JULIAN, EL CHICO DEL FISIO (primera parte)

En un centro de fisioterapia, conozco a un muchacho que se masturba ante mi provocándome.

JULIAN, EL CHICO DEL FISIO (primera parte)

El presente relato es algo que me ocurrió hace algunos años. Yo había acudido a una clínica de fisioterapia, donde me habían prescrito unas cuantas sesiones de rehabilitación para una dolencia que me aquejaba. Se trataba de una amplia sala central, rodead por pequeñas salas privadas de masaje, donde se trataban otras dolencias cuyo tratamiento requería tener que desnudar parte del cuerpo.

En la parte común, es decir, la parte más amplia central, solíamos coincidir a menudo las mismas personas durante algunos días, pero a medida que iban transcurriendo los días, se marchaban algunos pacientes que habían finalizado su prescripción y acudían otros nuevos.

Era la segunda vez que yo acudía a este Centro, puesto que con las primeras sesiones no se había corregido el problema que yo tenía. En esta segunda ocasión solía coincidir con un muchacho, casi adolescente, que no me quitaba la vista de encima cuando se encontraba frente a mi.

Debo aclarar que aquella sala estaba llena de camillas, poleas, cintas y aparatos de electro masaje, microondas, onda corta, ultrasonidos, etc., etc., propios de una clínica de rehabilitación. El muchacho en cuestión solía recibir sesiones de calor y ultrasonidos, mientras que lo mío eran sesiones de onda corta y masajes.

Sea como fuere el caso es que, a veces, debido a la situación de aquellas máquinas, este chico se hallaba frente a mi, sin dejar de mirarme con bastante descaro e insolencia. Tal era su obstinación hacia mi que, finalmente, opté por seguirle el juego y mirarle también con bastante arrogancia.

Yo observaba que, al tiempo que él me miraba, metía su mano izquierda dentro del bolsillo del pantalón de su chándal, al tiempo que movía disimuladamente su mano. Obviamente se masturbaba mientras yo le miraba, y él hacía estos movimientos al tiempo que me lanzaba miradas provocadoras. A veces, cuando se sentía observado por alguien de la sala, cesaba en sus movimientos, pero la mayor parte del tiempo él seguía masturbándose sin el menor rubor hacia mí que le observaba.

A veces yo trataba de evitar la escena, apartando constantemente mis ojos del muchacho, pero aquello era para mí más fuerte que mi razón, y sin yo quererlo me excitaba muchísimo. Hasta tal punto que en más de una ocasión notaba como mi polla crecía, babeaba y se lubricaba muchísimo. Otras veces, aprovechando alguna ocasión en la que me colocaban junto a una pared y nadie podía verme, yo metía mi mano  disimuladamente por  encima de la cintura y tocaba mi verga, lo que excitaba mucho a aquel muchacho.

En varias ocasiones pude comprobar una gran mancha que aparecía en su pantalón, a la altura de su bragueta, debido a su propia eyaculación.  con unos gestos de placer que él no disimulaba conmigo. Y esto hacía que aquellas provocaciones resultasen aún más morbosas para mí. No cabía ninguna duda de que este chico, a pesar de sus pocos años, tenía mucha carrera, y aunque nunca me han gustado los chavales tan jóvenes, éste conseguía despertar una incontrolable pasión en mí.

A veces nos encontrábamos uno junto al otro, pero parecía que lo que más le excitaba era tenerme enfrente. En cierta ocasión le pregunté por su dolencia y me dijo que se había lesionado jugando al futbol y que tenían que tratarle su brazo derecho. Me dijo que se llamaba Julián, que tenía 18 años y que estaba estudiando selectividad, pues quería matricularse en medicina cuando entrase en la Universidad. Aunque parecía mucho más joven, no dudé de sus palabras puesto que si iba a entrar en la Universidad, debería tener la edad que él decía.

Uno de aquellos días, él terminó su sesión un poco antes que yo y se marchó sin despedirse, cosa que si hacía habitualmente. A mi me extraño bastante, ya que el chico era muy correcto y siempre me saludaba antes de abandonar la sala. Pero no le dí la mayor importancia. Sin embargo, cuando a los pocos minutos acabé mi terapia y abandoné la clínica, me lo encontré en la puerta.

Muy sorprendido le dije:

-Hola, ¿cómo es que estás aquí?. Yo pensaba que tenías mucha prisa hoy.

El me contestó:

-Es que, te estaba esperando.

Mi sorpresa iba en aumento, ya que -hasta aquel momento- él me había estado hablando de “usted”, y en esa ocasión empezó a tutearme. Pero sin embargo me agradó que el me tuteara, puesto que al hacerlo, era como si derribara un muro que yo no me atrevía a cruzar. Inmediatamente le dije:

-¿A mi?. ¿Y por qué me ibas a esperar a mí?

-Porque tú me gustas, tío…

-¿Qué yo te gusto?. Ja ja ja, (no pude aguantar la risa).

-Pero…, ¿tú me has mirado bien?

-¿Qué si te he mirado? ¿No te has percatado de que no te quito el ojo de encima…?

Mi asombro iba en aumento, entre divertido y escandalizado. ¿Cómo aquel mocoso se me estaba proponiendo para, “yo-que-sé”?

Pero el caso es que este chaval me gustaba muchísimo. Jamás hubiese reparado en él, de no ser porque él se había estado masturbando descaradamente frente a mi. Pero desde el instante en que me di cuenta de eso, ya no podía apartarlo de mi mente. Y muchas veces me había masturbado pensando en él como algo imposible e inalcanzable. Y ahora lo tenía ahí, ante mi, completamente a mi merced… Ofreciéndose sin condiciones, con una sonrisa entre socarrona y descarada.

Mi razón trataba de apartar a este joven de mi pensamiento, pero mis bajos instintos se oponían a toda lucidez. Entonces le pregunté:

-¿Y, que quieres de mi?

-Acostarme contigo y que me folles.

¡Joder…!. Así de directo y claro; sin ambages ni disimulos. “¡Quiero esto, y es lo que hay!”

Yo había comentado con otro paciente, que me había divorciado unos cuantos años atrás y que mis dos hijos se habían independizado. Que vivía solo y que tenía mucho tiempo libre por mi situación de jubilado. Así que este muchacho estaba al tanto de mi situación personal.

A continuación me dijo:

-El otro día te escuche decir a otro señor que vives sólo. ¿Quieres que vaya a tu casa?

Aquello casi me escandalizó al oírlo, pero yo le pregunté:

-¿Y qué quieres a cambio?

Entonces el chico, bastante enfadado me dijo:

-¿Acaso crees que soy un puto y que quiero venderme?. Creo que te confundes, tío.

-Discúlpame, chaval. No fue mi intención ofenderte. Tu también me gustas mucho, pero… ¿No ves que soy muy mayor para esto?

-¿Es que no quieres follarme, tío?

-Si; claro que quiero. Pero es que me parece todo tan raro…

-Pues no des mas vueltas y llévame a tu casa…

Sin más dilación le dije que me acompañara hasta mi coche. Nos montamos y nos dirigimos hacia mi casa. Una vez en el piso le pregunté que le gustaría tomar, y el me dijo que no quería nada. Sólo quería ducharse y follar. Entonces le pregunté:

-¿Quieres que nos duchemos juntos?

El contestó:

-No, eso no; me da mucha vergüenza desnudarme delante de ti. Y cuando estemos en la cama, por favor quiero que apagues la luz.

-No te preocupes, chaval; así lo haré.

Se duchó él primero, se puso un albornoz que yo le dejé, y se metió en la cama, donde estuvo esperando a que yo me duchara. Cuando regresé me lo encontré temblando. No se si de frío o de temor, pero era evidente que no tenía una gran experiencia.

Me pidió que apagase la luz y me metí en la cama, totalmente desnudo, como él. Era delicioso sentir aquel cuerpo tan tierno abrazado a mí; aquella piel suave y sedosa, que solo tienen los bebés. Aquello me excitó todavía más, sobre todo cuando él comenzó a acariciar todo mi cuerpo. Mi mano comenzó a recorrer su cuerpo desnudo, hasta encontrarme con sus enormes testículos, que pendían de una verga extraordinaria a pesar de su juventud. Notaba cómo por la punta de su glande, asomaban gotas del rico elixir que el muchacho guardaba para mi.

Julián se zambulló entre las sábanas, buscando mi polla, ansioso por succionarla, mientras mi excitación iba en aumento y, al igual que él, mi capullo comenzó a emitir fluido pre-seminal.

Yo me estaba volviendo loco. Julián parecía un experto maestro, aunque él me aseguraba que jamás había estado en la cama con un hombre. A lo máximo que había llegado con compañeros era a masturbarse, y poco más. Y ahora lo tenía yo allí para mi absoluto placer. Aquello era inenarrable.

En un momento determinado me dijo:

-¿Te gustaría metérmela? Te recuerdo que soy virgen, así que tendrás que hacerlo muy lubricado y con muchísimo cuidado…

-No te preocupes, bebé; así lo haré.

Hacía algunas semanas que yo había comprado en la farmacia un excelente lubricante, y aún no lo había probado. Así que busqué en el cajón de mi mesita de noche y me dispuse a utilizarlo.

Previamente me había colocado un preservativo, y comencé a lubricar con los dedos el culito de mi compañero. Mientras lubricaba al chaval, comencé por introducir un dedo, luego dos… luego tres… y cuando intuí que había lubricado lo suficiente, coloqué mi polla en su culo y comencé a penetrar poco a poco. Al principio un poquito; entraba un poco y retrocedía… Volvía a intentarlo un poco más dentro, y de nuevo retrocedía un poco. Siempre, avanzando poco a poco, tratando de no lastimar al muchacho. Mientras sentía un gusto inmenso en la punta del capullo. Un placer nuevo y jamás experimentado, al estar penetrando a un muchacho tan joven

Al tiempo que hacía estos ejercicios de relajación de su esfínter, manejaba su excitada verga, que no dejaba de babear. Era tal el placer que estaba ansioso por beberme toda su leche… Con cada embestida mi polla se volvía más dura. Con cada empujón, mi verga entraba más adentro. Entonces la saqué y me puse boca arriba. El se la introdujo poniéndose en cuclillas y mirándome mientras yo lo masturbaba. Cuando la tuvo toda dentro, comenzó a cabalgar sobre mi mientras gritaba: “Más… quiero más… quiero que me metas hasta los huevos…”

Yo seguía masturbándolo mientras él seguía cabalgando. Muy poco después el me dijo con un gesto de gran placer: “¡Me corro…, me corro!” La explosión final de placer la notaba yo también en la cabeza de mi glande, e inmediatamente solté todo mi semen dentro de él. Él quería que me quitase el condón y le echase toda la leche dentro, pero yo me opuse por seguridad e higiene.

En todo momento Julián se oponía a que encendiese la luz. Decía que le daba mucha vergüenza y yo le respeté en su decisión.

Luego nos vestimos y le ofrecí algo de comer y de beber, pero él no quiso, y se marchó.