Julia, santa y mártir (13)

El senador Gallo celebra una orgía en honor al pretor para agradecerle la persecución de las esclavas cristianas.

Capítulo 13 La orgía

Mientras tanto, no muy lejos de allí, el senador Gallo celebraba una fiesta en honor al pretor.

En la lujosa domus del senador  había esa noche un gran bullicio pues se había reunido toda la clase alta de la ciudad: clase senatorial, ecuestre, magistrados, militares, comerciantes, etc… los hombres más ricos e influyentes habían acudido junto a sus mujeres e hijas mayores.

Por toda la ciudad se había extendido la noticia de la partida de caza que el centurión Quinto había llevado  a cabo dos días antes. A lo sumo, hasta la fecha la persecución contra los cristianos había supuesto la crucifixión de una o dos esclavas junto a la puerta de la ciudad. Sin embargo, ahora se hablaba de unos juegos en el anfiteatro en los que se iba a ejecutar en la cruz a más de veinte cristianas.

La gente, siempre ávida de entretenimientos sangrientos, estaba excitada por la novedad y quería conocer todos los detalles. Además se rumoreaba que entre las prisioneras no sólo había esclavas sino también  mujeres de clase alta, y que en ese momento estaban siendo interrogadas por los verdugos del pretor.

Todo ello causó una morbosa curiosidad especialmente entre los hombres de la ciudad siempre ansiosos de contemplar la ejecución en la cruz de bellas esclavas desnudas. Sin embargo, no faltaban mujeres de la nobleza que sintieran una excitación semejante ante ese tipo de espectáculos.

Por otro lado, cuando envió sus invitaciones a la fiesta, el rico senador prometió que obsequiaría a los invitados con un preludio de dichos juegos y haría castigar a varias de sus esclavas solo por el placer de verlas sufrir.

De hecho, en el peristilo menor de la mansión, el senador había hecho crucificar a una de sus esclavas más jóvenes para dar la bienvenida a sus perversos invitados.

La chica se llamaba Alicia y  era preciosa, delgada y flexible, había sido atada a una cruz baja en una postura muy incómoda y sin sedile de ninguna clase por lo que tras varias horas colgando de la cruz no hacía más que “danzar” y debatirse buscando en vano una postura soportable.

Junto a ella había un contubernium de ocho soldados que no solo la guardaban sino que procuraran que no se aburriera. Así abusaron de ella entre burlas, pellizcos y bofetadas, también le lamían y mordisqueaban los pechos o la masturbaban delante de los criados para su vergüenza. Incluso cuando la mayor parte de los invitados entraron, se la follaron por turno, uno a uno, o dos a la vez.

En el amplio salón de festejos y en sus pórticos aledaños los invitados comían y bebían el vino y las golosinas  que les traían las bellas esclavas del senador. Todas ellas estaban desnudas, a lo sumo adornadas con pendientes o pequeñas cadenas y perfectamente depiladas.  Se comportaban de forma sumisa y complaciente pues se dejaban tocar y acariciar por los invitados sin ningún problema. De hecho todas ellas sonreían a dichos tocamientos y se mostraban dispuestas a prestar los servicios sexuales que se les exigiera.

En realidad no tenían otra posibilidad pues las esclavas sabían que si se mostraban rebeldes o esquivas serían duramente castigadas con látigos  o crucificadas en el jardín junto a su desgraciada compañera.

El senador también había contratado a unos músicos y bailarines que amenizaban la fiesta y hacían el deleite de los invitados.

Al ritmo de los címbalos, el aulos y la lira, bailarines y bailarinas, mitad danzantes, mitad malabaristas, realizaban unos atrevidos saltos y piruetas mostrando sus bellos cuerpos desnudos, flexibles y musculados por horas de entrenamiento.

Era habitual que este tipo de fiestas acabara en orgía pero por el momento el vino había circulado moderadamente y los invitados mantenían una actitud prudente.

  • Tengo que felicitarte Galba, por librarnos de esa escoria cristiana, es increible cómo esa perniciosa secta oriental ha conseguido penetrar en nuestras propias casas.

  • Gracias Cayo Marcio, creo que es mi deber seguir al pie de la letra las órdenes del emperador Decio. Por eso las esclavas están siendo convenientemente interrogadas en las mazmorras de la fortaleza. Así conseguiremos que denuncien a sus secuaces. No podemos permitir que escape ninguna de esas alimañas.

  • Por Júpiter, interrogadas decis, imagino que eso significa…..

  • Sí….., es lo que imaginas, Gallo, probablemente a estas horas ese salvaje de Sifax estará torturando a alguna esclava.

Los hombres y mujeres del grupo se miraron entre sí, Sífax era muy conocido y muchos de los presentes le habían visto actuar.

Las palabras de Galba hicieron que Sabina, la tía de Helena, se excitara especialmente.

  • Pretor, ¿dices que los verdugos están interrogando a todas las prisioneras?

  • Sí, bella Sabina, a todas, sin excepción. Hay que arrancarles toda la información posible.

Sabina siguió maliciosamente.

  • Pero….,se dice que no todas son esclavas,….. parece que entre esas cristianas hay algunas mujeres libres, incluso alguna de la nobleza, ¿es cierto?.

El pretor no estaba muy cómodo hablando de eso.

  • Sí,….em… hay alguna.

  • ¿Y ellas también son sometidas a tortura?

Es evidente que al preguntar eso Sabina estaba pensando en su sobrina Helena con sádica curiosidad.

Galba dudó unos instantes desconcertado, pero antes de que respondiera intervino el anfitrión.

  • Pretor,...creo que Sabina se interesa especialmente por su sobrina Helena. Al parecer, cuando el centurión Quinto registró la casa del legado, descubrió que era cristiana y se la llevó a las mazmorras con las demás.

El pretor no había dado mucha importancia a esa joven pues tampoco pertenecia exactamente a la aristocracia de la ciudad, pero respiró aliviado.

  • Oh, es eso ¿estás preocupada por tu sobrina?, no sé, Quinto ¿ha sido ya interrogada esa tal Helena.

  • No señor, aún permanece en su celda, los verdugos aún no la han interrogado, según sé parece haberse convertido en la favorita de Sifax y nadie se atreve a tocarla.

  • Ja, ja, qué enternecedor.

Todos rieron al pensar en que la inocente Helena se había convertido en la “novia” de semejante monstruo.

  • Espero que eso te tranquilice, noble Sabina, si de verdad es cristiana, tu sobrina será juzgada y ejecutada, no puede ser de otra manera,  pero si lo deseas, hasta entonces  yo mismo garantizaré su integridad.

  • No, no me has entendido, pretor, a mi sobrina la denuncié yo misma. Me parecía un deshonor que alguien de mi familia perteneciera a esa secta herética de los cristianos.

  • Pero

Sabina sobreactuó un poco su fingida indignación

  • Es una vergüenza que semejante alimaña se haya aprovechado de mi confianza y de la de mi marido y haya anidado en mi propio hogar después de todo lo que he hecho por ella. En realidad deseo que todo el rigor de la justicia del César recaiga sobre mi sobrina.

Esas palabras dejaron desconcertado  al pretor.

  • Oh,…. perdona matrona,… no lo sabía,….. en tal caso mandaré que sea llevada esta misma noche a la cámara de tortura,… ¡Quinto!.

  • Un momento, se me ocurre algo mejor pretor, dijo Sabina con infinita crueldad. Si el senador no tiene inconveniente puedes hacer que la traigan aquí mismo e interrogarla delante de todos tus invitados, eso servirá como ejemplo, ¿quién dice que entre las mujeres aquí presentes no haya otra cristiana escondida?.

  • Excelente idea, dijo el sádico Gallo. El día que detuvieron a tu sobrina ya tuve oportunidad de darle un adelanto en esta misma mansión pero hoy será mejor con público y todo.

Todos los presentes aplaudieron la idea, nada menos que una bella joven de su clase iba a ser flagelada en su presencia.

El pretor dudó por unos momentos, pero de pronto comprendió que lo de Helena le permitiría ocultar las salvajes torturas a las que había sometido a Julia. Que esto se supiera le preocupaba mucho más….. Decididamente tenía que andar con pies de plomo pues estaba en una situación política delicada, de hecho, entre la espada y la pared. Por un lado tenía que hacer caso al edicto de Decio y tratar a los cristianos con máximo rigor, pero por otro lado no sabía cómo tomarían los patricios de la ciudad la forma en la que estaba tratando a Julia. En todo caso le convenía ganar tiempo pues la celebración de esos juegos le daría un gran apoyo popular.

  • Está,….. está bien,…. coge unos soldados y traela Quinto, ah y que venga Sifax, Aurelio y Brutus y….y que traigan algunos de sus “juguetes”.

  • Sí centurión, añadió Sabina guiñando un ojo, traela con el broche de los lobos, tú ya lo conoces.

El centurión sonrió con sadismo e hizo una reverencia a la matrona

Sabina cogió el brazo de Galba y se estrechó contra él.

  • Gracias por condederme este favor pretor, además tengo algunas ideas sobre cómo castigar a esa zorra, ¿querrás oírlas?.

  • Por supuesto Sabina, haré caso de cualquier cosa que tengas en mente.

  • Gracias Galba, ni mi marido ni yo olvidaremos nunca lo amable que estás siendo conmigo ¿cuántos días dices que durarán los juegos?

  • Tres días, noble Sabina

  • Oh, ¡nada menos que tres días!, todo un acontecimiento para una ciudad provinciana como ésta.

  • ¿Habrá gladiadores y fieras?, Preguntó Cayo Marcio.

  • Por supuesto, las arcas lo permiten.

  • ¿Y cuantas esclavas serán ejecutadas?

  • Al principio teníamos algo más de veinte, pero éstas han denunciado por el momento a otras veinte más….. Por si acaso los carpinteros han recibido orden de fabricar más de cincuenta cruces.

El grupito que dialogaba con el pretor apludió alborozado.

  • Por Marte, será una crucifixión masiva, un espectáculo digno de ver.

  • Sí,  casi todas ellas sufrirán el suplicio de la cruz esta vez sin ninguna ropa que oculte su desnudez,….. ni siquiera un taparrabos……

Los hombres sonrieron sádicamente.

…..pero Sifax también preparará otras sorpresas.

  • ¿Sorpresas, qué sorpresas?, adelantadnos algo pretor.

  • No, no, si no no sería una sorpresa….

  • Vamos, ja, ja, ja.

Y la fiesta siguió dentro.

…….

Entre tanto había llegado la bella Claudia, otra joven patricia de la ciudad. Los esclavos la habían conducido en palanquín hasta la entrada d ela domus pero quiso entrar ella sola por lo que los despidió. La mujer estaba bellísima embutida en un fino vestido de seda teñido de púrpura sin mangas que dejaba un generoso escote. Esas ropas y las joyas acentuaban mucho sus encantos.

Claudia entró con seguridad, consciente de que su belleza iba a producir su efecto al llegar tarde a la fiesta, pero al ver a la joven crucificada del peristilo se paro en seco.

  • ¡Sagrada Isis!, dijo para sí.

Un escalofrío recorrió su anatomía e hizo que la muchacha se ruborizara. Sin embargo, lejos de espantarse la joven se acercó a la cruz una vez pasada su sorpresa inicial.

Los soldados que custodiaban  a la prisionera estuvieron a punto de cortarle el paso, pero al ver que era una mujer rica y tan bella le dejaron acercarse curiosos de lo que iba a hacer.

Claudia miró a la chica crucificada con una mezcla de compasión y excitación y sus ojos recorrieron su precioso cuerpo desnudo. En ese momento Alicia tenía las rodillas dobladas como si estuviera en cuclillas y los brazos abiertos y muy estirados. Los muslos estaban ligeramente azulados por el frío de la noche unido a los problemas de circulación y las costillas se le marcaban perfectamente bajo los pequeños pechos. Los pezones estaban erizados y endurecidos por el frío y porque minutos antes dos de los soldados le habían hecho una doble penetración.

Al ver la falda de Claudia la esclava levantó la vista y le miró a la cara.

Entonces Alicia cerró las piernas y ocultó el rostro avergonzada al ver cómo le miraba esa mujer rica. La chica aún tenía el sexo húmedo y brillante y no quería mostrarlo por nada del mundo.

Claudia insistió en recorrer su bella anatomía con los ojos, el corazón le palpitaba en el pecho tan fuerte que la joven patricia juraría que oía los latidos.

Los soldados notaron la turbación de la joven patricia y se dieron discretos codazos. Los pezones se erizaron claramente bajo la delgada tela de su vestido, además su entrepierna también se mojó y su sexo se puso tieso. A pesar de todo evitaron hacer ningún comentario soez.

  • ¿Qué,….. qué es lo que ha hecho?, ¿Por qué la castigáis así?

  • No ha hecho nada que yo sepa. Son órdenes del senador Gallo.

  • Creo que lo ha echado a suertes entre las esclavas y le ha tocado a ella.

Claudia era prima segunda de Julia pero no era cristiana sino pagana y fervorosa seguidora de las dionisíacas. Lo que sí tenía en común con su prima era su extrema tendencia masoquista. Claudia había visto muchas ejecuciones por crucifixión y siempre se había preguntado que sentiría una mujer desnuda en la cruz sufriendo tormento ante una muchedumbre sanguinaria y cruel. Tenía verdadera curiosidad y de hecho esa era la fantasía con la que se masturbaba cada noche en su lecho. Mientras se acariciaba en la soledad de su lecho Claudia se imaginaba a sí misma crucificada y desnuda delante de una multitud mientras unos sayones crueles como los que en ese momento tenía delante, la torturaban de diferentes formas.

De pronto la joven patricia reparó en lo que había alrededor de la cruz.

Los soldados habían traido unas bebidas y algo de comer pues les habían dicho que tendrían que hacer guardia junto a Alicia durante toda la noche, pero junto a las viandas había varios látigos, tenazas, dildos erizados de pinchos y otros instrumentos de tortura. Además había un brasero y Claudia supuso que no solo serviría para que los soldados se calentaran durante la noche.

  • ¿Para,…. para qué es todo eso?, dijo Claudia con el corazón palpitando fuerte dentro de su pecho.

  • Es para ella, dijo uno de los guardias cogiendo un látigo y acariciando con él la piel desnuda de la esclava, el senador ha ordenado que al final de la fiesta divirtamos a los invitados,…. ya sabes.

  • NO, no, POR FAVOR, yo no he hecho nada. Por favor señora intercede por mí, no dejes que me hagan daño.

Eso le valió a Alicia recibir una bofetada.

  • Cállate estúpida o será peor.

  • Pero, pero,….no podéis, pobre muchacha, si es casi una niña.

A los soldados empezó a no gustarles la actitud de Claudia así que la invitaron a marcharse con tacto.

Quizá sea mejor que entréis en la fiesta, señora, luego podrás ver cómo castigamos a esta descarada.

Y Claudia se alejó de la cruz hacia el bullicio de dentro. La joven  tenía unas enormes ganas de ir al baño y masturbarse allí…..

Poco a poco algunos invitados habían pasado a mayores y mientras algunos bailarines habían convertido su actuación en una sensual danza erótica, una par de esclavas se ocupaban de rodillas de los penes de un grupo de hombres.

La entrada de la bella Claudia provocó los aplausos de algunos.

  • Oh mi querida Claudia, por fin, se adelantó Sabina, cada día estás más guapa….. pero pareces azorada, ¿qué te ocurre?

  • No, no es nada Sabina, un ligero mareo pero en seguida pasará.

  • Ven con nosotros, el pretor nos está contando detalles de los juegos que se van a celebrar con esas cristianas.

Claudia ya sabía algo de eso y de hecho una de las razones de acudir a la fiesta era precisamente para enterarse bien de todo. Ella tampoco quería perderse los juegos pero por distitas razones que Sabina…..

La fiesta continuó una hora más y los invitados cada vez se aniaban más con las complacientes esclavas, cuando de pronto llegó el centurión Quinto con su prisionera. El oficial estaba escoltado por ocho legionarios y por los tres verdugos, Sifax, Aurelio y Brutus.

La gente lanzó un murmullo de sorpresa y se apartó temerosa de los malencarados verdugos, dejando espacio para que el centurión arrastrara a Helena hasta el centro de la sala.

Sabina sintió un extremo placer al ver la manera en que traían a su odiada sobrina. Por supuesto venía completamente desnuda, con un yugo rígido en cuello y muñecas que le obligaba a mantener las manos en alto a ambos lados de la cabeza. Asimismo le habían colocado grilletes en los tobillos unidos entre sí por unos pocos eslabones. Esto le obligaba a caminar a pasos cortos y torpes lo cual hacía temblar sus carnes desnudas de una manera obscena y ridícula.

Por supuesto el centurión había hecho caso a Sabina y le había colocado los broches de los lobos en pezones, clítoris y lengua. Eso había convertido la marcha de casi un kilómetro entre el pretorio y la villa del senador Gallo en un tormento para la pobre Helena, pues Quinto juzgaba que ella no andaba lo suficientemente deprisa. Por eso hacía que se apresurara tirando constantemente de la cadena mientras los soldados usaban sus lanzas como acicate pinchándole con ellas las nalgas.

Nada de eso era necesario pues la mártir cristina se mostraba sumisa en todo momento, pero Quinto consideró que agradaría a Sabina cualquier tortura o humillación extra que sufriera la muchacha. El caso es que Helena tuvo que recorrer esa distancia experimentando horribles dolores en las partes más sensibles de su cuerpo al tiempo que sufría la humillación de caminar desnuda y maniatada en plena calle.

  • Quitadle eso y limpiadla, dijo Galba con una potente erección, tengo que interrogarla.

Y el centurión le abrió de golpe las fauces de los lobos erizadas de pinchos lo cual arrancó varios alaridos de la bella joven. Unos pequeños reguerillos de sangre manaron de los lugares donde los lobos de metal habían hincado sus afilados dientes, pero se secaron enseguida.

Unos criados le echaron entonces varios baldes de agua que hicieron desaparecer la sangre y la dejaron empapada.

Con todo el cabello mojado y chorreando agua, Helena se puso derecha pero mantuvo la cabeza baja con humildad. En realidad, excepto aquel primer día en esa misma casa la joven no había sufrido más daño y su pie estaba prácticamente limpia de marcas de latigazos. Sin embargo ahora Quinto le anunciaba que iba a ser interrogada delante de los sádicos invitados del senador. La joven estaba resignada ante su inminente martirio, sólo le avergonzaba sufrir tortura delante de toda esa gente.

De cuando en cuando levantó tímidamnete los ojos viendo a todos esos hombres que se la comían con los ojos y a ese grupo de amigas de Sabina que se reían y burlaban abiertamente de ella.

La entrada de los recién llegados había hecho enmudecer a los músicos y todos permanecían en silencio y expectantes.

Eso permitió que se oyera la voz del pretor.

  • Te llamas Helena ¿verdad?

  • Sí.

  • Más alto que te oigan todos.

  • Sí, mi nombre es Helena .

  • Me han dicho que eres cristiana, ¿es cierto?

  • Eso provocó un murmullo general de sorpresa y desaprovación, pero el pretor lo apagó con un gesto de su mano.

  • ¿Acaso no sabes que el césar ha ordenado la ejecución de todos los cristianos?

  • Sí, lo sé

  • ¿Y a pesar de eso persistes en tu fe? ¿Es que no sabes lo que te espera?.

La joven tardó un momento en contestar, no quería pronunciar en alto la horrible forma en que la iban a ejecutar.

  • ¿Y bien?

  • Seré….. seré crucificada.

Nuevamente la gente murmuró algo sobre ella.

  • ¿Y es eso lo que quieres?

  • Si he de morir prefiero que sea en la cruz. Es así como murió mi señor Jesús, para mí sería un honor morir como él.

Eso provocó una airada respuesta de todos, la entereza de la joven cristiana estaba enfadando a los presentes.

¡Zorra cristiana!.

¡Furcia!

El altercado fue aprovechado por Sabina que se acercó al pretor y le dijo algo al oído.

  • Muy bien, dijo éste cuando volvió el silencio, Centurión haz que tus hombres preparen otra cruz en el peristilo, cuando termine su interrogatorio esta cristiana tendrá la oportunidad  de experimentar los “placeres” de la crucifixión toda la noche junto a la otra esclava.

Los presentes prorrumpieron en una explosión de aplausos aprobando la decisión del pretor que en realidad habia sido una perversa idea de la tía de Helena.

  • No te preocupes, por el momento sólo te atarán con cuerdas a la cruz. El día de tu ejecución utilizarán unos clavos así de grandes.

Por su parte Helena bajo la cabeza avergonzada pero no pudo evitar que se le notara la creciente excitación que sentía.

  • Isis, pensó Claudia que miraba maravillada a la muchacha, esa joven es como yo, desea que la crucifiquen.

El centurión cogió a sus soldados para preparar todo lo necesario, entonces el pretor siguió con el interrogatorio.

  • Muy bien, está claro que eres una traidora y mereces la muerte pero antes debes hacer un último servicio al estado. Vas a decirnos el nombre de tus cómplices cristianas.

Eso violentó a la pobre Helena, siendo forastera no conocía a ninguna cristiana pero aunque las conociera no habría dicho nada.

  • ¿Callas?

  • Lo siento mi señor, no conozco a ninguna cristiana.

  • Es mejor para ti decir ahora lo que sepas, sino tendré que mandar a mis verdugos que te flagelen ahora mismo.

  • Lo siento, señor, manda a tus verdugos que hagan conmigo lo que quieran pero no te diré nada.

Claudia agarraba la tela de su vestido con tal fuerza que se estaba clavando las uñas en la palma de la mano. A pesar de su terror la joven Patricia rezaba a los dioses para que empezaran a flagelar ya a esa bella cristiana.

  • Me lo pones muy difícil, Helena, dijo el pretor, Sifax, atad a la prisionera y preparad los látigos, veremos si el contacto del cuero contra su piel desata su lengua.

La orden excitó mucho a todos, nada mejor que flagelar a una bella mujer desnuda para amenizar una fiesta. Sifax le quitó las restriciones y la llevó hasta el lugar donde la iban a flagelar.

Helena se dejó atar sin ejercer ninguna resistencia y también abrió la boca para que el verdugo le encajara una mordaza entre los dientes. Eso impediría que se mordiese la lengua.

Continuará