Julián D. (historias de una escort 1)

Y es que yo me dedico a trabajar como acompañante profesional, eso sí, de forma independiente, sin pertenecer a ninguna agencia ...

Julián D (Historias de una escort 1)

  • Si, dígame.

  • ¿Ana S.?

  • Sí, quién es?

  • Me llamo Julián D, mi amigo Daniel F me ha dado su teléfono, necesito sus servicios.

  • Usted dirá.

  • Deseo contratar sus servicios para el sábado 27 de este mes.

  • Puede ser, mi agenda está libre para ese día. ¿Cuál es el programa?

  • Desearía que me acompañara a la ópera a las 21.00, luego iríamos a cenar, a tomar una copa y al final me gustaría invitarle al desayuno en mi hotel.

  • Me parece bien, la tarifa es tanto.

  • De acuerdo, se lo pagaré con antelación.

  • Muy bien, ¿alguna cosa especial?

  • Me gustaría que se pasase por la tienda de moda y complementos "El salón", situada en la calle S. número 134, mi amiga Ángela le dará todo lo que necesite.

  • Calle S. número 134, "El salón", dueña Ángela.

  • Correcto, ¿Donde la recogeré?

  • A las 8.00 en la cafetería del hotel R.

  • De acuerdo, allí estaré.

  • ¿Hace falta que le mande por fax o e-mail el documento de confidencialidad?

  • No, no hace falta, me fío de su palabra.

  • De acuerdo, entonces le espero a las 8.00 en la cafetería del hotel R el viernes 27 de este mes.

  • Allí la veré, hasta entonces.

  • Hasta entonces.

Colgué el teléfono, un nuevo cliente, por lo que ha dicho, parece lo habitual, salvo por lo del desayuno en su hotel, lo demás es lo normal en mi actividad.

Y es que yo me dedico a trabajar como acompañante profesional, eso sí, de forma independiente, sin pertenecer a ninguna agencia, ya trabajé para una agencia y no acabé de estar satisfecha. El trabajo me gusta pero prefiero organizarme yo a que me organicen otros, claro que esto tiene sus inconvenientes y sus ventajas. Además, el hecho de ser independiente me da cierta libertad, y es que las agencias de acompañantes profesionales, por principio, impiden a sus trabajadores tener sexo con los clientes, y eso a mí no me importa.

En realidad, yo me siento como una geisha occidental, pero sin la ceremonia del té, intento ser la acompañante perfecta, educada, buena conversadora, leal a mi cliente, etc. Por supuesto no puedo ni quiero divulgar nada de lo que me entere cuando estoy trabajando porque, entre otras cosas, dejaría de tener trabajo.

Y no me va nada mal, después de unos años en esto, estoy bien considerada, y clientes no me faltan. No tengo tarjetas ni hago publicidad, no aparezco en la guía telefónica ni en páginas de periódico, mi número profesional va de un cliente a otro, y siempre pido a un cliente nuevo que me diga quien le ha dado mi número. Seguridad, puesto que me juego el cuello.

En este caso todo parece lo habitual, por lo que hemos hablado, Daniel F, que es un cliente conocido, le ha dado mi teléfono a este caballero, Julián D para que me contrate en un, aparente, trabajo habitual: un caballero que desea no estar sólo una noche de teatro, cena y baile.

En estos casos, el cliente pide que su acompañante, además de ser bella y lucir bien, esto se supone siempre y, además, en mi caso es cierto porque a mis treinta y pico cortos poseo buen físico que mantengo con ejercicio habitual y cierta belleza natural, tenga cierta cultura, yo la tengo gracias a mis estudios de filosofía y letras y geografía e historia, aparte de ser una habitual de exposiciones, teatro, ópera, etc, sea buena conversadora, educada, modales exquisitos, inteligente etc., y si hay baile, que sepa bailar. Además hablo varios idiomas y trato de estar al día de las noticias del mundo, economía y hasta deporte. En resumidas cuentas, estoy siempre preparándome.

De la conversación puedo deducir algunas cosas, primero que es un caballero que no vive en M., por su tono deduzco que es de B., segundo que conoce muy bien M., tercero que tiene cierto estatus social, ya que conoce tiendas de la calle S., una de las más caras, cuarto que está de viaje de negocios que le obliga a estar el fin de semana o que lo está para aprovechar la agenda cultural.

Dos cosas me intrigan, una está bastante clara: lo del desayuno es una invitación cierta a terminar la noche en su cama. La otra es lo de acudir a la tienda de ropa. Es habitual que, en un servicio de acompañamiento, según sea el trabajo, haya que vestir de una manera u otra, también que el cliente exija cierta ropa, por eso siempre pregunto por si hay algo especial en el encuentro. Seguro que desea que vista de cierta manera o cierta ropa y por eso me manda a la tienda. Ya veremos.

  • Buenos días- dije al entrar en la tienda.

  • Buenos días- me contestó la dependienta, una señora en la cincuentena, que parecía muy agradable.

  • ¿Doña Ángela?- pregunté.

  • Yo soy, ¿Usted es la señorita Ana S.?- preguntó a su vez.

  • En efecto. Don Julián D me recomendó venir.

  • De acuerdo, veamos ¿usted tiene una talla 38, no es así?

  • Si.

  • Veamos- se dirigió a un anaquel de ropa, eligió un vestido y me lo trajo- Pruébese éste, creo que le irá bien.

El vestido era de marca y caro según vi en la etiqueta rápidamente. Entré en el probador, el vestido era corto, de color negro, entallado en la cintura, con pedrería, no muy profusa, en la parte superior, con escote casi palabra de honor, y digo casi porque tenía dos tirantes finos, la falda lisa, de tacto y aspecto sedoso hasta medio muslo. Me quedaba muy bien, cosa que no me sorprendió ya que tengo buen tipo y la dependienta mejor ojo, como quedó evidenciado cuando salí del probador y me vi en los espejos.

  • Me queda muy bien- dije.

  • Seguro que a don Julián también le agrada- me contestó- ¿qué pie calza?

  • Un 38- respondí, se acercó a la zona del calzado, eligió un par y me los trajo.

  • Pruébese estos.

Eran unos zapatos de tacón clásicos, negros, por supuesto, cerrados y sin adornos, bonitos y caros también. Me los puse de pié y, sorpresa, me quedaban bien y, sobre todo, eran cómodos.

  • Está usted muy elegante- me dijo.

  • Usted que tiene buen ojo- contesté.

  • Un par de detalles, utilice un sujetador sin tirantes, ¿que talla usa?

  • Una 90 de copa B.

  • Tenga- me dijo dándome una caja de un conjunto bragas y sujetador como los que decía.

  • Gracias- dije.

Se dirigió a al parte de complementos y vino con algo.

  • El conjunto no pide complementos muy aparatosos, yo me pondría este conjunto de pendientes y collar, nada de anillos o brazaletes, tenga, pongaselos- me dijo tendiéndome un par de bonitos pendientes ¿con un diamante? Y un collar a juego ¿con otro diamante?

Al ponérmelos comprobé que doña Ángela tenía razón, el conjunto completo resultaba muy elegante con el vestido y los zapatos.

  • Si lo completa con este bolsito- y me sorprendió con un pequeño bolso de mano como de fiesta, que combinaba muy bien con el vestido- el conjunto estará completo.

  • Pues tiene usted mucha razón, me encanta todo el conjunto.

  • Seguro que a don Julián también. Y un consejo, querida, no cambies mucho el peinado, tal como tienes el pelo, te favorece más que otro estilo.

Naturalmente, el consejo daba en el clavo, ese día llevaba el pelo como me es habitual y cómodo, es decir, mi media melena de pelo castaño lacio con flequillo, casi un clásico intemporal pero que a mí me gustaba.

En el probador me quité el vestido y los complementos, y me puse la ropa que traía. Acerqué todo a la caja dispuesta a dejar un pico de mi dinero pero me llevé una pequeña sorpresa (aunque ya pensaba que fuera a ser así) cuando doña Ángela dijo:

  • Está pagado ya, don Julián ordenó cargarlo a su cuenta.

  • Vaya, le tendré que agradecer mucho a don Julián.

  • Ya verá que es una persona especial. Pos cierto y antes de que se me olvide, este sobre es para usted, y esta cajita también. Don Julián me pidió que le dijera que llevara puesto lo que hay dentro.

  • Gracias por todo.

  • Gracias a usted, querida. Páselo bien.

En el taxi que me llevó de vuelta comprobé que el sobre contenía el pago acordado por mis servicios. En casa abrí la cajita, contenía una especie de vibrador parecido a un falo con una extensión que, estaba segura, se dedicaba a masajear el clítoris de la mujer que lo llevara. Naturalmente me lo puse, comprobando la primera impresión, la extensión conectaba mi clítoris con el vibrador. Comprobé que tenía pilas y lo activé, pero no sucedió nada, seguro que es uno de esos vibradores con mando a distancia que hay. Y estaba segura que el mando lo tendría mi acompañado.

La cosa se ponía interesante, un caballero que desea que vaya vestida de cierta manera y con un vibrador bajo su mando puesto. Esto parecía tener varias explicaciones, la primera es que el caballero en cuestión deseaba que la dama, yo, tuviera excitaciones sexuales seguro que en público ¿hasta el orgasmo? Casi apostaría que si, por lo que tendría que hacer gala de todo el autocontrol del que fuera capaz. ¿se trataría de un depravado? Eso lo descartaba, pues ¿qué depravado se gastaba el dinero que este caballero ya se había gastado? ¿quizá fuera impotente y el vibrador era para satisfacer a la dama? Demasiados interrogantes.

El día en cuestión llegó, me puse el vestido y los complementos, aderezado con mi peinado habitual y el perfume que nunca falta a una acompañante. El maquillaje discreto, sólo la máscara de pestañas, un trazo negro sobre el ojo y algo de sombra, lápiz de labios coral y uñas pintadas del mismo tono. El espejo de cuerpo entero me devolvía la imagen de una mujer elegantemente seductora, una vez más comprobé el buen gusto de la mujer de la tienda y sus sabios consejos. En el bolso eché, aparte de lo habitual que podía tener para retocar el maquillaje si llegaba el caso, y la carterita con mi documentación y un poco de dinero suelto para taxis, un par de preservativos por si acaso, uso un DIU para prevención de embarazos, pero no está de más una doble prevención. Por supuesto llevaba el vibrador y activado, no era muy incómodo andar con él metido en mi sexo ni se notaba nada desde fuera.

Estaba en la cafetería del hotel R con cierta antelación, en mi profesión nunca se puede llegar tarde, acodada en la barra tomando un refresco y sintiendo que era el centro de todas las miradas, cosa que no deseo ya que mi trabajo es, sobre todo, ser discreta.

Apareció el tal don Julián, un caballero cincuentón, elegantemente vestido con un traje de color gris claro, camisa azul pastel, corbata, un pañuelo en el bolsillo de la chaqueta, y bien parecido, casi como un galán de cine. Seguro que hacíamos una pareja envidiada.

  • ¿Eres Ana S?

  • Yo soy ¿es usted Julián D?

  • El mismo, pero tutéame, si vamos a pasar juntos un buen rato, mejor nos tuteamos.

  • Como prefieras- y nos dimos un par de besos de presentación.

  • ¿Nos vamos? Tengo un taxi a la puerta.

  • ¿Qué ópera vamos a ver?

  • La flauta mágica, ¿la conoces?

  • La vi hace unos años con P.D. En el papel de Tamino, a veces la pongo en el equipo de música de casa.

  • Es mi preferida, así que no quería dejar pasar la ocasión de asistir a la representación, además he leído que este montaje es novedoso y los cantantes especializados en Mozart.

  • Espero que la cantante de las arias de la reina de la noche estén a la altura de la obra.

En estas conversaciones abordamos el taxi, llegamos al teatro de la ópera, entramos y fuimos al patio de butacas, no me sorprendió que las butacas fueran de las mejores.

La cosa empezó con el primer aria de la soprano, cuando la orquesta atacaba los primeros compases, noté que el vibrador empezó a funcionar. Ya había usado vibradores, pero este, debido a la extensión clitoriana era algo especial, pues no sólo vibraba dentro de la vagina sino que en contacto directo con mi clítoris. Mi excitación sexual empezó como una pequeña ola para ir subiendo. Varias cosas sucedían a la vez: la soprano cantaba un aria que siempre me ha emocionado, Julián ponía su mano en mi muslo para notar mis reacciones, el vibrador atacaba sin piedad mi clítoris y yo trataba de controlar mis reacciones. El orgasmo llegó en el culmen del aria, pero sólo se manifestó en un ligera sacudida de mi pierna, un respirar más acusado y un leve lamento. No es que fuera un orgasmo pobre, es que tengo mucho autocontrol, de forma que mi reacción total parecía ser la normal de alguien que se emociona con la ópera. El vibrador se apagó, pero dejó un reguero pequeño de flujo en mis bragas. Julián me dio un leve golpe caricia en la pierna y retiró la mano ¿prueba superada?

En el descanso sólo comentábamos la obra, la espectacularidad del montaje, la calidad de las voces, etc.

En la segunda aria, que me gusta más que la primera, se repitió lo anterior. El orgasmo fue mayor, pero sólo se manifestó en una lágrima que me salió, aparte de lo que ya he dicho. Y las bragas volvieron a humedecerse.

La ovación final vino acompañada de otra actuación del dichoso vibrador. Esta vez, y aprovechando el ruido de los aplausos, deje escapar un gemido audible por mi acompañado, que me miró sonriendo.

Antes de irnos del teatro, me pasé por el servicio ¿porqué no habría metido otras bragas en el bolso? Las que llevaba estaban bastante mojadas, y la noche sólo había empezado.

  • Al restaurante C- dijo Julián al taxista- Querida ¿te ha gustado?

  • Si, todo, incluso lo especial.

  • Me alegro.

No me sorprendió nada que en el restaurante estuviéramos en un reservado, seguro que el dichoso aparatito funcionaría de nuevo.

No me equivoqué, la comida elegida por Julián resultó tan apetecible como la conversación que sostuvimos. Mi compañero activó el vibrador entre el primer y el segundo plato y en el postre. Mi autocontrol fue eficaz en ambos casos, incluso me permití un guiño mientras saboreaba una cucharada de helado de la manera más erótica que pude lograr mientras me corría y le miraba a los ojos.

La verdad, estaba deseosa de que fuéramos a su hotel, empezaba a estar harta del dichoso aparato, del mando a distancia y de la madre que lo parió. Pero el cliente manda, en este caso en todos los sentidos, y, luego del restaurante, fuimos a una especie de discoteca que no conocía donde iba gente madurita a bailar música y bailes de salón.

Pedimos un par de copas, nos aposentamos en una mesa poco tiempo pues al cabo sonó un pasodoble y salimos a bailar. No bailaba nada mal desde luego. Bailamos largo rato unos cuantos bailes. En uno más lento, aprovechando que estaba recostada sobre él, activó el cacharro. Esta vez me dejé ir, las copas, la noche, la compañía. Alcancé la cumbre rápidamente, me estremecí, le susurré el gemido, ¿o fueron varios? Al oído, me dejé caer en sus brazos. Él comprendió y decidió.

  • ¿No vamos?

  • Estoy deseándolo.

Salimos en busca del taxi de turno.

  • Al hotel E.

Por el retrovisor vi que el taxista nos miraba y se decía, o al menos eso pensaba yo, "vaya suerte que tiene el vejestorio con esa tía tan buena que lleva a su lado y mírala como se echa sobre él", le sonreí.

Llegamos al hotel, Julián pagó la carrera y fuimos al ascensor, subimos en silencio. Entramos en una suite de lujo, a estas alturas nada me sorprendía. Dejé el bolso en la entrada.

  • Mira que vista se ve desde el balcón- me dijo.

Le hice caso, salí al balcón, me apoyé en la barandilla y contemplé la ciudad desde lo alto. Julián se situó a mi espalda.

  • Me encanta esta vista- dijo, palpó la falda del vestido, la levantó, yo le dejaba hacer. Bajó mis bragas hasta medio muslo, separé las piernas.- esto ya no hace falta- dijo sacándome el vibrador de mi sexo. "uff, que alivio" pensé.

Estuve un instante así, apoyando las manos en la barandilla del balcón, las piernas separadas y mis bragas a mitad de los muslos, la falda en su sitio. Sentía a Julián detrás, separado pero que movía algo. Noté que volvía a levantarme la falda "ahí viene" pensé, me relajé un poco y noté su pene empujando la entrada de mi vagina. "Me va a follar desde atrás", separé las piernas más, incliné el cuerpo hacia adelante para facilitar la entrada, esta postura para follar me ha gustado siempre. La poya entró sin dificultad, ya que yo estaba muy húmeda, me agarró por la cintura y empezó a bombear. Yo jadeaba, me gustaba. Tenía una poya grande, larga y gordo "vaya con el caballero". Él controlaba el ritmo, a veces lento, otras rápido, jadeaba pero no mucho. Me acercaba a la cima, que gusto, …..

  • Me corro, me corro- dije abandonándome al orgasmo fuerte, violento, placentero. Gemí muy fuerte, temblé toda entera, me hubiera caído al suelo de placer de no haberme estado sujetando por la cintura.

Él no había acabado, pero la sacó para voltearme, y me alzó en brazos, me dejé hacer. Nos metimos en la habitación y me depositó en una mesa. Entendí lo que quería, me tumbé de espaldas, me quitó las bragas totalmente, separé las piernas dispuesta a recibirle otra vez y me subí la falda del vestido. No esperé nada, se situó frente a mí, apuntó la verga a mi umbral y me penetró. Me asió por los tobillos para elevar las piernas y volvió a bombear. Estaba yo tan caliente que no tardé en correrme otra vez. Él no cesaba de bombear, penetrándome con su largo miembro hasta que se corrió, de repente paró un instante, gimió, y siguió metiéndomela con más rapidez.

Cayó rendido encima de mí, yo más agotada que él, totalmente satisfecha como mujer, pero la cosa no acababa aquí.

  • Ven- me dijo tras unos momentos de descanso- vamos a la cama.

Se levantó de mí, observé que sólo se había abierto la bragueta para sacar su miembro. Me ayudó a levantarme, asió mi mano para dirigirme al dormitorio. Allá llegamos.

  • Déjame que te desnude- le pedí.

  • Adelante, hazlo.

Primero le dí, o mas bien nos dimos, un beso, largo, húmedo, totalmente saboreado por los dos. Le desabroché la chaqueta, que cayó al suelo. Otro beso. La corbata se desanudó casi sola, los botones de la camisa respondían a mis dedos, tenía un torso ligeramente velludo, ataqué sus tetillas con mi boca al tiempo que le quitaba la camisa.

Se descalzó antes de que nos diéramos otro beso. Procedí a abrir la hebilla del cinturón, desabrochar el botón del pantalón y dejarlo deslizar por sus piernas. Un paso y el pantalón quedó en el suelo. El calzoncillo siguió el camino del pantalón. La poya había perdido fuelle después de lo de la mesa, pero estaba segura de que recobraría su esplendor. Le empujé suavemente a la cama, se sentó en ella y luego se tumbó. Los calcetines desaparecieron un instante más tarde. Le contemplé un instante, cuerpo bien formado, nada de grasa, vello ligero pero blanco. Me sonreía.

Ataqué la poya con mi boca, primero la así con la mano para levantarla, besar y chupar el capullo, cuando noté que se iba levantando, abrí la boca para metérmela dentro, en un movimiento de chupada profunda. Cuando alcanzó el tamaño pleno, el glande tocaba mi garganta al llegar al fondo de la mamada. Le hice gemir. Chupé y chupé. Cuando estuve segura de que estaba completamente erecta, me separé, en dos patadas me descalcé, una mano a la espalda para bajar la cremallera del vestido, que cayó al suelo. Otra mano para soltar los corchetes del sujetador.

Desnuda me puse de rodillas y me empalé en su verga. Esta vez era yo la que bombeaba, una y otra vez, arriba y abajo, adelante y atrás. Me contenía porque podía correrme en cualquier momento pero deseaba darle placer antes. No lo conseguí, no tuve oportunidad, me corrí gritando, buscaba su placer y obtuve el mío. Caí desmadejada sobre él, sin resuello.

Se revolvió dejándome boca abajo, para luego situarse encima de mí. Me invitó con un gesto a ponerme a cuatro patas, separé las piernas otra vez, y me penetró desde atrás, con su verga tiesa llenándome la vagina. Esta vez sus manos se situaron en mis pechos, para acariciarlos, mesarlos, pellizcarlos, juguetear con los pezones mientras me follaba. Esta vez se corrió él antes que yo que, inevitablemente alcancé el climax.

No pude más y me desplomé cuando sacó la poya goteante de mi extremadamente mojado sexo. Debí de ponerme de lado y dormirme al instante, pues no recuerdo nada más hasta que abrí los ojos y percibí que estaba desnuda, tapada con la sábana y la luz de la mañana entraba por le ventana.

  • Buenos días, Ana- dijo Julián a mi lado vestido con un albornoz- voy a pedir el desayuno ¿qué te apetece?

  • ¡Que me folles otra vez!- contesté retirando la sábana para dejar mi bonito cuerpo al descubierto y abrirme de piernas dispuesta a recibirle otra vez.

No se hizo esperar, se despojó del albornoz, dejando ver su poya erecta. Se echó sobre mi, invadiendo mis senos con su boca y manos, magreó, chupó, acarició, lamió y mordió todo lo que quiso, incluso mientras se dedicaba a mis tetas, deslizó una mano a la entrada a la gruta para explorarla. Yo me sentía otra vez transportada al placer.

Finalmente me penetró de un golpe, hundió la verga hasta la raíz. Bombeó con ritmo diferente, a veces rápido, a veces lento. Me corrí al cabo de un rato, pero él no cejaba en el bombeo. De repente paro sólo un instante, supe que se corría antes de que siguiera moviéndose y me inundara el interior. Fue fantástico.

Debí de dormirme otro poco porque me volvió a despertar con otro beso.

  • Buenos días de nuevo, ¿ahora si te apetece el desayuno?

  • Si, pero antes déjame que me duche.

Fui al cuarto de baño, desnuda, sabiéndome admirada. Tomé una ducha completa, excepto el pelo, que no me lo lavé. Salí y me puse un albornoz que había colgado en una percha.

El desayuno estaba servido en la mesa de anoche, Julián me esperaba. Tomé asiento y me serví un café. Charlamos.

  • ¿te ha gustado?- me preguntó.

  • Claro que si, también espero que tu lo hayas pasado bien.

  • Fue una soberbia velada, y el despertar también- Me dijo.

  • ¿puedo preguntarte ...- empecé.

  • Puedes, pero no tendrás respuesta- me interrumpió.

  • Entonces no pregunto.

  • Me he tomado la libertad de guardar tu ropa de anoche en esa bolsa- una bolsa idéntica a la que me dio doña Ángela en la tienda- sobre la cama te he dejado otra ropa más adecuada para una mañana.

Vaya con el caballero, sorpresas hasta el final. Efectivamente, en la cama había un conjunto de sujetador y braga blanco, de marca y muy lindo, un vestido también blanco, largo, de tirantes anchos. Una caja de zapatos con un par de bailarinas también blancas y un bolso a juego. Todo el conjunto olía a la tienda, seguro que cuando salí de aquella tienda, doña Ángela eligió todo esto y se lo hizo llegar a Julián.

Por supuesto, todo el conjunto me sentaba de maravilla, así que salí vestida del dormitorio, de la noche sólo conservaba el collar y los pendientes. Entré en el servicio para maquillarme un poco. Salí al salón ya preparada para irme.

  • Muchas gracias por todo- me dijo.

  • Gracias a ti.

Nos dimos un par de besos de despedida, tomé la bolsa y me fui de la suite a mi casa. Allí comprobé que en la bolsa no sólo estaba el vestido, los zapatos y mi ropa interior de la noche, sino también el dichoso vibrador y su mando. Me lo puse y lo hice funcionar.

Ana del Alba