Jugando con Rosa María
Finalmente, Gian tuvo la oportunidad de colocarla sobre sus hombros. Ocurrió luego de una pequeña exhibición de hipnosis
Jugando con Rosa María
Rosa María, tenía un culito que era de los que paralizan el tráfico. Era la envidia de sus amigas y el deseo oculto de todos sus amigos.
Gian también la deseaba en secreto, pero no solo de la manera usual. No solo quería meterle la verga por el culo y nalguear ese par de nalgas que parecían dos globos repletos de agua a punto de reventar.
Él también quería llevarla sobre sus hombros y se relamía de gusto imaginando tener ese culo a la altura de su rostro, mientras le cogía las nalgas al llevarla de un lado a otro. Ese era su más preciado sueño.
Ver a ese monumento de mujer en bikini, era algo que no tenía precio. Y él tenía la oportunidad de verla así a menudo, gracias a que ella lo invitaba con frecuencia a su casa, donde disfrutaba de una piscina inmensa para su sosiego.
La familia de Rosa María era de las más encumbradas de la ciudad. Esa casa era una mansión situada a unos kilómetros del mundanal ruido. Pocos de sus amigos accedían a ese lugar. Gian era uno de los afortunados.
Lo malo era que nunca estaban solos. El lugar paraba siempre lleno de los amigos de Rosa María. Que fuesen pocos, no significaba que bajasen de media docena, por lo menos, lo que eran visitantes asiduos del lugar.
Lo bueno era que había otras chicas atractivas. Claro que ninguna poseía esas nalgotas que Rosa María lucía sin el menor pudor. Las otras ni siquiera le llegaban a los talones en cuanto a ese par de posaderas que eran simplemente espectaculares.
Pero, finalmente, Gian tuvo la oportunidad de colocarla sobre sus hombros. Ocurrió luego de una pequeña exhibición de hipnosis.
Él era un practicante avanzado de ese tipo de ciencia oculta. Eso lo sabían varios del grupo y alguien propuso que hiciera una demostración.
Se hizo de rogar un poco para crear expectativa, pero luego pidió voluntarios. Para su sorpresa, Rosa María fue una de las que se ofrecieron.
Después de unas cuantas pruebas de inducción. Logró colocarla en un trance ligero. Lo suficiente para jugar un poco con ella. El clásico truco de olvidar un número o decir que se llamaba Filiberto. Todos se desternillaron de la risa, cuando ella lo decía con total seguridad y hasta se enojó cuando le hicieron notar que ella era mujer y ese era un nombre de varón.
Luego, como gran final. Le dijo que ella era ligera como una pluma, que su cuerpo era como gelatina. Y entonces la cargó sobre su hombro derecho, con su cuerpo totalmente exánime.
Todos sus amigos aplaudieron, mientras él daba una vuelta olímpica con ella sobre su hombro. Rodeando el perímetro de la piscina. El más feliz era el propio Gian, pues finalmente había logrado cumplir su máximo deseo.
Aprovechó que había colocado en trance a otra de las amigas de Rosa María, para dejarle una pequeña orden en su cerebro. Mientras la amiga bailaba sensualmente, distrayendo a los demás. Él le murmuró ciertas frases a Rosa María en el oído.
Le dijo que cuando él le colocase un trapo rojo sobre la cara. Ella caería nuevamente en ese profundo trance. Se aseguró que la orden posthipnótica quedase profundamente grabada en su cerebro, antes de despertarla.
Luego de eso, despertó a la amiga y a los demás voluntarios y trató que nadie notase su ansiedad por lo sucedido.
Dejó que transcurriesen algunos días, antes de hacer la prueba con Rosa María para saber si su orden posthipnótica surtía efecto.
Se agenció de una franela de color rojo y la tenía permanentemente en el bolsillo. Esperando pacientemente a quedar a solas con su amiga.
La oportunidad surgió nuevamente en casa de ella. Estaba reunido un grupo pequeño. Eran casi los mismos de la vez pasada. La gente hablaba de mil cosas intrascendentes.
Rosa María dijo que necesitaba dos amigos que la ayudasen con unas cajas. Quería llevarlas de su cuarto a la cochera. Todos se ofrecieron a ayudarla y la tarea se terminó en un periquete.
Los otros regresaron a la piscina, pero ella se quedó rezagada revisando unos objetos de la última caja. Gian aprovechó ese momento para cerrar la puerta sin que ella se diera cuenta.
Deslizó su mano al bolsillo, extrajo la franela roja y sin mediar palabra, le cubrió el rostro a su amiga con él.
Para la propia sorpresa del muchacho, el efecto fue inmediato. Ella quedó completamente inconsciente, como si el trapo hubiera estado impregnado de cloroformo o éter.
Gian se relamió de gusto y colocó a su amiga sobre su hombro derecho. Ahora sí tenía la ocasión de refocilarse con esas nalgotas.
Sus manos recorrieron varias veces la redondez de sus glúteos, deslizándose a lo largo de los muslos de su inconsciente amiga.
Aprovechó que la habitación tenía un espejo inmenso para tomarse algunos selfies con ella sobre su hombro. Quería disfrutar de ese momento de gloria para la posteridad.
Luego de unos minutos, conocedor que los demás extrañarían a Rosa María y regresarían a buscarla. La bajó y la despertó, no sin antes decirle bajo hipnosis que no recordaría nada de lo sucedido, y seguiría con la orden de quedar profundamente dormida cada vez que él le colocase el trapo rojo sobre la cara.
Al despertar, ella estaba algo confundida, pero Gian distrajo su mente comentando algo sobre el último chisme de la facultad. Rosa María pronto olvidó lo poco que recordaba y regresó con sus amigos a la piscina.
Gian estaba más que satisfecho con lo sucedido. A partir de ese momento estaba seguro que podría disfrutar de muchas otras ocasiones en tener ese estupendo par de nalgas a la altura de su rostro, mientras la llevaba sobre uno de sus hombros.