Julieta

Despidiéndome de mi amada Julieta

Querida Julieta:

Te escribo desde el exilio, esperando que el mensajero, amigo mío desde tiempos inmemoriables, se dé prisa en hacerte llegar mi carta con mis anhelos de enamorado.

No llevo ni dos días lejos de Verona y ya se me hace insoportable tu ausencia; el no poder despertar a tu lado, el no encontrarme con tus ojos y verme reflejado en ellos mientras me sonríes correspondiendo mi mirada enamorada.

¿Por qué ha tenido que pasar todo esto? Maldigo a nuestras familias y el profundo odio que se profesan, pues por culpa de ese odio, tú y yo nos vemos separados como nos vemos.

"¿Por qué tuviste que elegir a la hija de Capuleto?" Decía mi padre "¿Tú no amabas a Rosalinda?"

"Rosalinda, ha decidido dar su amor a otro" Respondí "Y ¿quién soy yo para competir con aquel a quien le ha jurado y prometido amor, sumisión y servidumbre eternos?. Padre, Rosalinda decidió tomar los hábitos y consagrarse a Dios. ¿Qué castigo me depararía el intentar arrebatarla de Dios?, No, padre, es una batalla que no puedo ganar, y en la que ella no está dispuesta a ser el premio; y menos para mi"

No te enfades, amor mío, pues era eso lo que sentía antes de conocerte; y así estaba yo: Destrozado por un amor no correspondido por el que sabía que jamás podría luchar; y si lo hiciera, sin esperanza alguna de ganar. Descorazonado, muerto en vida, como una marioneta a la que habían cortado los hilos, y se sentía incapaz de moverse. Odiando al amor pendenciero, ¡Oh, odio amoroso! Suma de todo, engendro de la nada con su informe caos de delicadas formas: Con su humo resplandeciente, su ligero plomo, de gélidas llamas y enfermiza robustez, y me hace soñar despierto en mis noches insomnes.

Dispuesto a morir en vida estaba, cuando tú apareciste y; sin conocerte, sin saber tu nombre, y menos tu apellido, ya supe que serías mía, aunque mil lanzas me atravesasen el cuerpo. Inmediatamente Cupido había vaciado su provisión de flechas en mi corazón no dejándome ver a mujer que no fueses tú. ¿Por qué tuviste que ser tú Julieta? De todas las mujeres del mundo, mi buen corazón se tuvo que fijar en el tuyo, aún a sabiendas que tu apellido odia a muerte al mío. ¡Oh, cruel destino! ¡Oh, ciego y fatal Cupido, que me hieres en lo más profundo, dándome el mejor de los regalos, para que luego el odio de nuestras familias lo eche a perder!

No nos importó la eterna historia de enemistad de nuestras familias, de nuestros padres. No había Capuleto en tí: Sólo Julieta; y amándote, aprendí a amar tu apellido tanto como el mío. ¿Por qué? ¿Por qué los demás no supieron verlo? Padre montó en cólera, e incluso quiso hablar con la superiora del convento de Rosalinda; con la esperanza de que si ella abandonaba los hábitos y su consagración a Dios, yo podría olvidarte. El tuyo se enfureció aún más: escupió al suelo cuando mencionaste mi nombre, y cerró las puertas de su casa, ordenando darme muerte si se me veía rondar tu casa. Mas las alas del amor me guiaban hacia tu ventana, pues más peligro tiene tu mirada, que mil espadas que puedan tus familiares portar contra mí. Y sabiendo que tu amor me espera y corresponde, ninguno de ellos podrá jamás matarme. Tu padre, sabedor de ello, quiso organizar tu marimonio con Paris, por lo que no tuve más remedio que batirme con él por tu amor. Bien pude comprobar que tu amor me alentaba, y que el propio Dios lo respaldaba, pues al final de la tarde, fue Paris quien encontró un final a sus días.

Mas el odio de nuestras familias nuevamente, mi amor, habría de interponerse. Tebaldo, tu primo Tebaldo quiso matarme, y al intentar que así no fuera, mi gran amigo Mercuccio murió a sus manos. Mercuccio, mi amigo de la infancia, mi más fiel confidente y compañero de fatigas, ilusiones y desazones, murió en mis brazos maldiciendo nuestras dos familias y su odio atroz; odio que estaba consumiendo no sólo a nuestra sangre, si no también a quienes nos rodeaban; arrastrándoles en su espiral de odio hacia el más negro de los pozos. La cólera, el odio que había olvidado que profesaba hacia tu apellido, rugió sediento de sangre; sangre de Capuleto que debía ser derramada para compensar aquella muerte tan dolorosa y sin sentido para mí.

Busqué a Tebaldo, y con la misma espada que robó la vida de mi amigo, fue con la que le maté.

Mil veces he revivido en mi mente ese momento, y mil veces me arrepentiré, pues fue por la muerte de tu primo Tebaldo, por la que he sido condenado a esta vida de destierro lejos de Verona, y lejos de tí. Como un roto juguete del destino, me veo imposibilitado de volver a mi tierra bajo pena de muerte; mas mejor estaría muerto del todo que así; muerto en vida, al saber que no podré abrazarte, besarte y acariciarte nunca más. Mil veces más dolorosa es la espina de este amor en la distancia, que las heridas inflingidas en mis duelos con Paris y Tebaldo. Y aunque esté lejos de tí, mi amor, has de saber que aún sueño con tu sonrisa y tu mirada; aunque yo no sea de sangre azul, ni se vislumbre final feliz a nuestra historia enamorada.