Julia y su afición 1 de 3
Julia descubre una nueva afición. Sus compañeros de piso están encantados.
Estaba muy preocupada. Entre la enésima avería del coche, la compra de varios libros para la facultad y mi escasa capacidad para ahorrar, no tenía dinero para comprar regalos para mis amigos. Llevábamos viviendo juntos dos años, desde que nos habíamos trasladado a la capital para ir a la universidad. Los cuatro nos conocíamos desde la infancia y estábamos tan unidos que ni siquiera nos llegamos a plantear hacerlo de otra manera. En cuanto cumplimos la edad buscamos un piso de alquiler cerca de la facultad y nos mudamos. Primero Luis, Juan y yo. Luego, al siguiente año se sumó Goyo, el hermano de Luis. Ciertamente a mis padres no les pareció nada bien que viviera con chicos, aunque fuéramos amigos íntimos y conocieran de sobra a sus padres, pero me reí de sus objeciones y terminé convenciéndolos.
Les expliqué que entre nosotros nunca había habido nada ni lo iba a haber, que nuestra relación era de una gran amistad y punto. No les conté, claro, que Luis me besó en unas fiestas del pueblo ni que Juan se me declaró cuando teníamos diecisiete años, no me pareció relevante que lo supieran. Ambas cosas habían quedado atrás y ni me había vuelto a besar con Luis ni Juan insistió cuando le expliqué que le quería como amigo y nada más.
Yo había tenido dos novios, ellos tuvieron novias, y nuestra relación se quedó en lo que quería que fuera : una grandísima amistad.
Actualmente compartíamos piso, salíamos juntos de fiesta algunas veces, pero luego cada uno tenía sus amistades y hacía su vida por su cuenta. Juan y yo habíamos elegido la misma carrera e íbamos juntos a clase, también a menudo estudiábamos juntos. Los cuatro intentábamos cenar en el piso y compartir ese rato, que al final resultaba ser el mejor momento del día. Yo me metía con la novia de Luis y llamaba yogurín a Goyo, ellos me atacaban diciéndome que me iban a salir telarañas en la entrepierna por falta de uso, yo advertía a Juan de que se le iba a caer la pichula a cachos como siguiera metiéndola en cualquier agujero… En fin, pasábamos un rato divertido en paz y armonía, jajaja.
Pero a lo que iba, faltaban tres días para nochebuena y no les había podido comprar nada. El día de nochebuena nos volvíamos al pueblo para estar cada uno con su familia, así que la noche anterior íbamos a hacer una cena especial para celebrar los cuatro junto la navidad. Bueno, los cinco, porque Estela, la novia de Luis, se había apuntado. Estela no me caía ni bien ni mal, me parecía un poco sosa, eso sí, pero a Luis le gustaba y yo no era quién para decir nada. Estaba muy centrada en sus estudios y en sacar buenas calificaciones y salía poco. Cuando salía vestía de forma muy recatada, casi estilo abuela, lo que me había servido en numerosas cenas para cachondearme de mi amigo.
Pensando en la discreta forma de vestir de Estela tuve una idea. ¡Caray! Seguro que a los chicos les gustaba el regalo, pero no, no me parecía apropiado, ya encontraría alguna otra cosa o me buscaría la vida de alguna manera.
El último de clase antes de la vacaciones se me pasó volando. Me despedí de los compañeros de clase hasta la vuelta en enero y por la noche salí con varias amigas para celebrar una última fiesta.
Entre las copas del día anterior y las vacaciones no tuve prisa y me levanté tarde. Salí de la habitación en pijama buscando mi café de la mañana, hasta que no me tomaba el primero no era persona. Luis y Juan estaban sentados en la mesa de la cocina, pero no me dirigieron la palabra, sabían que tenía que tomarme el café antes de siquiera contestar. Mientras lo preparaba noté cómo me miraban. Era una cosa que me chocó mucho al principio de vivir con ellos y me costó acostumbrarme. Los dos me explicaron que no lo podían evitar, era algo masculino, un instinto o algo así por encima de sus fuerzas. Ya no me afectaba que recorrieran mi culo con la mirada o repasaran mis tetas sin sujetador bajo el pijama. En tanto tiempo conviviendo yo los había visto en ocasiones desnudos y ellos a mí alguna vez en ropa interior, aunque cuidaba mucho de no enseñar más de lo debido porque no quería malos royos. Actualmente me hubiera preocupado si no me miraran, sería señal de alguna enfermedad o desequilibrio mental, jajaja.
—¿Anoche saliste de fiesta? — me preguntó Juan cuando me senté con ellos después de beber ávidamente medio vaso de café.
—Un poco, pero no volví muy tarde, no como otros.
—Cariño, que era la última noche — contestó Luis.
—Si haces bien, en el pueblo no habrá mucho que hacer de todas maneras — repuse.
—Es verdad, si les digo a mis padres que quiero salir en nochebuena me desheredan — dijo contrito Juan.
—Son otras costumbres, pero la familia es la familia — dije.
—En eso tienes razón.
Estuvimos un rato charlando hasta que salió el tema maldito.
—Bueno Julia, ¿qué me vas a regalar? — me preguntó Luis —. ¿Un coche nuevo, un viaje en crucero, un Rolex?
—Si a él le regalas un Rolex yo quiero un Omega - se sumó Juan.
—No os preocupéis que os va a gustar — Sí, como no me encontrara un maletín de dinero les iba a tener que hacer un dibujo como les hacía a mis padres en primaria.
—Eso espero Julia, yo te he encontrado el regalo perfecto — contestó Luis ufano.
—Bueno, me voy a la ducha.
El resto de la mañana me estrujé las meninges buscando una solución, pero fui incapaz. Cada vez me parecía más atractiva la idea que tuve, sobre todo porque era gratis, pero en cuanto lo pensaba un poco lo descartaba. Después de comer salí a dar una vuelta al centro comercial cercano a ver si se me encendía la bombilla, pero cuando volví por la noche seguía en las mismas. En fin, tenía la mañana del día siguiente para encontrar algo adecuado.
Pues nada. Pero nada de nada. Íbamos a cenar en tres horas y no tenía nada que regalarlos. Los chicos estaban en el salón, Estela llegaría para la cena y yo sin saber qué hacer. Me metí en mi habitación y me senté en la cama. ¿Qué hago? ¿Cómo no voy a regalarles algo a los pobres? Acepté y deseché la estúpida idea que tuve días atrás varias veces. ¿Cómo iba a ser capaz? ¿Y si estropeaba lo que tenía con los chicos? ¿Sería apropiado? Suspiré derrotada. Los había dicho que les iba a gustar y ahora, por culpa de mi bocaza, tendría que cumplir. Si les hubiera explicado que no tenía un duro para comprarles nada lo hubieran aceptado y no se hubiera vuelto a hablar del tema, pero no.
Resignada me senté en mi escritorio y escribí unas líneas en una tarjeta, la metí en un sobre y lo cerré. En el destinatario puse : Luis, Juan y Goyo. Feliz Navidad. Lo dejé a un lado y me desnudé, me puse un delicado tanga rojo de encaje, un pantaloncito muy corto, tanto que insinuaba el comienzo de mis nalgas y una ajustada camiseta de spandex que no me había puesto nunca porque me estaba pequeña. Sin sujetador. La pedí por error por internet y como era tan barata me la quedé en vez de devolverla. Mira tú por dónde hoy le daría uso. Me contemplé en el espejo. La camiseta, ceñida como una segunda piel, mostraba perfectamente la redondez de mis abundantes pechos y la esbeltez de mi cintura, incluso lo apretado de la tela marcaba mis pezones. Me giré para ver mi culito estrechado por el pequeño pantalón y suspiré. A los chicos les iba a dar un jamacuco cuando me vieran.
En el momento de salir me lo volví a pensar, pero no quería decepcionar a mis amigos, así que cogí el sobre, inspiré profundamente, abrí la puerta y me dirigí al salón.
—Hola Julia, eh… te veo muy bien — me dijo Goyo con los ojos muy abiertos.
Los otros dos murmuraron un saludo con la boca abierta. Cohibida y vacilante me acerqué a ellos y les entregué el sobre. Juan lo tomó y, antes de que lo abriera, le dije :
—No lo podéis abrir hasta que os diga, ¿trato?
—Vale.
Los había dejado sin palabras. Luis y Goyo estaban en el sofá y Juan en el sillón que había al lado. Yo, ruborizada frente a ellos, me armé de valor y decidí que al menos el regalo debía merecer la pena. Estiré los brazos hacia arriba como si no me diera cuenta de que mis tetas resaltaban aún más con el movimiento y pregunté :
—¿Qué hacéis, chicos?
—Eh… estamos viendo la tele — contestó Luis sin dejar de admirarme.
—¿Y qué veis? — bajé los brazos y los estiré en mi espalda para resaltar más mi pecho.
—Una peli, ¿la ves con nosotros? — me dijo Juan.
—Claro, hacedme sitio.
Me senté entre ellos dos intentando coger el hilo a la película. Mientras veía la tele de reojo apreciaba cómo mis amigos no dejaban de mirarme el pecho. Aguanté una sonrisa y volví a estirar los brazos. Fue divertido ver cómo mis elevados pechos atraían sus miradas. Cada vez que me estiraba sus ojos seguían mis movimientos con avidez. No aguantaron ni media hora antes de que Juan interviniera.
—Oye Julia, te mueves mucho. ¿No te estará la camiseta muy apretada? — preguntó con expresión inocente.
—Pues sí, ahora que lo dices sí que me aprieta un poco en la tripa. Quizá debería cambiarme.
—No, no — contestó alarmado —. Súbetela un poco y así no te molesta.
—Tienes razón — afirmé levantando la parte de abajo mostrando el vientre —. Pero como no tiene remedio mejor la recorto — me levanté —. ¿Quién me ayuda?
—Yo, yo — Goyo se levantó como una centella —. Voy a por unas tijeras.
Goyo trajo las tijeras de la cocina y se quedó mirándome, abriéndolas y cerrándolas, esperando mi reacción.
—Venga, empieza a cortar hacia arriba y cuando te diga lo haces en horizontal, ¿vale?
—Claro, Julia.
Con cuidado empezó a cortar la camiseta sobre mi tripa. Cuando estaba a medio camino de mis pechos me miró.
—¿Sigo?
—Sí, un poquito más.
Decidido siguió cortando. Cada pocos centímetros me miraba y yo le asentía con la cabeza dándole permiso para llegar más arriba. Ahora reconozco que me estaba excitando un poco. Gracias a Dios nunca me había faltado la atención de los chicos, pero tener a mis tres amigos tan atentos a la maniobra me estaba gustando. Solo tenía que ver sus caras embelesadas y el ligero temblor de los dedos de Goyo para llenarme de satisfacción. Mi regalo iba bien.
—Creo que ya puedes cortar de lado — le dije a Goyo cuando llegó a la parte inferior de mis pechos.
Siguió obedientemente mis instrucciones y me rodeó terminado de mutilar la camiseta. Distraída con el interés de los chicos permití que las tijeras subieran demasiado y ahora tenía la parte inferior de mis tetas al descubierto, la tela llegaba unos tres centímetros por debajo de mis pezones. No me importó, al contrario. Había decidido regalar a mis chicos con un buen espectáculo y se lo estaba dando.
—¿Qué tal me queda? — pregunté cándidamente dando un par de vueltas en el sitio.
—Mucho mejor, yo te veo muy bien — afirmó Luis secundado pródigamente por los demás.
—Genial, ¿terminamos la peli?
El poco tiempo que tardamos lo pasé genial. Me acariciaba suavemente la tripa atrayendo las miradas de los chicos. Juan, a mi lado, no tardó en ponerse un cojín en el regazo. Goyo cruzó las piernas. Luis, a mi izquierda, pareció más indiferente, pero no dejó de mirarme ni un momento. A pesar de mi reticencia inicial lo estaba disfrutando. Me gustaba sentirme admirada por mis amigos de la infancia.
En cuanto acabó la peli me levanté y fui a la habitación sin decir nada, iba a aumentar un poquito la temperatura ya caliente del piso. Cerré la puerta y me quité el pantalón. Otro vistazo al espejo me hizo sonreír. Con el tanga y los restos de la camiseta iba a provocar que los chicos rompieran los pantalones, jajaja. Antes de salir de la habitación me percaté de una cosa. Bueno, dos. Mis pezones estaban intentando romper la lycra y presionaban descaradamente la tela. El jueguecito me afectaba más de lo que esperaba.
Mi regalo para los chicos era darles un pequeño espectáculo y pasar la tarde semidesnuda con ellos. Supuse que los pondría cachondos y disfrutarían de verme en ese plan, mostrando mucha piel. No había sospechado que a mí me gustaría tanto, pero de alguna extraña manera me estaba complaciendo exhibirme, me excitaba saber lo que estaba provocando. Con una sonrisa traviesa en mis labios salí por fin de la habitación.
Escuché ruido proveniente de la cocina y me encaminé hacia allí.
—¿Terminando de preparar la cena? — le pregunté.
Juan estaba fregando algo y se volvió para contestarme. Al verme en tanga se quedó sin palabras con la boca abierta. Le ignoré y saqué un vaso del armario. Aunque no era necesario me puse de puntillas y levanté un brazo. Con eso conseguí dos cosas, bueno, tres. La primera resaltar mi culito respingón. La segunda que el top se me subiera y dejara un duro pezón a la vista. Y la tercera que Juan se atragantara y empezara a toser.
—Toma, bobo, a ver si no vas a llegar a la cena.
Llene el vaso de agua y se lo tendí mientras me ajustaba la camiseta para tapar mis encantos. No pude evitar reírme al verle tragar el agua sin dejar de mirarme. Graciosamente giré y salí de la cocina sabiendo que sus ojos estaban prendidos en mi trasero.
En el salón estaban Luis y Goyo. Me reí entre dientes al ver sus ojos intentando salírseles de las cuencas. Creo que mostrar el pezón me había afectado más a mí que a Juan, empezaba a darme cuenta de que me gustaba, me gustaba mucho.
—¿Qué hacéis, chicos? — pregunté como la cosa más normal del mundo.
—Nada, charlando — contestó Goyo después de tragar saliva.
—Oye Julia — me preguntó Luis —. ¿Qué te pasa hoy?
—A mí, nada — respondí cándidamente.
—¿Por qué te vistes así? — insistió sin dejar de repasar mi cuerpo.
—Ah, esto. Es que tenía calor, si os molesta me pongo otra cosa.
—No, no, para nada — saltó Goyo apresurado —. Si tienes calor me parece perfecto. ¿A ti, Luis?
—A mí también me parece bien, no necesitas cambiarte, Julia.
—Pues entonces me quedo así. ¿Le molestará a Estela?
—Bueno… la verdad…
—Si le molesta, que se aguante — intervino Juan viniendo de la cocina.
—Eso, por algo es nuestra casa — le apoyó Goyo.
—Arreglado. La verdad es que estoy muy cómoda — aguanté la carcajada —. ¿Qué hacemos hasta la hora de cenar?
—Como estamos celebrando la nochebuena anticipada, ¿por qué no ponemos un poco de música y nos tomamos una cervecita? — propuso Juan.
Y dicho y hecho. Los chicos pusieron música y trajeron unas cervecitas. Me dejé llevar por el ambiente y me puse a bailar ante ellos. No lo hice de forma provocativa ni hice movimientos obscenos, pero entiendo que fue toda una experiencia para mis chicos. Me movía frente a ellos, girando para mostrar mi trasero solo cubierto por la estrecha tira del tanga, levantaba los brazos bailando haciendo que mis pechos se remarcaran y enseñando algún pezón que rápidamente cubría con una sonrisa. Juan finalmente se decidió a cambiar la música por algo más lento. Sin preguntar siquiera me atrajo y me agarró de la cintura con las dos manos empezando a moverse al tranquilo ritmo de la música. Luis y Goyo esperaban atentamente mi reacción. Yo subí mis brazos y rodeé el cuello de mi amigo y bailé con él. Lo malo fue que al subir los brazos se me levantó la camiseta más de la cuenta y mis pezones quedaron al aire. Lo solucioné pegando mi pecho al de Juan, notando cómo se iban endureciendo. Confesaré que disfruté tanto del baile como de la atención que nos prestaban los otros dos. Las manos de mi amigo en mi cintura, mis pechos pegados al suyo y las miradas lujuriosas de los espectadores me estaban calentando mucho. Solo una vez tuve que llamar la atención a mi pareja cuando bajó la mano sobre mi trasero, pero bastó que le susurrara al oído que levantara la mano para que no se repitiera.
Después de Juan bailé con Luis y luego con Goyo. Cada vez que cambiaba de pareja me recolocaba el top, solo para que en unos segundos, al abrazar a mi chico volviera a descubrir mis apretados pezones. Creo que los chicos disfrutaron inmensamente del regalo de navidad, casi tanto como yo lo estaba gozando. Gruñí algo enfurruñada cuando sonó el timbre. Llegaba Estela.
Mientras Luis abría a su novia, me senté a beberme una cervecita con mis otros chicos. La verdad es que estábamos todos expectantes, ninguno lo mencionó pero aguardábamos la respuesta de Estela cuando me viera. Fue gracioso que al sentirla entrar los tres bebiéramos a la vez para disimular y que no nos pillara vigilando su reacción. Al principio no se percató de mi estado de semidesnudez, pero en cuanto me levanté le cambió la cara y miró a Luis frunciendo el ceño. Ignoré su desagrado y la di dos besos, me siguieron Juan y Goyo. En cuanto la saludamos cogió a Luis de la mano y le arrastró a su habitación.
—Le va a caer una buena — dijo Juan con una sonrisita.
—¿Por qué? — pregunté haciéndome la tonta.
—Jajaja, una cosa es convivir con una amiga — respondió agrandando la sonrisa —, y otra es que estés casi desnuda delante de su novio.
—¿Yo? — continué con mi interpretación de chica ingenua —, puede que tengas razón. Quizá debería cambiarme — les provoqué otra vez.
—De eso nada — saltó Goyo agarrando mi desnuda cintura —. Como ya hemos dicho estás en tu casa y puedes vestir como quieras, Julita.
—¿Seguro? Que no me importa.
—Segurísimo, además, yo estoy encantado de verte así, ¿y tú, Luis? — preguntó buscando apoyo.
—Encantadísimo — imitó a Goyo asiendo mi cintura por el otro lado —. Si a esa reprimida no le gusta que se vaya a su casa.
—Gracias, chicos, me alegro que me apoyéis — con uno de mis chicos a cada lado les di sendos besos en la mejilla y me zafé de su abrazo. No entraba en mis planes hacer nada con ellos, solo dejarles disfrutar de la vista de mis atributos.
—¿Qué tal si vamos poniendo la mesa mientras Luis y Estela hablan en su habitación? — propuse.
Tranquilamente pusimos la mesa en el salón. Me fijé en que cada vez que traía cosas de la cocina y me inclinaba para ponerlas en la mesa, los chicos se quedaban detrás de mí. Pronto empecé a exagerar la inclinación para darles una buena vista de mi culito. Los muy capullos me empezaron a pedir que sacara las cosas que se necesitaban de los armarios altos. Cada vez que me estiraba se me subía el top, yo aguantaba la risa ante los ojos desorbitados de los chicos y me lo recolocaba simulando recato, jajaja. Me comporté de forma malvada cuando saqué agua fría del frigorífico, os podéis imaginar que cogí la jarra que guardábamos en la parte de abajo demorándome todo lo que pude, sin doblar las piernas y sacando mi culito respingón.
Por alguna misteriosa razón poner la mesa nos llevó más tiempo de lo normal y, para cuando terminamos, Luis y Estela salían de su habitación. Con regocijo comprobé que Luis evitaba mirarme y que Estela me lanzaba miradas envenenadas, pero ninguno de los dos hizo referencia a mi vestuario o a su escasez.
La cena fue muy divertida, al menos para todos menos Luis y Estela. Todo el rato mis pezones se marcaban en la lycra de mi camiseta, prietos por recibir tantas miradas. Juan y Goyo no paraban de sonreír y atenderme como a una reina, ¿quieres más? ¿otra cerveza? jajaja. El pobre Luis era el que lo llevaba peor. De vez en cuando se le iban los ojos a mis pechos y recibía la correspondiente colleja de Estela. Luis agachaba la cabeza y seguía cenando. Al terminar brindamos con sidra. Juan fue llenando las copas hasta que todos estuvimos servidos, luego brindamos por la navidad. Los muy cabritos levantaron mucho las copas y me hicieron estirarme para chocarla con ellos, lo que conllevó que se me volviera a subir el top y mis pezones volvieran a quedar a la vista. A mí ya no me importaba nada, al contrario. Después de la tarde que llevaban sacarles otra vez a pasear no me molestaba. Curiosa fue la reacción de Estela, en vez de castigar a su novio por mirarme embelesado me echó una mirada extraña, como evaluándome, esperando ver hasta dónde iba a llegar. No me pareció que estuviera disgustada, su ánimo había cambiado a lo que quizá era curiosidad o intriga por mi actuación.
—Creo que es la mejor cena de nochebuena de mi vida — dijo Goyo mirándome con una sonrisa de oreja a oreja.
—Lo comparto — le apoyó Juan.
—Eh… — Luis se calló antes de meter la pata.
—Desde luego es original — dijo Estela sin dejar de mirar mis expuestos pezones.
—Estela, ¿por qué no pones música mientras recogemos? — la preguntó Luis.
Con una copas en la mano, todos de pie en el salón, nos movíamos en el sitio siguiendo la música. Juan no tardó en coger la copa de mi mano y dejarla en la mesa para sacarme a bailar. A pesar de que la canción que estaba sonando no era de bailar agarrados, me cogió por la cintura y nos movimos al ritmo. Luego repetí con Goyo. Para mi sorpresa, Estela fue la siguiente. Cambió a música lenta y me agarró para bailar. Tardé poco en superar el desconcierto y en empezar a moverme con ella. Estela se pegó mucho a mi cuerpo y apoyó su cabeza en mi hombro. Di un respingo cuando su mano exploró la redondez de mi trasero.
—Sube la mano, Estela — murmuré en su oído.
—¿Piensas acostarte con Luis? — me dijo ignorando mi petición.
—No, no tienes que preocuparte. Ni con Luis ni con ninguno.
—Bien, si lo haces te mato, lo digo en serio — su mirada, intensa y amenazante, se transformó en algo distinto, más suave y acompañada por una sonrisa.
En cuanto me lanzó la amenaza bajó la otra mano y recorrió mis nalgas. La situación era muy extraña, pero me daba morbo ver a los chicos sin perderse nada mientras la novia de uno de ellos me metía mano. Una de las manos de Estela recorrió mi espalda hacia arriba levantando mi camiseta lo justo para dejar mis pechos al aire. Iba a recolocármela cuando noté que frotaba contra mí los suyos. Nuestro baile iba subiendo la temperatura, pero no era capaz de apartarme. Me estaba gustando.
Estela no disimulaba, con las dos manos estrujaba mi trasero y se frotaba contra mí. Me estaba calentando horrores. Los chicos tampoco disimulaban, ya ni si quiera se mecían en el sitio con la música. Sonreí al ver sus erecciones despuntando en sus pantalones.
—Creo que los chicos están muy contentos — susurré a Estela.
—Que se jodan, estoy haciendo lo que ellos querrían, mi novio incluido.
—Me estoy poniendo cachonda — no eran los toqueteos de Estela, eran las miradas cargadas de lujuria de mis amigos.
—Yo también.
No dijimos más, bailé con Estela varias canciones mientras ella amasaba mi culo con sus manos. Estaba feliz de dar ese espectáculo a mis amigos. No me hubiera imaginado ser exhibicionista, pero lo disfrutaba realmente. Cuando me di cuenta de que me estaba humedeciendo se me escapó un gemidito.
—Me voy Estela, necesito ir a mi habitación.
—Una cosa antes — me dijo sujetándome para que no escapara —. Si en algún momento te lías con Luis seré tu enemiga para toda la vida.
—Ya te digo que no tengo ninguna intención.
—Lo sé, pero estás mojada, ¿o crees que no me he dado cuenta? — para dejarlo claro pasó sus dedos fugazmente por mi húmeda entrepierna —. Si repitieras algo como lo de hoy no descarto que lo lleves a más, así que ya lo sabes. Nada con Luis, o al menos nada sin estar yo presente.
Para terminar me dio un azote y me soltó. Tranquilamente caminé hasta mi habitación aunque por dentro estaba cachona perdida. En cuanto cerré la puerta me senté en la cama y llevé mis manos a mi mojada rajita. Estaba tan excitada que aparté la tira del tanga a un lado y me embutí dos dedos. Mientras me bombeaba con ellos y me acariciaba el clítoris con la otra mano recordé las palabras de Estela : “al menos sin estar yo presente”. ¿Qué habría querido decir?
Olvidé eso y todo lo demás, solo recordaba que había estado casi desnuda toda la tarde con mis chicos, exhibida para ellos. El placer creció tanto que me sorprendió un orgasmo arrollador. No pude evitar gemir en voz alta, pero los jadeos se me escapaban al recibir oleadas de placer y frotarme frenéticamente mis partes más sensibles.
—Uf.
Finalmente me encontraba liberada. Después de la liberación me percaté de que había estado toda la tarde tensa por el morbo y necesitaba desahogo. Mucho. Me limpié con pañuelos de papel, me puse ropa interior y me puse los pequeños pantalones con los que había empezado el espectáculo y una camiseta de manga corta sobre el sujetador.
Cuando salí estaban los cuatro bailando, me miraron expectantes y me descojoné de ellos cuando la desilusión se reflejó en sus caras. Pero ya había terminado, mi regalo para ellos estaba hecho.
Todavía estuvimos bailando y riendo un buen rato. Cuando se fue Estela, cariñosamente se despidió de mí con dos besos. Supongo que sobar mi culo nos había hecho íntimas. En cuanto estuvimos solos los cuatro nos intercambiamos los regalos. Ellos se regalaron auriculares, fundas de móvil y cosas por el estilo. Goyo me regaló una camiseta. Luis me sorprendió con un tanga, jajaja, había sido profeta. El regalo que me impactó tanto que me puse roja hasta las pestañas fue el de Juan. Con una nota en la que me instaba a quitarme las telarañas me entregó un vibrador.
—Te lo tenía que haber dado antes — me dijo con recochineo —, así ya lo habrías estrenado.
Le saqué la lengua al tiempo que mi rubor subía un par de tonos.
—Ahora podéis abrir el sobre.
Luis despegó la solapa, sacó la tarjeta y leyó en voz alta.
“Lo siento mucho, chicos, pero no he conseguido ahorrar para compraros nada. A cambio os voy a dar un pequeño espectáculo para que lo recordéis cuando cenéis en vuestras casas. Espero que lo disfrutéis.
Feliz Navidad”.
—El regalo ha sido cojonudo, Julia — me dijo Goyo dándome un beso en la mejilla —.
—No puedo estar más de acuerdo — le secundó Luis con otro beso.
—Inmejorable — Julio también me besó y aprovechó para darme un rápido apretón en el trasero y salir corriendo entre risas para esquivar mi manotazo.
—Os quiero mucho chicos, ya sé que os ha gustado y, ¿sabéis una cosa? A mí también.