Juguetes de Oficina (4) Trabajo en equipo

Nada como la coordinación y el trabajo en queipo para lograr que el Dueño disfrute plenamente de sus juguetes esclavos de oficina

Y en esa pausa eterna abrió bien los ojos y contempló la escena como si no formara parte de ella.

Podía considerarse afortunado. Una hembra clavándose hasta las entrañas en su verga en un esfuerzo continuo por proporcionarle placer, su magnífico cuerpo contrayéndose cada vez que se hacía taladrar.

Otra a sus pies, suplicando con cada movimiento, con cada gesto, con cada mirada, que la dejara contribuir a su placer, que la permitiera encontrar una nueva forma de servirle y de humillarse ante él. Y todavía había otra más, que sabía que estaba ansiosa, deseosa de ser convocada para ser usada y gozada a su capricho.

Así las había educado y adiestrado. Su cuadra sabía que su vida estaba marcada por el dominio de su Dueño y lo que más deseaban era entregarse a él en cuanto lo exigiera. No había mayor premio que el servicio, cualquier servicio, al Dueño. No había mayor recompensa que tener acceso a al miembro que era propietario de sus cuerpos y señor absoluto de su voluntad.

Y además estaban sus dos domésticas. Esperando en casa para humillarse ante él en cuanto apareciera, para servir a sus necesidades, deseos y caprichos, para suplicar e implorar continuamente por su verga.

El gemido de su potra cabalgando para su verga le devolvió al placer físico de sentirla clavada en su tranca. Ella se había llevado de nuevo las manos a sus maravillosas cachas y las apretaba con fuerza para acrecentar el placer de su jinete.

Le gustó, más que la sensación de la piel y la carne de la hembra frotándose contra su polla, el ver como ella se esforzaba al máximo, encontraba nuevas maneras de acrecentar su placer, como lejos de detenerse por el cansancio, aumentaba y redoblaba sus esfuerzos.

La premió apoyándose en su espalda y besándola en la nuca al tiempo que deslizaba su bocado hasta el cuello. Así la hembra a la que estaba cabalgando podría hablar, pero las riendas que guiaban su cabalgada de placer y dolor seguían tensas y útiles.

La mujer se estremeció. Un beso del Dueño era un placer extraño e inesperado.

  • Gracias, Dueño y Señor -dijo al tiempo que se clavaba hasta el fondo en la verga a la que servía y así comenzaba a girar en círculos las caderas en una nueva forma de servir y complacer a la polla que la hacía arder por dentro. No supo si el agradecimiento era por poder hablar al fin, por el beso o por sentir el ardor en su interior creciendo con cada acometida de su culo que clavaba el miembro para cuyo placer vivía dentro de ella. Era por todo. El Dueño se había asegurado de que fuera por todo a la vez. Una esclava agradece cualquier acción de su Dueño y propietario. Así la había enseñado su amo que tenía que ser. Así le gustaba a ella que fuera.

El hombre, su amo y propietario, aprovechó la posición para agarra sus pechos y magrearlos a su antojo. Eran grandes, jóvenes y firmes y el los estaba disfrutando. Sus dedos pellizcaban y jugueteaban con unos pezones atravesados por un piercing cada uno.

Se había ganado ese honor hacía unos meses después de una cubana que había durado varias horas en la que el Dueño había estado gozando, torturando y jugando con sus tetas hasta que se corrió en ellas y decidió concederles el honor de marcarlas como suyas.

Era otra de las recompensas. Las partes que mejor le servían de cada una de sus yeguas eran marcadas como propiedades destacadas del Dueño. Los piercings eran sencillos. Una barrita de oro atravesando la sensible piel del pezón. Si te acercabas a ellos podías leer las letras OPGB.

A cualquiera que le preguntaba al Dueño su significado cuando lucía a sus hembras en los locales de dominación o en las fiestas este le contestaba que significaban “Obediente propiedad”. Las dos ultimas letras eran las iniciales de su propietario.

El hombre la devolvió a la realidad de su servicio y su placer con un apretón fuerte de sus pechos.

  • ¿Das la gracias por un beso y no por el honor de servir a mi polla, potranca desagradecida?

Ella supo lo que tenía que hacer al instante. El Dueño no tenía bastante nunca. Siempre quería más muestras de sometimiento. Y no solo de sometimiento. Sino de agradecimiento por ser usada.

-Gracias Dueño por usar a vuestra esclava

  • Gracias por cabalgar a vuestra potra

Y así siguió cada vez que la verga la hacía arder en su interior. Acompasó sus movimientos para poder seguir agradeciendo al Dueño, ahora que la había ordenado hablar, poder servirle como esclava. Se clavaba y luego giraba las caderas con las nalgas apretadas con las manos mientras hablaba.

  • Gracias por follarme, Dueño y Señor

  • Gracias por clavarme vuestra verga

Él respondía a cada agradecimiento con una palmada o un fustazo en una de sus cachas expuestas y apretadas para su placer cada vez que golpeaban firmes y suaves contra su cuerpo.

  • Gracias por permitirme serviros

  • Gracias por usarme y gozarme

  • Si sigues así te vas a ganar otra condecoración en ese maravilloso culo por haberme servido correctamente y haber dejado satisfecha a la verga a la que perteneces -dijo el hombre mientras tiraba de las riendas. Sería la segunda, después de lograr que marque esas magníficas tetas tuyas como mías.

Al mencionar las condecoraciones, como él las llamaba, recordó a la hembra que tenía a sus pies, besándolos, lamiéndolos y suplicando otra oportunidad para ser útil a su placer. Ella las tenía todas. Era la más veterana, era la mejor. Pezones, lengua y labios vaginales lucían las condecoraciones que los marcaban como herramientas perfectas para el placer del Dueño y de su polla y su culo lucía el tatuaje con las mismas letras que lo marcaban como orgullosa propiedad de su Dueño.

Incluso tenía la marca a fuego en el final de la espalda con el sello completo del Dueño. Ninguna otra había hecho todavía ni de lejos mérito para eso.

  • Los huevos de tu Dueño y señor precisan atención, jaca mía, ¿no vas a serviles de inmediato? -dijo a la hembra desnuda y humillada a sus pies, al tiempo que abría un poco las piernas.

La reacción fue instantánea. Al tiempo que susurraba un “Por supuesto, Dueño y Señor, Gracias Dueño y Señor”, la mujer se arrastró entre las piernas de su propietario y comenzó a lamer y besar los huevos que pendían y se movían al ritmo que marcaba la cabalgada de la potra rubia.

Los sujetó con mimo con ambas manos al tiempo que los succionaba y los lamía. Su lengua avanzaba hasta la base de la verga buscándola con ansiedad casi furiosa de modo que en ocasiones se encontraba con el ano o las nalgas de la potra que estaba disfrutando del honor de servir a aquel hombre para quien tantas veces ella había cabalgado como su yegua esclava.

Pero el Dueño no le había permitido lamer, besar o tocar la verga que regía su existencia. Sintió otra punzada de envidia y pensó “¿quiere que atienda a sus huevos?, Pues va a tener la mejor comida de huevos de la historia.

Mientras introducía uno de los cojones en su boca y comenzaba a lamerlo con movimientos circulares de la lengua se maravilló de como el hombre que las dominaba y poseía lograba siempre que todos los sentimientos, positivos o negativos, que salían de ella redundaran en su placer. Así de bien la había adiestrado. Así de dominada y bien domada la tenía.

Siguió atendiendo los huevos de su señor. Los introducía en su boca alternativamente, mientas acariciaba el otro. Los besaba, los introdujo en varias ocasiones ambos en la boca hasta que casi llegaron a su garganta. Su lengua los recorría hasta la base del bálano que se seguía clavando en su otro juguete esclavo y luego, mientras los estrujaba amorosamente, llevaba su adiestrada lengua hasta el ano de su propietario.

Los servicios tuvieron su recompensa y el hombre volvió a introducir el pie bajo su coño y empujó hacia arriba en un permiso mudo para que volviera a cabalgar sobre él buscando su placer. La jaca cabalgaba de nuevo.

Las atenciones de sus dos yeguas colocaron al fin al Dueño en el estadio de placer máximo que quería y sabía extraer de ellas. Abandonó las riendas y sujeto a la potra que cabalgaba para él por su rubia cabellera forzándola a mantenerse quieta con su verga clavada en lo más profundo de sus entrañas mientras con la otra mano sujetaba la cabeza de su jaca obligándola a mantener la cara pegada a su entrepierna y sus huevos pegados a sus labios.

Pese a lo incómodo de ambas posiciones, ninguna de sus esclavas dejó ni un segundo de buscar su placer. La una empezó a contraer la vagina y a girar con las manos sus chachas en círculos alrededor de la verga y la otra succiono los cojones que tenía pegados a la cara y los logró seguir lamiendo con la punta de la lengua.

Esa última muestra de esfuerzo y sumisión tuvo su recompensa.

-Ahora correros, yeguas esclavas -anunció el Dueño-.

Tanto lo habían contenido ambas que el orgasmo les llego como respuesta inmediata a la orden que se lo exigía. No que se lo permitía, que se lo exigía. El Dueño también lo hizo casi sin moverse con un único espasmo que le clavó aún más en la hembra que había cabalgado para él. Luego, mientras todavía el semen emanaba, sacó la verga de su interior.

El semen y los flujos de potra y jinete cayeron sobre el rostro de la jaca que estaba entre sus piernas. Ella no hizo nada por apartarse para dejar de recibirlos ni por tragarlos aunque se moría por degustarlos. El Dueño no le había dado permiso para saborear tales manjares. Su orgasmo anegó su interior igualando la temperatura de su rostro y de su coño y sus flujos se esparcieron sobre el zapato del Dueño. Después de unos instantes infinitos, el hombre se apartó de las hembras que le habían servido hasta el orgasmo y se sentó en su sillón.

Pese a todo el esfuerzo y la humillación que le habían regalado, ambas sabían que el hombre a quien servían como esclavas no pasaría por alto si ellas no se mostraban aún más sometidas y ansiosas de servirle. Por eso ambas intentaron seguir el movimiento del Dueño para permanecer cerca de la verga y los cojones y demostrar que nunca cejaban en su intento de servirles.

La potra se echó hacia atrás intentando volver a contactar con la verga que había abandonado sus entrañas y la jaca estiro el cuello con la boca abierta y la lengua fuera intentando volver a alcanzar los huevos de su propietario.

  • Basta, zorras -dijo el hombre sentándose y sin ninguna acritud en su voz- Estoy satisfecho con vuestros servicios. Pero es hora de limpiar.

La hembra rubia se giró de inmediato y de frente al Dueño se arrojó a sus pies intentando alcanzar la verga del Dueño para limpiarla con la lengua como él las había enseñado hacer a todas.

  • No. Hora de cambiar -dijo el hombre sin más, sujetándole la cabeza a escasos centímetros de su miembro mientras ella hacía esfuerzos por alcanzarlo con la lengua.

No hizo falta nada más.

Las hembras se arrastraron por el suelo cambiando sus papeles. La rubia comenzó a lamer el zapato sobre el que se había corrido su compañera de servidumbre y la jaca se colocó arrodillada entre las piernas del Dueño y comenzó a limpiar su verga con la lengua, tragando cada gota de semen que encontraba en su camino.

  • Tú Jaca, no te quitaras el premio de tu Dueño de la cara ni los jugos de mi potra -sentenció el hombre mientras su jaca se colocaba en posición para su nuevo servicio- Que todo el mundo vea que eres buena como esclava y compañera y has sabido contribuir al placer de ambos

  • Gracias por permitir a esta jaca esclava saborear el premio de vuestra verga, Dueño y Señor

  • No olvides limpiarla bien por dentro -No había acabado la frase y la mujer ya la había introducido en su boca y lamia el glande moviendo también la lengua por entre los pliegues de la piel bajo él.- ¡Que rápida!, te morías de ganas de volver a tenerla en la boca, ¿eh juguetito? Siempre has sido una mamapollas compulsiva.

  • Solo de la vuestra, Dueño y Señor, solo de la vuestra -dijo la mujer en una pausa breve en la que se permitió también una sonrisa. La había llamado “juguetito”, un nombre que no solía emplear en público con ella y menos delante de otra de sus esclavas, una denominación que hacía referencia a los tiempos en los que ella era la única servidora que se humillaba y complacía a la verga del Dueño.

Un nivel de intimidad que la hembra rubia que ahora lamía el zapato del hombre que las sometía a todos sus caprichos tardaría mucho en alcanzar, por muy joven y explosiva que fuera. Con esa satisfacción volvió a introducir la polla que adoraba en su boca mientras el Dueño daba su siguiente orden.

  • No olvides frotar tu coño después de lamerlos para que queden bien brillantes, potranca -Dijo el hombre mirando a la hembra que ahora estaba a sus pies lamiendo su zapato, mientras acariciaba casi con mimo la cabellera de la hembra que limpiaba amorosamente su miembro con la boca- Hay que estar presentable. Nuestra invitada estará a punto de llegar.

Continuará