Julia, santa y mártir (06)

Las esclavas cristianas son conducidas a las mazmorras del pretorio

Capítulo 6 En las mazmorras del pretorio

La cacería de las esclavas cristianas continuó por toda la ciudad y al final del día, Quinto había capturado más de veinte prisioneras.

Todas ellas caminaban desnudas y maniatadas por las calles de la ciudad animadas por los ocasionales latigazos de los soldados o espoleadas por los pinchazos de sus lanzas en sus muslos y traseros.

Entre tanto, la noticia se había extendido por la ciudad y centenares de curiosos se agolparon en las callejuelas que conducían al pretorio para ver la singular procesión.

La gente estaba muy excitada por lo que veía de modo que pronto los ánimos se exaltaron y empezaron los gritos.

- Putas

  • ¡Zorras cristianas!

  • Vamos, a la cruz con ellas

  • Sí crucificadlas

Las jovenes oían esos gritos impotentes sin entender tanta crueldad mientras decenas de rostros furibundos les lanzaban crueles imprecaciones y amenazas.

  • Dejad pasar buenos ciudadanos, decía Quinto, todos seréis testigos del justo suplicio de estas criminales en la arena, pero antes tenemos que conducirlas al pretorio para ser debidamente interrogadas.

La gente se calló por fin ante las palabras de Quinto e hizo caso al centurion con lo que la étrica procesión pudo seguir su camino.

De pronto los muros del siniestro pretorio aparecieron a la vista de las esclavas y los guardias de la entrada les abrieron las puertas mientras los otros les hacían apresurarse a latigazos.

Nada más cruzaron el patio del pretorio las condenadas comparecieron ante el pretor Galba que quiso verlas ante de que fueran conducidas a las mazmorras.

Galba sonrió con lujuria al ver todas esas esclavas jóvenes y deseables pues calculó que con ellas podría organizar un buen espectáculo para la plebe.

  • Con la sádica imaginación de Sifax y si conseguimos detener a algunas cristianas más tendremos unos juegos que podrán durar tres días.

  • ¿Y qué haremos con Julia?, preguntó Quinto.

  • Las órdenes del Cesar Decio son conseguir que las cristianas de la nobleza renuncien al cristianismo y acepten sacrificar al emperador, pero si esa tozuda persiste en mantenerse en su fe será ejecutada como las demás. De hecho la dejaremos para el último día y diré a Sifax que prepare un suplicio especial para ella.

Galba se quedó pensando que así el pueblo disfrutaría de los sádicos entretenimientos de su tortura y crucifixión y su propia popularidad se vería reforzada.

De todos modos no había ninguna prisa y además algunas de esas desgraciadas sometidas a un adecuado tratamiento en las mazmorras seguramente denunciarían a otras esclavas o incluso a sus señoras. No había nada mejor para excitar a la plebe que ver a una bella joven de la nobleza aullando desnuda mientras la crucifican, pensó.

  • Está bien, dijo tras examinar a las detenidas, centurión, conduce a las esclavas abajo, a las mazmorras. Mañana procederán con ellas los verdugos. Lo mas importante es conseguir que denuncien a otras cristianas.

  • ¿Y si no conocen ninguna?

  • Es igual, quiero que todas ellas sean sometidas a tortura al menos durante tres días, díselo a Sifax. Ah y si necesita ayudantes que los pida. Se les pagará bien a los legionarios que se presenten como voluntarios para verdugos.

  • Sí, señor, así se hará.

De este modo, las esclavas fueron conducidas a los sótanos del pretorio donde se encontraban las mazmorras y las jaulas donde las tendrían prisioneras.

A medida que las bajaban por la escalera de caracol, la oscuridad, sólo mitigada por antorchas que ardían aquí y allá, se hizo cada vez más profunda. Asimismo, el frío y la humedad se pegaron a la piel desnuda de las jóvenes y les hacía tiritar.

De pronto las condenadas sintieron un escalofrío de terror cuando vieron a Sifax, su perro de presa y sus ayudantes que las estaban esperando desnudos como diablos que aguardan en el infierno a que lleguen las almas de los condenados.

- ¡Cuanta carne fresca! Bienvenidas a mi reino cristianas, ja, ja, ja.

Las pocas chicas que no bajaron la mirada al ver a ese demonio, temblaban de frío y terror al ver el flagrum que esgrimía en su mano derecha.

- Vamos conducid a mis nuevas invitadas a sus aposentos, necesitan dormir bien para poder soportar el interrogatorio de mañana, ja, ja, ja.

El jefe de los verdugos apartó a dos muchachas

- Vosotras dos ocuparéis una jaula, no tenemos mazmorras para todas.

Así pues los guardias y verdugos fueron introduciendo a las prisioneras en las celdas.

Como no había sitio para todas, algunas esclavas fueron introducidas en jaulas o en pequeños habitáculos abiertos en las paredes con rejas.

Desde donde estaban, las prisioneras podían oír perfectamente lo que ocurría en la cámara de tortura principal así como en las celdas que había dispuesto Sifax como lugares adicionales para los interrogatorios.

Así las condenadas podrían oír impotentes desde sus celdas los gritos y ruegos desesperados de sus compañeras cuando las torturaran como un siniestro preludio de su propio sufrimiento.

A pesar de que desnuda Helena no se diferenciaba de las demás, Quinto la traicionó revelando a Sifax que era una mujer noble.

El verdugo puso gesto de sorpresa e inmediatamente la apartó para llevársela a su sucio cubículo y pasar la noche con ella.

De nada le valió a la bella Helena gemir y pedir piedad, por fin se veía libre de los broches de los lobos que habían mordido sus senos, sexo y lengua durante horas, pero  el verdugo la agarró del cabello y se la llevó a una celda que usaba como dormitorio.

Una vez allí cerró la puerta por dentro y se separó de la muchacha para verla mejor.

  • Así que eres una noble cristiana, últimamente estoy de suerte pues eres la segunda que me he topado. ¡Vaya!, hoy lo has pasado mal, le dijo acariciando su piel.

Efectivamente sobre el cuerpo desnudo de la joven se veían perfectamente las marcas de los latigazos y las ocasionales quemaduras que le habían hecho con los hierros. Helena daba un pequeño brinco cada vez que los rugosos dedos del verdugo le tocaban en una de sus heridas.

Entonces Sifax se apartó de ella y cogiendo un frasco de un estante empezó a embadurnarle la piel con una sustancia pegajosa.

Helena se apartó con aprensión

  • ¿Qué?,.... ¿qué haces?

  • Tranquila muchacha, es para tus heridas, esto te aliviará.

Efectivamente el unguento alivió casi al momento la comezón de las heridas de Helena y ésta se dejó hacer.

El brutal Sifax, el mismo hombre que seguramente los días siguientes le aplicaría las torturas más brutales y que terminaría clavándole los clavos a la cruz, esa noche se portó como un amante considerado y Helena no se resistió sino que se entregó a él casi voluntariamente. La joven aceptó varias veces su polla en la boca y dejó que el verdugo la penetrara todas las veces que se le antojara. Cuando terminó con ella Helena se durmió abrazada a su gigantesco cuerpo pensando reconfortada que al menos tenía un protector en ese infierno.

Entre tanto, a pocos metros de allí, en otra mazmorra Julia y Varinia pasaban una noche infernal.....

Continuará