Julia. 2: placer carnal
Mi marido me señalaba el camino hacia el placer carnal que nos alimentara a los dos. Como buena esposa lo hice y comimos los dos del mismo plato.
Julia. 2
Apenas entramos en el hall del hotel nos asaltó un joven que vestía algo parecido a un frac:
—Vienen ustedes al congreso ¿verdad señoras? – asentimos y nos precedió a un salón enorme en el que había una gran mesa ovalada ya ocupada por diecinueve personas, doce elegantes hombres y siete chicas, bueno, realmente eran dos jovencitas, una madurita – Ángela – y tres mujeres más maduras que vestían trajes-chaqueta oscuros, más dos sillas vacías en las que nos sentamos Sofía y yo, aunque no juntas, una frente a la otra.
Lo que me llamó la atención fue el recibimiento del chico del frac, pues no dudó en clasificarnos como “fulanas”, cuando nuestro aspecto exterior podría conjugar con el de dos esposas castas, fieles y madres de varios niños, pero no, él nos caló al instante como mujeres de la vida.
<<¿En verdad teníamos pinta de putas? >> << ¿Nuestro furor sexual se dibujaba en nuestros rostros? >> Aparté de mi mente los retrógrados pensamientos, bajé la barbilla y eché un vistazo a mi vestido azul con escote en forma de V y lo que vi me tranquilizó pues los pechos estaban encerrados, aunque los pezones apuntaban directamente a Sofía, como buscando el calor de sus labios.
A mi derecha estaba sentado un chico joven, sobre los 25 y a mi izquierda un señor bastante maduro, sobre los cincuenta largos, pero muy elegante y por los modos en que se dirigían a él los comensales y el metre debía ser el jefe o director. Cuando me senté, me miró desde su altura y musitó un simple – Hola, y yo respondí con un – Buenas... , aunque él siguió charlando con el caballero sentado a su izquierda. Entonces el jovencito me largó una parrafada en inglés de la que solo entendí cuatro palabas: Jhon, London y black hair. Yo respondí señalando con el dedo índice mi pecho:
—Mi Julia. No hablo inglés, chaval.
—Nice tits, Yulia – siseó sonriendo, mirando mis pechos atentamente. Eso lo entendí sin necesidad de traductor; se refería a mis tetas y por la inquietante sonrisa parece que le gustaban, aunque no me sorprendió pues los dos meloncitos volvían locos a los tíos e incluso a las mujeres, aunque éstas no siempre babeaban, sino que algunas las miraban con envidia o desprecio.
Fue entonces cuando me pregunté a mí misma: ¿era casualidad que a mi lado estuviesen estos hombres o serían mis dos primeros clientes? y si era así ¿cómo se follaría en inglés? Yo misma respondí a la absurda pregunta, pues el lenguaje sexual es universal; las piernas de las mujeres se abrían cuando olían polla o lengua y ese pensamiento me trajo la imagen de mi marido.
La verdad es que lo añoraba, ¡echaba tanto de menos sus besos!... y por qué no decirlo, también sus caprichos que los hice míos. Él me protegía, cuidaba de mí, compartíamos placeres, aunque esas manías de ver a su mujer follada por otros hombres fue la responsable directa de nuestro distanciamiento temporal. El idiota sería feliz si fuese testigo mudo de lo que iba a hacer a partir de esta misma tarde: abrir mis piernas acogiendo a un montón de tíos destrozando el agujero central que siempre y solo fue suyo durante los últimos dieciséis años. Claro, con la excepción de Fer y Pascual, quienes, pese a mi resistencia, él logró que abusasen de la mujer de su vida. La única y en exclusiva, pues Jaime seguía siendo el único dueño de mis emociones y sentimientos. ¡Lo amaba y necesitaba su cercanía!
Tan abstraída estaba pensando en mi marido que no había notado los dedos del chico de al lado que tecleaban mi muslo bajo la falda. Estaban avanzando hacia la braguita blanca y de inmediato junté las piernas con el resultado de que su mano quedó atrapada en el interior de los muslos, pero el dedo pulgar presionaba el centro de mi intimidad femenina – “pero qué pensaba el crío este” “yo soy una mujer madura y casada” – aunque la cruda realidad me recordó quién era: una puta para calmar los caprichos sexuales de los clientes. Así que, separé las piernas dándole libre acceso a la vagina, aunque él no se conformó con meter los dedos ¡introdujo el puño cerrado! y mi coño se expandió al máximo, Así seguimos durante la cena, casi una hora, pero cuando yo saboreaba el postre – helado de fresa con nata - el chico al fin sacó la mano y su postre fueron sus dedos mojados que chupó con deleite.
Tras tomar el postre todos nos levantamos. Llegó la hora de la verdad, de demostrar a la zorra de Ángela nuestras habilidades sexuales, que no se había equivocado al elegirnos a nosotras. Miré a Sofía que lucía bellísima con el vestido rojo y el escote en forma de corazón, a su izquierda estaba un hombre joven, más o menos de nuestra edad, a su derecha una mujer morena, cuarentona y con rasgos faciales que indicaban dulzura y suavidad. Después miré a Ángela, quién hablaba con un treintañero al tiempo que me señalaba con el dedo. El joven me miró y asintió; anduvo hacia mí con pasos firmes y sus labios dibujaron una leve sonrisa.
—Hola Julia, soy Guillermo – dijo inclinando el cuello al tiempo que rozaba con la mano mi hombro desnudo.
—Encantada, Guillermo. Supongo que eres mi primer cliente – lo miré alzando la cabeza, pues el chico debía medir cerca de dos metros.
—Bueno, no sé qué decirte. Conozco a Jhon y también el jueguecito de sus manos.
—¿Se notaba...? ¡Dios qué vergüenza!
—No había más que observar tus mejillas, nena. Las tenías del color de la sandía. Subamos.
Corrimos cogidos de la mano hasta el ascensor que las puertas empezaban a cerrarse, aunque nos colamos dentro y pude observar a Sofía literalmente emparedada entre la mujer morena y el treintañero que manoseaban su cuerpo, aunque el gesto de mi amiga era tranquilo, como aceptando lo inevitable. Si ella estaba emparedada, yo estaba aplastada contra la pared del ascensor, pues la mano de Guillermo soltó la mía y se dedicaba a acariciar mi espalda, la cintura y llegó a los glúteos al tiempo que con la otra mano amasaba mis pechos. Alcanzamos el quinto piso y el ascensor se vació de golpe y cada cuál entró en su habitación.
Yo temblaba de los nervios. Esta tarde sería la primera vez – desde mi matrimonio – que me acostaba a solas con un hombre que no fuera mi marido – sí, ya sé lo que pensáis, que me había acostado con Fer y Pascual, pero os recuerdo que Jaime estaba presente y tenía su consentimiento – así que alzando los brazos me despojé del vestido azul, me tumbé en la cama boca arriba con la braguita blanca y las sandalias de tacón, eso sí, las piernas abiertas a tope que resaltaban la mata espesa de vello negro que quedaba en primer plano desbordando las finas tiras de la braga por arriba y los laterales.
Al fin Guillermo, salió del baño, ¡totalmente desnudo! con su estatura cerca de los dos metros y el torso bastante cultivado, aunque no quiero exagerar el cuerpo no estaba mal, más bien a medio camino entre el de mi marido y el de Schwarzenegger y mis ojos siguieron su recorrido hasta llegar a su entre muslo – ppsss, tampoco estaba mal – la punta del prepucio apenas alcanzaba la mitad del muslo, pero si teníamos en cuenta que él media dos metros eché cuentas y si medio flácida tenía una longitud sobre los 22 centímetros ¿qué ocurriría cuándo se empalmase del todo? – ese pensamiento me alarmó. Así que, acomodé las caderas y abrí aún más las piernas para invitarle a que entrase con los menores destrozos posibles. Entonces recordé que las braguitas seguían donde debían estar, tapando el agujero principal del placer y alzando algo el culo me las quité lanzándolas al suelo. Cayeron justo sobre el vestido azul.
Guille directamente se tumbó encima de mí con lo que mi cuerpo quedó enterrado por la mole de carne masculina. Instintivamente dirigí mis ojos al sillón que estaba en la esquina buscando la imagen de mi marido y obviamente no lo encontraron. Ésta sería la primera vez que iba a ser infiel a mi marido, pues ni tenía su permiso ni tampoco se lo había pedido; el sentimiento de culpabilidad, de traición a su confianza, a nuestras promesas, a las normas que nos habíamos autoimpuesto, incluso a nuestro incondicional amor hizo que me sintiese sola y abandonada.
—¿Qué piensas, Julia? estás muy callada. – preguntó Guille con sus labios a escasos centímetros de los míos, aunque su erección ya reposaba en mi vulva.
—Nada..., bueno, pensaba en mi marido. Porque, ¿sabes? vas a ser el primer hombre que entre en mí tras dieciséis años de matrimonio. ¡Jamás le fui infiel! – mientras yo mentía, el prepucio ya era más atrevido, escarbaba entre mis labios mayores a la vez que sus dedos estiraban los pezones de mis pechos.
—Bueno, nena, le has sido fiel hasta hoy, porque estás vendiendo tus favores sexuales a quién pueda pagarlos. ¿Crees que a tu marido le gustaría saber que le estás poniendo los cuernos?
A la pregunta no pude responder pues el glande ya resbalaba en mi abierto agujero, aunque se detuvo a medio camino estirando mis músculos vaginales hasta casi desgarrarlos. Nunca me había sentido tan llena de carne, pues, aunque mi marido me follaba con cierta frecuencia – no tan a menudo como yo necesitaba – el tamaño de lo que estaba entrando, nada tenía que ver con el suyo. Abrí los brazos abrumada por la profunda estocada y Guille cogió mis manos poniéndolas sobre la almohada, yo me sentí indefensa. El cuerpo de una mujer casada estaba a su libre disposición, rendida a un intenso placer prohibido – ¿cómo qué prohibido?, el cliente pagaba por ello, ¿no? – mas cuando sus labios rozaron los míos, ahí empezó mi lujuriosa infidelidad pues detrás de los labios venían las lenguas que se enredaron en un sentido beso y más allá mi cuello que también lamió y entonces la lengua tropezó con mi axila izquierda que adornaba un suave vello negro y cuando noté los besos y lamidas supe que Guille había descubierto uno de los puntos más sensibles de mi anatomía pues junto a la vulva, las tetas, y las nalgas las axilas es... ¡cómo decirlo!... la vagina libre de una mujer.
¡SÍ! la vagina no escondida. Y si no ¿alguien me puede explicar por qué el sobaco de una hembra va adornado por una pelusa igual que la del pubis? ¿por qué rezuma sudor y humedad cuándo nota calor o está inquieta, mojando la camisa? Ayer mismo paseaba por un parque y vi a una chica joven sentada en una terraza que vestía una camiseta sin mangas, riendo con los brazos alzados enseñaba una mata morena en las preciosas axilas y os puedo asegurar que hice un esfuerzo titánico para no acercarme y morder y besar la pelambrera negra.
Justo eso estaba haciendo mi cliente en este mismo instante, pero de un enérgico empellón clavó el cabezón de la polla en el lugar más profundo del coño, aun con su gran tamaño nuestros genitales encajaron perfectamente y con el mete-saca el roce era deliciosamente angustioso. Yo temblaba como las ramas de una palmera mientras los tobillos enlazaban su cintura. Era la primera vez que me sentía follada por las dos vaginas, además hacía casi una hora que no pensaba en mi marido; mi placer andaba un camino alejado del suyo. Me sentí feliz y liberada, sobretodo cuando los abundantes chorros de leche de Guille se mezclaron con mis jugos que salían del grifo abierto al fondo de mi oscura gruta. Después de repetidos orgasmos estábamos tumbados en la cama aspirando oxígeno. Entonces recordé su pregunta y respondí:
—Mira, Guillermo, lo cierto es que estoy muy confusa; por una parte, quizá tengas razón y he sido infiel a mi marido porque jamás me había entregado, sin su permiso, a otro hombre con la pasión con la que hemos follado. Aunque, por otra parte, él me empujó a ser una “cortesana” y buscar el placer carnal que ambos necesitamos. ¡A mi marido le gusta mirar!
Toc toc escuchamos que alguien llamaba a la puerta y la cabeza de Ángela se asomó bajo el dintel.
—Julia, se cumplió la hora hace rato. Te espera el siguiente cliente.