Juguetes de Oficina (10) Interludio de la Potra C

Mientras se divierten antes de la ceremonia Dueño y Potra terminan de rememorar la primera jornada de la hembra como juguete esclavo de oficina.

La potra salió de sus recuerdos justo cuando la limusina se detuvo y con ella el jugueteo de los dedos del Dueño en su entrepierna. Como había hecho impunemente en su jornada de prueba como esclava en aquel gimnasio. Dejándola a las puertas del placer. Igual que ahora al darle un fuerte cachete en una cacha y exigirle que la tapara antes de abandonar el vehículo.

La entrada en el local fue casi de película. Lo hicieron las cuatro sin el Dueño que decidió quedarse en la limusina charlando con el conductor. Estaba claro que quería que la atención de toda la sala recayera sobre ellas y las hembras se aseguraron de que así fuera.

Lucían espectaculares en sus vestidos pese a que el Dueño les había ordenado tapar sus encantos antes de entrar. La mula se había colocado una pieza de tul que completaba la cola de su corsé como si fuera una falda larga. Otra serie de piezas móviles de sus vestimentas fueron añadidas a sus ropas con cremalleras o velcro para cumplir esa función.

Pese a ello, llamaron la atención. Caminaban a unisonó como en una especie de formación de combate encabezada por la Jaca y cerrada por la mula con la yegua y la potra en el centro. Sus tacones resonaban en el suelo al ritmo de sus caderas y tardaron apenas cuatro pasos en convertirse en el blanco de múltiples miradas.

Sus collares las delataban como sumisas, como hembras esclavas. Pero el hecho de que hubieran entrado solas, llamativas y en grupo las colocó en el radar de múltiples cazadores y cazadoras de la sala.

La potranca rubia ni siquiera llegó a la barra. Cuando atravesaron la pista de baile se detuvo en el centro y comenzó a bailar al ritmo de la música. Sus caderas se movían en una cadencia hipnótica que lanzaba destellos de su perfecto culo, ahora completamente embutido en cuero negro, a quien estuviera observando. Sus brazos se movían arriba y abajo, siguiendo las curvas de su anatomía. Mientras sus manos acariciaban en ese ir y venir sus pechos, sus nalgas, su entrepierna. Todo lo que las docenas de ojos clavados en ella se morían por poder tocar y poseer.

  • ¡Será puta! -comentó la jaca sonriendo mientras llegaba con la nueva yegua a la barra- Le encanta ponerlos a mil. Siempre le ha encantado. Ve a bailar, joven yegua, diviértete. Esta vieja Jaca tiene que ahorrar fuerzas para cuando el Dueño decida reclamarnos. Y le palmeó el culo como si azuzara a una yegua alazana a cabalgar.

Llena de excitación por la situación vivida, por las evidentes miradas de amos y

dóminas

clavadas en ella y por la intuida pero no descubierta atención del Dueño en alguna parte del local, se encaminó hacia el centro de la pista.

La Potra, su compañera, la recibió con un contoneo sugerente que la hizo descender hasta quedar en cuclillas sobre sus altísimas plataformas y volver a ascender acariciando con las manos el contorno de la anatomía de su nueva compañera de baile y de sometimiento esclavo, incluyendo por supuesto, su culo y sus pechos. Luego la besó.

No fue un pico como, ni siquiera un juntar los labios con fuerza y fruición. Le metió la lengua hasta la garganta, luego jugueteo con la suya y finalmente separó los labios de forma sonora.

La Yegua se aprovechó del círculo que se había creado en torno a su compañera para bailar con toda libertad y de la forma más insinuante posible. Ambas se agarraron, se frotaron, bailaron sueltas al mismo ritmo y agarradas acariciándose y sobándose sin complejos.

Hasta que otra mujer invadió su espacio. Ese espacio que el deseo y la excitación de los presentes había creado para ellas.

Era morena y delgada, aunque su moreno se notaba teñido. Resultaba muy atractiva, sus pechos realzados por un

push

up bajo un mono de cuero integral. Unas altas botas por encima de la rodilla completaban el conjunto. Eso y una corta fusta colgada de su cintura

  • Los hombres, solo saben mirar y pajearse, son unos cerdos, ¿verdad hermanas?

  • Si tú lo dices -contestó la Potra sin dejar de bailar-

  • Claro que lo digo. Los conozco bien. Por eso puedo dominarles a mi antojo. Allí tengo a uno que se correría solamente con que le dejara lamer mi zapato -dijo señalando a una esquina donde un hombre estaba sentado en una mesita. Una de sus manos se encontraba sospechosamente escondida debajo de la mesa.

Siguieron bailando unos minutos hasta que la mujer posó sus manos en la cintura de la Yegua

  • Cuidado -dijo amablemente la Potra con una dulce cadencia que hizo parecer durante un instante que su palabra, su advertencia, formara parte de la letra de la canción que estaba bailando.

En un solo segundo la mano de la mujer se posó en el culo de la Yegua y la mano de la potranca restalló como un látigo contra el dorso de la mano de la atrevida entrometida. Muchos ni se dieron cuenta de ese repentino enfrentamiento pese a tener toda su atención puesta en las tres mujeres. Sus mentes estaban en otras cosas, en otras fantasías, en otras partes de los cuerpos de las hembras.

  • Ese culo tiene Dueño -dijo la Potra en un susurro cuando su contoneo llevó su rostro cerca del de la mujer-.

  • ¿Es tuyo?

  • Es de El Dueño, igual que el mío. Las dos somos de El Dueño, ¿no ves nuestros collares? -Sin darle tiempo a reaccionar, giró sobre sí misma y terminó agarrando a la mujer por la cintura. La atrajo hacia sí en un gesto que hizo trempar las vergas y humedecerse los coños de la mitad de quienes observaban la escena y así siguió la conversación.

  • Pues no debe ser muy buen dueño si os deja así, sin control ninguno, en un sitio como este.

  • ¿Para qué controlar lo que ya se domina?, ¿no es empeñarse en el control una forma de demostrar que no se confía en que se le domina plenamente?

La mujer seguía agarrada a la Potra. La acariciaba la cintura, las piernas, los brazos, pero no se atrevía a rozar siquiera ninguna otra parte del magnífico cuerpo. Había quedado claro que tenían propietario

  • El control demuestra el dominio. El perro debe estar encadenado para que nunca olvide su lugar

  • ¿Para qué encadenar a la perra si la perra te sigue a cuatro patas de buen grado sin cadena ninguna? El adiestramiento es la mejor cadena, eso dice El Dueño. Hacernos desear día y noche su verga es el mejor control. Yo estoy de acuerdo -y dicho esto, se separó de la mujer, volvió a agarrar a su compañera por la cintura desde atrás y la alejó de la mujer que, de repente, se sintió sola, como en fuera de juego, en mitad de la pista y se marchó intentando conservar la compostura. Cuando llegó a su mesa se sentó y golpeó con su corta fusta a su esclavo en la cara. Este sacó la mano de donde la tenía.

  • ¡Dominas! -suspiró la Potra- Se creen que con el rollo de “las hembras somos superiores y tenemos que ser hermanas”, te van a poder poner a cuatro patas para que les metas la lengua en el coño cuando quieran. A ver si el Dueño nos convoca de una vez. Esto empieza a aburrirme.

El Dueño estaba en el local. Lo había estado desde cinco minutos después de que sus hembras esclavas hicieran su espectacular entrada. Había disfrutado de cada mirada, década comentario captado al azar, de cada mano ajustándose el paquete o cada dedo que se escondía dentro de la falda cuando las miraban, cuando las observaban.

Había seguido todos los movimientos de su yeguada sin perder ripio. No las había podido escuchar, pero sus actitudes habían sido evidentes. En la barra con el amo frustrado, en la pista con la

dómina

. Él si había percibido el manotazo. En un momento los ojos de la potra que bailaba sinuosa y excitante se abrieron y se enfrentaron a los suyos. La sonrió de nuevo. Él también seguía recordando que era su aniversario.

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Desde la llamada a primera hora a su oficina mientras se follaba tranquilamente a su amiga como el juguete esclavo de oficina que

era

, el hombre que estaba llamado a ser su

propietario

y que

ella ansiaba que lo fuera la ha estado poniendo a prueba. Durante toda la jornada de trabajo la ha estado torturando de la misma manera.

En el pasillo, en el aseo, en su propia mesa. La ha obligado a masturbarse hasta que ya no puede más, la ha llevado al punto más cercano al orgasmo y luego, la ha negado la posibilidad de suplicarle, de implorar por ello, le ha impedido correrse, le ha impedido disfrutar. No la considera digna de ese privilegio, aún no. O quizás es que la considera demasiado digna de ello.

Incluso a la hora del desayuno ha quedado con ella en un bar cercano y le ha hecho lo mismo dos veces.  Bueno, en realidad la que ha aparecido ha sido su amiga.

Él

no se ha dignado ir. Ha hablado por teléfono. Esta vez

le ha visto el rostro. Ha podido ver su sonrisa cada vez que sus labios formaban el no que era el rechazo a su muda súplica de correrse.

  • Haz lo que quieras -le ha dicho la última vez, antes de colgar- Aún no soy Dueño de tu placer.

Ella se ha contenido. No tanto por temor a su reacción sino porque ese recordatorio brutal de que aún no es la esclava que desea ser ha contribuido sobremanera a enfriarla.

Y encima su amiga se ha marchado y la ha mandado a trabajar el resto de la jornada con un regalito. Ahora cada vez que se mueven las bolas chinas que lleva en su interior y que la hembra esclava -se repite ese título en la mente con envidia apenas contenida- del hombre le ha colocado con mimo le recuerdan el placer del que no se atreve disfrutar.  Menos mal que está a punto de salir a comer.

  • No hay nada más placentero para el Dueño que domar y adiestrar hembras fuertes, que saben lo que quieren -le ha dicho su amiga mientras incrustaba una tras otra las bolas chinas en su coño en el baño del local- ¿de

qué

sirve dominar, domar y someter a otro tipo de hembra?

No sabe muy bien por qué durante toda la mañana esa frase la persigue, vuelve a su cabeza cada vez que el placer la inunda y se obliga a contenerlo.

Por lo menos en la última llamada el muy… Dueño y Señor de su existencia -tiene que acostumbrarse a pensar así en él. Desea acostumbrarse a ello-, ha tenido una buena idea.

  • Quizás deberías ir al gimnasio para quemar adrenalina, Naomi. Últimamente lo tienes algo olvidado –ha dicho después de que ella encontrara mil formas de suplicarle, de rogarle, de arrastrarse verbalmente ante el para que la consintiera correrse de una vez.

  • “¡Que obsesión tiene este tío con los gimnasios!” -ha pensado en lo que ha identificado como su primer conato de rebelión, que ha durado lo que han tardado las bolas chinas en recordarle que toda excitación resulta peligrosa.

Así que, como le ha sugerido que vaya al gimnasio, ella lo ha tomado como una orden expresa y ha ido. No está el día para más desafíos de los necesarios si quiere terminar por fin a los pies de un Dueño que la use y la someta como sus fantasías le han estado dictando toda su vida.

El gimnasio está cerca y ella lleva ya más de una hora desfogándose. Lo ha intentado todo. La cinta, la bicicleta de spinning, los

steps

, hasta el saco de golpes. Eso es lo que más la ha relajado, tiene que reconocerlo. Pero sus ardores siguen. No se detienen. No menguan. Le siguen exigiendo paso como un ariete que golpea una muralla, como el grito de un preso inocente que exige libertad tras los injustos barrotes de su celda.

El Dueño -no será aún dueño suyo, pero eso no hace que no sea El Dueño- ha vuelto a llamar en mitad de la sesión para comunicarle que salía del trabajo. Ella ha temido que repitiera una vez más su calvario de llevarla hasta las puertas del éxtasis y prohibirle la entrada, pero él no ha dicho nada cuando ella le ha informado de que estaba en el gimnasio. Ha colgado.

Adiós a sus fantasías de ser tomada en la ducha como lo fue su amiga. De sentir el agua tibia corriendo por su piel mientras desnuda, con el rostro bajo el pie del hombre que sería su propietario le ofrece cualquier parte de su cuerpo como juguete para el placer de su verga

Decide dejarlo. Apenas hay nadie en el gimnasio ya. Es la hora de comer.

  • Hay que ponerse en forma- Él no ve el rostro de ella, pero sabe que ella se ha estremecido como si un látigo hubiera restallado sobre su espalda. Él sabe reconocer perfectamente el efecto de un látigo sobre la espalda de una

hembra

esclava. La joven se queda inmóvil, sin darse la vuelta. Con la ropa de ejercicio a medio quitar, con el sudor resbalando por su ya desnuda espalda. Respira pesadamente a causa del ejercicio recién culminado, el pelo recogido en una coleta alta, el cuerpo encendido y ardiente.

Se acerca lentamente y ella no se mueve. Él está en la sala, no se moverá hasta que él le dé permiso. Le demostrará que sabe obedecer, esperar, plegar su voluntad al deseo del Dueño. Se detiene a un paso de ella, a la ínfima distancia del deseo y ella intenta pegar su cuerpo a él, demostrarle que está a su disposición. Sus caderas reculan y encuentran el cuerpo del hombre, se frota contra él.

  • ¿No estás cansada del ejercicio? –El aire expelido al pronunciar sus palabras acaricia la nuca de la mujer que le pertenece, que se le entrega-.

  • Nunca para serviros, Dueño y Señor –contesta ella mientras piensa “A la mierda. Si voy a portarme como una esclava, tengo derecho a llamarle Dueño”-. El hombre al que reta rebelde dándole un título de propiedad que él se empeña en demorar desliza la mano por su espalda y la introduce por debajo de la malla de ejercicio. Ella espera alguna reprimenda, algún recordatorio de que aún no le llame así, pero no lo recibe. En lugar de ello percibe, aun sin verla, la sonrisa de él cuando la habla.

  • ¿Rebelde tan pronto? Bueno, llámame como quieras. Al fin y a l cabo aún eres libre de hacerlo.

  • “He ganado” -piensa henchida de triunfo durante un segundo- “¡Gran triunfo! Frotando el culo contra el paquete de un desconocido como una perra en celo y sintiéndome victoriosa por poder llamarle Dueño y Señor” -la devuelve como respuesta la voz de su rebeldía-.

Pero sabe que lo es porque ha logrado lo que quiere. Aunque lo que ella desea más ardientemente es precisamente lo que el hombre desea que ella haga. Por eso siempre ganará él. Por eso siempre ganara ella. Por eso, si al final consigue ser esclava y propiedad de ese hombre, siempre ganaran los dos.

Cuando la mano bajo las mallas llega a la parte alta interior del muslo, ella abre las piernas para darle acceso a su coño. Le pertenece, ella ha decidido que le pertenezca, ella necesita que le pertenezca como todo su cuerpo y ella sabe que no tiene ningún derecho a negárselo. No quiere tener ese derecho

Lo acaricia bruscamente un par de veces, haciendo que las piernas de la mujer que está a su merced, expuesta y ofrecida, tiemblen cuando los espasmos combinados del placer contenido durante tanto tiempo y el dolor la golpean al unísono sin que pueda distinguir unos de otros. Con la otra mano recorre su nuca hasta llegar a la base de la coleta y la sujeta echando la cabeza para atrás hasta enfrentarla a él. En esa posición, con su mano enseñoreándose del coño de su esclava, la besa con un beso profundo que ella le devuelve hasta que él sujeta su labio inferior con los dientes.

  • Para ser una buena potra esclava, un buen juguete de oficina, tendrás que demostrar eso. Que vivirás para servirme –le dice al tiempo que aparta la boca y la mano de su nueva posesión y se echa hacia atrás. La gira de golpe haciendo que sus senos golpeen contra su pecho y luego la aparta de un empujón

  • Es hora de demostrar lo dispuesta que estás a servir al placer de quien sea Dueño de ese cuerpo y esa mente -.

Ella agacha la cabeza a modo de saludo y se gira de nuevo. Sigue con la tarea de desvestirse, pero ahora lo hace mucho más despacio. El hombre se sienta a horcajadas en el banco de flexiones donde ha decidido probar si esta hembra espectacular está preparada para ser suya, de su propiedad, su esclava.

Mientras el cuerpo que se le ofrece para que se convierta en su exclusivo propietario va asomando, se echa mano al cinturón. Cuando la mujer escucha el sonido del accesorio resbalando a través de las trabillas del pantalón vuelve a estremecerse un instante, pero continúa con su labor.

Baja la ropa hasta los tobillos hasta formar un ángulo perfecto con el cuerpo que ofrece su culo al hombre que se está ofreciendo como hembra servidora y permanece así unos segundos, meneándolo para él, para ofrecérselo, para demostrarle que está dispuesta a entregárselo para el uso o el castigo en cuanto él lo ordene. Luego se incorpora y levantando las piernas una después de otra deja la ropa allí, abandonada.

Coloca las manos en la nuca y, aún de espaldas al hombre que la exige esa deseada muestra de sometimiento, pasa una pierna por encima del banco y se coloca también a horcadas sobre él.

  • Vuestra futura esclava os ofrece su culo para dispongáis de él –dice y un segundo después escucha el silbido del cinturón y siente como el frio cuero se estrellaba contra su piel-.

  • Gracias -responde mecánicamente “¿

Cuándo

he aprendido a

agradecer

los latigazos?”- Será vuestro para azotarlo o follarlo. Para gozarlo o torturarlo. Para lo que queráis. Ella sabe que su culo es espectacular, como lo son sus senos grandes, redondos y con toda la firmeza de su juventud. Ella sabe que son ofrendas que el hombre no puede rechazar.

La mujer, sin separar las manos de la nuca se coloca de rodillas sobre el banco y en esa posición recula un poco hasta sentir de nuevo el estallido del cinturón contra su carne. Un nuevo agradecimiento mecánico al detenerse en su reptar. Caliente su piel por fuera por el flagelo. Ardiente su interior por idéntico motivo.

  • Quiero ver lo buena potra folladora que puedes ser –dice él sin matices, sin juego. Ahora todo es físico, todo es sexo y placer. Ha conseguido excitarle. Ha conseguido que la primera prueba no sea el servicio o el sometimiento. Sea el placer. Algo que ella sabe de sobra que su cuerpo esbelto, torneado, joven, perfecto ofrece a cualquier hombre a raudales.

Ahora todo es duro, como lo está su mente, como lo está la verga del hombre que la prueba como esclava, que quiere ejercer en esta ocasión de esa forma salvaje su dominio sobre la hembra que ansía ser de su propiedad.

Se levanta y se acerca al cuerpo que se le ofrece por entero. Otro latigazo cae a mitad de camino sobre el magnífico culo esclavo que se le entrega para su placer. Ella se inclina hacia adelante y pega el rostro al banco mientras recibe el siguiente azote y - ¡Por fin, menos mal, por fin! - la suela del calzado del hombre se posa sobre su rostro.

  • Muchas gracias por permitirme intentar demostrar que

dispondréis

de mí para lo que queráis. Este culo -lo agita y lo hace vibrar en el aire para que el observador contemple la perfección, la redondez, la firmeza de lo que va a ser suyo-, como todo lo demás de mi os pertenecerá por completo si me aceptáis como estoy ahora, viviendo a vuestros pies y sometida a vuestra voluntad.

Está

a punto de alcanzar un orgasmo imposible de contener cuando termina la frase y esa vaharada de calor interior que le arranca sudor de las sienes le recuerda lo que aún tiene en su interior. No sabe si tiene permiso para hacerlo, no sabe si lo necesita. Lo único que sabe es

que,

si no extrae las bolas de su interior, si no experimenta el pequeño y gozoso dolor que cada una de ella le proporcionará al abandonar sus entrañas, no podrá seguir soportando la situación. Continúa hablando mientras lo hace. Cada vez que una sale un pequeño gemido la anuncia.

  • Sólo existiré para daros placer y servicio- La mujer tira del cordel que cuelga entre sus piernas y la primera bola

sale al exterior

– Esta humilde hembra que ansía ser vuestro juguete esclavo solicita vuestro permiso para tocarse.

El hombre permanece impertérrito, pero la frase le hace excitarse hasta que su miembro está a punto de estallar. Esa magnífica hembra no olvida ni siquiera sometida a esa excitación y ese dolor simultáneos que nublan su mente que todo su cuerpo le va a pertenecer, va ser de su propiedad. No olvida pedir permiso para tocar algo que sólo él tendrá derecho de usar a capricho. Una caricia que asciende desde el culo levantado para él por la espalda le concede el permiso sin palabras. Es una candidata excepcional.

Ella termina de sacar las bolas una a una, lentamente, mientras se acaricia los labios vaginales para mitigar el dolor. Cuando termina las arroja al suelo.

Chocan contra

el parqué tintineando. Luego coloca una mano en cada cacha y las abre para ofrecer a la vista y la verga del hombre, si así lo deseaba, sus dos orificios. Sus labios ya brillan con la luminosidad de su excitación. Su coño lleva horas húmedo y ardiente.

  • Tomadme -suplica-. Tomadme por donde queráis. Usadme y yo me esforzaré para vuestro placer- La mujer se encoge cuando dos nuevos latigazos inesperados responden a su ofrecimiento

  • ¿Te atreves a darme ordenes, pequeña Naomi?, ¿has olvidado las reglas del juego del que quieres ser juguete esclavo? Las órdenes debo darlas yo.

  • No, por favor -se corrige la hembra con desesperación mientras abre más el culo y se arrastra hacia atrás, para mostrar su disposición a cualquier cosa- Gracias por recordármelas. Es sólo que estoy ansiosa por serviros, perdonadme, os lo suplico. Pero no puedo aguantar más.

  • Tú aguantarás lo que yo quiera que aguantes si quieres que te haga mi potra esclava y te conceda el honor de cabalgar empalada en mi verga, salvaje Naomi -responde el hombre manteniendo el duro tono anterior-.

Pero esta vez el cinturón no restalla contra la piel. Los dedos del hombre acarician primero y penetran después en la vagina expuesta de la hembra, de la mujer a la que siempre podrá reclamar cualquier tipo de servicio, cualquier humillación para su placer, cuando lo haga por fin su esclava

  • Tienes un magnifico coño esclavo y siempre está húmedo, por lo que veo -directo, físico, brutal. Eso es lo que quiere ahora. Eso es lo busca y desea-. Me encantará tener todo esto a mi servicio.

“Bien que te has asegurado de que lo esté, pedazo de cabrón” -piensa ella enfebrecida y disimulando con ese falso pensamiento rebelde, la satisfacción que siente por las palabras del hombre elogiando su coño como juguete esclavo-.

El hombre juega con el clítoris de la joven mientras ella se contorsiona a veces de placer, a veces de dolor, cuando sus dedos agarran y retuercen suavemente los labios vaginales. En un momento, los labios, ardientes y exigentes, del hombre se posan sobre la espalda de la mujer y ella siente apretada contra su ofrecido culo a través de la tela del pantalón la verga que está destinada a ser su propietaria, a marcar el ritmo de su vida y su esclavitud deseada y ofrecida.

Desea ser follada, enculada, empalada, allí mismo en sus entrañas hasta que Él haya satisfecho con ella sus deseos.

  • Os suplico que le hagáis a esta hembra que sueña arrastrarse a vuestros pies como una esclava el honor de usarla para vuestro placer- El hombre aumenta el ritmo de la marcha de sus dedos sobre el coño que se le ofrece y sonríe mientras la joven continúa. - Por favor, por favor. No puedo esperar.

El dedo sale de repente de su coño cortando el ritmo cadencioso que empezaban a dibujar sus caderas. De nuevo restalla el dominio del hombre sobre su piel en forma de latigazo. De nuevo el placer interrumpido por el dolor en esa alternancia infinita que lleva su excitación hacia el

clímax

.

  • Algún día tu impaciencia de potra desbocada en celo te va a causar problemas, Naomi. ¿Cómo voy a tomarte si no me ofreces todo lo que tengo a mi disposición?

  • “Algún día puede, pero hoy no. No me llamo Naomi si no consigo que me folles hoy”, piensa la mujer mientras abandona su posición, vuelve a abrir sus piernas dejando el banco entre ellas, gira y enfrenta

el

rostro del hombre.

Con la mirada baja, como cree que corresponde a su condición de candidata a hembra esclava, coloca sus manos bajo sus pechos y los alza ofreciéndolos a su propietario que dobla el cinturón en varios pliegues. Luego abre la boca para indicar que también está dispuesta a recibir el

miembro en

su garganta. “Algún día, pero hoy no” -repite su mente- “Estas tetas te van a dar la mejor cubana que te han hecho en la vida, dueño cabronazo”. El hombre puede ver su sonrisa interior. Su sometido desafío silencioso

  • Algún día, pero hoy no –dice el hombre y su sonrisa si puede ser contemplada. Ella se siente desfallecer cuando descubre que el hombre ha leído su desafío en su rostro, en su gesto de ofrecerle esas turgentes y enormes tetas para albergar su verga, esa boca para follarla a su antojo hasta la garganta. Ha percibido su desafío y lo ha recogido contento y satisfecho- ¿me ofreces tu boca para que la use y la folle?, ¿me ofreces esas magnificas tetas para que las goce?

La mujer asiente mientras él descarga pequeños azotes con el cinturón plegado sobre cada uno de sus pechos.

  • Para lo que queráis, Serán vuestras, os servirán, os darán placer esclavo día y noche -responde ella a cada acometida del cuero sobre la delicada piel de sus pechos expuestos y ofrecidos recordando los relatos de su amiga y como esta agradecía, hace apenas unas horas, cada embestida que la verga a la que servía regalaba a su coño- Si desea en este momento obtener placer de mis tetas están a su servicio, si desea que le sirva con mi boca o mis manos lo haré mientras me lo permitáis- “

¡Pero que sea ya, joder!

¡No puedo más!”. Por un momento teme que su pensamiento se haya convertido en sonido entre sus labios.

  • Sé que estás ansiosa por entregar tu cuerpo. Sé que deseas que mi verga te taladre, al fin y al cabo, no serías la magnífica potranca que eres si no lo desearas en todo momento. Pero tengo que comprobar que el gimnasio te ha puesto en forma. Es obligación de todo propietario comprobar el buen estado de sus pertenencias. Túmbate.

Él se levanta y deja el banco para que su esclava se tienda sobre él. Ella nota en su espalda, su culo y sus piernas la rasposa madera. Templada, pero fría en comparación de la hoguera que hierve entre sus piernas

Mientras ella se tiende, él se acerca a una taquilla y hurga en su interior. En ese breve momento de descanso la mujer, tendida boca arriba y expuesta, con las manos de nuevo enlazadas en la nuca, teme por primera vez que alguien pueda verlos. El gimnasio está completamente vacío, pero alguien podría llegar. “¿Y qué si alguien lo hace?” -piensa sorprendiéndose ella misma de tan impúdico pensamiento- “Si voy a pasarme la vida arrastrándome como una perra tras de él que vean como me folla tampoco será algo poco habitual. Tendré que acostumbrarme”. Sabe que el pensamiento es una mentira contada a sí misma.

No va a acostumbrars

e.

Lo va a disfrutar cada vez

que ocurra.

Tras buscar en la taquilla, el hombre saca dos juegos de esposas y las fija a los tobillos de la mujer y luego a las patas del banco. La taquilla es la de

Pilar, la

de su yegua folladora. Por eso sabe lo que buscar en ella. Por eso tiene la llave. Lo que es de la esclava siempre pertenece al Dueño.

  • No estaría bien hacer trampas ¿no te parece? - dice el hombre mientras vuelve a sentarse a horcajadas en esta ocasión sobre el cuerpo de la hembra esposada por los pies al banco.

Ella siente como los huevos de su Dueño se aposentan justo sobre su coño. Él la siente estremecerse.

  • Ahora veamos si tanto gimnasio te permite tratar y

aservir

a una verga como una verdadera esclava debe hacerlo.

No hace falta que diga una sola palabra más. Ella comienza a hacer abdominales. Cada vez que se eleva intenta aguantar el tiempo suficiente para conseguir desabrochar el pantalón del hombre como toda hembra que desee ser una perfecta perra esclava debe saber hacerlo: con la boca.

En el segundo de los abdominales arranca el botón del pantalón con los dientes. Ella teme el castigo y realiza la siguiente flexión con más rapidez. Cuando está pegada a la bragueta del hombre, este desliza una mano por detrás de la nuca y la posa sobre las entrelazadas de su candidata a esclava para ayudarla a mantenerse en esa posición. Se mueve hacia adelante, colocándose sentado justo encima de su vientre y dejando libre de nuevo su vagina y su clítoris que, un instante después, vuelven a ser acariciados e inspeccionados por la mano que le queda libre. Ahora la entrepierna del hombre es todo lo que la ella tiene delante. Es todo su mundo.

  • ¿Crees que valoro más un botón que el esfuerzo de la hembra más sorbería por complacerme?, no me insultes, Naomi, no me insultes, pequeña esclava.

Por fin la ha llamado esclava. La excitación y la felicidad la hacen olvidar. Olvida la presión del paquete contra su rostro que apenas le deja respirar, olvida la casi insoportable presión de sus músculos abdominales. Olvida y sirve. Como siempre ha deseado. Baja la cremallera con los dientes mientras los dedos del hombre premian sus esfuerzos llenándose de jugos enterrados en su coño.

En el siguiente abdominal libera por fin su ansiado premio y este le golpea el rostro, erecto, impaciente. Lo busca con los labios y lo besa. Intenta mantenerse, pero de nuevo sus músculos, aliados de su dolor y devoradores de su deseo, la empujan hacia atrás.

  • ¿Permitís a esta humilde esclava ocuparse de vuestra adorada verga? –pregunta entre jadeos de cansancio y de excitación en el tono que siempre utiliza en sus fantasías, que siempre ha usado en sus deseos. Sus piernas se mueven como serpientes intentando enroscarse alrededor de la mano que escruta entre ellas.

  • Te lo has ganado – responde Él- Y la mujer toma fuerzas y en un solo movimiento incorpora el tronco y entierra la verga a la que quiere pertenecer en su garganta. La mima, la besa. La acaricia, la muerde, la adora. El hombre le ayuda a servirle sujetándola por la nuca.

Y así continua mientras él lo quiere, mientras él lo disfruta. Ella desea que sean horas. Él puede ordenar que sean días.

  • No seas glotona –dice él de pronto. Veo que tu boca está en buena forma. Siempre lo he imaginado- Y por lo que veo hay otras partes de ti que precisan atención.

Dicho esto, el hombre saca los dedos que encendían de ardor el clítoris de su candidata a potra esclava. Los pone ante el rostro de la mujer mientras ella intenta perseguir aún la verga a la que sirve y ella los saborea, deleitándose en el placer del sabor de su propia entrega, de lo que el que será su Dueño logra arrancar de ella.

  • Veamos cómo se te dan las flexiones de piernas- dice el hombre levándose. Espera pacientemente a que ella se alce. Las piernas le duelen del esfuerzo, así como el vientre, pero no duda un instante. El banco es lo suficientemente ancho como para permitirle mantenerse en pie sobre él. Mientras se pone en pie, otros dos restallidos en su espalda y su culo le recuerdan que la paciencia de alguien que posee hembras

que

responden al instante al menor de sus caprichos y deseos no es infinita. Una vez que está de pie sobre el banco, apoya cada pie en uno de los bordes.

El hombre se tumba y se desliza bajo ella hasta que su miembro, ahora libre enhiesto y ansioso apunta directamente a la abertura que se le ofrece en las alturas.  Ella comienza a descender para empalarse a sí misma en el miembro que será su propietario. Pero las manos firmes del hombre la interrumpen. Se posan sobre sus nalgas y las disfrutan estrujándolas con fruición.

Luego cree estallar cuando siente el primer lametón duro, casi furioso, que invade su intimidad, y cree morir mientras estos se alternaban con sutiles y amorosos roces de los labios del hombre en los labios del coño que ella le entrega.

  • Os lo ruego, dejad que me corra, dejad que lo haga para vos- dice entre jadeos, entre convulsiones de sus caderas, mientras recibe las caricias, como susurros, de los labios del hombre entre sus piernas, sobre sus labios vaginales, dentro de su coño.

  • Haz lo que debes hacer, esclava. Ya llegara tu turno si lo mereces. Por ahora no tendrás otro placer que el placer de arrastrarte ante mí y de servirme.

  • Como queráis -acepta mordiéndose los labios para reprimir por enésima vez esa jornada un orgasmo que le parece mil veces diferido.

Espera a que el hombre vuelva a tumbarse. Sus piernas descienden de nuevo y esta vez no encuentran nada que las detenga. Pero aun así se queda flexionada a un centímetro escaso del glande que reclama sus servicios.

  • ¿Puede esta humilde esclava servirle con su coño?

  • Más te vale que puedas –y la ansiedad demostrada con esa imprecación es otro premió que ella disfruta mientras lentamente se deja caer hasta que la verga que la está probando como hembra servidora se hace una con sus entrañas.

Y ya no siente nada salvo el placer de la posesión, de que El Dueño esté dentro de ella, de que la deje demostrarle su deseo de ser un perfecto juguete esclavo de placer. Y él ya no siente nada salvo el placer de saber que aquella que se le ha entregado le dará todo si así lo quiere y

lo recibirá todo porque qu

iere ser suya, sólo suya, sólo para él.

Cada movimiento, cada descenso de sus piernas, es un nuevo recordatorio de que el placer que le proporcionaba ser penetrada, sentirse clavada en esa verga, es el fruto directo de su esfuerzo, de su entrega. El hombre arranca la tranca del interior de su coño y la deja a mitad de descenso. Sus piernas desaparecen por detrás de ella, que permanece en la posición exigida, medio flexionada, con las manos en la nuca. Un instante después reaparece el rostro y luego su pecho y al final su miembro queda de nuevo enfilado.

  • Quiero verte la cara mientras te haces follar por mí, potra salvaje.

  • Soy vuestra si

queréis

y podéis usarme como queráis. Soy vuestra puta y vuestra esclava –dice ella y vuelve a clavarse, esta vez de golpe en la verga que disfruta de ella, que la hace disfrutar. En la verga que la usa como esclava. Como juguete, como sierva sexual de su placer. En algunos de los descensos el hombre, acaricia sus pechos o estruja sus pezones o palmea sus duras cachas. Hace lo que quiere. Tiene derecho a hacerlo. Ella se lo había otorgado.

  • Gime como una perra o nunca tendrás más mi verga dentro de ti –ordena el hombre con placer- Y ella lo hace mientras pierde la voz al decir

  • Para vuestro placer.

Y tras ese momento allí queda, empalada en la verga de su propietario mientras él acaricia su culo y su espalda, sus pechos y su vientre. Mientras parece reconstruirla, modelarla en cada caricia. Él se incorpora con ella todavía recibiéndole en sus entrañas y la atrae hacia sí. Sus dientes muerden aviesos uno de sus erguidos, irritados y duros pezones

  • ¿Puedo correrme ya? –cree que se lo ha ganado. Que la forma en la que ha demostrado estar dispuesta a servir y complacer a ese hombre le ha hecho merecedora de ese premio-

  • Podías haberlo hecho cuando quisieras. Te dije que aún no controlaba y disponía a mi voluntad de tu placer. Pero ya no. Aun no –es su sarcástica y lacónica respuesta-.

  • Habrá que asearse un poco – y se levanta, llevándola a ella en volandas a la cercana ducha. Ella se abraza a él sin querer despegarse, sin querer que su verga abandone la posesión de su interior. Y así llegan hasta la ducha donde el agua corre sobre ambos cuerpos que siguen siendo uno.

  • Hay que volver limpita a la oficina. Dice el hombre antes de salir de la ducha y dejarla sola, desnuda y con el orgasmo prohibido ardiendo en su interior.

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Conduce.

Conduce al trabajo, de regreso a su vida normal y cotidiana, a la parte que de ella conocen el mundo y los extraños. Llega tarde, aprovecha que el rojo de la luz del semáforo la obliga a detenerse y llama por teléfono.

Inventa una excusa plausible, moderada, sobre recoger papeles, algo del alquiler. Finge sorpresa cuando su compañera le dice que no le había dicho nada. La creen. ¿Por qué no iban a hacerlo? Es algo muy normal.

Nadie va a pensar que llega tarde a reincorporarse al trabajo porque ha estado encadenada a un banco sueco de gimnasia mientras suplicaba que la follaran o que se retrasa porque ha estado con la cara pegada al suelo mientras un hombre la dominaba con su pie encima de su cuello y la flagelaba con su cinturón, obligándola a suplicar que la aceptara como una esclava propiedad de su dominio. Nadie va a imaginar que pese a ello no había podido disfrutar de un orgasmo, no la ha sido permitido tenerlo.

  • ¡El muy cabrón! -su ira la revuelve, la arroja de nuevo a los pies del hombre, la hace revivir los últimos momentos que ha vivido en su presencia- ¡Yo me arrastro ante él, me humillo ante él, suplico, imploro, le como la polla y él me lo niega, me lo prohíbe…!

Casi cegada por tan rebeldes pensamientos conduce como si dispusiera de un piloto automático. Llega al aparcamiento del trabajo, decide aparcar lo más lejos posible de la puerta. No quiere que la vean bajar del coche. No quiere preguntas.

Camina los cien metros que la separan de la entrada clavando los tacones en el suelo, como si quisiera horadarlo, como si quisiera crear un agujero que llegara hasta el centro de la Tierra a través del que pudiera arrojar la ira y la frustración que ahora calientan sus entrañas hasta el núcleo incandescente del planeta para hacerlo estallar.

Las imágenes de él apartándose de ella cuando el universo iba a explotar en sus entrañas pasan ante sus ojos en un ciclo que parece infinito, que comprime una y otra su vientre en espasmos que reclaman lo que le ha sido negado a su placer, por una sola orden de él, por deseo expreso y manifiesto del hombre que será Dueño y Señor.

Entra y se mete en el ascensor, cuando las puertas se cierran es como si la cerraran del todo el universo, como si se enquistaran en su vida, cerrándole el acceso al tiempo que desea tener para dejar salir el placer que aún late, lejano, pero no olvidado, en sus entrañas.

Cuando sale del ascensor enciende el móvil. Vuelve a coger la cobertura. Un estridente pitido como de campanillas la sobresalta. La melodía de un mensaje. La que tiene seleccionada para los mensajes de él, la que la eriza la piel y la calienta las entrañas como si se tratara de un adiestramiento condicionado, casi porque es un adiestramiento condicionado

Se para en el descansillo antes de entrar al vestuario y mira el teléfono como si hubiera cobrado vida. Es un mensaje multimedia. Una fotografía de su señor sentado tranquilamente en su silla de trabajo en su despacho y un mensaje de texto que dice “llámame cuando llegues al trabajo, Naomi, Tesoro”.

  • ¿Tesoro? ¡Y encima con mayúscula, como si fuera su nombre! -quiere explotar la rabia, quiere regodearse en ella, disfrutar su rebelión solo un segundo más, un ínfimo instante en el que pueda pensar que no es de él, que su voluntad no vive ya cada minuto, cada segundo, pendiente de su voluntad y su dominio.

Pero la palabra, el epíteto, el símbolo de lo que es y significa esa palabra para ella y quiere que signifique para él tan solo le despierta la sonrisa, tan solo la devuelve a los espasmos de deseo de placer contenidos que su cuerpo recibe en oleadas pequeñas y distantes, como los ataques de una ´rebelde guerrilla derrotada que insiste en atacar y retirarse, aunque sabe que nunca logrará la victoria.

Cuando entra el vestuario sonríe tontamente como suelen sonreír algunas personas después de un despertar de sexo y de placer. La ira ya no está, la ira nunca estuvo, la rebelión sí, pero era una rebeldía que buscaba y ansiaba tan solo la derrota. Ella lo sabe y sabe que él también lo sabe y que sabe que ella sabe que él lo sabe. El trabalenguas eterno y deseado que unirá sus voluntades por fin. Juguetito es el hombre de esclava de su amiga. El que la enciende, el que la recuerda el amor del hombre que es Dueño absoluto de su vida, ¿será Tesoro el suyo?

Pero su rebelión, la última bandera que tremola en aras de su rabia, necesaria y fingida, perfecta y sometida, aún dura unos minutos. Los que tarda en llegar a la sala, coger el teléfono y llamar al hombre como él le ha ordenado.

Tenía planeado hacerle esperar más, pero la que no puede esperar es ella, no puede demorarse en su deseo de obedecer, de entregarse de nuevo. Ansía oír su voz, ansía saber qué tiene preparado para ella, volver a suplicar si es necesario. No está ve no lo hará. Tuerce el gesto mientras pulsa el botón de la memoria que almacena el teléfono de él. Sabe qué hará lo que él desee.

Tiene suerte. Hay una mesa vacía en una sala que está algo retirada de las demás por lo que, si cierra la puerta y mantiene un tono de voz normal, sus conversaciones telefónicas son absolutamente inaudibles por el resto de las personas que comparten su centro de trabajo. El teléfono suena una, dos, tres veces. A la cuarta hay respuesta.

  • Veo que no se te ha olvidado obedecer, esclava –la voz de él es cantarina como lo es la de quien suma 20 en una partida de Blackjack y sabe que es solo su decisión plantarse o arriesgar, alegre como la de quien ve que en la mesa la banca se ha pasado, casi jovial, como la de que ya sabe que ha ganado la partida de antemano.

  • Esta esclava de espera merecer ser de su exclusiva propiedad espera que haya disfrutado con sus servicios y su obediencia –no puede evitar decirlo, no puede volver a esa rabia que sabe que él espera, que él desea, que ella necesita para mantener su ansia de placer contenida como él le ha ordenado que haga. No puede evitar ser ella misma.

“¿De

qué

sirve dominar y someter a tus hembras si estas no son

fuertes

, si no saben lo que quieren?” -la pregunta retórica de su amiga, de la hembra que ya se ha ganado el privilegio de servir a la verga que ella ansía, se repiten de nuevo en su mente.

Sabe que por muy sumiso que sea el tono, por mucho que utilicé la forma de hablar que a él le agrada escuchar, que demuestra su sometimiento, sonará a reproche, parecerá un reproché. No le importa. Es un reproche.

  • Bastante –afirma él. Y sabe que por muy indiferente que parezca, por mucho que adopte la actitud que a ella le encanta de estar por encima de ella, indolente, tranquilo, ella sabe que percibe la rebeldía, el desafío. No importa.

Lo percibe - La demostración pectoral en el banco sueco fue bastante satisfactoria. Una buena credencial para que te conceda el privilegio de convertirme en tu Dueño y Señor, hembra esclava.

Ella sabe que ese lenguaje formal, replicando al que ella ha elegido es su reconocimiento de que sabe que la rabia es forzada, es necesaria para mantener vivo su placer, para volver a él hasta que él decida que puede disfrutarlo. Ella sabe que por eso se lo da, se lo concede, se lo regala.

Podría esforzarse en olvidar la sesión del gimnasio, en pensar en otras cosas, en centrarse en las cosas del trabajo. Pero no, se esfuerza en recordarse esposada a ese banco de gimnasia, desnuda y flagelada, devorando polla a granel, usada por la verga que rige su existencia y su placer clavada en sus entrañas, llevada al límite interior del paroxismo del placer y abandonada ante él por una sola orden del hombre, como un cruzado dejado ante las puertas de una Tierra Santa sin ariete o escala para asediar y lograr la victoria. Por eso él le recuerda la sesión, por eso ella se esfuerza en mantenerla en la parte más vívida del recuerdo, en la estancia más cercana del deseo.

  • De todas maneras, veo que el efecto deseado se ha causado –continúa él y su voz adquiere ese cariz de picardía, que abre en ella esa vidriera multicolor que es su mente cuando él la habla por primera vez de esa forma. Formada por cristales rojos de pasión, verdes del más profundo anhelo, amarillos de miedo contenido, naranjas de expectación creciente. Un arcoíris de mil sensaciones unidas por el plomo candente del placer retenido en su interior en ese momento eterno y casi doloroso, infinito y completamente ineludible.

-  Descubramos si ha servido para algo –dice la voz en su oído- Ponte en videollamada y muéstrame lo buena que eres con eso de enseñarle tu placer al que aspiras que sea tu Dueño.

Ella duda un instante ínfimo, hace tiempo que está más allá de ese impulso rebelde. Han pasado unos minutos, pero lo recuerda como algo perdido en las brumas de un tiempo pasado y olvidado. El primer susurro lo alejó, su orden lo relegó al olvido. No duda en obedecer la orden, duda de

cuál

es la mejor forma de complacer y satisfacer ese deseo. Él parece intuirlo porque no la apremia.

Al final, pone el móvil en función de videollamada y lo coloca apoyado en el bote de bolígrafos sobre el escritorio que tiene ante ella y lo echa hacia atrás. Al hacerlo siente como si alejara la mirada de él. Luego se levanta, empuja la silla hacia atrás, las ruedas la hacen moverse hasta que golpea sordamente contra la pared, luego da varios pasos hacia atrás hasta que sus corvas chocan con la silla. Él puede verla a través del teléfono en todo su esplendor.

  • Veamos lo que sabes hacer –dice la voz de su Dueño desde el teléfono-

Ella comienza a tocarse, a contonearse. Se acaricia los pechos y pasa las manos por el vientre. Una de sus manos entra en su escote y saca uno por uno los pechos del sujetador.

Se alza la falda y la hace mantiene arrugada alrededor de sus caderas mientras tira de sus pezones bajo el sujetador lo máximo que el dolor auto infringido la permite.

  • Hazte gozar para mí, hembra esclava –él sonríe. Sabe que tiene aún el estallido tan a flor de piel que le costará retenerlo, que sus palabras apenas llegarán a sus oídos, que, en el mar en el que ahora ella nada, esclava y Tesoro son la misma palabra, el mismo término, el mismo sentimiento, la misma pasión.

Ella comienza a hacerlo, primero por encima de la sucinta braga, luego introduciendo los dedos por debajo del tejido. Va aumentando el ritmo poco a poco al tiempo que sigue acariciándose el cuerpo y meneando las caderas-. Sus dedos apenas se posan en los labios de su vagina, apenas los acarician por temor a que frotarlos con más más fuerza desencadene lo que se le ha ordenado controlar, entran y salen en su sexo levemente, buscando la caricia más profunda durante un solo instante. Demostrándole que sigue ahí, que la tormenta de fuego aún desea descargar desde el profundo cielo de su se sexo, arrasando con su calor todo a su paso. Recordándole que aún no ha recibido el permiso de quien mora en las alturas de su voluntad y su deseo para hacerlo.

  • Todo tu cuerpo debe gozar ante el hombre al que te ofreces, Tesoro -y el recordatorio es dulce, casi compasivo. La perversa picardía adopta muchas formas-.

Un instinto mecánico le hace volver la vista hacia la puerta. Sabe que la ha cerrado y asegurado desde dentro, sabe que nadie puede entrar, pero lo hace. Luego comienza a desnudarse por completo. Pieza a pieza, su atuendo cae a sus pies mientras sus manos siguen recorriendo su piel buscando un centímetro cuadrado que no arda ya para encenderlo, una pequeña porción de su carne que no suplique ya placer para hacer que lo grite a todos los vientos del cielo y de la tierra.

Más rápido –ordena él al otro lado del teléfono- quiero oír tus gemidos.

Ella se acerca un poco al teléfono al tiempo que acelera el ritmo de los dedos dentro de su vagina. El calor la inunda, la recorre.

  • ¿Puede esta humilde esclava correrse para vos, esta vez? –pide permiso acercándose lo más posible al teléfono, imaginando que está tendida a los pies de él, exponiendo su ardiente sexo, su deseo y su necesidad ante sus ojos, cercanos que la miran desde arriba, desde el domino; desenado que sus palabras suenen tan ardientes como lo está su interior-, ¿puede demostraros esta potra salvaje que desea

perteneceros lo ansiosa que está de ser domada y cabalgada por vuestra verga de que la taladre y la use para su placer? -implora consentimiento ansiando que sus palabras suenen tan sometidas a él, al hombre para el que vive y goza, como lo está ahora toda su existencia a recibir el placer que vuelve a demandar ocupar al completo sus sentidos, su voluntad, su atención y su vida.

  • Por supuesto que no. Vuelve al trabajo. Te llamaré –dice él y corta la comunicación-.

Su suspiro se alarga en el tiempo como lo haría el silbido de un huracán mientras se acerca, como lo haría el grito de quien quiere adelantar el tiempo o detenerlo. Como lo hace la voz del placer al contenerse.

La rabia vuelve. Y con ella el deseo se mantiene. Y con ella el placer se concentra.

Va comenzar a vestirse, pero no lo hace. Completamente desnuda se pone el abrigo y amontona el resto de la ropa para meterla en el bolso. Sale como exhalación de la estancia y se dirige a la puerta.

  • Me voy. Me ha salido un curro estupendo que no puedo rechazar. Dile al jefe que mañana le envío por mail mi carta de renuncia – le dice a su compañera cuando pasa por delante de ella sin detenerse.

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Conduce

Conduce de nuevo y el miedo atenaza su interior. Por primera vez en toda la jornada, el miedo supera a cualquier otro sentimiento, por primera vez desde que se iniciaron sus pruebas, una sensación sustituye en su interior a la necesidad rabiosa y desesperada de placer.

Mientras se dirige a la dirección en la que sabe que se encuentran las oficinas de ese hombre, en

las que

su amiga ejerce de Directora de Administración y de hembra esclavizada, se pregunta si no ha cometido una locura. Especula con la posibilidad de volverse, de fingir ante su compañera que lo dicho era una broma. Aún no ha presentado su carta de renuncia, ¿y sí ese hombre no la acepta?, ¿y si, ahora que no necesita sacarla de su trabajo, le paga una miseria?

“Me aceptará, claro que me aceptará, ¿Cuándo ha tenido ese tipo una hembra como yo persiguiendo su polla como una loca?” -el pensamiento la fortalece, aunque el recuerdo de lo presenciado entre su amiga y el hombre que ejerce de señor de su cuerpo y su vida de nuevo la sume en las dudas. “Esa mujer es la esclava perfecta. En las duchas, en la oficina” -repasa mentalmente los servicios que ha visto prestar a su amiga, lo que no hace otra cosa que aumentar su excitación-.

“Da igual. Todo da igual. Voy a ser su esclava. Ninguna verga del mundo puede rechazar a una hembra como yo” -este último pensamiento refuerza su determinación justo antes de ingresar en el aparcamiento subterráneo del edificio de oficinas.

Aparca en una plaza de invitados, justo al lado de las que están reservadas a la empresa en la que quiere ser juguete esclavo de oficina, Reconoce el coche de su amiga. Hay otros dos, deduce que el más grande será el del hombre al que ha venido a desafiar, al que ha venido a convencer, al que ha venido a entregarse.

Recostada en el coche espera. Recuerda y sigue esperando. Repasa una y otra vez lo que va a decir, lo que va a hacer y continúa esperando.

No sabe si han pasado dos minutos o dos siglos cuando escucha en la puerta de acceso al aparcamiento la inconfundible risa de su amiga. Clara, fuerte, feliz. Se ha planteado y desechado docenas de estrategias, como lo hace un soldado que sabe que la única posible es avanzar, aunque pueda matarle, como lo hace un jugador de ajedrez que descubre que la única esperanza de alcanzar las tablas en pleno descenso hacia la derrota es un movimiento que arriesga la única pieza valiosa que le queda para defender a su rey.

Cuando los ve aparecer a los dos. Ella riendo y bromeando, el riendo también mientras magrea descaradamente su culo por debajo de la falda, todas las estrategias desaparecen de su mente, todos los discursos se borran, todos los sentimientos se desdibujan

Todo el miedo pasa por encima de ella, alrededor de ella, por entre sus muslos encendidos y ardientes, atraviesa su cuerpo y su mente y se marcha, desaparece, la abandona como un mercenario abandona la lucha cuando ya tiene claro, en la derrota, que nunca va a cobrar.

Y cuando su miedo se va, tan solo queda ella.

-Naomi, Tesoro -dice el hombre cuando la ve. Como si la presencia de la hembra a

la que

ha estado torturando, negándole el placer toda la jornada, no fuera sorprendente- ¿Qué haces…

No le deja acabar la pregunta.

Con un solo gesto, en un solo movimiento de desesperación y furia se arranca el abrigo y lo arroja lejos mostrándole su espléndida desnudez. Luego se arroja al suelo, se coloca a cuatro patas y avanza hacia él.

No lo hace sumisa con la mirada en el suelo, lo hace desafiante mirándole a la cara; no lo hace despacio y quedamente, sino rápido y meneando su magnífico culo como una perra en celo que ha elegido por fin el macho que la montará. No lo hace como una sierva, lo hace como una amante. No lo hace como una esclava, lo hace como una hembra.

  • Voy a ser tu esclava, Dueño -sonríe y sus dientes perfectos asoman retadores, peligrosos, como si fueran a morder- Voy a serlo, aunque tenga que seguirte desnuda a cuatro patas por la calle suplicándotelo todos los días hasta que te decidas. Voy a serlo, aunque tenga que ofrecerme a comerles la polla a todos tus clientes en la puerta de tus oficinas hasta que lo consiga.

  • No sería una mala iniciación, desde luego-.

Ignora el sarcasmo del hombre. Empieza a conocerle. No has estado pendiente de alguien durante toda una jornada sin llegar a conocerle un poco. No has mamado y te has clavado en la verga de alguien mientras ese alguien te negaba un orgasmo, flagelaba tu espalda y jugaba con tu coño sin descubrir algunas cosas sobre su carácter. Se controla, siempre se controla. Esa es una de las herramientas de su dominio. Pero su sarcasmo es otra herramienta. Una sustitución de la satisfacción. Así que lo ignora, no reacciona ante él. Es su momento

Se pega a él. No se frota dócil contra su pierna, aunque se muere de ganas de hacerlo. No besa sus pies, aunque todos sus sueños y fantasías comiencen así.

Simplemente echa mano a su cremallera, sin pedir permiso, sin frases grandilocuentes, sin súplicas ni agradecimientos. Saca la verga y de nuevo sus blancos dientes aparecen con su sonrisa cuando la encuentra dura y tiesa al sacarla del pantalón

  • Esta puta maravilla merece a las mejores de las esclavas -dice y se la traga de un bocado, la mantiene allí hasta que no puede respirar y luego la libera – Esta verga poderosa merece ser propietaria y señora de las mejores hembras a las que pueda usar y gozar. Y yo soy una de esas hembras, Dueño. Lo soy. De reojo ve

sonreír

a su amiga que le guiña un ojo tras el hombre.

Vuelve a tragársela completamente hasta que inunda su garganta, hasta que su rostro está totalmente pegado al vientre del hombre. Y así se queda. No tiene intención de sacarla de allí. Resiste, aunque el aire, que entra escaso en su cuerpo a través de la nariz, empieza a escasear. Aguanta, aunque la arcada comienza a invadirla, Se mantiene firme, aunque la saliva comienza a acumularse en su boca y su garganta ahogándola.

“Si el muy capullo prefiere que me asfixie a que le sirva como esclava, sea” -piensa mientras alza sus ojos inyectados en determinación para clavarlos en los del hombre que la mira serio e impasible desde arriba- Él se lo perderá”.

Espera una frase jocosa, irónica o sarcástica del hombre. Incluso está preparada para un estallido de rabia o un castigo por el desafío. Ninguna de las dos cosas llega.

El hombre la sujeta la cabeza en completo silencio y la aparta bruscamente hasta sacar la verga de ella. Luego, sin darle tiempo a hablar, a perseguirla, a nada, la vuelve a introducir de un solo golpe de cadera en la garganta de la hembra y allí la menea salvajemente follándole la boca sin miramientos.

También en silencio la coge de la melena, tira de ella para levantarla y la empuja de espaldas contra el capó del coche. Sus manos separan con un solo ademán furioso sus piernas, que se elevan, largas, torneadas y perfectas, hacia el cielo y la clava la polla en su interior.

El silencio continúa mientras la folla manteniendo su mirada en sus ojos, sin apartarla con ninguna de las embestidas que la taladran repetitivas, cadenciosas, constantes, eternas. Ningún sonido contrarresta o rompe ese silencio. Ni jadeos de él, ni gemidos de ella, ni palabras. Solo el desafió silencioso de dos miradas.

Hasta que la otra hembra, que ha asistido a la escena con una sonrisa torcida entre la sorna y la alegría embelleciendo su rostro hasta límites insospechados, habla con una voz alegre y cantarina casi desconocida para su amiga. Se acerca a ella, abierta, ofrecida, follada brutalmente sobre el capó del coche y le susurra

  • ¿Cuándo empieza el juego? -pregunta con sorna antes de besarla en la mejilla y apartarse- Bienvenida.

  • Cuando nosotras queremos -contesta ella más para sí misma que para la otra hembra-. Y la frase se pierde, se olvida en el remolino de comprensión que la invade después. Es eso, solo es eso. Siempre ha sido eso.

Es lo que da sentido a la frase de su amiga sobre mujeres fuertes dominadas que ha tenido todo el día en la cabeza, es lo que da sentido a que el hombre, El Dueño -ahora ya será siempre El Dueño- le haya negado el placer, se haya negado a aceptarla. Las personas fuertes se arriesgan y ella lo ha hecho para ser suya, las mujeres fuertes deciden como quieren vivir y ser amadas y deseadas, no dejan que otros decidan por ellas.

Y es la suma de todas esas comprensiones, de todas las sensaciones de triunfo, de alegría, de deseo, lo que se agolpa ahora en su interior, lo que hace que ese ardor crezca hasta lo infinito, ayudado por el continuo martillear de la verga a la que ya pertenece por completo en su coño húmedo, y

estalle finalmente en un orgasmo incontrolable que no precisa de permiso, que no podría ser parado ni por cien dueños ordenando a la vez contención.

El Dueño no lo hace. Solamente se acerca a ella y le susurra

  • Este es un regalo. A partir de ahora todos tus orgasmos son míos. Así que córrete a gusto, Tesoro -luego se vuelve a su esclava veterana y le sonríe - ¿por qué siempre la norma que más olvidáis es la primera? A ti te pasó lo mismo.

La potra del Dueño -ya lo es, ¡por fin lo es! No presta atención a las palabras. Su orgasmo la inunda sobre el capó del coche y sigue recorriéndola en espasmos continuos cuando se tira al suelo y sigue a cuatro patas al hombre y a la que ya es su compañera de trabajo y de gozosa esclavitud de nuevo hacia el pasillo. Y le sigue llegando desde lo más profundo, desde donde ha estado escondido toda la jornada, almacenándose, creciendo, mientras devora en el ascensor la verga a la que ya sirve como sierva de placer hasta que esta la marca por primera vez como su propiedad esclava con su semen en el rostro. Y aun le duran y le vuelven, lejanos, más espaciados, más suaves, cuando, a los pies del Dueño, espera saboreando el manjar que ha recibido de su verga, a que su compañera encienda de nuevo el ordenador.

  • Siento que en tu primer día se alargue la jornada, Tesoro -le dice el hombre mientras la pone el pie sobre el rostro y ella comienza a lamer la suela del zapato- Pero hay que firmar los contratos.

Continuará