Julia y Godo 9 – En el parque

De cuando lo hicimos en la plaza

Julia y Godo 9 – En el parque

Hola de nuevo, me llamo Julia, tengo 29 años, soy de estatura media, argentina, delgada, blanca, pelo castaño claro largo lacio y de medidas normales pero muy trabajadas. Algunos dicen que mis pechos no son tan normales y tengo que admitir que son más grandes de lo normal.

Preparada para salir a pasear, me vestí con una blusa de algodón blanca con dibujos verticales grises y abajo una pollera de jean celeste alta ajustada tapando mi pupo, abajo no iba a usar tanga, ya que Godo iba decidir si seguir penetrarme o no y no me iba resistir. Me saqué el collar rosa de perra, y me puse unas botas altas hasta los muslos de color marrón claras.

Al salir, veo una nota en la alfombra de bienvenida de mi departamento. “sé lo que hiciste con tu perro”

Caminamos solo dos cuadras, las necesarias para llegar a la plaza que ocupa varias manzanas. Solo se encontraban unas personas entrenando fútbol y otras sentadas en unas sillas. La plaza tiene muchos espacios divididos por arbustos y grandes árboles, así que es solo cuestión de pasar por alguno de esos caminos para desaparecer de todos.

Luego de perderme un poco de la gente, decidí soltar a Godo y encaminarme a uno de lo sectores de la plaza donde más resguardada de miradas ajenas se está. Sentándome en un banco largo de madera, saqué un faso armado de mi bolsillo de pollera de jean para prendero y disfrutar aun más de la hermosa noche de verano.

Ya relajada decidí recostarme un poco, levantar la cabeza para poder contemplar la hermosa luna que se encontraba ahora sobre mi cabeza. Una brisa pasó por debajo de mi pollera de jean, directo a mi vagina depilada y sin tanga, a la cual instintivamente, cerré las piernas y al hacerlo, mis rodillas hicieron tope con la robusta cabeza de Godo metiéndose entre mis muslos, comenzando a darme el primer lenguetazo en mi desprotegida vagina. “AH! Godo, acá no!” le decía mientras intentaba empujarlo sin lograrlo.

Cediendo finalmente a la cabeza de mi macho alfa, decidí que podíamos intentarlo si el así lo quería. Entonces inclinando mi espalda me dejé disfrutar del maravilloso sexo oral al aire libre. Fueron las lamidas necesarias para lubricar y abrir mi vagina de par en par, cunado se levanta y apoya de un salto las patas delanteras en las tablas de madera, acercando nuestros pechos. Su hocico quedó arriba de mi cara mientras su pene daba estocadas al aire y de tanto en tanto pinchaba mis labios vaginales y ano. Entonces, agarrándolo del falo erecto, lo fui guiando a la entrada de mi vagina y al sentir el contacto, de inmediato me la clavó hasta el fondo. Auch amo! Entró toda! Le dije mientras su pelvis se pegaba contra la mía.

Me encontraba con mi espalda contra el respaldo del asiento de madera, mis brazos apoyándose en ambos lados de mi cuerpo en el banco, sosteniendo en mis manos sus patas y mis piernas abiertas de par en par, apoyando nada más que mis puntas de pie. Estocadas de puro placer fueron clavandome a medida que nuestros cuerpos se unían en un vaivén frenético y desmesurado. A media que sentía sus furiosas envestidas de pene llenar todo mi interior, por la postura hizo tope en mi, abrí aun más mis piernas y avancé la cola hacia su cuerpo para que pueda penetrarme aún más al fondo. -¡Así, dame más! Sus huevos ahora chocaban contra mis glúteos con cada envión.

Hasta que de pronto escucho una charla acercarse a donde nos encontrábamos cogiendo e intentando pararme, reboto contra mi macho y vuelve a sentarme, esta vez introduciendo su bola en mi interior. -Godo que haces?! Justo ahora, salí! pensé mientras instintivamente me tapé la cara contra su cuerpo a medida que las dos personas se pararon a diez metros frente a nosotros.

Godo no frenó ni un segundo, continuaba penetrándome con bola incluida largando una cantidad enorme de presumen en mi violada vagina. Las personas estuvieron murmurando entre sí, paradas un tiempo hasta que giraron y volvieron por donde habían llegado. En el momento que se van, una ola de placer inundó todo mi ser y mientras Godo eyaculaba dentro mío, agarrando de los pelos de su lomo, comenzaba a tener un orgasmo intenso. Ahhhh! Haceme cachorros! Inventaba en mis adentros.

Estuvimos un buen rato abrazados y abotonados bajo la luz de la luna y los faros de luz tenue, Godo me tenía aprisionada por su inmensa verga largando chorros de semen que se escurrían por las tablas de madera y caían pesadamente en el pasto. Luego de unos minutos nos comenzamos a desabotonar. Por suerte no fue algo que dure tanto, ya que insistí en varias oportunidades para poder sacármelo. Con un audible ¡PLOP! Nos separamos y cuando Godo se bajó, pude ver como salía a borbotones el semen de mi vagina.

Acomodándome lo más veloz que pude, intenté pararme, acomodar la falda y acercándome a él, le abroché la correa y salimos por otro camino mirando a todos lados. A medida que caminaba por las calles, el semen de mi macho iba empapando mis muslos más y más, hasta que llegamos al departamento.

Entré directo a la ducha y luego de un buen baño, cansada pero feliz, decidí comer lo que tenía en la heladera y acostarme a dormir, siempre con Godo a mi lado. Ahora eran tres de mi barrio, las personas que sabían sobre mi inclinación hacia la zoofilia, que vergüenza.

Fin del relato.

Nota de autora: Gracias y perdón por tardar tanto, sinceramente arranqué escribiendo para contar lo que tenia como secreto en mi vida. A medida que iba contando mi semana con Godo, fui bajando la necesidad de escribir. Ya vamos llegando al final de éstos relatos, muy agradecida por las buenas personas que me contactaron a lo largo de este tiempo. Para escribir pronto el próximo relato, espero que me lleguen 80 mensajes esta vez. Lamidas donde más les guste!

Julia.