Julia, santa y mártir (09)

Ahora le toca el turno a Julia. Sifax el verdugo recurre a toda su ciencia para administrar dolor...

Capítulo noveno. Segundo día de tortura.

Unos minutos después se oyeron pasos y el cerrojo de la puerta. El centurión y otros dos soldados entraron a buscar a Julia.

  • Es la hora, dijo el centurión que cogió el vestido y se lo tiró encima. Vístete, tienes que estar presentable para el interrogatorio.

Julia lo hizo sumisamente soportando los comentarios obscenos que hicieron los soldados sobre su cuerpo. Finalmente salieron de la mazmorra y miró por última vez el cuerpo inmóvil de su esclava. Ahora le tocaba a ella.

Mientras caminaba por los pasillos arrastrada por los guardias cargada de cadenas, Julia pudo ver los horrores de las mazmorras del pretorio.

Los legionarios de Quinto convertidos en improvisados verdugos, habían empezado a interrogar a las esclavas denunciadas por Alba  y en ese momento las estaban sometiendo a brutales torturas.

Como era el primer día y los legionarios eran inexpertos Sifax sólo les permitió usar el látigo y la fusta.

De este modo ataron a las esclavas desnudas con los brazos en alto o con brazos y piernas muy abiertos para marcarles el cuerpo poco a poco.

Las pobres muchachas gritaban y lloraban sin poder evitarlo totalmente indefensas mientras los legionarios disfrutaban del sádico entretenimiento.

No obstante, otras jóvenes esclavas tuvieron peor suerte pues fueron flageladas por verdugos más expertos. A algunas las sometieron  además al pony de madera o directamente al potro de tortura.

Desde sus jaulas y celdas sus compañeras oían impotentes los alaridos y gritos de piedad de las condenadas. Todas ellas sabían que no tardarían en experimentar en sus carnes ese mismo dolor y lloraban desesperadas mientras esperaban su turno.

Por fin llegaron a la sala de tortura del pretorio, en su  interior se encontraba ya el pretor con sus sirvientes y Sifax que al ver a Julia le sonrió cruelmente.

Brutus y Aurelio estaban desatando a una esclava  que se encontraba sin sentido sobre el potror. Julia miró a la pobre muchacha  preguntándose quién podría ser.

Entonces los guardias llevaron a Julia ante el pretor, mientras éste parecía no hacerle ni caso, pues discutía ciertos asuntos con uno de sus sirvientes. Cierto que le habían permitido vestirse, pero la joven se sentía igualmente desnuda y humillada, así que permanecía con la cabeza baja ante su juez, esperando el comienzo del interrogatorio.

Repentinamente Galba enmudeció y la miró de arriba abajo. A pesar de intentar mostrar entereza, la joven temblaba de miedo.

  • Supongo que sigues obstinándote en no abandonar tu religión, ¿verdad?.  Julia afirmó con la cabeza.   Muy bien, cristiana, hasta ahora te he tratado con consideración y respeto por tu condición de noble, pero eso se acabó. Hoy y mañana serás torturada cada vez con mayor intensidad por los verdugos. Al tercer día serás juzgada, y si persistes en tu actitud te condenaré a ser crucificada junto a las demás esclavas. ¿Me has entendido?. Julia afirmó con la cabeza. Entonces, ¿estás dispuesta a abjurar?. Ella dijo que no con lágrimas en los ojos. Muy bien, dijo el pretor muy enfadado, empieza por quitarte esas ropas, permaneceras desnuda todo el tiempo hasta el día de la crucifixión.

La joven se sorprendió por la orden y dudó unos momentos. Se iba a quedar desnuda delante de todos esos hombres. La idea le parecía abominable y le excitaba a un tiempo. La joven vio cómo le miraban los verdugos y guardias y supo que la deseaban, eso le hizo mojarse.

  • ¿Y bien?. ¿Te vas a desnudar tú misma prefieres que los verdugos te arranquen las ropas?

Julia no respondió pero obedeció sumisamente y se bajó los tirantes del vestido, este se deslizó sobre su piel y cayó suavemente al suelo.

La joven era enormemente bella y por un momento se quedó desnuda ante el pretor y sus hombres como si un escudo invisible pudiera protegerla. Galba miró a la muchacha y se deleitó unos momentos de su precioso cuerpo mientras su pene se endurecía en sus calzones.

Eso hizo que la joven sintiera verguenza repentina así que apretó las piernas y se cubrió los pechos con los brazos y el cabello.

  • ¡Procede verdugo!, ahora es tuya, ordenó el pretor secamente.

Sifax estaba muy impaciente de empezar con Julia, así que se acercó resueltamente a la joven con una soga. Le cogió de las muñecas con violencia cruzándole los brazos a la espalda y empezó a atarlos entre sí.

La chica se dejó hacer sin resistirse aunque el gesto le obligó a dejar indefensos sus pechos que quedaron a la vista de todos.

A pesar de su sumision, Aurelio acudió en ayuda de Sifax y entre ambos ataron brutalmente a la joven mártir.

El pretor Galba tenía una erección cada vez más evidente.

El verdugo ató la cuerda a una cadena que colgaba del techo, entonces Brutus tiró del otro extremo y Julia se vio obligada a ir subiendo sus brazos hacia atrás e ir encorvando la espalda ligeramente. Se trataba del tormento del estrapado. Una vez inmovilizada, Sifax fue a buscar un punzón de hierro y se lo enseñó a la prisionera.

  • Ahora nos vamos a divertir preciosa. Cogió el punzón y paseándoselo por su desnudo torso le arañó aquí y allá mientras aprovechaba para acariciar a la prisionera.

Julia cerró los ojos jurándose a sí misma que aguantaría sin gritar el mayor tiempo posible. Sifax le estaba acariciando el pecho, y al notar la suavidad de su piel se empalmó, cogió su pezón derecho con dos dedos y le pinchó con el punzón en el costado izquierdo del seno. Julia hizo un gesto de dolor, pero se mordió el labio para no gritar.

Sifax hincó un poco más el punzón hasta que salió un poco de sangre.

  • ¿Duele?, preguntó al ver que su víctima cerraba los ojos y crispaba los párpados.

- Adelante verdugo, no te tengo miedo, dijo ella valerosamente.

  • Eres valiente, muchacha, contestó Sifax, eso me gusta, y diciendo esto el pinchó en el vientre.

Ella hizo un gesto extraño con su torso por efecto del pinchazo, pero no se apartaba ni se resistía al tormento. El pretor veía la escena callado mientras Julia respiraba agitada y su tersa piel se iba empapando de sudor.

En realidad lo del punzón era infinitamente más suave que el martirio soportado por Varinia, pero el pretor no quería empezar aún con tormentos más dolorosos. La chica no cedía, no renunciaría a su fe si no se le torturaban de verdad, el pretor lo sabía pero se resistía pues temía la reacción de los patricios de la ciudad. Estos no hubieran admitido que una de su clase fuera sometida a tormento por muy cristiana que fuera.

Entretanto, Sifax seguía con el punzón, provocando pequeñas heridas en la piel de la chica, y ésta sólo contestaba con estremecimientos y gemidos similares a los del orgasmo.

Por fin, tras unos minutos de jugar con el punzón, el verdugo lo cambió por una tenaza de hierro.

Burlonamente Sifax se acercó a Julia abriendo y cerrando la tenaza con chasquidos secos. Ella miró aterrada las amenazadoras tenazas pero no rogó piedad. Entonces el verdugo le empezó a acariciar los pechos con la punta de las tenazas, Julia ocultó la cara avergonzada de que sus pezones se hubieran erizado al contacto con el frío metal y que todos rieran al verlo.

  • ¿Cuál prefieres?, dijo Sifax abriendo las fauces de las tenazas a pocos centímetros de la piel de la joven ¿el derecho o el izquierdo?.

Julia no respondió sino que siguió con la cabeza baja. Unas lágrimas se deslizaban por su bello rostro a causa de la vergüenza.

  • ¿No te decides?, dijo Sifax impacientándose.

  • Vamos, ¡hazlo ya!, dijo ella en un susurro.

El verdugo se enfadó por la valentía de la muchacha.

- Ahora verás, zorra, le cogió del pecho izquierdo y atrapó con la tenaza toda la aureola del pezón. A Julia le recorrió todo el cuerpo un tremendo relámpago de dolor y volvió su rostro hacia arriba al tiempo que cerraba los ojos y temblaba sin poder reprimir un gemido.

El pretor se excitó enormemente al ver la reacción de la joven a la tortura. La tenaza había mordido intensamente el pecho de la mujer y Sifax empezó a retorcerlo hasta darle una vuelta completa sobre sí mismo. De la herida empezaron a caer unos reguerillos de sangre.

  • Jesús ayúdame dijo Julia apretando los dientes,…… en tensión, haciendo esfuerzos por no gritar de dolor.

Por fin Sifax le soltó el pecho y se dispuso a repetir el mismo tratamiento en el otro. Le acercó la tenaza a la carne y entonces Julia apartó el pecho hacia atrás. Sifax sonrió triunfante.

  • Ya no eres tan valiente cristiana. Tu Dios no te da ya tanto valor.

Al oír eso, Julia miró a Sifax con los ojos llorosos y volvió a acercar el pecho hasta tocar con él el frío metal. Entonces Sifax abrió la tenaza y le agarró un doloroso pellizco a la muchacha.

- AAAAYYYYYY

Esta vez la joven lanzó un desgarrador alarido y las lágrimas empezaron a manar de sus ojos francamente.

  • Aja, dijo el pretor satisfecho pues el alarido de Julia le sonó a música celestial. Tiene los pezones muy sensibles, buena señal. Retuérceselo.

- MMMMMAAAAAAYYY

Una vez lanzado el primer grito la joven mártir no tuvo tanto problema en liberarse soltando alaridos y retorciendo su cuerpo mientras el verdugo retorcía su seno hasta casi arrancarlo.

  • Así, así, no lo sueltes, aprieta más verdugo.

  • AAAAYYYYYY

  • No sé por qué te empeñas en sufrir así, vamos, renuncia a tu fe y sacrifica al emperador.

  • NUNCA, ME OÍS?, NUNCAAAAAAYYYY

  • ¡Testaruda!. Ponle unas pinzas dentadas en los pechos, y déjaselas ahí puestas, veremos si así se sigue resistiendo.

Sifax trajo dos pinzas con las puntas dentadas y sin hacer caso de los gritos de la muchacha le mordíó los dos pezones a la vez.

  • AAAAAAAAYYYYY

  • Ja, ja, el pretor Galba sintió su polla tiesa y crecida bajo sus calzones viendo el cuerpo desnudo de la joven debatirse inútilmente.

La muchacha se agitaba desesperada con la esperanza de que las pinzas se soltasen de sus pezones. En lugar de eso esas odiosas pinzas se agitaban a izquierda y derecha sin control pero no se cayeron. El pretor veía a Julia ahora debatirse con gesto de sufrimiento, mientras los hilos de sangre que caían de sus pechos mojaban su vientre y sus muslos.

  • Vamos jovencita, renuncia a Jesús y te dejaremos en paz.

Ella siguió negando y llorando.

  • No importa, tenemos mucho tiempo, Sifax, sigue con algo más fuerte, no te pares.

A una señal de éste, Brutus tiró de la cuerda que sostenía la muñecas de Julia y ésta se vio obligada a subir los brazos por detrás, lo cual le obligaba a torcer cada vez más el tronco hacia delante. La cosa empezó ser tremendamente dolorosa, y para evitar el dolor en brazos, espalda y hombro,Julia tuvo que ponerse con las piernas muy juntas y los pies de puntillas. Ello le obligaba a mantener una postura humillante con el trasero saliente hacia atrás.

Eso era exactamente lo que quería Sifax que preparó una caña flexible para flagelar el trasero de la joven. No obstante, previamente la sometió a un tormento adicional. Se trataba de colgar unas pesas de plomo de las pinzas que mordían los pechos. De este modo, Sifax cogió las pesas y las colgó de unas cadenillas que enganchó a las pinzas que aún mordían los pezones de la joven.

  • IIIIIAAAAAAYYYYY. ¡DIOS MIO!

Los pesos de plomo provocaron un doloroso estiramiento de los pechos hacia el suelo. A Julia le pareció que se le iban a reventar. Además, Sifax jugueteó un poco con ellos para aumentar el tormento.

  • Renuncia a tu fe y paramos.

  • NO, NO, AMO A MI SEÑOR, AYYYYYY

  • Sigue Sifax, dale con la caña.

  • ¿Os parece bien diez fustazos para empezar, señor?.

  • Sí, adelante, empieza ya.

Sifax hizo silbar la caña en el aire y entonces le dio un fortísimo fustazo en el culo.

  • ZASSS

  • AAAYYYYYY

Julia gritó con todas sus fuerzas y todo su cuerpo se agitó provocando una nueva oscilación en los pesos con el consiguiente dolor en los pezones.

- Renuncia a tu fe, traidora, insistió el pretor.

  • NUNCA, contestó Julia llorando y gritando de dolor y rabia.

  • ZASSS

- AAAYYYYYY

Esto provocó otro fustazo y otro grito de dolor, y después vino otro y otro, hasta diez. La fusta silbaba en el aire e impactaba con un sonoro chasquido en el trasero de la joven provocando sus gritos y sollozos. Julia no podía ahora controlarse a pesar de sus intentos. Lloraba y babeaba de dolor mientras sus nalgas y muslos eran auténtico fuego.

Cuando terminó con la primera tanda, el pretor volvió a preguntar a la joven si estaba dispuesta a renunciar al cristianismo y como ésta se negó ordenó que le dieran otros diez fustazos, y así dos veces más hasta un total de cuarenta. Tras esto el pretor se cansó y fue hacia la joven en tono de burla.

- Vamos muchacha, si lo que te gusta es que te azoten yo mismo te iniciaré en los misterios de Dioniso. A muchas jóvenes romanas les gusta acudir a orgías en honor a Dioniso, allí se dejan desnudar y flagelar por enmascarados a los que desconocen. No veo nada malo en ello, pero creo que tú te has confundido.

Julia levantó la vista con los ojos arrasados en lágrimas y dijo tranquilamente.

  • No me he confundido, ya os lo he dicho, no me mezcleis en vuestras asquerosas orgías. Deseo que me crucifiquéis como hicisteis con mi señor.

El pretor se cansó de tanta negativa y le dio una bofetada.

  • No puedo perder más el tiempo con esto. Limpiadle las heridas pero no le echéis sal por ahora. A ti te la confío, Sifax, busca algo que obligue a la cristiana a reflexionar hasta mañana…… Tú ya me entiendes, pero si para entonces no has doblegado su voluntad utilizaremos con ella el potro y los hierros. ¿Me has entendido?.

  • Sí señor, contestó el verdugo haciendo una reverencia.

El pretor salió de allí dando un portazo y Sifax dijo a los otros dos verdugos que le dejaran a solas con la cristiana. Estos salieron y Sifax cerró por dentro la cámara de tortura.

- Ya estamos solos pequeña, le dijo sin cambiarla de postura y limpiando las heridas del trasero con una esponja. Escúchame atentamente, el pretor me ha dicho que te busque un tormento para más de quince horas. Sólo yo puedo graduar la intensidad de éste y te prometo que seré clemente si tú eres buena conmigo,…… imagino que me has entendido, le dijo acariciándole la cara.

  • No esperes nada de mí, verdugo, cumple tu trabajo y viólame si así lo deseas, pero yo no haré nada por darte placer.

  • O sea que deseas que te viole.

  • Eso no es cierto, dijo ella roja de vergüenza.

  • Sí lo es, si no no lo hubieras mencionado. Desgraciadamente no puedo desvirgarte por ahora, pero eso no significa que no puedas gozar del sexo.

Diciendo esto, el verdugo bajó un poco la cuerda que sostenía los brazos de Julia y le puso un cepo en los tobillos que le obligó a separar las piernas. Con Julia en esa postura, el verdugo podía acceder con toda libertad al sexo de ella, de este modo Sifax le fue masturbando lenta y delicadamente, acariciándole los labios vaginales y el clítoris.

  • Déjame, puerco, dijo ella a duras penas.

  • No creo que lo desees de verdad, estás muy mojada, pareces una puta de lo mojada que estás, ja, ja. y Sifax siguió masturbando a la mujer.

En un momento dado Julia empezó a gemir aunque no quisiera, pues su orgasmo se estaba haciendo inevitable. Sifax le fue acariciando el esfínter del ano y poco después le introdujo el dedo por el pequeño orificio. Julia se corrió en poco tiempo a pesar del dolor de su trasero y sus pezones. Sifax rió alborozado al ver el efecto de la masturbación y entonces se puso delante de ella.

El verdugo apareció ante Julia completamente desnudo con su enorme rabo tieso y a reventar. Ella se sorprendió al notar el olor a semen e inmediatamente apartó la cara.

  • Vamos muchacha, coopera y seré indulgente contigo.

  • No, dijo, ella, déjame en paz.

El intentó forzar la fellatio pero ella se siguió resistiendo

Vamos, sé buena, tú ya has disfrutado y ahora quiero hacerlo yo, dijo él mientras le frotaba su polla por la cara, pero ella se negaba, así que, muy excitado por la masturbación y la lucha, Sifáx se corrió en la cara de Julia. Bien, cerda, dijo al ver su cara manchada de esperma y tras darle una bofetada en el carrillo. Te crees muy importante para chupársela a un verdugo, pero en este momento sólo pareces una esclava, y cuando lo seas de verdad no dudes que te tomaré por todos tus agujeros. Y ahora vamos a prepararte adecuadamente como te mereces.

Sifax cogió la cuerda que sostenía a Julia e izó a la mujer en vilo hasta más de un metro de suelo. La bella muchacha empezó a gemir, el dolor en sus hombros era terrible y la joven pensaba que se los iba a dislocar a cada tirón.

Y ahora vas a estar cabalgando toda la noche. Y diciendo esto, Sifax acercó un gran pony de madera sobre cuatro patas hasta ponerlo entre las piernas. Después fue descolgando a la joven que se agitaba en vilo hasta colocarla a horcajadas sobre la cuña.

Julia comprobó cómo al dolor de sus hombros y espalda se sumaba ahora el de su entrepierna al encajarse en la cuña de madera. El peso hizo que la presión que soportaba la joven en su coño y sus hombros fuera aún mayor de modo que Julia volvió a gemir.

- Espero que estés cómoda, princesa, mañana serás acostada en el potro y torturada de verdad. Te aseguro que te haré cosas mucho peores que a tu esclava.

Y diciendo esto, Sifax se marchó de la cámara de tortura cerrando la puerta.

Julia pasó quince terribles horas de sufrimiento colgada en esa postura Cada minuto era una eternidad de dolor en clítoris, coño, espalda, hombros, brazos, pezones. Cada minuto el dolor aumentaba, se hacía más intenso e insoportable, los calambres llegaron a todos los músculos y a todo ello se sumaba la sed. Además Julia no podía dejar de pensar en lo que le harían al día siguiente. Hasta ese momento, su tortura había sido relativamente soportable, pero lo que le esperaba era salvaje. La joven había acabado con la paciencia del pretor y ahora lo iba a pagar.

Continuara