Juguete sexual del abuelo II: iniciándome

Como continuación del relato anterior "Juguete sexual del abuelo", les cuento un episodio que nunca podría olvidar: cómo me inició en el arte de sentir placer, para más tarde dárselo todo a él.

En otro relato ("Juguete sexual del abuelo") conté a grandes rasgos cómo fue mi introducción al placer al vivir con mi abuelo. Ahora continuaré contando un episodio muy importante: la primera vez que me hizo tener un orgasmo. Yo no sabía qué estaba sintiendo ni cómo se llamaba eso, pero sabía que me acababan de abrir una puerta a un paraíso. Pero también esa fue la puerta a convertirme en la esclava y en el juguete de mi abuelo.

Estaba sentada en su regazo. Estábamos en el sofá, viendo la televisión. Aunque yo ya estaba crecidita para eso, me seguía gustando sentarme en sus piernas. Mi abuelo parecía muy entretenido en la película. Yo le ponía atención a ratos y a otro rato me aburría. El abuelo comenzó a hacerme cosquillas en los brazos, pero no eran de esas cosquillas molestas que te hacen retorcerte y carcajearte. Eran muy suaves y comenzaron a relajarme.

Estaba muy cómoda y relajada cuando sentí que las manos del abuelo se fueron a mis hombros y luego bajaron por mi pecho. Comenzó a acariciarme los pechos, por encima de la ropa, aún de manera muy suave. Sus manos alternaban entre mis hombros, pechos, torso y vientre. Las cosquillitas eran muy agradables. En un momento en que llegó a mi vientre, lo acarició muy fuerte y luego metió las dos manos por debajo de mi ropa. Yo llevaba una blusa holgada color rosa, por lo que no le costó trabajo llegar hasta donde quería.

Empezó manoseando mis tetas de manera muy general, pero luego se centró en los pezones con sus dedos pulgares. Los frotaba una y otra vez, y esto provocó que las cosquillas que sentía desde el inicio de la sesión de caricias incrementaran a mil: me sentía inquieta, con la respiración agitada, con una inquietud entre mis piernas. Sentía que mi pecho y mi cuquita palpitaban. Ya no sabía dónde tenía el corazón, pues lo sentía en mi pecho, tan cerca de donde mi abuelo tocaba, pero también entre mis piernas, en el coño. Me sentía húmeda y pegajosa. Luego, el abuelo cambió su movimiento y tomó cada pezón entre su dedo pulgar e índice. Los apretó mucho, hasta que los sentí ardiendo. Luego, volvió a tomar toda la teta y la exprimía llegando otra vez al pezón, como si me estuviera ordeñando. Siguió con esos movimientos un rato más, hasta que yo ya no entendía lo que estaba pasando, mi mente estaba totalmente apagada y lo único que alcanzaba a sentir era calor, placer y que me faltaba el aire.

De repente, paró en seco y sin quitarme las manos de los pezones me susurró al oído, con una voz suave pero dominante, “quítate la ropa”. Me sacó las manos de la blusa y me dio un empujón leve para que me pusiera de pie. Yo estaba un poco confundida, pero seguía presa de la excitación que me habían provocado los pellizcos y las caricias del abuelo. Entonces rápidamente me desnudé. No me dio pena que el abuelo me viera porque estábamos acostumbrados a mostrarnos desnudos el uno al otro.

Me pidió que me sentara como estaba, con la diferencia de que primero me acomodó para quedar sentada en lo largo de su pene. No lo metió dentro de mi cuquita, sino que abarcaba toda mi vulva por fuera. Me estrujó los pechos, en especial los pezones un rato más. Yo sentía que tenía la concha mojadísima, hasta pensé que me había hecho pis.

Mi abuelo hacía un movimiento con su cuerpo que me movía por encima de él, como jugando al caballito. Yo sentía cosquillas en mis tetitas y ahora también en mi panochita. Mi respiración estaba cada vez más agitada y de repente soltaba unos gemiditos y grititos, pero me daba pena. Sentía mucha tensión entre mis piernas, mucho placer, tanto que no sabía qué iba a pasar. De repente sentí que me estremecí de pies a cabeza. Sentí que me desmayé por unos segundos. Cerré los ojos muy fuerte mientras regresaba de este trance. De no ser porque el abuelo seguía sosteniéndome de las tetas bien fuerte me hubiera caído.

Me dio como un escalofrío que me recorrió toda y empecé a recuperar la respiración. Entonces, mi abuelo bajó las manos de mis tetas a la cintura y me hizo moverme más sobre él. Como estaba muy húmeda, no hubo problema para que yo me deslizara sobre su vergota. Así seguimos un rato hasta que se abrazó muy fuerte a mi espalda, apretando sus manos sobre mi cintura, como me tenía agarrada, y escuché que su agitada respiración cambiaba, como si ahora se sintiera aliviado. No sé si se cansó mucho del movimiento y por eso paró, o fue porque también creyó que se había hecho pipí, porque de repente sentí todavía más mojada mi cuquita. Sentí que un líquido caliente me inundaba la concha, dejándome pegajosa de las ingles, las nalgas y los muslos.

Luego de unos minutos de estar abrazándome fuertemente, pegado a mí, recuperando el aliento, me separó de él y me dijo que me fuera a asear, lo que obedecí de inmediato. Ya sola en la ducha seguía muy caliente. Imaginándome lo que había pasado comencé a tocar entre mis piernas. La toqué y exploré toda, experimentando diferentes sensaciones hasta que llegué a un punto que me daba más placer que lo demás. Lo toqué apenas un par de minutos cuando otra vez un espasmo recorrió todo mi cuerpo como un relámpago, tal como había pasado unos minutos antes con el abuelo. Quedé agotada.

Salí de la ducha y me quedé dormida desnuda en mi cama. Unas horas más tarde me despertaron unas manos acariciando mi espalda, bajando por mis nalgas, tocando mi anito y de ahí alcanzando a llegar con la punta de los dedos a mi cuquita. Sentía la respiración del abuelo en mi oído y su dominante voz diciéndome “eso que sentiste se llama placer, tuviste tus primeros orgasmos. Vas a sentir placer por todos tus agujeritos”, a la vez que seguía dedeando mi concha y mi culito. Lo que pasó esa noche y mucho más serán tema del siguiente relato.