Juguetes de Oficina (5) Entrevista de trabajo

El Dueño recluta una nueva incorporación a la oficina.Antes de aceptarla como juguete esclavo se impone una entrevista de trabajo

Llamó al timbre de la puerta y no pudo evitar fijar su mirada en el reflejo que le devolvía la pulida superficie espejada de la parte superior de la misma.

Había elegido para le entrevista una ropa discreta. Pantalones, ceñidos negros, eso sí, y una blusa blanca fina sin llegar a ser transparente. Los tres primeros botones abiertos creando un profundo escote resaltado por el push up que había elegido como ropa interior.

No puedo evitar sonreír al darse cuenta de que en realidad no había podido destacar sus encantos por mucho que quisiera disimularlo. Un culo redondo, firme, torneado y perfeccionado en horas de spinning y gimnasio, unos pechos naturales que se mantenían turgentes y firmes en la cuarentena. Y su larga melena ondulada y rubia suelta a los cuatro vientos. Todo lo que le había llevado a ser candidata. Todo lo que le había conducido a esa entrevista.

Había conocido a aquel hombre en uno de esos locales DS que se habían puesto últimamente de moda como clubes privados. En cuanto le había visto se había fijado en él. Era imposible no hacerlo. No era su físico o su pose de dominante, como la de otros muchos que pululaban a solas por el local contando historia de esclavas despedidas y abandonadas por no cumplir sus expectativas cuando era evidente que había sido lo contrario. No era como otros que, como ella, pululaban curiosos en espera de empezar a cumplir unas fantasías tenidas durante años pero que sus parejas nunca habían sabido o querido hacer realidad. Era diferente.

Parecía estar allí como el que está en una terraza veraniega tomando algo. Sin ninguna afectación, sin ninguna pose forzada, solamente tomando un largo trago de su whisky como si fuera lo más normal del mundo estar allí. Como si fuera lo más normal del mundo estar sentado en público sobre la espalda de una hembra desnuda salvo por sus tacones, su collar y sus grilletes de piel negra, mientras la cabeza de otra, en idénticas circunstancias de desnudez y sometimiento, le servía de mesa para reposar el vaso mientras tenía el rostro enterrado en su entrepierna.

Tardó cinco segundos en sentirse plenamente excitada. Pululó por el área de visión del hombre para que se fijara en ella. Era muy consciente de que era muy difícil que un hombre no lo hiciera. Más cuando vestía de cuero ceñido, con un corpiño que dejaba al aire la mitad de sus pechos y un brazalete de cuero bien visible en su antebrazo del que colgaba un diminuto anillo dorado, dejando clara su condición de sumisa. Al menos su deseo de serlo.

Cualquier otro de esos arrogantes dominantes que se hacían llamar Dueño o Amo en cuanto posaban en alguna hembra su atención la hubiera llamado esclava o perra a modo de saludo. Ese hombre no. Parecía que no había reparado en ella y ella se acodó en la barra algo desalentada.

Fue entonces cuando vio que la hembra arrodillada entre las piernas del hombre, una mujer morena, madura, delgada y con un cuerpo que parecía desmentir su edad, levantaba la cabeza abandonando la oscura profundidad de la entrepierna del hombre al que servía. Por como se relamía era evidente lo que había estado haciendo y por como sonreía parecía que lo había disfrutado plenamente.

La siguió con la mirada mientras desnuda, con el semen no engullido aún salpicando su cara y sus pechos desnudos, se levantó y camino erguida hasta la barra para pedir un whisky. Se colocó a su lado y ella no pudo evitar dar un respingo cuando se dirigió a ella

  • ¿Qué beberás? -la pregunta la pilló por sorpresa y tardó un instante en darse cuenta de que iba dirigida a ella.

  • ¿Disculpa?

  • El dueño de esta mamapollas desea invitarte a una copa para que converséis. Por eso te pregunto qué deseas beber.

Ella se giró de inmediato a mirar al hombre que simplemente sonrió mientras seguía sentado sobre su hembra asiento. Ella no pudo fijarse en que ella parecía convulsionarse a cuatro patas bajo el hombre. No era para menos. La mano que no sujetaba la copa estaba enterrada entre las piernas de su asiento humano.

  • Así la premia por soportar su peso -dijo la otra mujer y ella detectó algo que no se esperaba de nuevo. No era sarcasmo, resignación ni siquiera ese fingido respeto que adoptaban muchas sumisas para alentar y excitar a sus amos. Era otra cosa. Envidia. Sana y genuina envidia.

  • Un gin tonic de Shaphire rosa, por favor -contestó por fin, decidida a conocer al hombre que conseguía que una mujer que había estado haciéndole una mamada desnuda en público tuviera envidia de otra que era masturbada, también en público, mientras era usada como asiento.

Y así se conocieron. Ella sentada sobre la espalda de la mujer morena y el hombre masturbando hasta el orgasmo a la que le servía a él de asiento.

El zumbido de la puerta al abrirse la sacó de ese fugaz momento de recuerdo y empujó la puerta para entrar.

Quizás esperaba otra cosa, pero se topó con una oficina aparentemente normal. Decorada con un gusto moderno con mucho cristal y muebles sencillos en blanco combinado con distintos tonos de verdes y de ámbar, la oficina resultaba agradable, acogedora y funcional. Se dirigió al mostrador de recepción donde estaba la mujer morena, la misma que desnuda y humillada le había servido de asiento hacía unas noches en el local DS

  • Venía a…

  • Ver al jefe, lo sé. Espera un momento.

Mientras la mujer comunicaba su llegada por teléfono comenzó a fijarse en detalles. Para empezar manchas de semen seco salpicaban el rostro de la mujer morena. De nuevo al parecer su dueño la había regado con él. Otra mujer, una joven rubia espectacular estaba sentada en su puesto. Su blusa estaba casi completamente abierta y bajo ello lucía un corpiño que levantaba sus magnificas tetas, pero no las tapaba.

Supuso que era la otra hembra silla del local. No había conseguido verla el rostro aquella noche dada su postura, pero sus pechos eran inconfundibles. Grandes, redondos, firmes y ahora claramente manchados de un semen aún más reciente que el de su compañera.

  • Puedes pasar -dijo la mujer colgando el teléfono. El despacho está al fondo del pasillo. Es el único que hay.

No hizo ademán de acompañarla, así que ella atravesó el espacio común de la oficina y se adentró en el pasillo. Al fondo, tras unos cuatro metros de longitud había una puerta de doble hoja. No pudo evitar contemplarse de nuevo en el reflejo espejado antes de llamar.

  • Entra, te estaba esperando -respondió la voz conocida del hombre cuando lo hizo-.

Entró y le vio sentado en la mesa. Pero no era esa pose de sentarse en una esquina de la mesa que algunos jefes usaban para aparentar relajación y en realidad mostrar control. ÉL estaba sentado en el centro, con las dos piernas colgando por delante. Portaba algo negro en la mano.

Cuando una fracción de segundo después escuchó el restallar contra la piel supo lo que era. Un látigo, uno de múltiples cintas, siguió con los ojos la curva que había hecho el instrumento en el aire y vio donde se había estrellado.

Un redondo y voluptuoso culo femenino emergía del hueco de la mesa. Estaba completamente desnudo y marcada de surcos enrojecidos allí donde había sido lacerado por el látigo.

“¿Cuánto tiempo llevará flagelando a esta mujer?, ¿Cuántas hembras tiene a su disposición este hombre?” -se preguntó en silencio mientras no podía evitar notar el tibio calor que había comenzado a gestarse en su entrepierna cuando había reconocido la escena. Las respuestas le llegaron casi al unisonó. La primera de la hembra arrodillada con el culo ofrecido bajo la mesa.

  • Veinte, gracias Dueño por adiestrar a esta zorra de mierda y enseñarle cual es su auténtico sitio como juguete esclavo de oficina.

En cuanto la hembra terminó su letanía. El hombre habló.

Este es mi culo comilón esclavo. La tercera de mis zorras de oficina. Estaba terminando con su adiestramiento de hoy, disculpa. Ha sido especialmente duro porque he tenido que recordarle una norma que al parecer había olvidado, ¿verdad, mamavergas culona?

Le hembra reptó hacia atrás hasta salir de debajo de la mesa y luego se detuvo arrodillada frente al hombre.

  • Esta mamavergas culona no volverá a buscar placer sin su consentimiento. Ha aprendido de nuevo que el coño esclavo del Dueño solo le pertenece a él -se detuvo en su declaración para besar los dos pies del hombre con total adoración y sometimiento y luego continuó- ni siquiera esta mamavergas puede tocarlo sin su consentimiento. Gracias por recordar a esta mamavergas culona la lección.

  • Bien, dijo el hombre soltando el látigo sobre el escritorio y levantándose. Me alegra que lo hayas recordado. Ahora ocupa tu lugar para cumplir tu castigo de hoy por haberlo olvidado.

El hombre hizo un gesto con lo mando que indicó a la mujer que se alzara. Esta lo hizo y entonces la otra pudo ver su cuerpo en todo su esplendor. Era la típica belleza latina de anchas caderas y generoso culo, grandes pechos, piel algo aceitunada y una melena negra, casi índigo, que le caía hasta la cintura. El bambolear de sus caderas era hipnótico mientras recorría el amplísimo despacho antes de volver a arrodillarse junto a la pared en una esquina.

A esas alturas el calor interno de la otra mujer se había convertido en un ardor casi incontrolable. Este hombre ejercía su dominio sobre tres hembras como si fuera lo más natural del mundo, como si fuera algo que estaba en la naturaleza de él y de ellas. Como ella siempre había soñado y fantaseado que hicieran con ella. Como ella nunca había logrado que nadie lo hiciera.

Sentía unas ganas locas de meter su mano por el pantalón e introducirla hasta la muñeca en su coño y allí arañar, acariciar y percutir hasta que el orgasmo la inundara. Pero, visto lo visto, se contuvo.

  • Vamos a lo nuestro -dijo el hombre sentándose en su sillón tras el escritorio- Si estás aquí es porque has aceptado mi propuesta de hace unas noches, supongo.

  • Sí, verás, yo… Sí

  • Bien, te resumo para que todo quede claro. Serás una mas de mis juguetes de oficina. Trabajarás aquí. No te confundas, aquí se viene a trabajar y recibirás un sueldo más que digno, de hecho generoso, por tu trabajo. Todo lo demás es un extra para ti. Vivirás todo el tiempo que estés aquí completamente sometida mi voluntad, harás todo lo que quiera, me servirás en todo lo que desee y por supuesto estarás a mi disposición para que te use y te goce sexualmente cuando me apetezca. Serás una esclava, vamos, que es lo que a tí te gusta, ¿no es así?

  • Sí -la afirmación salió tenue y lenta de su boca. Sentía como una especie de mareo infinito que la arrebataba, la impedía pensar, la arrojaba a su ardor interior una y otra vez.

  • De acuerdo. Empecemos por comprobar la mercancía. Nadie adquiera un juguete sin comprobar que funciona, ¿no?

El hombre se levantó y giro alrededor de la mesa. Ella creyó que se iba a dirigir hacia ella que, durante todo el tiempo, había permanecido de pie en el centro del despacho. Él no le había ofrecido sentarse y ella no lo había hecho.

Sin embargo, no fue así. Pasó por delante de ella y se dirigió hacia la esquina en laque la hembra latina estaba arrodillada. Al pasar frente a ella la dijo una sola palabra.

  • Desnúdate.

Ella comenzó a hacerlo lentamente por la blusa. Desabotonando uno a uno los botones hasta que se dio la vuelta. Sus dedos se quedaron paralizados en el último botón cuando contemplo la escena.

Al acercarse su propietario, la hembra arrodillada había abierto la boca. Este había sacado su verga, ahora morcillona y relajada y había comenzado a orinar en su boca mientras hablaba.

  • Tu sometimiento se circunscribe a las horas de oficina. Ya tengo esclavas domésticas que me atienden. Aunque si lo deseas y lo haces bien a lo mejor te ganas ese privilegio.

Mientras hablaba orinaba a pequeños chorros en la boca de su esclava que iba tragando para volver a presentar su boca a un nuevo chorro. “No sé si seré capaz de soportar esa humillación”, pensó la otra mujer paralizada, aunque su coño completamente húmedo y su interior absolutamente al rojo vivo le comunicaban que no solo la soportaría, sino que la deseaba.

  • Puedo llamarte a cualquier hora del día o de la noche, pero tú puedes declinar el acudir. Queda a tu criterio. Pero si de verdad te gusta tanto como me dijiste la otra noche someterte a un macho que sea propietario de tu cuerpo y tu vida no la harás.

Cuando terminó de orinar el hombre no se guardo la verga. Espero con ella fuera a que la hembra lamiera el glande para limpiarlo. Ella lo hizo sacando la lengua de la boca y pasándola por los pliegues y la cabeza del glande hasta que en un momento los labios se cerraron sobre la cabeza de la verga que era su propietaria y a la que servía como esclava.

El sonido del bofetón sacó a la otra mujer de su parálisis.

  • Te he dicho que la limpies, que no que la saborees, puta esclava -dijo el hombre mientras guardaba por fin su tranca dentro de los pantalones- Hoy estás castigada a ser mi retrete. No tienes ningún privilegio.

El hombre se giró para volver a su sitio y su nueva adquisición hizo lo propio intentando disimular que había estado contemplando la escena todo el tiempo. Intentó seguir desabrochándose los botones, pero cuando lo iba a hacer unas manos agarraron su blusa por detrás y tiraron de ella. Los botones que quedaban abrochados saltaron y el hombre siguió tirando hasta que sacó la blusa por los brazos. Luego, con mucha pericia, desabrochó el sujetador y con la otra mano tiró de él desde delante hasta que las tetas de su nuevo juguete, hasta entonces constreñidos por el push up saltaron libres, erectos y con los pezones duros por la excitación.

-Como veía que tenías problemas para desnudarte, he decido echarte una mano- dijo el hombre mientras volvía a ponerse frente a ella, apoyado en su mesa- Sigue con los pantalones.

Ella comenzó a desabrocharse los pantalones. Su excitación la hacía querer acabar cuanto antes, pero de pronto un pensamiento se formó en su mente. Pequeño entre la irracionalidad de sus sensaciones, fue creciendo hasta que pudo articularlo en palabras dentro de su cabeza: “el tío quiere decidir si me adquiere, pues habrá que venderse”.

Comenzó a contonearse al ritmo de una música que solo escuchaba en su cabeza. No era, desde luego la primera vez que se desnudaba ante un hombre, no era la primera vez que jugaba a hacer un striptease delante de su pareja. De hecho, era uno de sus juegos favoritos.

Sus caderas se movían en círculos y sus manos iban de su pantalón, que bajaba y subía rítmicamente, a sus pechos. Los acariciaba, los comprimía, incluso sujeto los pezones y tiró de ellos. Cada gesto, cada movimiento, era una promesa silenciosa de lo que el hombre podría hacer con ellos si accedía a ser su propietario, sin al final decidía incorporarla a su colección de juguetes esclavos de oficina.

  • ¿Cómo te llamas? -La pregunta la pilló por sorpresa. Se había colocado en un estado en el que la excitación y el movimiento continuo y cadencioso de su cuerpo la hacía alejarse del pensamiento consciente. Por eso tardó en reaccionar. Cuando lo hizo se paró un instante, con la cintura del pantalón justo por debajo de su perfecto culo, alzando las nalgas mientras contoneaba lo que sabía que era uno de sus puntos fuertes a la hora de seducir a cualquier hombre.

  • Nuria -contestó con retraso, como si tuviera que penarlo, como si tuviera que recordarlo. Entonces se dio cuenta de que era cierto. Él no le había preguntado nunca su nombre. En la conversación en el garito le había preguntado por su trabajo, por su vida. Habían hablado de un sinfín de cosas. Pero nunca le había dicho su nombre. Era como si ella diera por sentado que ya lo sabía.

  • Es bonito. Dijo él levantándose y comenzando a girar en torno a ella mientras la mujer a laque había decidido convertir en su esclava se contoneaba en el centro de la sala, ofreciéndose a él y a su dominio- Si al final te permito servirme y complacerme, te llamaras como yo decida en cada momento.

Ella prosiguió con su baile y su striptease silenciosos. Sentía los ojos del hombre clavados en ella, en cada parte de su anatomía. En sus pechos, en su culo, en su espalda. Bajó los pantalones hasta los tobillos colocándose en una perfecta escuadra justo cuando el hombre estaba a su espalda.  Tal como estaba el hombre podría acercarse en un momento y ensartarla con su verga si quería. Ella lo esperaba, lo deseaba.

  • Quédate así un momento -la orden fue suave, el tono distendido. Pero era una orden. No cabía duda. No podía confundirse con un deseo con una petición. Con nada que no fuera una orden.

“Ya está. Me arrancará las bragas y me follará aquí mismo, de pie, en mitad de su despacho” -pensó ella extasiada, excitada, expectante.

Pero el hombre no lo hizo. Siguió girando a su alrededor. Dio una vuelta completa caminando lentamente, sus ojos clavados en ella.

Nuria se sintió desfallecer. Muchas veces había jugado a ese juego y estaba acostumbrada a las reacciones de sus amantes cuando lo hacía. Todos se habían excitado, la habían contemplado como hipnotizados, sin poder apartar la vista de ella. Habría que estar ciego o castrado para que ver contonearse ese maravilloso cuerpo no te excitara.

Pero este hombre era diferente. No la miraba como los otros. Como un depredador ávido de lanzarse sobre su presa, respirando fuerte y casi sin poder contenerse. No. La miraba como otra cosa. Como un coleccionista, como un comprador, como alguien que está valorando aquello que ha llamado su atención antes de adquirirlo. Como un amo mira a una esclava antes de convertirla en un objeto de su propiedad. Como ella siempre había soñado e imaginado, cerrando los ojos al tiempo que se contoneaba, que los otros hombres la estaban mirando.

El reconocer su deseo como realidad la excitó todavía más y aún más cuando el hombre se acercó por la espalda y acarició suavemente sus nalgas, primero una y luego la otra. De nuevo no era excitación, era posesión.

  • Es prácticamente perfecto -Iba a dar las gracias, cuando un restallido y un escozor hicieron que se congelara la palabra en su boca. Había recibido un fuerte cachete en una de sus nalgas, que se repitió un segundo después en la otra – Y está firme y duro, como a mí me gusta un buen culo esclavo. Continúa.

Confusa se incorporó y recuperó el ritmo de su contoneo. Los pantalones ya estaban en los tobillos y allí se quedaron hasta que con un rítmico gesto de su pierna los terminó de sacar de sus piernas y los alejó. Al hacerlo fueron a caer cerca de la esquina en la que estaba arrodillada la hembra esclava castigada. El hombre estaba de pie junto a ella y esta mantenía la boca abierta por si su propietario decidía usarla de nuevo como mamapollas o como urinario.

  • Ves, mula mamapollas -dijo el hombre acariciando la negra melena de la mujer como quien acaricia la cabeza de una mascota obediente que espera a sus pies órdenes de su dueño- Hay que hacer ejercicio para mantener un culo duro y firme que al Dueño le apetezca usar y taladrar con su verga. Por eso te obligo a hacer tus ejercicios.

  • Esta mula mamapollas le da las gracias, Dueño -dijo la mujer.

Nuria no podía más. El ardor la invadía mientras repetía con el sucinto tanga negro los movimientos de bajada y elevación rítmicos que ya había hecho antes con los pantalones. La delgada pieza de encaje se frotaba contra su coño y hacía que ya casi no pudiera contenerse.

“Por lo visto con su otra esclava, no creo que le guste que me toque sin su permiso” -pensó Nuria al tiempo que se maravillaba de su pensamiento- “Su otra esclava. Ya pienso en mi como si fuera de su propiedad”.

  • ¿Puedo…

  • Puedes hacer lo que te venga en gana Nuria, Aun no soy el Dueño de tu cuerpo y tu vida. Todavía no has ganado ese privilegio.

Ella no lo dudo ni un instante. Metió la mano dentro del tanga y comenzó a acariciarse los labios de la vagina sin dejar de contonearse. Con todo el hombre no parecía reaccionar. Segua con esa actitud fría y reflexiva del que valora una inversión. Con un gemido, Nuria se introdujo varios dedos en el coño. El ardor creció tanto que apenas pudo seguir moviéndose.

“Aquí estoy. Masturbándome de pie en mitad de una sala ante un hombre que es un desconocido. Aquí estoy, deseando que folle, que me encule, que me clave su polla en la garganta, que me haga lo que quiera. Y cachonda y frustrada porque no lo hace. ¿es que no le gusto?, ¿es que no lo hago bien?”

Las dudas frenaban un poco la excitación de la mujer. Pero estas desaparecieron cuando el hombre volvió a acercarse por detrás y se pegó a ella. Pudo sentir su polla a través del pantalón. Estaba dura, enhiesta: “Será cabrón. Ese es el truco. Está cachondo como un semental salvaje pero el tío no lo expresa. Buen truco”.

Ahora Sabía que era un truco. Sabía que lo hacía para que sus hembras tuvieran dudas y se esforzarán más y más en ofrecerse, en someterse, en entregarse a él por temor a que el macho que era su propietario no estuviera excitado y complacido con ellas. Pero saberlo no impedía que funcionara, su ego de hembra reaccionaba automáticamente intentando arrancar al macho al que se ofrecía un gesto, una palabra de excitación.

Por eso en cuanto sintió el paquete del hombre contra su piel cambio el ritmo y la cadencia de sus movimientos. Comenzó a hacer girar su culo en círculos para que acariciar el paquete del hombre mientras sus propios dedos percutían dentro de su coño a un ritmo frenético.

  • Tienes que saber que esto -dijo el hombre estirando del tanga haciendo que frotara duramente la raja entre las cachas del culo que se frotaba contra su verga -está prohibido. Solo yo puedo decirte si quiero que lleves ropa interior. Todos mis juguetes esclavos deben tener la totalidad de su cuerpo a mi disposición en todo momento por si quiero usarlo, gozarlo, adiestrarlo, castigarlo o jugar con él. Ahora córrete -dijo al tiempo que arrancaba de un tirón el tanga, que se separó la piel de la mujer con un sibilante sonido de rasgado.

De nuevo fue una orden. De nuevo sonó como una orden. De nuevo ella la obedeció al instante.

Los espasmos de placer que llegaban uno tras otro sin poder contenerlos hicieron que sus piernas flaquearan. El hombre la sujetó por la cintura mientras ella, olvidado hacía tiempo todo pudor, toda contención, disfrutaba con gemidos y suspiros de cada oleada de placer que arremetía en su interior.

Lo que le había parecido en un primer momento un gesto galante del hombre resultó ser otra cosa. Mientras se corría, él aprovechó para separarle las piernas con una ligera patada en uno de sus tacones. Luego, sintió como le introducía algo en el coño lo que hizo que una segunda tanda espasmos orgásmicos la inundara. Allí lo giró hasta que estuvo bien empapado de sus jugos de placer y lo extrajo. El gemido de placer de la mujer cuando lo hizo se mezcló con el de dolor cuando, lentamente, girándolo, comenzó a introducirlo en el agujero de su ano.

Instintivamente, ella llevó las manos hacia atrás y las usó para separar ambas magníficas cachas para facilitar la labor del hombre.

Cuando terminó volvió a introducir algo en su coño, jugueteó unos instantes con los labios de su vagina y luego se apartó.

  • Así me gusta que estén las hembras que me sirven. Húmedas y excitadas constantemente ante la posibilidad de que mi verga, su dueña y señora, las reclame. Déjate eso puesto y vístete, Nuria.

Ella comenzó a hacerlo mientras él volvía a sentarse tras su escritorio. Ser puso los pantalones. Como eran muy ajustados sirvieron para mantener en su sitio los dos dildos que el hombre le había colocado en el ano y en el coño. Se puso el push up, pero cuando fua a ponerse la blusa se dio cuenta de que estaba inservible.

El hombre había descolgado el teléfono.

  • Jaca esclava, Ven a recoger a Nuria. Y trae algo que se pueda poner. Su blusa está inservible -dijo el hombre antes de colgar-.

Pasaron segundos antes de que la mujer que la había recibido apareciera en el despacho. Pasó por delante de ella tendiéndole algo parecido a un corpiño y siguió andando hasta que llegó enfrente del escritorio. Una vez allí se arrodilló, gateó hasta introducirse en el huaco bajo las patas de la mesa y besó los pies del hombre.

  • No. Juguetito. Ahora no puedes hablar. Haz lo que te he dicho-

Nuria vio como la mujer volvía a cercar los labios a los pies del hombre y pensó que los besaría de nuevo. No lo hizo. Los lamió largamente y luego comenzó a recular a cuatro patas para salir de debajo de la mesa.

“Besarlos para pedir permiso para hablar. Lamerlos para agradecer la decisión que haya tomado. Tomaré nota” -pensó Nuria mientras se terminaba de ajustar el corpiño, que apenas ocultaba la mitad inferior de sus pechos, dejando medio pezón al descubierto.

La mujer no dijo una palabra. La tomó del brazo y le señaló la puerta del despacho. Ella comenzó a andar hacia ella con una sensación que mezclaba la expectación ante lo que la esperaba y el más profundo placer que aún le enviaba mensajes sordos desde lo más profundo de sus entrañas. Justo antes de salir se giró

  • ¿Entonces he pasado la prueba?, ¿me has aceptado?

  • Aún no, Nuria. He comprobado que todo lo que me ofreces está en buen estado. Ahora tengo que saber si funciona adecuadamente.

Continuará.