Jugueteo sexy en Acapulco
De cómo nuestro desmedido jugueteo sexual termina favoreciendo a un completo extraño policía federal.
Mientras selecciono las primeras palabras para comenzar a relatarles esta vivencia, me pregunto: ¿Usaré nombres reales?, y como ya hace algún tiempo de esto, y quien era mi novia en aquel entonces no lo es más, pues no le veo el problema y he decidido contarlo todo tal como ocurrió. Si lo haré público es con el único afán de compartirla con alguien.
Adriana y yo habíamos pasado 4 gloriosos días en Acapulco, el paradisíaco puerto Mexicano. Era el momento de volver a la ciudad, en domingo, para retomar nuestras obligaciones el lunes. Dando las 4pm, viendo por última vez el espectacular atardecer de la Bahía desde nuestra terraza del Mayan Palace, y con ese inmejorable estado de ánimo que te da por haber estado en la playa, estábamos por emprender nuestro regreso.
Con el clima cálido aún, unos 29° C, sólo podíamos seguir vistiendo ropas ligeras; esa tarde yo iba con zapatos casuales ligeros, un pantalón beige de lino y arriba una camisa de manga corta, le venían bien a mi figura, pues siempre he sido delgado, 1.75 de estatura. No inventaré que soy musculoso o altísimo, simplemente un hombre real, común. Por su parte, mi chica eligió un top blanco ajustado, de esa nueva tela expandible que se ajusta maravillosamente a las curvas del cuerpo femenino, con una mini falda bastante coqueta, adecuada sólo para la playa: muy corta, tableada, en un vivo color anaranjado, de algodón, delineando su cintura justo abajo del tatuaje de Hena que se había hecho en la espalda baja, y calzaba unos coquetos zapatos abiertos, de esos que se amarran en la pantorrilla.
Es importante en este momento, decir que Adriana es la chica más deliciosa que he tenido hasta el momento. No por nada me tenía MUY satisfecho y la complacía en casi todo lo que me pidiera, incluido ese viaje ;-) Con 25 añitos de edad, 1.65mts de estatura y una tersa piel apiñonada, puede presumir que fue agraciada por la naturaleza: bonita, delgada, pechitos firmes, jóvenes y de tamaño medio, una cinturita de avispa, de perfectos ¡60cm! (reales, medidos por mi) que quizá era lo que más me prendía, y sostenida por un culito parado y respingón, con sus nalguitas que se marcan a través de cualquiera de las prendas ajustadas que suele usar, rematando con sus piernas delgadas y bien torneadas.
Precisamente por esto es memorable la anécdota; hacíamos una gran pareja y ella era una chica exquisita, sexy, ¡estaba buenísima! Y como habrán notado por su forma de vestir, era coqueta y, afortunadamente, cada vez más atrevida, en parte gracias a mi insistencia. Sobre todo en ocasiones como esta en la que la sensualidad estaba a flor de piel. Ya en estos 4 días la había admirado con escasa o ninguna ropa, por lo que no quise desaprovechar nuestras últimas horas para algo más, máxime con la confianza y desinhibición que se adquiere al pasar varios días durmiendo con alguien. Recuerdo cómo intenté escoger las palabras exactas para que se animara, sin que se sintiera obligada:
-"Adri, mi amor, qué te parece si hoy nos arriesgamos un poquito más, y me presumes esa preciosa mini que te compré. PERO... solita, sin nada debajo..."
-"Jajaja, estás loquito, ¿cómo crees!?"
-"Anda, si quieres sólo en lo que llegamos al auto. De por sí, tú sabes cómo me pusiste al saber que ya traes ese top sin sujetador alguno..."
-"Síp, pero abajo es diferente, ¿qué tal si se me ve algo...?"
-"Ya te demostré que la faldita tableada no da el ángulo para que se te vea hasta ahí, tú sabes que en realidad no hay nada que temer."
-"Ayy mi amor, ¿de verdad quieres? Me da cosita..., pero... está bien..., será sólo para ti OK!"
Creo que el clima tropical siempre ayuda a las mujeres en estas situaciones, así como la majestuosidad del hotel donde nos hospedamos, o todas las experiencias realizadas en las noches previas; pero no se hizo más del rogar, y terminando de decir eso se recargó en la pared, se bajó la tanguita (que ya se había puesto) mientras meneaba la cadera de un lado a otro, de manera que fue recorriendo en picada sus largas piernas, y en un movimiento final muy grácil flexionó sus rodillas para que terminara cayendo al suelo. Una vez que la sensual prenda había perdido su propósito de vida al menos, por ahora- la puso en una bolsa lateral de nuestra maleta ya cerrada.
No quisiera dejar de compartir los momentos tan excitantes que se dieron a continuación, y que se agudizan más por el riesgo que ahora corríamos: por ejemplo, mientras íbamos con el bell-boy rumbo a la recepción ¡ella no quería ir delante de él! y al caminar mantenía ambos brazos pegados a los costados, o mejor aún, al estar esperando la cuenta final en el lobby con la típica corriente de aire que se hace en las playas, tenía que cuidarse los bordes de la mini faldita para que no se levantara por accidente, o se repegaba a la barra de la recepción para no estar tan a la vista, especialmente cuando me susurró que la frescura del viento estaba haciendo de la suyas en sus pezoncitos. De ir a sentarse en esos amplios sillones de bambú mejor ni hablamos, pues al sentarte la cadera se hunde en ellos hasta quedar por abajo del nivel de las rodillas. Sin embargo lo peor fue cuando tuvimos que recibirle el automóvil al valet parking. ¡Por Dios! ¡me recorrió una mezcla de morbo y adrenalina cuando uno de los bellboys SE ME ADELANTÓ y abrió la puerta del coche para que subiera Adriana! Él se quedó a la altura de la ventanilla, viéndola atentamente hasta que terminó de acomodarse, y lentamente cerró la puerta. La verdad yo siempre he creído que estos jóvenes se aprovechan para darle un vistazo a las numerosas turistas en bikini o prendas de escaso tamaño que deben contorsionarse frente a ellos para subir a los autos. Pero en esta ocasión ni modo que yo corriera, gritara o lo aventara para evitar que haga su trabajo, no me quedó más que fingir naturalidad y además darle propina al mozo que ya me esperaba en la puerta del conductor, como si no hubiera bastado la revelación adicional de la linda piel de mi novia. No sé hasta dónde pudo haberle visto, pero recuerdo incluso haber sentido los principios de una erección al estar ya sentado dentro del habitáculo.
En esas íbamos mi guapa mujer y yo, a bordo del deportivo rojo que poseía en aquel entonces: 2 puertas, hatchback, vestiduras negras de cuero... Y recuerdo especialmente el cuero porque era un agasajo ver el contraste de la cortísima falda naranja, la piel de sus piernas recién bronceadas, y el cuero negro del asiento al fondo. Obviamente, yo no desaprovechaba para mirar de reojo cada que podía, estirar mi mano para hacer a un lado el cabello castaño que caía al lado de su cuello, dejar sus hombros desnudos y luego hacerme camino para entrar por arriba de su top y masajear alguno de sus senos, o cada que el camino me lo permitía, jugueteaba con mis dedos abriendo y cerrando sobre sus pezones. Mi mano derecha, tan útil al ir completamente libre (bendita transmisión automática), alcanzaba para acariciar toda la extensión de sus muslos, desde la rodilla hacia arriba, hasta donde ella lo iba permitiendo. En general, iba disfrutando ese momento de gloria: sexualmente satisfecho, sintiéndome un hombre pleno, al lado de una Niña Bonita (como decimos de cariño a las chicas que poseen belleza por encima del promedio).
Llevábamos una hora de camino, yo conducía sobre una larga recta a 170 km/h, en un auto que podía ir hasta 220 km/h, en ese momento sí conducía con ambas manos y la vista al frente, pero el inicio de nuestros problemas radicó en que el límite de velocidad para autopistas es de tan sólo 110 km/h. Hace apenas un año no habría sido problema, pero ahora la Policía Federal de Caminos ya usa esos radares en forma de pistola que en dos segundos miden tu velocidad en tiempo real, aún a un kilómetro de distancia y grabando la velocidad máxima registrada. En ese momento veo la patrulla a lo lejos y freno rápidamente para fingir que iba a la velocidad permitida, pero llegando al final de la recta el Oficial de la Policía, radar en mano, me hace seña para que me orille hasta el extremo del acotamiento, casi comenzando la siguiente curva y pegados a la hierba alta que crece al lado de las carreteras. Yo ya sabía porqué me detenía pero fingí demencia, se acercó a mi ventanilla, me explicó el funcionamiento del radar y por eso supe que iba a 170 km por hora cuando me detectó.
Creo que se molestó un poco por mi demencia y empezó a levantar el tono de voz, dando un sermón sobre la seguridad de mis acompañantes y demás, agachándose para ver quién iba conmigo. Era alto y de buen ver, debido a las estrictas condiciones físicas que ahora se piden para ser parte de los Federales. Así pues al verla hizo una breve pausa, en la que bajó y subió la mirada lentamente sobre la expuesta anatomía de mi joven acompañante. Digo, no lo culpo por esa mirada, quizá yo habría hecho lo mismo ante tanta piel al descubierto: a mi chica se le veían desde las pantorrillas amarradas por las tiras de las zapatillas, todas las piernas y hasta casi la totalidad de sus muslos pues al estar sentada, la mini se subía todavía un poco más. También se podía apreciar su abdomen plano, la cinturita que tanto me excitaba, y el nacimiento de sus tetas por el escote de su glorioso top. Además de sus delicados brazos y hombros desnudos, me di cuenta que ¡Adriana estaba más desvestida que vestida! Pero ello había sido pensado para mi deleite personal, por lo que esta situación me estaba incomodando sobremanera, porque en este punto, el Oficial de la Policía Federal cambió su sermón y nos dijo: "Hummm... es más, se me hace que ustedes son los sospechosos traficantes que acaban de ser reportados en la radiofrecuencia, ¡y con la velocidad a la que iban!" Yo no asimilaba lo que estaba pasando, se había transformado. Me dio un escalofrío cuando dirigió la mano a la funda su pistola, la sacó y empezó a gritar: "Bajen del coche en este momento, ¡despacio, manos donde pueda verlas, tú primero!" señalándome a mi.
Lo primero que hice fue obedecer, pero mi segundo pensamiento fue que, de hecho, estábamos en riesgo de que este hombre ¡DESCUBRIERA! nuestra aventura erótica. Tomando su distancia, me ordenó caminar hacia el frente del auto. Me vigilaba sin dejar de caminar y pensé que sólo me bajaría a mi para inspeccionarme, pero pronto se dirigió a abrir la puerta de mi acompañante y clavando la vista en su cuerpo, la forzó a bajar. Fue entonces que una otra sensación me estremeció. Vamos, no podía ser tan mala nuestra suerte, ¿o sí? ¡Ni podía ser tan afortunado ese mal nacido!, estaba a centímetros de una linda jovencita, muy bien formada, sexualmente activa y para colmo EXCITADA por lo que veníamos haciendo en el camino. Pero que además de todo, esta jovencita se encontrara con la vulva al desnudo, y sus atractivas tetitas sin sujetador, ¡eso ya era demasiado!
Mientras jaloneaba a mi noviecita, asustada a más no poder, él me gritaba: "¡PONTE FRENTE AL COFRE, LAS MANOS ADELANTE!", y como para mostrarme la manera de hacerlo tomó a mi novia por la cintura (sí, su delgada y desvestida cintura...), la estrujó de una manera que me pareció innecesaria, la giró y presionó su espalda para recargarla de antebrazos sobre las puertas, de manera que ahora estaba dándole la espalda a él, al tiempo que me decía "¡RECÁRGATE BOCA ABAJO SOBRE EL COCHE Y PON LA MANOS SOBRE LA CABEZA!", yo obedecí aún inmerso en mis pensamientos y tuve que recargar mi cara ladeada sobre la lámina caliente del cofre, viendo hacia donde estaban ellos, en un ángulo algo estrecho.
Guardó la pistola sin poner el seguro de la funda, y para mostrarme cómo debía extender los brazos por arriba de mi cabeza, comenzó a pasar sus manos frente al cuerpo de mi chica pero SIN APARTARLAS ni un centímetro, sobando en el camino su abdomen, costillas y tetas; yo no lo creí posible aunque ella gritó asustada, porque finalmente sí tomó sus brazos y se los extendió sobre el toldo, como siguiendo el protocolo en realidad. Luego exclamó "NO SE LES OCURRA HACER NADA EXTRAÑO. ESTE CATEO ES PARA SACARLES LA COCA QUE TRAEN". Yo no daba crédito a lo que estaba escuchando, ¿porqué nos decía eso ahora?, pero menos daría crédito a lo que sucedería después.
Mientras nos decía (en realidad sólo se estaba dirigiendo a ella): "¡NO SE MUEVAN. YA SÉ EN DÓNDE SE LA ESCONDEN!" el muy desgraciado ¡comenzó a palpar de arriba a abajo el cuerpo de Mi Mujer, ¡Mi Hembra! Mientras palpaba y hundía con fuerza las palmas de sus manos, iba tocándole con pasmosa tranquilidad primero sus hombros, la espalda y el costado de sus costillas y senos, dirigiéndose ahora peligrosamente hacia el frente, justo debajo de su pecho... yo estaba atónito no creía nada... hasta que ¡zas!, de un jalón elevó las manos subiéndole su coqueto top blanco ¡hasta el cuello!. Sus pechitos saltaron al aire y sintieron la brisa cálida. Por un segundo, él parecía sorprenderse de ver que no estaba usando brassiére ni nada parecido, pero al siguiente ya estaba amasando impúdicamente esas tetas firmes, las que hasta ahora ¡habían sido exclusivamente mías!
Fingió buscar algo en la tela de la prenda, pero pronto continuó recorriendo el cuerpo hacia abajo, explorando esa curvilínea y transpirada silueta que tenía frente a sí. Adriana estaba como pasmada, tenía la mirada perdida en el cielo, mientras vi que la cabeza se le tambaleaba al compás del manoseo que recibía su cuerpo, tocado completamente sin su autorización. Este petardo policía había ya masajeado su abdomen y hasta recorrió con la punta del dedo el borde del tatuaje, pero se dirigía peligrosamente más abajo, justo hacia ese canal desafiante, que dividía gloriosamente sus duras nalguitas, y cuando yo estaba incorporándome para finalmente decirle algo (o al menos eso creí), dejó de tocarla y repentinamente nos ordenó: "DIJE MANOS AL FRENTE. ¡YA! ¡Y LAS PIERNAS ABIERTAS!". Con esto, la valentía que tenía se me desvaneció y volví a quedarme inmóvil, sin gritar ni hacer nada por impedirlo, ahora me había convertido en un simple espectador que observaba cómo ultrajaban el cuerpo que tantas noches yo había poseído.
Se agachó tras de ella, y de nuevo hizo esa breve pausa en su mirada... Fue en ese instante cuando deduje que el cabrón afortunado había notado ya, la ausencia de braguitas bajo la falda. Esta vez muy lentamente, casi con cariño diría yo, fue bajando las manos hasta llegar a las rodillas y se pasó al lado interno de las mismas, metió ambas manos juntando las palmas... y comenzó a separarlas empujando hacia afuera, logrando de hecho que ella cooperarara para extender el compás y ¡dejar sus piernas impúdicamente abiertas! ¡Ahí, con un desconocido agachado tras de ella! Con el movimiento, se fue todavía unos centímetros más arriba la sensual mini falda que yo le había comprado días antes, sin imaginarme que otro cabrón la estaría apreciando de tan cerca... y tan abajo.
Sin justificación alguna para continuar el supuesto cateo (pues prácticamente no había ropa que escondiera algo), bajó más sus manos, acarició una de sus pantorrillas y la tomó con ambas manos, y fue subiendo mientras presionaba firmemente, como queriendo saciarse de recorrer la piel dorada en esa zona. Pasó por encima de las rodillas, sin vergüenza alguna alcanzó su muslos torneados, al tiempo que debía abrir el círculo interno formado por sus manos cuando llegó a la parte más ancha. A esa altura yo ya alcanzaba a verlos bien otra vez, sólo para descubrir que NO SE IBA A DETENER a pesar de que ya había entrado más arriba del vuelo de la falda, continuó hasta alcanzar la zona íntima, en lo que me pareció una eternidad, llegando al punto que sus antebrazos levantaban casi por completo la faldita por detrás, dejando expuesta casi la mitad de sus nalguitas redondas bajo el ardiente sol. El muy descarado extendió los dedos de la mano que iba por el interior y le tocó sus labios vaginales, girando la palma de la mano hacia arriba para juguetear con ella por unos segundos. De verdad que envidié la forma en como lo estaba disfrutando.
En ese momento, el desconocido Policía levanta la cara para mirar directamente ese precioso coñito, al cual yo le había ido dando forma con las múltiples depilaciones que le pedí se realizara. ¡Era mi coño, carajo!, pensaba hacia mis adentros. Luego volvió a bajar a las pantorrillas y aparentemente repitió la maniobra pero ahora sobre la otra pierna, pues ella hacía los mismos gestos que la vez anterior.
Es raro que ante tal situación yo registrara esos detalles, pero me sorprendía cómo este perfecto extraño tomaba ventaja de su autoridad ante lo indefensa que estaba mi nena ese día; así tan expuesta, tan disponible tan al alcance de la mano... digamos.
Al mismo tiempo, no comprendía cómo mi inocente mujercita toleraba semejantes tactos; la miré y sí, es cierto, tenía lágrimas sobre sus mejillas y no se atrevía a verme a los ojos, pero ¿porqué no se volteaba en ese momento y lo pateaba, o echaba a correr? Me quise convencer que quizá la pistola del Policía le hacía valorar más la vida de ambos, pues no sabíamos qué clase de loco nos habíamos topado.
Cuando el Oficial arribó a la zona donde normalmente estaría resguardado un culito tan rico como el de Adriana (es decir bajo la tela de alguna braguita, tanga o pantie), retiró ambas manos de la segunda pierna en cuestión e hizo un movimiento en el que levantó la parte trasera del tableado naranja hasta la cintura, para dejar descaradamente descubiertos los dos cachetes del culo. Pareció recordar la inspección que supuestamente realizaba y fingió meter las manos por la tela en la cintura de la faldita, como buscando algo en la costura, lo hizo desde atrás y rodeando su esbelto talle hacia delante, una vez ahí fue bajando frente al anhelado triangulito del placer.
El cínico apretaba la tela contra su piel, como buscando el supuesto polvo blanco y luego regresó a su posición trasera, tentando ahora el lado interno de la faldita, para después meterle ambas manos desde atrás, pasándolas ¡EN MEDIO! de las jóvenes piernas a su disposición. Llegó al frente de la falda, la arrugó y fue regresando lentamente, hasta que de nuevo se entretuvo acariciando el exterior de la húmeda vulva; por cómo subió la muñeca parecía que trataba de adentrarse en esos pliegues íntimos con sus dedos más largos, y la expresión de Adriana era más marcada que hace unos momentos. No la veía, pero estaba seguro que se encontraba muy húmeda, el sonido de chapoteo ahí debajo debió ser una delicia.
Lo que sí escuché con seguridad fueron esos labios femeninos apretarse para despedir un leve "mmm...". La volteé a ver de nuevo a la cara y para mi sorpresa, ya sólo la recargaba sobre un brazo, como mordisqueándolo para ahogar la tensión. Involuntariamente debí asociar todo ello con alguna otra noche de pasión, pues comencé a sentir los principios de... ¡una erección! Sí, en ese momento tan embarazoso. No me lo podía creer a mi mismo, y me recriminé por dicha sensación. Pero la verdad me estaba poniendo duro, la mezcla de tantas sensaciones me jugaban una mala pasada y de hecho ya DISFRUTABA lo que estaba viendo. Me había excitado. Aunque me temo que era una sensación compartida por los tres ahí presentes, debido a todo lo que ya habíamos permitido que pasara.
Y lo siento, pero quien estuviera en mi lugar confirmaría que la escena no era para menos: Mi linda novia con su cuerpo sexy recién bronceado, ahí parada con el top subido hasta el cuello y en pelotas al aire reflejándose en los cristales, inclinada hacia adelante sobre las puertas de un deportivo rojo, con las piernas abiertas, ¡sin bragas! y la minifalda enrollada hasta la cintura. Con un extraño de 1.80 de altura no tan feo, en uniforme oficial, arrodillado tras su culito y con los brazos extendidos moviéndose frenéticamente... ¡pues ahora estaba masturbándola con varios dedos introducidos en la vagina!
El corrupto burócrata parecía haber notado que sus caricias estaban siendo, quizá, apreciadas por su guapa rehén, pues volteó a verla directamente al rostro mientras aceleraba todavía más el movimiento de sus dedos. Cuando le pareció que ya había disfrutado un rato placentero, o acaso por las voces que no paraban de salir por la radio en la patrulla, finalmente paró, besó una de las pompas de Adri, se puso de pie con una gran sonrisa en sus labios, y con mano sobre la funda de la pistola gritó viendo hacia mi: "ESTO HA SIDO UNA PRECAUCIÓN, HAN CORRIDO CON SUERTE PUES NO ENCONTRÉ LO QUE BUSCABA. AHORA VÁYANSE ANTES DE QUE YO MISMO SE LAS SIEMBRE DENTRO DEL AUTO".
Y volteando a verla a ella de arriba a abajo por última vez, señalando con su mirada ese apretadito derrière que había contemplado minuciosamente unos segundos antes, nos dijo: "¡RÁPIDO ANTES QUE CAMBIE DE PARECER Y PIDA REFUERZOS PARA UNA INSPECCIÓN MÁS A FONDO!", fijando los ojos en el ano de mi nena, que todavía se encontraba a la vista.
Los dos salimos de la especie de trance en que estábamos, nos metimos rápidamente al coche y nos alejamos del lugar, sin siquiera atreverme a mirar por el espejo retrovisor. Ella aún no se tapaba e iba sentada directamente sobre los cachetes de su culito, por lo que se cubrió nuevamente el pecho y su sexo con la escasa tela ya toda arrugada y manoseada, y no dijimos palabra alguna durante un rato. Cuando estaba oscureciendo paramos en una estación de servicio, ella sin avisarme sacó su ropa interior, y fue a vestirse ya como una chica decente.
Vaya que recuerdo esa ocasión; estábamos muy acelerados, con el corazón latiendo a mil. Semanas después yo volví a sacar el tema y entre los dos recreamos los detalles de esta anécdota tan memorable, pero por supuesto ella nunca se enteró de mi segunda erección aquella tarde.
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Decidí ser real y no inventaré detalles extras que serían sacados exclusivamente de mi imaginación: No agregaré falsamente que el policía se sacó la verga para cojerse a mi novia ahí enfrente de mi, sin usar condón y viniéndose salvajemente dentro de ella. O que llamó a sus compañeros de refuerzo para metérsela por todos sus agujeritos dejándola bañada de semen. Tampoco inventaré que salimos de ahí tan excitados que concluimos teniendo sexo descomunal unos kilómetros más adelante. Mmmm, no negaré que ya pasado el tiempo sí me habría gustado vivirlo, pues al paso de los años mi Adrianita demostró ser una putita desvergonzada, mas no fue tanta mi suerte en aquella ocasión.