Julia, santa y mártir (11)

Julia sigue sufriendo nuevas torturas pero ahora la acompañan dos esclavas para amenizar a los hombres

Capítulo 11 Orgía en la cámara de tortura

Sifax quitó el freno y los verámara de torturadugos fueron aflojando la rueda del potro. Cedió la tensión y lentamente el cuerpo de Julia se fue depositando sobre el madero. Una vez aflojadas las cuerdas, los verdugos le fueron extrayendo las agujas de los pechos. De las heridas salían reguerillos de sangre que fueron cayendo por los pechos y los costados de la joven. Entonces le limpiaron todo el cuerpo con una esponja empapada en agua. Esto lo hicieron con cuidado y delicadeza. Se dría que así pretendían compensar el daño que le habían hecho.

Sin embargo, tras limpiarla, Sifax la despertó brutalmente lanzándole un balde de agua a la cara. Julia despertó desorientada, y al principio no reconoció aquello  que tenía ante sus ojos. Era la polla de Sifax, que se masturbaba a escasos centímetros de su nariz. Julia sintió un intenso olor a esperma, pues el líquido blanco ya se escapaba. La joven torció el rostro asqueada, pero el verdugo le obligó a volver la cabeza.

  • Hoy  me has producido un inmenso placer, le dijo restregándole la polla pringosa por toda su cara. Nunca había probado el potro y las agujas con una cristiana de la nobleza, tengo que reconocer que estás hecha de otra pasta..

Y diciendo esto se empezó a correr lentamente dejando que el semen manchara el rostro de la joven e incluso se le metiera en la boca por la abertura de la mordaza. Julia ponía un indescriptible gesto de asco  gimiendo y protestando, pero Sifax le obligaba a mantener la cara quieta. El verdugo terminó de eyacular sobre la prisionera y le susurró a pocos centímetros de su cara.

  • Aún no he visto ninguna zorra que aguante más de dos o tres toques con los hierros al rojo. Venderían a sus madres con tal de que dejara de hacerles eso.

Sifax sacó entonces un hierro de las brasas, un largo punzón de metal que tenía la punta de un rojo intenso, y sonriendo se lo acercó  a la cara. Julia miró el hierro aterrorizada  y respirando profunda y agitadamente. Sifax podía leer el terror en sus ojos y fue bajando el hierro candente hasta casi tocar los pechos de la condenada.

  • Sé que puedes sentirlo zorra. ¿Tienes miedo?.

Julia afirmó con la cabeza, con lágrimas en los ojos y cerrando éstos apartó la cara del verdugo. Repentinamente sintió que Sifax alejaba el hierro y entonces notó una sensación muy agradable en su entrepierna. Todo el cuerpo de la joven se estremeció de placer y Julia levantó la cabeza. Allí estaba el verdugo masturbándola delicadamente. El muy cerdo sonreía satisfecho al ver el gesto de desaprobación de la muchacha. Julia negaba con la cabeza pidiendo por favor que la dejara. Pero Sifax continuó acariciándole los labios de la vagina con dedos expertos.

  • La mordaza, dijo secamente, y Aurelio le quitó la mordaza a la joven. Julia dijo entonces.

  • Déjame,…. por favor,….. no sigas.

Ella decía esas palabras, pero su voz la traicionaba. Sifax le empezó a lamer los pezones heridos al tiempo que seguía masturbándola, y la asquerosa lengua  le chupaba ahora las heridas aliviando el dolor y la quemazón de sus sensibilizados pechos. Julia dejó caer la cabeza con los ojos entrecerrados y se entregó enteramente al placer de la masturbación.

  • Antes de que mueras en la cruz te voy a follar por delante y por detrás, y además me vas a chupar la polla por tu propia voluntad.

  • Nunca, gimió Julia,…. déjame, …..por favor, dijo entrecortadamente sintiendo que le llegaba el orgasmo.

Efectivamente, tras insistir un rato más Julia empezó a correrse mientras Sifax le acariciaba todo el cuerpo. En medio del orgasmo Julia sintió asco y vergüenza porque fuera ese ser asqueroso y cruel quien le hubiera proporcionado placer de esa manera.

A Julia el valor la empezaba a abandonar. El tormento, la humillación y los abusos estaban haciendo mella en ella, así que empezó a pedir piedad a su verdugo.

  • Mátame, ten piedad de mí, por favor, le dijo entre sollozos.

  • No cristiana, ni lo sueñes. Eso sería demasiado bueno para ti. La muerte te llegará, pero no será rápido. Y riéndose a carcajadas se alejó de Julia.

Esta se arrepintió al momento de su flaqueza y volvió a llorar desesperada pidiendo perdón a su señor y esperando que continuara su martirio.

Dos horas después volvió a entrar el pretor, esta vez acompañado por otro hombre viejo y rico y sus sirvientes. Se trataba del Senador Gallo, el viejo pervertido que solía celebrar orgías sádicas con sus esclavas.

También venía el centurión con algunos guardias. Estos traían de los pelos a dos jovencitas desnudas y maniatadas. Estas no eran otras que Varinia y Alba que luchaban inútilmente contra sus guardianes para evitar que las condujeran nuevamente a ese espantoso lugar.

Esta vez el sádico pretor había decidido disfrutar de verdad y se trajo a las dos esclavas hasta la cámara de tortura para que les dieran placer a él y al senador mientras asistían como espectadores al suplicio de Julia.

El depravado senador  conocía a Julia y su familia y cuando se enteró de que estaba prisionera en las mazmorras del pretorio pidió a su viejo amigo el pretor que le dejara asistir al espectáculo.

Nada más entrar en la cámara de tortura, los dos hombres se acercaron al potro, la bella Julia había sido amordazada otra vez

  • Hola muchacha, ¿me recuerdas?, dijo el senador sonriendo sádicamente.

Ella le miró muerta de vergüenza. Ese viejo asqueroso la conocía desde niña y siempre le habían violentado sus miradas de viejo verde y sus insinuaciones obscenas. Ahora estaba completamente desnuda, indefensa y expuesta a sus tocamientos. Sin ningún recato el viejo se puso a acariciarla y eso hizo que ella se sacudiera rabiosa.

  • ¡Mmmmmhh qué piel tan suave tienes preciosa!. Llevaba mucho tiempo deseando hacer esto.

La joven siguió resistiéndose pero era inútil, el viejo senador siguió acariciándola con sus manos huesudas y temblorosas como quien acaricia un objeto caro y delicado. Luego pasó a mayores y se sacó la polla pequeña y arrugada para horror de la muchacha. Entonces empezó a acariciar con ella los pezones de la prisionera que se fueron poniendo duros y turgentes. Estas caricias y ver las marcas de tortura sobre el cuerpo de Julia ayudaron al viejo a empalmarse, cosa nada fácil a su edad.

  • ¿Cómo vais a torturar a la cristiana?, preguntó mientras se la meneaba cerca de su cara.

  • Le aplicarán hierros candentes.

  • Espléndido, dijo el viejo magreando a la joven con las dos manos.

Julia lloraba desconsoladamente mientras las dos esclavas miraban aterrorizadas cómo abusaban de su señora. El pretor dejó que el viejo abusara de Julia, pero pronto hizo que parara. Estaba convencido que nada haría que Julia renunciara al cristianismo así que ya había decidido juzgarla y condenarla, pero entretanto disfrutaría de su tormento.

  • Os he preparado una diversión mientras martirizan a la cristiana. Estas esclavas están aquí para daros placer. El viejo senador se acercó a Varinia y Alba que permanecían una junto a la otra muertas de miedo.

  • Muy bien, pero ¿qué tenemos aquí?, y diciendo esto apartó las caras de las dos jóvenes tirando de los pelos de ambas. Veo que ya las han torturado, ¿qué piensas hacer con ellas pretor?.

  • Las dos serán crucificadas dentro de dos días.

Ellas lloraron mirando desesperadas al viejo senador.

  • Dime pretor, dijo éste acariciando los suaves senos de Varinia. ¿Si las compro se librarán de la cruz?.

El pretor miró sorprendido a Gallo. De sobras sabía él que nada podía salvar a una esclava cristiana de su castigo fuese quien fuese su dueño, pero adivinó que tramaba algo así que le siguió el juego.

  • Sí Gallo…. por supuesto, si pagas lo suficiente serán tuyas.

  • Muy bien pequeñas, ya lo habéis oído, he decidido que compraré a una de vosotras. La afortunada se salvará de la crucifixión  pero primero tenéis que ganároslo. ¿Vais a ser buenas?.

Ellas afirmaron ansiosas ante la esperanza de librarse del suplicio.

  • De acuerdo, dijo el viejo cogiendo a las dos de la cintura y atrayéndolas hacia sí.

El senador las besó en la boca y ellas vencieron su repulsión como pudieron intentando complacer a su salvador.

  • Muy bien, dijo al terminar de besarlas, ahora vais a hacer el amor entre vosotras.

Las cogió de los cabellos y las obligó a besarse y acariciar sus cuerpos entre sí. Ellas dudaron sorprendidas por la orden del viejo, que viendo que vacilaban le dio un cachetazo en el trasero a Varinia.

  • Vamos esclavas, estamos esperando, haced el amor o seréis crucificadas las dos.

Entonces miraron angustiosamente al viejo y empezaron a besarse entre sí primero tímidamente y cada vez con más pasión y lujuria. El pretor rió e invitó al viejo a sentarse en los asientos que les habían preparado.

  • Vamos poned un poco más de pasión.

Entonces Alba dejó de besar a Varinia y se puso a lamer su bello cuerpo. La esclava fue paseando su lengua dulcemente por el cuello de la otra, por sus hombros y se entretuvo un buen rato en sus pechos, chupando y lamiendo sus pezones hasta que se pusieron duros como piedras.

A su vez Varinia permanecía quieta con los ojos cerrados y la boca entreabierta. Alba siguió con ella, se agachó y empezó a lamerle el coño a lo que la otra respondío con gemidos de placer. Los hombres rieron alborozados.

  • Ya te he dicho que estas cristianas son en el fondo unas putas, dijo el viejo al pretor.

Las dos esclavas estaban muerta de vergüenza, pero fingieron todo lo que pudieron. Alba siguió y siguió con ánimo de proporcionar el mejor espectáculo posible.

  • Eso es, chupa, zorra, con ganas. Y ahora chúpale el agujero del culo.

Alba apartó la cabeza del coño de Varinia y miró alarmada al comerciante.

  • Haz lo que te ordena, dijo el pretor.

  • Pero señor, contestó ella.

  • Chúpale el culo, imbécil o ambas moriréis en la cruz.

Al oír eso Alba se apresuró a cumplir la orden y metió la cabeza entre los glúteos de Varinia en búsqueda del innoble orificio. Al sentir las dulces caricias de la lengua de Alba en la aureola de su culo, Varinia ya no se pudo controlar y comenzó a gemir sin disimulo ni recato. Sin embargo, el cruel senador no permitió que se corriera.

  • Ya está bien, le dijo después de un rato. Venid aquí y dejad de ser tan putas.

Las dos jóvenes estaban siendo humilladas y degradadas por esos hombres sin alma pero obedecieron al instante, tenían que librarse del suplicio como fuera.

El pretor y el viejo las miraron de arriba abajo. Esas dos preciosidades desnudas y con los brazos maniatados a la espalda ante ellos, La cabeza baja y los pies juntos. A pesar de su gesto se notaba que las dos estaban muy excitadas.

Ahora vais a prestar un servicio a vuestra señora. Tú esclava, ocúpate del coño de tu señora Julia y chúpaselo hasta que se corra, y tú le vas a chupar las tetas entretanto. A Varinia se le mudó el gesto y dijo.

  • Eso no,…………… no lo haré.

  • Vamos esclava, ¿acaso prefieres morir en la cruz?.

  • No señor, dijo Varinia llorando, pero no me obliguéis a hacer eso, Julia es mi señora,….. por favor.

  • Puta estúpida. Haz lo que te digo inmediatamente.

  • Por favor, señor, a vos os daré un gran placer si así lo deseáis, pero a ella no, por favor, a ella no.

  • Sifax, dijo el pretor mirando severamente a Varinia, aplicad tormento a esta esclava desobediente, colgadla boca abajo y pelllizcadle las carnes con tenazas candentes.

Sifax cogió a Varinia de un brazo con ánimo de arrastrarla hasta donde colgaban las cadenas, pero entonces ella gritó desesperada.

  • No, por favor, otra vez la tortura no.

  • Para un momento verdugo. ¿Harás lo que te ordenamos?.

Varinia bajó la cabeza y afirmó tímidamente con lágrimas en los ojos. Los verdugos cogieron entonces a las dos muchachas y las empujaron violentamente hasta el potro de tortura. Allí permanecía Julia amordazada, miraba llorosa a Varinia y le pedía a través de su mordaza que no hiciera eso con ella. Aurelio cogió a la esclava  por el cuello y con violencia le obligó a encaramarse al potro entre las piernas de Julia.

  • Vamos, chupa zorra y danos un buen espectáculo.

  • Perdonadme señora, dijo Varinia mientras le obligaban a torcer la cabeza y chuparle el coño.

Sifax cogió entonces a Alba y también la arrastró hasta el potro de tortura.

  • Ven conmigo, preciosa y ayuda a tu amiga. Alba miró el rostro de Julia que lloraba con los ojos cerrados y se puso a lamerle las tetas. La mártir cristiana lloraba avergonzada por el placer y excitación que empezaba a apoderarse de su cuerpo. Las ávidas lenguas de las esclavas acariciaban con delicadeza las partes más sensibilizadas de su cuerpo, y la pobre muchacha no podía disimular entre sus protestas el orgasmo que le estaba llegando.

Varinia no abandonaba su dulce tarea. La joven esclava lloraba avergonada, y sin embargo no podía evitar sentir placer de chupar con su lengua los suaves labios vaginales de su señora, mientras los jugos salados y cálidos de ésta llenaban su boca y se caían por la barbilla.

Repentinamente, Varinia notó que el coño de Julia se convulsionaba  y levantó la cabeza viendo los estremecimientos de su joven ama sobre el aparato de tortura. Julia se estaba corriendo nuevamente. Los hombres disfrutaban del espectáculo con la polla tiesa, y aplaudieron riendo al ver las convulsiones y gritos de placer de su joven víctima.

Entretanto, Sifax apartó violentamente a Alba y se corrió sobre las tetas de Julia, derramando una lechada blanca y abundante sobre éstas.  Como colofón obligaron a las dos esclavas a limpiar con la lengua todo el semen del cuerpo desnudo de Julia. Ellas lo hicieron transidas de asco, obligadas por los verdugos, mientras Julia seguía llorando con el rostro enrojecido y oculto en uno de sus brazos. Los espectadores volvieron a aplaudir y el pretor dijo.

Trae a las esclavas para que nos chupen la polla, pero antes quítales de encima el esperma.

Aurelio y Brutus cogieron a las eslcavas del pelo y tras sumergir su cabeza en una pila de agua las condujeron hasta los hombres y las obligaron a arrodillarse frente a éstos.

Varinia se la chuparía al pretor y Alba al senador. Mientras tanto Galba daba instrucciones a Sifax.

  • Tómate todo el tiempo que quieras, quiero que tortures a la cristiana poco  a poco, asegúrate de que no se desmaya mientras lo haces. Si te esmeras será tuya antes de ser crucificada.

  • Sí señor, dijo Sifax, mientras Varinia no podía contener los sollozos al oír lo que iban a hacerle a su  señora.

Y tú deja de llorar y empieza a chupar

Los dos hombres se recostaron y dejaron que las esclavas hicieran suavemente su dulce trabajo. Varinia y Alba empezaron resignadas con los penes de los dos hombres, lamiendo tímidamente el glande y cerrando los ojos por la repulsión. Entretanto Aurelio y Brutus cogieron las ruedas del potro y empezaron a accionar otra vez el instrumento de tortura. El cilindro volvió a crujir con su quejumbroso sonido y otra vez el cuerpo desnudo de la chica se fue estirando y levantando sobre la tabla. Nuevamente comenzó ese terrible dolor  y el rostro de la pobre muchacha se crispó de dolor mientras ella volvía a quejarse.

Los gemidos de dolor y los sollozos de la muchacha acariciaban los oídos de los hombre mientras las dos esclavas les acariciaban la sensible piel de su verga con sus lenguas y labios cálidos y húmedos. Las dos jóvenes desnudas movían sus cabezas rítmicamente arriba y abajo, arriba y abajo, una y otra vez, sin pausa y sin descanso, mientras sus cálidos pechos se rozaban contra las piernas peludas de los hombres y consiguientemente sus pezones se iban poniendo duros a cada pasada.

Repentinamente Sifax detuvo el tormento de Julia, sólo para sacar un punzón al rojo vivo del brasero.  El sádico verdugo enseñó el hierro a la joven, sonriendo diabólicamente. La punta del punzón estaba de un rojo intenso.

  • ¿Estás preparada?, le preguntó a la condenada y diciendo esto acercó el hierro caliente a su piel.

Julia negó y lloró histérica, incapaz de moverse y evitar la fatal mordedura del hierro. Notaba perfectamente el calor de ese instrumento sobre su piel y suplicaba a través de su mordaza que no hicieran eso con ella.

Sifax no se lo aplicó directamente, sino que se dedicó a jugar con la joven unos momentos. Finalmente entre los lloros y protestas de ésta le posó el hierro en el muslo izquierdo. Sólo fueron un par de segundos, pero se pudo oír perfectamente el siseo de la carne quemada contra el hierro y el espeluznante alarido de la cristiana al sentir ese dolor inhumano en su pierna.

Las dos esclavas levantaron la cabeza y miraron maquinalmente hacia atrás viendo el cuerpo de Julia levantado y estirado en vilo de muñecas y tobillos. Todo el cuerpo de la joven brillaba empapado en sudor y temblaba mientras la mujer asimilaba el dolor de la quemadura. El rostro estaba desfigurado por un rictus de agonía. Lágrimas y baba  caían de él mientras ella seguía gritando de puro dolor.

  • No, por favor, eso no. Dijo Varinia al pretor con los ojos llenos de lágrimas.

  • Calla y haz tu trabajo si no quieres ocupar su lugar.

La joven no se  atrevió a seguir protestando y continuó con la felación. Repentinamente oyó a su espalda otro alarido desgarrador de Julia y se le erizó hasta el último pelo  de su cuerpo. El verdugo le había acariciado a Julia con otro hierro en el vientre. La joven cristiana se miraba las heridas del cuerpo llorando y pidiendo piedad, pero Sifax ya tenía otro hierro candente en la mano y esta vez se lo colocó en el costado derecho dejándolo unos segundos más de la cuenta.

Esta vez la quemadura fue insoportable. Julia puso los ojos en blanco y todo le daba vueltas a su alrededor. El dolor era tan intenso que la muchacha no podía coordinar su pensamiento y aullaba sin freno. El verdugo se arrepintió de su fogosidad, pues en una de éstas su víctima podía perder el sentido y volvió a los toques cortos del hierro, repetitivos e insistentes sobre diferentes partes del cuerpo de la muchacha.

Entretanto, Aurelio cogió unas brasas encendidas y las fue depositando sobre la madera del potro justo bajo el trasero y la espalda de la joven. Julia sintió ese nuevo tormento bajo su cuerpo, el calor cada vez más intenso e insoportable.

  • Mira, dijo Gallo a punto de correrse. La están asando viva.

  • Sí, a fuego lento, contestó el pretor.

Ahora fueron las dos esclavas las que pidieron piedad.

  • Os lo suplico, dejadla, no la atormentéis más, dijo Varinia desesperada.

Por toda respuesta, el pretor la cogió del pelo y le dijo.

  • Abre la boca, cerda, me voy a correr.

A Varinia no le dio tiempo ni de obedecer, pues le cayó sobre la cara un estallido de esperma caliente y viscoso. El pretor se corrió en varios espasmos que llenaron de semen la cara de la esclava. El comerciante no tardó en correrse a su vez. Alba se quedó quieta por un momento con los ojos cerrados y la polla del hombre bien metida en la boca, pues el senador la tenñia bien agarrada del pelo y no le dejaba apartar la cabeza. De repente, de ésta salió un líquido transparente. Alba se tuvo que tragar todo el semen del viejo, obligada por él.

El martirio de Julia continuaba entretanto sin piedad ni descanso.   Sifax cogió otro punzón candente y se lo puso a  en la axila izquierda, después en la cara interna del muslo, después en la ingle, en el vientre. La joven no paraba de gritar ni  y aullar como una loca.

Entretanto el pretor y el comerciante intercambiaron las esclavas para que les volvieran a hacer una nueva felación. Sifax dejó los punzones candentes por un momento y miró satisfecho el cuerpo de Julia estirado sobre el potro. Su martirio ya duraba varias horas y a pesar de eso, ella seguía soportando sin desmayarse.

Sifax decidió entonces volver a torturar los pechos de la joven. Eran unos senos redondos y bellos y además habían demostrado ser tremendamente sensibles.  Para ello sacó unas grandes tenazas del brasero. Las tenazas tenían sus puntas dentadas rojas y calientes. Sifax las mostró triunfante al pretor y éste asintió con la cabeza.

  • Un momento verdugo. Aparta la mordaza de la acusada. Quiero que sus gritos de piedad acaricien mis oídos.

Aurelio le quitó la mordaza a Julia y está gritó y sollozó desesperada.

  • No me torturéis más os lo suplico. Dadme la muerte ya, por favor, no puedo soportarlo más.

  • ¿Renuncias a Cristo?.

  • Ya sabéis que no, no me pidáis eso.

  • Verdugo, aplícale las tenazas en un pecho.

  • No, NO,  por favor, mis pechos no, otra vez no, mis pechos no, gritaba histérica agitando la cabeza.

Sifax cerró la tenaza sobre el pecho izquierdo y lo apretó y retorció con saña. Dos columnas de humo ascendieron desde la carne quemada mientras un horrible siseo se oía por toda la cámara de tortura mezclado con los alaridos de la muchacha torturada. Julia llamaba a su madre y pedía ayuda a su señor entre gritos y súplicas.

Varinia lloraba ahora sin freno. No se atrevía a interrumpir la felación, pero ahora sus lágrimas caían a borbotones. La joven esclava deseaba que su ama muriera de una vez o al menos quedara inconsciente.

El verdugo soltó por fin el pecho de Julia en el que había dejado dos horrendas marcas rojizas, entonces introdujo las tenazas otra vez en el brasero y cogió otras.

  • ¿Dónde, señor?.

  • Ahora quiero que le pellizques en su sexo.

  • No gritó Julia, por favor, no.

  • Hazlo, Sifax, pellízcale el coño.

El verdugo acercó las tenazas lentamente a la entrepierna de Julia y  las cerró mordiendo los labios vaginales muy cerca del clítoris. La joven Julia esta vez lanzó un espeluznante alarido mientras se mordía un brazo.

Nuevamente los dos hombres empezaron a eyacular sobre las dos esclavas con blancos disparos de esperma. Por su parte Sifax volvió a abrir las tenazas y a cerrarlas sobre la vagina de la pobre Julia que tras agitarse y volver a gritar, se desmayó finalmente por el dolor.

Aún pasaron las dos esclavas un largo rato lamiendo las pollas de los dos hombres para limpiar hasta la última gota de semen. Por fin, con la cara aún manchada de la repugnante lechada del senador Varinia levantó la cabeza, le miró anhelante y le preguntó.

  • ¿Me comprarás ahora mi señor?.

El comerciante la miró divertido, con un gesto enigmático mientras se guardaba la polla, y entonces le dio una bofetada.

  • Esclava insolente. ¿Cómo te atreves?. Por favor, repitió Varinia llorando, comprame.

  • Me comprará a mí, dijo Alba triunfante, yo le he dado más placer.

  • Creo que no compraré a ninguna, dijo el senador levantándose. Tengo verdaderos deseos por ver cómo os clavan en la cruz.

Varinia y Alba empezaron a sollozar y se echaron a los pies de Gallo.

  • Por favor, señor, dijo Alba, os satisfaré como queráis, cuando queráis, os daré placer mi amo, por favor, la cruz no, por lo que más queráis.

  • Lleváoslas, dijo secamente el pretor.

Los soldados atraparon a las esclavas y las arrastraron fuera de la cámara de tortura mientras ellas pataleaban y pedían clemencia desesperadas.

  • Ja, ja, habéis sido muy listo senador.

  • Que ilusas, con la de esclavas que tengo, ja, ja.

Ambos hombres se acercaron al potro para examinar a Julia que yacía inconsciente, su rostro ahora no estaba crispado sino que mostraba un semblante relajado. Las heridas de los hierros se apreciaban perfectamente sobre su piel blanca, y a pesar de todo el sufrimiento soportado, el cuerpo  de la joven seguía siendo enormemente deseable.

  • Es bellísima la gente pagará bien por verla desnuda clavada en una cruz, dijo el senador.

  • ¿Cuánto crees que necesitará para reponerse?, le preguntó a Sifax.

Necesito que pueda andar el día de la ejecución.

  • Tres días señoría. Además sería conveniente que la viera un médico.

  • De acuerdo, dejadla descansar durante dos días, al tercero se celebrará el juicio.

Continuará