Juguete sexual del abuelo
En esta historia contaré mis vivencias en la granja en la cual nací, donde no tuve más contacto que con mi abuelo, quien me hizo su juguete sexual.
LA HISTORIA DETRÁS
Nací en la granja de la familia de mi madre. Cuando ella se embarazó de mí, regresó de la ciudad a la granja donde creció. Regresó con el pretexto de pasar una temporada con su papá, mi abuelo, pues tenía pocos meses que se había quedado viudo. La verdad es que pensaba llevar su embarazo a escondidas de todo el mundo, para aliviarse en secreto y que nadie se enterara de que había sido mamá. ¿Qué harían conmigo? Eso aún no lo decidía, pero seguro que nunca deseó ni imaginó lo que me depararía.
Al llegar al pueblo más cercano a la granja, que estaba a 30 minutos de esta, la esperaba su papá, mi abuelo, resignándose al hecho de que su hijita estaba preñada de quién sabe qué fulano, como le avisó en una carta unos días antes. Mi abuelo estaba de acuerdo en que el embarazo fuera secreto para guardar el honor de la familia. Desde que enviudó, había hecho varios cambios en la granja: hizo los arreglos para poder despedir a las personas que le ayudaban, reforzó las bardas alrededor para sentirse más seguro ahora que estaría completamente solo en medio de muchos kilómetros de campo donde no se asomaba nadie. Esto propiciaba el espacio ideal para que nadie se enterara, viera ni pudiera llegar a imaginar que mi mamá estaba embarazada.
Mi abuelo nunca me ha contado la historia de mi alumbramiento, pero una vez encontré un documento donde se relataba lo ocurrido. Mi mamá murió pocos meses después de parirme. Tuvo complicaciones en el parto y en su afán de que nadie supiera del embarazo no llamó al doctor del pueblo. Así fue como me quedé huérfana, pero con un abuelo que estaba dispuesto a cuidarme, claro, siempre a escondidas y en secreto. Como he dicho, la granja estaba aislada, muy lejos de las poblaciones. No había nadie a los alrededores, pues no había nada que a la gente le pudiera interesar. Ya no había trabajadores en la granja, ni familia en vida. Éramos sólo mi abuelo y yo.
MI JUVENTUD
Pasé toda mi vida sin que nadie supiera de mi existencia. Hasta los 20 años que salí por primera vez, no conocí la vida fuera de la granja. Toda la gente creía que mi abuelo vivía solo. No se preocupaban ni se extrañaban porque no era tan mayor y aún tenía cierta vitalidad y energía. Así fue como desde que aquel entonces fui una especia de recreación sexual para él. Para mí era natural tocarlo y ser tocada por todos lados. Nunca le vi nada de malo, pues no sabía nada más que lo que él me había enseñado. Y él me había enseñado a servirle, a estar siempre dispuesta, a obedecerle, a darle placer y también a sentirlo.
Lo primero que me enseñó a hacer fue a chuparle el pene. Me lo metía en la boca y me decía "Es como los caramelos que te traigo del pueblo y que tanto te gustan", entonces yo me imaginaba que era un caramelo y lo chupaba con mucho gusto. Su pene no sabía a nada, pues siempre lo tenía muy limpio antes de metérmelo a la boca, así que no me desagradaba. Después de estar un rato engolosinándome con él, le salía una lechita que me gustaba. Sabía ácido pero dulce a la vez. Siempre me gustaba sentir ese liquidito en mi lengua y pensar "mmm sabe a fresa" o "mmm hoy sabe más a piña". El abuelo me decía que me lo tomara todo y me sacaba su pene.
Nosotros dormíamos juntos, casi siempre desnudos. Era muy común que durante la noche me acariciara. Se pegaba mucho a mí y me tocaba las nalgas, las tetas, las piernas, la espalda, como se le antojaba. Yo disfrutaba mucho de sus caricias. Muchas noches le gustaba acariciarme un buen rato las tetitas y luego les daba besos y lengüetazo, para finalmente meterse un pezón a la boca y mamarlo un buen rato. Después de mamar, succionar, lamer y gozar de mis dos pezones, se quedaba dormido.
Todas las noches su pene se ponía muy duro, como era común verlo también en el día. Pero en las noches me lo ponía en medio de las nalgas y lo frotaba enérgicamente hasta que se estremecía y me las dejaba llenas de esa lechita que le salía. Otras se frotaba contra mi vientre mientras me pellizcaba los pezones. También me dejaba mojada y pegajosa. Me gustaba con un dedito agarrar la lechita y probarla.
En el día, varias veces me sentaba en sus piernas a ver la tele. Mientras veíamos la tele, él me tocaba todo el cuerpo, sobre todo las tetas y en medio de las piernas. Esto lo hacíamos con ropa, pero casi siempre me ordenaba que me desnudara en frente de él y que me sentara en sus regazo, también desnudo. Cuando hacíamos esto le gustaba hacerme caballito, lo cual me gustaba aunque ya estaba más grande porque mientras me tenía agarrada de los pezones. Yo sentía muy rico, aunque sólo me tocara los pezones, yo sentía algo en medio de las piernas, no entendía por qué. Entonces me dejaba llevar mientras él seguía moviéndome de adelante y hacia atráes, como en los caballitos, me decía. Siempre su objetivo era sacarse la lechita. Me decía que así como las vacas se ordeñan, él tenía que ordeñarse diariamente, a veces varias veces al día, para sacarse toda la lechita. En esa posición a veces su pene rozaba mucho en medio de mis piernas y yo sentía todavía más cosquillas y disfrutaba mucho.
Era muy común que anduviéramos desnudos por la casa y así cuando se me antojaba me manoseaba, me retregaba su pene o me hacía chupárselo.
Este es el inicio de algunas de las cosas que viví y aprendí como juguete sexual de mi abuelo. Continuará...