Juguetes rotos: Jorge

Jorge es un chaval muy guapo que trabaja como relaciones públicas de una afamada discoteca. Una noche de verano sufre un desagradable incidente que le marcará de ahí en adelante, y modificará tanto su visión de sí mismo y su autoestima como sus ideas preconcebidas sobre la sexualidad y sus límites.

Jorge se sabía un tío envidiado por todo el mundo. Los hombres admiraban su físico impactante, su armónico rostro meridional de aspecto viril, su cuerpo escultural mimado por la naturaleza y potenciado hasta el infinito gracias a largas y tediosas sesiones de entrenamiento en los gimnasios más prestigiosos de Madrid; las mujeres le admiraban por todo lo anterior, y porque en sus fantasías sentimentales se les presentaba como el amante perfecto, con ese aspecto tan sensual y morboso que las volvía locas y las mataba callando. Pero todo aquello era una falsa impresión. Jorge lo sabía desde niño, pero lo confirmó plenamente en su dorada adolescencia: a él no le atraían las mujeres, por mas que su éxito con ellas estuviese mas que garantizado.

Jorgito, como aún le llamaban sus amigos de vez en cuando, había empezado a trabajar muy joven como relaciones públicas en una conocida discoteca, apoyado en su espectacular físico y su carisma personal, y muy pronto descubrió que se trataba de un trabajo muy apropiado para un golfo simpático como él, porque además de conocer gente se follaba mucho y bien, con tíos de lo mejorcito de Madrid y sin ningún tipo de compromiso de por medio; y es que a los 20 años el cuerpo lo que te pide es que le des candela, día sí, día también.

Hasta que un mal día de verano ocurrió un suceso que le dejó marcado para siempre. Ocurrió una noche en que salía de la discoteca de trabajar y estaba demasiado puesto de todo como para conducir hasta su casa. De las sombras de la noche surgieron dos de los porteros de la discoteca, sendos veinteañero de potente físico y expresión avinagrada procedentes de un país del Este europeo, que amablemente se ofrecieron a acercarle hasta su alejado barrio con la mas encantadora de las sonrisas y sin pedir nada a cambio. Jorge aceptó el ofrecimiento algo escamado, porque apenas les conocía de vista y sabía de la mala fama que arrastraban todos y cada uno de los sucesivos porteros que habían pasado por el local, pero decidió aceptar el ofrecimiento porque, en cualquier caso, estaba demasiado cocido incluso como para coger un taxi. Sin embargo, apenas habían transcurrido diez minutos de trayecto, cuando aquellos silenciosos extraños, uno de los cuales parecía una montaña de músculos y el otro un boxeador sonado, frenaron en seco, y, al mirar por la ventanilla con los ojos entornados y vidriosos, Jorge se encontró con un paisaje por completo desconocido para él… y desde luego su casa no era; mas bien se trataba de un solar abandonado, con algunos coches calcinados y sin ruedas como únicos testigos, situado en algún lugar insospechado de la periferia madrileña. No le dio tiempo al pobre infeliz de preguntar porque habían parado allí ni donde se encontraban realmente porque uno de sus presuntos secuestradores forcejeó con el cinturón de seguridad del asiento del copiloto, se sentó a su lado en los asientos traseros y, acariciándole la barbilla con fingida dulzura, le susurró al oído en un extraño español plagado de términos sueltos eslavos:

  • Tienes una cara muy bonita, como la de una muñeca de porcelana…así que si no quieres que te la rompamos a guantazos, mas te vale que seas comprensivo con nosotros…

Hubiera resultado difícil que Jorge se defendiera de algún modo en su estado, pero es que incluso con su fibroso cuerpo adicto a los gimnasios y en el mas sobrio de sus amaneceres poco podría haber hecho para enfrentarse al fornido brazo de su agresor (“un brazo como los troncos de castaño de mi pueblo”, pensó al momento para sus adentros); el extranjero redujo sin esfuerzo un leve atisbo de resistencia por parte de Jorge, y, tirándole del pelo con fuerza le acercó sin miramientos hasta su compacto paquete; de momento solo quería que se familiarizara con él, ya llegaría el tiempo de las libaciones. Aturdido por la presión de aquel brazo enorme contra su cuello y dolorido por el brutal tirón de pelos que aquella mala bestia le estaba propinando, Jorge apenas fue consciente en un principio de la morbosa excitación que estaba produciendo en el notable miembro del portero; éste se dedico a restregar su cara sobre su bragueta, y a ordenarle a gritos que lamiera con su asquerosa lengua la cremallera metálica del pantalón. Como presentía que discutir con aquel personaje en esos momentos podría resultar peligroso, Jorge optó por pasear la punta de la lengua arriba y abajo a lo largo de la minúscula cremallera, y, según lo hacía, podía sentir como aquel discreto bulto del comienzo se iba transformando como por arte de magia en una mas que evidente erección que amenazaba con hacer estallar las costuras del vaquero de color oscuro de un momento a otro. Su carcelero tiró entonces de su cabello a la altura de la nuca y le alejó un momento de sí, el tiempo justo de desabrocharse el cinturón y despojarse de los boxers, que fue deslizando lentamente por los gruesos muslos hasta dejarlos reposar a la altura de las rodillas.

  • Ven aquí, maricona, a ver como te aplicas con este plátano tan rico que te ha tocado en suerte.

A estas alturas Jorge no iba a hacerse el estrecho y fingir que era una frágil doncella de 21 años que no hubiese probado el dulce néctar de la inmortalidad, en todas y cada una de sus noches de jarana y frenesí discotequeros. Agarró el falo con maestría de experto y se lo llevó a la boca con decisión y pulso propios de un consumado gourmet.

  • Vaya…apunta maneras nuestra pequeña zorrita….- observó complacido el beneficiario de la acción.

Aquella polla eslava era bastante grande y gruesa, haciendo juego con el resto del percal, y estas eran precisamente las favoritas de Jorge. Claro que él siempre había hecho estas cosas por puro placer y no obligado, como era el caso, pero, llegados a este punto, la filosofía práctica de nuestro amigo resultaba evidente para todos los presentes:

“Una polla es una polla, se mire como se mire – se decía a sí mismo mientras saboreaba con delectación insana aquel impresionante mástil de 19 cm y una anchura considerable para su tamaño – además, si tengo que ser violado por alguien mejor enfrentarme a dos pollas monstruosas que al mejor de los chominos del mundo. Mal que bien, saldré de ésta con la cabeza bien alta y una ración de rico semen en la boca del estómago. Hay cosas peores que eso en este mundo”.

  • Eh…tronco, ¿Qué tal la chupa el amigo? Por la cara que pones tiene que hacerlo de vicio - preguntó el que hacía de chofer con su marcado acento extranjero desde el asiento delantero.

  • Joder, no te puedes hacer idea. Ni la zorra mas tirada de la Casa de Campo me la ha chupado así en mi puta vida. Este tío tiene mucha escuela…te lo digo yo.

  • Ya, si dicen por ahí que el hijoputa este se dejó follar por un camello a cambio de droga gratis, pensando que no nos íbamos a enterar el muy gilipollas – Jorge escuchaba todo esto como en una nube, concentrado en sacar brillo con la lengua a aquel rústico pedazo de carne que se le clavaba a veces en la campanilla de puro grande.

  • El D.J. residente también se lo folló una vez en los baños, creo…

  • Anda, que vaya vicio tiene también ese cabrón, con la de tías que se folla a la semana y saca tiempo para este marica…

  • Bueno, oye…- objetó su colega entre suspiros de nada fingido placer – que tal como se lo monta el comepollas éste no me extrañaría lo mas mínimo. Se podría ganar la vida haciendo esto en lugar de repartiendo besitos a diestro y siniestro.

  • Después de pasar por nuestras manos seguro que cambia de oficio… - bromeó entre risotadas incongruentes su compañero de fechorías mientras se montaba en la parte de atrás y procedía a sacarse la chorra sin mayor dilación – venga, cariño; no seas tan posesiva, chochito mío, que aquí llega la parejita perfecta para darle gusto a esa boquita de chupona que tienes…

Este nuevo rabo no podía competir con el anterior en tamaño y grosor, pero el español agradeció infinito la diferencia; estaba harto de aquel taladro que parecía querer introducirse por su garganta y reventarle las tripas; en cambio, esta polla de tamaño standard era más llevadera y pudo ensayar con ella los valiosos arcanos de su ciencia amatoria particular. Los espasmos de placer del portero cuando le repasaba con la punta de la lengua el sensible frenillo o recorría a lengüetazos la cálida superficie de aquel agradecido nabo, “como si aspirara carreteras de coca” se le ocurrió pensar en su delirio al joven noctámbulo, no mentían en relación al grado de placer que Jorge, el relaciones, era capaz de ofrecer a sus acompañantes masculinos incluso en las circunstancias mas extremas.

No tardaron mucho en sacarle del coche a empellones y apoyar su cuerpo contra el capó posterior del lujoso Lancia Coupé que conducía tan singular pareja; Jorge, con las manos apoyadas en la impoluta carrocería de tan fantástico cacharro, incluso en su estado de confusión actual, era consciente de que ni el portero de discoteca mejor pagado del mundo podría comprarse un coche de estas características, pero puesto que esta noche no tocaba pensar sino dejarse llevar, se limitó a cerrar los ojos y dejarse manipular por sus anfitriones, que le bajaron los pantalones hasta la altura de las rodillas en un abrir y cerrar de ojos y le separaron las piernas como si tratara de un sospechoso habitual y ellos de una pareja de polis modélica. Ni siquiera se molestaron en quitarle o subirle la camiseta, y por este ínfimo detalle descubrió Jorge que no eran gays, ni posiblemente bisexuales al uso, sino que debían ser dos de esos “hetero-curiosos” de pacotilla o como coños se llame ese sinsentido, que esa noche no habían pillado cacho por la razón que fuera y tenían ganas de darse una alegría con lo primero que les saliera al paso. Jorge sabía muy bien que su imponente torso causaba sensación entre todo tipo de públicos, por lo que si este par de pollas andantes no se mostraban sensibles a su influencia es que de seguro preferían el pescado congelado a la carne más fresca y sabrosa del mercado.

Aun estuvieron un rato discutiendo entre ellos en un curioso dialecto mezcla de castellano de arrabal y una desconocida lengua eslava que farfullaban en tono chillón y crispado; el quid de la cuestión parecía ser ahora si sería mas conveniente follárselo a pelo (“como se merece la muy zorra”) o con capuchón (“no nos vaya a pegar algo este puto depravado”). Al final optaron por lo segundo, y por suerte para él el encargado de iniciar la follada fue el menos dotado de los dos, por lo que el experimentado culo de Jorge, fiel hasta entonces a su máxima de “un rabo al día como poco, o dos si vienen en oferta”, pudo adaptarse de inmediato a los torpes empellones iniciales de aquel perro salido y a la falta de cualquier tipo de lubricante, salvo la socorrida saliva, que convirtió el proceso de penetración en un espectáculo vulgar y algo rudimentario, muy al estilo de aquellos cavernícolas. Justo es reconocer que, una vez dentro, el desgraciado se movió con cierta gracia y estilo, denotando que poseía amplia experiencia en culos de ambos sexos (era lo único en lo que no podrían engañarle, sabía bien como las gastaba un novato en esas lides, e intentaba evitar a esos ejemplares). Espoleado por su compañero, que se mostraba impaciente por saborear las secretas mieles que ofrecía aquel bronceado culo tan bien formado, el jinete eslavo moderó su vertiginoso ritmo de pegada hasta desacoplarse de un golpe seco, en un gesto tan trivial y carente de significado como quien desenchufa una lámpara de la corriente después de utilizarla.

  • ¡Uff, te va a encantar, tío, es una pasada esta guarrilla!. Tiene un culazo de escándalo y aguanta como una auténtica zorra.

  • No, si al final tendremos que darle las gracias y todo por ser un mariconazo, no te jode… - observó con sorna su compañero de jodienda.

  • Bueno, tampoco se trata de eso, bastante tiene él con disfrutar dos pollas tan ricas al mismo tiempo. Pero el moñas este de mierda se lo hace bien, las cosas como son.

  • A ver si ahora lo hace tan bien como dices, porque esto va ser harina de otro costal… - el armario de dos cuerpos aquel terminó de enfundarse el trajecito de plástico en su miembro viril y apuntó con el capullo al orificio apenas entrevisto de Jorge entre los voluminosos cachetes del trasero.

El hombretón que luchaba por introducirse en su culo mostró su vena más sádica al negarse a utilizar siquiera algo de saliva y empujó con saña hasta que gran parte del rabo quedó engullida en el interior del recto del sufrido Jorge; éste sintió un dolor descomunal y lo manifestó mediante breves gritos y jadeos constantes; pero esta muestra de debilidad sólo consiguió enardecer más a su agresor, que le tiró del pelo con fuerza mientras le dedicaba una sarta de insultos variados, la mayoría de los cuales estaban íntimamente relacionados con su supuesta condición sexual. Jorge estuvo a punto de perder el sentido debido al enorme tamaño de aquella cosa que le taladraba sin piedad y amenazaba con producirle una peritonitis si proseguía a su ritmo actual de potencia. El relaciones públicas le incluyó mentalmente en el sector de los perforadores sexuales, “una casta de energúmenos que pretenden sacar petróleo de donde sólo van a encontrar mierda” y le maldijo interiormente por su falta de sensibilidad y empatía. Pero nada podía importar menos a su entregado fornicador, que prosiguió su avance imaginario por las galerías internas de su mina particular, hasta que vio llegado el momento de obtener los deseados réditos de su operación, y, en un alarde de coordinación, sacó la polla de golpe, se quitó el preservativo con una mano entre furiosas interjecciones de júbilo, y al mismo tiempo, de un certero tirón de pelos atrajo hacia sí al infortunado pasivo, le obligó a arrodillarse ante él y…

  • ¡Abre bien la boca, que te va a saber a gloria! – le espetó el cómplice del anterior, tirando de su mandíbula inferior hacia abajo.

Un chorro de espesa leche caliente se introdujo en su boca exageradamente abierta mientras que posteriores emisiones surcaron su cara y barbilla de cremosos churretones de lefa que ambos agresores sabían que no debía desperdiciar. Con su rotunda mano de campesino la bestia eslava limpió su cara de lagrimones viscosos y acto seguido se la introdujo en la boca obligándole a limpiar uno por uno sin excepción cada dedo cubierto de jugoso semen y tragarse después su contenido. Jorgito se aplicó a ello gustoso y convencido de que lo mas sensato y saludable sería disfrutar el momento sin hacerse pajas mentales ni analizar demasiado las posibles consecuencias de sus acciones. Una vez terminó con la mano, fue el turno de limpiarle el capullo a lametones, y, apenas concluida la jugada, el otro cabrón se vino enseguida en su boca en medio de violentas convulsiones y tampoco estaba dispuesto a que se perdiera una sola gota de leche por el camino. Cuando creyó haber terminado de una vez por todas con la obsesiva “operación limpieza” impuesta por sus captores, Jorge intentó incorporarse, tan sólo para recibir un sonoro bofetón por parte del más fuerte de los porteros, que le tumbó de espaldas en el polvoriento suelo.

  • ¿Quién te ha dicho que te levantes aún, escoria?

  • Pensé que habíais quedado satisfechos… - protestó un confuso Jorge – Dejadme ir de una puta vez.

  • Eso lo decidiremos nosotros… - intervino el segundo agresor – de momento vas a sacarle brillo a nuestras botas hasta que queden relucientes, seguro que sabes como hacerlo…

Jorge no podía creer en su mala suerte; no podía haber dado con un abusador “standard” que se corriera en su culo o en su boca sin miramientos y se largara del escenario del crimen con viento fresco; no, a él le tenía que tocar esta jodida bazofia mezcla de chulos de playa, con sus gafas de sol de diseño hasta en los días de mas crudo invierno, y psicópatas de peli barata. Joder, que paisanaje…

Ni que decir tiene que las botas de ambos malhechores quedaron impecables después de que la abnegada lengua del españolito diera cuenta de cada una de ellas con una disposición al sacrificio digna de mejor causa. No contentos con el resultado, sin embargo, aquellos salvajes le zarandearon, abofetearon con saña y escupieron en la cara primero, y dentro de la boca después. A estas alturas, Jorge estaba inundado en un mar de lágrimas y se revolvía como una bestia enjaulada intentando escapar del acoso de aquellos demonios salidos directamente del averno para mortificarle y humillarle. Cuando por fin le soltaron, o mas bien habría que decir que le tiraron al suelo de mala manera, los resoplidos de ambos buscando aire en los pulmones después de aquel amago de paliza feroz no parecían anunciar nada bueno. El mas fornido le agarró del pelo haciendo caso omiso de sus gritos desesperados y le situó de rodillas en medio de ambos. Jorge cerró los ojos preparado para lo peor: “ha llegado tu hora, Jorgete, este hijoputa te va a descerrajar dos tiros y luego te va a lanzar al Manzanares como un saco de patatas”. Pero lo que interpretó como el ruido metálico del percutor de un revolver era sin embargo el producido por sus cinturones al caer al suelo con estrépito, y en lugar del frío plomo de un balazo en la sien lo que impactó contra su rostro fue un líquido acuoso y de sabor ácido que resbaló por su cuerpo como una lluvia liberadora mil años esperada por un campo reseco y sediento. De hecho, Jorge se alegró tanto en su interior de seguir vivo que sintió una repentina descarga de endorfinas en su organismo, y, como resultado aparente de tan inesperada sensación de júbilo, se sorprendió a sí mismo al abrir la boca de forma voluntaria dispuesto a tragar la mayor cantidad de orina posible, explayándose en el regusto amargo de aquel maná caído del cielo, y sorbiendo con macabra insistencia hasta la última lágrima de aquel orgánico menú.

  • ¿De verdad creías que íbamos a marcharnos sin limpiarte la cara de restos de lefa, guarra?

  • No somos tan malos, hombre. Mira como se relame la muy puta, en mi vida he visto a una tía que sea tan tirada como esta piltrafa de mierda.

La sesión concluyó con una nueva ración de bofetones e insultos, escupitajos y tirones de pelo, y con un extraño Jorge fuera de sí, instalado en un estado alterado de conciencia cercano a la locura que lamía como un poseso ambos pollones balcánicos mientras una erección gigante se abría paso en su olvidado miembro viril. Jorge nunca supo si las quemaduras de mechero que aquellos sádicos propinaron en la base de sus huevos influyó en el resultado final, pero lo cierto es que de puro morbo enfermizo y sin necesidad de tocarse, un chorro de leche descomunal se abrió paso a través de su glande y bañó su abdomen con sus propios jugos íntimos. En este punto sus agresores decidieron retirarse a sus cuarteles de invierno, dejando a un Jorge en estado de shock tirado en el suelo, con la camiseta remangada a la altura del pecho empapada de pis y los meados pantalones y calzoncillos caídos a la altura de los tobillos. Se montaron en el coche y pareció que la pesadilla terminaba ahí pero, tras comentar algo entre ellos en medio de sonoras risas de complicidad, uno de los dos, Jorge no sabría decir quien, pues no alcanzaba a distinguir bien al haberle entrado demasiada orina en los ojos, se acercó hasta él con lo que parecía una lata de cerveza en la mano. El hombre de negro se puso en cuclillas sobre su pecho, le dedicó un sonoro eructo a la altura de la cara, acto seguido le abrió la boca con delicadeza, y tras beber un trago largo de la lata que traía consigo hizo un grotesco amago de vomitar y le insufló el contenido al interior de su boca, lo que provocó que Jorge se atragantara y expulsara el líquido sin querer por la comisura de sus labios.

  • Hemos decidido que te mereces un premio por tu amable colaboración esta noche – añadió en tono sombrío el siniestro ser que Jorge tenía ahora justo encima de él, y que le provocaba un estremecimiento generalizado de puro miedo escénico: “esta vez sí que es el final, han estado esperando a que me corriera pero ahora ha llegado el momento de la verdad”. Sus aprensiones aumentaron cuando comprobó horrorizado que su presunto asesino se incorporaba levemente, dejaba la lata apoyada en el suelo junto a ellos y buscaba algo a tientas en el bolsillo posterior del pantalón: “Ya está. Adiós, mundo cruel. Sólo tengo 21 años y nunca he hecho mal a nadie…¿porqué ha tenido que pasarme esto a mí?...” se lamentaba en su fuero interno, pero ya sin intentar reaccionar y luchar contra un destino implacable que se había burlado de él en las dos últimas horas como nunca lo hubiera imaginado hacía tan solo unos días. Cual sería su sorpresa cuando, en lugar de un arma cargada, lo que apareció ante sus ojos vidriosos fue lo que le pareció una cartera masculina de cuero, de la que el agresor extrajo un billete de 50 euros; dobló el billete por la mitad y se lo introdujo en la boca con sumo cuidado, como si fuera un buzón de correos.

  • Eres una puta consumada, chaval – sentenció la sombra que se alejaba de él en dirección al vehículo – ya quisieran muchas zorras de puticlub llegar a tu nivel. Y a las prostitutas como tú se las paga, ¿no es verdad?… ¡Dulces sueños!…- hizo ademán de introducirse en el Lancia, pero se lo pensó mejor y se giró levemente para añadir – ¡Ah!, por cierto, si por un casual estás pensando en denunciarnos a la policía recuerda que sabemos quien eres y donde vives, y si valoras en algo tu asquerosa vida de buscona de discoteca mas te valdría gastarte ese dinero tan bien ganado en un consolador para tu culo insaciable y dejarte de gilipolleces de denuncias. La gente como tú no tiene derecho a quejarse de su suerte…¡no sois mas que escoria!.

  • ¡Deberías dar gracias de que dos machos de verdad te hayan hecho mujer y encima te paguen por ello, maricón! – gritó el otro con fiereza desde el interior del coche a modo de despedida definitiva.

Jorge sólo sintió a partir de entonces sendos portazos, el ruido del motor del Lancia y un remolino de tierra polvorienta que cayó sobre él añadiendo una nube de cenizas y un leve acceso de tos a su anterior cúmulo de desgracias. Pero estaba vivo, pensó de inmediato, temblando aún por pura costumbre. El no pudo nunca explicarse como pudo salir de aquel solar en el lamentable estado físico y mental en que se encontraba, pero de algún modo consiguió llegar a su apartamento de soltero y derrumbarse a llorar hundido en la bañera, mezclando el sabor salado de sus lágrimas con el dulce olor a melocotón de su gel de baño favorito.

Las consecuencias psicológicas de su brutal violación, que Jorge se negó por principio a confesarle a nadie de su entorno, tuvieron una honda repercusión en su futuro inmediato. Dejó de frecuentar las discotecas, en las que se desenvolvía bastante bien, y cambió las drogas de diseño y las pistas de baile por el socorrido “Poppers” y el discreto circuito de saunas de prostitución masculina del centro de Madrid, en espera de montárselo como autónomo algún día y organizar su propio negocio en algún apartamento de diseño. De algún modo se autoconvenció en las semanas siguientes a su brutal violación nocturna de que en realidad era una zorra disfrazada de niño bonito y que su sitio natural no estaba en los locales “fashion” ni en las pistas de baile mas frecuentadas, sino en los burdeles y folladeros de mas baja estofa de la ciudad. Guapo a rabiar como era, pronto se hizo con una clientela fiel que incluía a un mosaico heterogéneo de la sociedad madrileña, desde extranjeros procedentes de culturas mas cerradas que no querían significarse públicamente como lo que eran pero que disfrutaban secretamente de todos los placeres de Sodoma, hasta hombres mayores casados engolfados con jovencitos complacientes como él, viejos verdes libidinosos de aspecto repulsivo y jóvenes bisexuales que solían mezclar violencia y desenfreno en su concepto del sexo entre dos hombres y se iban satisfechos tras llenar su culo de lefa caliente y su cartera de preciados billetes de curso legal. Estos eran los favoritos de Jorge, sobre todo si eran dominantes y cañeros y se llevaba alguna guantada de por medio; a éstos les hacía descuento para fidelizarles al máximo, y el quinto y el décimo polvo les salía gratis total; si traían un amigo para organizar un trío, a éste no se le cobraba nada la primera vez. Y a sus clientes fijos, sólo a los que sabía que eran bisexuales de verdad y tenían novia o mujer, les dejaba correrse en la boca o en el culo, que le pegaran hostias hasta reventar en la intimidad de la cabina o que le mearan por todo el cuerpo en las duchas del local. Porque Jorge había perdido todo respeto por sí mismo desde que vivía de su cuerpo a tiempo completo, y cada día le gustaba mas experimentar placeres prohibidos o directamente obscenos. Pero no era tonto; todo tenía su tarifa correspondiente, porque desde que ganó sus sudados 50 primeros euros como chico de compañía en aquel solar del extrarradio, el bueno de Jorge sabía que el placer verdadero tiene un precio, el que él pusiera o el que su cliente estuviera dispuesto a pagar por hacer realidad una fantasía secreta con un tío tan guaperas y cachitas como él. Y muchos pagaban ese precio con gusto, el mismo que él sentía en lo mas profundo de su psique al identificarse con orgullo como una zorra insaciable. Justo lo que sus primeros e inolvidables clientes le mostraron que llevaba en su interior.

FIN