso con cariño mi sexo, sin prisa. Repartiendo besos alrededor, en mis muslos y en mi vientre. Así, usando caricias me fue ablandando. Con cuidado, sin sacarme el pequeño calzón, apartó la tela a un lado y lamió mi sexo.
- Aahaa… dios no… no… -decía.
Pero las palabras salían de mi boca sin pensar. Recostada en aquella cama, podía ver mis senos y más allá la cabeza de Quique yendo y viniendo en mi sexo. Su lengua me arrancaba impresiones que recorrían diferentes partes de mi cuerpo.
Aaaahhh Mmmmmmmnnnnnnn… -salían gemidos desde lo más profundo de mi cuerpo.
Quiero comerte este rico coño, Juli –dijo y luego preguntó: ¿Me dejas?
Me saqué yo misma el calzón para dejar mi coño desnudo. No quería dejar de sentir su lengua ni un segundo. Empecé a gemir más fuerte:
- Aaaaahhh… Ah… ah… ah…. Ah…. Dios… ah… ah… Mmmnnnngggghhh… mmmmnnnnaaahhhh.
Quique me lamió con desesperación mi coño. Era un placer indescifrable que llenaba mi mente. En ese momento sólo existía para sentir ese placer en mi cuerpo. Enrique notó mi entrega y giró su cuerpo para quedar con su cuerpo sobre el mío. Era la postura del sesenta y nueve. Vi el cuerpo de Quique, aún tenía el pantalón puesto, así que sin pensarlo empecé a sacárselo. Estaba desesperada por desnudarlo. Quería ver su verga y tenerla en mis manos. El me ayudó a desnudarlo. Rápidamente, el se desnudo y yo quedé sólo con las medias y el portaligas. La verga de Quique me pareció hermosa. Estaba erecta. No era ni más grande ni más gruesa que la de mi esposo, pero por alguna morbosa razón me pareció que era lo que necesitaba. Ni más ni menos. Lo tomé entre mis manos y la acaricia con devoción. Pronto la caricia se transformo en masturbación y luego en mamada. Meter aquella verga en mi boca fue la culminación de aquella enferma lujuria que se había adueñado de mí ser esa noche. Ya no había marcha atrás. No estaría satisfecha hasta ver esa verga correrse y lanzar semen sobre mi cuerpo. Sea donde sea.
Que rica verga, Quique –empecé a decir-. Aahhhh Dame más… Mmmmmnnn… Déjame chuparla más, amor. Más…
Chúpala, Julieta… así… métela bien adentro, mi amor… -me pedía él mientras me comía el coño- Que la chupas rica, puta.
Era la segunda vez que alguien me llamaba puta de esa forma (La otra persona había sido su jefe). Me resultó morbosamente excitante. No podía creer que me excitara al escuchar que me dijeran puta, pero así era. Empecé a correrme y al hacerlo, un impulso me llevó a meterme la verga de Quique muy adentro. Me la tragué casi entera. En ese momento, Enrique se corrió. Varios chorros de semen cayeron hacia mi esófago, produciendo un reflejo. El resto del líquido blanco cayó en mi boca y mi mentón al sacar la verga hacia afuera. Ambos nos habíamos corrido.
El me limpió su semen con una mano, desparramándolo como una loción por mi cuerpo. Empezamos a besarnos. Yo aún estaba muy caliente a pesar de la corrida y él lo sabía. Quique jugaba suavemente con mis pezones, acariciando mi cuerpo y preparándome para lo que vendría. Era un amante paciente. Yo en tanto tomé su pene y empecé a masturbarlo con la misma suavidad. Sabía que costaría recobrar su aplomo, pero necesitaba una verga dura para lo que deseaba. Quique sabía que me tenía y yo estaba entregada. Ni se me ocurría que mi esposo o alguien más podían encontrarnos ahí, en esa situación comprometida.
Entre calientes arrumacos estuvimos listos, su verga erecta y mi coño mojado y receptivo. Quique se subió sobre mi cuerpo y en la postura de misionero empezó a penetrarme lentamente. Sin embargo, se detuvo en la entrada, cuando empezaba a abrirme y un montón de sensaciones me impulsaban a alojar ese pene en mi interior.
Dime Julieta… ¿Segura qué quieres esto? –me preguntó.
Si… por favor –supliqué.
¿Que quieres? –preguntó, haciéndome sufrir.
Quiero que me folles, cabrón –pedí, desesperada.
¿Segura? ¿Qué dirá Max? –continuó con cierto sadismo.
Podía sentir el pene de Enrique moviéndose lentamente sobre mis labios vaginales.
Si, cabrón. Fóllame –pedí.
¿Y tu esposo? –arremetió Quique.
A la mierda con él… que se joda –estaba desesperada por verga-. Fóllame, amor. Méteme la verga.
Y Quique al fin lo hizo. De una estocada me penetró profundamente, arrancándome un grito.
- AAyyyy…. Dios.
Me pareció maravilloso. Vi estrellitas y el placer nubló mi visión. Cuando recobré un poco el sentido, el placer recorría mi cuerpo. Empecé a mover mi cuerpo para atrapar ese pene en mi cuerpo. Nos besábamos y el recorría con sus labios mi cuerpo. Yo estaba enloquecida. Le mordía el hombro y gritaba como una gata en celo. En algún momento, él me pidió cambiar de posición.
- Vamos, quiero follarte desde atrás.
Yo me dejaba llevar. Me puse a lo largo sobre la cama, abrí mis piernas y Quique me folló desde atrás. Pero finalmente terminamos follando de perrito. Una vela se había apagado, pero podía verme de frente. No me reconocí. Sólo vi una mujer hermosa que estaba gozando de un buen macho. Mi cara era un poema y mi lengua salía una y otra vez. Me mordía el labio mientras mis tetas grandes se movían con la dura follada. Escuchar mis palabras y verme en aquella situación me calentó como nunca. Era una putita que gozaba.
Ah ah ah ah ah ah ah ah ah ah ah ah aaaahhhahaha….. MMMmmnnnnnnnnnngggghhh… -gemía y gritaba.
¿Te gusta, preciosa? –escuché decir a Quique en mi oído.
Si… si… fóllame, amor. Más duro… más rápido… házmelo todo… ah aha ay… nnnngggghh –respondí.
Me corrí. No una, sino al menos tres veces y, sin embargo, seguía pidiendo más. Mis gritos eran cada vez más fuertes. En ese momento, sentí que se abría la puerta y mi mente entró en pánico. Una sombra se asomó y nos detuvimos.
Vi entrar a Juan, que cerró la puerta tras de sí.
Guau… no pensé que fuera posible –dijo con los ojos muy abiertos.
Te dije que no sería difícil –le respondió Enrique-. Ahora, ponte cómodo mientras me sigo follando esta muñequita.
Yo no sabía qué hacer. Quique empezó a moverse en mi coño, pero yo estaba paralizada. En tanto, Juan había empezado a desnudarse.
Vamos, Juli. No pasa nada –aseguró Enrique-. Juan solo quiere darte placer. Además, el se aseguró de que Max no te descubra.
El cornudo de tu esposo anda aún con Cintia buscando las llaves del cuarto del generador –empezó a contar Juan-. Me mando a decirte que la esperes un poco más.
Yo no sabía qué hacer. Estaba como helada.
- Dale de tu mierda, Juan. Así no nos sirve –le dijo Quique a Juan.
Juan fue a sacar algo de su pantalón y rápidamente trajo un recipiente del que sacó un polvo blanco. Cocaína. Todos mis sentidos se dispararon. La coca la había empezado a probar con mi jefe y me gustaba la potencia que me daba en el trabajo. Cuando Juan puso la coca bajo mi nariz, todo me pareció un sueño. Me incliné y aspiré. La sensación anestésica y los efectos de la droga me despertaron. Me quedé mirando a Juan. El me tomó del mentón.
- Hola, hermosa. Ahora podemos follar un rato –me dijo.
Empezamos a besarnos. Yo parecía haber enloquecido de lujuria. Mientras me besaba con Juan, empecé a sentir la verga de Quique moverse en mi coño.
- Vamos, putita. Dale una buena mamada a mi amigo –me ordenó Quique.
Así lo hice. Me devoré la verga gorda de Juan. La lamí, la chupé y la bese. Me la metí muy adentro mientras Enrique taladraba sin piedad mi coño. Dejé que Juan se acomodara entre mis senos y que metiera su verga entre mis tetas. Le hice la mejor paja rusa que he hecho a alguien en mi vida. Lo hice hasta que se corrió en mis tetas. Luego cambiaron. Dejé que Juan me follara mientras se la chupaba a Quique. Fue excitante. Disfruté como nunca.
Al final, ellos se corrieron sobre mi cuerpo. Estaba tan cansada que tuvo que usar más cocaína para entrar en razón. Los besé alternativamente y me duché rápidamente. Juan se me unió y follamos brevemente. Estaba tan caliente aún que dejé que Juan me metiera un par de dedos en mi ano.
- La próxima vez que nos veamos te follaré ese culito –prometió Juan antes de dejarme.
Cuando por fin encontré a mi esposo el me pidió perdón por la espera. Justo en ese momento volvió la electricidad y la luz. Le dije que no importaba, que nos fuéramos a casa. Ambos estábamos cansados.
En casa, y mientras me ponía el pijama más grande que tengo, mi esposo me sorprendió.
- ¿Qué es eso en tu barriga? –me preguntó.
Levanté un poco el pijama y con el rostro descompuesto observé lo que señalaba mi esposo. En medio de mi barriga había una solitaria estrellita rosa.
Era una tontería… una sorpresa –logré decir.
Que bonito –dijo mi esposo.
Y se fue a acostar. Llené mi dedo de saliva y borré la estrellita. Mi dedo sabía a vainilla y algo más. Me fui a acostar. No sabía que me depararía el futuro.