Julia, santa y mártir (05)

Quinto visita la domus del senador Gallo y le exige que le entregue a las esclavas de la lista. El senador accede pero antes tiene una orgía BDSM con ellas.

Capítulo 5. Orgía sádica en la domus del senador

La siguiente casa era la vivienda del senador Gallo. El centurión tenía en su lista varias esclavas procedentes de dicha casa y cuando comunicó al senador que venía a detenerlas éste no sólo no puso ninguna objeción sino que esbozó una enigmática sonrisa.

El senador era inmensamente rico y muy pervertido. A pesar de que rondaba los setenta años le gustaban mucho las jovencitas de menos de veinte y por eso, siempre que podía, acudía a los puestos donde los tratantes vendían bellas esclavas sexuales.

Allí iba con sus antiguos camaradas del ejército y hacía que los mercaderes le mostraran decenas de muchachas casi adolescentes completamente desnudas. Los tratantes de esclavas sabían que allí había un buen negocio así que solían satisfacer todos los caprichos del senador sin ningún límite

En la alta sociedad eran famosas las orgías privadas que solía celebrar con sus viejos amigos. Dichas fiestas eran amenizadas por decenas de esclavas complacientes que servían las mesas completamente desnudas y que se prestaban sumisas a todo tipo de actos sexuales con sus invitados.

Sin embargo el plato fuerte de dichas fiestas era tras los postres en que el senador, con la excusa de castigar la falta de algunas de sus esclavas, hacía que los criados de la villa las ataran o crucificaran en el jardín y allí las desdichadas eran flageladas o marcadas con un hierro candente.

Así pues cuando el senador se enteró de que venían a detenerlas para llevarlas a las mazmorras del pretorio no sólo no protestó se alegró mucho. Sin embargo,  antes quería un poco de diversión. Al fin y al cabo era tan rico que se podía permitir comprar todas las esclavas nuevas que quisiera.

El senador cogió la lista y la leyó cuidadosamente repitiendo los nombres en voz baja

  • Valeria, Claudia, Cecilia, así hasta 8 nombres…….sí, sí, son mis esclavas, no cabe duda, ….así que cristianas, ¿eh centurión?, e imagino que el pretor querrá organizar unos bonitos juegos con estas bellas jóvenes,…. ¿fieras quizá?.

  • No lo sé señor, los bestiarii son muy caros, sé coseguridad que el espectáculo consistirá en la tortura pública y crucifixión de todas ellas. Los verdugos lo harán despacio y con cuidado, además utilizarán diversos métodos que conocen muy bien, no queremos que el público se aburra, ja, ja.

Al senador le brillaban los ojos de lujuria y sadismo.

- Creedme senador, será digno de ver su suplicio en la arena de la ciudad. Hay más de veinte sospechosas en la lista y no todas son esclavas o mujeres de clase baja.

  • ¡Qué me dices!

  • Sí, una noble patricia llamada Julia se ha entregado ella misma confesando que era cristiana.

  • ¿Julia?, déjame pesar, .... ah creo que la conozco, dijo el Senador alborozado, ¿y dices que se ha entregado ella misma? ¿acaso no sabe lo que le espera?

  • Eso es lo extraño, se diría que desea sufrir el martirio de la cruz, es como si le gustara pensar en ello.

  • Sí, también hay de esas ¿y dónde la tenéis ahora?

  • En las mazmorras del pretorio, esperando, mañana y los días siguientes habrá que interrogarla como a todas las demás para que delate a otras cristianas.

El senador frunciño el ceño

- ¿Os vais a atrever a torturar a una noble patricia?

  • Es cristiana y eso la convierte en esclava, desnuda no se diferencia mucho de las demás, os lo aseguro.

  • Lo imagino, centurión dijo el viejo senador cada vez mas excitado. Muy bien, ¡que traigan a esas cristianas a mi presencia!. Mientras tanto ordenó a varios criados que avisaran a sus vecinos y amigos para que acudieran a su casa a la mayor brevedad.

En pocos minutos los criados, auxiliados por algunos soldados trajeron a todas aquellas muchachas ante el senador.

Las jóvenes venían muy azoradas y temerosas al ver a todos esos hombres armados.

El senador las miró de arriba abajo muy divertido pues ellas temblaban de miedo.

- ¿Sois cristianas?, dijo de repente con una voz atronadora y enfadada.

Ellas no contestaron que sí pero tampoco negaron serlo lo cual les condenaba claramente.

  • ¡Vamos! ¡Responded!.

  • Dejadlo senador, no hablarán pero tampoco les servirá de nada, dijo Quinto, me las llevaré igualmente, los verdugos se encargarán de desatar su lengua en las mazmorras.

Ante esta salida del centurión las bellas jóvenes miraron desesperadas al senador, pero éste les contestó con una sonrisa sádica y diabólica.

Viendo que se negaban a hablar el centurión se dispuso a ordenar a sus hombres que las maniataran para llevárselas de allí, pero el senador le cortó.

  • Perdona centurión, pero aún son mis esclavas y me gustaría ejercer el derecho de castigarlas personalmente antes de entregarlas a la justicia, ¿hay alguna objeción para ello?

Quinto no se atrevió a contradecirle, era un hombre muy importante.

- No,… por supuesto que no, senador, tenéis derecho.

  • Muy bien, zorras, desnudaos, quitároslo todo.

Las chicas dudaron un momento con todos esos hombres rudos mirándolas con lujuria.

  • He dicho que os desnudéis, y vosotros traed los látigos.

A pesar de la vergüenza inicial, las chicas terminaron quitándose la ropa con sumisión y se quedaron desnudas delante de toda aquella gente. Algunas al ver cómo las miraban se taparon como pudieron con sus manos.

A todas esas jóvenes esclavas el corazón les latía muy fuerte, allí estaban desnudas e indefensas, rodeadas por esos fieros soldados a muchos de los cuales se les apreciaba una potente erección bajo sus calzones.

Repentinamente aparecieron los criados que traían látigos varas, sogas y cadenas y ellas se miraron unas a otras desesperadas. Lo que no podía sospechar Quinto es que algunas esclavas estaban también húmedas y cachondas pues tras varios meses con el senador se habían convertido en putas masoquistas.

El senador sonrió al ver a tantas muchachas desnudas en una fila.

- Macro, llévate a dos de ellas ahí fuera átalas y dales unos latigazos, quiero oírles gritar desde aquí.

El rudo criado agarró a dos del cabello y se las llevó fuera seguido de varios legionarios. Al de unos minutos se oyó el chasquido del látigo contra su piel respondido por sus lamentos desesperados.

El senador se limitó a sonreir al centurión.

  • ¡Ah queridos amigos, ya habéis llegado! Y en el mejor momento.

Mientras flagelaban a las dos esclavas de Gallo fueron llegando sus amigos.

  • Salve Gallo, salve centurión, ¿quiénes son esas mujeres que custodian tus soldados en la calle?

  • Son criminales cristianas, están detenidas por orden del pretor y me las llevo a las mazmorras para interrogarlas.

  • ¿Por qué no lo has dicho antes, dijo Gallo. Traelas también así tendrán un aperitivo de las torturas que les esperan en las mazmorras.

  • Sí, buena idea, contestaron sus lujuriosos amigos.

  • Esta bien, traedlas aquí.

Quinto dio orden de que trajeran a las esclavas de Próculo y a Helena. El senador al verlas sintió una repentina erección.

- ¡Por Júpiter!, pero si es Helena, la sobrina del legado.

A la pobre Helena la traían tirando de la cadena de los lobos que mordían las partes más sensibles de su cuerpo.

La joven sentía que se moría de vergüenza al mostrarse expuesta y torturada delante de esos hombres elegantemente vestidos Junto al Senador Gallo se encontraban otros viejos amigos de su propio padre a los que conocía desde niña.

Desde que era una adolescente, y le empezaron a crecer las tetitas la joven había sentido sobre su cuerpo la mirada inyectada en deseo de esos viejos lo cual le daba un asco infinito. Repentinamente recordó las pesadillas en que esos puercos la violaban y un escalofrío recorrió su cuerpo.

  • Traedlas aquí, quiero verlas de cerca.

Los guardias acercaron a las tres mujeres donde el senador, pero éste sólo tenía ojos para Helena.

  • ¿Quién le ha puesto estas pinzas?, dijo el senador agarrando la cadena que las unía y tirando de ellas bruscamente.

  • AAAAAYYYYYY. Helena gritó y tembló de rabia y dolor. De sus ojos caían lágrimas sin parar.

  • Ha sido su tía Sabina, añadió Quinto, al parecer quería vengarse de ella.

El senador no podía dejar de mirar el precioso cuerpo desnudo de la muchacha mientras seguía tirando de los lobos que mordían sus pezones.

La joven Helena decidió soportar el tormento con un mínimo de dignidad y esta vez no gritó aunque de su rostro crispado no dejaban de caer lágrimas y babas.

  • Ja, ja, qué instrumento de tortura tan infernal, ¿te gustan tus nuevas joyas preciosa?, y diciendo esto le quitó el lobo que mordía su lengua.

  • AAAAYYYYYY

Quitarle la pinza que se clavaba en su carne era aún más doloroso así que la pobre Helena volvió a gritar y se retorció de puro dolor.

Y sin esperar respuesta el viejo senador empezó a acariciar la suave piel de la chica mientras un hilo de baba caía de su boca desdentada.

  • No sabes las veces que mis amigos y yo hemos soñado con este momento

- ¿Qué, qué vais a hacerme?.

  • Ja, ja, ¿es que no lo sabes? Ven cristiana preciosa, bésame, yo curaré tu lengua malherida. La joven tuvo que besarse con ese cerdo a pesar del asco que le daba.

Al mismo tiempo el resto de los invitados empezaron a acariciar el cuerpo desnudo de la muchacha y animados por el senador, dos de esos viejos empezaron a lamer sus juveniles senos para “curar” sus pezones heridos. Mientras tanto a ella le pareció que decenas de manos recorrían su cuerpo como repugnantes babosas.

Alguno de esos hombres se quitó la toga descubriendo su pene viejo y arrugado.

Evidentemente Helena comprendió que iba a participar en una orgía con esos viejos a su pesar. Tras babear en su boca un buen rato el senador la obligó a arrodillarse y sacando al aire su verga dura y venosa como hacía años que no estaba le invitó a chupársela.

La joven hizo ascos al principio y el viejo tiró de las cadenas que mordían sus pezones.

  • Vamos chupa, zorra, no te lo repetiré

  • AAAAAAYYY

Helena pensó que se los iba a arrancar así que cedió y aguantándose el asco poco a poco empezó a chupar.

  • Así, así, preciosa, así, más adentro, vamos, despacio… sin prisas…asiiii….ah amigos, qué boca cálida y humeda…tal y como me la había imaginado.

Helena nunca había hecho una felación pero aprendió muy rápido.

Mientras tanto, las otras esclavas eran maniatadas por los guardias de Quinto.

Algunas eran atadas a columnas y salvajemente flageladas.

Otras se convirtieron en los juguetes sexuales de esos lujuriosos hombres que aprovecharon que estaban desnudas e indefensas para aprovecharse de ellas.

Ninguna de las esclavas protestó, habían sido aleccionadas por sus maestros cristianos a aceptar el martirio con entereza así que todas se dejaron hacer como corderos sumisos lo cual volvió locos de deseo a aquellos sádicos hombres.

Así entre los chasquidos de los latigazos, los lamentos de las esclavas flageladas y las burlas de los rudos guardianes, Helena vivió su infierno particular teniendo que chupar todas aquellas pollas malolientes y rancias mientras esos viejos asquerosos no dejaban de sobarle las tetas o meterle los dedos en sus intimidades.

En un momento dado esos pervertidos la pusieron a cuatro patas y se la follaron por la vagina y por la boca al mismo tiempo.

  • MMMMMHH

La chica ni siquiera supo cuál de esos cerdos la desvirgó, pero tras que el primero descargara su simiente en sus entrañas la penetró una segunda polla y luego una tercera.

Los viejos estuvieron abusando de ella cerca de una hora y cuando por fin la dejaron en paz les tocó el turno a los soldados.

A éstos les daba mucho morbo hacer el amor con una jovencita de la clase alta que acababa de ser desvirgada así que la joven cristiana pasó por las manos de todos ellos que ni siquiera respetaron su orificio trasero pues la sodomizaron salvajemente.

Esta vez Helena se las vio con hombres bien dotados que la penetraron con rudeza, a veces tres hombres a la vez y la joven experimentó su primer orgasmo mientras esos cerdos derramaban su esperma caliente sobre su cara y sus tetas.

Aparte de ser penetradas de las maneras más abyectas todas las esclavas probaron también el látigo y Helena no se libró tampoco de eso así que cuando terminaron de follarla, la ataron para flagelarla como a las demás.

Nuevamente pertenecer al estamento privilegiado convirtió a Helena en la protagonista de esa sangrienta orgía. De este modo, cuando se dieron cuenta de que iban a darle sus primeros latigazos a esa belleza, los soldados dejaron en paz a las demás y rodearon a la joven maniatada para ser testigos de su primera flagelación.

Los verdugos se esforzaron especialmente con ella y le dieron los latigazos despacio para que la joven asimilara el dolor de cada golpe antes de recibir el siguiente.

La pobre muchacha aguantó cinco o seis latigazos sin gritar, pero luego perdió el control y se puso a soltar alaridos mientras se retorcía inútilmente en sus ataduras. Los hombres sonreían con sádica lujuria.

Tras una primera tanda de latigazos ataron a Helena con las piernas abiertas para flagelarla también en su sexo y los verdugos escogieron látigos empapados en vinagre y sal.

El áspero cuero mojado golpeó su joven cuerpo con una saña increíble. A pesar de eso los soldados la oían rogar que su Dios le diera entereza para soportar el martirio.

Quinto sonreia con lujuria mientras veía cómo las marcas del látigo hollaban la piel de la joven que sólo hasta unos momentos antes había permanecido limpia de heridas.

Por fin, tras más de cuarenta latigazos Helena empezó a dar muestras de desfallecimiento de modo que todo su cuerpo colgaba de sus brazos. Los verdugos sabían que había llegado el momento de parar o de los contrario la matarían allí mismo.

  • ¡Reanimadla!, ordenó entonces el senador, aún no hemos acabado con ella.

La escena de la flagelación de Helena impresionó mucho al senador Gallo que a pesar de su edad había recuperado la erección. En realidad su suplicio le había sabido a poco, así que hizo una espantosa propuesta al centurión.

- ¿Sabes Quinto?, se trata de una mujer noble, ella no es como las demás así que también debe sufrir un castigo especial, ¿no te parece?

- ¿En qué estáis pensando senador?

  • Ahora lo verás. ¡Macro, que traigan un brasero unas tenazas y unos hierros de marcar!.

El centurión Quinto estaba tan excitado que no se negó a eso tampoco.

Para la siguiente tortura ataron a la muchacha con los brazos y piernas muy abiertos y para reanimarla le dieron agua mezclada con una droga que impediría que perdiera el conocimiento. Los criados acercaron un brasero en el crepitaban brasas encendidas e introdujeron en él los hierros. Tras unos minutos procedieron con la tortura.

Mientras la torturaban pellizcándole las carnes con tenazas y le aplicaban hierros al rojo Helena redobló sus súplicas para que Dios le diera fuerzas pero alternaba éstas con gritos y alaridos desesperados.

Por su parte el resto de las jóvenes veía sobrecogida la cruel escena pues de algún modo sabían que todas ellas pasarían por algo parecido.

Por fin todo acabó la tercera vez que la joven mártir perdió el conocimiento y Quinto juzgando que se había hecho tarde dio la orden de proseguir con las detenciones.

Mientras los soldados preparaban a las esclavas para llevárselas, el senador comentó a Quinto que le gustaría visitar a Julia en sus mazmorras.

  • Descuidad senador dijo el centurión guiñándole un ojo, os mandaré recado, salve.

  • Salve centurión

Ya se llevaban a las cristianas a fuerza de latigazos y el senador Gallo pensó que tendría que ir de compras al mercado de esclavas.

Continuará