Julia, santa y mártir (14)

Helena se niega a denunciar a tras cristianas y es salvajemente flagelada por segunda vez en la domus del senador Gallo

Capítulo 14 El interrogatorio de Helena

Mientras terminaban de atar a Helena, el público se fue disponiendo en un  semicírculo. Muchos se llevaron con ellos sus copas y sus esclavas para gozar de la flagelación al máximo. De la forma que la ataron, con las piernas y brazos abiertos al extremo, la pobre muchacha ni siquiera podía ocultar sus intimidades a aquellos sádicos que se reían y burlaban de ella.  Los verdugos solían depilar cuidadosamente la entrepierna de las acusadas que iban a interrogar para facilitar las labores de tortura así que en ese momento el sexo de la Helena se veía con todo detalle: los labia y clítoris estaban crecidos y abultados de excitación.

La joven creyó oir entonces  diversos comentarios obscenos sobre su coño pelado y húmedo de sus propios jugos y consiguientemente intentó ocultar su rostro contra un brazo muerta de vergüenza.

Por su parte, Sífax mostró al pretor diversos tipos de látigos para que escogiera entre ellos.

  • Elige tú Sabina.

  • Oh, yo no sé mucho de látigos,… por ejemplo,… ¿qué es esto?

Galba hizo gala de sus conocimientos con sádico orgullo.

  • Es un flagrum taxillatum, su efecto es devastador pues las cintas de cuero acaban en bolitas de metal y trozos de hueso. Bien usado puede despellejar trozos de piel.

Sabina frunció el ceño.

  • Parece muy contundente, pero, prefiero algo más suave,…. algo que permita alargar el castigo,…. no quiero que muera demasiado pronto.

  • En ese caso se puede usar otro tipo de látigo,…déjame ver,….. quizá el flagrum de nudos o de cintas de cuero.

  • ¿Qué opinas tú Sifax?

  • Si quieres una flagelación larga yo usaría una combinación de látigos matrona. Primero el látigo de toros, después un flagrum de cintas impregnadas en resina y finalmente el flagrum de nudos empapado en vinagre y sal. Eso alargará los sufrimientos de la víctima.

A la mujer le brillaron los ojos con sadismo mientras miraba el cuerpo desnudo de su odiada sobrina.

  • Está bien, verdugo, confío en ti, además si consigues que la flagelación dure una hora sin que se desmaye te dare dos monedas de oro.

  • Gracias señora así lo haré.

Sifax cogió un largo látigo de toros y tras situarse a unos metros detrás de la prisionera lo desenroscó de un solo golpe.

SSSSSSHHHHAACKKK

El látigo zumbó en el aire con un violento chasquido que resonó en las paredes y el vientre del público y Sifax mostró su habilidad con él haciéndolo chasquear un par de veces más.

Todos los presentes sintieron un escalofrío de terror por la violencia de los golpes. Claudia no se atrevió a colocarse en primera fila pero veía perfectamente a la pobre Helena y se preguntó qué podría sentir en ese momento la pobre mujer.

SSSSSSHHHHAACKKK, SSSSSSHHHHAACKKK

Alarmada por el violento chasquido del látigo al cortar el aire que sonaba a su espalda, Helena torció maquinalmente la cabeza cuando de repente llegó el primer latigazo.

SSSSSSHHHHAACKKK

MMMMHHHHHH

El látigo se enroscó en el cuerpo desnudo de la joven a la altura del ombligo y ella se tensó gritando como una loca.

El impacto había sido brutal y su intenso dolor recorrió todo el sistema nervioso de la mujer y se transmitió a su rostro en una horrible mueca de angustia y sorpresa

Sonriendo, el verdugo echó el látigo para atrás y el cuero cortó la piel a su paso.

UNO

El público empezó a contar los latigazos alborozado como si fuera un juego inocente. Mientras tanto la pobre muchacha se quedó unos segundos temblando mientras asimilaba el dolor.

SSSSHHAAACKKK

MMMMMHHH

DOOOSS

El segundo latigazo acertó un poco más abajo que el primero, también en el vientre y fue más fuerte incluso.

El golpe del flagelo dolía como el infierno y tras lanzar el aullido liberador la pobre Helena permanecía unos segundos temblando  y mordiendo la mordaza con los ojos cerrados y todos sus tendones en tensión. Sabina estaba exultante y visiblemente excitada.

SSHHHHAACKKK

MMMHHH

TRES

SSHHHHAACKKK

MMMHHH

CUATRO

Los presentes sonreían con sadismo pues estaban disfrutando enormemente de la sádica flagelación y seguían coreando cada latigazo y cada lamento de la pobre mujer.

Por su parte Claudia seguía en tensión, con una mezcla de pena y de excitación sexual. Algo en su interior le decía que quizá algún día ella misma sufríría ese tipo de tormento y sentía miedo, mucho miedo.

SSHHHHAACKKK

MMMHHH

CINCO

SSHHHHAACKKK

MMMHHH

SEIS

La flagelación era muy erótica especialmente para los hombres pues Helena tenía un cuerpo voluptuoso y lo agitaba y retorcía desesperada intentando soltarse de sus ataduras. Sus carnosos pechos, las carnes firmes de sus nalgas y muslos se agitaban violentamente mientras ella se debatía gritando y aullando sin control con la cabeza dirigida hacia lo alto. La joven quería que cada latigazo fuera el último, que acabara ya su martirio, pero en realidad sólo acababa de empezar.

SSHHHHAACKKK

MMMHHH

DIEZ

SSHHHHAACKKK

MMMHHH

ONCE

Muchos espectadores veían la flagelación con una sonrisa sádica mientras acariciaban el cuerpo desnudo de una de las esclavas de Gallo. Evidentemente deseaban el cuerpo de Helena, quizá alguno hubiera estado encantado flagelándola él mismo. Otros disfrutaban de su vino aromatizado con hierbas mientras sentían cómo una solícita esclava les practicaba una cálida y húmeda felación. Las esclavas se empeñaron en satisfacer a sus invitados con toda su habilidad pues no querían sustituir a la víctima en los postes del tormento.

Por su parte Helena veía a los hombres con sus miembros abultados bajo sus togas signo de que muchos de ellos estaban cachondos. Inexplicablemente la joven deseó en su tormento que todos esos individuos la penetraran….hubiera hecho lo que fuera porque hubiera sido así y parara el látigo.

SSHHHHAACKKK

MMMHHH

TRECE

SSHHHHAACKKK

MMMHHH

CATORCE

Poco  poco fueron apareciendo las marcas de los latigazos sobre su blanca piel, finas lineas rojizas que iban cubriendo el ombligo, la espalda, las caderas y las nalgas de la bella muchacha. Aparte de los golpes, las heridas escocían como el infierno.

  • Dios mío, Dios mío, haz que paren, por favor, se decía a sí misma mientras repetía las primeras palabras de una oración que había aprendido de pequeña. Los latigazos le impedían pensar con claridad y la muchacha era incapaz de pasar de la primera frase.

DIECISEIS

  • En las tetas, dale en las tetas,  verdugo dijo alguien medio borracho.

Sifax no necesitó que se lo repitieran dos veces y con gran habilidad y puntería acertó los cinco siguientes latigazos en las redondas mamas de Helena. Eso hizo que los lamentos de la muchacha fueran más lastimeros. Al quinto golpe el cuero acertó en los dos pezones a la vez y el alarido de la joven fue aún más fuerte.

MMMMMMMMMHHHHHH

Esta vez Helena tembló más tiempo mientras sus ojos se ponían en blanco del extremo sufrimiento.

El público aplaudió la puntería del verdugo pues la herida que cruzaba de uno a otro pezón fue apareciendo sobre la blanca piel como por arte de magia.

Pero los latigazos siguieron….

Al de treinta latigazos Helena empezó a mostrar signos de cansancio y el experto verdugo paró un momento para cambiar de tercio.  Así la joven pudo descansar unos minutos y recuperarse.

En ese momento el pretor aprovechó continuar el interrogatorio.

  • Espero que ahora estés dispuesta a hablar. ¿Nos vas a decir el nombre de tus cómplices?.

Helena estaba desfallecida, respiraba agitadamente y su pelo mojado ocultaba parte de su rostro, sin embargo se lo quitó de la cara de una sacudida y mirando al pretor le dijo que no con la cabeza. Galba la miró sin comprender, la chica no pidió piedad pero le dijo aquello sin arrogancia, con humildad, con la misma humildad  que sus maestros le habían inculcado para el día de su martirio. Es como si Helena hubiera ensayado en su fuero interno esa actitud sumisa ante su propia tortura y esa sumisión hacía que Claudia estuviera aún más excitada y cachonda.

El pretor también tenía una potente erección y en cierto modo se compadeció por la joven, pero no podía mostrar debilidad delante de toda aquella gente.

  • Está bien, Sifax continua, haz que se le suelte la lengua.

Nuevamente le echaron un balde de agua fría para reanimarla, probablemente eso hizo que el cuerpo brillante de Helena ahora marcado por el látigo pareciera aún más atractivo.

  • Querida Claudia, le dijo Sabina cogiéndola por el brazo, estás lívida, ¿no te gusta ver cómo la flagelan?.

La joven Claudia miró a Sabina y tras un momento de duda afirmó con la cabeza, no quería que nadie notara el estado de excitación en que se encontraba.

  • Mira, mira ahora, van a usar los gatos de colas.

Efectivamente la flagelación iba a continuar con flagrums de colas de cuero impregnadas en resina. Esta vez los latigazos los iban a dar Aurelio y Brutus con dos flagrum a la vez, uno por delante y otro por detrás. La martir no pidió piedad.

SSHAACK, SHAACCCK, SHAACKKK

MMMMHH, MMMH, MMMHH

Ahora la cadencia de los latigazos era rápida e insistente. Helena soportó los primeros latigazos con cierta dignidad pero su gesto de angustia fue deformando su bello rostro y pronto empezó a retorcerse en sus ataduras sin dejar de aullar.

  • Observa querida Claudia, le susurró Sabina en su oído mientras la cogía del brazo y de la cintura, la resina aumenta el efecto del cuero sobre la piel, es como si le estuvieran despellejando poco  a poco.

Y mientras le decía esto le acarició uno de sus pechos con los dedos.

En ese tipo de orgías no eran extrañas las relaciones lésbicas por lo que nadie le dio mucha importancia a que Sabina y Claudia juguetearan entre ellas. De hecho la joven se sobresaltó al notar el contacto, pero se dejó acariciar y cerró los ojos con placer al sentir el cosquilleo de los expertos dedos de la mujer en su sensible pezón.

  • Hmmmm, vaya, parece que disfrutas del espectáculo al fin y al cabo, se te han puesto los pezones duros como piedras. No me extraña, mi sobrina Helena es muy bonita.  Mira ahora, el verdugo va a utilizar un látigo empapado en vinagre y sal.

SHAAACK, MMMMMHHH, SHAAACKK, MMMMMH   SHACCKCKK, MMMMH

Sifax fue muy cruel con su víctima pues la fustigó en todo el cuerpo, y especialmente entre sus piernas en medio de su sexo. Helena gritaba como una loca pues aparte de los golpes del flagrum de nudos, el vinagre salado se le metía en las heridas y parecía que toda su piel estaba en llamas.

MMMMHHH, MMMMMHH.

Al de treinta la tigazos más Helena empezó a ceder en sus gritos y  a colgar de sus ataduras signo de que estaba cerca de perder el conocimiento.

El verdugo tenía suficiente experiencia para comprender que tenía que parar un momento o perdería las dos monedas de oro prometidas.  Por eso interrumpió la flagelación y acercándose a Helena la cogió brutalmente del cabello empapado y le obligó a levantar la cabeza.

  • Vamos cristiana, confiesa de una vez, confiesa o te aplicaré los hierros candentes.

Por toda respuesta, la joven desfallecida intentó decir que no sin conseguirlo.

Sifax dejó que la cabeza cayera como muerta  y miró al pretor que a su vez pidió opinión a Sabina. Esta se limitó a decir que sí con la cabeza.

  • Despertadla y preparad los hierros verdugo.

Todos los presentes se miraron entre sí con sonrisas cómplices, efectivamente ese espectáculo era un digno preludio de los sádicos juegos que solían celebrarse en el anfiteatro de la ciudad

Por su parte Sifax sonrió con sadismo, poco le importaba esa mujer a pesar de que se hubiera encaprichado de ella en las mazmorras.

  • No, no, los hierros no, musitó Claudia con cuidado de que Sabina no le oyera, tened piedad de ella.

Nuevamente la forma de despertar  a Helena fue echarle un balde de agua fría por encima, la joven colgaba de sus ataduras medio desfallecida pero los verdugos quisieron que fuera consciente de lo que le esperaba antes de empezar a aplicarle los hierros candentes sobre la piel.

Intentando disimular su excitación el pretor Galba se acercó a la  mujer  para inspeccionar su heridas. Helena tenía una buena parte del cuerpo cubierta de marcas de latigazos y respiraba jadeando pues estaba agotada de recibir tantos golpes.

El pretor incluso se atrevió a acariciar su carne desnuda con el dorso de su mano y con las yemas de sus dedos con mucho cuidado, como si estuviera tocando un objeto valioso.

  • Quitadle la mordaza.

  • Pero señor…

  • Obedece.

Aurelio le quitó la mordaza y Helena intentó decir algo.

  • Agua,….agua….. por favor,.. agua.

El pretor pidió una copa y uno de los invitados le alargó la suya.  Con ella dio de beber a Helena pero sólo le dejó beber un breve sorbo.

  • ¿Vas a hablar?

La joven le miró con los ojos enrojecidos por las lágrimas derramadas

  • Ya….. os lo he dicho,….no….. no conozco a ninguna cristiana.

  • ¿Sabes lo que te vamos a hacer ahora desgraciada?

  • Podeis…..podéis seguir torturán- do-me…. pero no diré …na-da.

  • Estupida, dentro de unos momentos vas a rogarme que te deje confesar y el pretor le dio una bofetada.  Volved a amordazarla y hacedle probar los hierros.

Gracias a unas angarillas los esclavos trajeron un brasero en el que crepitaban brasas incandescentes, sólo que no se veían desde fuera. Sifax cogió uno de los hierros y mientras sonreía sádicamente a Helena movió las brasas con un punzón descubriendo que estaban candentes de un intenso color amarillo y despedían un calor tan intenso que la joven lo sintió en su piel desnuda.

Brutus cogió entonces el instrumental de tortura y lo fue introduciendo entre las brasas para que se fuera calentando. Mientras tanto Aurelio cogió un fuelle y se puso a avivar las brasas que fueron adquiriendo un color rojo intenso.

El público permanecía callado pero todos tenían una excitación creciente ante la perspectiva de la terrible tortura que iba a tener que soportar esa bella mujer. Todos estaban impacientes de oír sus gritos aunque fuera a través de la mordaza.

Nuevamente Sabina intervino y ordenó a uno de los esclavos del Senador que fuera rápido a su casa a buscar algo. Como no estaba lejos, el esclavo estuvo de vuelta en pocos minutos.

  • ¿Qué es eso noble Sabina?, preguntó el senador al verle venir con un paquete alargado.

  • Este es un hierro de marcar ganado, de los que tenemos en la villa, así parecerá una esclava de verdad.

  • Excelente idea, ja, ja y  ese otro en forma de cruz?.

  • Se lo encargué al herrero ayer, se me ha ocurrido que las esclavas condenadas a la cruz sean marcadas antes con el signo sagrado de su religión, la primera puede ser ella.

  • Muy bien pensado matrona, contestó Galba, verdugo calienta estos hierros también. ¿Dónde quieres que tu sobrina lleve las marcas Sabina?.

  • Ummmm, es difícil decidirse, ¿qué decís vosotros?, dijo al público que estaba medio borracho.

  • En las tetas…en el culo,….. entre las piernas.

Esa gente cruel hacía esas propuestas sin sentido, burlándose de la bella Helena y sin mostrar ninguna piedad.

  • Como ves no se ponen de acuerdo pretor, ¿qué opinas tú verdugo?.

  • Matrona, es mejor no quemar las partes más sensibles de su cuerpo pues eso permitirá aplicarle ulteriores torturas cuando esté crucificada. Yo propongo marcarle con la cruz tres veces, una vez bajo el ombligo y otras dos marcas en los laterales de los pechos, la esclava los tiene redondos y se verán perfectamente.

Sabina se acercó entonces a Helena y agachándose le habló cerca de la cara.

  • ¿Has oído cerda?, con esas marcas en las tetas ya no volverás a quitarle el marido  a nadie.

Esta vez Helena le miró diciendo que no y llorando.

  • De acuerdo verdugo márcale con la cruz tres veces y además hazle cuatro marcas con el hierro de marcar ganado, dos en las nalgas y dos en la parte interna de los muslos.

La tortura de los hierros fue intencionadamente lenta y cruel pues el verdugo se tomó casi una hora para hacerla. Para ello dejó que el hierro se calentara bien hasta ponerse al blanco pues era la única manera de dejar una buena marca. Cada vez que le aplicaba el hierro sobre la piel, el verdugo lo dejó unos diez interminables segundos para asegurarse. En ese tiempo la joven no dejó de aullar lanzando alaridos como una loca mientras una columna de humo ascendía desde el hierro y un horripilante silbido salía de la carne quemada. Durante la tortura la pobre Helena se desmayó cuatro veces y los verdugos se aseguraron de volver a despertarla antes de volver a quemarla.

Durante ese período la fiesta degeneró en una orgía sádica en la que invitados bailarines y esclavas se entremezclaron sin importar muy bien con quien.

La propia Sabina disfrutó del sádico espectáculo mientras besaba y acariciaba a Claudia, en un momento dado le bajó los tirantes de su vestido descubriendo  sus senos y entonces la sádica matrona le retorció los pezones hincando sus uñas en ellos. Claudia estuvo a punto del orgasmo durante ese simulacro de tortura y a partir de ahí deseó ardientemente hacer el amor, la verdad es que le daba igual un hombre que un mujer. En un momento dado las dos mujeres se apartaron discretamente a un rincón de la habitación y allí hicieron el amor desnudas mientras oían a lo lejos los lamentos desesperados de la pobre Helena.

Tras una hora de tortura y tras comprobar que las siete marcas se veían perfectamente sobre su cuerpo, el pretor Galba ordenó que crucificaran a la prisionera en el peristilo junto a Alicia……

……A la mañana siguiente muy temprano Claudia amaneció desnuda en brazos de Sabina que roncaba medio borracha. La joven Claudia se libró con habilidad del abrazo de su amante y con pasos torpes fue sorteando a los borrachos, los cacharros tiradosa quí y allá  y los charcos de vómitos que se desperdigaban por el amplio salón donde se había celebrado la orgía.

Lentamente Claudia se encaminó hacia el peristilo. En ese momento estaba amaneciendo y empezaba a clarear pero hacía mucho frío por lo que la joven cruzó los brazos por delante frotándolos con las manos. En un momento dado miró hacia atrás en busca de sus ropas, pero hubiera sido imposible encontrarlas con tal desorden, de modo que salió al peristilo desnuda.

Allí estaban las dos muchachas crucificadas, Helena y Alicia, una enfrente de la otra, mientras los soldados que las custodiaban también yacían en el suelo dormidos o borrachos.

Claudia ni siquiera reparó en que estaba desnuda y se acercó lentamente a las cruces con cuidado de no despertar a los hombres.

Por un momento miró a la pobre Alicia que llevaba más de diez horas en la cruz. Le habían puesto un sedile en forma de cuña de madera que se le hincaba entre las piernas. Seguramente era muy doloroso como mostraba su rostro desencajado pero al menos había impedido que la chica se asfixiara. Alicia tenía la piel cubierta de marcas de latigazos y exhibía unas anillas de metal en los pezones, en el clítoris y en los labia. Claudia imaginó cómo se los habían puesto y se llevó las manos a sus propios pezones que ya estaban erizados por efecto del frío.

  • Sagrada Isis, pobrecilla, ¡animales!

Entonces se volvió a Helena que también estaba despierta pero medio muerta. Su piel estaba literalmente cosida a latigazos y enrojecida e irritada en muchas partes, además llevaba las pequeñas marcas de las quemaduras en los lugares propuestos por Sifax. La chica se había rendido y colgaba literalmente de sus brazos estirados al límite mientras sus piernas moradas de frío estaban flexionadas y juntas. Al contario que a Alicia, a Helena le colocaron un cornu como sedile, un grueso dildo de bronce que los verdugos le habían encajado en el ano tras sodomizarla por turno.

La pobre Helena miró a Claudia pidiéndole algo y ésta decidió soltarle la mordaza.

  • A…gua….un poco…de . agua….por favor.

Claudia miró hacia la mesa de los hombres y no vio agua pero tenían una cantimplora con vino así que le dio de beber con ella.

  • Gra-cias.

Tras darle de beber Claudia no supo que hacer durante unos momentos para consolar a la pobre mártir de modo que no se le ocurrió otra cosa que besarle en los labios. Al principio Helena se extrañó, pero luego aceptó el beso pues era la única muestra de cariño que había recibido después de tantas horas de sufrimientos.

Las dos mujeres se besaron un buen rato mientras Claudia acariciaba su cuerpo herido. Entonces sin saber muy bien por qué le separó las dos piernas y empezó a acariciarle el sexo.

Helena respondió sensualmente a esas caricias que poco a poco se convirtieron en masturbación.

Claudia hizo así su segundo acto lésbico esa noche masturbando a la bella Helena hasta el orgasmo mientras le besaba  y lamía sus pezones heridos.

  • Pobrecita, musitaba Claudia entre beso y beso, si yo tuviera tu valor, yo también me entregaría para ser crucificada,…. confesaría que soy cristiana aunque sea mentira y luego no habría marcha atrás.

Continuará