Juguetes de Oficina (2. La experiencia es un grado
El Dueño aprovecha la experiencia de su más antiguo juguete y su más veterena servidora para comenzar la jornada de trabajo de forma provechosa.
Llevaba apenas un cuarto de hora sentado en el despacho y ya tenía ganas de nuevo de usar y humillar a su hembra esclava de oficina. Había llegado tras él, gateando y arrastrándose como una buena mascota adiestrada, y en cuanto él se detuvo ella se arrimó al hombre al que pertenecía y comenzó a lamer sus zapatos en señal de completo y total sometimiento. Así deseaba el Dueño que fuera. Así tenía que ser.
Ahora la observó en posición de espera, arrodillada junto al escritorio, con la mirada en el suelo y las manos abiertas apoyadas en sus muslos. Era pequeña y delgada y superaba los cuarenta, pero era sin duda su mejor perra, su mejor esclava, su mejor yegua, su mejor hembra.
Alargó la mano y acarició su pelo, negro y con una media melena, como quien acaricia la cabeza de una mascota. Ella apenas levantó la cabeza para mirar a los ojos a su propietario. Siempre había que estar atenta por si el Dueño de su vida quería algo de ella.
Repentinamente la caricia se convirtió en una presa y los dedos del hombre cuyo placer regía su existencia se engarfiaron en su pelo. Con un brusco tirón la obligó a echar la cabeza hacia atrás.
- No te veo adecuadamente desvestida para servir a tu Dueño y Señor, perra -dijo el hombre sonriendo con su cara a muy pocos centímetros de su rostro. Luego besó y mordió levemente su cuello en el que ya se percibía alguna arruga- ¡Desnúdate de inmediato!
La mujer no lo dudó. Se arrastró hasta el centro del despacho y allí alzó la mirada y la fijo en su Dueño
- Esta perra esclava le solicita permiso para levantarse y ofrecerle su cuerpo para lo que guste hacer con él: castigarlo, domarlo, inspeccionarlo o disfrutarlo, Dueño y Señor. -Sonreía. No había dejado de hacerlo desde que el hombre que había puesto toda su existencia al servicio de su placer y de su poya la había apretado contra la mesa de la recepción-.
El hombre movió la mano con un gesto displicente y ella comenzó por quitarse las mallas completamente y alejarlas de su cuerpo con una patadita. Por un instante dudó en seguir. Siempre lo hacía. No conseguía superar ese momento de dura por más que lo intentara. Sus pechos ya estaban fuera de la ropa pues el propietario de su cuerpo los había sobado y estrujado a placer durante el enculamiento. Supero la duda y comenzó a desbotonarse completamente la camisa.
- “¡Será Cabrón! -pensó ese lado de su mente que nunca había abandonado su rebeldía- Me encula a las ocho de la mañana sin ni siquiera decirme buenos días, me obliga a seguirle a cuatro patas, semidesnuda como un animal tirando de mi cadena y no tiene suficiente. Ahora me obliga a pasar vergüenza desnudándome ante él como una stripper”.
El hombre sonrió al tiempo que activaba en su ordenador un programa de reproducción musical. Hear me now de Texas inundó la estancia con su sonido a rock de los noventa. Una música que sus otras potrancas apenas conocían pero que compartía con su mejor domada yegua.
Su sonrisa se amplió cuando contempló el momento de duda de la mujer que servía a su placer como sometida esclava. Sabía que esa situación era una de las que más odiaba su veterana servidora.
Su cuerpo ya no era lo que había sido hace 20 años. Seguía teniendo una figura delgada y fibrosa y un culo firme gracias al gimnasio, a las clases de Pilates y al uso continuo que de él hacia su propietario. Pero sus pechos ya estaban algo caídos y una casi ínfima curva decoraba su vientre. No demasiado después de haber dado a luz dos veces.
Era una hembra excitante en su desnudez, pero ella no podía evitar compararse con las jacas que también servían de diversión esclava a su Dueño. La una por su exagerada voluptuosidad, la otra por su cuerpo joven, su culo perfecto, sus tetas amplias y firmes. Siempre temía que el Dueño la arrinconara para disfrutar más de sus potras más jóvenes. Con la sonrisa subió el volumen de la música.
Eres un cabrón -dijo la mujer ya completamente desnuda y comenzando a contonearse al ritmo de la música. Tan solo mantenía las medias y los zapatos de tacón como sabía que era el deseo del hombre a quien se ofrecía como juguete sexual en todo momento.
Puede. Pero soy el cabrón que es tu Dueño y a cuya verga sirves sin parar como esclava, mala perra.
En privado su relación cambiaba. Ante las otras esclavas era la que más se humillaba, la más servil, la que más se arrastraba y suplicaba por servir al Dueño de su vida. La más obediente. Pero en privado mantenía otra relación. Casi de igual a igual, aunque un solo gesto del hombre que mandaba sobre su vida la devolvía al más arrastrado de los estadios de hembra esclava sin un pestañeo, sin una duda.
-Te gusta hacérmelo pasar mal, ¿eh? -dijo ella comenzando a pasar sus manos por todo su cuerpo hasta llegar a su entrepierna. Abrió un poco las piernas para introducir la mano entre ellas y poder acariciar su coño. Estaba húmedo.
- Ni se te ocurra tocar lo que es mío sin permiso -el tono del hombre se endureció levemente sin perder la sonrisa- No juegues con tu suerte o dejarás de ser mi yegua favorita.
Ella apartó los dedos del coño como si los hubiera quemado una llama. Toda ella era propiedad de ese hombre. Nadie podía tocar o gozar de ese cuerpo sin su permiso. Ni siquiera ella. Pero la regañina apenas caló en su mente. “Mi mejor yegua”, “Mi mejor yegua” -se repetía una y otra vez-.
Así era su Dueño. A fuerza de usarla, adiestrarla, castigarla y domarla había conseguido que una sola frase suya sirviera para que ella se pusiera húmeda, deseara pasar el resto del día devorando la verga que la utilizaba a capricho cuando le venía en gana al hombre que la sometía y la humillaba constantemente. Un solo halago lograba que ella deseara agradecerle de mil formas distintas permitirle vivir a sus pies, que deseaba que jugara con ella como un objeto de su propiedad de la manera que se le antojara.
- Deja de remolonear y haz tu trabajo o no tendrás lo que tanto quieres -dijo el hombre volviendo su mirada al ordenador-.
De nuevo no existió la duda. La mujer se dio la vuelta y ofreciendo su fantástico culo a la vista del hombre caminó hasta un mueble que estaba en uno de los rincones de la estancia. Se colocó en escuadra para abrir las puertas que estaban a ras de suelo.
-Muy bien perra, no olvidas que siempre tienes que estar a disposición de tu Dueña -dijo el hombre contemplando el culo que era de su propiedad, que acababa de usar y que podía volver a castigar o follar cuando le viniera en gana-.
En esa postura sirvió la copa, la puso en una bandeja, se irguió y se giró para dirigirse hacia el hombre. De encima del mueble tomó la agenda, un libro de cuero con un bolígrafo sujeto en un ojal y lo colocó también sobre la bandeja. Era costumbre del Dueño de su vida que ella le leyera la agenda arrodillada a sus pies mientras él tomaba la primera copa del día. Esa era parte de su trabajo.
Se dirigió contoneándose hacia el escritorio del hombre. Este amplió la sonrisa al ver la desnudez completa de su esclava y con dos dedos le hizo un gesto. No era difícil de interpretar. Ella se hincó de rodillas y recorrió el resto de la distancia hasta la mesa de esa forma. Al llegar, giró para rodear el sólido mueble de roble y poder llegar hasta la silla donde estaba su posición natural como esclava sometida: junto a la silla a los pies de su Dueño.
Este se giró y se colocó lateralmente a la mesa. Cuando la hembra de la que era propietario llegó arrastrándose hasta él colocó ambos pies encima de sus muslos desnudos y apretó. Ella, como un resorte elevó la bandeja para que el hombre que la humillaba de esa forma pudiera alcanzar su bebida. Luego dejó la bandeja en el suelo y tomó la agenda. La abrió por la página del día e iba a comenzar a leer cuando los pies del hombre presionaron más sus muslos.
Tu boca tiene una función prioritaria, solo existe para una cosa, perra esclava
Para adorar su verga, Dueño y Señor. Pera servirla y complacerla -ella sabía lo que tenía que hacer y después de decir esa frase dobló la espalada para besar los pies que estaban posados sobre sus muslos- Le ruego que me conceda el honor de poder usar esta boca de perra para dar placer a su verga.
Permiso concedido -dijo el hombre sin moverse y llevándose la copa a los labios.
La mujer puso la bandeja en el suelo y colocó las manos a su espalda. El Dueño ya la había regañado una vez por intentar tocarse sin permiso y no quería ganarse otro rapapolvo por tocarle a él sin su consentimiento. Había recibido permiso para usar la boca y eso es lo que haría para todo hasta que recibiera otra orden.
Comenzó a desabrochar el cinturón del pantalón del hombre al que pertenecía como esclava con los dientes. No tardó mucho ni le fue difícil. “La práctica genera la perfección” -había repetido en múltiples ocasiones su Dueño mientras la adiestraba en esa acción en concreto y la fustigaba cada vez que fallaba, obligándola a comenzar de nuevo desde el principio. Tenía razón ahora era una auténtica experta.
La cremallera bajó y ella pegó el rostro todo lo que pudo al paquete del hombre para poder alcanzar el elástico del calzoncillo, sujetarlo con los labios y bajarlo. Durante todo el proceso miraba fijamente al hombre que sonreía ante sus esfuerzos. Los pies apoyados del hombre sobre sus muslos la impedían en parte el movimiento por lo que tuvo que forzar la espalda para poder echarse hacia adelante.
Con el rostro pegado al paquete del hombre sintió crecer la verga que marcaba su vida. A medida que avanzaba hacia arriba iba besando dulcemente el paquete del hombre. Otro gesto de adoración, de total sumisión que sabía que al Dueño le encantaba recibir de sus hembras cada vez que estas se esforzaban para satisfacerle.
Como te gusta que te adore la polla, Dueño -dijo sin despegar el rostro del paquete cada vez más abultado -apenas podía respirar, pero encontró aire suficiente para desafiar a su propietario. Recibió una carcajada por respuesta-.
La gran matriarca, capaz de controlarlo todo en la familia; la perfecta secretaria, capaz de organizarlo todo en la oficina y ahora estás a mis pies, arrodillada, desnuda y humillándote con tal de poder meter mi verga en tu boca -el hombre quitó los pies de encima de sus muslos y eso la permitió echarse para adelante y alcanzar por fin el elástico del calzoncillo. Lo sujeto con los dientes y empezó a hacerlo descender- Pues sí, me encanta que la adores, la persigas y la mames sin parar cuando yo quiera.
Eso era una de las cosas que más disfrutaba de su esclava. Era una mujer fuerte, de hecho, cuando la conoció era prácticamente una obsesa del control. Debía tener todo bajo control para estar tranquila, pero había logrado que ahora supiera que él único que contralaba cada instante de su vida, cada segundo de su tiempo, cada rincón de su cuerpo era él.
Por fin la hembra que le servía como esclava pudo bajar el calzoncillo y su verga, inhiesta y dura la golpeó en el rostro. Mientras ella se esforzaba por estirar el cuello para poder engullirla desde arriba, él intentó deslizar un pie entre sus piernas. Las encontró cerradas y esto le ofendió. Sus propiedades siempre tenían que estar abiertas ante él.
¿Quieres negarme el acceso a lo que me pertenece, carne esclava?
En absoluto Dueño y Señor -el tono de la mujer cambió y apenas tardó un segundo en separar las piernas para permitir que el pie del hombre cuya polla estaba intentando engullir. El pie del hombre entró con fuerza y empezó a frotarse contra su expuesto coño. Cuando estaba a punto de introducir en su boca la verga a la que servía, la mano del Dueño en su frente la detuvo.
No te has ganado el derecho a comerla, esclava miserable -la voz del hombre era dura por primera vez y ella sintió que algo iba mal, que el propietario de su cuerpo y su existencia no estaba contento pese a todos sus esfuerzos por complacerle. Así era su vida. Una sola frase de aquel hombre que la había domado y adiestrado como si se tratara de un animal de compañía podía hacer que todo cambiara.
De nada había servido que la enculara salvajemente nada más llegar o que se hubiera arrastrado tras él como una dócil perra semidesnuda, o que se hubiera desnudado para él y sirviera a todos sus caprichos y deseos. Un solo instante de duda podía cambiar el humor de su propietario y desencadenar el castigo.
- Nunca seré merecedora de ese honor dijo la mujer mientras intentaba aún alcanzar la verga de su propietario. Sabía que a él le gustaba que se esforzase por hacerlo. La mano del hombre seguía apoyada en su frente y se lo impedía, pero ella alargaba la lengua en un intento de poder lamer el bálano que estaba a escasos centímetros de su boca- pero os suplico que me lo permitáis. Vivo para albergar vuestra maravillosa poya en la garganta y en cualquier otro orificio de mi cuerpo que deseéis usar. El pie del hombre percutía una y otra vez contra su coño. Eran golpes débiles pero la zona estaba muy sensible y resultaban dolorosos.
-Te he dicho que no te lo has ganado. Sigue adorándola y a lo mejor te dejo devorarla como la zorra hambrienta de verga que eres -el hombre retiró la mano de su frente y bebió un trago de su copa.
- Esta zorra hambrienta de verga vive para obedeceros y os agradece ese privilegio.
Escucharla dirigirse a él en la manera formal en la que estaba obligada a hacerlo y respetar la regla de llamarse a sí misma por el nombre que su propietario la daba en cada momento pareció relajar a quién tenía el poder absoluto sobre su cuerpo y su vida. En aquellos momentos no convenía mostrar ningún gesto de rebeldía, incumplir ninguna norma. Ella deseaba que fuera así. Había fallado a su Dueño y señor, al hombre que le permitía sentirse mujer enculándola y usándola para su placer. Ahora tenía que pedir perdón y pagar por ello.
- No hables y adora, mala perra -le conminó el hombre que dirigía su vida mientras su pie comenzaba a frotarse suavemente contra su vagina- Existes para eso.
Ella se puso a adorarla sin una palabra más. Comenzó por besar los huevos, primero uno y después otro y luego lamerlos haciendo círculos sobre ellos. El pie del hombre seguía jugueteando con su coño y ella comenzó a sentir el calor en su entrepierna. Lo resistió. Cualquier movimiento no ordenado podía ser considerado una ofensa por su propietario y ser castigado.
Se concentró en los huevos y la poya que le habían ordenado adorar. Ascendía una y otra vez por la longitud del duro bálano lamiendo y besando cada centímetro del mismo y cuando volvía a descender hasta los huevos los besaba o introducía uno de ellos en la boca y lo lamía circularmente con la lengua.
Su Dueño seguía inmutable, como si los esfuerzos de su esclava no le afectaran para nada, como si tener a una hembra adorando su poya fuera algo tan normal que apenas le excitara. En realidad, era algo normal. Tenía hasta tres para elegir.
La mujer apenas podía contener ya la excitación en su interior. Su propietario seguía trabajando su coño con el píe y el ardor que sentía por dentro era ya insoportable. Tenía unas ganas locas de frotarse contra aquel negro cuero del zapato para aumentar su excitación, pero no lo hizo. La adoración de la verga del Dueño era una prioridad. La única prioridad. Ahora vivía para eso. Siempre en realidad vivía para eso.
Tras cada beso, tras cada lametón una frase demostraba su total sumisión, su felicidad por la situación en la que la mantenía aquel hombre que usaba su cuerpo como un juguete de su poya y su voluntad como un juguete de su dominio.
Esta zorra esclava es feliz de poder adorar su verga, Dueño
Gracias por dejar a esta zorra esclava demostrar que vive para vuestra poya Dueño
Solo existo para adorar vuestra verga
Lo decía porque a él le gustaba escucharlo pero también lo sentía. Había tardado mucho tiempo en darse cuenta de que era así, de que esas frases eran mucho más que una prueba de total sometimiento. De que eran verdad. Estaba dispuesta a hacer cualquier cosa para que la verga que marcaba el ritmo de su vida la usara, la penetrara, la prestara atención…
Solo deseo vivir adorando su magnífica poya, Dueño y Señor -dijo después de recorrer ascendentemente con su lengua toda la tranca una vez más y reforzar su adoración con un beso en el glande.
No mientas -dijo su propietario y ella se contrajo como si hubiera recibido un bofetón-
Es verdad Dueño y Señor, vuestra zorra esclava no os miente -y para reforzar la verdad de sus palabras comenzó a besar rápidamente los huevos de su Dueño. Hizo el esfuerzo por introducir la cabeza entre sus piernas y comenzó a lamerle justo el comienzo del escroto a toda velocidad. No sirvió de nada. Su Dueño la agarró por su negra melena y arrancó su rostro de debajo de sus huevos forzándola a mirarle de frente.
Lo que más deseas es frotarte como una perra en celo. No mientas -afirmó el hombre con una sonrisa torcida mientras aceleraba el movimiento de su pie entre las piernas de su arrodillada y excitada esclava - Pues hazlo, perra. Frótate como lo que eres, pero no olvides quien es el Dueño absoluto de tu placer.
Vos mi Dueño. Lo sois vos. Gracias, esta zorra que os pertenece os da las gracias.
Comenzó a cabalgar lentamente sobre el zapato de su Dueño, a frotar su coño sobre la piel del zapato. El pie del hombre dejó de moverse. Le estaba permitiendo a la hembra que le servía como esclava obtener algo de placer no iba además a hacer esfuerzo alguno para que lo obtuviera.
Pese al calor que iba invadiendo su cuerpo desde su entrepierna la mujer esclavizada no olvidó que había recibido una orden de su Dueño. Estiró el cuello todo lo que pudo mientras sus caderas iban y venían rítmicamente y siguió adorando los huevos y el bálano del que era propiedad.
Ella era su auténtica propietaria. Suplicaba por ella, se arrastraba a los pies del hombre para lograr que se la clavara en las entrañas y la servía una y otra vez. Que estuviera dura y complacida era su obligación permanente.
Acompasó sus lametones y besos al ritmo al que se movía sobre el pie del hombre que la contemplaba sentado y espatarrado tranquilamente en su silla mientras ella, completamente desnuda y expuesta ante él hacía las dos cosas que él le había ordenado que hiciera: adorar su verga y comportarse como una perra en celo.
Apartando la vista de la mujer que se esforzaba por complacerle, sacó un paquete de tabaco del bolsillo de su camisa, cogió un cigarrillo y se lo llevó a la boca.
No hizo falta orden alguna. El Dueño tenía una nueva necesidad y ella era la encargada de satisfacerla. Apartó un instante el rostro de los huevos del hombre para tomar referencia de la distancia y luego apartó una de sus manos de la espalda y la llevó hasta la mesa de donde cogió casi a tientas un cenicero para sostenerlo con el brazo levantado a la altura a la cual al hombre le resultaba cómodo que estuviera para arrojar la ceniza.
- Así me gusta, perra esclava -dijo el hombre exhalando el humo por la nariz y vaciando un poco de ceniza en el cenicero de cristal y metal que tenía frente a él-. Hay que estar atenta a las necesidades de tu Dueño y Señor. No todo va a ser diversión.
-Vivo para serviros, Dueño.
Y dicho esto volvió a buscar los huevos de su Dueño con los labios y la tranca que debía adorar con la lengua siempre mirando a su propietario como había sido adiestrada a hacer.
La rítmica cadencia de su frotar contra el zapato del Dueño ya estaba causando un efecto irreversible. Notó la humedad de su coño en aumento y empezó a contener los pequeños espasmos de placer que le producía.
Mantenía un ritmo lento porque sabía que acelerarlo la hubiera colocado al borde del orgasmo. Y eso no estaba permitido sin autorización. Su placer era decisión exclusiva del hombre que la humillaba y se servía de ella para su placer y su comodidad.
Por encima de la verga que se apoya en su nariz y su frente pudo ver como el Dueño tomaba la copa de la mesa, bebió un sorbo y la colocó ante ella. La otra mano salió disparada de su posición de obediencia en la espalda y la agarró.
Así, con los dos brazos en alto, uno sujetando el cenicero y otro la copa, el rostro hundido bajo la verga del hombre al que servía mientras besaba sus huevos y lamía con adoración el miembro y frotando su coño como una hembra animal en celo con el zapato de aquel hombre que no había parado de usarla y humillarla desde que había llegado a la oficina, siguió cumpliendo las órdenes que había recibido. Y así seguiría hasta que él quisiera.