Julia. 1

Julia y Sofía. Las sombras de dos mujeres casadas.

Julia

Este relato puede considerarse la extensión de la serie “La noche que acepté hacer cornudo a mi marido”.  Cuento mi rebelión ante los abusos de mi esposo y la decisión de caminar solao con otra compañíapor un sendero incierto, lleno de peligrosas sombras.

El día que, junto a mi amiga Sofía descubrimos nuestra bisexualidad, pasamos horas saboreándonos, revolcándonos en la cama, incluso apagamos los móviles pues en la dimensión paralela que vivimos no había cobertura. Sobre las cuatro de la tarde, ahogadas por el nuevo placer que nos abrasaba, hicimos un receso y ambas encendimos los móviles. Sofía leyó varios mensajes de su marido en los que se quejaba de su ausencia porque no le quedaban cerveza ni cigarros.

También miré mi pantalla en la que me señalaba varias llamadas perdidas y mensajes, la mayoría de mi ex que yo ignoré, aunque leí un nuevo mensaje de la zorra Ángela:

“Julia, ahora soy yo la que he de pediros un favor. Mañana debemos atender a quince clientes de un congreso, los atenderemos seis chicas, pero resulta que dos de ellas están enfermas con gripe o algo así. Necesito hablar con vosotras esta misma noche, claro, si a las nueve no seguís ocupadas. ¿OK?”

“Vale, zorra, a las nueve nos tendrás en el restaurante. Espero que tu oferta sea adecuada, porque atender seis mujeres a quince hombres debe ser un trabajo arduo”.

“En realidad son doce tíos y tres mujeres. Mi oferta será irrechazable: por tres o cuatro horas podéis obtener cerca de dos mil euros. Chao nos vemos a las nueve”.

Sofía apoyaba los brazos en mis hombros mientras leía los mensajes, con lo que sus pechos estaban pegados a mi espalda.

—Pero qué le digo a Enrique. Hoy no le he hecho la comida y esta noche tampoco podré cenar con él y mañana ¡Vete a saber!

—Cielo, ahora mismo te vas a tu casa, de camino compras cervezas, cigarrillos y una pizza congelada para su cena. Pero a las ocho te quiero aquí, debemos preparar nuestra estrategia – respondí alzando el mentón y la emoción pudo más que la razón, mi lengua acarició sus labios y sus manos amasaban mis pechos, aunque supe reaccionar a tiempo – Lárgate a tu casa, Sofía, porque si continuamos, adiós a la cena, incluso al congreso.

Ella se levantó refunfuñando, entró al dormitorio y salió escasos minutos después, vistiendo una de mis camisetas, la falda ceñida y las sandalias que habíamos elegido. La miré y comprobé lo que era evidente: su cuerpo había reaccionado a mis caricias, las caderas, los muslos, los pechos y aun los pezones habían recuperado la turgencia. Volvía a ser una mujer poderosa y deseada, pero antes de salir por la puerta se giró hacia mí.

—¡Y qué le digo a Enrique! pues tras la cena quiero volver contigo,  seguir bebiendo el calor de tu cuerpo y que me animes para dar el paso que mañana nos espera a las dos en el congreso.

—Debes decirle la verdad, Sofía. Porque alguien dijo “la verdad os hará libres” y si tu marido no es capaz de entender la necesidad de que uno de los dos lleve el dinero a casa para vivir dignamente, entonces nada le debes a él.

Cuando Sofía al fin se marchó, decidí meterme en la ducha y antes de abrir el agua introduje un par dedos en mi vulva rebañando la humedad y después acerqué los dedos a la nariz; pude inspirar el aroma de su labios junto a mis propias secreciones y ese olor me mareó, aunque también reposaba en mi paladar el dulce sabor de su placer y supe que ese aroma y el sabor serían míos muchas noches en el futuro, así que abrí el agua de la ducha y me lavé a conciencia. El resto de la tarde la pasé seleccionando los vestidos que iban a cubrir a dos mujeres el día siguiente en el comienzo del nuevo oficio, si alcanzábamos el acuerdo con Ángela.

Me enfundé los vaqueros ajustados y una camiseta gris perla que destacaban mis puntos fuertes, es decir, el trasero los muslos y los firmes pechos. Justo en ese momento, sonó el timbre de la puerta.

—Te has retrasado, cariño. Tenemos el tiempo justo para llegar al restaurante – le decía a la vez que observé una ligera marca roja en la mejilla derecha y su mirada triste – No me digas que el cabrón te ha golpeado...

—¡Pues sí! tras contarle lo nuestro y lo que vamos a hacer mañana, él se enfureció y empezamos a discutir, pero me empujó contra el sofá con la intención de follarme allí mismo, aunque yo me negué y entonces me dio la bofetada. Yo me defendí y le di un rodillazo en los huevos, ahí se ha quedado retorciéndose en el suelo.

Le agarré la mano y tiré de ella hacia el baño, sumamente orgullosa por su actitud. Le apliqué algo de maquillaje que tapase la oprobiosa marca y una vez hecho anduvimos cogidas de la mano al restaurante donde nos esperaba Ángela sentada frente a una mesa en una esquina discreta del comedor. Obviamente, ambas nos sentamos en las dos sillas dispuestas alrededor de la mesa. La zorra analizó detenidamente nuestros cuerpos y por lo visto lo que vio no le disgustó, pues tomó la palabra:

—A ver, chicas, voy a hablaros con mucha claridad. Como ya sabes, Julia, mañana a mediodía asistiremos a un almuerzo donde nos esperan doce hombres y tres mujeres para que seis prostitutas les entreguen los cuerpos y los llenen de placer al menos durante un par de horas...

—Eso ya lo sabemos, Ángela, lo que nos interesa es saber cuánto nos vamos llevar nosotras por los servicios a clientes o clientas.

—Pues mira, Julia, yo cobro a los clientes tres mil por servicio, aunque deduciendo los gastos y mi comisión, estoy dispuesta a pagarte mil euros por cliente y si es clienta mil doscientos.

—Pretendes decirnos que vamos a cobrar un tercio de lo que tú recibes cuando las que abrimos las piernas somos nosotras, so zorra.

—Mal empezamos con los insultos, ¿tengo que recordarte qué eres una puta sin casi experiencia? Además, Sofía solo cobrará quinientos y cuándo adquiera experiencia, ya veremos.

—Anda Sofía, ponte en pie que nos vamos. No estamos dispuestas a tal abuso – me levanté de la silla cogiendo la mano de mi amiga, pero antes de irnos miré a la zorra – ¿Te has dado cuenta de las dos mujeres que están frente a ti? Esta tarde me ha llamado mi último cliente y su oferta es muy superior a la tuya, además tiene muchos compañeros dispuestos a recibir el placer que vamos a entregarles. Si hemos venido ha sido porque te había dado mi palabra...

—Vale, Julia, sentaos por favor y discutamos las condiciones.

Ahí empezó la discusión de mujer a mujer, pues Sofía no abrió la boca en toda la noche, aunque su mano apretaba la mía. La primera condición que impuse fue que ambas cobraríamos lo mismo y después hablamos del porcentaje. Ángela insistía en el excesivo tiempo y gastos que le producían la organización de los encuentros y el reclutamiento de las chicas adecuadas, pues no quería prostitutas profesionales; lo que buscaba eran jóvenes universitarias con deseos de ganar algún dinero para comprar trapitos o amas de casa aburridas o necesitadas.

Yo cabeceaba como si entendiese las razones, pero mi propuesta fue que el ochenta por ciento de lo que pagasen los clientes sería para nosotras y el 20 por ciento restante será para cubrir sus “ innumerables ” gastos.

—¿Está loca, Julia? He aceptado que Sofía cobre lo mismo que tú, pese a su absoluta inexperiencia.  Estoy dispuesta a repartir los ingresos con vosotras, o sea, cincuenta por ciento por cliente tanto si es hombre como mujer.

—75 por ciento, Ángela.

—Setenta por ciento, Julia. Esta es mi última oferta, al menos cubro gastos con mi treinta por ciento.

—¿Tú que opinas, Sofía? – la miré sin soltar su mano.

—Yo... yo... estoy de acuerdo con lo que decidáis – al fin habló – mas sí quiero añadir algo. Creo que el tiempo a dedicar a los clientes es excesivo, me ha parecido escuchar que cada uno dispondrá de nuestros cuerpos durante dos horas, ¿no?

Ambas asentimos y ella continuó.

—Sé que soy novata en el oficio, pero soy una mujer casada y la vez que más ha tardado mi marido en correrse fueron treinta minutos. Así que, me comprometo a escurrir al cliente, por mucho que aguante, en ese tiempo; aunque le concederemos una hora, por si acaso. De ese modo podremos complacer a varios clientes cada tarde. ¿Vale?

—¡Vaya con la señora Sofía! No solo sabes hablar, sino que además piensas – exclamó Ángela.

La propuesta de Sofía la aceptamos, pero eso nos obligó a recalcular las tarifas, pues a menos tiempo tendríamos que ajustar los pagos de clientes. La solución volvió a darla Sofía:

—Vale chicas. Supongamos que la media de clientes a los que podemos atender cada tarde, son tres cada una. Ellos pagarán por cada servicio mil setecientos, con lo que tú, Ángela, recibirás tres mil y cada una de nosotras tres mil seiscientos. Aunque, tanto Julia como yo, podemos despachar a cuatro o cinco clientes cada tarde, ¿verdad nena? – me miró tiernamente.

En fin, que rápidamente confirmamos el acuerdo propuesto por Sofía porque era justo y las tres mujeres nos mostramos felices, incluso ilusionadas. Ángela abrió el bolso y nos entregó mil quinientos a cuenta para que comprásemos algún trapito, pues ella ya había cobrado una parte de la fiesta de mañana. Salimos del restaurante y Ángela se ofreció a llevarnos con el Mercedes a nuestra casa, pero Sofía declinó la invitación así que pillamos un taxi.

—Cielo, esta noche me voy con Enrique. Estoy muy preocupada.

—¡Pero si te ha pegado un tortazo, Sofía!

—Sí y yo le he dado una patada; igual ha cenado una tortilla de huevos. Entiéndelo, Julia, él es mi marido y sigo amándolo a pesar de todo; así que tendremos que repartir nuestras noches, porque os amo a los dos. – tras un fuerte suspiro añadió – Mañana a las ocho volveré a casa, te preparo el desayuno y empezamos nuestra ilusionante vida de fornicio. Verás lo bien que lo pasamos ¡siempre juntas! y se acabó la miseria.

*  *  *

A las ocho en punto sonó el timbre de la puerta, yo dormía y me levanté adormilada, abrí la puerta y casi me desmayé. Ante mí estaba una mujer preciosa con el vestido rojo que la tarde anterior había elegido para nuestro estreno en el oficio, tal es así que me colgué de su cuello y mis labios se unieron a los suyos en un beso de “buenos días” a la vez que mis dedos se introducían bajo la falda y entraron en el primer agujero que encontraron y rebañaron una sospechosa masa líquida, que llevé a mi nariz para oler y mi lengua saboreó los dedos.

—¡Joder, Sofía, apenas son las ocho y ya has follado!

—He pasado toda la noche intentando convencer a mi marido para obtener su permiso de abrir mis piernas y que entrasen otros hombres. Al final lo ha aceptado y además ¡se ha corrido dos veces! Ha sido increíble, hace años que no se derramaba en mí tantas veces.

No creo necesario explicar que mi amiga y una servidora, desayunaron bollitos muy tiernos que relamíamos dulcemente. A las once salimos apresuradas, vestidas como princesas en dirección al hotel donde dos mujeres casadas debutarían en el oficio más antiguo del mundo.