Juguetes de Oficina (6) Bienvenida al equipo

Tras una prueba final ante un invitado inesperado, el Dueño por fin acepta como su yegua esclava a la candidata, completando su establo de juguetes esclavos de oficina (nota. Adriana es la Nuria de la parte 5. Decidí cambiarle el nombre pero Todorelatos no me deja editarlo en lo ya subido)

Miró el reloj. Habían pasado tres horas y le parecían trece. Se estaba volviendo loca.

El artilugio que su futuro Dueño había incrustado en su coño y su culo hacía su trabajo a la perfección. Cada vez que se movía en la silla conseguía clavarse o frotarse contra alguna parte de sus entrañas que le producía dolor o placer o ambas cosas, ¿había alguna diferencia entre ellas? Ya no lo sabía, ya no lo percibía.

Apenas podía distinguir una cosa de la otra y mucho menos concentrarse en el trabajo que le había sido asignado.

Era sencillo al menos para ella. Un simple plan estratégico de marketing muy básico para algunas de las operaciones de la empresa. El negocio era simple. Importaciones y exportaciones y por tanto no suponía realmente ningún reto para su capacidad. Al menos cuando los vaivenes ardientes y dolorosos de su interior la dejaban recurrir a ella.

Encontró fuerzas para sonreír. Al hacerlo se topó con la mirada escrutadora de la hembra morena, la jaca, la había llamado el Dueño - ¡Por favor, por favor, que me acepte!, se repetía como una letanía entre el ruego y el deseo cada vez que la palabra Dueño acudía a su mente-. También le había oído ordenarla que respondiera a todas las preguntas de la nueva candidata. O sea, suyas. Decidió intentarlo

  • A la otra mujer, la que se ha quedado en la oficina -se detuvo un momento- Él la ha llamado mula y a ti jaca ¿por qué?, ¿es alguna especie de código?

  • No -respondió secamente la mujer sin siquiera mirarla- Es lo que somos. Al menos una parte de lo que somos. Le divierte organizar a sus hembras como en una cuadra. Yo soy su jaca, fui la primera, la más antigua, la más que tiempo lleva sirviendo a su comodidad, a su placer y a su verga-.

El orgullo con el que la mujer soltó esa parrafada le dejó claro el motivo de la hostilidad que percibía en ella. Hubo un tiempo en que el Dueño era solo “su” Dueño. Ahora no. Ya no.

  • Ella -señaló con un gesto de cabeza a la mujer rubia espectacular que se sentaba a unos metros y que aún lucia en el rostro el semen seco del hombre, señal inequívoca que de que también la había usado y gozado a lo largo de la jornada- es su potra. La nueva potra que aún está en adiestramiento. Y, como ya sabes, la otra es su mula.

  • Si me acepta, ¿qué seré yo?

La rabia y la decepción aloraron en cada letra, en cada sílaba, en cada palabra de la respuesta de la mujer.

  • Serás su yegua, su nueva yegua.

Quiso decir algo para consolar a la mujer, para que se sintiera mejor pero no pudo. Una nueva vaharada de calor y excitación se instaló en su entrepierna y tan solo pudo emitir un largo gemido que hizo torcer el gesto a su interlocutora.

Era otra de las sorpresas que el hombre al que ansiaba servir como juguete esclavo le había reservado en su prueba. Los dos dildos que invadían su interior vibraban al unísono. Había descubierto la existencia del mando remoto que el hombre utilizaba a su capricho hacia un par de horas.

Se había levantado de su asiento para recoger una copia impresa del primer borrador de su plan estratégico y presentárselo al Dueño. Cuando giró la esquina del pasillo se encontró al hombre usando a su jaca en el hueco de la fotocopiadora. No es que se escondiera allí para usarla. No le hacía falta hacerlo. Simplemente le había apetecido follar a uno de sus juguetes al verlo y lo había hecho. Sin más.

La escena la dejó paralizada un momento. El hombre sujetaba la espalda de la hembra a la que estaba gozando

  • Quieta, vieja Jaca, sé que te encanta cabalgar para mi verga. Pero ahora es la Dueña la que quiere clavarse en tu coño esclavo.

  • Como deseéis, Dueño -contestó la mujer-. Gracias Dueño

  • ¿Quieres algo? -Adriana tardó un segundo en reaccionar y darse cuenta de que la pregunta iba dirigida a ella-.

  • No, no importa -se intentó excusar- No quiero molestarte. Era solo para presentarte…

El hombre extendió la mano y ella sin poder apartar la vista del cuerpo de la mujer que se estampaba contra la fotocopiadora cada vez que la verga del hombre que la usaba percutía en sus entrañas, se lo tendió.

Él comenzó a leerlo apoyándolo en la espalda de su jaca. La hembra abrió más las piernas y introdujo por entre ellas una de sus manos hasta que consiguió llegar a los huevos de su propietario. Los sostuvo con delicadeza y empezó a acariciarlos con delicadeza.

“Es muy buena -pensó Adriana con cierta admiración- Se la está follando como un loco y ella encuentra una forma más de complacerle además de entregarle todo su cuerpo para lo que quiera”.

El hombre alcanzó un bolígrafo de un estante encima de la fotocopiadora y comenzó a hacer correcciones en el texto y los gráficos. Adriana estaba maravillada de cómo podía prestar atención a su borrador mientras gozaba de una de sus hembras.

  • Hay algunos errores. Lógico, no te preocupes – Espera mientras los corrijo. Te daré algo en lo que entretenerte.

Fu entonces cuando le vio alcanzar un mando plateado y negro, de plástico duro, parecía, con dos botones. Los apretó a la vez.

El mundo desapareció de su mente. Los dos dildos que tenía incrustados en su interior comenzaron a vibrar al unísono y la invadió el placer de repente, sin esperarlo, sin estar prevenida para ello.

Tardó apenas unos segundos en alcanzar un nuevo orgasmo. No sabía cuántas veces había llegado a correrse mientras presenciaba como el hombre montaba a su yegua, como ella le agradecía sumisa y entregada cada vez que la verga percutía en su interior, mientras los dildos seguían vibrando sin parar en su interior al tiempo que el hombre anunciaba a su esclava que la iba a alimentar y ella se arrodillaba ante él y devoraba su tranca al tiempo que tragaba ávidamente su semen. El mundo reapareció cuando el hombre decidió volver a apagar los dildos y estos dejaron de vibrar.

Mientras su jaca lamía amorosamente su verga y sus huevos para limpiarlos y aprovechar hasta la última gota de semen, él volvió a tenderle los papeles con las correcciones.

  • Impresiónate. No me esperaba menos de ti -Adriana no supo si era un elogio para ella, para la hembra que guardaba amorosamente la tranca del hombre en el pantalón mientras se relamía para tomar de sus labios las últimas gotas de semen o para ambas. Él no lo aclaró antes de marcharse.

El dildo de su coño dejó de vibrar y eso la extrajo de sus recuerdos y la devolvió su conversación con su compañera.

  • ¿Esos serán nuestros nombres?

  • Nos llamamos como él decide que nos llamemos en cada momento -la respuesta le llegó de la hembra rubia. Su joven rostro, al contrario que el de la jaca, estaba iluminado por una insegura, casi tímida sonrisa- Si nos llama coño esclavo, somos su coño esclavo hasta que nos llama de otra forma, si nos llama puta tetona, así nos referimos a nosotras hasta que él decide otra cosa.

  • ¿Y a ti quien te ha dado vela en este entierro? -le espetó a la joven la jaca de la oficina.

  • El Dueño. Me dio permiso para hablar y no me lo ha revocado.  Regula un poco, ¿vale?

Hubo un momento tenso y por fin la mujer madura habló

  • Tienes razón, perdona. Estoy algo tensa La mujer sonrió y Adriana se maravilló. La sonrisa le cambiaba por complete el rostro. Lo embellecía hasta niveles que la convertían en una belleza casi de catálogo. La edad no había cambiado eso y su mata de pelo negro completaba perfectamente esa sonrisa.

  • No te preocupes, jefa -sonrió abiertamente ahora la joven-.

  • ¿jefa?

  • Es la más antigua, la coordinadora de la oficina y la que mejor sabe complacer y servir al Dueño. Para nosotras es la jefa.

  • Deja de hacerme la pelota -la queja de la jaca era falsa. Estaba radiante con lo que había escuchado. Así es como sus compañeras habían logrado ganarse a la primera y más antigua esclava del Dueño. Reconociéndole sus méritos. Le impresionó como se organizaba el micro universo que el hombre al que llevaba ofreciéndose toda la jornada como juguete esclavo y empleada había logrado crear solo para uso y placer de su polla y sus deseos.

  • Lo que le estaba haciendo…, el castigo de la otra… de la mula

  • No es habitual. De hecho, creo que es la primera vez que nos lo hace a alguna de nosotras -dijo la rubia-. A sus domésticas sí, de vez en cuando. Creo que ha elegido ese porque estabas tú presente. Para que veas a lo que te arriesgas si le desobedeces.

Como adivinando que estaban hablando de él, el hombre giró desde el pasillo y apareció en el espacio común de la oficina. El silencio se hizo automáticamente. Llevaba agarrada de la cabellera a la belleza voluptuosa que hacía llamar su mula que gateaba tras él intentando ignorar el dolor que la presa en su pelo le producía. En cuanto se detuvo, ella sujetó uno de los tobillos del hombre con ambas manos y empezó a lamer su zapato. Estaba completamente desnuda. Al inclinarse para humillarse entre el macho al que servía, Adriana pudo fijarse en que su espalda estaba surcada por leves líneas de piel enrojecida. El castigo había continuado en privado.

  • Vuelve a tu puesto, culazo comilón y espero que hayas aprendido la lección. Si no fuera por lo bien que sabes menear ese impresionante trasero tuyo te echaría ahora mismo. Y ponte algo. En breve vienen clientes.

  • Su culazo comilón le agradece la lección y el perdón, Dueño -La mujer estaba radiante. Besó por última vez los pies del Dueño, se levantó y caminó hacia su mesa orgullosa, asegurándose de menear sus caderas a cada paso que daba.

“Un solo elogio, una sola palabra suya y ella ya está feliz, dispuesta a cualquier cosa que él desee, orgullosa de ser su esclava ¡Dios, quiero ser de este hombre, necesito ser de este hombre!” -pensó Adriana mientras veía a la mujer colocarse un corpiño completo, una blusa de gasa transparente encima y ponerse una minifalda que apenas le tapaba la mitad de las cachas cuando no estaba sentada. La potra tenía sus maravillosas tetas al aire, la mula su cimbreante trasero… estaba claro que cada una dejaba a la vista lo que el Dueño consideraba su mejor juguete. La jaca no mostraba nada, ¿era un privilegio?

El hombre contempló a Adriana pasando la mirada de una de a otra de las hembras que eran los juguetes esclavos de oficina con los que compartiría su servidumbre, su sometimiento y su placer si por fin era aceptada y pareció adivinar sus pensamientos.

  • Cada juguete de su cuerpo, cada milímetro cuadrado de su piel y de su carne están perfectamente adiestrados para servirme y complacer a mi verga. Tendría que ir desnuda las 24 horas del día -dijo explicando el motivo por el cual la jaca de la oficina no mostraba ningún encanto en especial.

Y ella sonrió - ¡Dios, que guapa es esa mujer cuando sonríe! -volvió a pensar Adriana.

Iba a decir algo, una frase se estaba formando en su mente, pero quedó allí. El timbre sonó.

La jaca pulsó el interruptor de su mesa que abría la puerta y un hombre traspasó el umbral. Era alto, más de metro noventa, Parecía de mediana edad, pero parecía conservarse en forma. Iba completamente rapado y vestido de una manera informal pero elegante, con chaqueta, sin corbata.

  • Hola Bellezones -saludo con una voz grave y en un tono alto, simpático y jocoso que inundó la estancia-.

  • Buenos días, Javier -respondieron todas al unísono. La sonrisa de todas ellas era absolutamente genuina. Estaban contentas de verle-.

  • ¿Las saludas a ellas antes que a mí? -El Dueño arrugó el entrecejo con fingida indignación?

  • A ti te tengo muy visto, hermanito. Y además eres mucho más feo que ellas. Y vosotras -imitó exageradamente el tono de voz de las mujeres- “Buenos días, Javier”, ¿es esa forma de saludar?, ¿no os he enseñado nada?

Apartada de la escena, Adriana esperó que se iniciara otro ritual de sometimiento, de humillación de los juguetes esclavos de oficina al macho que acababa de entrar, pero nada de eso ocurrió. La primera en llegar cerca de Javier fue la jaca. El hombre la sujetó por la cintura y la elevó como una pluma en el aire mientras la besuqueaba la mejilla como un padre besa a una hija pequeña

  • Bájame, tonto -dijo la mujer que le propinó un sonoro pero inocuo cachete en cuanto sus pies posaron el suelo.

La segunda en llegar junto a él fue la mula. Él la sujetó por las manos y comenzó a mover las caderas como si bailara algún ritmo caribeño. Ella le siguió hasta que el la hizo girar sujeta por una mano y al concluir el giro la plantó un sonoro beso en los labios

  • Ves he aprendido. Mejoró por momentos. Cuando lo hago borracho lo bordo. Ni siquiera pareció fijarse en que el fingido bailoteo había dejado al aire por completo las magníficas nalgas de la mujer que volvió a su sitio mientras Javier rodeaba a la hembra rubia con sus brazos y la mantenía pegada a él en un cálido abrazo

  • Cómo estás pequeñina -le dijo-

  • Bien, yo…

  • No, si no era una pregunta, era una afirmación -La mujer río y le dio un cariñoso golpe en el hombro antes de apartarse de él. Finalmente se fijó en Adriana que contemplaba la escena casi más atónita que todas las que había vivido a lo largo de la jornada.

  • ¿Y tú eres?

  • Es Adriana. Hoy es su jornada de prueba para incorporarse al equipo -contestó el hombre antes de que ella pudiera articular palabra.

Javier se plantó ante ella en dos enormes zancadas. Su imponente presencia llenó todo su campo de visión.

  • Soy Javier. Técnicamente soy cliente de este mamón -hizo un gesto displicente con la mano en dirección a donde se encontraba el Dueño-, bueno, mi empresa es su cliente. Importa no sé qué mierda de componentes electrónicos para sus desarrollos. Pero en realidad le conozco desde que era un renacuajo. Nos criamos juntos, estudiamos juntos, yo mucho más que él; ligamos juntos, el mucho más que yo y es como un hermano pequeño para mí.

  • ¿Cómo que pequeño? ¡Si te saco casi una década, capullo!

  • Ya, pero yo soy más alto -y dicho esto abrazó por fin al otro hombre al que golpeó en la espalda como un oso con sonoras palmadas- ¿y qué?, ¿supera su jornada de prueba?

  • Va bien, pero falta su última prueba -el Dueño había recobrado su compostura y su actitud y la estancia lo acusó como una sacudida. Todas las hembras de la estancia se pusieron en alerta. Expectantes. Javier lo ignoró.

  • ¡Ah, por lo que veo he llegado a tiempo! -Se acercó a Adriana como si fuera a susurrarle algo al oído, pero habló en voz alta- No dejes que te asuste con esa actitud de “Soy Dueño y Señor de cada una de las partículas de tu anatomía”. Está encantado contigo. No estarías aquí si no fuera así. Lleva semanas dándome el coñazo contigo, con tus trabajos…

Adriana se dio cuenta por fin de la realidad de su situación. Había temido que su capacidad fuera puesta entredicho y que el hombre no la quisiera más que como juguete esclavo. Eso le hubiera bastado para una relación, pero no para esto. Parte de la excitación y de la fantasía era que era valorada por su trabajo, que lo hacía y que por ello era recompensada con la posibilidad de ser lo que quería ser, una hembra sumisa, usada por una buena verga a su capricho.

El comentario de Javier le hizo ver que nada había sido casualidad. El hombre la conocía, había investigado su trabajo. Se dio cuenta de que la auténtica entrevista sobre sus capacidades profesionales había sido la noche que se conocieron en el local. Entre bromas e insinuaciones, ella le había hablado de sus proyectos llevados a cabo, de cómo los había implementado, de sus éxitos, sus ideas… Y él lo había aprobado. Él se había mostrado de esa manera ante ella en el local para llamar su atención, para que ella se fijara en él como lo que era, como lo que ella deseaba, un hombre dominante que la sometería y la usaría. La iniciativa siempre había sido del Dueño.

  • Ven aquí, Adriana -la voz del hombre era profunda e intensa al llamarla-.

Ella obedeció sin dudarlo, se alejó de Javier que al pasar junto a él le soltó una sonora palmada en el culo. Ella no lo percibió como una imposición de dominio, ni siquiera como algo sexual. Fue más bien un impulso de ánimo.

Ahora comprendía cual iba a ser su prueba final. No se trataba solo de saber si follaba bien o si resultaba placentero para el Dueño encularla. Se trataba de que aceptara el mensaje de que le pertenecía, de que el mundo iba a saberlo. Él lucía y usaba a sus hembras a voluntad, cabalgaría a su yegua donde y cuando quisiera. Y ella debía demostrar que no le importaba que hubiera público, que no le importaba lo que pudiera pensar un extraño si la veis comiéndole la verga al Dueño en mitad de la calle o lo que pudiera decir una extraña si la veía arrastrarse a cuatro patas tras él en un local, o cabalgando para clavar su tranca en lo más profundo de su coño esclavo en medio de un parque.

  • Ofréceme lo que quieres que adquiera Adriana -le dijo el hombre.

Ella no lo dudo. No podía dudar. Era la prueba definitiva. Alejo de su mente la mirada de Javier que se clavaba en ella y llevó ambas manos al pecho. En un segundo desabrochó el corpiño y sus perfectos senos quedaron expuestos y desnudos. Los sujetó con ambas manos y los levantó

  • Ofrezco estas tetas para que sean esclavas de vuestra verga -Tenía su mirada clavada en los ojos del hombre al que suplicaba que la hiciera su esclava, pero pudo ver como Javier se colocaba tras él. No iba a consentir que olvidara que estaba presente. Hacía su papel.

  • Demuéstralo -dijo el hombre llamado a ser su propietario-

Ella se acuclilló ante él y frotó sus pechos contra su entrepierna. Notó como la verga comenzaba a endurecerse. Luego decidió improvisar. Terminó de arrodillarse y le miró de frente. Luego desabrochó el cinturón y el botón del pantalón con las manos. Cuando le llegó el turno a la cremallera decidió pegar el rostro al pantalón sujetar el tirador con los dientes y bajarlo

  • Tiene iniciativa -comentó Javier. Su voz estuvo a punto de hacer a Adriana perder la concentración. Reaccionó a tiempo. Sujeto la tira del calzoncillo con los dientes y los labios y también la hizo descender hasta que la verga, dura, firme, le golpeó en el rostro.

  • Esta boca también estará en todo momento al servicio de su verga si me acepta como mamapollas esclava.

Sin esperar respuesta, envolvió el miembro entre sus pechos y comenzó a succionar su punta con la boca

  • Servicios mixtos -dijo Javier- Creo que está captando perfectamente la esencia de su trabajo en esta empresa hermanito. Pilar, si eres tan amable.

El nombre la desconcentró un instante. Era la primera vez que escuchaba en esa oficina un nombre de mujer que no fuera el suyo. Sin dejar de frotar con sus tetas el bálano y succionar el glande con los labios apartó un poco la mirada y pudo ver como la jaca se arrodillaba junto a Javier y sin decir una palabra bajaba su bragueta, extraía la tranca de Javier y comenzaba a meneársela con la mano.

El hombre no hizo siquiera ademán de tocarla, aunque su escote dejaba a su alcance sus pechos. Su privilegio era ser atendido por las hembras esclavas de su amigo, de su hermano. Pero el único que las usaba era el Dueño.

  • ¿Qué serás? -preguntó la voz de Javier- dejando escapar casi inadvertidamente un suspiro de excitación ante el masaje manual de Pilar

  • Seré lo que el que sea mi Dueño desee que sea. Su perra si quiere, su esclava si eso desea, su juguete si eso se le antoja.

Su mirada se cruzó con la de Pilar, la jaca, que seguía trabajando con la mano la verga de Javier. Despacio, suavemente, con una cadencia constante y repetida. La mujer le sonrió. Había acertado en la respuesta.

  • Es buena con las palabras, como a ti te gusta hermanito -los hombres dialogaban como si nada ocurriera. Como si una hembra no le estuviera realizando a uno una cubana con mamada en un intento suplicante de que la aceptara como esclava y la otra no estuviera masturbando al otro, arrodillada a sus pies.

  • Un buen comienzo, pero no basta -dijo el hombre al tiempo que la levantaba, arrancando los labios de su miembro y la giraba colocando a Adriana de espaldas a él. Ella supo de inmediato que debía ofrecerle todos sus orificios como ofrenda de sometimiento.

Se contoneo con un solo movimiento para ayudar a sus ajustados pantalones a bajar y luego se colocó en una perfecta escuadra ante el hombre. Separó con ambas manos sus cachas antes de hablar.

  • Os ofrezco este culo y este coño como propiedades exclusivas de vuestra verga y de vuestro dominio -las frases de sometimiento fluían desde su mente a sus labios como las había imaginado en mil sueños, como las había visto en innumerables fantasías, como las había escrito en decenas de relatos secretos que escribía en la intimidad desde hacía años-.

Un gemido le cortó la respiración cuando el hombre extrajo de un solo movimiento el doble dildo que anegaba el interior de su coño y de su ano. El intenso calor de la excitación no desapareció. Creció cuando no el glande del hombre apoyado entre los labios de su coño.

  • Y, ¿Cómo lo harás? -de nuevo Javier ejercía de maestro de ceremonias-.

Ella no contestó. Con un seco movimiento de cadera se echó hacia atrás y se clavó hasta lo más profundo la tranca que estaba en la entrada de su coño.

  • ¡Uauuu! – la exclamación de Javier fue un premio. El primero que recibía como esclava-

  • Cabalgaré pare el Dueño de este coño todo lo que Él desee -se forzó a pronunciar “dueño” y “él” con el énfasis mayúsculo con el que había oído a sus compañeras pronunciar esas palabras-, este culo recibiría a la verga del Dueño como y cuando lo desee. Se lo ofrezco para el placer y para el castigo, para el uso y para que lo adiestre cuando quiera.

  • Pues cabalga, yegua, cabalga.

Y Adriana lo hizo con la alegría y la excitación de haber recibido por primera vez un apelativo de esclava.

  • Agradéceselo -ordenó Javier. La mano de la jaca ya volaba a toda velocidad masajeando su verga-.

  • Gracias por dejarme cabalgar para vuestra verga – No se atrevió a usar la palabra Dueño. No había recibido ese privilegio

  • Cada vez, dijo el hombre

  • Gracias por follarme, gracias por clavarme la tranca, gracias, gracias, gracias

  • Suplica que no pare -De nuevo Javier-.

  • Por favor, no os detengáis

  • Os lo suplico, seguidme dejando clavarme en vuestra verga

Mientras seguía cabalgando con la verga a la que quería esclavizarse haciendo arder sus entrañas, vio como Javier alcanzaba por fin el clímax, gracias al trabajo manual de la jaca. Él se apartó y se corrió en otra dirección. Tampoco le estaba permitido marcar ni alimentar con su semen a las hembras que le atendían. Ese era privilegio exclusivo del que era su propietario.

De pronto. El hombre la sujetó por las caderas y la mantuvo clavada en su verga. Ella aprovechó para girar las caderas. El orgasmo estaba a punto de llegar. Ella lo contuvo. No había recibido esa orden. Pero esa sería su obligación de esclava. Que el Dueño viera que también la asumía.

  • Os ofrezco mi placer. Lo pongo al servicio de vuestra voluntad y vuestro dominio.

Hubiera suplicado que la dejar correrse, pero no lo hizo. Se mantuvo tensa, con las cachas pegadas al vientre del hombre mientras la verga seguía clavada en su interior.

Por toda respuesta, él extrajo de un solo movimiento la tranca y con otro, brutal y directo, la clavó en los más profundo de su ano. El dolor se mezcló con el placer una vez más y su gemido se transformó en grito.

  • Gracias por encularme -otra arremetida-, gracias por usar este culo que será vuestro esclavo -otra- Por favor, enculadme de nuevo -otro- Os lo suplico -otro- Gracias.

  • Jaca mía. Hoy es un día especial. Creo que por fin voy a completar mi establo. Puedes atender a nuestro invitado de una forma más exhaustiva. Y vosotras, corceles míos, ayudad a vuestra compañera. Que vea que aquí valoramos el trabajo en equipo.

Todas las hembras respondieron a las órdenes. La jaca comenzó a lamer la verga de Javier. Lamerla. No succionarla, ni besarla, ni devorarla. Lamerla para limpiarla.

Pese a toda la excitación que sentía, a todo lo que ardía en su interior, a que su mente estaba concentrada en su servicio, la nueva yegua, pudo admirar como manejaba su compañera la lengua. Su punta literalmente volaba por el glande de Javier llegando a todos sus rincones y luego se desplazaba por toda la longitud del miembro arriba y abajo para volver a empezar. “Joder, que buena es” -pensó con envidia- cuando se dio cuenta que además de limpiarla estaba consiguiendo que su trabajo que volviera a ponerse dura.

La potranca rubia se arrastró bajo las piernas del Dueño y allí sentada comenzó a lamer y succionar sus huevos. Ocasionalmente se introducía uno o los dos por completo en la boca y así los masajeaba con la lengua.

Entre envestida y embestida, Adriana giraba el cuello para enfrentar la mirada del Dueño y pudo atisbar lo que estaba haciendo su otra compañera, la mula del Dueño.

Consciente de su error anterior había asumido la función de placer para su dueño más humillante. Acuclillada tras él y sujetándose con ambas manos en los muslos del propietario de su cuerpo y su vida, tenía la cara encajada entre sus glúteos, facilitándole placer anal con su lengua y sus labios.

Apenas podía ya retener su orgasmo, pero no sabía si debía pedir permiso para correrse o hacerlo sin más. La última vez que lo había pedido, el Dueño le había recordado que aún no la había aceptado como esclava. Y ella lo había recibido como un latigazo. No, como un latigazo no. Eso la hubiera excitado aún más. Como un jarro de agua fría.

  • Muchas Gracias, Pilar. Eres la mejor, como siempre -dijo Javier una vez que la hembra le hizo correrse de nuevo y limpio con la punta de la lengua y guardó amorosamente la tranca de nuevo dentro del pantalón-.

  • Siempre es un placer, picha brava -contestó la mujer con una ampla sonrisa-.

Adriana, que aún no sabía si ya era o no yegua esclava del Dueño, seguía esforzándose en servirle con su culo mientras él la taladraba el ano, enculándola sin ninguna conmiseración. Sujetaba sus maravillosas cachas con ambas manos para mantener la verga en el prieto espacio entre ellas y las giraba en círculos. En ocasiones sentía la lengua o los labios de la potranca que pasaban por los labios de su vagina antes de centrarse de nuevo en su tarea de dar placer y adorar los huevos de su propietario.

En un momento dado, el Dueño sujetó a la yegua cuyo culo montaba a su capricho por la melena y de un tirón le obligo a arquera el cuello hacia atrás. Fue en ese momento cuando Javier volvió a pegar su rostro al suyo y en esta ocasión sí le susurró.

  • No te confundas, preciosa -su tono era suave, amigable- Esto es decisión tuya, siempre lo ha sido y siempre lo será. Solo tienes que desearlo, solo tienes que quererlo, solo tienes que pedirlo

  • ¿Os lo suplico, Dueño y Señor, ¡Permitidme ser vuestra esclava! -grito ella a pleno pulmón- Dejadme ser vuestra yegua esclava, ¡concededme el honor de correros en este culo esclavo y de ofreceros mi placer!, ¡Quiero ser tu puta esclava, joder!

  • ¡Privilegio concedido! -gritó el Dueño también- Al tiempo que, sujetándola por las caderas arrancaba la tranca de su culo, la giraba, la obligaba a arrodillarse y se corría en su rostro.

Así, mientras era interiormente zarandeada por múltiples orgasmos superpuestos, fue marcada por primera vez con el semen de su propietario, fue alimentada por primera vez por el preciado manjar que aprendería a degustar y desear en todo momento. Fue aceptada como yegua esclava del establo del Dueño.

La estancia quedó en silencio. Todos quietos. Las hembras esclavas arrodilladas con el rostro clavado en el suelo. Javier sonriendo con los brazos en jarras. El Dueño con la mirada clavada en su nueva adquisición, que, arrodillada ante él, le besaba los pies en silencio agradecida.

La mula del Dueño fue la primera en moverse. Se arrastró hasta colocarse junto al Dueño y desde un lateral comenzó a lamer su verga para limpiarla. Estaba ávida de prestar un servicio después de su error, de demostrar su valía, de recuperar el favor del que era su propietario. Este le concedió el deseo dejando que se esmerara en la limpieza y degustara los restos del semen que buscaba. Estaba de buen humor. Por fin tenía su deseada yegua esclava.

  • Ponle un bocado y una cincha a esta magnífica yegua tuya hermanito. Átala corto que no se te escape.

“Magnífica yegua” -el orgullo la invadía mientras besaba los pies del Dueño -ahora ya sí, el Dueño- sin parar-. “Eso es lo que voy a ser la más magnífica yegua que tu verga haya cabalgado jamás”.

  • Bienvenida al establo, yegua folladora. Ahora descansa. Aún queda tu presentación en sociedad.

  • Esta yegua folladora le da las gracias, Dueño y Señor -la felicidad la invadió al llamarse a sí misma por su primer nombre de esclava -Lo que el Dueño desee.

Continuará