Julia, santa y mártir (16)
Julia empieza a ser tratada como una simple esclava y por tanto pierde su virginidad.
Capítulo 16- La violación
De camino a la cámara de tortura Sifax se reía internamente del pretor y de que éste no hubiera conseguido nada de la joven cristiana. El experto verdugo sabía cómo tenerla comiendo de su mano en pocos minutos.
De hecho, cuando llegó a la cámara de tortura Aurelio y Brutus ya estaban preparando a Julia encaramando su cuerpo desnudo a un poste en forma de cruz comissa. Sifax se acercó a la joven y le acarició el rostro.
Hola preciosa, te comunico que desde ahora eres sólo mía…… Soltadla, dijo a los otros. Esta preciosidad me va a chupar la polla por propia voluntad, ¿verdad cariño?.
No, gimió Julia.
Sí, pequeña, me chuparás la polla antes de que te la meta por tu aristocrático culito.
Puedes violarme si así lo deseas pero no conseguirás nada de mí.
Eso lo veremos, contestó Sifax. Y mientras decía esto aparecieron los guardias con Varinia y Alba.
¿Qué vas a hacer?, preguntó Julia alarmada al verlas.
Ahora lo verás. Atad a estas dos en las cruces.
Los guardias cogieron a Varinia y Alba y se apresuraron a atarlas a dos postes de madera. Estos eran como pequeñas cruces en forma de tau. A las esclavas les levantaron los brazos por detrás de la espalda y alrededor del leño horizontal y les doblaron las rodillas obligándolas a levantar los tobillos hasta la altura de los muslos. Muñecas y tobillos fueron entonces fuertemente atados entre sí. Las jóvenes gimieron y se quejaron mientras los verdugos ajustaban las cuerdas con fuertes tirones. Como último y perverso aditamento les pusieron unos listones de madera afilados bajo su entrepierna. Las jóvenes sufrían así el estrapado al tiempo que la cuña atormentaba su entrepierna.
- ¿Por qué no nos dejáis?, decía Alba sollozando cuando la maniataban….. No puedo más, no lo soporto más,…. matadnos de una vez y acabad con nuestro sufrimiento.
Pero sus verdugos no hicieron caso de sus súplicas.
- Muy bien, dijo Sifax. Tú elijes cristiana. O me la chupas bien chupada o empezamos a acariciar a estas dos con los hierros al rojo.
Varinia y Alba comenzaron a gritar histéricas.
Ellas no tienen la culpa de nada, ¿por qué no las dejas?, si quieres hacer sufrir a alguien tortúrame a mí, dijo Julia.
No sé por qué me imaginaba que ibas a responder esto, pero no importa.
Sifax fue entonces hasta una esquina y trajo una tabla con dos enganches y la acercó hasta el poste de Alba. Maquinalmente enganchó la madera al propio poste a la altura del torso de la muchacha y la fijó con los pernos acomodando los pechos de la chica para que éstos descansaran directamente sobre la tabla.
- Por favor, no me hagas daño, gimió Alba.
Y la joven siguió negando y sollozando cuando vio que Sifax cogía unos pequeños clavos y un martillo. Las chicas siguieron los movimientos del verdugo aterrorizadas y cuando éste puso la punta del clavo contra el borde del pecho de Alba ésta comenzó a gritar histérica.
- Alto, dijo Julia, no lo hagas.
Pero nada detuvo al verdugo que levantó el martillo para clavar el clavo en el pecho de la joven. El golpe fue seco y directo y la punta de metal penetró limpiamente en el pecho de ella hasta tocar la madera. Alba gritó de dolor crispando el rostro ante la desesperada mirada de sus compañeras. Un reguerillo de sangre salía de su pecho, mientras el verdugo aseguraba el clavo con unos cuantos martillazos. Inmediatamente Sifax cogió otro clavo y se dispuso a repetir la operación. Alba suplicaba piedad desesperadamente, pero eso no le sirvió de nada.
- Déjala, por favor, lloraba Julia mientras Brutus y Aurelio la mantenían inmovilizada.
Pero el verdugo no hizo caso de los ruegos y siguió con su sádico trabajo lenta y metódicamente. Dos clavos en cada pecho aseguraron éstos contra la madera y fue entonces cuando comenzó la verdadera tortura. El verdugo cogió un punzón al rojo vivo y le pinchó a placer en las mamas. Alba gritó como una posesa al no poder soportar tanto dolor. Cuando retiró el hierro había quedado una pequeña herida de un centímetro de profundidad de la que apenas manaba sangre. Sifax cogió otro hierro y se lo clavó en el otro pecho, arrancando gritos histéricos de su víctima. Mientras la torturaba, Sifax acercaba su apestoso rostro a la dulce Alba.
- Grita para mí, preciosa. Sé que deseas morir, pero eso no ocurrirá por ahora, yo puedo hacer que tu dolor dure eternamente. Y diciéndole esto le fue perforando con un afilado punzón candente el pezón izquierdo.
Entre esta dolorosa agonía Alba gritaba cosas incomprensibles lanzando lágrimas y baba.
- Por favor, gritó Julia llorando, no sigas, haré lo que quieras, pero no le hagas más daño, por favor.
Sifax no le hizo caso de inmediato y con otro punzón se puso a trabajarle el pezón derecho.
IIIIIIAAAYYYY, PIEDAD, POR FAVOR, PIEDAD
Misericordia, ten piedad de ella, seguía diciendo Julia al ver el rostro desencajado de Alba. Repentinamente Sifax se volvió a su prisionera.
¿Obedecerás al fin esclava?.
Sí, te lo prometo, te daré todo el placer que quieras pero déjala.
Por fin, Sifax dejó de atormentar a Alba y la dejó llorando y mirando lastimosa sus pechos aún clavados a la tabla. Sifax fue hasta Julia que aún estaba de rodillas y se sacó su inmensa polla.
- Muy bien preciosa. Quiero que me hagas un buen trabajo con tus manitas y tu boquita.
Julia miró la enorme polla negra del verdugo y después le miró implorante a los ojos. Era algo asqueroso y sucio. Ella levantó, no obstante, las manos sin decidirse a tocarle el miembro. Finalmente fue Sifax quien le llevó las manos hasta su polla.
- Vamos, no tengas miedo, acariciala, te gustará a pesar de tus remilgos.
Julia cogió con sus manos la polla y la acarició tímidamente, le sorprendió que fuera tan dura y suave a la vez y notó el pulso de la sangre que hinchaba sus venas azuladas.
- Así, preciosa, así, despacio.
Ella empezó a llorar y volvió a mirar hacia arriba.
Déjame morir virgen, por favor.
Ni lo sueñes cariño, te voy a desvirgar por delante y después voy a sodomizarte, da mala suerte crucificar a una virgen. Y ahora chúpamela, quiero saber cómo la chupáis las cristianas de tu rango.
No, dijo Julia, eso no.
Está bien, si aún no te he persuadido bastante quizá los gritos de Varinia lo hagan. Preparadla para el tormento. La esclava gritó alarmada y lo mismo hizo Julia.
Alto, por favor, dijo ésta.
Pero Brutus y Aurelio se apresuraron a colocarle otra tabla bajo los pechos. Julia no tuvo otro remedio y cogiendo firmemente la polla de Sifax abrió la boca para lamerla. Lo hizo temblando y cuando su lengua tocó el glande ella cerró los ojos asqueada. Entre tanto, Brutus y Aurelio no paraban y siguieron preparando los pechos de Varinia para el tormento, sordos a sus gritos pidiendo piedad. Brutus cogió una tenaza, un martillo y clavos. Mientras tanto Julia hacía esfuerzos por vencer su asco e intentó lamer el prepucio del verdugo, sin embargo, apartó la cara y escupió. La joven sintió tanta vergüenza que se tapó los pechos y su entrepierna con las manos.
- No puedo, no puedo, déjame, te lo suplico, dijo avergonzada, con el salado sabor a polla aún en su boca.
Sifax sonrió por la pudorosa respuesta de la muchacha.
- Ya cederás, jovencita pero por lo pronto has conseguido que Varinia sufra una tortura extra. Empezad cuando queráis.
Brutus miró a Varinia cruelmente, y esgrimiendo unas pequeñas tenazas agarró con ellas el pezón del pecho izquierdo de la joven. Entonces le cerró bien las tenazas y sin hacer ningún caso de los gritos y alaridos de ella le empezó a retorcer el pezón sobre sí mismo hasta darle casi una vuelta completa. Varinia gritaba y lloraba suplicando a su verdugo que no se lo arrancara de cuajo. Pero Brutus sonreía sádicamente estirando y estirando el pezoncito de la esclava. Entretanto Aurelio cogió el martillo y los clavos y se dispuso a clavar el pecho derecho a la tabla. Sifax atrapó entonces a Julia de los brazos y le obligó a mirar la escena de cerca. La joven no tuvo más remedio que verlo todo mientras Sifax le magreaba y le decía obscenidades. Los dos verdugos torturaban salvajemente a Varinia que no dejaba de gritar y pedir piedad inútilmente. Tras clavarle los dos pechos con clavos, los verdugos empezaron a atravesarlos con agujas candentes.
¿Te gusta verle sufrir?, le preguntó Sifax mientras acariciaba y besaba a la joven en el cuello.
Por favor, parad ya, haré lo que quieras pero ten piedad.
Ya has tenido tu oportunidad pequeña. Vamos, seguid dijo riendo Sifax.
Los pechos de Varinia ya habían sido atravesados por tres agujas largas, y como la joven esclava gritaba como una posesa tuvieron que amordazarla. Lo siguiente fue clavarle dos pequeñas agujas en la punta de los pezones. Brutus apoyó la punta de la primera aguja contra el pezón duro y turgente de la muchacha que empezó a agitarse y llorar al sentir la punta de metal candente penetrando en sus entrañas. Julia creía morir oyendo los alaridos de su amante y con lágrimas en los ojos volvió el rostro para besar desesperadamente a Sifax.
Déjala, por favor, te haré lo que quieras, te daré placer. No le hagais más daño. Y mientras le decía esto le besaba y buscaba sus labios desesperadamente.
Dime que me quieres y me deseas, noble Julia. Vamos, dilo.
Te quiero y te deseo, dijo ella llorando.
Lentamente, el cruel verdugo la hizo arrodillarse y cuando aún estaba disfrutando por el tormento de la esclava empezó a notar complacido un cálido y húmedo roce en su polla. El hombre suspiró de gusto, y bajando los ojos vio a Julia con parte de su polla metida en la boca, con los ojos cerrados y llorando de asco y de vergüenza. Varinia volvió a gritar desesperadamente y Julia soltó el rabo del verdugo.
Ya tienes lo que quieres, cerdo. Déjala en paz. Sifax hizo una señal a los verdugos y éstos dejaron por fin de torturar a Varinia.
Ahora cumple con tu obligación, esclava, dijo Sifax obligando a Julia a meterse su polla hasta la garganta. Ella se resistió aún al principio, pero sin darse cuenta empezó a hacer una felación sin resistirse y por propia voluntad. Sifax lo notó al momento, se dio cuenta de la sumisión de la muchacha y eso hizo que su polla se pusiera aún más dura.
Así, preciosa, sigue así.
Julia siguió y siguió haciendo la mamada sin sacarse el miembro de su boca, estaba muerta de vergüenza pero ahora no podía parar. Al contrario, se la metía bien adentro llenándose de su sabor salado y su textura extrañamente dura y suave a la vez.
¿Qué tal la chupa la cristiana, Sifax?, preguntó divertido Aurelio.
Es una auténtica zorra. Venid aquí que os la va a comer a vosotros también.
Y diciendo esto Sifax sacó un poco su verga para correrse en la cara de Julia. La joven se vio sorprendida por ese líquido caliente y espeso que le salpicó toda la cara y se le metió por la boca.
- No, por favor, qué asco.
La joven empezó a pasarse las manos por la cara para quitarse de encima la lefa del verdugo, pero Brutus y Aurelio no le dejaron y le volvieron a maniatar los brazos a la espalda. Brutus la cogió violentamente del pelo y le obligó a mirarle a la cara.
- Veo que te gusta el semen, cerda cristiana así que chúpame el rabo como sabes hacerlo y extrae hasta la última gota.
Diciéndole esto le obligó a meterse su polla bien adentro en la boca, y ella no tuvo más remedio que afrontar la nueva y asquerosa felación, pues Brutus le había cogido de los cabellos y accionaba con su mano la cabeza adelante y atrás una y otra vez. Julia tenía que aguantarse las nauseas y hacer todo lo posible por no vomitar. Brutus debía tener alguna enfermedad en la piel que hacía que su pene oliera a huevos podridos. Tras un rato de mamársela, Brutus permitió que la joven sacara la polla de la boca y Julia empezó a escupir asqueada.
- Acaba de una vez, no puedo más, es asqueroso.
Sin embargo, cuando levantó la vista se encontró frente a ella el rabo de Aurelio que le obligó a chupárselo. A pesar de lo asqueroso de la doble felación, Julia casi prefería esta última polla antes de tener que meterse en la boca ese pedazo de carne repugnante. Sin embargo, en pocos segundos, Brutus reclamó otra vez la boca de su esclava. Era el colmo de la perversión, chupar dos pollas a la vez y alternativamente. Además en poco tiempo Julia se dio cuenta de que estaba encontrando algo de placer en todo aquello y que tenía su propio sexo húmedo y excitado. Sin embargo, aquellos bestias no la dejaban, sino que insistían una y otra vez metiendo y sacando las pollas de su boca. Sifax se burló cruelmente de ella.
- Ya no le haces tantos ascos cristiana. ¿Te gusta chupar pollas verdad?, ja, ja, tiene los pezones llenos de arrugas, ¡menuda zorra masoquista!.
Julia le miró con los ojos llorosos pero no pudo sacarse ninguno de los dos miembros e la boca y siguió con la felación forzada. Entretanto, nadie se fijaba en las dos esclavas que soportaban sollozando la cruel postura en la que les habían dejado.
Mientras los verdugos abusaban de Julia la sobaban y magreaban gozando intensamente de la felación. Los dos alargaron todo lo posible el momento de eyacular pero finalmente Brutus echó una lechada enorme dentro de la boca de la muchacha sin permitirle abrir la boca ni escupir fuera nada de semen. La pobre casi se ahogó con ese vertido de esperma espeso y repugnante que inundó su boca y su garganta. Pocos segundos después Aurelio le echó también toda su leche por el pecho. Brutus sacó por fin su polla de la boca de Julia y ésta dejó escapar un torrente de baba mezclada con esperma, escupiendo y quejándose por el abuso.
Dejadme, por favor, no puedo más, decía la pobre mujer llorando, pero los verdugos no la dejaron.
Apenas hemos comenzado contigo, perra,
Y diciendo esto la obligó a tumbarse en el suelo para violarla. Julia se resistió pataleando, pero entonces los otros dos verdugos le cogieron de las piernas para separarlas bien y dejar su coño abierto a la penetración. Sifax, que ya había recuperado la erección completamente le empezó a acariciar la entrepierna.
Esta cerda está muy mojada, dijo mostrando sus dedos húmedos de jugos vaginales. Los verdugos se rieron.
Y mirad cómo tiene los pezones, tiesos y duros como piedras.
Creo que va a estar muy receptiva a tu polla Sifax.
Ya me lo imaginaba, dijo él empuñando su enorme cipote. Huelo una puta a distancia.
Julia se sonrojó al comprobar que su cuerpo la traicionaba y que inconscientemente deseaba ser violada por sus torturadores. Sin embargo, negó con la cabeza desesperada cuando Sifax le fue introduciendo la punta de su pene en el coño. Efectivamente, la polla del verdugo entró con facilidad gracias a la lubricación y de un solo empujón la desvirgó. Julia gritó de dolor al romperle el himen.
- Una virgen menos dijo Sifax triunfante al ver la sangre deslizarse por su verga.
El hombre siguió violando a Julia mientras sus compañeros la agarraban de las piernas. Ella gritaba y se agitaba por el dolor y la humillación. Sin embargo, lentamente el dolor cedió y empezó a sentir placer. Sifax sonrió al ver cómo se mudaba el gesto de la muchacha, y siguió follando más lentamente. Momentos después eyaculó bramando de placer dentro del cuerpo de ella….. En pocos segundos Aurelio sustituyó a Sifax y siguió violando a la joven. Esta vez Julia se corrió en medio de su violación.
Los verdugos abusaron de ella por turno y finalmente la dejaron extenuada en el suelo.
La mártir lloraba ahora humillada desnuda y maniatada en el frío suelo. Sin embargo, su violación no había concluido aún. Sifax se acercó a ella con un gran cepo de hierro y la obligó a incorporarse cortando con un cuchillo sus ligaduras, entonces le puso el cepo en sus tobillos y sus muñecas cerrándolo con un gancho. Entonces antes de que ella pudiera darse cuenta obligaron a Julia a rotar sobre sí misma de manera que su cara quedó aplastada contra el suelo, de rodillas y con el trasero en alto.
- Bien noble Julia, dijo Sifax blandiendo una fusta. Has cometido un grave pecado, ¿no es cierto?. Una virgen cristiana como tú ha gozado de su violación y por eso merece un castigo, ja, ja, ja.
Según dijo esto le propinó un doloroso fustazo en el trasero. Julia gritó, pues el fustazo le había dejado una horrenda marca roja. A esta siguieron unos cuantos fustazos más y finalmente Sifax se arrodilló ante su llorosa víctima. De pronto, Julia notó algo horrible. El verdugo empezó a pringarse el dedo en sus jugos vaginales y acto seguido se lo empezó a introducir por el agujero del ano. La mujer gritó alarmada pues adivinó lo que iba a pasarle.
Por ahí no por favor, por ahí no, te lo ruego, dijo ella llorando.
Tienes el culo tieso y cerrado, dijo Sifax sonriendo. Creo que esto te va a doler.
Por favor no me sodomices, por el culo no por favor.
¿Bromeas?, respondió Sifax. Siempre doy por culo a las jovencitas que voy a crucificar, y tú no vas a ser una excepción.
Y diciendo esto se puso en posición y empezó a a penetrarla. Esta estaba completamente indefensa y lo único que podía hacer era gritar como una loca mientras ese bestia la enculaba salvajemente. La polla de Sifax fue penetrando lentamente cediendo el esfínter del ano de Julia milímetro a milímetro. La sensación de desgarro era bestial y ella no dejaba de gritar, mientras Sifax empujaba y empujaba hacia adentro con cara de sádico y sudando por el esfuerzo. Finalmente el ano de la joven se desgarró completamente y ella soltó un tremendo alarido de dolor. El verdugo rió triunfante metiendo y sacando su enorme verga una y otra vez.
- Mirad, estoy dando por culo a una noble romana, el sueño de mi vida, ja, ja.
La pobre muchacha sufría llorando y gritando la humillación de su violación sintiendo un dolor terrible cada vez que ese enorme pedazo de carne le horadaba el recto. En realidad, y aunque a la mujer le pareció una eternidad, Sifax tardó poco en correrse pues ella tenía el ano bastante tieso y apretado como para acelerar la eyaculación del hombre. Este sacó finalmente la polla y regó el cuerpo de Julia con una lluvia de esperma.
- Qué placer, bramó Sifax. Vamos, ahora os toca a vosotros.
Aurelio se sacó también su miembro y se dispuso a encular nuevamente a la joven mirando el agujero de su ano abierto y cedido.
- No por favor, otra vez no, dijo Julia entre sollozos mientras el verdugo la iba penetrando.
La pobre muchacha fue sodomizada seis veces, pues cada verdugo la penetró dos veces por el ano. Tras su larga y dolorosa violación, Sifax se acercó hasta el rostro de Julia y cruelmente le enseñó una bandeja en la que había tres anillos.
Continuará