Juguetes de Oficina (9) Interludio de la Potra (b)

Cómodamente atendido de camino al evento, El Dueño recuerda como su Jaca fue pieza clave en laadquisición de su Potra esclava

Cómodamente

retrepado en el asiento de la limusina, el hombre parecía imperturbable, relajado, pero su mente bullía en su intención. Siempre lo hacía, para bien o para mal, su mente nunca descansaba.

Disfrutaba genuinamente del ingenio y la inteligencia de sus hembras, ¿Cómo no iba a hacerlo? Las

había

hecho suyas porque le gustaban, las deseaba y quería tener todo de ellas a

su disposición

, a

su alcance

. Sus cuerpos, sus encantos, sus mentes, sus cerebros, su fortaleza, su alegría, su sometimiento, su felicidad. Sobre

todo,

su felicidad.

La dócil y abnegada atención que su Jaca y Su

Potra estaban

brindando a su paquete le

mantenía

relajado. Las dos se compenetraban perfectamente en sus atenciones, en sus mimos mientras él, solo con colocar la mano en sus maravillosos culos les recordaba lo que ellas no querían olvidar: que eran suyas, que le pertenecían por completo. Eran un

tándem

perfecto. No en vano

tenían

una historia en común. Mucha historia en común. Desde el principio de la Potra. Incluso desde antes.

Sintiendo los labios de ambas buscando sus huevos para sostenerlos por encima del pantalón y la calidez de la piel de ambos maravillosos culos bajo las palmas de

sus manos

, se sumergió en los recuerdos de como su voluntad y su dominio las había puesto en contacto para su servicio y su placer.

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El juguete de oficina se quedó paralizada unos minutos repasando la conversación en su móvil. Por fin estaban allí. El Dueño le había prohibido tajantemente que le propusiera nada a la candidata. Tenía que salir de ella. Tenía que desearlo ella. Sintió la tentación de esconder la conversación, de retrasarla al menos. Desechó casi al instante el conato de rebeldía. Sabía que de nada serviría. Se levantó y se dirigió hacia el despacho donde el hombre y la verga a quienes servía como juguete esclavo pasaban la jornada de trabajo.

Cuando entró a cuatro patas como su condición de yegua esclava la exigía, el Dueño hablaba por teléfono. Ella llevaba el móvil en la boca y comenzó a avanzar hacia el escritorio. Sin dejar de hablar por teléfono, el hombre le indicó con gestos, con su lenguaje secreto de batalla, como él lo llamaba, que se alzara y se desnudara para él.

Ella comenzó a hacerlo sin demora, pero el, de nuevo con un gesto, le dijo que parara. Luego usó el ratón del ordenador y una sensual música comenzó a sonar. La hembra supo que tenía que seguir y comenzó a moverse al ritmo de la música. El Dueño quería espectáculo.

  • He puesto música. Es para que el juguetito

mamapollas

me alegre la mañana -dijo el hombre a quien fuera su interlocutor por el teléfono

  • “Debe ser Javier” -pensó la hembra mientras se contoneaba y se deshacía de la ropa con el móvil aún sujeto entre los dientes- “Solo con él habla tan abiertamente de nuestra existencia”.

  • No, no tiene ni puta idea de bailar -dijo el hombre por el teléfono. Una punzada de tristeza, mezclada con rabia, sazonada con desesperación y aderezada con una pizca de humillación la sacudió. Tardó un segundo en transformarse en otra cosa -pero sabe moverlo todo a la perfección para ponerme la polla dura como un troco, la muy puta

mamapollas

-terminó la frase.

Ya estaba. Ya lo había logrado de nuevo. Hacerla pasar del miedo a no ser lo suficiente hembra para él al orgullo infinito de saber que él gozaba de tenerla como esclava. La enésima vez que le demostraba que era suya, que ella se había acostumbrado a vivir, pensar y existir tan solo para él y su verga.

Cuando ya llevaba unos minutos completamente desnuda contoneándose y sobándose hasta casi la masturbación ante el Dueño, con sus ojos clavados en ella y su mano libre escondida bajo la mesa mientras seguía hablando por teléfono, de nuevo el lenguaje de batalla le dio una orden. El dedo índice señalando hacia abajo, luego, dos dedos encogidos haciendo el gesto universal de andar y luego esos mismos dedos abriéndose en una V.

Una orden que se podía traducir como: “Al suelo, perra esclava. Arrástrate a cuatro patas hasta el Dueño y cuando estés bajo la mesa asegúrate de abrirte bien de piernas para que el píe del Dueño pueda hacer lo que le plazca con tu coño”. No había orden de que una vez bajo la mesa le comiera la polla sin descanso. No era necesaria, ¿Qué otra cosa podía hacer una esclava

mamapollas

bajo la mesa del hombre que era su propietario?

Ella obedeció. Se arrastró si dejar de menear el culo al ritmo de la música que aún sonaba. No gateó. Su dueño le había ordenado arrastrarse y eso hizo. Pegó las tetas desnudas al parqué y en cada movimiento de avance las deslizó por el suelo hasta que el frotamiento con la cálida madera hizo sufrir sus pezones, endurecidos y ardientes ya por la situación y los pellizcos a los que los había sometido mientras se contoneaba para placer del Dueño.

Antes de sumergirse bajo la mesa, se incorporó un instante, dejó con la boca el móvil sobre la mesa y continuó su reptar hasta que su rostro estuvo pegado al paquete del hombre. Bajo la mesa, se arrodilló, abrió bien las piernas y las colocó a ambos lados del zapato derecho del hombre que tardó apenas un segundo en clavar la puntera entre los labios de su coño cada vez más húmedo.

Maniobró con ambas manos para sacar el bálano al que

había sido convocada a servir y complacer y, una vez fuera, lamió y besó los huevos primero en señal de total adoración y luego hizo lo propio con la extensión completa de la verga, que aún no estaba del todo endurecida, besó el glande y se introdujo el miembro completamente en la boca hasta que su labio inferior quedó pegado a los huevos de los que ansiaba de nuevo alimentarse con el manjar que generaría su placer. Un instante después soltó la tranca que crecía en su garganta y comenzó a besar la mano que tenía bajo la mesa el Dueño.

  • Te dejo, hermanito -dijo el hombre por el teléfono- Parece que mi zorra

devoravergas

tiene ganas de usar la boca para algo que no sea comerme la polla sin descanso.

Ella sabía que el nombre que le había dado era un castigo por importunarle con su suplica de hablar con él. Besarle la mano era como debía hacerlo. Pero también sabía que el hecho de que interrumpiera su conversación significaba que le había concedido ese privilegio. Rara vez no lo hacía.

El hombre apartó un poco la silla del escritorio y la cabeza de la hembra que estaba a sus pies para servirle una vez más de juguete sexual esclavo emergió por el hueco.

  • Sabes que esta zorra

devoravergas

solo es feliz si tiene la tranca que es su dueña clavada en el coño, el culo o la garganta -se había arriesgado a tutearle porque estaba rabiosa, deseando mostrar su rebeldía-. “Pero que rebeldía ni que niño muerto -pensó antes de seguir hablando- estoy arrodillada desnuda bajo su mesa, sujetándole los huevos y la verga con la cara y recibiendo en lo más profundo del coño la puntera de su zapato, ¿y tutearle es mostrarme rebelde?” -luego habló sonriendo a causa de su pensamiento - ¿puede esta

devoravergas

preguntarte algo?

  • Dispara cuanto antes, juguetito. Tu propietaria echa de menos tu lengua.

  • ¿Conocías antes a la candidata?, ¿la viste en el gimnasio?, ¿por eso me obligaste a volver a ir?, ¿la habías visto antes?

  • ¿Y se supone que tengo que contestarte a eso que suena casi a un reproche? -dijo el hombre sin perder la calma. Extendió la mano y cogió el móvil de encima de la mesa. Leyó la conversación y luego sonrió -Por lo que veo tus preguntas ya tienen respuesta.

  • ¡Serás cabrón! -estalló ignorando la puntera de piel que laceraba su coño bajo la mesa golpeando inmisericorde en su interior- La tenías fichada. Por eso sabías que las fotos eran auténticas. Me mentiste.

En un solo movimiento el hombre echó hacia atrás lasilla, se puso de pie, sujetó por la melena a la hembra que estaba a sus pies y tiro de ella con toda la fuerza de la que fue capaz.

“Ya está, ya te has pasado” -pensó ella mientras sentía como la madera arañaba sus rodillas mientras era arrastrada sobre ellas- “Ahora sí que le has cabreado”.

  • ¿Crees acaso que el hecho de que te conceda el privilegio de que mi polla te use de juguete te da derecho a cuestionarme?

El Dueño no esperó respuesta. No quería darle a la hembra la ocasión de pedir perdón, de disculparse, de humillarse solicitando y suplicando su benevolencia. Era demasiado buena haciéndolo como para negarse si le daba la oportunidad.

De nuevo tiró de su cabello todo lo fuerte que pudo para ponerla de pie, la giró bruscamente y la arrojó contra el escritorio. La esclava, movida como una pluma de sumisión por un huracán de dominio y enojo, se estampó contra el mueble. Luego una mano cruel la obligó a pegar vientre, tetas y rostro al escritorio mientras sus piernas eran abiertas y separadas sin miramientos por dos patadas del Dueño en sendos tobillos.

  • Ni se te ocurra hablar, gritar o abrir la boca, mala perra -le ordenó alzando mínimamente la voz justo antes de que toda su mano penetrara completamente en su coño sin prepararlo, sin miramientos, sin compasión-.

Ella a duras penas contuvo el impulso de gritar y las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas. Las lágrimas mezclaban el dolor y la frustración, la rabia y el desengaño. Pero sobre todo eran tristeza.

No era tristeza por el castigo. Se lo había merecido, casi lo había buscado. La mano taladrando dolorosamente sus entrañas, los sonoros flagelos que habían comenzado a caer continuos y crueles obre su espalda -el Dueño siempre tenía a mano sus herramientas de dominio favoritas- eran merecidos Atormentadores, pero merecidos. Incluso en mitad de las tristezas superpuestas eran bienvenidos. Eran una prueba de que era suya, de que aún lo era. De que el Dueño al que adoraba y la verga por la que vivía aún la consideraban su esclava.

De ahí partía su tristeza. Descubrir que el Dueño la había ocultado que llevaba tiempo con el ojo puesto en su futura potra, la llenaba de tristeza porque la hacía suponer que se lo había ocultado por un solo motivo. Porque quizás planeara sustituirla.

Imaginarle escrutando las redes para descubrir cosas sobre una nueva hembra sin incluirla la hacía sentir una tristeza dolorosa, más cruel que cualquier castigo que estuviera recibiendo.

El Dueño sintió las lágrimas de su juguete incluso sin verlas. Los pequeños espasmos de sus hombros no eran provocados por la invasión de su coño o por los fuertes pellizcos

que

propinada a los labios vaginales antes de volver a percutir dolorosamente en su interior, tampoco lo eran por los rápidos y continuos latigazos que descargaba incansable sobre su espalda. Solo podían ser provocados por el llanto.

Y sabía por qué lloraba. Era cierto que lo que ella había descubierto. Mucho antes de ordenarla reclutarla sabía de la existencia de la potranca. Una breve charla con uno de los monitores del gimnasio le había proporcionado su nombre. Con ese solo dato la pudo localizar en Internet. La joven era hija de su tiempo. Sus redes sociales estaban plagadas de información. Las fotos completas de ella en bikini en sus vacaciones confirmaron que las parciales de su perfil en el foro de dominación eran reales. Era abogada, eso lo había descubierto en su perfil de LinkedIn. Bueno, licenciada en derecho. Nunca había ejercido y había realizado trabajos administrativos para distintos bufetes y departamentos legales. Había intentado y seguía intentando ser modelo. Eso lo supo por varios

videobooks

subidos a YouTube en los que combinaba sesiones de fotos con anuncios de algunas campañas promocionales para empresas pequeñas. Era la pieza que buscaba para su oficina y para su colección de juguetes esclavos.

Sabía que la hembra a la que estaba castigando por su rebeldía le imaginaba excitado y cachondo como un

stalkeador

de perfiles cualquiera,

pajeándose imaginando

a la joven potranca a sus pies. Por eso lloraba. Por eso estaba siendo castigada. No por su pregunta. Sus sometidos servicios, su humillada aceptación de su dominio y su siempre gozoso y feliz ejercicio de esclava de su verga y su placer le habían concedido hace tiempo el derecho a hacer cualquier pregunta y a hacerla en cualquier casi en cualquier tono. La castigaba por la falta de confianza, por imaginarse que el Dueño de su vida y su cuerpo era un hombre que necesitara pajearse a espaldas de la hembra a la que dominaba como un falso dominante virtual cualquiera que ocultaba sus contactos y sus fotos a su esposa real.

  • ¿Por qué lloras, perra de mierda? -le preguntó en un tono duro mientras hacía de nuevo restallar el látigo contra su espalda- ¡Responde!

La mujer estuvo tentada de decir que lloraba de dolor, pero sabía que el hombre que la castigaba quería la verdad. El dolor era lo único que ahora mitigaba su tristeza, que la daba un remoto sentimiento de placer, del placer que la originaba pertenecer en cuerpo y alma al Dueño

  • ¿Tan mal te sirvo?, ¿Tan mal juguete esclavo soy qué quieres sustituirme?

Allí estaba. Justo lo que él había supuesto que pasaría. Los sentimientos que esta nueva adquisición desataría en su Juguetito, en su dócil y adiestrado Juguetito, en su amado Juguetito. Por eso había decidido hacerlo así. Para llegar a este punto. Había imaginado que sería un poco después, cuando, con la potranca ya en su cuadra, si es que lo lograba, sus hembras esclavas hablaran entre ellas. La conversación de WhatsApp lo había adelantado, pero estaba preparado.

  • Te recuerdo que la mula fue un regalo para ti,

comevergas

desagradecida. Me la pediste, suplicaste por ella sin parar incluso cuando tenías mi verga encajada en la garganta. No te atrevas a decir que fue de otra manera -de nuevo no la dejó contestar antes de extraer su mano dolorosamente de su interior. Notó como las caderas de la hembra se contraían para recibir una nueva y brutal embestida y así siguieron cuando en lugar de eso recibió la suave caricia de los dedos del hombre que la tenía inmovilizada contra la mesa y castigada sin piedad. Había esperado un ariete en su interior y recibió suaves mariposas que se posaban en su irritada piel calmándola, excitándola, regando y adormeciendo con la nueva humedad de su interior la dolorida zona.

  • ¿De verdad piensas eso?, ¿de verdad crees que necesito esconderme de ti?

Un suspiro, provocado en parte por la nueva excitación y en parte por el alivio que esa pregunta y el tono en el que había sido hecha le habían producido, escapó de la garganta de la hembra.

Por fin comprendió el motivo de su castigo. Por fin lo reconoció como justo. No era su rebeldía ni sus preguntas lo que había enfadado al Dueño. Era su falta de confianza, su falta de conocimiento del hombre cuya voluntad, cuyo placer y cuyo dominio marcaban su existencia.

Tenía razón. Nunca se habría escondido de ella. Era muy capaz de haberla usado como juguete sustituto de otra en lugar de masturbase si así lo hubiera querido. De hecho, ya lo había puesto en práctica en más de una ocasión.

En varias ocasiones, al comienzo de su adiestramiento, la obligó a masturbarle o comerle la verga mientras hablaba por teléfono y bromeaba sexualmente con otras mujeres. Fue una lección para enseñarla que ella sería lo que él decidiera, aunque fuera la sustituta de la pasión despertada por otras. Nunca lo había repetido. Pero ella sabía que si hubiera querido simplemente lo hubiera hecho.

  • No -contestó al fin entre jadeos provocados por el agotamiento que había invadido su cuerpo durante el castigo y la excitación que comenzaba a sustituir y apagar ese cansancio -es que…

  • Es que, nada -dijo el hombre. Ella esperó un nuevo latigazo en la espalda, pero recibió otra cosa. Sintió el calor de la piel del hombre contra la de su espalda atemperando el escozor de los flagelos y luego el dulce roce casi infinitesimal de un beso.

  • Entonces, ¿por qué…

No terminó la pregunta. El hombre la levanto de repente de la posición de escuadra en la que la había retenido contra la mesa tirándola bruscamente del cabello, de nuevo la giró en un solo movimiento y la enfrentó a él. Luego se acercó como un relámpago a ella y la beso. La besó y la siguió besando con la lengua penetrando profundamente en su boca hasta casi provocarle la arcada, jugueteando con sus dientes, chocando y entrelazándose con la suya propia que la buscaba ávida, desesperadamente. Se apartó y la miró fijamente.

  • Porque te quiero, perra esclava, porque te quiero. Ahora llama a esa candidata, tengo que hacerle una proposición.

Ya no había dolor. Bueno sí había dolor, el dolor se mantenía y la excitaba. Lo que no había era tristeza. Se giró para coger el teléfono y marcar. Cuando estaba a punto de hacerlo sintió las manos del dueño subir por la parte interior de sus muslos como serpientes que reptan buscando su alimento, cambiaron de dirección y pasaron por encima de sus cachas, esas cachas redondas que el gimnasio y los continuos servicios de placer a su propietario mantenían duras y fuertes. Cada mano se detuvo un instante sobre cada cacha magreándola, estrujándola en un recordatorio pudo de su condición de propiedades esclavas adiestradas para el uso y disfrute del Dueño. Luego las separaron. La hembra exhaló un gemido cuando la tranca que tanto deseaba, a la que ansiaba y adoraba servir sin descanso se clavó de un golpe en su interior.

  • Mueve el culo y llama de una vez, yegua folladora -y la orden era absolutamente literal.

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Cuando sonó el teléfono la joven estaba en la oficina común del

bufete

para el que trabajaba de administrativa. Vio que era su amiga y dejó de teclear en el ordenador para cogerlo. La expectación la invadió. ¿sería la respuesta a su ofrecimiento?, ¿estaría el Dueño de su amiga dispuesto a incluirla en sus juegos al menos una vez? Tan expectante estaba que casi perdió la llamada porque no se dio cuenta de que era una video llamada. Por fin la cogió.

  • Hola Naomi, cielo -le saludó su amiga. El móvil estaba muy cerca de su rostro y su voz sonaba entrecortada, como si estuviera haciendo ejercicio-. He hablado con El Dueño de lo que me dijiste, quiere hablar contigo

  • ¿Qué te pasa?, ¿estás en el gimnasio?

La mujer sonrío y apartó el móvil toda la longitud de su brazo. Lo que vio dejó a su interlocutora sin aliento. Desnuda en escuadra sobre la mesa, su amiga estaba siendo follada, usada, mientras hablaba por teléfono con ella. Jadeaba cada vez que se impulsada hacia adelante y hacia atrás para clavarse en la verga del hombre a cuya verga estaba dando placer mientras hablaba. De Él apenas se veía parta de su vientre. Se oían rítmicos y sonoros golpes de carne contra carne. No tuvo que echarle mucha imaginación para suponer que eran las manos del hombre golpeando el culo de su hembra para marcar el ritmo al que quería que ella se clavara en su miembro.

  • Más o menos -contestó la mujer sonriente y jadeante- El Dueño ha decidido que su yegua folladora cabalgue para placer de su verga mientras hace su trabajo de oficina. Espera un momento. Paso la videollamada a la pantalla grande.

Su móvil hizo un ruido extraño y de pronto el plano de la imagen cambió. Ahora veía un plano más abierto. Veía a la hembra por completo, desnuda, en escuadra tras el escritorio. Libre ya de la necesidad de sujetar el móvil se apoyaba con ambas manos en el borde de la mesa para seguir el ritmo que las manos de su propietario marcaban en sus glúteos. Sus cachetes seguían una cadencia continua, casi hipnótica, de

la que

la joven casi no podía apartar la mirada. Del hombre solamente se veían las manos, el torso y un atisbo de las piernas tras el escritorio. El plano se cortaba antes de llegar al rostro.

  • Naomi, ¿verdad?, Bonito nombre. Sugerente -dijo la voz del hombre- Esta magnífica yegua folladora me ha dicho que quizás esté dispuesta a unirte a nosotros, ¿es así?

  • Bueno, en principio… -La joven tuvo que esforzarse para concentrarse en responder. El continuo vaivén de los pechos de la mujer que servía desnuda de juguete esclavo de placer a su interlocutor la hipnotizaba casi tanto como el ritmo marcado por el dominio de El Dueño en su perfecto culo.

  • Te advierto que el compromiso aquí es total. Mis empleadas se comprometen todas en los mismos términos. Cuéntaselo, coño esclavo. Usa la boca para algo más que para comerme la polla sin parar, zorra glotona.

Por fortuna para Noemi, su lugar en la oficina estaba prácticamente en soledad en una esquina de una amplia sala. Pese a ello se puso los cascos para seguir la conversación.

  • Los juguetes de oficina del Dueño somos propiedades esclavas que solo existimos para su placer, su servicio y su comodidad. Puede hacer con nosotras lo que le plazca, cuando le plazca y todo el tiempo que desee.

  • En realidad esto es un juego placentero para todos -dijo el hombre como restándole importancia a la solemne declaración de la hembra que estaba cabalgando desnuda su verga hasta el agotamiento, mientras él no

hacía

esfuerzo alguno para acaparar todo el placer que ella le proporcionaba sin descanso- Es un juego sencillo, con reglas sencillas, ¿verdad, esclava?

Sin dejarla responder, sujetó a la mujer por la cintura y la atrajo hacia sí, manteniéndola completamente clavada en su verga. Ella comenzó a girar las caderas en círculo para continuar satisfaciendo al miembro que la taladraba. Él no la dejo. Se apartó y la embistió a la vez que hablaba.

  • ¿Cuándo empieza el juego?

  • Cuando nosotras decidimos, Dueño y Señor. Gracias por follar a vuestra esclava

  • ¿Cuándo termina? -nueva embestida-.

  • Cuándo nosotras decidimos, Dueño. Gracias por clavar a esta esclava vuestra verga

  • ¿Cómo se juega? -otra-

-Como vos deseéis, Dueño y Señor, gracias por usar a vuestra esclava

  • ¿Dónde?

  • Donde digáis, Dueño, gracias

La joven estaba anonadada, excitada, aterrorizada, emocionada, paralizada. Miles de sensaciones se agolpaban mientras seguía la letanía de preguntas y folladas y respuestas y agradecimientos. Era un sueño, era una pesadilla. Era algo aterrador. Era lo que más deseaba en el mundo.

  • ¿Cuánto? -nueva arremetida, nuevo gemido de placer, nueva respuesta-.

  • Cuanto queráis, Dueño, gracias por permitir a esta esclava daros placer

  • ¿Quién pone las reglas?

  • Vos y vuestra verga, Dueño y señor. Esta esclava es feliz de servir al placer de vuestra verga

  • ¿Quién juega?

  • Vos, Dueño y Señor

  • ¿Y vosotras?, ¿no jugáis?

  • No, Dueño y Señor, mientras dure el juego, vos sois el único jugador y nosotras somos -una nueva acometida salvaje- ¡Vuestros juguetes!

El grito mezclado con la respuesta, mezclado con un gemido, mezclado con las manos del hombre engarfiadas en ambas cachas de la hembra de su propiedad, manteniéndola incrustada en su tranca, fueron suficientes para que Naomi comprendiera que su amiga, la yegua esclava de ese hombre, se estaba corriendo. Que le había sobrevenido un orgasmo cuando había gritado la última norma. No sabía si él también lo había hecho. No le veía el rostro.

  • ¿Y bien? -dijo el hombre ¿qué te parecen las reglas?, ¿sencillas no?

  • Si, Dueño -se atrevió a decir-.

. No soy Dueño de tu persona aún. No te has ganado ese privilegio como si ha hecho este magnífico coño que se está corriendo ahora de gusto por servirme como juguete. De hecho, inventé las normas para ella, ¿te lo ha contado? Fue la mejor manera de que fuera placentero domarla y adiestrarla hasta ser la arrastrada hembra esclava y perfecta yegua folladora que es ahora.

La joven iba a contestar algo. Tenía que contestar algo, cuando el sonido de un teléfono la detuvo.

  • Vaya hombre -se oyó decir con tono de fastidio a la voz del hombre- ¡Que oportuno! Disculpa un momento. ¡Perra esclava, deja ya de correrte en mi polla y atiende el teléfono!

Obnubilada por la estación y la humedad que fluía sin control en su interior, la joven tardó unos segundos en darse cuenta de que la última frase no era para ella. No se sorprendió al

descubrir que

hubiera deseado que sí lo fuera.

La pantalla de su teléfono pasó un instante a negro y por ello temió que el hombre hubiera interrumpido la comunicación, haber perdido la oportunidad de decir que sí, que aceptaba todas y cada una de las reglas que la convertirían en el juguete esclavo de aquella polla que había hecho a su amiga correrse mientras hablaba con ella, que ansiaba ser propiedad de aquel que a fuerza de uso, dominio y humillación había conseguido domar a la hembra que le servía.

Su miedo resulto ser infundado. Unos segundos después la imagen volvió y lo que vio la reafirmó más en la decisión que su cuerpo excitado, su mente enfebrecida y su alma entregada ya habían tomado por ella.

El hombre había vuelto a transferir la llamada al móvil y hablaba por el altavoz. Pero la cámara no le enfocaba a él. Enfocaba a la hembra que acababa de correrse cabalgando como esclava para él, arrodillada a sus pies, limpiando amorosamente el semen que manaba de la verga que acababa de gozarla mientras atendía al teléfono fijo.

  • No me has dicho sí estás interesada en la propuesta -dijo la voz del hombre

Ella no contestó. Estaba extasiada con la imagen de la esclava sirviendo al Dueño y a su verga aun cuando hacía labores de oficina. Estaba completamente pendiente de la conversación que mantenía.

  • El Dueño no puede ponerse ahora, Javier -decía la mujer mientras con la otra mano estrujaba el miembro del Dueño para que aflorara el último semen restante en su interior- Está en una entrevista de trabajo.

Mientras escuchaba la respuesta, la esclava se

llevó

la tranca a la boca y la succiono para terminar de extraerle el jugoso manjar que buscaba. Luego pasó la lengua por toda la longitud de

la misma

y relamiéndose tras tragarlo volvió a hablar por teléfono

  • Pues imagínatelo. Aquí me tiene, limpiándole la polla a conciencia después de usarme. Ya sabes, lo que una buena

mamapollas

de oficina debe hacer.

Luego volvió a la tarea hasta que de nuevo tuvo que contestar.

Muchas gracias Javier. Se lo recordaré -soltó el teléfono y ya se concentró completamente en la limpieza del miembro, abrillantando el glande con la punta de la lengua y lamiendo incluso las pequeñas gotas de semen que chorreaban por lo huevos.

  • Gracias Dueño por dejar saborear a esta esclava

comevergas

el premio de vuestro placer a su servicio esclavo

  • ¿Naomi?, ¿Naomi, estás ahí? -la voz del hombre sonaba divertida

  • Sí -dijo ella reaccionando- Si, estoy. Sí, Sí a todo.

  • De acuerdo, de acuerdo -concedió el riendo-.

Ahora que has decidido empezar este juego tengo que comprobar si eres apta para él. Si decido aceptarte como mi juguete vendrás a trabajar aquí como mi juguete, ¿de acuerdo?

Ella no había esperado en sus fantasías que cumplir su sueño de sometimiento le supusiera cambiar de trabajo. Pero ahora no estaba dispuesta a echarse atrás, a desaprovechar la oportunidad.

  • Vale, ¿Qué tengo que hacer?

  • Tengo tu teléfono. Te iré informando. Y colgó.

El hombre se quedó de pie, satisfecho mirando al tendido mientras su hembra esclava terminaba de mimar y limpiar su bálano y lo guardaba de nuevo dentro del pantalón. Cuando notó que ella empezaba a besarle los pies con devoción, con insistencia, casi con furia, bajó la mirada hacia ella. Ella alzó los ojos rebosantes de lágrimas y le miró. Eran otras lágrimas, lágrimas distintas, lágrimas de felicidad.

  • Gracias -pudo solamente decir entre las lágrimas

Él

se acuclilló junto a ella y la levantó el rostro amorosamente con dos dedos.

  • A los ojos de un buen coleccionista adquirir una nueva pieza no resta valor a las que ya posee. La suma de juguetes solo añade valor a la colección, nunca le restará valor al juguete más valioso de ella.

Y besó sus pechos. Y besó sus labios. Y besó sus lágrimas.

  • Veamos ahora de que pasta está hecha esta nueva potranca, ¿te parece?

Continuará