Julia, santa y mártir (19)

Continua el primer día de los juegos y nuevas cruces se alzan en la arena para deleite del público.

Capítulo 19- El Reino de Plutón

Durante los Juegos, la arena del anfiteatro simbolizaba el Hades, el Reino de Plutón donde las almas condenadas sufrían suplicio eterno. Entre tanto desde lo alto, desde la cómoda seguridad de las gradas,  los vivos observaban el sádico espectáculo de tortura y muerte como si fuera un inocente entretenimiento.  Los moralistas y sacerdotes sabrían sacar buen partido del salvaje suplicio de esas jóvenes cristianas, pues les servirían para ilustrar la idea del castigo eterno para los delincuentes y especialmente para los más abyectos, los traidores a Roma.

Por su parte las esclavas cristianas no podían esperar ninguna piedad de esos sádicos torturadores, verdadera encarnación los diablos servidores de Plutón. En realidad aquellos bestias lo parecían pues los verdugos disfrutaban de su  sádico trabajo y eran capaces de convertir cada minuto en la cruz en una eterna agonía.

Por orden especial del pretor, todas las esclavas estaban siendo sometidas a diversas torturas previas a la crucifixión. Por turno, esas pobres desgraciadas eran atadas a cruces de San Andrés o colgadas de postes de tormento y martirizadas durante horas sólo por diversión. Así, totalmente desnudas e indefensas, las mártires cristianas sufrían el látigo y el fuego; los verdugos les marcaban la piel con hierros candentes o bien las desollaban con afilados garfios. El pueblo gritaba enfervorecido y loco de sadismo y lujuria mientras las pobres mártires aullaban y pedían auxilio desesperadas.

Ese lugar olvidado por los dioses no era sitio para una respetable patricia como Sabina, pero ésta había bajado hasta allí tras recibir el permiso del pretor. En teoría sólo había acudido para ver la crucifixión de su sobrina Helena, pero en realidad su intención era preparar con los verdugos su tortura y en cierto modo participar en ella.

  • Oh, querida, por fin has llegado, me han dicho que has estado prestando servicios de puta al público.

La vengativa mujer se burló de su sobrina a la que traían los guardias a empujones, desnuda, maniatada y con la cara aún manchada de esperma.

Por su parte la joven cristiana se sorprendió de encontrar allí a su tía acompañada de esos sayones. Junto a ella se levantaba una cruz de dos metros de altura. Era una crux humilis, es decir, una cruz baja en la que la víctima quedaba crucificada con los ojos a la misma altura que los de una persona que estuviera de pie junto a ella. Era menos espectacular que las cruces altas pero mucho más práctica desde la perspectiva de los verdugos. Helena comprendió al momento que la cruz era para ella y sintió un escalofrío de terror.

  • Ven, acércate Helena, no tengas miedo.

Sabina se sonrió al ver los pezones anillados de su bella sobrina y la inspeccionó tocando su cuerpo desnudo y manoseando sus carnosas tetas.

  • Me han dicho que en la prisión te has convertido en la reina de las putas, sobrina, no me extraña con esa carita y estas tetas los verdugos y los guardias no habrán podido reprimirse y te habrán hecho de todo, ¿es cierto?

Helena se sonrojó mientras su cruel tía le manoseaba los pechos.

  • Me han violado, ¿qué podía hacer yo?

  • Seguro que no te has resistido mucho, zorra, dijo deleitándose de las marcas grabadas sobre su piel y de las huellas de latigazos.

La joven sollozó ante la humillación, mientras tanto reparó en los instrumentos de tortura que terminaban de preparar los verdugos. Quería pedir piedad a Sabina, pero se resistió a hacerlo pues aún le quedaba un resto de dignidad.

  • Ese Sifax sabe muy bien cómo marcar al ganado, las marcas se ven perfectamente….muy bien cristiana, ha llegado la hora que tanto ansiabas,…. ponedla en la cruz, ordenó con sadismo.

Los verdugos obedecieron y le cortaron las ligaduras pero acto seguido la cogieron de los brazos y estirándolos a lo largo del patibulum se los ataron sólidamente al mismo. A pesar de que temblaba de miedo y tenía que hacer esfuerzos por controlar sus esfínteres, Helena no se resistió pues estaba resignada a su suerte, y quedó con los brazos en cruz y las piernas estiradas de modo que ya sólo tocaba el suelo con las puntas de los pies.

Entre tanto, Sabina se había alejado unos metros para dejar hacer a los verdugos y se entretuvo curioseando con una pera de la angustia que había sobre una mesa donde se disponían los utensilios de los carniceros: uñas de gato, desgarradores de senos, tenazas dentadas,… . La mujer daba vueltas al ingenio intentando comprender cómo funcionaba y acariciaba el metal del siniestro instrumento de tortura mientras miraba cómo terminaban de atarla.

Helena le miró a los ojos y por fin se decidió a decirle algo.

  • ¿Por qué?,….. ¿por qué eres tan cruel conmigo?, ¿qué te he hecho?.

Entonces su tía dejó la pera encima de la mesa y cogió en su lugar un largo clavo, se acercó a ella y probó la punta del clavo pinchándose el dedo pulgar.

  • Uuhhhh, ¡qué daño!, esto está muy afilado, y mientras le hablaba le arañaba la piel con la punta del clavo. Intentaste quitarme a mi marido zorra. Sé lo que querías,.. querías sustituirme como señora de la casa. Por tu culpa mi hombre abandonó mi lecho y dejó de tocarme.

  • No es cierto, yo no le incité, era él quien me miraba de aquella manera tan obscena.

  • Ahora no te mirará de ninguna porque estarás muerta, pero antes quiero verte sufrir, verdugo, dame el mazo.

  • Pero señora, ¿qué vas a hacer?

  • Me voy a dar el placer de crucificarla yo misma.

  • NOOOO

  • Pero,….pero, tú no sabes señora.

  • Dime tú entonces dónde pongo la punta del clavo.

El verdugo se apresuró a palpar con el pulgar buscando el hueco en la muñeca.

  • Aquí, aquí,  señora, e inclina el clavo de esta manera.

  • NO, POR FAVOR NO, NO PIEDAADD.

  • Sujetadle las piernas y tú, sufre,… puta.

KLANG

  • AYYYYYYYY

La punta del clavo taladró la muñeca y la sangre salpicó la cara de la cruel patricia pero ésta siguió dando martillazos sin inmutarse.

KLANG, KLANG, KLANG

  • IIIAAAAAYYY, NOOOOO, PIEDAAAAD.

Sabina no paró de dar martillazos hasta que el clavo entró hasta la cabeza atrapando sólidamente  el brazo de la joven contra el madero.

La mujer la miró con sadismo. La sangre le había salpicado y manchado la cara y la parte superior de su caro vestido lo cual le hacía parecer más cruel. Helena  lloraba inconsolablemente mirándose el brazo del que se deslizaba un reguerillo de sangre. El dedo pulgar había quedado rígido y doblado sobre la palma, ya no lo podía mover.

  • Dame otro clavo, verdugo, dijo Sabina jadeando y muerta de sadismo, voy a clavarle la otra mano.

  • NO, NO BASTA TÍA NOOOOO, NOOOOOO

  • ¿Estás preparada? ¡Toma zorra!

KLANG

  • AYYYYYYYY

Helena torció su cara hacia el cielo aullando desesperada mientras intentaba patalear pero los dos verdugos tenían sus piernas bien agarradas.

  • Espero que ardas en el infierno, zorra cristiana, toma, toma…

KLANG, KLANG, KLANG.

Haciendo fuerza y mordiéndose el labio, Sabina siguió martilleando el segundo clavo como si fuera un experto verdugo y no paró hasta clavar los dos brazos de Helena. Entonces se apartó un par de metros, se apartó el pelo y se limpió la cara con la falda de su vestido mientras comprobaba que los dos brazos de la joven habían quedado sólidamente clavados.

Helena lloraba inconsolable con la cabeza baja incapaz de mirar el rostro de su tía  a la que en algún momento de su joven vida había tomado por su segunda madre.

Por su parte Sabina sonrió con sadismo y decidió seguir con el proceso de crucifixión, para ello sacó de un cofre un extraño objeto de bronce.

Lo cogió con sus manos y se acercó otra vez a Helena para mostrárselo.  Se trataba de un cornu de bronce hueco. Era un príapo curvo, grueso y bastante largo  que imitaba a la perfección un pene humano con el glande y las arterias grabadas con bastante realismo. Incluso tenía un agujero en la punta como el orificio de un pene de verdad. Lo más extraño era el otro extremo del objeto, pues éste consistía en un largo recipiente cilíndrico que se podía vaciar gracias a una válvula situada en su parte baja.

Sabina sonrió como una sádica harpía.

  • He mandado hacerlo a un artesano especialmente para ti, querida y no creas que me ha resultado  barato. Sin embargo merece la pena, él será tu último amante anal,…. un amante muy ardiente como podrás comprobar, ja, ja,…. te aseguro que gritarás muy alto cuando derrame su cálida simiente en tus entrañas. Toma, lame la punta así te entrará mejor por el culo.

Helena torció el rostro y con un último gesto de dignidad se negó a ser humillada de esa manera.

  • ¿No quieres?, peor para ti, así te dolerá más.

Entonces se lo cedió a los verdugos para que lo colocaran en la cruz.  Para ello previamente habían practicado un orificio en el estipe y traspasaron éste desde atrás con la punta del cornu, de manera que el pene quedó en la parte delantera de la cruz y  el recipiente en la trasera. Los verdugos lo aseguraron a la madera clavándolo con cuatro largos clavos.

La cruel Sabina tenía los ojos inyectados en sangre

  • Vamos,…. ahora empaladla en él.

Los verdugos cogieron a Helena de las piernas y levantando su cintura empezaron a encularla en el cornu. El objeto era tan grueso que el proceso de sodomizarla con él fue enormemente doloroso.

  • AAYAYYY, IIAAAAYYYY

La joven gritaba y lloraba por la intrusión, el grueso falo dilató su esfínter anal al extremo e incluso lo rasgó cuando los verdugos hicieron suficiente fuerza.

  • AAAAYYYYY

El agudo grito de Helena se oyó por todo el anfiteatro. Mucha gente había dejado de mirar lo que les hacían a las otras esclavas y miraba expectante lo que esa mujer hacía con su pobre sobrina.

Entre las mujeres nobles del público se encontraba Claudia. La joven se había jurado  a sí misma que no iría a los juegos, que nunca vería esa inhumana masacre. Sin embargo una fuerza irresistible le había hecho acudir en el último momento y ahora era testigo de ese brutal tormento. Sin entender muy bien lo que le pasaba, Claudia estaba otra vez mojada y excitada viendo cómo se ensañaban con todas esas esclavas desnudas. Sin embargo, su excitación fue in crescendo cuando vio que iban a crucificar a Helena. Claudia aún recordaba cómo se le había entregado la joven en casa del senador Gallo y cómo había tenido un orgasmo en medio del tormento.

  • Metédselo bien adentro, cuanto más profundo mejor, gritó Sabina, y los verdugos siguieron haciendo fuerza hasta introducirle el cornu bien dentro del recto.

  • Ayyyyy, por favor, iiaAAAAAYY piedad, duele mucho

  • ¿Ah sí? me han dicho los verdugos que en las mazmorras no protestabas tanto y que te gustaba que te lo hicieran por el culo. Ahora recuerdo que no parabas de incitar a mi esposo moviendo el trasero como una buscona. Ya tienes lo que querías zorra, y ahora,… clavadle los pies como os he dicho.

  • Sí señora.

KLANG, KLANG.

  • IIIIIIIAYYYYYY, BASTTTAAAAA, NO, MÁS NO, MÁS NO

KLANG, KLANG,  KLANG

  • Así, bien dentro, que no s elos pueda desclavar.

A Helena le clavaron los pies por los empeines pero colocándolos no por la cara delantera del estipe sino en los dos laterales y con las piernas flexionadas. De este modo el sexo de la joven, totalmente depilado y calvo, quedó abierto y expuesto sin posibilidad de que ella lo protegiera juntando las piernas.

Una vez crucificada y empalada, Sabina se la quedó mirando satisfecha.

  • Ja, ja, mirad cómo le brilla el sexo y cómo tiene la pepita gorda y dura, menuda puta masoquista

Helena lloraba inconsolable con los brazos y las piernas clavados y abiertos. Su cuerpo había quedado en una postura extravagante y muy humillante. A pesar de la intrusión de ese enorme objeto en su ano o quizá debido a él la joven estaba excitada, con sus pezones erizados y llenos de arrugas y el sexo mojado y caliente. La muchacha vio cómo la miraban todos esos verdugos y adivinaba sus pollas erectas bajo los calzones. Ella sabía que se la iban a follar uno tras otro allí en la cruz, en una doble penetración propiciada por el cornu y eso contribuyó a excitarla aún más.

  • Por favor, por favor, tía, me duele mucho, es horrible.

  • ¿Dolor?, aún no sabes lo que es eso, zorra, pero ahora mismo lo vas a saber, vamos, ¿está todo listo?, estoy impaciente.

Sabina seguía dando órdenes y los verdugos improvisaron una fogata y colocaron sobre ella un caldero lleno de agua, sin embargo, ella misma estaba bastante cachonda y volvió a acercarse al cuerpo de su sobrina.

  • Sí que eres una zorra. A  pesar de todo lo que te están haciendo estos torturadores estás muy caliente, ¿verdad que sí cerdita? le dijo agarrando las anillas de los pezones y tirando de ellas.  La joven crispó el rostro de dolor pero esta vez aguantó sin gritar. Muy bien, mientras hierve el agua quizá consiga que te corras.

Y diciendo esto ella misma hizo algo increible pues se bajó los tirantes de su vestido quedándose con las tetas al aire. A pesar de su edad la mujer tenía unos pechos tiesos y muy bonitos y los verdugos se miraron sonriendo con complicidad.

Al ver eso desde la grada, el público vitoreó a Sabina y Claudia se introdujo disimuladamente su mano bajo las faldas para masturbarse.

  • Vamos Helena, dame un beso, preciosa, y Sabina acarició las tetas de la joven con las suyas propias mientras con su mano derecha acariciaba lentamente su sexo.

Helena rechazó el beso girando su cabeza, sin embargo no pudo hacer nada por impedir que su cruel tía la masturbara.

  • Vamos zorra,…. te gusta……. yo sé que te gusta.

  • Tía….tía…. haz que…que no me hagan más daño…..te lo ruego…

  • Ja, ja, tú sueñas, sufrirás mucho más de lo que sufrió tu maestro en la cruz, pero ahora,  vamos córrete,….. lo estás deseando, tu sexo no deja de chorrear

Y en un par de minutos Helena tuvo un profundo orgasmo gimiendo y retorciéndose.

  • Ja, ja, ya lo sabía yo, sólo eres una puta.

Sabina se limpió la mano en su muslo riéndose y tras darle una bofetada vio que el agua de la olla hervía a borbotones.

  • Vamos a ver si esto te gusta tanto, verted el agua en el cornu, dijo mientras volvía a subirse los tirantes de su vestido.

El invento de Sabina era el colmo de la crueldad, los verdugos cogieron la olla tras ponerse unos guantes de herrero para no quemarse y con mucho cuidado vertieron el agua hirviendo en el vaso de bronce situado tras la cruz. Como éste estaba más alto que el cornu en sí el ardiente líquido llenó éste por la ley de los vasos comunicantes e incluso una pequeña parte del líquido salió por la punta del pene inundando por dentro el recto de la joven. El metal se calentó rápidamente y Helena comenzó a aullar tan fuerte que atrajo la atención de todo el público congregado en la arena.

  • Ja, ja, ya te dije que iba a ser un amante muy ardiente, ja, ja.

La pobre muchacha gritaba como un animal, los tendones de su cuello parecían estallar y ella intentaba desesperadamente ponerse de pie sobre los clavos para sacarse ese pene abrasador del culo. Sin embargo, en la manera en que la habían crucificado era imposible hacerlo del todo.

Por un momento Claudia dejó de masturbarse y se clavó las uñas en las palmas de la mano de pura tensión.

  • IIIAAAAYYY, UUUAAAYYY

Helena permaneció varios segundos erguida de mala manera sin parar de gritar ni llorar y finalmente se rindió dejándose caer y volviendo a aullar escaldada con la cara dirigida al cielo.

  • AAAAYYYYY, ME QUEMAAAA, PIEDAAAAD

  • Ja, ja, a eso le llamo yo “follar el cuerno”

La inhumana tortura duró unos minutos hasta que el agua se enfrió lo suficiente.

Entonces uno de los verdugos abrió la válvula dejando escapar el agua y ésta cayó al caldero. Nuevamente lo llevaron al fuego para volverla a hervir.

Entre tanto, Helena parecía inerme en la cruz,…se había desmayado de agotamiento.

  • ¡Furcia!, dijo Sabina contrariada, no escaparás tan fácilmente, despertadla y no dejéis que se aburra, estaré viéndolo todo desde el palco del Pretor,….. si me satisfacéis os pagaré bien.

  • Sí dómina.

Y Sabina se retiró de la arena entre la ovación y aplausos del público….. entre tanto el espectáculo siguió adelante y las torturas y crucifixiones continuaron entremezcladas con las luchas individuales entre gladiadores.

………….

Era ya el mediodía y la arena se estaba convertiendo  en un horno. En el clima extremo de la Hispania Interior a un gélido amanecer a 3 o 4 º centígrados le podía suceder una temperatura de 35 º en las horas centrales del día. Sin embargo, a pleno sol la temperatura en la arena podía alcanzar perfectamente los 40 º. Cuando recibieron la orden, los operarios tendieron los toldos que cubrían el graderío y los esclavos recorrieron los asientos, ahora a la sombra,  repartiendo agua, vino, fruta, y otras viandas.

Los soldados y gladiadores que estaban en la arena se resguardaron a la sombra de los muros como pudieron y los carnífex interrumpieron  las torturas para unirse a ellos y tomar algo.

Sin embargo las siete chicas crucificadas más las otras atadas en cruces en aspa o a diversos tipos de postes de tormento, quedaron al sol inclemente que pronto quemó su piel y les provocó mareos y dolores de cabeza.

  • A….gua.., a..gua.

Las esclavas crucificadas ya no luchaban por respirar pues a todas les habían puesto un sedile, es decir un asiento que les permitía asentar su cintura y así poder respirar algo mejor durante unos minutos. El problema es que los sediles eran cornu, es decir dildos largos y gruesos que las mujeres tenían que introducir en su ano de manera que el objeto sirviera como tope para apoyarse y sentarse en él. Esos cuernos parecían haber sido diseñados por el mismo diablo. Por un lado tenían la punta afilada de manera que no podían posar sus muslos o nalgas sobre ella, y por otro lado eran de diámetro creciente hacia la base con lo que cuanto más se lo introducían en el ano el esfínter quedaba más dilatado y tensionado lo cual generaba un terrible sufrimiento. Por eso las mártires cristianas se lo metían y sacaban del ano continuamente haciendo ímprovos esfuerzos por desclavarlo. El público gozaba así del hecho de que las esclavas se estuvieran sodomizando a sí mismas constantemente.

  • A…gua…por ….fa…vor.

  • Vamos tú,…. dales agua, dijo Sifax a un soldado, el pretor ha ordenado que vivan varios días y si no beben algo morirán en un par de horas.

El soldado se levantó de mala gana y cogió un cubo donde había agua sucia. El hombre salió  al sol y depositó el cubo en el suelo cerca de las cruces.

  • Por Júpiter, esto parece un horno, dijo quitándose el sudor de la frente y clavó una esponja en la punta de una lanza. Sin embargo, cuando iba a mojar la esponja se lo pensó antes y sonriendo con desprecio a las crucificadas se sacó su miembro y orinó dentro del cubo.  Luego mojó la esponja dentro y levantando  la lanza se la colocó en la cara a Alba. A pesar de que la joven había visto lo que acababa de hacer ese cerdo, aceptó beber lamiendo ávidamente el líquido que le caía de la esponja por la cara.

El soldado miró interesado cómo la joven se afanaba por lamer hasta la última gota de agua y le dejó beber unos segundos. Luego le quitó la esponja aunque aún quedaba líquido e hizo lo mismo con la siguiente esclava y luego con la siguiente….

En realidad no les darían mucha más agua, la justa para que no murieran de deshidratación…

Las horas pasaron y las esclavas siguieron sufriendo el tormento en medio de ese calor tan espantoso. Muchas de ellas no tenían fuerza para nada y colgaban aparentemente inermes de los brazos. Sin embargo, de cuando en cuando alguna se retorcía en la cruz llorando y gimiendo de dolor y se desclavaba el cornu colgando entonces de los brazos. En realidad sólo aguantaba unos minutos y volvía a hacer esfuerzos denodados para volver a meterse eso por el innoble agujero.

El público no perdía detalle mientras disfrutaba de la comida y la bebida frescas. Como decimos, muchas parejas se besuqueaban en las gradas pues el sádico espectáculo había despertado la pasión de los hombres y de no pocas mujeres.

Entre tanto Julia pasaba de mano en mano y tras satisfacer a todos los invitados del pretor con su boca y su lengua, Sabina se la llevó al palco de las nobles matronas donde la joven sufrió todo tipo de humillaciones y escarnios, tuvo que follar con esclavos y esclavas en su presencia  e incluso tuvo que servirles de letrina.

Entre tanto el sol empezaba a declinar pero el calor no remitía,… era sofocante. Sólo las moscas revivían en esa canícula y buscaban el frescor en las heridas, los ojos, los labios y el sexo de las mujeres crucificadas. Las moscas eran una tortura adicional insoportable. Al principio las esclavas se molestaban en espantarlas pero luego ya no tenían fuerzas ni siquiera para hacer eso.

Sólo cuando el calor abrasador empezó a remitir a eso de las siete de la tarde  volvieron a reanudarse los juegos y los verdugos bajaron a la arena para continuar el suplicio de las condenadas. Una nueva esclava fue desatada de los postes de tormento y arrastrada para ser crucificada, era la número ocho.

Entre los gritos desesperados de la joven, el comerciante Próculo se acercó a Quinto. Lo de Sabina le había dado la idea.

  • Oh, Próculo, ¿tú aquí?, ¿te gusta el espectáculo? ¿eres feliz?

  • Sí, centurión,pero hay algo que aún me haría más feliz, y diciendo esto le dio disimuladamente una bolsa llena de monedas.

  • Siempre tan generoso ¿Qué puedo hacer por ti?

El comerciante se lo dijo al oído y el centurión sonrió con sadismo.

Minutos después Próculo caminaba por la arena escoltado por dos guardias. Los tres hombres pasaron delante de los postes donde se encontraban las esclavas que aún no habían sufrido tormento.

  • Es esa, dijo señalando a una joven morena exhuberante.

  • Mi amo, ¿qué haces aquí?, dijo ella.

Por toda respuesta Próculo se puso a acariciar sus pechos desnudos.

  • Hola Valentina, hacía mucho tiempo que deseaba hacer esto.

  • Mi amo, por favor,…. haz algo, sálvame,…. no, no quiero que me hagan eso.

  • ¿Eso?, ¿a qué te refieres?, Próculo nunca había acariciado la suave piel de la joven y ahora se estaba resarciendo con creces..

  • Lo que les hacen a las otras, es horrible, por favor, mi amo, y Valentina se echó a llorar.

  • Yo no puedo hacer nada Valentina, nadie puede salvarte ya de la cruz, pero aún tienes que satisfacer a tu amo antes de morir…… Llevadla a los postes de tormento.

  • No, mi amo, no, por favor, ¿qué me van a hacer?

Los verdugos desataron a Valentina y la llevaron hasta una cruz de San Andrés que poco antes había sido ocupada por la esclava a la que estaban crucificando.

Al ver dónde la llevaban y reparando en los braseros que flanqueaban la cruz, Valentina intentó resistirse gritando histérica, pero los verdugos le dieron un puñetazo en la tripa y aprovechando que la chica estaba doblada sobre sí misma incapaz de defenderse, la ataron a la cruz con los brazos y piernas bien estirados y abiertos.

Una vez atada e indefensa, la joven vio cómo Proculo se acercaba a ella. El hombre lucía una enorme erección bajo los calzones.

  • Excelente, excelente, dijo para sí. Echad más brasas a los braseros e introducid el instrumental de tortura.

Nuevamente el comerciando empezó a acariciar el deseado cuerpo de su bella esclava e incluso en un momento dado se sacó la polla y empezó a acariciar con ella su húmedo sexo mientras pellizcaba insistentemente los dos pezones a la vez.

  • Por favor, por favor, decía Valentina viendo desesperada como preparaban su tortura,…. no dejes que me hagan daño,… fóllame si quieres amo, siempre…siempre he deseado que lo hicieras…. pero que no me toquen con eso.

Próculo sabía que ella mentía pero siguió con la farsa.

  • Si quieres que no te pellizquen las tetas con las tenazas candentes tendrás que ser buena conmigo, dame un beso preciosa.

Y Valentina se besó con Próculo para evitar desesperadamente lo inevitable. Incluso cuando notó que el pene la empezaba a penetrar lentamente la joven sobreactuó un poco para contentar al hombre.

En realidad no le sirvió de nada pues tras follársela durante diez minutos el hombre se corrió dentro de su sexo y sin inmutarse ni mostrar mucho placer cogió dos tenacillas de los braseros y dirigiéndolas a la punta de los pezones de la muchacha se los cerró a la vez en los mismos.

  • AYYYYYY, AAYAYYY

Dos nubecillas ascendieron de las puntas de los senos mientras el las tenacillas candentes mordían sus sensibles pezones y la pobre esclava gritó y aulló de dolor.  Como si se hubiera vueto loca.

Próculo no soltó la presa hasta que las tenazas se enfriaron, entonces las dejó sobre la chapa para que se volvieran a calentar y cogiendo un punzón al rojo vivo se lo colocó a la joven en la parte interna de los muslos, muy cerca de los labia, quemando la delicada piel de los mismos. Esta vez le dio toques más cortos con el hierro caliente provocando unas dolorosas marcas paralelas.

Los gritos desesperados de la pobre Valentina y sus convulsiones hicieron que el comerciando reprimido recuperara su erección y volvió a penetrar a la esclava. Esta vez fue ella la que le besó mientras le rogaba que dejaran de torturarla.

Sin embargo, eso tampoco le valió de nada. Una vez eyaculó dentro de su sexo el comerciante pidió a los verdugos que continuaran con la tortura y cogiendo unas tenazas dentadas en forma de cocodrilo empezaron a morder con ellas trozos de carne de la muchacha: los muslos, las nalgas, el ombligo, las tetas.

Nuevamente se redoblaron los gritos desesperados de Valentina y eso que esta vez decidieron usar las tenazas en frío.

Fue precisamente cuando le mordieron y retorcieron sus turgentes senos a la vez con esas infernales tenazas cuando Próculo recuperó la erección y la penetró una tercera vez.

Esta vez le costó casi diez minutos terminar dentro del cálido sexo de su esclava, pero cuando terminó de derramar su simiente el comerciante dio permiso a los verdugos para que también se la follaran y finalmente pidió que la crucificaran.

Próculo no se quiso perder el proceso  y se despidió de Valentina cuando la tenían en el suelo maniatada a la cruz. Mientras los verdugos terminaban de afilar la punta de los clavos ella aún le pidió piedad pero por toda respuesta el sádico comerciante le contestó que todo eso le ocurría por no haberse querido convertir en su amante. Le aseguró que hubieran sido muy felices juntos e incluso que la hubiera manumitido….finalmente dijo a los verdugos que la clavaran de una vez y gozó del tormento como un cerdo.

…………

Cuando llegó el ocaso y el público empezaba a retirarse de las gradas, había quince mujeres crucificadas en la arena. A todas ellas les habian colocado el sedile  y les habían dado agua con drogas estimulantes asegurándose de que permanecieran vivas hasta el día siguiente.

El resto de las esclavas fue llevada a las mazmorras bajo las gradas y allí desnudas y encadenadas pasaron toda la noche en vela. Ninguna pudo dormir angustiada por los lamentos y lloros de sus compañeras crucificadas en la oscuridad y por los rugidos de los leones y leopardos. Sifax les había asegurado que al día siguiente algunas de ellas serían echadas a las fieras.

Continuará.