JULIAN, EL CHICO DEL FISIO, (3ª y última parte)

El desenlace final de esta historia que me dejó una profunda huella.

JULIAN, EL CHICO DEL FISIO (tercera parte y última)

Yo deseaba con todas mis fuerzas prolongar aquel momento de placer, y él seguía cabalgando sobre mi, cada vez con más vigor. En dos ocasiones estuve a punto de venirme, pero entonces yo lo sujetaba con fuerza para que dejara de dar saltos. Parecía un gran experto en proporcionar placer, pero él aseguraba -una y otra vez- que nunca se había acostado con un hombre…

Hubo un momento en que, sin sacar mí polla de su culo, se volteó dándome la espalda y siguió cabalgándome, mientras yo le masturbaba. Ambos deseábamos prolongar aquel momento tan gozoso, pero yo quería que el se viniese en mi boca. Quería saborear aquella leche joven, de casi un adolescente. Así que le empujé suavemente para que liberase mi verga que estaba a punto de estallar, y le pedí que me dejase darle placer con mis labios. Él se sentó sobre mi pecho ofreciéndome su rico mango que apenas me cabía en la boca. En aquella posición comencé a mover mi cabeza hacia delante y hacia atrás, al tiempo que observaba la satisfacción en su rostro. No quería perderme el gesto de placer que había en su cara, ni sus gemidos en el momento del éxtasis final.

Muy poco después, aquella hermosa verga estalló en chorros de semen que cayeron sobre mis labios y mi cara en varias embestidas. Al mismo tiempo, con mi otra mano, me quité el condón y seguí dándome placer, en una masturbación -casi salvaje- que yo mismo me hacía, mientras él me llenaba de su leche. Leche que yo relamía de mis labios para no perder ni una sola gota. Recuerdo que era muy espesa y tenía un sabor salado. Yo engullía aquel sabroso manjar, sin pensar siquiera en la posibilidad de contagio o enfermedad alguna. Aquel momento de éxtasis, bien lo valía y yo no estaba por desaprovecharlo.

Luego nos limpiamos, él se enfundó sus pantalones, yo me puse un short y pasamos al salón. Yo estaba plenamente satisfecho aunque me daba la sensación de que Julián aún quería más. Pero yo no estaba en condiciones de un nuevo asalto, -hacía menos de media hora que nos habíamos corrido y yo estaba exhausto-, así que le ofrecí algo de beber. Julián pidió una coca-cola y yo preparé un te moruno para mi.

Mientras yo preparaba las bebidas él me preguntó:

-¿Tienes alguna película porno?

-Si, claro; de todos los estilos y temática. Tengo pelis de gays, de héteros, de negros, de blancos, asiáticos… También tengo pelis de incesto, de zoofilia, de curas, de monjas…  Tengo de todo lo que quieras, excepto pedofilia.

-Me gustaría ver una peli de negros…

-Eso está hecho BB. No hay ningún problema…

Aunque yo estaba plenamente satisfecho con nuestro encuentro, sentía un fuerte deseo de ver una peli porno con el muchacho. Quería ver cómo se excitaba y cómo reaccionaba delante de mí. Busqué en mi pequeña filmoteca y encontré una de un negro que tenía una polla increíblemente grande, que hacía Streep tease al ritmo de música-disco.

Al principio sólo se veía a un tipo de color bailando salsa o zumba, completamente vestido con ropa bastante ancha. Pero, poco a poco aquel negro se iba desnudando al ritmo de la música, mientras se iba descubriendo un cuerpo escultural, bajo cuyo holgado pantalón aumentaba por momentos su verga, que -por el bulto- se adivinaba bastante grande y gruesa…

Julián se masajeaba el paquete por encima del pantalón, sin querer mostrarme su verga. Luego, introdujo un mano en su bolsillo, -que yo estaba seguro estaba roto-, y presuntamente agarró su polla y comenzó a masturbarse suavemente. Yo estaba asombrado, pero comprendía que en su juventud, él gozaba de un vigor mucho mayor que el mío.

Yo le pregunté:

-Pero Julián, ¿es que no estás satisfecho?

El contestó:

-Es que la peli es demasiado excitante y yo también soy muy caliente. Yo me tengo que masturbar todos los días cuatro o cinco veces. Algunos días más…

-¿Qué dices? ¿Cuatro o cinco pajas diarias?

-Si, tío. Es superior a mí. Siempre tengo ganas…

¡Joder…! Me estaba calentando de nuevo. No entraba en mis planes el echar otro polvo, pero este crío me estaba provocando de nuevo…

-Pero chico, ¡tú eres un semental! Entonces…, ¿hoy ya te habías masturbado? ¿Lo hiciste antes de venir?

-Si tío; me masturbé anoche al acostarme. Luego esta mañana cuando desperté y más tarde después de la siesta, en la ducha, poco antes de venirme hacia aquí.

Yo calculaba las pajas que se había hecho aquel día y, con el polvazo que acabábamos de echar los dos, me salían tres pajas. Según él, todavía le quedaban otras dos.. ¡o tres!. ¡Que barbaridad…

Julián estaba cada vez más ensimismado viendo aquella película, al tiempo que sus movimientos dentro del bolsillo de su chándal se hacían más ligeros y veloces. Y yo quería participar, estaba ansioso porque se bajase el pantalón y se mostrase tal cual era, con luz y sin penumbras. Yo quería disfrutar a toda costa de aquel cuerpo juvenil barbilampiño, así que le propuse:

-Niño, ¿por qué no te bajas los pantalones y me muestras tu virilidad?

-Me da mucha vergüenza, tío…

-Anda ya, chaval; si ya estamos hartos de disfrutar de nuestros cuerpos… Ahora quiero verte a plena luz, sin tapujos de ningún tipo… Por favor, hazlo por mi…

Yo le rogaba y le insistía. Aquello era una súplica que él no podía negarme, así que, con un gesto de malicia, comenzó a bajarse el pantalón. Entonces pude ver por primera vez sus preciosas piernas, casi sin vello. A medida que se desnudaba, Julián parecía un ángel; un hermoso ángel que Dios me había puesto en el camino para mi disfrute y placer. Yo no daba crédito a lo que tenía ante mí, y nuevamente me asaltaron las dudas sobre su edad. Aún a fuerza de parecer desconfiado y obstinado volví a preguntarle:

-Julián, ¿qué edad tienes?. Dime la verdad…

-Bueno, (dijo el muchacho), el mes que viene cumpliré los 18 años. Pero tío, ¡qué pesado eres con la edad…!

-Es que no quiero tener problemas, BB. No quiero dudar de ti, pero tu apariencia es de mucho menor. Ya se que algunos jóvenes pueden aparentar mucha más edad, e incluso parecer más jóvenes de lo que en realidad son, pero me quedaría muy tranquilo si pudiera ver tu documento de identidad.

Al muchacho pareció contrariarle mucho que yo dudara de él. Instintivamente y visiblemente contrariado se subió el pantalón, se enfundó su camisa y se disponía a marcharse. Yo no quería en modo alguno que se marchase así. Y no sólo eso; yo quería retenerle conmigo, aún sabiendo (o considerando) que podría tener dos, o incluso tres años menos de los que él decía.

-Por favor, por favor, tranquilízate Julián. Mañana, o cualquier otro día me enseñas tu DNI. Pero no hace falta que te pongas así… No te vayas, por favor; no te vayas…

El siguió vistiéndose y se dirigió hacia la entrada con la intención de salir. Casi sin despedirse, abrió la puerta y se marchó, murmurando algo que no entendí. Mejor dicho, no hubiese querido entender, porque me pareció escuchar:

-¡Viejo de mierda…!

Pero no estoy totalmente seguro de esto. Así que no quise creer que fueran aquellas sus últimas palabras de aquel día.

A la mañana siguiente y a mi hora habitual me dirigí a la clínica, obsesionado por encontrarme con el muchacho y tratar de limar asperezas, pero él no se presentó. Ni aquel día, ni al día siguiente ni el siguiente… Con cierto temor para no levantar sospechas pregunté a uno de los “fisios” por el muchacho, pero éstos me dijeron que no había vuelto al Centro desde el martes anterior, el mismo día de nuestro último encuentro.

Miles de incógnitas se amontonaban en mi cabeza; podría estar enfermo, o tal vez había surgido algo importante en su familia, o quizás, (y esta era la posibilidad que yo albergaba con más fuerza), no querría volver a verme. El caso es que el resto de la semana no volvió a aparecer por allí.

Mi cabeza seguía dándole vueltas al asunto y yo no podía apartar a Julián de mi pensamiento. Estaba obsesionado y necesitaba hablar con él, disculparme, decirle lo mucho que lo necesitaba, que lo echaba mucho de menos. No podía dormir, ni comer, estaba entrando en una segura depresión y yo mismo me preguntaba: Pero, ¿qué me ha dado a mi este muchacho?

Estaba dispuesto a seguir con aquella relación, aún a sabiendas de que si él era menor, podría causarme muchos problemas. Pero me costaba trabajo hacerme a la idea de que ya no volvería a verlo nunca. Y esa posibilidad me ponía enfermo. Rápidamente volvía a la cruda realidad: aquel ángel no era para mi, aquello fue un efímero sueño del que yo tenía que despertar; una ilusión fugaz que yo no debía alimentar por más tiempo… Y enseguida volvía a poner mis pies en la tierra.

Así pasé aquel un largo fin de semana, intentando ordenar mis pensamientos; distraerme con cualquier cosa; Internet, películas, lectura, música… Nada lograba evadirlo de mi mente. Estaba obsesionado con el muchacho, pero lo que más me dolía era que no había podido despedirme de él, ni siquiera un beso o un abrazo fraternal. ¡Nada!

Tampoco tenía su número de teléfono ni sabía donde vivía el chaval. Y aunque hubiese sabido su dirección, ¿con qué excusa me presentaría en su casa?

-Hola, soy el viejo verde que se ha estado acostando con su hijo…

Me parecía muy triste que aquella historia hubiese acabado así. Yo sabía que aquello no tenía ningún futuro, pero de ahí a terminar de aquel modo, había un largo trecho…

El lunes siguiente, mientras me dirigía al Centro de rehabilitación lo hacía rezando; ¡Sí, rezando! Y pidiéndole a Dios que me lo enviase de nuevo para poder despedirme de él y pedirle perdón. Realmente me sentía avergonzado de lo que había estado haciendo con este crío, aunque fuese con su consentimiento, pero algo dentro de mí me decía que aquello no estaba bien, y yo no estaba arrepentido. Aunque otra parte de mi ser trataba de justificarse, pues no había hecho ningún mal a nadie y -realmente- fue el muchacho quien me había provocado…

En estos pensamientos estaba cuando a lo lejos le encontré dirigiéndose a la clínica. Me apresuré hasta alcanzarlo y lo saludé.

-Hola Julián, ¿cómo estás? ¿Qué te ha pasado?

-Es que no tenía ganas de venir…

-¿Por lo del otro día?

-Es que…, estaba avergonzado. Me sentí pillado en una mentira y no sabía cómo reaccionar…

-Chaval, yo sospeché desde el primer día que tu eras mucho más joven de lo que decías… ¿Qué edad tienes?, dime la verdad.

-Tengo 15 años. Bueno, casi 16, los cumplo en noviembre…

Estábamos en agosto y aún le faltaban unos meses para cumplir los 16 años. ¡Por Dios…! Yo me asusté. Pero… ¿qué había estado haciendo? ¿Era yo un pederasta…?

Luego recordé que en televisión había visto un programa en el que un hombre de 40 años, había estado manteniendo relaciones sexuales con una muchacha de sólo 13 años. Y que -según la ley- aquello no era delito si la relación era consentida. Esto me tranquilizó un poco, pero, ¿quien decía que aquella relación era “consentida”? ¿Y si el muchacho me denunciaba y decía que se había visto obligado…?

Pero algo me decía que Julián no era de ese tipo de gente. Yo le veía como un muchacho formal e incapaz de una faena así. Fuera como fuese, este chaval me había absorbido el seso y me sentía como abducido hacia él. No hablamos nada más y entramos al Centro para hacer nuestra rehabilitación.

Julián se sentó en su sitio habitual y a mi me colocaron detrás de una columna, con lo cual yo no podía verlo desde donde me encontraba. Pasado un buen rato, él acabó sus ejercicios y, al pasar por delante de mi, me dijo:

-Te espero a la salida…

Yo no dije nada. No sabía qué hacer; por una parte, le deseaba con todas mis fuerzas. Pero por otra, seguía teniendo pánico ante cualquier problema legal. En los telediarios aparecían todos los días noticias de pederastia y violaciones de todo tipo, pero yo no era un pederasta ni un violador. Por otro lado, el muchacho era menor y yo, un tipo de 60 años, me estaba acostando con él… No dejaba de pensar en las posibles consecuencias que aquello pudiera tener.

Los minutos que pasaron hasta que acabó mi turno me parecieron eternos. Por fin pude salir de aquella clínica y allí estaba él, esperándome.

-Hola tío… ¿Qué vas a hacer ahora?

-¿Ahora?, irme a mi casa, como siempre.

Yo ya estaba liberado de compromisos laborales, pues hacía dos años que me había prejubilado de una gran empresa, y tenía todo el tiempo del mundo para mi. Además, había enviudado y mis hijos se habían independizado. Así que estaba libre como un gorrión.

Julián se quedó callado, como esperando una invitación mía. Yo le dije:

-¿Quieres venir…?

-Si tú quieres… (Dijo él)

-Vamos; tengo el coche aquí cerca…

Nos dirigimos al aparcamiento, nos metimos en el auto y nos dirigimos a mi casa. Una vez allí, ofrecí a Julián algo de beber o de comer. Julián me pidió una Coca-cola, (él sólo bebía esto), yo preparé un café y nos sentamos en el sofá del salón.

El muchacho estaba nervioso, pero yo lo estaba más. ¿Qué tenía que hacer yo ahora? Ahora ya sabía que Julián era menor; ahora ya sabía que estaba haciendo algo ilegal; ahora no iba engañado… ¿Qué debería hacer yo…?

Transcurrieron unos momentos y se produjo un gran silencio. Julián hacía como que miraba la televisión, y a mi me daba cierto pudor mirarle de frente… Por un momento nos miramos y fue entonces cuando el muchacho se abalanzó sobre mi y me dijo:

-Por favor, papi; ¡Fóllame!

Como si fuera un resorte, mi polla se puso en un instante dura como una piedra. Yo comencé a besarlo frenéticamente, con un deseo incontrolable por poseerlo. Mi lengua buscaba su lengua con ansiedad, y él me ofrecía sus carnosos labios al tiempo que me susurraba:

-¡Papi..., papi.., te quiero...!

Comencé a desabrocharle la bragueta, a bajar su pantalón, a levantar su camisa y a buscar su polla con frenesí. Aquella polla gruesa y hermosa, que apenas cabía en mi boca…

-Vamos a la cama, (me dijo)

-Si, vamos…

Él me dijo que se había duchado antes de ir a la clínica, y yo había hecho lo mismo antes de salir, por lo que nos desnudamos y directamente nos metimos en la cama. Esta vez a plena luz, sin tapujos, sin penumbras… Allí lo estaba viendo cuán hermoso era. Yo era consciente de que estaba haciendo algo “prohibido”, pero no me importaba. Lo único que importaba era aquel momento, y cualquier precio que hubiese tenido que pagar, bien hubiese merecido la pena.

Yo le dije:

-Julián: no te voy a follar…; te voy a hacer el amor, ¿comprendes?

-Hazme tuyo, mi amor; hazme tuyo…

Juntos en mi cama, comencé a lamer todo su cuerpo, desde los pies a la cabeza, deteniéndome en cada pliegue de su piel. Pasé mi lengua una y otra vez por sus piernas, llegué a sus genitales, le pedí que se voltease y comencé a lamer su culito desvirgado por mi, metiendo mi lengua en su ano, mientras él gemía de gusto… Seguí recorriendo su cuerpo con mi lengua por toda su columna vertebral, hasta llegar a la nuca. Besé su cuello y sus orejas, al tiempo que mis manos acariciaban cada rincón de su cuerpo…

Luego se dio la vuelta y comencé a chupar sus huevos, mientras él seguía gimiendo. Agarré su polla y me la tragué entera, cuidando que no se corriera, pues quería prolongar aquel momento maravilloso hasta el máximo. Nadie puede imaginar que cosa más dulce era este muchacho y cuán halagado me sentía yo al poder hacerlo mío…

Después solté aquel riquísimo falo y continué haciéndole un lamido por el pecho hacia sus pezones. Yo los mordía con suavidad para no hacerle daño, entre uno de mis labios y mis dientes. El seguía gimiendo de placer al tiempo que susurraba:

-¡Fóllame, papi…! Por favor, ¡fóllame!

Entonces busqué su lengua con mi lengua, hasta introducir la mía hasta lo más profundo de su garganta, casi hasta ahogarlo. Mientras, mis dedos, previamente lubricados, se introducían por su ano en movimientos circulares, con el fin de que el chico se dilatase lo suficiente para poder penetrarlo.

Cuando consideré que se había relajado lo suficiente, embadurné mi polla con lubricante, esta vez sin condón, y me dispuse a entrar dentro de él…

Así, acostado sobre mi cama, mirando hacia el techo, levanté sus piernas por encima de mis hombros, y coloqué mi verga a las puertas de su culito, al tiempo de daba suaves embestidas, cada vez más dentro, hasta la total penetración. Una vez así, lo incorporé hacia mí y volví a besarlo, mientras mi polla latía dentro de sus entrañas. Con nuestras bocas unidas y mi pija dentro de él, comencé a moverme suavemente, al ritmo de la música sensual que yo había preparado al efecto. Recuerdo que aquella canción era, “Je t’aime, moi non plus” . Un tema musical que sonó mucho por los años 60/70, cuya grabación se había realizado mientras un hombre y una mujer hacían el amor. Una canción que la censura de aquellos años había prohibido.

Al mismo tiempo que sonaba esta música, yo embestía con mi verga, una y otra vez dentro del muchacho. Y con cada embestida, Julián emitía un profundo gemido, mezcla de dolor y placer, pero su gesto me invitaba a seguir, al tiempo que decía:

-¡Dame tu leche…, dame tu leche…!

Como no me había colocado el preservativo, yo no quería eyacular dentro de Julián, pero él insistía…:

-¡Papi; quiero tu leche! ¡Dame tu leche, por favor…!

No pude prolongar ni un segundo más aquella excitación, y solté aquella carga de semen que se había acumulado en mis genitales en los últimos días. Creo que fue una descarga poco usual, pues yo sentía cómo brotaban de mi polla -una y otra vez- verdaderos chorros de leche contenida.

Mientras esto sucedía, Julián tampoco pudo prolongar más el momento, y su miembro comenzó a escupir el rico elixir que se había concentrado en sus huevos. No podría describir con exactitud aquel momento tan sublime de placer. Solo se que nunca en mi vida había disfrutado tanto; ni con hombres ni con mujeres… Aquella sensación estremecedora que recorrió todo mi cuerpo, de la cabeza a los pies, nunca he vuelto a sentirla.

Luego nos metimos en el baño, jugamos un poco en la ducha y nos vestimos. Julián me pidió que le acercase a un centro comercial donde había quedado con unos amigos, y allí nos despedimos.

A la mañana siguiente esperaba encontrarlo en la clínica, pero Julián no apareció y esto me inquietó un poco. Yo pregunté al encargado por si le quedaban muchas sesiones, pero éste me dijo que el muchacho había terminado su tratamiento el día anterior y que -de momento- no lo esperaban por allí.

Aquello me produjo una sensación igual que si me hubiesen echado de pronto un cubo de agua helada sobre mi cuerpo desnudo. ¡Qué canalla!, ¿Cómo no me dijo nada cuando nos despedimos?

No tenía su dirección; no tenía su teléfono…, No tenía ¡NADA!

Y aunque lo tuviese, ¿qué iba a hacer yo? ¿Presentarme en su casa, sin más? ¿Llamarlo por teléfono, y quizás- comprometerlo? Yo no podía hacer nada... Nada más que olvidarme de él. Algo muy difícil para mi, pero que tenía que lograr a toda costa. Aquella “fruta prohibida” no era para mi y yo era consciente de ello.

Nunca más volví a verlo, hasta que hace unas semanas nos cruzamos frente por frente en una concurrida calle de la ciudad. Julián iba cogido de la mano de una muchacha un poco más joven que él, y supuse que era su novia. Cuando me vio acercarme, el muchacho desvió su mirada para no encontrarse con la mía. Obviamente me había visto, pero me ignoró totalmente, y yo le comprendí. Se había dejado crecer la barba, y se había convertido en todo un hombre, aún más guapo y apuesto que cuando yo le conocí.

Hace ya cuatro años de esta historia, y todavía hoy, me enciendo al recordarla. Porque fue una historia muy bonita de amor y pasión. Algo que para mi estaba prohibido por la ley, pero que mis sentimientos y mi corazón me impedían negármelo a mí mismo.

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