Julia, santa y mártir (10)

Continua el tormento de la mártir Julia. Esta vez el pretor invita a varios jueces a la cámara de tortura. Sifax recurre a procedimientos más crueles.

Capítulo Diez. Tercer día de tortura.

Julia perdió la noción del tiempo……

Cabalgar sobre el pony es una tortura brutal y desesperante, un cruel preludio de la crucifixión. El dolor se concentraba en la entrepierna de Julia. Todo el peso de su cuerpo presionaba contra la cuña de madera su sensible sexo pero el dolor también se expandía por el vientre. Era un dolor sordo y continuo, cada minuto más insoportable y desesperante. Lo único que podía aliviarlo era hacer fuerza con los brazos, pero de la manera en que se los habían atado en estrapado el dolor se trasladaba a la espalda sólo para conseguir un momentáneo alivio. Cada diez segundos Julia tenía que elegir entre uno y otro y eso le hacía llorar y desesperarse ….. la joven deseaba cada minuto que los verdugos entraran de una vez y le liberaran de ese tormento…aunque fuera para hacerle algo mucho peor….

Finalmente, cuando los verdugos volvieron a entrar en la sala la encontraron desfallecida y semiinconsciente sobre el pony. No era la primera mujer a la que sometían  a ese brutal tormento así que no se extrañaron.  Descolgaron  sus brazos del techo y su cuerpo muerto se hubiera desplomado si no la hubiera cogido Sifax antes de caer.

Así pues, la bajaron del pony y le quitaron la mordaza y las pinzas de los pezones depositándola en un camastro. Sifax la limpió cuidadosamente con agua y una esponja, y en sus brazos la joven se fue despertando poco a poco. Entonces se dio cuenta de que le habían puesto unos grilletes de hierro en muñecas y tobillos y alguien le dio algo de beber en una escudilla.

  • Bebe esto cristiana, le dijo el verdugo, te ayudará a recuperarte.

La joven lo hizo y empezó a recuperar fuerzas, mientras Sifax comprobaba su estado.  Julia tenía la entrepierna terriblemente irritada y con un gran hematoma, asimismo, los pezones estaban hinchados, sin embargo, la chica parecía resistente y el verdugo pensó que podría soportar perfectamente el tormento del potro durante varias horas.

Tras esto dejó a la mujer que se quedó  sentada en el suelo de la cámara de tortura, toqueteándose las heridas ajena a los hombres ocupados en preparar  el suplicio.

Al de media hora  llegó el pretor. Esta vez venía acompañado de otros hombres de calidad, en realidad eran otros jueces que venían a colaborar con él en el caso singular de Julia. Los hombres se fueron a un rincón y se pusieron  a hablar  en voz baja.

  • ¿Es esa la joven?.

  • Sí.

  • Es muy bella, es una verdadera lástima que tenga que morir.

  • ¿No habeís encontrado indicios de brujería?.

  • En absoluto, creo que está fanatizada por esa maldita secta, no parece tener miedo al dolor y por ahora ha soportado la tortura,…. aunque podemos recurrir a procedimientos más efectivos.

  • Si persiste en su fe, debe ser crucificada, no puede haber otro castigo para los cristianos.

  • Pero es que ella pertenece a una familia patricia. Toda la nobleza de la ciudad se me echará encima si la condeno a una muerte propia de esclavos.

  • Si se demuestra que es culpable de sedición pierde el derecho a la ciudadanía romana y se convierte automáticamente en una esclava. Sin embargo, estoy de acuerdo en que su crucifixión pública no es muy aconsejable, deberíamos solucionar esto por otros medios sin salir de esta cámara de tortura. ¿Son hábiles vuestros verdugos?.

  • Los mejores.

  • Aconsejo que se empleen a fondo.

  • Bien, entonces procedamos.

Los jueces se sentaron en sus sillas y el pretor ordenó a los verdugos que la acusada se pusiera de pie. Esta vez Julia ni siquiera contó con la protección de una simpe camisa y tuvo que permanecer desnuda y cargada de cadenas ante los jueces. La joven intentaba cubrirse de las miradas de esos hombres, pero con las dos manos encadenadas no podía taparse todas sus vergüenzas y optó por cubrirse la entrepierna. A su espalda Aurelio engrasaba los engranajes del potro de tortura, mientras Brutus avivaba con un fuelle las brasas que crepitaban en un brasero. La joven miraba de reojo inquieta y nerviosa.

  • Muy bien, muchacha, dijo de pronto uno de los jueces. Dicen que eres cristiana.

  • Así es señor, dijo ella bajando los ojos.

  • ¿Sabes que es un delito gravísimo?.

  • Sí señor.

  • ¿Y sabes lo qué te espera si persistes en tu traición?.

  • Sí señor, volvió a decir ella en voz baja y cubierta de rubor. Seré crucificada.

  • ¿Es eso lo que quieres?, dijo el juez sin entender nada.

  • Sí, eso es, así murió mi señor Jesucristo  y yo quiero ser digna de él.

  • ¡Desgraciada!, no sabes lo que dices cuando estés clavada en la cruz desearás no haber nacido, tardarás horas o días en morir en medio de una insoportable agonía.

  • Todo eso ya lo sabe, interrumpió el pretor airado, no conseguiréis nada por ese camino….. Mira Julia, le dijo muy enfadado. Ayer nos limitamos a jugar contigo, pero hoy vas a ser torturada en el potro y esta vez de verdad, míralo  y mira las tenazas que se calientan sobre el brasero ¿sabes lo que se siente cuando te queman la piel con hierros al rojo vivo? .

Julia miró de reojo los instrumento de tortura y todo su joven cuerpo tembló de miedo, sin embargo, reuniendo todo su valor dijo con lágrimas en los ojos.

  • Señores jueces,…. quizá en medio de mis sufrimientos  niegue a Cristo pero no seré yo quien hable. Una vez pasada la tortura negaré lo que haya dicho y seguiré fiel a mi fe,…. nada de lo que me hagan me hará cambiar. Además así mi martirio será así la prueba del poder de Cristo.

  • Loca fanática.

  • Está loca, no puedo creerlo

  • ¿Lo veis?, dijo el pretor fuera de sí. No nos dejas otra alternativa. Verdugo, acostadla en el potro y proceded.

  • Que Dios os perdone, dijo Julia llorando, rezaré por vos mientras me torturáis.

Los verdugos atraparon a Julia, la liberaron de sus grilletes y la obligaron a acostarse en el potro de tortura. La joven, en lugar de resistirse dejó que la tumbaran en la rugosa madera temblando como una hoja y no ofreció resistencia cuando estiraron los brazos sobre su cabeza para  atarlos. Mientras la ataban los sayones estaban sorprendidos por su sumisión, lo normal es que las víctimas se resistieran como locas o gritaran pidiendo piedad pero Julia no lo hacía. No obstante siguieron haciendo su trabajo, Brutus le cerró el cepo en los tobillos y mientras los otros dos le ataban las muñecas a unas abrazaderas de cuero.

Una vez maniatada y extendida sobre la mesa, Brutus y Aurelio fueron apretando los mandos del cilindro y éste se puso a dar vueltas sobre sí mismo crujiendo y tensando la soga. La gruesa cuerda se tensó, y la joven sintió que una enorme fuerza tiraba de sus brazos hacia atrás.

Julia respiraba nerviosa y con los ojos cerrados mientras esa fuerza sobrehumana estiraba lentamente su cuerpo. Pronto llegaría el dolor y ella rezaba para sí una oración. La joven mártir pedía a su señor poder soportar la tortura por muy intensa que fuese. Entretanto la rueda del potro seguía apretando y un acompasado ruido metálico indicaba que los dientes pasaban uno a uno por el freno.

CLICK, CLICK, CLICK

Lentamente, el cuerpo de la joven se fue levantando de la madera colgando en vilo de muñecas y tobillos. Sifax vio maravillado cómo los brazos de Julia parecían estirarse y salirse de los hombros  y cómo las costillas y tendones se marcaban intensamente a través de su piel. La entrepierna de la mujer estaba abierta y brillaba de jugos y sudor.

Los jueces miraban la escena mudos y muy excitados por la vista del desnudo cuerpo de la joven bañado por la luz trémula de las antorchas.

Repentinamente la rea lanzó un gemido que bien podría haber sido fruto de un orgasmo. Por su gesto, Sifax no podría decir si la joven estaba sufriendo o gozando y a todos los presentes en aquella sala se les puso el pene como una estaca.

Los verdugos ya empezaban a notar resistencia en la rueda del potro. Eso significaba que el propio cuerpo de Julia estaba llegando al límite del estiramiento y a partir de ese momento empezaría el verdadero sufrimiento.

  • Un momento, ordenó el pretor levantando la mano, no tenemos prisa. Prepara los hierros, Sífax, que ella los vea.

  • A sus órdenes mi señor.

El verdugo empezó a disponer  los instrumentos de tortura sobre la propia mesa del potro: uñas de gato, tenazas de diversos tipos, degarrador de senos, punzones y agujas. El verdugo se los fue acercando a la cara para que ella los viera bien y acto seguido los fue introduciendo en el brasero con los mangos hacia fuera para que las puntas se calentaran hasta ponerse al rojo vivo.

Julia comprendió al momento el cruel suplicio que le esperaba y pidió fervorosamente a su dios que no la sometiera a semejante prueba. La joven sudaba por todos los poros de su piel mientras notaba avergonzada los ojos de todos aquellos hombres crueles fijos en su cuerpo desnudo. No era para menos pues toda su piel brillaba de transpiración.

Sifax escogió para empezar unas uñas de gato, un peine de púas de hierro muy afiladas, se lo enseñó a los jueces y el pretor asintió. Sin más dilación lo colocó sobre el costado izquierdo de Julia y lenta, muy lentamente se lo arañó llegando a despellejarle parcialmente.

  • MMMMMMMHHHH

Julia apretó los dientes y tensó todos los músculos de su cuerpo haciendo un esfuerzo sobrehumano por no gritar con todas sus fuerzas. Tras hacer una pasada completa, el verdugo levantó la garra sanguinolenta mirando satisfecho el rostro de Julia crispado por el dolor y recorrido por regueros de lágrimas.

  • Por  Júpiter, ni siquiera ha gemido, ¡esto es cosa de brujería!

  • No importa, sigue verdugo, ordenó el pretor impaciente. Haz que grite.

Sifax cogió otra vez la garra y arañó con saña el vientre de la joven. La muchacha aguantó nuevamente como pudo sin gritar y lo mismo hizo cuando le desgarraron el muslo por su cara interna.  A pesar de eso debía estar sufriendo bastante a juzgar por su gesto de sufrimiento y por las lágrimas que no dejaban de britar de sus bellos ojos.

  • Idiota, dijo el pretor, échale sal en las heridas, tiene que gritar y suplicar.

Sifax lo hizo también enfurecido y eso consiguió finalmente que Julia perdiera el control y empezara a gritar y a llorar como una loca, pues el escozor era insoportable.

Los aullidos de Julia llenaron la cámara de tortura y el pretor le dejó que gritara durante un buen rato con la esperanza de que ese tipo de tormento doblegaría por fin la voluntad de la mártir cristiana. Los otros jueces asintieron también con la cabeza seguros de su triunfo.

Finalmente cuando los gritos cedieron y se convirtieron en sollozos, uno de los jueces le preguntó si abandonaría su fe, pero ella respondió que no llorando, que el dolor que estaba sufriendo seguramente lo tenía merecido por los pecados que había cometido. El pretor entendió aquello como una burla y eso le enfureció mucho más.

  • ¡Vamos! apretad un poco más a esta perra mientras preparamos el siguiente entretenimiento.

Aurelio y Brutus asintieron nerviosos al no poder conseguir doblegar a esa mártir testaruda y se prepararon para apretar el potro un diente más. La rueda estaba muy dura así que ambos apoyaron el pie sobre la madera del potro y tirron con todas sus fuerzas. La rueda avanzó sobre el diente y Julia gritó con todas sus fuerzas.

CLICK

  • AAAAYYYYYYY

  • Otra vuelta, dijo el pretor excitado al ver el cuerpo de la joven tremendamente estirado. Los verdugos siguieron y siguieron apretando, y su víctima gritaba ya sin control.

CLICK

  • AAAAAYYYY, mis brazos, mis brazos, por favor, no.

  • Renuncia al cristianismo si quieres conservarlos.

Otro juez le hababa de forma más conciliadora

  • Vamos jovencita, hazme caso  si dices una sola palabra te bajaremos del potro y todo habrá pasado.

Julia volvió a negar con la cabeza llorando. El juez siguió en ese tono paternal.

  • Vamos, tus heridas cicatrizarán y volverás  a ser bella. Tienes toda la vida por delante, ¿por qué quieres sufrir así?.

  • Ya os lo he dicho….... ya lo sabéis….. ¿Por qué insistís en atormentarme?.

El pretor perdió finalmente la paciencia.

  • Basta ya de monsergas, Verdugo, amordazad a esta terca. No quiero seguir oyendo sus gritos mientras la torturáis.

Sifax cumplió la orden de inmediato y obligó a Julia a meterse una mordaza de madera entre los dientes que más parecía un bocado de caballo que otra cosa. El verdugo se la ató a la nuca por ambos extremos, así no solo acallaría su voz sino que evitaría que se mordiera la lengua durante el suplicio.

Tras esto le mostró una caña flexible mientras se golpeaba la palma de la mano.

  • Veremos si sigues siendo  tan testaruda después de esto, toma.

ZAAASS

  • MMMMMMHHH

El siguiente suplicio de la cristiana consistió en una salvaje flagelación de su entrepierna con la caña. Sifax le propinó más de cincuenta golpes lacerando la cara interior de los muslos y los labios exteriores de la vagina, provocando unas horrendas marcas rojizas.

La bella joven soportó el tormento gritando y llorando. Julia pedía ahora piedad en medio de sus sufrimientos, pero debido a la mordaza sólo gemidos incomprensibles se escapaban de su boca.

Esta vez nadie preguntó nada ni interrumpió al verdugo, los jueces se limitaron a mirar la respuesta de la joven al dolor y sintieron una creciente excitación. Todos esos sádicos estaban empalmados viendo cómo torturaban a esa bella joven densuda.

Tras un buen rato de fustazos Julia desfalleció de dolor y casi perdió el conocimiento. Sifax el numida la cogió de sus cabellos empapados en sudor y le obligó a levantar la cabeza.

  • ¿Aún estás viva cristiana?.

Ella le miró con los ojos entreabiertos y el verdugo miró a su vez al juez. Este hizo un gesto y levantó un dedo. Entonces Aurelio y Brutus que estaban a los mandos  siguieron apretando la rueda del potro.

CLICK

-MMMMMMHHHHH

Sifax vio el gesto de angustia en los ojos de la joven e inmediatamente cómo su rostro crispado transmitía un sufrimiento muy intenso. El potro crujía avanzando diente a diente y el cuerpo desnudo de la cristiana se estiraba más y más como si fuera de goma, pero por el momento los hombros no se habían desencajado. La sangre ya manaba de sus muñecas y tobillos y bajo la blanca piel se marcaban las costillas y todos los músculos y tendones de su maltratado cuerpo. Los pechos estaban asimismo ligeramente deformados hacia las axilas. Julia apretaba los dientes y gemía del intenso dolor de sus miembros y articulaciones que parecía que se iban a romper en mil pedazos. Repentinamente el potro paró y los verdugos aseguraron el freno para que el aparato no se destensara.

Sifax volvió a coger a Julia del cabello y le hizo levantar la cabeza.

  • Mira esto.

Aurelio tenía unas pinzas de hierro dentadas con las que le atrapó un pellizco en su costado. Aurelio apretó las pinzas y luego las retorció primero hacia la derecha y después hacia la izquierda. Julia gritó de dolor cerrando los ojos.

  • MMMMMHHHH

Sé que te duele, lo noto en tu rostro cristiana.

Ella le dijo que sí con el rostro desencajado y pidio piedad aunque nadie le entendió lo que decía.

Cuando Aurelio alivió la presión, Sifax vio las horrendas marcas que las pinzas habían dejado sobre la piel de Julia y ésta también levantó la cabeza para mirar ese punto de su cuerpo del que venía ese ardor y dolor horrible.

  • Ahora un poco de pez hirviendo, y diciendo esto, Sifax sacó una pequeña tea de un caldero donde hervía la pez.

Antes de nada, el verdugo le cogió un pecho y empezó a acariciarlo. Sifax acercó la tea al pecho de Julia dejando que ella sintiera el calor de éste, pero sin quemarla aún. Entonces una gotita cayó accidentalmente sobre la piel de la joven y ella notó una terrible quemazón. Todo su cuerpo tembló y se agitó mientras ella gritaba y lloraba sin control pues la pez le quemaba poco a poco la piel.  Julia se quejó y crispó el rostro volviéndolo hacia un brazo. Sifax sonrió entonces y le posó la pez en la parte inferior del mulo izquierdo embadurnándola bien con cara de sádico.

El pretor vio entonces cómo la pobre Julia se tensaba de dolor y empezaba a lanzar alaridos desesperada. Sifax esperó a que ella dejara de gritar, entonces dejó la pez en el caldero, y cogiendo otra  tea le dio repetidos toquecitos en la axila lo cual volvió a arrancar alaridos desesperados de la joven. Alternando con esto, Aurelio le volvió a pellizcar con la tenaza en su muslo.

Los verdugos eran auténticos expertos de la tortura y la aplicaban metodicamente y sin pasión a pesar de que disfrutaran de su trabajo.

Por su parte el pretor se corrió dentro de sus calzones viendo cómo los verdugos se ensañaban en la bella muchacha, y algo parecido les ocurrió al resto de los jueces, soldados y servidores.

Seguid, ordenó el pretor una vez recuperado, y no olvides las agujas.

  • No señor.

Sifax miró sonriendo la plancha del brasero en la que las agujas se estaban poniendo al rojo vivo, ya tenía ganas de que le dieran permiso para usarlas.

Primero el pecho izquierdo, le dijo a Aurelio, y éste se lo atrapó con las tenazas por la punta.

  • MMMMHHHH

Sifax se calzó unos gruesos guantes de herrero y cogió una de esas agujas por el mango. Julia vio que el metal de la aguja estaba al rojo vivo y negó desesperada. Sin mostrar la más mínima piedad Sifax fue introduciendo la aguja candente milímetro a milímetro disfrutando del suplicio de la muchacha.

A la joven se le escapaban babas de la boca mientras gritaba con todas sus fuerzas y se agitaba como un animal. La joven sentía cómo el metal candente quemaba las terminaciones nerviosas de su sensible pezón y lanzaba alaridos inhumanos. Sin embargo el tormento no paró, la punta de la aguja abultó la piel y salió por ésta atravesando la punta del seno de parte a parte.

Hecho esto Sifax cogió otra aguja candente esta vez para clavársela en el otro pecho.  Julia suplicó y pidió fuerzas a su señor, pero eso no le sirvió de nada, Aurelio pellizcó el pezón con la tenaza y lo estiró para que Sifax le clavara la segunda aguja con más facilidad.

  • MMMMMMHMM, MMMMMMHHHH

Los gritos de Julia llenaron la cámara de tortura, todo el cuerpo brillante  de  la joven se agitaba sin control mientras ella se retorcía y su rostro se deformaba en una dolorosa mueca.

El pretor Galba estaba maravillado al asistir a ese tipo de tortura y de hecho ya había recuperado la erección. Por supuesto ya se le había olvidado el objeto de ese espantoso suplicio y dejaba hacer al verdugo sin interrumpirle con preguntas.

De este modo, el carnifex siguió clavando agujas, una tras otra. Cuando le clavó cuatro largas agujas en los senos cogió otras más pequeñas y se las clavó directamente a través de los pezones, unas veces a través de la aureola de éstos o sus aledaños y otras por medio mismo del pezón lo cual arrancaba gritos más intensos  desesperados de la prisionera.

Los verdugos sonrieron satisfechos de que Julia aguantara consciente el castigo pues la mayor parte de las mujeres a las que aplicaban este torment solían desmayarse a la tercera o cuarta aguja. El verdugo  cogió otras dos agujas un poco más largas y enseñándoselas le dijo.

  • Estas dos son especiales, ahora verás por qué. Efectivamente, puso las dos agujas sobre la chapa del brasero, y en un par de minutos se pusieron de un rojo intenso.

Julia lloró y negó con la cabeza pidiendo piedad inútilmente cuando Sifax cogió una de las dos agujas. Acercó una a la punta del pezón derecho y lentamente se la fue clavando con la punta hacia dentro.

El pretor y los jueces se levantaron al unísono de sus asientos y miraron anonadados el efecto de ese suplicio inhumano en la bella prisionera. Julia gritaba con los ojos cerrados en un alarido largo y continuado, llorando y agitando todo su cuerpo. Cuando los abrió, los ojos estaban en blanco del tremendo dolor. Julia notaba perfectamente cómo la aguja traspasaba el interior de su sensible pecho y le quemaba cada milímetro.

Finalmente la aguja entró casi hasta la cabeza y Sifax se dispuso a clavar la otra. Los reguerillos de sangre caían de las heridas de las agujas y formaban unos corros serpenteantes en los bellos pechos de la muchacha.

Cuando el verdugo terminó de introducir las dos agujas cogió dos tenazas que había en el brasero y que tenían también los dientes al rojo vivo. Sifax las acercó a los senos y entonces el pretor le detuvo acercándose a la mesa del potro.

-¿Qué le vas a hacer ahora?.

  • Ahora lo veréis, señoría, os gustará.

Y diciendo esto atrapó la cabeza de ambas agujas con las dos tenazas. Al principio no ocurrió nada, pero entonces el pretor comprendió y un escalofrío recorrió su cuerpo. El intenso calor de las tenazas se fue transmitiendo al interior de las agujas y éstas se fueron calentando y poniendo al rojo, pero esta vez en el interior de los pechos de Julia.

Esta vez, los aullidos de la condenada llenaron la cámara de tortura y sus gritos pidiendo piedad sólo entendían a medias a través de la mordaza. Sifax siguió así más de dos interminables minutos y finalmente la joven dejó de gritar pues había perdido el sentido.

El pretor se acercó a ella comprobando aliviado que aún vivía.

  • Bien. Quitadle esas agujas y aflojad el potro. La dejaremos descansar y esta tarde seguiremos. Ya veis que es inútil, dijo a los demás. No renuncia a su fe ni aún bajo los tormentos más crueles.

Los demás jueces sacudieron la cabeza consternados  la cabeza.

  • Esta tarde le daremos una última oportunidad para abandonar su falsa religión pero no creo que consigamos nada. El juicio será mañana.

Continuará