Julia y el niñato: la zorra del 7º

Una fabulosa y viciosa hembra; la tentacióne forma de delicioso yogurcito; una fiesta vecinal; una descarada infidelidad; un testigo indiscreto. Acompáñanos en el viaje al mundo de desbordada sexualidad, vicio y lascivia de Julia, la zorra del 7º.

Se acercaban las fiestas navideñas. Como cada año, el ambiente prefestivo impregnaba el aire, y todo anticipaba los días de alegría y celebraciones que se avecinaban. Me encontré con Berto y dos de sus amigos al regresar de la compra esperando el ascensor en el bajo.

-Hola, ¿qué tal?

-Hola, Julia. ¿Cómo estás?

-Muy bien pero creo que no tanto como vosotros.

Los chavales rieron la picardía. Me llevaba muy bien con ellos, como con todos los jóvenes. Una tía buena en la treintena, es fantasía recurrida en los adolescentes. Con un par de tetas siliconadas como las mías, y unos glúteos firmes como el mármol gracias alas horas de step y Body Pump, te conviertes además en la reina de sus placeres solitarios nocturnos, amparados por la intimidad de la oscuridad de sus habitaciones y la complicidad de las sábanas.

-¿Te ayudamos con las bolsas?

-No hace falta. Son solo un par de garrafas de agua y poco más.

-Ya… -contestó alguno haciéndose portavoz de la desilusión de los tres. A menudo les dejaba ayudarme con mi carga, aunque no fuera excesiva ésta. Pero claro, era en las ocasiones en que les acompañaba mi favorito del grupo.

-¿Y el "Rubio"? ¿Dónde lo habéis dejado?

-Anda por ahí- contestaron con menor ilusión aun. Los chicos llevaban mal eso de mi predilección por él. No me gustaba verlos así, pero tampoco hacía nada por evitarlo. Nada por disimular mi atracción por su amigo. Sus ojazos azules y su pelo dorado, habían cautivado a los obscuros de la que les escribe desde el primer momento. El muchacho me gustó tanto como la miel le pueda gustar a un goloso, y no fueron tres ni cuatro las veces que me masturbé pensando en él. Cierto día, tras que me ayudaran con las bolsas en una situación parecida a la de hoy, me dirigí a la cocina tras despedirlos y, una vez allí, pude escucharles a través del agujero del extractor. Vivía Berto un par de plantas por debajo del 7º en que lo hacía yo, y el sonido se transmitía por allí, ascendiendo cual por indiscreto hilo vecinal. Parecía que estaban preparándose unos sanwiches, y su conversación se apreciaba perfectamente.

-¿Has visto cómo marcaba tetas hoy?

-¡Joder, tío! ¡Está tremendísima!

-Y quiere rollo- reconocí al Rubio añadir.

-¡Hala, vete a la playa!

-¿Qué, qué…? ¿No te das cuenta de cómo me tira los trastos?

-¡No lo flipes, colega! Es así. A nosotros también nos da rollo, pero no hay nada. Es una pava simpática que te cagas, nada más.

-¡Y una full! Viene loquita detrás de mí. ¡Está loca por comerme la polla!

-La llevas guapa

-Éste se cree que todas van detrás de él. Fantasma, baja del guindo.

Me sonreí. No me molestaba que el chaval se gastase aquellas fantasmadas a mi costa. ¡Para nada! Al contrario, me gustaba. Me gustaba el muchacho y me gustaba que lo tuviera tan claro, así todo sería más sencillo para follármelo. Poco me importaba si era un creído y que se ufanara de aquella manera de tenerme en el bote. Incluso me ponía que así fuera. Me gustan los machos cabrones. Tampoco me importaba demasiado lo que pensaran sus amigos. Para los chicos resultaba un consuelo que su diosa fuera inalcanzable, por cuanto no salían perdiendo en la comparación al no poder ser para ninguno de ellos. Ahora bien si sí había de ser para alguno, y más si éste había de ser el guaperas, el ligón, el que se las lleva a todas… eso ya era más difícil de digerir. Pero eso no era mi culpa. Tenía claro que quería follarme al rubio, y no iba a renunciar a mi deseo y mi flirteo para no herir su orgullo adolescente.

-¿Vais a venir a la fiesta de Noche Vieja?

Me refería a la que cada año se celebraba en un local vacío del bloque por los vecinos.

-¡Claro!

¿Y él? ¿Va avenir?

-Bueno… suponemos que sí.

-¡Qué bueno! Decidle que no falte. Me he comprado un vestido espectacular para la ocasión, y quiero que me veáis con él.

Llegó la fecha. Llegó la estrepitosa noche del 31 de Diciembre, y allí se presentaron los chicos. Vestidos de etiqueta y engominados. ¡Estaban todos guapísimos! Pero cuando vi al Rubio, me creí morir. ¿Recuerdan la escena de "Titanic" en que Di Caprio aparece impecablemente vestido del modo que describo? Pues bien, el chico era tan irresistiblemente guapo como él. Tenía unos ojazos azules perfectamente comparables a los suyos, y además era varios años más joven que el actor entonces. Me sentí derretir en el acto. Una arrolladora marea de íntima humedad lubricó mi vagina. Sentí un intenso hormigueo invadir mi bajo vientre. Dado la noche de que se trataba y de que era previsible que en breve todos, o casi todos, incluido mi marido, estuvieran completamente borrachos, tuve la osadía de no ponerme nada de ropa interior. Esto, unido a la brevedad de mi atuendo, que no llegaba en la falda más que a medio muslo más o menos, y ello con vuelo, me hizo temer que aquella humedad acabase deslizándose piernas debajo de forma comprometedora. Tal pensamiento no hizo sino excitarme aún más, y aún más aumentar aquel torrente preliminar, y con ello el peligro de verlo desbordado.

Ni corta ni perezosa, sin asomo de duda, me dirigí a los chavales con pícara mirada y provocadora cadencia al caminar. Aquélla iba a ser mi noche, nada podría impedirlo.

-Hola, chicos.

-Hola, Julia. ¡Qué guapa estás!

-¿Os gusta?- pregunté girando sobre mí misma para que pudieran apreciar mi modelito, que tan seductoramente combinaba con mi largan negra y lisa melena. Se trataba éste de un cortísimo vestido de tirantes rojo pasión, con un escote espectacular y brevedad casi obscena. La forma en que mis tetas se mostraban a través de aquél generosísimo balcón, resultaba realmente escandalosa, y estaba segura de que más de un vecino había tenido ya oportunidad de verme claramente el coño. Y más que me lo verían, pues no estaba yo por la labor de cuidar mis movimientos y posturas para que así no ocurriera. En absoluto.

-¡Uuuf …! ¡Ya ves!

Bebimos, reímos, bailamos… en un momento dado, el Rubio y yo estuvimos a solas frente a la improvisada barra.

-No me has dicho nada de mi vestido- le ataqué pícaramente, mirándole con ojos de loba y meciendo suavemente mi torso para deleitarle con la visión de mis grandes tetas, expuestas casi en su totalidad, bamboleándose ligeramente. Mis pezones se marcaban claramente a través del liviano, vaporoso tejido, apuntándole acusadoramente como responsable de su violenta erección.

-¡Jo, que no! Ya te dijimos antes.

-Me dijeron ellos, tú solo asentiste. Quiero que me lo digas tú. Me lo he puesto por ti

El chaval me miró a los ojos. Se le veía más seguridad de la habitual en su edad, algo que hablaba a las claras de su carácter de triunfador con las chicas. ¿A cuántas e habrá tirado ya aquél delicioso bollycao?

-¡Joder, Julia! ¡Estás buenísima! ¡Vaya tetas!

-Mentiroso… -le acusé provocativamente.

-¿Por?

-Mucho hablar de mis tetas y mucho mirármelas, pero todavía no me las has tocado.

No hizo falta más. Simplemente me tomó de la mano y, teniendo el disimulo de disfrazar como baile en la improvisada pista el movimiento, llevarme hacia la parte más trasera y, una vez allí, acceder al local contiguo, donde se guardaban algunas cajas de material sobrante de la construcción del edificio y que también hacía las veces de almacén de bebida en ocasiones como ésta. Sin más preámbulos, retiró los tirantes de mi vestido y mis tetas saltaron fuera para él, que golosamente se lanzó sobre ellas para devorarlas, lamer y mordisquear mis pezones con deleite, a la vez que las amasaba con las manos con ansia. Yo me creí morir. Segura de que no podían escucharnos desde la sala contigua a causa de la música y el alboroto, me abandoné y comencé a gritar mi placer, cerrando los ojos y dejándome llevar si restricciones. Debí gritar como una loca, a la vez que le pedía que siguiese y no parase.

Ahora sí me corrí abiertamente, y por mis muslos corrió la anunciada marea íntima sin más contención.

-¡Joder, tía…! ¿Te estás meando?-preguntó el muchacho cuando vino a meterme mano en mi más íntima gruta y descubrió mis piernas empapadas.

-¿Meando? ¡Me estoy corriendo como una perra!

-¿Todo eso es… tu corrida?

-Y lo que viene

Me miró con cara de asombro. Coloqué entonces la palma de mi mano contra su paquete, y sentí su violenta erección.

-¡Huuumm! ¿Soy yo la responsable de ésto?

-¿A ti qué te parece?

Sin más y con algo de brusquedad, se desbrochó los pantalones y los dejó caer para mostrarme su rabo, y yo me sentí muy agradada al poder contemplarlo por fin. Es frecuente que te lleves desilusiones llegada a este momento, pero el del chaval no estaba nada mal. No sabría decir a ciencia cierta, pero sus buenos 18 o 19 centímetros debía tener, y un grosor que tampoco estaba nada mal. Me gustó.

-Vamos, golfa; ¡cómeme la polla!

Muy a gusto, sonreí y me arrodillé para cumplir su petición. Comencé a mar con deleite, y fue en ese momento que sentí por primera vez a alguien entrar en la estancia. Un sonido leve, apenas perceptible, frente al cual el Rubio no mostró reacción alguna. Debió pensar que no me había apercibido y que, de comentármelo, diera por concluida mi mamada, asustada tras haber sido descubierta. ¡Qué poco me conocía!

En un momento dado, fue él el que me hizo alzar y, haciéndome dar la vuelta y apoyar en unas cajas, me subió la falda sobre la espalda y me penetró de un solo golpe desde atrás. Para entonces, mi coño estaba ya completamente encharcado y, con una sensación de perfecta e incluso excesiva lubricación, su adorable polla se deslizó por mi gruta hasta el final con toda facilidad. Tomándome por la cintura, comenzó entonces a embestirme sin piedad, arrancándome gritos que, más propios que de un a mujer gozando, hubieran sido de una a la que estuvieran torturando y asesinando.

De repente, en una de esas veces que abrí los ojos, vi frente a mí a un o de nuestros vecinos. Un hombre de cabello plateado bien entrando en la cincuentena, que había entrado a por alguna caja de cerveza o Coca-Cola. Aquéllas en que yo permanecía apoyada, me llegaban algo más debajo de la altura del pecho, con lo cual podía ver claramente mis tetas balanceándose violentamente de un lado a otro con las embestidas de mi joven amante. No le pedí a éste que parase, ni al tipo que dejase de mirar. Ni siquiera volví a cerrar los ojos. En lugar de ello, le mantuve morbosamente la mirada, excitadísima con la situación. Sentí en ese momento las manos de mi chico tomar mis tetas por debajo para sobarlas ante el hombre, y ya fue el culmen. Sentí una segunda avenida apocalíptica, que me hizo temblar las piernas. Aquéllos ojos escandalizados puestos sobre mí, recriminándome por estar siéndole infiel a mi marido casi en sus narices con un yogurcito menor de edad, a la par que excitándose de forma evidente con lo que veía, resultaba algo demasiado morboso para poder resistirlo. Con "ohs" incapaces de reprimir, que hablaban a las claras de la ola de placer que me estaba embargando, me sentí venir en un orgasmo de ésos que sólo se alcanzan en los mejores polvos.

Sin decir nada, el hombre se giró y se fue. Ya para cuando había salido, los "ohs" que a su vez ahora profería el Rubio, me anunciaron su propia corrida.

-¡Espera, espera…!

Rápidamente, me di la vuelta y me arrodillé ante él para recibir su descarga en la boca. No fue sólo por golosa y vicio, que también, sino mayormente para evitar tener que asegurarme de quedar bien vacía después, con vistas a no tener que andar vigilando que no apareciese un cuajarón posterior deslizando de forma comprometedora por mis muslos. Aquél fue el trago más delicioso de la noche.

Cambiamos nuestros números de teléfono con la promesa de repetir aquéllo a menudo. Mi marido se pasaba las mañanas y las tardes en el trabajo con lo cual tenía muchas horas al día la casa para mí sola. Bueno, para mí y para mis amantes, claro.

De vuelta a la fiesta, fueron varias las miradas inquisitorias que sentí, lo cual no consiguió sino ponerme cachondísima de nuevo. Sabía que mi marido no iba a enterarse. La gente es en su mayoría hipócrita y cobarde. Miraría, cuchichearían, condenarían… pero nadie se atrevería a decírselo a Juan. Y, aun en el caso de que lo hicieran, tenía mis medios para contrarrestar las cosas. Tras años de matrimonio y teniendo una inteligencia despierta, una sabe cómo convencer a su marido de que lo que le cuentan no son más que chismes y habladurías. Nada de qué preocuparse.

En cambio, si me sorprendió ver lo que me pareció una acusadora mirada en los ojos de mi suegro, que había acudido a la fiesta junto a mi suegra y mis cuñados invitados por nosotros. Rápidamente, evalué la situación. Fabián debía ser poco mayor que el vecino del tercero, aquél que fue testigo de mi infidelidad. Siendo de edad aproximada, resultaba posible que hubiera entablado conversación con el anterior, o quizá con algún otro vecino de su quinta que, a su vez, lo hubiera hecho. Contaba con que el rumor se extendiera rápidamente entre parte de los vecinos, pero no que llegase a mis suegros. Obviamente, éstos gozaban de mucha más credibilidad que los simples conocidos y amigos de cara a Juan. Casi me dejo llevar por el pánico, pero mi mente calculadora y templada tomó las riendas a tiempo.

"Relájate, Julia. Analiza el asunto y las opciones."

Mis suegros tenían una hija muy enferma, conectada a una máquina permanentemente en el hospital. Una situación delicada que exigía optimismo y unidad por parte de la familia, para así mejor poder apoyarla y ayudarla a salir de aquel trance. Y no contribuiría nada positivamente a ello una tensión repentina en el matrimonio de otro de sus hijos. Al menos de momento, no parecía pues que hubiera que preocuparse porque el viejo le contara nada a Juan. Pero aquello era sólo una tregua momentánea, que no había forma de saber cuánto podría durar. Evidentemente, debía trazarme un plan para mantener aquéllos odiosos labios sellados, y no estaba dispuesta a seducirlo, ni a él, ni a ninguno de mis cuñados. No resultando una posibilidad el chantaje por ahí pues, empecé a darle vueltas al asunto.

Si gustó, continuará