Jugando, jugando
Por culpa de un juego me ví dominada y usada por un hombre que no me gustaba.
Todo empezó como un juego. "No te atreve a jugar conmigo". "Donde quieras y cuando quieras", dije yo. Sinceramente, no me lo tomé en serio, pero cuando me dijo "Mañana te espero en mi casa, a las cuatro", empecé a tomar conciencia de dónde me estaba metiendo.
Él no me gustaba, ni siquiera me atraía sexualmente, no entiendo cómo salió de mi boca "allí estaré".
Esas dos palabras resonaron en mis oídos como si no las hubiera pronunciado yo.
A la mañana siguiente me sentía nerviosa y confundida, pero a la vez excitada. La imagen de verme dominada por él hacía que de manera inconsciente mis braguitas empezaran a mojarse. Aún no tenía decidido ir a la cita, lo intentaba descartar una y otra vez, y mi móvil sonó, un mensaje de texto que hizo que tomara por fín la decisión de cumplir con mi palabra. Tan sólo decía "A las cuatro. Sin excusas".
Al llegar a casa no pude comer. Me metí en la ducha con la cuchilla de afeitar y me depilé totalmente. Jamás me había depilado así, como mucho me recortaba algo y me arreglaba las ingles; pero para esta ocasión quería estar totalmente apetecible para él.
A las cuatro en punto tocaba el timbre de su casa. "Sube, y en cuanto llegues a la puerta quítate la ropa, tan sólo déjate la ropa interior".
Creí que me iba a morar de la vergüenza, podía verme cualquier vecino, pero hice lo que me dijo, no podía fallarle. El era mi amo, o lo iba a ser desde ese momento, siempre y cuando me portase tal y como él esperaba.
Cuando me quité la última prenda la puerta se abrió. "Pasa de rodillas, perra".
¡Perra!. El insulto no me molestó, en el fondo es lo que era en ese momento, una perra caliente y sumisa dispuesta a ser usada por un tipo que me daba asco. Entré tal y cómo me había ordenado, y cuando la puerta se cerró detrás de mí sentí sus fuertes manos tirando de mi pelo. "Vas a ver lo que es bueno", y tirando más aún de mi pelo me obligó a levantarme; tenía en sus manos un pañuelo negro y vendó mis ojos y me tiró de nuevo al suelo. Quise echarme para atrás, pero en el momento que abrí la boca sentí una poya morcillona meterse de golpe hasta mi garganta.
"Cómela bien, perra, y como me roces con tus dientes te parto la cara". Estuve a punto de vomitar de asco, pero el miedo a que me golpeara fue mayor, asi que empecé a mamársela como jamás lo había hecho.
El sabor de su líquido preseminal me inundaba, y me hizo desear más. Empecé a lamer su glande, recorría todo su palo hasta llegar a sus huevos. Él no decía nada, tan sólo gemía de gusto y antes de que me diera cuanta tres chorros de leche me llenaron; estuve a punto de atragantarme por toda esa cantidad de semen; pero intenté no dejar escapar ni una sola gota.
"Oh, nena, qué bien la chupas". Me sentí llena de orgullo. A mi amo le había gustado lo que había hecho. Aún tenía su poya dentro de mi boca, seguí jugando con ella hasta notar que volvía a ponerse bien dura. Quería sentirla clavándose dentro de mí bien fuerte.
Me hizo parar y me sujetó de las muñecas levantándome bruscamente; me llevó casi a rastras y me tiró encima de una cama atándome de pies y manos. "Vas a saber lo que es estar ensartada por todos tus agujeros". Escuché cómo buscaba algo en un cajón. Al momento sentí su respiración en mi entrepierna, y sus largas manos empezaron a jugar con mi clítoris. Lo apretaba con fuerza, tiraba de él. Me estaba haciendo daño, pero yo estaba empezando a disfrutar de ese dolor. Sentía el orgasmo muy próximo, y sin previo aviso metió de golpe un enorme vibrador en mi coñito depilado. Me corrí lanzando un grito, y mi amo aprovechó ese momento para clavar su poya en mi culito. Creí morir de dolor. Me había desvirgado mi ano sin haberlo preparado, noté cómo me desgarraba al clavármela hasta los huevos, y en mis muslos se manchaban con mi propia sangre. Empecé a gritar de dolor, a suplicarle que parara, perno no me hizo caso.
Poco a poco mi cuerpo se fue acostumbrando a ese intruso, y mis gritos de dolor se fueron transformando en gemidos de placer. "Ya sabía que te iba a gustar, zorra!.
Sólo atiné a decir "Sí, mi amo". "Así me gusta", dijo, dándome un azote. Yo no podía parar de gemir, estaba gozando como la puta que era.
Llegamos juntos al orgasmo, me sentía sudada y pegajosa con mis jugos, y notaba cómo chorreaba por mis muslos su semen mezclado con mi sangre. Pero me sentí bien. Quitó la venda de mis ojos y me desató de la cama. "TE has portado muy bien, perra". "Gracias, amo". "Te veo mañana en clase, y cómo te pille otra vez jugando con el móvil en clase ya sabes lo que te espera".
Al día siguiente, cuando llegó el profesor a clase, saqué el móvil y me puse a jugar. "Estás castigada al acabar las clases". Y mi coñito se empapó al oir esas palabras.
Pero esa es otra historia.