Julia

Sentí su chochito apretar mi polla y bañarla de jugos. Sentí su cuerpo derretirse cómo se derrite un azucarillo en un café Caliente...

Llovía sobre México D.C. Dejé el auto alquilado en el aparcamiento y entré en el bar. Eran las diez de la noche y el lugar estaba animado. Me fui a la barra, detrás de la que estaban dos chicas, guapotas, morenas, risueñas, escotadas y con falta de tela en sus faldas. Una de ellas, me preguntó:

-¿Qué va a ser?

Estaba en México. Tenía que probar la bebida típica, le respondí:

-Tequila.

A un metro escaso de mí, apoyada con los codos en la barra y sentada en un taburete alto estaba una joven que vestía una cazadora y una falda y unas botas vaqueras, una camisa a cuadros rojos, negros y con rayas verticales azules, blancas y negras. Me miró de abajo arriba y después de ver mis zapatos negros, mi pantalón y mi chaqueta marrones, mi camisa blanca y mi cara sonriente, volvió a mirar para su vaso de tubo, era cómo si hubiera mirado para una pared. La chica de la barra me puso un tequila... La joven del taburete vio que no me lo tomaba, y sin quitar los codos de la barra, me preguntó

-¿Lo vas a adorar?

La miré. Era una joven delgada, de labios gruesos, sensuales. Tenía el cabello corto y el cuerpo perfecto. Llevaba una gargantilla hecha con dos cadenas y parecía llevar escrito en la frente: Soy una de las chicas más bellas de México. Me acerqué a ella y le dije al oído:

-Estoy esperando por el pescadito. Me pusieron sal y limón.

La joven puso cara de, ¿qué dice este?

-¿Qué pescadito?

-Pescadito, una tapa de pescadito.

La joven, sonrió, y me dijo:

-¿Pescadito, eh?

-Sí, bonita, pescadito.

La muchacha lamió la piel de su mano entre el dedo pulgar y el dedo índice, echo sal, la lamió, se bebió el tequila de un trago y después chupó la rodaja de limón.

-Así se toma un tequila en México.

-Y en España... Así se toma cualquier cosa por la cara, pero bueno, por lo menos la tuya es bonita.

La muchacha me iba a dejar las cosas claras.

-No me gustan los hombres maduros.

-A mí tampoco.

La muchacha no estaba para bromas.

-Sabes bien lo que te quise decir.

-Claro, lo sé de sobras.

Pedí otro tequila, y esta vez lo tomé cómo había hecho ella. Fue la joven la que me habló ahora.

-¿Estás de vacaciones?

-Sí, de aquí voy a ir a ver la pirámide de Chichén Itzá.

-Estás montado en el dólar.

-No, no, tenía unos ahorros y me di un capricho.

-¿Estás casado?

-Sí, estoy casado. Mi esposa se fue de vacaciones a Londres.

Me miró de lado, y me dijo:

-Ya tenía la autoestima de vacaciones, y ahora creo que aún tardará más en volver.

-¿Y eso?

-En vez de mentirme y decir que estás separado o divorciado, me dices que estás casado. ¿Tan poca cosa te parezco?

-¡Qué dices! Si eres una de las chicas más bellas que he visto. Lo que pasa es que no me gusta mentir -le extendí la mano-. Me llamo José.

Por fin sacó los codos de la barra, me dio la mano, y me dijo:

-Yo me llamo Julia, y ya te dije que no me gustan los hombres maduros.

-Ya también te dije que a mí tampoco. ¿Tomas algo?

Señaló el vaso.

-Otro de estos.

Aún no sé hoy que estuvo bebiendo Julia. Una hora más tarde, me dijo:

-Sigue lloviendo. ¿Tienes carro?

-Si, alquilado. Si quieres te llevo.

-Vamos pues.

En la puerta del bar, antes de salir, me quité la chaqueta y se la puse sobre la cabeza. Corrimos hasta el auto. Entramos en él.

Sentada en su asiento, me devolvió la chaqueta, y me dijo:

-¡Cómo cae!

-Sí, caen chuzos de punta.

Me miró, y me preguntó:

-¿Qué caen qué?

-Olvidado. Es algo que decimos en Galicia cuando llueve muy fuerte. Ponte el cinturón de seguridad.

Julia, quiso poner el cinturón y no lo daba enganchado. Me incliné hacia ella y cuando se lo iba a abrochar, me besó. Sus labios eran tan frescos que al devolverle el beso, mi polla se puso dura. Le pregunté:

-¿Quieres venir a mi hotel?

La respuesta de Julia fue volver a besarme y echar la mano a mi polla. Mi lengua y su lengua se deslizaron una sobre la otra... Nuestros labios las chuparon... Le eché la manó a una teta, ella me sacó la polla y la meneó. Después bajó la cabeza y me la mamó. Le levanté la falda por detrás y metí mi mano dentro de las bragas. No le llegaba al chochito, solo le pude acariciar el ojete... Los cristales empañados no dejaban ver desde fuera lo que pasaba dentro del auto... Sentimos gente hablando y corriendo bajo la lluvia cuando Julia se quitó las botas, la falda vaquera y las bragas. Besándome desabotonó la camisa. Tenía tetas medianas, casi piramidales, preciosas, con pequeñas areolas rosadas y pequeños pezones. Se sentó sobre mi polla. Le entró justa a pesar de estar muy mojada. Le acaricié y le comí sus duras tetas. Julia, era dulce cómo un caramelito y follaba cómo una muñequita, despacito, cómo si tuviera miedo a romper el chochito. Me estaba poniendo negro. Es que al mirarla a los ojos, con aquella carita, (podéis imaginarla cómo queráis, pero imaginarla bella, muy bella) acariciar sus tetas y recibir sus besos, que ahora eran dulces cómo la miel, era cómo estar en el paraíso, y en el paraíso iba a ver un ángel, a un ángel que con sus brazos rodeando mi cuello, se le fueron cerrando los ojos, y al comenzar a correrse, dijo:

-¡Aaaaay!

Sentí su chochito apretar mi polla y bañarla de jugos. Sentí su cuerpo dereitirse cómo se derrite un azucaillo en el café caliente. Sus dulces gemidos me excitaban más, y más, y más, pero no podía correrme dentro. Me la pelaría al llegar al hotel.

Al acabar de correrse, sentada en su asiento, Julia, me miró, y me dijo:

-¿En qué hotel te alojas?

-En el Mónaco.

-¿Vamos?

En la habitación del hotel, lo primero que hizo Julia fue tomar un baño, o una ducha, no sé lo que tomó, lo que sé es que al volver a la habitación, solo tenía la toalla puesta y la dejo caer a la alfombra nada más entrar. Yo la esperaba en la cama, desnudo, empalmado y tapado con una sábana.

Vino a la cama, levantó la sábana y se echó a mi lado.

Tenía que saborearla despacito. Le puse la yema del dedo medio en el ojete y se lo fui acariciando haciendo círculos mientras la besaba en la frente, en los ojos en la punta de la nariz, en el mentón, la besé en el cuello, le mordí los lóbulos de las orejas, y después la besé en los labios, de los labios bajé besando su sedosa piel hasta llegar a las tetas, las chupé, acaricié... Lamí tetas y pezones... Besando su ombligo sentí cómo los jugos de su chochito mojaban su ojete. Con el dedo mojado le follé el culo. Sus gemidos hablaban por ella. Se iba a correr... Se corrió, diciendo:

-¡Me vengo!

Sentí cómo el ano de Julia apretaba mi dedo y vi cómo su chochito se abría y se cerraba echando jugos. Al acabar de correrse, lamí su chochito mojado. Sus labios se abrieron y ya seguí lamiendo de abajo arriba... Follé con mi lengua su ano y su vagina, hasta que diez o quince minutos más tarde, ocurrió lo que tenia que ocurrir, Julia, me cogió la cabeza con las dos manos, la apretó contra su chochito, y moviendo la pelvis de abajo a arriba, de arriba a abajo, retorciéndose y gimiendo, se corrió en mi boca, exclamando:

-¡Que riiiiiico!

Al ratito de correrse, la besé, subí encima de ella y comencé a follarla. Sabía que iba a aguantar muy poco con aquella preciosidad de criatura debajo de mí, pero al ratito, Julia, me sorprendió diciendo:

-¡Ayyyyyy!

Fue la gota que colmó el vaso. Nos corrimos juntos, aunque yo lo hice en la entrada de su ojete.

Después de correrse, con la sábana de la cama, le limpié la leche del culo. Limpiándola, le dije:

-No tienes estrías en el ojete. Tu culo es virgen.

Julia estaba juguetona. Me dijo:

-No me importaría perder la virginidad anal.

Había guardado en el cajón de la mesita de noche mantequilla del desayuno. La cogí y le unté el ojete y el periné con ella, después, abriéndole las nalgas con las dos manos, lamí de abajo arriba. Julia estaba en la gloria. La nalgueé. Después de lamer eché más mantequilla y ya le follé el ojete con la lengua. Julia, gemía cada vez que la punta de la lengua entraba y salía de su ano. Al rato era mi dedo meñique untado en mantequilla el que entraba y salía de su año. Julia, caliente como una perra en celo, se puso a cuatro patas. Al dedo meñique siguieron los otros cuatro, uno por uno, -con nalgadas entre medias-. Después de follarla con el pulgar, fueron dos dedos los que entraron y salieron de su culo, y a los dos siguieron tres... Julia gemía sin parar. El ojo ciego ya estaba abierto. La cogí por las tetas y le metí en el culo la polla untada en mantequilla. Nalgueándola, la follé despacito al principio y más aprisa al final... Julia, llegó un momento en que se moría por correrse. Se tocó el clítoris con dos dedos buscando el orgasmo, pero no, no sintió un orgasmo clitoriano, sintió un orgasmo anal que hizo que se desplomara sobre la cama sacudiéndose cómo si hubiera tocado un cable de alta tensión. Le llené el culo de leche. Estuvimos conectados minutos, hasta que se la saqué y nos pusimos los dos boca arriba.

Julia, apoyó su cabecita sobre mi pecho peludo, y me preguntó:

-¿Cuando se te acaban las vacaciones?

-Dentro de siete días.

-Son pocos... Si te vas a ir a Chichén Itzá...

¿Querría volver a hacerlo conmigo? Le pregunté:

-¡¿Quieres que nos volvamos a ver, preciosa?!

-Me gustaría.

-¡Que le den a Chichén Itzá! No hay monumento más bello que tú.

No le mentí, Julia era un monumento de mujer.

La noche fue larga, y la semana muy corta.

Quique.