Julia, santa y mártir (15)

Se celebra el juicio público de la cristiana Julia y se dicta sentencia.

Capítulo 15. El juicio de Julia

Durante los dos días siguientes  su interrogatorio, la joven Julia pudo descansar y recuperarse.

Varinia tampoco fue torturada aunque recibió diariamente la visita de los guardias que abusaron de ella de todas las maneras posibles.  Al segundo día, Julia se pudo levantar por fin de su lecho. Todo su cuerpo le dolía y le escocían sus innumerables heridas, sin embargo, la mujer practicó la caridad cristiana con su esclava. Le ayudó a comer y beber los escasos alimentos que les proporcionaron sus guardias, y además le dio consuelo espiritual. Tras cada violación, Julia lavaba con una esponja y agua el cuerpo de la pobre Varinia, eliminando delicadamente los restos de esperma de los guardias y le daba valor para afrontar el martirio.

Finalmente, el tercer día se celebró el juicio.

El pretor quiso que el juicio de Julia fuera público y que en él estuvieran presentes los principales linajes nobiliarios a los que la joven pertenecía por nacimiento.

Una parte de estos nobles  estaba indignada de que una joven patricia hubiera sido detenida y encerrada en las mazmorras del pretorio, por eso nombraron a un viejo patricio, Cayo Marcio, para que actuara como representante y expresara en alto sus protestas.

La sala del juicio estaba repleta de gente que discutía nerviosamente sobre la cuestión mientras aguardaba la entrada del pretor. Este apareció por fin rodeado de varios guardias y entonces todo el mundo guardó silencio respetuosamente aunque se percibía una gran tensión acumulada.

Mirando a la gente el pretor se sentó en su silla y flanqueándole se colocaron los líctores con el imperium, es decir, el símbolo del poder de vida  o muerte que tenía el juez sobre los condenados.

  • Que dé comienzo el juicio, dijo un maestro de ceremonias.

  • Traed primero a la esclava, ordenó el pretor.

Los guardias  y los verdugos trajeron entonces a Varinia a presencia del tribunal. La joven acudió ante el juez completamente desnuda y cargada de cadenas con grilletes en tobillos y muñecas. Un guardia tiraba de ella con una correa atada al  cuello.

Al entrar en la sala, Varinia vio a toda aquella gente y se mostró reticente a entrar. Sin embargo, los guardias la arrastraron hasta el tribunal. La muchedumbre reunida allí miró atónita a la bella esclava. A pesar de su juventud, las marcas sobre su piel indicaban que había sido severamente torturada y eso impresionó a los hombres y mujeres que se habían reunido allí. Algunos la reconocieron como la esclava de Julia.

Varinia sentía todas esas miradas clavadas en su cuerpo desnudo  e intentaba taparse en vano con las manos.

La pregunta del pretor le sorprendió.

  • ¿Eres la esclava de la patricia Julia?.

  • Sí, …sí señor, dijo ella bajando la cabeza.

  • ¿Eres cristiana?.

Varinia no contestó inmediatamente.

  • Vamos esclava, contesta, dijo el pretor con ferocidad, ya no te servirá de nada negarlo.

Ella afirmó con la cabeza sollozando.

  • Muy bien, y ahora dime. ¿Tu ama es también cristiana?.

Varinia volvió a bajar la cabeza sin contestar. El centurión la cogió del pelo  y le obligó a mirar al pretor,

  • ¡Contesta a lo que te preguntan!.

  • Por favor,…. gimió Varinia.

  • Confiesa de una vez, ¿tu ama Julia es cristiana o no?.

Varinia seguía llorando sin contestar, no podía traicionar así a su señora.

  • Centurión, dijo el pretor. Que le den veinte latigazos a la esclava a ver si así se desata su lengua.

Los soldados cogieron brutalmente a Varinia y la arrastraron hasta una columna a pesar de sus quejas y pataleos. Aplastaron su pecho contra la columna y la ataron de pies y manos a ésta con los brazos bien estirados hacia arriba y una cuerda rodeando su cintura para que no pudiera moverse mientras la flagelaban. Un guardia cogió un látigo y empezó a golpearle en la espalda y el trasero sin piedad.

SSHAAACK

SSSHAAACKKK

AAAAYYYYYY

Varinia gritaba de dolor a cada latigazo pidiendo piedad a sus verdugos, mientras otro guardia contaba los latigazos.

El público miraba la escena entre excitado y violento. La joven esclava se debatía lanzando espumarajos de baba por la boca y llorando sin control mientras el látigo marcaba su piel una y otra vez con líneas rojizas. Al décimo latigazo  Varinia gritó que hablaría si le dejaban de golpear.

  • Basta, no puedo más, dijo a gritos.

El pretor hizo una indicación al soldado para que parara.

  • ¿Y bien?, dijo.

Varinia confesó sollozando.

  • Sí, mi señora es cristiana,….. es cristiana,…. por favor, no me golpeéis más, y tras esto rompió a llorar.

Los espectadores murmuraron sonoramente al oír eso.

  • Muy bien, dijo el pretor, era todo lo que quería saber. Traed ahora a Julia.

Los guardias dejaron a Varinia atada a la columna y fueron a buscar a Julia. Tras unos minutos aparecieron con la joven y un tremendo murmullo se extendió entre la multitud.

Julia comparecía  ante el tribunal completamente desnuda, con los brazos a la espalda atados entre sí con grilletes en las muñecas y sogas en los codos. La joven tenía que andar a trompicones a causa de los grilletes de los tobillos y de la soga al cuello que permitía que los soldados tiraran de ella.

La belleza de la joven Julia dejó a todo el mundo mudo. Los soldados la arrastraron brutalmente hasta el centro de la sala y el público se quedó sin habla.

Todos contemplaban a la joven que, incapaz de cubrir su desnudez  bajó la cabeza ruborizada ocultando su rostro.

Algunos de los presentes la conocían, e incluso algunos de los hombres la habían pretendido. Más de uno se la había imaginado ya desnuda y maniatada como estaba ahora y la situación le estaba haciendo empalmarse.

Entre las mujeres los sentimientos eran también encontrados. No faltaban las envidiosas que se alegraban internamente del martirio de Julia, sin embargo, la mayor parte sentía lástima y terror. Alguna sintió una profunda excitación sin saber explicar por qué.

El caso es que las marcas sobre su piel eran perfectamente visibles e indicaban el tipo de cosas que le habían hecho los verdugos.

El Cayo protestó ante el pretor.

  • La han torturado. ¿Cómo os habéis atrevido a tratarla de esta manera?.

Este le contestó severamente.

  • Esta joven es una traidora y mi obligación y la vuestra es luchar contra los traidores cristianos con todo lo que tengamos a nuestro alcance.

El patricio se acobardó ante esas palabras y el pretor cambió de tono.

  • Si he mandado que la torturen es por su tozudez. Ella ha manifestado que es cristiana y por tanto se niega a hacer sacrificios al César.

El viejo Cayo se volvió a Julia.

  • ¿Es cierto?.

Ella afirmó con la cabeza completamente avergonzada y un murmullo se levantó entre los asistentes.

  • Silencio, ordenó el pretor. Apelo a vosotros para que la hagáis entrar en razón pues con ella no ha valido nada, ni las buenas palabras ni las amenazas, ni la tortura. Esta es su última oportunidad para salvarse de la cruz.

El viejo se acercó a Julia, la cogió del rostro y le obligó a levantarlo, ella tenía lágrimas en los ojos.

  • Pobre niña, ¿qué te han hecho?, y entonces se puso a acariciarle la cara. Debes abandonar esos errores, le dijo en un susurro paternal. Debes ser fiel a tu familia y al estado. Julia habló por fin.

  • No señor, dijo. Debo ser fiel a Cristo, mi señor, y a mis hermanos.

Al oír eso el viejo separó sus manos de ella como si tuviera la lepra

  • ¿Lo veis?, dijo el pretor.

La gente viejo a murmurar indignada.

Cayo Marcio volvió a la carga y esta vez le habló  en bajo.

  • Desgraciada. ¿Sabes lo que les está reservado a los cristianos?.

  • Sí señor, dijo ella, la cruz.

  • ¿Es eso lo que quieres?, ¿sabes lo que se tarda en morir en la cruz?, pueden ser días …. ¿quieres morir así entre horribles tormentos?.

Julia negó con la cabeza.

  • No señor, tengo mucho miedo, pero mi religión me exige este sacrificio.

Repentinamente surgieron unos gritos entre el público.

  • Traidora.

  • Crucificadla.

  • Sí, a la cruz con ella.

Las opiniones estaban divididas pero cada vez más gente pidió que Julia fuera crucificada. El pretor esbozó entonces una sonrisa al ver que no había tanta oposición.

  • Por última vez, muchacha. ¿Harás el sacrificio al César como tu único señor?.

  • Cristo es mi único señor, respondió la joven serenamente.

Al oír esto, los gritos en su contra se redoblaron, pero el pretor se levantó y exigió silencio. Los líctores se levantaron también y mostraron sus hachas al tribunal, el juez iba a dictar sentencia.

Ceremoniosamente el pretor dijo.

  • Por la autoridad del pueblo y del senado de Roma decreto que la condenada es culpable de traición al César, y por tanto la sentencio a que pierda desde este momento la ciudadanía romana y todos sus derechos y privilegios. Asimismo, todos sus bienes serán confiscados por el estado.

El pretor miró severamente a Julia que escuchaba la sentencia con la cabeza baja.

  • Desde este momento la acusada es sólo una esclava. Mañana al salir el sol ella y su anterior esclava  serán conducidas al anfiteatro junto al resto de las eclavas cristianas capturadas y allí serán torturadas y crucificadas para entretenimiento de la plebe.

Las dos jóvenes sintieron un escalofrío al oír esas palabras y el público escuchó la sentencia en silencio.

  • Su ejecución deberá ser ejemplar, así servirá como ejemplo para todo aquel que quiera desafiar al César, que así se escriba y que así se cumpla.

El pretor terminó de dictar el temible veredicto ante el impresionante silencio de la sala, después salió de ésta seguido por el resto de los jueces y los líctores. Mientras tanto, los guardias desataron a Varinia de la columna y condujeron nuevamente a las condenadas hasta las mazmorras entre los murmullos y gritos de la gente. Sin embargo, cuando ya caminaban por los oscuros y húmedos corredores de la fortaleza, las dos jóvenes fueron separadas una de la otra por los guardias. Las dos sollozaron y se miraron angustiadas, pues pensaban que al menos les dejarían  permanecer juntas hasta el momento del suplicio. De hecho, Julia no fue conducida hacia las mazmorras, sino que la metieron en una jaula.

Tras pasar varias horas encojida en una jaula minúscula se la llevaron a otro lugar menos sórdido, a los aposentos personales del pretor. El grupo llegó hasta una puerta tras la que había luz, y el centurión tocó con los nudillos.

  • Adelante, contestó una voz desde dentro.

El centurión abrió la puerta y con un gesto indicó a los  soldados que entraran. El pretor se encontraba sentado leyendo unos documentos y ni siquiera levantó los ojos cuando oyó el ruido de las cadenas que llevaba Julia.

  • Salid y dejadnos sólos, ordenó sin levantar la vista, y que nadie me moleste,…. pero antes,….. liberadla de sus cadenas.

El centurión inclinó la cabeza e hizo lo que le ordenaban. Soltó los grilletes de Julia y éstos cayeron al suelo, después salió de la sala acompañado del resto de los guardias. El pretor siguió a lo suyo de modo que Julia permaneció desnuda un largo rato delante de él sin saber qué hacer. Ella tenía frío y se le erizó todo el vello del cuerpo. Al notar cómo sus pezones se erizaban y se ponían duros, la joven sintió dolor y vergüenza e intentó taparse con sus manos al tiempo que las primeras lágrimas acudían a su rostro. Los sollozos de Julia atrajeron por fin la mirada del pretor hacia ella. Sus crueles ojos del recorrieron a placer el cuerpo desnudo de la bella cristiana y su miembro se empalmó anticipando el placer que esperaba  recibir de ella.

  • Acércate esclava, le dijo por fin secamente.

Julia se sobresaltó por la brusquedad y por el hecho de que la llamara esclava. De todos modos, obedeció y se acercó. El pretor se levantó por fin y se quitó la toga. Era un hombre maduro aunque bien formado. Aún llevaba puesto su calzón, pero para su sorpresa se lo quitó también y quedó completamente desnudo. Tenía la polla completamente tiesa y brillante de deseo. Lentamente se acercó a ella sin dejar de mirarla.

  • Que bella eres, le dijo. Es una pena tener que ejecutarte, y diciendo esto la empezó a acariciar el trasero.

Julia rechazó la caricia apartando ligeramente su culo, pero el hombre insistió,

  • ¿Sabes? me he corrido de placer muchas veces en secreto mientras te torturaban, le dijo al oído, y ella apartó la cara muerta de vergüenza.

El pretor cogió una copa de vino y bebiendo un poco se la ofreció pero ella la rechazó.

  • Vamos, bebe, ¿a qué vienen esos aires?. Ahora sólo eres una esclava condenada a muerte, pero antes de probar los “placeres de la crucifixión” vas a dar placer a tu señor.

  • Sabéis que no lo haré voluntariamente, tendréis que hacerlo por la fuerza si queréis algo de mí, contestó Julia.

  • Te he dicho que bebas, zorra, y el pretor presionó la copa contra los labios.

Julia tragó algo, pero expulsó la mayor parte del vino que se deslizó por su cuerpo como una fina película roja.

  • Está bien, bramó con rabia el pretor, tirando la copa.

Entonces cogió una fusta y se volvió hacia Julia enfurecido.

  • Las manos arriba, esclava. Julia le miró sin hacer caso. He dicho arriba, sobre la nuca, que se vean bien las tetas.

Y diciendo esto le dio un fustazo en el muslo. Julia hizo por fin caso y subió lentamente los brazos por encima de la cabeza.

  • Así preciosa, así me gusta, dijo el pretor acariciando la piel de Julia con la fusta y repasando con la misma las huellas de latigazos y quemaduras que tenía en la piel. Te voy a decir lo que vas a hacer cristiana. Ahora me vas a chupar la polla y después vas a dejar que te desvirgue por delante y por detrás. Lo vas a hacer voluntariamente y además vas a disfrutar con ello.

  • Debéis estar loco, contestó Julia alarmada. Nunca os chuparé la polla, nunca cometeré ese acto impuro, y menos con vos. Esto le valió a Julia un fustazo en las nalgas.

  • Esclava desobediente. El pretor la agarró de los cabellos enfurecido y le obligó a agacharse restregándole la polla por la cara.

  • Dejadme, no lo haré, dejadme, gritaba Julia apartando el rostro del miembro del pretor.

  • Mira cerda, le dijo éste con rabia, hay muchas maneras de morir en la cruz.  Puede ser cosa de minutos o de días, tú decides, pero si no me chupas el miembro ahora mismo todas sufriréis un suplicio espantoso y largo.

Al oír esto, Julia se estremeció, por ella misma, pero también por sus compañeras de infortunio, así que entreabrió la boca y sacó tímidamente la lengua. El pretor sonrió triunfante, pero en cuanto Julia le tocó con la lengua sintió el tacto cálido y suave del pene  y nuevamente rehuyó el contacto cerrando los ojos y la boca.

  • Chupa de una vez, le gritó el pretor, y le metió toda la polla en la boca. Esta vez Julia no pudo resistirse y le entró todo el miembro hasta la garganta. Sí, eso es, bramó el pretor, al notar la cálida humedad en su miembro.

Por un momento pareció que Julia se resignaba a practicar la mamada, pero en cuanto el pretor relajó la presión, ella abrió la boca y le dio un fuerte mordisco en la punta del pene. Un estallido de dolor sacudió entonces al hombre, que de pura rabia le dio un impresionante bofetón. Ella cayó al suelo y el pretor se llevó las manos a la parte herida, apretó los dientes y miró a la mujer con fiereza.

  • Me las pagarás, zorra, te arrepentirás de lo que has hecho. Guardias, gritó en alto.

En pocos segundos acudieron unos soldados  que abrieron la puerta encontrándose tanto al pretor como a la joven desnudos en el suelo de la habitación. El pretor la señaló con la mano.

  • Lleváosla de vuelta a la cámara de tortura y decidle a Sifax que venga inmediatamente.  Los guardias maniataron brutalmente a Julia aún en el suelo y la arrastraron fuera de los aposentos del pretor. Sifax el numida llegó a éstos unos minutos después y se encontró al pretor tumbado en un camastro mientras el médico y unos sirvientes le atendían y curaban las heridas. El juez estaba visiblemente rabioso.

  • Escúchame, verdugo. Quiero que la ejecución de mañana sea muy especial, vamos a dar al pueblo un bello espectáculo. En primer lugar quiero que te asegures de queesa Julia no muere demasiado pronto, ¿me has entendido?.

  • Sí señor, dijo Sifax viendo el pene ensangrentado del pretor y adivinando lo que había pasado.

  • Sé muy bien lo que hacen los guardias, en cuanto se acaba la diversión les rompen las piernas o les dan un lanzazo. Nada de eso, hay que conseguir que permanezca viva en la cruz el máximo tiempo posible. Esta vez Sifax dudó.

  • No sé, señor, eso es muy difícil.

  • No me importa cómo lo hagas, ponle un buen sedile, dale de beber, pero que el suplicio sea muy largo. Repentinamente, Sifax sonrió para sí diabólicamente.

  • Señoría, hace mucho que no utilizamos el cuerno.

Al pretor se le iluminó el rostro y se calmó algo. El cornu o cuerno era un doloroso aditamento al suplicio de la crucifixión. Consistía en empalar el ano de las condenadas en un cuerno o estaca de madera una vez eran crucificadas. Las desgraciadas sometidas a semejante tormento se iban empalando a sí mismas lentamente a medida que las fuerzas les fallaban y sus brazos eran incapaces de sostener el trasero alejado del afilado ingenio. Hacía mucho que no habían empleado el cuerno en la ciudad, pues por su crueldad era algo reservado a los peores delincuentes. Al oír la proposición del numida, el pretor se alegró internamente y se sintió en parte vengado.

  • Nuevamente me has complacido verdugo. La esclava es ahora tuya, haz con ella lo que desees hasta el momento de su muerte. Ah, y no te olvides de anillarla, servirá de escarmiento. Sifax hizo una reverencia y salió de los aposentos del pretor.

Continuará