Julián y el Ángel

Dos ángeles, dos extremos de una sociedad se encuentran en el paraiso, después de una vida de dudas, un día de lluvia y precediendo un futuro diferente.

Julián y el Ángel

La mañana del viernes amaneció bastante nublado. El día se veía triste, en contraposición al sol del resto de la semana. Si continuaba así era probable que la fiesta de esa noche se arruinara debido a la lluvia. Sin embargo, Julián no dejó que esto le quitara la emoción que desde una semana antes tenía encima. Su mejor amiga, Lourdes, resultó ser prima hermana del hijo de Don Gonzalo, un hombre adinerado y famoso por su magnanimidad. Gonzalo Junior, como ya se le conocía, tenía fama de ser como su padre, pero además, de ser un gran deportista, un excelente estudiante... y de ser muy guapo. Todas las chicas de la ciudad serían capaces de cualquier cosa por salir con él, y sin embargo, a él únicamente se le había visto con Lourdes. Nadie sabía ni sospechaba siquiera que ellos eran primos y que, en realidad, Gonzalo tenía preferencias distintas.

Todo comenzó una noche después de haber roto con su última novia: Julián cayó en un serio estado depresivo. Su único consuelo fue su amiga, que lo escuchó, limpió sus lágrimas y le ayudó a superarlo todo. Conforme más platicaban, llegaban más a la única conclusión que pudo hacer sentir mejor a Julián, pero no a sus padres si se enteraban: él también tenía preferencias distintas. Cayeron en la cuenta de que eso era algo que desde siempre había sabido, pero lo negó debido a la presión social y al temor de defraudar a su madre. Salía con muchas chicas, e incluso tenía fama de mujeriego. Sin embargo, su última relación, las mas apasionada y profunda, falló al momento de ir a la cama con ella... bueno, sobra decir las razones por las finalmente terminaron. La depresión vino cuando su ex novia le echó en cara la situación, una verdad que era casi imposible de asimilar o aceptar.

Julián tuvo miedo de conocer a alguien entonces. Entraba a las salas de chat con nombres falsos, mintiendo su edad, su residencia, e incluso su sexo. La agradaba cuando los chicos le hacían plática y le decían que era una persona sensible y distinta de todas las demás; aunque también le desagradaba el cambio de género: él era un hombre en toda la extensión de la palabra, en sus acciones y actitudes... con la única diferencia de que también le gustaban otros hombres. No creía que nadie pudiera entenderlo así, y sin embargo, estaba a punto de conocer, a través de su mejor amiga, a alguien con sus mismos miedos y dudas. Eso le tenía con un poco de temor. No se trataba de cualquier persona. A pesar de ser afines en muchas cosas, también eran distintos en muchas otras. Gonzalo venía de la posición más alta de la escala social. Tenía otras actividades, otro tipo de amistades. Tuvo miedo por un momento de que no se agradaran. Al transcurrir el día trató de distraerse y de no pensar en eso. No podía adelantar nada hasta esa noche.

Durante el mediodía y la tarde del viernes llovió profusamente, por lo que cuando dejó de llover, la noche estaba bastante calurosa. Era una fiesta al aire libre, en uno de los jardines de la casa de Don Gonzalo. El acontecimiento: el cumpleaños de su esposa, la madre de Gonzalo Jr. Mucha gente de la ciudad sabía del acontecimiento, y por supuesto, de su exclusividad y elegancia. Dado que era al aire libre, había que ir vestido adecuadamente. Lulú (así llamaba de cariño a su amiga Lourdes) le había ayudado a elegir lo que usaría esa noche. Su guayabera blanca, sus pantalones del mismo tono y sus sandalias color crema. El peinado hacia atrás. No usaría sus gafas de montura, sino sus contactos. Sus ojos claros hacían buen juego con su ropa; así se sentía un poco más seguro de sí mismo cuando se miró al espejo. Era apuesto, lo que le había facilitado tantas relaciones en el pasado. "Insípidas", pensaba él. Le molestaban muchas cosas de las chicas, lo complicadas que eran, y la falta de interés en las cosas que a él le gustaban. Pidió prestado el auto a su tío, que de muy buena gana había aceptado: su sobrino favorito iría a una fiesta elegante a conquistar a la alta sociedad. Así pues, incluso el auto, de un blanco perlado, hacía juego con su ropa.

Al manejar por el antiguo camino a la Gran Hacienda, en la zona más elegante y exclusiva de la ciudad, los nervios comenzaron a hacerse presentes. Si quería causar una buena impresión, tendría que controlarse, pues sabía que de un momento a otro comenzarían a sudarle las manos y también el horrible tartamudeo, que en muchas ocasiones le hiciera quedar en ridículo delante de la gente. En eso estaban sus pensamientos cuando a lo lejos divisó la imponente reja negra que daba acceso a la Casa Alta, la residencia de Don Gonzalo. Cuando llegó, un hombre de seguridad le detuvo, pidiendo la invitación. Pero, ¡oh, sorpresa!; en ese momento recordó haberla dejado en su mesilla de noche. Comenzó a balbucear una explicación al guardia, pero su tartamudeo ya estaba allí, implacable. En ese momento se abrió la puerta anexa a la reja dejando una visión espectacular. Usando una camisa de lino abierta hasta la altura media del pecho, unos pantalones sueltos de la misma tela y mocasines, estaba Gonzalo. Era mucho más alto de cómo se le veía en las fotos, pero sobre todo, mucho más apuesto y de un porte singular. Salió a hablar con el guardia, pero de repente se quedó mirando fijamente al interior del vehículo. Luego, con sorpresa, vio esos ojos miel entrecerrarse y esas facciones torcer un gesto de amplia sorpresa. Luego escuchó su nombre.

  • ¿Julián?

Lo único que Julián pudo hacer fue esbozar una sonrisa nerviosa y agitar brevemente la cabeza.

  • ¡Pasa! Te estaba esperando...

Accionó el vehículo mientras la pesada reja, a órdenes de Gonzalo, se abría. El jardín de la entrada, que rodeaba una fuente mediana, se había convertido en un improvisado estacionamiento. Se estacionó en uno de los pocos lugares libres que quedaban, cerca de la entrada principal de la casa. Apagó el motor y notó entonces que su respiración era agitadísima. Y recordó los ejercicios de respiración que le habían enseñado cuando estaba en la posibilidad de padecer asma. Cerró los ojos, y con las manos aún en el volante, comenzó a tratar de tranquilizarse. Volvió a escuchar su nombre.

  • ¡Julián!

Era Lulú. Iba en un vestido amplísimo de tela de manta y le saludaba con la mano, caminando hacia el vehículo. Verla le tranquilizó. Salió del auto y se dirigió a ella. De inmediato, sin haber dicho nada todavía, se vio interrumpido.

  • No me habías dicho que tu amigo era tan...

Era Gonzalo. Si decía 'guapo' Julián definitivamente caería en ese momento al suelo.

  • ...agradable

Soltó una respiración profunda al mismo tiempo que mostraba su sonrisa más sincera e improvisada.

  • Julián, él es Gonzalo. Gonzalo, Julián.

Intercambiaron los rigurosos 'que tal, mucho gusto' al tiempo que se estrechaban las manos e intercambiaban miradas. Los ojos claros de ambos se dijeron todas las cosas que probablemente las palabras no debían decir en ese momento. Un silencio incómodo, y fue Lulú quien lo rompió.

  • Bueno, ¿vamos o qué?

Se encaminaron los tres hacia el jardín principal. Unas inmensas lonas blancas cubrían el lugar, mientras que unos potentes reflectores lo iluminaban. La gente, ataviada con sus mejores ropas para el evento, departía alegremente distribuida en las mesas redondas de manteles color blanco y crema. Se veían pocas o más bien ninguna persona menor de 30 años, por lo que los tres muchachos destacaban entre todos ellos. Lulú y Julián se sentaron en una de las mesas donde aún no había nadie más, mientras Gonzalo se acercaba a la mesa principal para estar cerca de la festejada, su madre.

Pastel, bromas, un baile y una caída del tío abuelo después, comenzó la música para bailar. Julián, tan divertido estaba que había olvidado el motivo primero por el que estaba ahí esa noche. Una figura alta vestida de lino se acercó para recordárselo. Lulú en ese momento, sin decir nada, se levantó y se fue a bailar con Don Gonzalo. Ambos la vieron irse y probablemente esa mueca extraña era un guiño de complicidad para ellos. Así, Gonzalo se sentó al lado de Julián. Miradas profundas, risas nerviosas. Ninguno se atrevía a romper el silencio. Pero ante la primera pregunta, se hizo evidente que el ruido de la fiesta no los dejaría conversar a gusto. A señas y gritos, Gonzalo le invitó para ir a un lugar más adecuado. Julián aceptó. Se levantaron y se encaminaron hacia la casa principal, una elegante mansión de tres pisos. Desde ahí solo se escuchaba el rumor lejano de la fiesta. Obtuvo Gonzalo una llave y una tarjeta, y de manera casual las accionó en un complicado movimiento para tener acceso. La alta y elaborada puerta se abrió, pero no podían ver nada: las luces estaban todas apagadas; solo se veían algunas sombras que surgían de la luz de luna filtrada por la puerta. Sin embargo, Gonzalo entró sin pensarlo. Conocía su casa muy bien como para poder prescindir de la luz eléctrica. Julián, sin saber qué hacer, también entró.

Los ojos tardan algunos segundos en acostumbrarse a la falta de luz; sobre todo, cuando la oscuridad no es total. Y en el transcurrir de esos segundos, sintió Julián que lo tomaban de la mano. Fue un contacto tenue, sorpresivo y que casi lo asusta. Sin embargo, fue para guiarle. No podía ver aún gran cosa, pero el hueco de sus pasos daba a entender que estaban en un salón enorme. Gonzalo lo llevaba de la mano como a un niño pequeño, y la situación le gustaba. De repente, una mano en el hombro le indicó que se detuvieran. A continuación, escuchó un breve murmullo que decía 'escaleras' o algo así. Tanteando en la oscuridad sintió el primer escalón, el segundo, el tercero...

En el segundo piso, gracias a las ventanas, podía verse todo con mayor claridad. Un nuevo intercambio de miradas hizo evidente lo que los dos deseaban. Sin embargo, Gonzalo llevó a Julián a la terraza principal de la casa. Tenía una mesa con sillas, una sombrilla y plantas colgantes. Con mucha amabilidad y sobre todo, caballerosidad, Gonzalo invitó a Julián a sentarse. Le jaló la silla con cortesía y arrimó para él una, muy junta de la primera. Y entonces, sucedió algo inesperado: comenzaron a hablar. Hablaron de su historia, del pasado de cada quién, de las cosas que les gustaban... vieron desde la terraza terminarse la fiesta, irse algunos autos... eran las 4 de la mañana, y ellos seguían en una conversación impresionantemente gratificante. Nunca dejaron de verse a los ojos, y Julián descubrió que no había nerviosismo ni tartamudeo. Acababa de encontrarse a sí mismo.

Cuando comenzaban a hablar de sus relaciones pasadas, Gonzalo recordó de súbito algo bastante triste. No quiso hablar de ello en ese momento, pero Julián pudo comprender cuan doloroso era, pues las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. Sin embargo, Gonzalo prefirió evitar recordar. Secó sus lágrimas, aspiró con fuerza un par de veces y le pidió que entraran de nuevo en la casa. Al accionar un interruptor se encendieron unas luces tenues, mostrando la magnificencia de la residencia. Julián estaba inseguro, no sabía si debía decir o preguntar algo. Subieron al tercer piso, y así, sin sentirlo, llegaron a una puerta donde se detuvieron. Gonzalo la abrió. Era su recámara.

Sí, la reacción inmediata fue en la entrepierna de Julián. El corazón comenzó a latirle fuertemente, bombeando sangre a esa precisa parte de su cuerpo. Sabía que lo deseaba, que perdería su virginidad con alguien que, además de guapo, era intelectual y con quien había congeniado. Pero una parte de él también quería desentrañar el misterio, seguir la plática hasta llenarse de Gonzalo y conocerlo como se conocía a sí mismo. Estando dentro cerró la puerta. Se dirigió al inmenso clóset y sacó de entre la ropa una caja forrada en papel. Con la caja en las manos, se sentó en el borde de la cama con edredón azul marino. La abrió, obtuvo un viejo sobre y lo entregó a Julián, quien de inmediato lo abrió y se dispuso a leer.

"Querido hijo, para cuando leas esto yo ya no estaré contigo. Le entrego esta carta a tu padre para que, cuando él crea prudente, te la dé y puedas comprender muchas cosas..."

La carta seguía hasta extenderse a tres folios. Mientras Julián la leía, no pudo evitar también algunas lágrimas. La festejada de ese día no era la verdadera madre de Gonzalo. Ella había muerto cuando él era un bebé, dejándole como testimonio esa carta. Con calma volvió a doblar las hojas, las puso dentro del sobre y lo devolvió a su dueño, quien rompió el silencio.

  • Me la dieron ayer...

Gonzalo no sabía qué decir. La excitación de hacia unos minutos bajó considerablemente. Miró a esos ojos que tanto le gustaron desde el principio. No había tartamudeo; mas bien no habían palabras. Gonzalo seguía sentado en el borde de la cama. Julián entonces se sentó a su lado, pasándole el brazo por el hombro. Vino después un abrazo, cargado de espontaneidad, sinceridad, y mucho cariño, como jamás habían experimentado antes. Así, abrazados, con la frente en la frente del otro, podían escuchar su respiración, acompasada; sentir las lágrimas ajenas y las propias mezclarse. Así, Gonzalo rompió el silencio.

  • Juli... ¿cuántos besos crees que hayas dado en tu vida?

¿Qué clase de pregunta era esa? Sin embargo, no lo tuvo que pensar demasiado. Respondió con toda sinceridad.

  • Depende de qué clase de besos... pero... supongo que sé de cuáles hablas... de esos... esos besos... ninguno.

  • ¿Me darías la oportunidad de ser el primero...?

No hubo necesidad de ninguna respuesta. Los labios apenas y se tocaron. Luego se acercaron más para abrirse y encontrar una cálida bienvenida. Un choque de lenguas estremecedor, pero a la vez suave, lento, cadencioso. Las manos, sin poderse contener, fueron acariciando lentamente el rostro ajeno, el cabello suave, el firme y potente cuello otorgado por el ejercicio de uno, y el frágil y estilizado torso del otro. La ropa comenzó a ser un impedimento para abarcar, para fundirse mutuamente. Dado que iban ligeros, no fue difícil para ambos quedarse con nada más que la otra persona que lo cubriera. Y hubo unos segundos de vergüenza, por parte de ambos, resuelto enseguida con un par de risas nerviosas y una dulce mirada, que los dejó ver al interior de la otra persona: eran un espejo, reflejando al fin aquello que tanto tiempo buscaron.

La búsqueda de una nueva posición los llevó al contacto más directo. Podía Julián sentir esos brazos conteniéndolo, esas manos recorriendo su espalda, su pecho lampiño al contacto con los ligerísimos vellos de Gonzalo... y al fin, enmedio de sus piernas, la respuesta a la frustración de aquella última vez: cada uno de los latidos de su acelerado corazón iba directamente a esa sensible parte de su cuerpo, dándole un temple y una dimensión que él jamás había visto. El contacto directo con su contraparte en el otro cuerpo no hacía sino aumentarlo un poco más cada vez, deseando perpetuar el movimiento como en una ley de la física. La respiración era agitada, y no había otro sonido que el de sus propios jadeos y movimientos.

En un apresurado movimiento y después de estar Julián en la posición superior, quedó debajo de su ángel sin alas. Solo pudo sentir esa boca recorrerle palmo a palmo, con una dedicación como la que se profesa a un dios. La sintió en su testuz, en las mejillas, en los labios, en el cuello, y un escalofrío inmenso recorrió su cuerpo cuando una traviesa lengua entró en su hasta entonces virgen oído. Su pecho, totalmente imberbe, sintió una delicada serie de besos mientras cerraba los ojos y se dejaba querer. Su pequeño ombligo, vínculo ancestral con la tierra, fue en ese momento su vínculo consigo mismo, en la figura de su ángel Gonzalo. Y cuando esos delicados labios comenzaron una delicada succión, sintió que la tierra se abría ante sus pies. El placer era indescriptible. Sus manos se crisparon en el edredón, como resistiendo un acto que en realidad deseaba. Sin embargo, su ángel no se detuvo ahí por mucho tiempo. Se alejó de ahí para continuar. Sintió las poderosas manos acariciarle las piernas, dominándolas y haciéndolas levantarse, dejando al descubierto una parte de si que jamás habría mostrado a nadie. Pequeño, cerrado, minúsculo y sonrosado, su virginidad no anunciada hacía acto de presencia delante del ángel, quien consideró prudente terminar con ella.

A pesar del goce y del disfrute, hasta este momento no había experimentado el sudor frío del miedo. Estaba en el lugar que quería con una persona mucho más maravillosa de lo que jamás hubiera imaginado, y sin embargo, una oleada de frío miedo recorrió su espina. Gonzalo lo notó, y expresó unas nuevas palabras con una voz que les sonó ajena a ambos amantes.

  • Todo está bien, mi niño... no haremos nada que tu no quieras

  • Es que, sí quiero... es solo que... tengo miedo

  • ¿A qué le tienes miedo, mi niño?

  • No sé... siempre he escuchado que duele mucho

  • Te prometo que si no te gusta algo de lo que hagamos, nos detendremos en ese momento. Relájate y disfruta...

En un ágil movimiento que en realidad pudo no haber sucedido, Gonzalo ya tenía ante las puertas de la gloria el principio del paraíso. Estando frente a frente, volvió a besar a Julián, quién jadeaba entre excitado y temeroso, sin dejar de temblar. Sintió el principio... y entonces comenzó a avanzar lento pero firme. El miedo se transformó en dolor, y no hubo necesidad de gritar. Gonzalo comprendió.

  • ¿Quieres que me detenga?

  • Sss.. sí...

  • Creo que nos hace falta algo

El tubo de apariencia plástica era un recuerdo curioso. Rompía con el romanticismo de la noche, pero era un instrumento necesario, y el ángel sabía bien cómo hacer para que apenas se notara, para integrarlo a ello. Uso los dedos, firmes, que poco a poco liberaron la tensión, haciendo que ese dulce espacio se relajara, se abriera a las nuevas sensaciones y se fuera acostumbrando a la nueva compañía después de toda una vida de vacío y soledad. La respuesta no se hizo esperar. Se expresó con un grito, primero suave, después intenso, inevitable. Era placer, en su forma más impresionante. Primero fue uno, y en tan solo unos momentos el placer alcanzaba tres. No había más que hacer. Julián lo pedía, entre gemidos espasmódicos y palabras incomprensibles. El ángel finalmente arribó al Edén.

Si hasta ese momento los dos estaban juntos pero solo tratando de unirse, ese fue el momento mas importante de la noche. No eran dos cuerpos que recién se conocían. Eran uno solo. Un extraño ser de cuatro piernas, cuatro brazos y un solo corazón. Ambos habrían querido quedarse ahí para siempre, pero el movimiento era inevitable, y excedía el límite del placer. Primero lento, luego acelerando hasta alcanzar un frenesí. No había posibilidad de detenerse... no se podía, y ninguno lo deseaba. Las palabras sobraban. De vez en cuando, sin pensarlo, soltaban cariños, se prodigaban caricias, se daban besos. Gonzalo sintió por primera vez el cariño mezclado con el amor. Julián simplemente estaba conociendo todo por primera vez.

Unas pocas palabras ininteligibles anunciaron el clímax de la historia. Llevaban un buen rato entre vaivenes, espacios de calma, besos y rasguños. Y entonces, el ángel, que creía saberlo todo, que hasta el momento guiaba, que hasta entonces comandaba, perdió la primera batalla de la guerra con la simple aceptación de que esta vez era diferente. Era curioso, perder una batalla, y ganar el infinito. Los mortales lo llaman orgasmo... para el ángel, fue la comunión infinita con su protegido, su amado, su yo terrenal. Una, dos, tres, cuatro veces. Julián estaba seguro de haber sentido cada espasmo dentro de sí, hasta llenarse, hasta saciarse... y entonces, ocurrió lo impensable. Comenzó a emanar su propia miel, sin siquiera tocarse, sin ningún contacto ni estímulo más que el recibido. El abrazo que siguió a ese momento fue indescriptible, solo equiparable al de la primera vez. Como si fuera la última.

No hicieron falta palabras. Afuera, amanecía. Y así estaban, el ángel y su protegido, Gonzalo y Julián. Al primer contacto del sol con la esplendida casa que los albergara esa noche, repitieron la experiencia. Esta vez se invirtieron los papeles. El ángel recibió, y comprendió que el dolor es necesario para gozar. Ya encontrarían más tarde explicaciones en casa de ambos. Ese momento era único y especial, por cómo fue y sobre todo, por ser el primero.

¿Alguien hubiera imaginado que tan solo el día anterior era gris, hubo lluvia, hubo fiesta... hubo amor?

Ellos, al menos, lo imaginaron. Lo vivieron.

Y les quedaba el resto de sus vidas para disfrutarlo...