Juguetes de Oficina (8) Interludio de la potra (a)

Mientras se dirigen a la presentación en sociedad de la nueva yegua esclava, El Dueño y su potra comienzan a recordar cómo fue adquierida como juguete esclavo de oficina.

Cuando el Dueño –“

¡Por fin, El Dueño!”- le ordenó descansar antes de su presentación en sociedad como su nueva yegua esclava, su nuevo juguete de oficina, ella había creído que se producirá en pocas horas.

Quizás esa misma noche. Pero había pasado una semana.

Una semana que no había sido precisamente de descanso.

Desde el momento en el que la cabalgó por primera vez, enculándola a su antojo y regándola con su semen para marcarla como su propiedad, habían pasado muchas cosas, ninguna de ellas precisamente descansada.

Al menos eso le parecía a ella mientras, con la mirada fija en el suelo de la limusina en la que viajaba, permanecía de rodillas en el asiento que estaba frente a su propietario, el que estaba en el sentido opuesto a la marcha.

Dos de sus compañeras, la Jaca y la Potra, atendían amorosamente la verga que era su propietaria con sus bocas y sus manos. La besaban y acariciaban sin sacarla del pantalón del hombre arrodilladas y con los culos bien alzados a ambos lados del propietario, que mantenía distraídamente sus manos apoyadas sobre ambos traseros. No los golpeaba, no los apretaba ni los magreaba, no los acariciaba ni jugaba con ellos. Solamente se apoyaba en ellos como si fueran los reposabrazos de un sillón, de un trono. Eran suyos. Era lo que decía esa postura, esa mano displicente que reposaba tranquila sobre esas maravillas desnudas y ofrecidas. Era su propietario y podía usarlos cuando quisiera. La mula conducía. No sabía si era alguna especie de castigo aún por su pasada desobediencia. No estar en presencia del Dueño y no poder esmerarse en atenderle. No se había atrevido a preguntarlo.

Ella, la nueva, aún no se había ganado ese privilegio por más que lo deseara. Durante la semana había usado a su antojo en

varias

ocasiones en la oficina. A veces sola, a veces ayudada y acompañada de alguna de sus compañeras que la introducían en las mejores formas de servir y complacer al Dueño y a su verga. También había trabajado. Había trabajado sin descanso.

En los primeros días se dio cuenta de que la empresa marchaba prácticamente sola y no demandaba demasiada atención. Atención del Dueño, claro está.

Sus hembras trabajaban todo lo necesario para que el negocio funcionara. Las exportaciones e importaciones eran sencillas. Productos sin complicaciones y países sin riesgo. Toda una mecánica cotidiana que exigía trabajo y a atención de los juguetes de oficina, casi tanta como reclamaba constantemente la verga bajo cuyo capricho y dominio vivían y trabajaban.

Asistió a otra reunión del Dueño con Javier. Si es que asistir se puede considerar a permanecer desnuda a los pies del Dueño con las caderas bien alzadas para ofrecer culo y coño a su propietario y el rostro pegado al suelo y la mejilla bajo el zapato del hombre, mientras que contenía a duras penas el placer que la situación y el jugueteo constante de los dedos del hombre al que servía como esclava con su ano y su coño.

También había asistido a otra reunión. Una con clientes externos en sus oficinas. Mientras iba en el asiento del copiloto devorando sin cesar la verga del Dueño mientras él conducía como agradecimiento dócil y sometido a que la llevara a la reunión, temió o quizás deseó, no lo tenía claro, que el Dueño la llevara solo para exhibir ante sus iguales su dominio sobre ella, que la usara como moneda de cambio en sus negociaciones. Podía hacerlo. Ella le pertenecía, era su esclava, su juguete. Podía prestarla si quería.

Tuvo que reconocer ante sí misma en silencio que esa expectativa la excitó casi tanto como saberse observada por los conductores mientras devoraba la verga del Dueño, como notar los ojos de alguien en cada parada, en cada semáforo, clavados en su culo y su coño, desnudos bajo la falda y a merced de las palmadas y pellizcos con los que el hombre al que servía marcaba el ritmo al que su verga quería ser complacida.

Pero no fue así. Él la presentó a varios hombres que la miraron sin pudor de arriba abajo, sabiéndola sin ropa interior bajo la falda y la blusa, sabiéndola esclava del Dueño. Eso había sido evidente desde el principio. Sobre todo, por los comentarios de uno de ellos, el más viejo, que no recibieron respuesta alguna del Dueño.

La molestaron. Le parecieron groseros e inapropiados. Pero se resignó. Era una esclava. La última frase que había escuchado del Dueño en el coche había sido “trágatelo todo como la magnífica puta

comepollas

que eres, esclava” mientras se corría en su garganta al llegar al

parking

. No es que tuviera mucho sentido quejarse de las groserías.

Sin embargo, el Dueño había parado los comentarios del viejo con una velada alusión a no firmar el contrato, lo que había sorprendido a su Directora de Marketing y yegua esclava a jornada completa “¿de verdad pondría en riesgo un negocio por mí?” Se había preguntado.

No había tenido tiempo para responderse. Él le había dado la voz cantante y había permanecido en silencio. De vez en cuando hacía comentarios y preguntas siempre pensados para ponerla en valor, para resaltar su capacidad ante los demás.

“Perdona, Adriana querida, repítelo, que tú lo tienes muy claro, pero yo de estas cosas se poco.” O “Yo soy de la vieja escuela del apretón de manos, pero tú sabes más de todas estas cosas”.

Al segundo o tercer comentario lo comprendió. Esa era su verdadera demostración de poder ante los demás y el regalo para ella. Todos sabían que era su esclava, que le pertenecía, que, si así se lo ordenaba chasqueando los dedos, en un segundo estaría desnuda arrodillada a sus pies comiéndole la polla sin descanso ante todos ellos. Pero, en lugar de eso, él le concedía el poder de la negociación, ponía su dinero y su empresa en sus manos.

Así les demostraba que él no era Dueño de una mujer apocada y sumisa, sino que había sometido a una hembra y una mujer fuerte, inteligente, incluso más que él en determinados aspectos profesionales. A alguien que estaba a años luz del alcance de cualquier otro hombre de esa sala como hembra y mucho más como juguete esclavo.

Esto la hizo crecerse todavía más cuando el Dueño la dejó negociar. Endureció su posición, mantuvo los términos y al final logró las mejores condiciones para la firma del contrato para la empresa y para el Dueño.

El colofón llegó cuando, tras un rato de conversación insustancial, los abogados de la otra empresa aparecieron con los contratos para firmar. Él se los paso a ella, ella los revisó y se los devolvió dando su aprobación. Entonces él, sentado en una silla en una de las cabeceras de la mesa de reuniones ovalada, se palmeó el muslo en varias ocasiones. Ella acudió como movida por un resorte junto al Dueño y se arrodilló ante él, puso las manos abiertas sobre sus muslos y bajó la mirada. La postura de total sumisión que le

había

enseñado su compañera Jaca como forma de espera a que la voluntad del Dueño decidiera su próximo destino.

“Os ha derrotado una esclava. Lo que para vosotros es una hembra fuerte, dura, inabordable, para

es un juguete esclavo de oficina” -ese era el mensaje que tuvieron que aceptar los hombres de la sala mientras firmaban el acuerdo- “No os confundáis, no es una esclava, no es ni sería esclava de cualquiera. Es mi esclava”.

Se sintió maravillada, agradecida, excitada, complacida. Se sintió hembra. mujer, esclava. Se sintió perfecta. Y se lo agradeció con creces al Dueño y a su verga en el camino de regreso mientras se corría todas las veces que él le dio permiso para hacerlo.

Él, como premio a su eficacia, la convocó a su casa esa noche. Aún se le encendían las entrañas cada vez que recordaba lo ocurrido esa noche.

  • Estás fiestas de gala son principalmente postureo.

Algo que a mí no me pone demasiado -la voz del Dueño la sacó de sus recuerdos. Parecía evidente que se dirigía a ella. Sus compañeras no necesitaban lección sobre ese punto en particular. Ya habían sido presentadas en sociedad.

  • Lo cual demuestra el hecho de que el Dueño y Señor de esta yegua esclava haya decidido acudir en una limusina enorme- contestó y automáticamente se arrepintió. Se había visto animada a esa irrespetuosa respuesta por el tono festivo y distendido en el que se habían desarrollado los preparativos para acudir al evento.

El Dueño y las integrantes de su cuadra habían bromeado mientras él elegía sus vestimentas. Todos ellos recurriendo al tono excesivamente formal y grandilocuente como recurso sarcástico.

Las cuatro habían terminado espectacularmente enfundadas en las vestimentas que el Dueño había elegido para ellas. La Jaca con un vestido azul de falda de vuelo de longitud tan minúscula como infinitos era sus escotes trasero y delantero; la potranca lucía unos pantalones ajustados que marcaban sus bien torneadas piernas. Aunque llamarles pantalones era muy generoso. Cubrían las piernas sí, pero dejaban al aire las impresionantes cachas del redondo y firme culo de la hembra rubia que tan solo era cubierto de forma testimonial por una ínfima cinta de cuero en el centro. Sus pechos también estaban a la vista sostenidos por un corsé que los elevaba y tan solo cubría los pezones con dos ínfimos adornos. Ni siquiera eso cubría los exuberantes pechos de la mula del Dueño, que sobresalían de una ajustada prenda de cuero a través de dos aberturas circulares. La prenda se extendía en una cola inmensa de tules trasparentes que se movían con las sinuosas caderas de la hembra y en ocasiones dejaban ver al aire el culo que el resto del tiempo traslucían abiertamente. Por delante nada, su coño completamente expuesto a la visión de quien quisiera mirar. Todas ellas alzadas sobre tacones infinitos.

Ella, la yegua, la nueva adquisición del Dueño, había sido vestida por sus compañeras. Una especie de rito privado de la yeguada, que también se había hecho entre bromas. Un vestido largo con un escote abierto en la espalda que dejaba más de medio trasero a la intemperie. Por delante era parecido a un corsé que tapaba tan solo la mitad de los pechos. A ambos lados la tela se abría en una raja infinita que dejaba a la vista las perfectas e infinitas piernas de la yegua y en cada paso permitía atisbar en ocasiones el coño que acababa de adquirir su propietario como juguete esclavo.

Todas llevaban sus collares de esclava. Todos con una anilla de oro de la que el Dueño, si así lo deseaba, podía enganchar una cadena. Todos de piel menos uno, el de la jaca esclava. Era de terciopelo. Una tela que ajustaba perfectamente a su cuello sin que sobrara un solo milímetro de tejido.

Ella apenas había intervenido en la conversación, pero ahora le había salido sin querer ese sarcasmo. Quizás por el recuerdo de lo poderosa que se había sentido en la reunión que acababa de rememorar o quizás porque envidiaba ese grado de familiaridad que los otros juguetes de oficina tenían con el Dueño

Se hizo un denso silencio. No lo rompió el Dueño, sino la mula exuberante y voluptuosa que conducía, que habló sin girarse.

  • No, El Dueño y Señor aborrece el postureo. Por eso no ha contratado un chofer con la limusina y tiene a su mula culona folladora conduciendo en lugar de masajeando su verga con las cachas de su propiedad que es lo que esta mula se muere por hacer. Muchas gracias por este inesperado privilegio, ¡Oh Dueño y Señor!

  • ¡Pero mira que sois pécoras! -Dijo por fin el Dueño riendo y relajando la situación-. Tú mantén la boca pegada a mi paquete, jaca mía, que me temo lo que vayas a decir si te permito hablar. No vaya a ser que termines envenenando mi verga con tu lengua. Todos rieron.

  • En serio, yegua esclava –repitió el Dueño con un tono ya más dominante- Esto es principalmente postureo. Se trata de demostrar lo dominante que eres. Alimento para el ego de amos y amas inseguros que necesitan que los demás sepan lo que son y les aprueben como tales.

  • Entonces -el tono de la esclava había recuperado su docilidad y su total sometimiento- ¿por qué lleváis allí a esta hembra esclava?

  • Por dos motivos fundamentales. Para que te vean, te conozcan y te reconozcan como mía. Y para que os divirtáis a su costa.

La yegua volvió a bajar la mirada, adoptando la actitud sometida en la que tan cómoda se encontraba. La joven potra apenas había participado en la conversación. Mientras besaba amorosamente el paquete del dueño por encima del pantalón, con la cabeza bien colocada bajo su paquete, intentaba concentrarse en el placer que el jugueteo de las manos de su propietario con sus cachas y su coño la producía. Había ocupado ese lugar destacado que le permitía adorar sin descanso a la Dueña de su existencia en cuanto se había subido al coche. Ninguna de las otras se había opuesto. El Dueño había elegido para la presentación en sociedad de su nueva adquisición la fecha en la que ella conmemoraba otra cosa. Su aniversario. El comienzo de su vida como esclava de la verga que ahora besaba y sujetaba con los labios por encima de la tela que la cubría. El inicio de su felicidad. Solo recordar

cómo

se había producido la provoca más placer que los manejos de los dedos del Dueño en sus entrañas. Podía ser una casualidad, pero ella creía que no. Sabía que no. Sin apartar la boca de la propietaria de su cuerpo y su vida miró hacia arriba. Su mirada se cruzó con la del Dueño que la sonrió. Él también recordaba.

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  • ¿En serio me estás pidiendo que haga eso? – la sorpresa de la mujer era absolutamente genuina. Arrodillada entre las piernas del hombre, levantó la mirada y la clavó en él.

  • Creo que olvidas varias cosas, Juguetito -dijo el hombre serio pero relajado, mirando a la mujer que tenía arrodillada desnuda frente a él y que sujetaba su verga con una mano sin dejar de menearla suavemente. Había aprendido desde el principio que esa verga, que era dueña y señora de su vida y su cuerpo mientras durara el juego, tenía que estar atendida en cualquier circunstancia.

  • Ya lo sé, ya lo sé -dijo resignada- Es tu juego, son tus reglas. Si no quiero jugarlo solo tengo que decirlo y macharme.

  • Esa es una de ellas -concedió el hombre sin alterarse-. La otra es que no puedes sacarte mi verga de la boca si no te doy permiso para ello.,

mamapollas

de mierda.

La mujer suspiró. Bajó la mirada y habló con total sumisión

  • Esta

mamapollas

de mierda os suplica perdón por su error y recibirá su castigo sin protestar si estimáis que es necesario, Dueño y Señor -dicho lo cual volvió a engullir la tranca a la que estaba sirviendo y comenzó a mamarla con fruición.

El hombre apoyó la mano sobre la negra cabellera de la hembra esclava y presionó. La mantuvo así unos instantes. La verga complemente alojada en el interior de la garganta, la nariz pegada a su vientre, sin posibilidad de respirar. Sacudió dos veces las caderas para follarse la boca de la hembra y luego relajó la presión para que pudiera seguir respirando y atendiendo con la lengua y los labios la verga que exigía placer de sus servicios sin pausa y sin descanso

  • Como te decía, tu próximo trabajo será buscar para el Dueño una buena potranca. Ha de ser joven y ya sabes que me gustan las hembras espectaculares. Tú eres una prueba.

Ella comenzó a succionar la verga con más velocidad en agradecimiento al cumplido. Llevaba más de un lustro con él, inmersa en ese juego, siendo su juguete esclavo de oficina, y aún le maravillaba como el más leve de los cumplidos del Dueño podía excitarla de esa manera, hacer que le sirviera más, que se humillara más, que se esforzara más para agradecerle que la dejara y la mantuviera como hembra esclava a su servicio.

Ella asintió con la cabeza sin soltar el preciado manjar que saboreaba.

  • Yo te ayudaré, por supuesto -dijo el hombre justo en el instante en el que comenzaba acorrerse en su boca.

Y lo hizo. La ayudó y supervisó mientras se construía diferentes perfiles en foros y páginas de DS. La aleccionó de como relacionarse en ellos. A quién contestar y a quién no. Incluso el mismo le hizo las fotografías que subió a su perfil. Su cuerpo desnudo en diferentes posiciones de sometimiento sin que se viera su rostro. Las respuestas de amos virtuales fueron casi inmediatas. Llegaron a decenas. Ella las ignoró todas. Tenía Dueño y lo hacía saber.

  • ¿Por qué otra más? -preguntó compungida mientras entre ambos seleccionaban perfiles de supuestas sumisas a las que dirigirse- ¿no tiene el Dueño suficiente con este juguete esclavo y su mula?

  • Nunca tendré suficiente de ti -dijo el Dueño y la frase sonó como el cumplido que era- Siempre querré más, siempre desearé más. Pero mi mula y mi yegua necesitan ayuda en la oficina. Es hora de aumentar la yeguada con una buena potra que domar.

Durante semanas escrutaron y desaprovecharon perfiles. No le servían las que se ofrecían como esclavas a las primeras de cambio sino más bien aquellas que se presentaban con curiosidad, casi con desconfianza. Ocasionalmente investigaba algún perfil de forma más exhaustiva. Su esclava sospechaba que tenía algún tipo de contacto no del todo legal que le permitía poner nombre real a todos esos avatares y seudónimos. Nunca lo preguntó.

Por fin un día eligió un perfil. Era de una mujer joven, rubia, espectacular que mantenía conversaciones siempre con otras sumisas, nunca con amos o

dóminas

  • Las fotos pueden ser falsas -dijo la mujer, de nuevo arrodillada ante Él. En esta ocasión sirviendo al placer de su verga con un masaje constante mientras la alojaba entre sus firmes y redondos pechos.

  • No lo son. Lo he comprobado -dijo el Dueño sin aceptad discusión alguna y forzándola con una ligera presión de la puntera de su zapato en su coño a que se concentrara en el servicio.

Así dio por iniciada la relación virtual entre su juguete esclavo de oficina y la futura potra de su yeguada.

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Había sido un buen polvo. Rabioso, enfebrecido, paliativo, terapéutico.

De esos que parecen que curan, pero sólo atenúan; de esos que, de repente, se muestran programados en la mente y el cuerpo, como lavar el coche o acudir al dentista aparece en la agenda del móvil. De esos que se buscan y se encuentran sencillos, que parecen urgentes y son irrelevantes, que suenan necesarios y son intrascendentes. De esos que te recomiendan las amigas cuando lloras y te exigen los enemigos cuando gritas.

  • “¿Cómo he llegado otra vez a querer esto?” – se preguntó de nuevo ante el espejo que, incómodo e indeseado, se burlaba de su rostro sin darle una respuesta, “¿Cómo he llegado a esto?”

Ha sido un buen polvo, un polvo bueno. ¿Por qué entonces me siento como si

tuviera que tener

de nuevo motivos para el llanto?

Mientras esperaba el autobús en la parada, tratando de fingir ante sí misma que no salía de casa de un extraño, tras una noche de sexo duro de dominación, para ir al trabajo, consultó el móvil. Casi sin pensarlo pulsó el icono del foro y entró. Tardó tres segundos de rápidos movimientos de sus falanges en componer el mensaje para su amiga.

“Otra vez en las mismas, Pilar. Otro polvo inútil, ¿por qué insistió?” – no sabía si su amiga. Su confesora, en cierta medida su guía por los oscuros recovecos virtuales del mundo del dominio y el sometimiento, iba a contestar. Claro, ella no sabía que su amiga tenía esa misión encomendada por el dominio del Dueño de su cuerpo, su mente y su vida, que había elegido una nueva candidata para ser esclava de su verga.

La contestación le llegó cuando ya estaba subida en el autobús. De nuevo su amiga incidía en lo mismo. Si realmente quería someterse, si realmente le excitaban esos sueños de dominación que le había contado, esas sesiones no la llenarían, no la servirían nada que más que como un

flash

de lo que podía llegar a ser que se transforma en un doloroso recordatorio de lo que no era en cuanto la excitación desaparecía: “es como intentar curar el cáncer con aspirinas”, decía su amiga una y otra vez.

Iba a preguntarle por enésima vez cómo lo había logrado ella. Pero no lo hizo. De nuevo su amiga virtual le contestaría lo mismo de siempre. Ella no era ejemplo. Ella no lo había buscado. El hombre que ahora era su propietario la había arrastrado a esta situación. Ella había soñado con ella, pero nunca la había buscado. Se la había encontrado. Había tenido suerte.

  • ¿Dónde hay otro como tu Dueño? – había escrito medio en broma

  • No hay otro como el Dueño -había sido la respuesta completamente en serio. Y a ella la llenó de envidia. No por el hombre sino porque ella quería sentirse igual que su amiga. Quería, como ella, obedecer cada norma y cada orden del hombre que la dominaba -como lo de llamarle siempre “El Dueño”- sin necesidad de que él estuviese presente. Quería sentirse como ella le relataba que se sentía cuando pasaba horas arrodillada a sus pies, besándolos, o siendo sometida a todo tipo de juegos y humillaciones por sus manos, sus pies y su verga. Era cierto. No había conocido a nadie como él.

Tan solo le había visto una vez. En el gimnasio.

Después de unas semanas de charla en el foro con su amiga esta le había dicho un día que el Dueño le había dado la orden de ir al gimnasio. “para mantener todos mis juguetes en forma. Ha dicho el muy capullo -le comentó su amiga algo ofendida”. Y el enfado era genuino. No formaba parte de la estrategia de contacto. El Dueño se lo había ordenado después de que se pasara

más

de media hora masturbándole con las cachas del culo arrodillada ante él. “como si el hecho de que le haya

hecho

correrse en mi cara solo meneando el culo para su verga no sea suficiente prueba de que estoy en forma y tengo el culo duro como para partir nueces”, pensó.

La joven le recomendó el suyo y resultó que la candidata a nueva potranca del Dueño iba al mismo gimnasio que ella había abandonado hacía años para centrarse en todo el “ejercicio físico” que el Dueño y su verga la imponían.

Pese a todo su enfado por la exigencia del Dueño, no solo había obedecido sin rechistar, sino que, al conocer la coincidencia casual, había aprovechado de inmediato la ocasión para hacerle el trabajo con la candidata, cuando aún no se había secado en su rostro el semen que el Dueño le había regalado para marcarla un día más como su propiedad esclava de placer.

Así se habían conocido por fin personalmente. Coincidían tres o cuatro días a la semana en el gimnasio y a veces tomaban algo al acabar las sesiones. Ella siempre terminaba sacando la misma conversación, el tema que poblaba sus pensamientos conscientes y saturaba sus fantasías oníricas.

Un día de los que coincidieron llegó un hombre cuando estaban a cinco minutos de acabar su horario de ejercicios. Era un hombre maduro que no era desde luego de esos que llaman la atención en los gimnasios. Lo había visto antes en alguna ocasión. No estaba en exceso musculado y los ejercicios que comenzó a hacer dejaron claro que solo estaba interesado en hacer algo de mantenimiento. De hecho, solamente se fijó en él porque al pasar frente a ella ni siquiera le dirigió una mirada furtiva. Algo a lo que ella no estaba acostumbrada. Su impresionante anatomía resaltaba con lo ajustado de las prendas de gimnasio, desde su perfecto culo hasta sus magníficas tetas y los hombres no podían evitar mirarla. Que este no lo hiciera la dejó a mitad de camino entre la duda sorprendida y una ligera indignación del ego herido.

En realidad, parecía tener ojos exclusivamente para su amiga que se esforzaba hasta el extremo con ejercicios para endurecer los glúteos, algo absolutamente innecesario si una se fijaba en la perfecta redondez que mostraban debajo de las mallas.

Cuando su amiga terminó, le hizo un gesto y ella se lo devolvió con dos dedos en alto. Le faltaban dos series para acabar

  • Me voy duchando y pido algo en la cafetería -le dijo la otra mujer al pasar frente a ella. Diez segundos después pasó el hombre también en dirección a los vestuarios y las duchas. De nuevo sin mirarla siquiera.

Aún no sabía por qué al acabar la primera serie decidió dejarlo y encaminarse también hacia las duchas. Muchas veces se había dicho que fue solo por no hacer esperar a su amiga. Pero el recuerdo del calor que había sentido en la entrepierna al caminar hacia las duchas siempre le hacía reconocer que esa excusa era tan solo eso, una excusa.

Allí los descubrió.

Él

estaba desnudo en las duchas de mujeres con toda tranquilidad, como si tuviera todo el derecho a estar allí. Arrodillada ante él, también completamente desnuda, con el rostro pegado al mojado suelo de la ducha y la mejilla bajo el pie dominante del hombre estaba Pilar, su amiga. Entonces supo que era el Dueño

  • Muéstrame lo que has aprendido a hacer, Juguetito. Que para algo debe servir el gimnasio.

En cuanto el pie soltó la presa de su cara, la mujer saltó como un resorte, se giró sin dejar de estar arrodillada y alzó las caderas lo suficiente como para que sus cachas mojadas de agua por fuera y húmedas de toda su excitación en su interior se acoplaran a la entrepierna del hombre, justo bajo sus huevos. Así comenzó a moverlo en círculos

  • Este culo esclavo solo vale para serviros decía la mujer -al tiempo que lo movía cada vez más deprisa- Vuestro juguete esclavo os agradece que le deis la oportunidad de servir al placer de vuestra verga.

En un solo movimiento el hombre, que miraba hacia abajo contemplando con una sonrisa de satisfacción los esfuerzos de la hembra por servirle, se agachó un poco, sujetó a su juguete por la cintura y la elevó en el aire.

En ese momento La mujer que observaba escondida exhaló un suspiro de placer que temió que la delatara y que no hubiera sido más intenso si aquel hombre se lo hubiera hecho a ella. Eso es lo que ella deseaba, eso es lo que ella soñaba en sus fantasías más intensas. Ser arrebatada, ser usada sin restricciones y a capricho por un hombre y una verga para su placer, ser deseada hasta el extremo de no poder aguantar un segundo para usarla. Ser sometida. Se sorprendió al notar sus propios dedos acariciando y penetrando en su coño por debajo de las mallas de ejercicio. Habían ido a para allí inconscientemente en un intento inútil de satisfacer su excitación.

En cuanto los pies de la hembra esclava volvieron a tocar el suelo de la ducha, el Dueño la empujó contra la pared. En el mismo segundo las manos del juguete esclavo se apoyaron en la pared para formar una perfecta escuadra, la verga que era su propietaria tomó posesión de ella enculándola sin miramientos con un solo golpe de cadera del Dueño y la hembra usada gritó

  • ¡Gracias! -dijo sin importarle donde y quien escuchara su grito- Gracias por encularme, Dueño y Señor, Gracias por clavar le verga a la que pertenezco en mis entrañas.

Cada arremetida del hombre era contestada con un agradecimiento de la esclava y suponía un nuevo espasmo de placer en la entrepierna de la observadora que ya apenas podía contener el ardor de su placer. Este se incrementó cuando el hombre se detuvo, paso la mano por la espalda húmeda de su propiedad y habló al tiempo que le propinaba un sonoro cachete en uno de sus firmes glúteos.

  • ¡

Que se vea esa gimnasia, culo esclavo!, no voy a hacer yo todo el esfuerzo.

Y dejó de hacer esfuerzo alguno en absoluto. Fue su hembra, su propiedad, la que comenzó a clavarse rítmicamente en su verga todo lo más profundo que podía sin dejar de expresar su agradecimiento cada vez que lo hacía.

Él

se limitaba a palmear rítmicamente cada una de las chachas que trabajaban sin descanso para el placer de su verga marcando el ritmo al que quería ser complacido. La mujer dejó de apoyar una mano en la pared y la llevó hacia atrás hasta que logró hallar por entre sus piernas los huevos colgantes del hombre por cuya verga se estaba haciendo taladrar una y otra vez. Así comenzó a masajearlos y acariciarlos. No era suficiente hacerse follar sin descanso. También

tenía

que tratar con mimo y adoración los huevos del hombre que disfrutaba sonriente sin hacer esfuerzo alguno

Eso ya llevo a la escondida observadora casi al clímax. No era solo el sexo. Era el uso, era el sometimiento, pero también era la envidia lo que la excitaba. Quería ser como su amiga, quería dar placer a la verga que la usara y la sometiera sin importarle nada, sin cortarse por la posibilidad de que alguien la viera o la escuchara, sin estar pendiente de otra cosa. Ella quería sentir como ella, quería servir como ella, quería ser esclava como ella.

De nuevo las manos Del Dueño en la cintura, de nuevo alzada por los aires. Esta vez la mujer era sujetada en el aire por el Dueño que la pegó la espalda a la pared. Las piernas de la hembra se engarfiaron a la espalda del macho al que pertenecía cuando de nuevo con un solo movimiento, seco y fuerte, encajó su verga en el coño de su esclava. Así, alzada por la cintura y apoyada en la pared ella volvió a clavarse en el miembro que la usaba. No era él quien percutía. Había dado una orden y había que cumplirla. El cambio de posición no importaba.

  • Por favor, Dueño, por favor -cambió la letanía del juguete esclavo sujetado en el aire mientras follaba con su coño una y otra vez la verga a la que pertenecía-.

La observadora creyó por un momento que la hembra le suplicaba que parara, que se detuviera, que la dejara. Tardó un breve

lapso de tiempo

en darse cuenta de que no. Su orgasmo inminente la ayudó. Lo que pedía desesperadamente el juguete esclavo del Dueño era permiso para correrse, lo que suplicaba era autorización para entregarle su placer, lo que rogaba era eso. Hasta ese punto le pertenecía. Hasta ese punto estaba sometida y dominada.

Inconscientemente, ella también contuvo el suyo, sintiendo, quizás por primera vez, el dolor y el placer simultáneos de contener el orgasmo, de depender de voluntad de otro para gozar, de pertenecer tanto a alguien que Él decide tu placer y tu dolor.

  • ¡por favor! -susurró ella también desde su escondite-

Y lo hizo al tiempo que su amiga, al recibir el permiso del Dueño. El juguete esclavo grito, gimió y suspiró cuanto quiso clavada en la verga que la recompensaba su servicio con placer. Ella tuvo que taparse la boca para no hacer ruido.

Una segunda oleada de placer la invadió cuando vio que el hombre que había gozado y usado a su esclava a su capricho, desenganchaba a la hembra de su polla y la ponía de nuevo de rodillas.

  • Aquí no puedes dejar que se escape ni una gota. Luego no podrás lamerlo del suelo -dijo al tiempo que introducía su palpitante miembro en la boca de su esclava y sujetándola la cabeza tras la nuca con una mano comenzaba a correrse en su garganta con leves y continuados espasmos de caderas. Cuando terminó no sacó el miembro de la boca esclava que era uno de los juguetes favoritos de su verga. La mantuvo allí mientras ella tragaba y terminaba de succionar todo su regalo que ella paladeaba como un manjar. Luego relajó su presa, dejó capacidad de maniobrar a su servidora para que limpiara con la lengua todos los restos y salió chorreando de la ducha, dejándola allí satisfecha, arrodillada, marcada como esclava en su interior y deseosa de ser llamada de nuevo a su presencia cuanto antes.

Ciñéndose una toalla a la cintura abandonó las duchas pasando por delante de otra hembra que escondida seguía sintiendo los espasmos de su orgasmo y que estaba llamada a ser en un futuro la potranca esclava de su cuadra.

El sonido de la megafonía del autobús la sacó de sus recuerdos

  • Eso, tú ponme los dientes largos y el coño húmedo, mala amiga -tecleo-

  • Lo siento cielo. Seguro que encuentras uno para ti. Eres un

bellezón

. No tendrás problema.

Era cierto. No era el tipo de mujer que normalmente se encuentra deseosa de someterse. Su cuerpo espectacular, sus encantos más que abundantes y su juventud hacían que las propuestas no le faltasen. Pero las pocas que aceptaba no pasaban de la primera o la segunda sesión. No era ser atada o azotada lo que buscaba, no era ser insultada o humillada lo que necesitaba. Era ser sometida. Aceptaba todo lo demás si era sometida, pero ninguno de aquellos con los que había compartido cama y sesión le había proporcionado esa sensación de sometimiento.

  • A lo mejor El Dueño quiere otra esclava.

Así se fijaría por fin en mi -bromeo e inmediatamente se arrepintió-.

  • ¿Por fin? ¿Qué quieres decir?

La había pillado. Quizás por vergüenza, quizás por envidia, no le había comentado a su amiga su furtiva observación del servicio que el Dueño había reclamado de ella en las duchas. Ahora no tenía sentido mentirla. No quería hacerlo.

Por casualidad os vi el día que Él -se aseguró de escribir con mayúscula el pronombre, como hacia siempre la otra mujer cuando se refería al hombre del que era esclava. Luego dudó un instante y decidió utilizar la terminología adecuada. Que se viera que sabía de lo que hablaba- te usó en las duchas del gimnasio.

Esperaba una reacción negativa de la otra mujer. Algún reproche por esa invasión indiscreta de su intimidad sin su permiso y sobre todo sin el permiso del hombre al que le había entregado el control completo y absoluto de su existencia. Por eso se sorprendió con la respuesta.

  • ¡Serás guarra! -varios emoticonos carcajeándose- ¿Y te gustó lo que viste, pequeña mirona calentorra? -más emoticonos-.

  • ¡Dios, me corrí dos o tres veces! -contestó ya relajada por la reacción de su amiga-. Pensándolo bien era lógico. Ella era una esclava de los pies a la cabeza. Orgullosa de servir a la

verga

del Dueño siempre que Él lo deseaba o lo exigía. Que otros la vieran ser usada y complacer al Dueño para ella, no solo debía ser normal, sino que además tenía que ser un acicate. Demostrarle al mundo lo bien domada y adiestrada que estaba. Lo buena hembra esclava que era.

  • Si quieres se lo pregunto – Y la seriedad de la respuesta la sorprendió. Pero la excitó mucho más que la sorprendió.

  • ¿Harías eso por mí? -contestó casi sin pensar- Pero no creo que valga de nada -continúo escribiendo con algo desencanto. Ya le había visto antes. Antes de conocernos tú y yo. Pasaba por el gimnasio de vez en cuando y nunca me dedicó ni siquiera una mirada. Nunca se fijó en mí. El día que os, ¿espié? solo tenía ojos para ti. Bueno, ojos, polla y todo lo demás -añadió la broma para que su decepción resultara menos evidente.

  • Ja, ja, ja -contestó la otra mujer que cerró la conversación con varios emoticonos de besos.

Continuará