Juguetes de Oficina (1). Iniciando la jornada

El Dueño llega a la oficina que es en realidad el lugar en el que sus esclavas le sirven y le complacen

La luz azul que rodeaba el dígito del botón del ascensor que indicaba el número de planta parpadeó tres veces y se apagó. Las puertas comenzaron a abrirse lentamente y la polla se le puso dura.

Ella tenía esa capacidad, desde que la conocía la tenía. Tan solo oír su voz se la ponía dura. Era alta, algo grave, en ocasiones dura. No es que gritara o la elevara era simplemente así. Era la voz de una mujer firme, fuerte…

Se detuvo ante la puerta y escuchó. Estaba organizando a las chicas. Como siempre. Era la veterana de la oficina, repartía el trabajo, echaba una mano. Organizaba. Se quedó allí un instante imaginándose la escena. Alzó la mano para pulsar el timbre, pero la bajó al instante. Rebuscó en el bolsillo del pantalón las llaves y pudo comprobar como su verga estaba completamente tiesa, dura, con ganas de ser complacida.

Llamar habría roto la magia del momento así que decidió abrir con su propia llave de la oficina. Lo hizo despacio, intentando no hacer ruido, del mismo modo que abrió despacio la puerta y entró apoyando poco los pies sobre el suelo para no hacer ruido.

El mostrador de recepción estaba vacío. Avanzó dos pasos y tras él contempló la escena. Las chicas estaban alrededor de ella que acodada sobre su mesa estaba señalando a unos papeles. No captó que es lo que estaba explicando porque su atención se centró en otra cosa.

En esa perfecta escuadra que la figura de la mujer dibujaba apoyada en la mesa, su culo aparecía perfecto, a la altura adecuada por no decir ideal para ser observado y por supuesto disfrutado.

No era el culo perfecto, de modelo, de la chica rubia que la escuchaba, ni el voluptuoso y amplio de la otra mujer que la escuchaba. Era un culo prieto y fibroso de una mujer que ya había pasado los cuarenta pero que el gimnasio y la actividad mantenía firme. Era el culo que tenía en perfecta disposición para ser usado y disfrutado.

Se dio cuenta que, pese a que la mujer estaba de espaldas a su llegada, las otras se habían percatado de su presencia. Intentó con un gesto que se quedaran quietas, pero años de adiestramiento hicieron que ambas reaccionaran al instante al verlo: se hincaron de rodillas al instante. El Amo estaba en la oficina.

Al percatarse del gesto de sus compañeras, la mujer intentó volverse. El hombre cubrió en un solo paso el espacio que el separaba del perfecto culo y con fuerza apoyó la mano en la espalda de la mujer para que no cambiara de posición.

  • Ni se te ocurra moverte de ahí, perra -dijo mientras pegaba su inhiesto paquete al culo de la mujer- Tu Dueña quiere empezar la jornada de trabajo divirtiéndose. Para demostrar a qué se refería frotó su endurecida verga a través del pantalón con las mallas ceñidas que protegían el culo que estaba dispuesto a usar para su placer.

  • Buenos días, señor -dijo la mujer sin hacer el más mínimo ademán de resistirse. Las otras dos hembras ya estaban arrodilladas con la mirada fija en el suelo como correspondía a sumisas esclavas. Como sabían que el Amo deseaba que le recibieran cada mañana en la oficina.

  • No vas a ofrecerle a tu Dueño y Señor lo que es suyo para que disfrute -dijo el hombre, apretando su paquete más contra el culo de la mujer y haciendo fuerza con su mano para que su pecho y su rostro se pegaran más a la mesa. En el cristal del despacho de enfrente pudo ver reflejado el rostro de la mujer. Ella sonreía con una sonrisa torcida, triunfante.

Eso se la puso todavía más dura y aumentó sus ganas de penetrar ese culo inmediatamente. Cualquier otra mujer hubiera sentido humillación ante esa situación. Ella no. Casi pudo escuchar sus pensamientos: “Las otras son más jóvenes, tienen cuerpos más impresionantes, pero el Dueño y Señor me ha elegido para ser la primera a la que use”. Pudo ver el orgullo en su mirada. Así de bien la había entrenado, hasta ese punto la había sometido. Hasta ese punto era suya y solamente suya.

Sin resistirse ni quejarse ante la presión que su Dueño ejercía sobre ella, la mujer deslizó las manos hacia atrás y comenzó a bajar las mallas negras que tapaban su culo, que lo separaban de la verga que quería empalarlo y usarlo de buena mañana. Lo dejó al descubierto. Por supuesto no llevaba ropa interior. Era algo que el Dueño prohibía por completo.

Dejó las mallas justo por debajo de las nalgas ahora completamente expuestas. El elástico de la prenda presionando contra el comienzo de sus piernas hizo que el culo se alzara un poco y estuviera perfecto para ser taladrado en ese mismo momento. Esperaba que eso ocurriera en ese mismo instante, pero la verga de su amo no la penetró.

  • ¿Eso es todo? -dijo el hombre mientras le soltaba un doloroso y sonoro cachete en una de sus nalgas- ¿no tienes nada más que hacer salvo exponer ese culo de zorra a su propietario? La otra nalga recibió el mismo tratamiento.

La mujer tanteó con las manos hasta que estas llegaron al paquete del hombre. Lo acariciaron un poco. Sabía que el Dueño no se conformaba con encularla si eso es lo que había decidido hacer. Exigía que sus hembras se esforzaran e hicieran todo el trabajo para su placer. Sabía que era su obligación de hembra esclava poner todo el interés en ser enculada.

También sabía que tenía que suplicar por ello.

Mientras desabrochaba a tientas el cinturón y bajaba la cremallera del pantalón del hombre decidió demostrarle que era su ferviente sierva, su perfecta esclava. No dejaba de sonreír.

-Esta esclava le suplica que empiece la mañana usando este culo de su propiedad como desee. Está a su disposición para lo que guste.

Otro cachete.

-Dueño y Señor no hay nada que me hiciera considerarme más honrada que lograr que vuestra verga use este culo como le venga en gana -intentó acariciar levemente los huevos de su Dueño con los dedos para acentuar su entrega. Lo consiguió apenas.

Otro cachete.

  • Os lo imploro Dueño. Sé que no merezco ese honor, pero por favor tomar este culo que es vuestro. Os lo ofrezco. Separó las nalgas con las manos para que sus orificios estuvieran a completa disposición del hombre que la mantenía en escuadra sobre la mesa y la humillaba obligándola a suplicar ser enculada.

El Dueño se separó un poco y relajo la presión de su mano sobre su espalda. Estaba satisfecho con su humillación. Cuando esperaba sentir el calor de la verga de la que era propiedad en su culo, lo que sintió fue un dedo del amo penetrando su ano. El Dueño estaba comprobando el estado de aquello que iba a usar.

Ella sabía que lo encontraría lubricado y dispuesto. Cada mañana lo lubricaba antes e ir a la oficina por si el Dueño quería utilizarlo, para que no tuviera que esperar. Escuchó un chasquido de dedos y contempló, con el rostro pegado a la mesa como la hembra rubia comenzaba a gatear hacia su Dueño. La mujer tuvo entonces claro que iba a ser enculada. El Dueño había ordenado a otra de sus hembras esclavas que preparara su verga para el enculamiento.

  • Veis -dijo el hombre dirigiéndose a sus otras esclavas mientras clavaba su verga completamente dura e inhiesta en la garganta de la rubia que comenzó a succionarla sonoramente- Cuando una hembra es buena esclava y expone y ofrece ante su Dueño lo que le pertenece puede conseguir el honor de ser usada. El dedo seguía escrutando el ano de la mujer que ya empezaba a sentir espasmos de placer.

La hembra rubia seguía mamando la verga en un intento de humedecerla mientras el hombre seguía horadando con el dedo el ano de su otra esclava. Un segundo dedo la penetró y ella dio un respingo en la mesa, pero siguió con las manos separando sus nalgas.

-Esto es mío -dijo el hombre al tiempo que arrancaba su verga de la boca de su otra esclava. Un hilo de saliva colgó por la comisura de sus labios y allí permaneció con la boca abierta por si el Dueño quería utilizar de nuevo su boca para humedecer su polla- Vuestros cuerpos y vuestras vidas son mías. Los dedos salieron del culo de la mujer a la que mantenía en escuadra a su entera disposición y su verga se clavó de un solo golpe en su interior.

Ella dio un respingo y habló

  • Gracias Dueño por encular a vuestra esclava

Sabía cuál iba a ser el ritual a partir de ese momento. El Dueño la había adiestrado para que agradeciera continuamente ser usada. Cada empeñón del Dueño clavando la verga en su culo tenía que ser respondido con un agradecimiento. “Gracias amo por usarme”, otro empeñón “Gracias Dueño por follaros este culo que es vuestro” …

Aquel hombre que la usaba a su antojo seguía clavando su verga en su culo sin descanso y ella seguía humillándose cada vez más, cada frase, cada agradecimiento era más sumiso, más servil mientras la polla la taladraba una y otra vez sin piedad.

De repente se detuvo.

  • Parece que he usado mucho este culo de puta demasiadas veces -dijo el hombre fingiendo desaprobación- creo que está demasiado dilatado para darme placer.

Ella sintió miedo. No al castigo o la ira del hombre, sino a que dejara de usarla por aburrimiento. Automáticamente, como un animal adiestrado que responde a un estímulo condicionado, usó sus manos para cerrar sus nalgas y apretarlas en torno al bálano que la taladraba una y otra vez.

  • “Como un animal adiestrado” -pensó mientras cruzaba las piernas para lograr que el orificio estuviera más constreñido en la esperanza de que eso aumentara el placer del Dueño- “Eso es lo que soy, un animal adiestrado para el placer de mi propietario. Eso es lo que debo ser”.

Sus esfuerzos debieron complacer al hombre porque dejó de descargar sus cachetes contra sus nalgas, la agarro por las caderas y comenzó a percutir salvajemente con su verga en el interior de sus entrañas. Ella reemprendió la letanía de agradecimientos, pero tan rápido era el ritmo que imponía el hombre que ya solo podía mascullar Gracias Dueño; Gracias Dueño una y otra vez.

En un momento el hombre dio un brutal empeñón y se quedó clavado dentro de su culo. La apretó contra su verga arrastrando sus caderas. Ella creyó que iba a correrse. Le pareció extraño porque su Dueño no era de los que se corría pronto. A veces podía aguantar horas sometiendo a sus hembras esclavas y recibiendo placer de ellas sin regalarles el premio de su semen.

-Que esté usando a esta perra de oficina no implica que vosotras no tengáis que saludar a vuestro Dueño como es debido cuando llega a la oficina -y dicho esto el hombre siguió taladrando el culo que estaba usando.

La primera en comenzar a saludar fue la hembra rubia que estaba arrodillada a sus pies con la boca abierta esperando de nuevo lubricar la verga de su Dueño. La cerró, pegó el rostro al suelo y comenzó a besar uno de los zapatos del hombre. Un segundo después la otra hembra, una castaña voluptuosa estaba en idéntica posición besando el otro pie

  • Así esclavas, demostrad a vuestro Dueño que estáis dispuestas a humillaros y someteros a él en todo lo que desee -dijo el hombre mientras seguía palmeando el culo que estaba taladrando y recibiendo la humillada adoración de las otras dos mujeres- No me decepciones, perra de oficina. Estas son dos potrancas a las que todavía tengo que enseñar a cabalgar como deben. Pero tú eres una buena yegua que he montado muchas veces. Tú sabes cómo debes moverte para que la verga de tu jinete tenga todo el placer que debes darle.

Ella comenzó a menear el culo hacia adelante y atrás en el mismo momento en que el Dueño se detuvo. Se clavaba una y otra vez en la verga. Durante unos instantes se detuvo y agitó las nalgas y las movió en círculos. Un suspiro del Dueño la indicó que le había gustado el cambio. Luego volvió a clavarse sin descanso. Años de fusta y cachetes mientras era montada le habían enseñado que el Dueño exigía que sus yeguas cabalgaran a buen ritmo cuando su verga estaba dentro de ellas. LA mano del hombre que antes estuviera en su espalda le había sujetado ahora la melena, corta y negra, y tiraba de de ella hacia atrás. Ella levantó la cabeza de la cálida madera del escritorio. Cuando un jinete monta a una yegua tiene que tener algo que le sirva de brida. Podría haberse sentido humillada, ultrajada, pero mientras se clavaba una y otra vez en la verga que la trataba como un objeto de placer, que la montaba como a una hembra animal solo podía pensar en el halago que le había dirigido su Dueño

  • “Soy una buena yegua, soy una buena yegua”, se repetía.

Por fin llegó el momento. Con dos hembras a sus pies lamiendo sus zapatos y otra agradeciendo ser enculada y moviéndose para que su verga tuviera el máximo placer, el hombre se corrió. Ella sintió solo un instante el calor del semen del premio a sus esfuerzos.

El Dueño arrancó la verga de sus entrañas y se corrió en el suelo. Ella intentó girarse y arrodillarse para lamer el semen. Había cabalgado como una buena yegua esclava se merecía el premio.

Pero el hombre la retuvo en la posición de escuadra en la que la había usado.

  • ¿Eres mi pareja?

  • No Dueño

  • ¿Eres mi amante?

  • No Dueño

  • ¿Eres mi puta?

  • No Dueño

  • ¿Qué eres, perra mía?

  • Su juguete Dueño. Esta perra es su juguete.

El hombre abrió uno de los cajones del escritorio y sacó una cadena, la enganchó al collar que llevaba la mujer y las dos otras hembras y dio un tirón. Ella cayó a cuatro patas a sus pies.

  • Deja que estás potrancas degusten el semen de su Dueño. Tú aún tienes trabajo que hacer- dijo el hombre mientras se encaminada a su despacho. Ella le siguió a cuatro patas, pegada a su pierna izquierda con las mallas a la altura de las rodillas y su culo expuesto y manchado con el semen del hombre que era su absoluto propietario.

  • Y vosotras no dejéis ni una gota, ¿entendido?

  • Si Dueño -dijeron las otras dos mujeres antes de pegar de nuevo sus rostros al suelo y comenzar a lamer el semen del hombre que poseía sus cuerpos, sus voluntades y sus vidas.

Continuará