Julia, ¿quieres casarte conmigo?

Cuando la felicidad es causa de tristeza...

Sentada al borde del colchón, Julia levantó su mano izquierda y miró fijamente su anillo de compromiso. No pudo evitar, derramar unas cuantas lágrimas. Su novio, ahora prometido, se lo había dado en la cena. Entre el plato fuerte y el postre, Pablo, nombre del amor de su vida, se hincó a sus pies, sacó un pequeño estuche de su bolsillo y, al mismo tiempo que revelaba lo que éste contenía, le pidió fuera su esposa.

Ella no contestó a la propuesta del emocionado joven; se limitó a abrazarlo con todas sus fuerzas, como se abraza a alguien que no volverás a ver. "Está tan emocionada, que no puede ni hablar", pensó él, pero no era así. Julia no podía ni articular palabra, eso era verdad, pero no porque estuviera emocionada, sino porque no estaba segura de la respuesta. Pablo era la prueba viviente, de que los príncipes azules no sólo viven en los cuentos de hadas. Era un sueño hecho realidad y lo amaba, no tenía dudas, pero había algo, algo que simplemente...no le permitió decir que si.

En la oscuridad de su recámara, habiendo dejado atrás tan incómoda situación, pensaba en ese algo. Se levantó de la cama y caminó hacia la cómoda. Dejó caer uno de los tirantes de su bata. La suave seda se deslizó poco a poco, acariciándola como si fueran las manos de Pablo, hasta dejar al descubierto uno de sus firmes senos. Tomó el pezón de éste entre sus dedos. Lo presionó suavemente y, al mismo tiempo que recordaba todas esas noches de placer al lado de su hombre, gimió bajito, como queriendo que nadie supiera lo excitada que se ponía, cada vez que pensaba en su novio besándola, en su novio entre sus piernas, moviéndose dentro de ella, haciéndola gritar con su verga.

Las sensuales imágenes continuaron llegando a su mente. Sus dedos siguieron estrujando su, cada vez más enrojecido, pezón. Sus gemidos, al perderse su otra mano debajo de sus ropas, en su entrepierna, fueron subiendo de tono. Miró su reflejo, y verse y sentirse así, tan...tan mujer, hizo que se olvidara de buscar una razón para esa tristeza que le impedía sentirse plena. Se concentró en ese cosquilleo y ese calor que, subiendo desde su sexo, llenaban poco a poco su cuerpo. Sin apartar la vista del espejo, se concentró en su próximo orgasmo, uno que nunca llegaría.

De repente, gritos provenientes del cuarto contiguo la despertaron, la bajaron de su nube. Eran sus padres que, como ya era costumbre, peleaban antes de dormir. Julia cubrió su busto y juntó sus manos sobre su pecho. Frotó su diamante y volvió a llorar. Al escuchar a sus progenitores discutir, comprendió el motivo de sus dudas, el porque no pudo decir que si. Regresó a la cama y se escondió bajo las sábanas, tratando de escapar de sus miedos. No pudo dormir toda la noche, pensando en la manera menos dolorosa, como si eso existiera, de terminar su relación.