Jugando con tu tiempo

Cualquier pequeño contacto era correspondido por un sofocado gemido que yo al menos interpretaba como de gozo. Toda ella era una zona erógena.

Jugando con tu tiempo

Cualquier pequeño contacto era correspondido por un sofocado gemido que yo al menos interpretaba como de gozo. Toda ella era una zona erógena.

El otro día rebuscando entre papelotes, folletos y libros desencuadernados encontré aquel opúsculo de inicios de siglo, que hablaba de cómo prolongar el placer sexual. Me hizo gracia que en medio de aquella caseta donde se vendían libros perdidos, mohosos y derrotados, encontrase la solución a mis problemas.

Disimulando para que el mortecino vendedor no notase mi interés, abrí las anaranjadas tapas de cartón y hojee el contenido. Era un folletillo publicado en Barcelona, traducido del francés, y que hablaba de formas de prolongar el disfrute del cuerpo, del propio y del ajeno.

Había algunas recomendaciones de posturas, graciosa y procelosamente descritas pues no presentaba láminas ilustrativas. También existían recomendaciones dietéticas e higiénicas, muy en boga por aquellas épocas. Inopinadamente una pequeña hoja doblada de papel satinado se escapo, en ella unas palabras trazadas de forma elegante con plumilla y tinta desvaída llamaron aún más mi atención.

El comerciante ya al tanto de mis maniobras me instó a comprar el hallazgo, pero farfulle una excusa y dejando el librillo en el montón, pasando a leer un tratado de epistemología de los lepidópteros, una autentico ejercicio mental, en el entreacto subrepticiamente ya había deslizado aquel papel en mi bolsillo.

Me despedí de los libros, ellos educadamente también lo hicieron y me fui rápidamente al parque cercano a curiosear lo que podía estar escrito en aquel manuscrito.

En un banco, rodeado de padres y madres felices con sus niños que correteaban y se descalabraban sin temor, desplegué el papel. Vaya usted a saber cuanto tiempo llevaba doblado, vaya usted a saber quien fue el que lo introdujo en aquel panfleto y vaya usted a saber si era la lista de la compra de abonos nitrogenados de un agricultor avezado.

Pues no, el papel de marras indicaba que su autor, un personaje que algún estudio debía haber tenido, pues la letra inglesa era bastante buena, y no se apreciaban faltas ortográficas, había encontrado un medio adicional de prolongar el placer sexual, y que tenía la sana intención de escribir al autor del librillo aquel. Era el borrador de la carta lo que yo había hallado.

En ella nuestro hombre, que vivía en Barcelona, aunque se confesaba oriundo de un pueblo de Soria, agradecía los consejos que el gabacho le había dado, que si comer bien, que si respirar con determinado ritmo, que si evitar los platos flatulentos o las sugerencias respecto a posturas para la cópula, pero que una puta indostana, (mujer de vida descarriada decía) del barrio chino de la ciudad condal, se había enamoriscado de él, y le había enseñado una especie de letanía gutural, originaria de las desérticas mesetas de Asia Central, que a su vez ella había aprendido mientras trabajaba con marineros congoleñios, los cuales vaya usted a saber como habían logrado llegar a dominar.

La letanía era una retahíla de vocales, con acentos graves y agudos que supongo que servirían para dar énfasis o el tono adecuado para conseguir el efecto buscado, no os las transcribo pues quedaría un poco ridículo este montón de oooooo y uouououo en un sitio tan serio como este.

El tema de prolongar el placer sexual era una espinita que tenia clavada. Los hombres llegamos bastante bien a eso del orgasmo, pero igual que llega rápido se evapora fugaz, no esta mal esa sensación de placidez posterior a la tormenta pero yo quiero prolongar ese momento en que nuestros neurotransmisores saltan como locos de sinapsis en sinapsis. Las mujeres parece ser, uno nunca se aclara con ellas, que van más suaves y que frigideces aparte cuando llegan al orgasmo, les dura más que a nosotros, pobrecillas, algo bueno debían tener en esta vida.

Esta bien eso del sexo tántrico de intentar retrasar el final y prolongar la excitación, pero si esa cumbre se mantuviera….Y mira por donde, yo tenia una posible solución. Un poco rara, pero al menos no era peligrosa, sin necesidad de ácidos ni pastillitas varias.

Aquella noche era noche de sábado, suele ser cuando casi de forma ritual, mi mujer y yo nos apareamos. Durante la semana no tenemos ni fuerzas, y el sábado pocas más, pero llegamos al convencimiento de que si no nos poníamos a ello, acabaríamos haciendo menos vida sexual que una loable monja de clausura. Yo estaba más excitado, de hecho era el aliciente que tenía para empezar a meterle mano al conocido cuerpo de mi pareja.

Ella noto algo, tal vez le apretara con más fuerza los senos, o me restregara más libidinosamente sobre su culo, o mi legua estuviera más viva que nunca. Bueno mi lengua solo trabajo su piel al principio pues la puse a recitar la famosa retahíla, esa de las muchas oooo y otras ouuuuu. Ella se movía, cabalgando encima de mi con autentica rabia y desesperación, yo ya veía que me corría de un momento a otro, y hala, a recitar salmodias místicas.

Lo inevitable llego, me corrí, paso el momento de gloria y yo casi sin enterarme, sin embargo mi amante esposa allí seguía, ahora no se movía casi, estaba como vibrando, cada roce que yo le proporcionaba le hacia estremecerse de placer, ya no solo el que pasara las yemas de mis dedos por su cintura o sus caderas, cualquier pequeño contacto era correspondido por un sofocado gemido que yo al menos interpretaba como de gozo. Toda ella era una zona erógena, y mientras yo ya desinflándome, un poco a mi pesar pues tener la polla dentro de un cuerpo que esta radiante de placer no dejar de ser algo apetecible, aunque sepas que vas a tardar un buen rato en estar a tono de nuevo.

Al final se medio desplomo a mi lado, en la penumbra de la habitación pude ver como hasta algo de salivilla se le salía por una comisura de su boca. Respiraba profundamente, relajada ya, y musito lo mucho que le había gustado aquella vez. No hay cosa que me joda más que el que me comenten que "lo bien que ha estado este polvo", yo nunca lo pregunto, pues si alguien te lo dice, es que los otros no han estado bien. Yo me lo paso bien en todos, a veces la preparación dura más, o a veces uno se muestra más salvaje, más inspirado en las caricias, pero al final el orgasmo siempre llega y fugaz se va.

Allí estaba dormida, satisfecha y dándome la espalda por cierto. La receta parecía que Había funcionado con ella, pero en mi caso no había notado nada nuevo, e incluso había tenido que estar pendiente de recitar con la adecuada entonación el encantamiento aquel.

A la mañana siguiente, mientras me duchaba me casque una paja, emitiendo al tiempo aquellos guturales sonidos, nada de nada, lo habitual, ya se sabe, un breve hálito de placer, un instante de gozo y a otra cosa mariposa.

Por la noche, mi mujer me ataco, era noche de domingo, normalmente hay que dormir bien para empezar el lunes, pero se ve que la experiencia del día anterior le había gustado, me hice el remolón, pero ella busco mi entrepierna y empezó a despertar mi libido. Su pubis se coloco sobre mi cara, y tuve que colaborar, tampoco estaba tan mal, y además había que seguir intentándolo. Entre lametón y lametón a su vulva, yo iba dándole a la consabida fórmula, ya la podría recitar hasta en sueños, a ver si tenia un sueño erótico potente y me duraba toda la noche el orgasmo. Bueno, a lo que estaba contando, ella me chupaba, yo le chupaba, y en estas ya pase a las manos pues si no podía vocalizar correctamente. Yo aguantaba como un campeón, ella se corrió antes que yo, y como la noche anterior casi se paralizo, solo notaba unas pequeñas oscilaciones de su boca en torno a mi pene, lo suficiente para que al final mi semen se derramara entre sus dientes, por lo tocante a mi placer, nada, lo mismo, el habitual, breve e intenso, pero breve, miserablemente breve. Al final cuando casi a mi ya se me había olvidado mi gozo, ella decidió retirarse entre casi lloros de dolor por el orgasmo tan prolongado que había tenido.

La semana pasaba y yo seguía cavilando la causa de mi fracaso, llegue a la conclusión de que el que recitaba la salmodia, no era el que prolongaba su placer, sino su pareja la que recibia este don.

Estuve tentado de intentar contárselo a mi mujer, pero no solemos hablar mucho de temas sexuales, lo practicamos, follamos, nos chupamos, nos arañamos, y hasta a veces nos hacemos daño, pero no hablamos de sexo. Otra opción era alquilar una amante mercenaria, una puta, una puta a la cual dar por culo y que mientras esta recitara la lección, no se, lo de las prostitutas no me ha gustado nunca demasiado, y vaya usted a saber, ahora son todas extranjeras, seguro que pronunciaban mal las dichosas vocales, y me quedaba sin dinero, sin goce prolongado y con mala conciencia por ir de putas.

Mientras mi mujer ahora casi todos los días quiere sexo, y yo le complazco, alguna vez no recito las frasecitas de marras, y observo como su deleite se queda truncado, no es que no se corra, pero ya no es lo mismo, esa tensión contenida, esa obnubilación, ese sudor que le corre por la espalda, al tiempo que le corre el placer por su cuerpo. Me da miedo, me da miedo probar, y algún día tener éxito, que mi orgasmo se prolongue más allí de lo fisiológico, de aquello para lo cual fui diseñado por la Naturaleza, querré mas y más, prefiero no enseñar a nadie las palabras mágicas, me quedare con mi breve momento de culminación, de remate, de llegar a la cumbre y caer enseguida por la otra ladera.

Mientras mi mujer duerme esta noche tranquila, he puesto mi mano en su monte de Venus, ella ha ahuecado de forma inconsciente las piernas, suave muy suavemente con mis dedos descubro y recorro su pubis, suave muy suavemente enuncio unas palabras que nunca llegare a comprender.