Jugando con... la suerte. Cap II.

La sacó al completo y volvió a la posición inicial aprisionándola entre sus dientes. Sus ojos se volvieron a posar en los mios, solo quería que siguiera. Sin embargo paró. Siguió mirándome sin hacer nada, provocando que me sintiese realmente ansioso. Por un lado, quería cogerle la cabeza y meter mi

Jugando con... la suerte. Cap II.

Lo peor de las citas es elegir la ropa. En mi caso, siempre es un problema, en especial, cuando estoy tan nervioso como aquella mañana. No sabía qué ponerme, una camiseta parecía demasiado informal, una camisa demasiado formal. Saqué dos camisetas y dos camisas: una camiseta negra de "Ataque a los Titanes" y otra lisa, una camisa de cuadros azules y otra de cuadros naranjas y grises. No me gustaba ninguna y  tampoco tenía demasiada ropa, nunca me gustó comprarla. Sin embargo, eso cambió ese día.

Me puse los mismos vaqueros que la noche anterior, principalmente porque eran los que mejor me quedaban. También cogí la camisa de cuadros azules, un clásico nunca falla. Me eché más perfume de lo normal y cuando iba a salir de casa, mis dos compañeros se cruzaron en la puerta:

-Campeón, ¿Dónde vas con estas pintas? ¿Quién es la afortunada?- Me interrogó Lucas con la clara intención de reírse de mi.

-Ponte unos calzones elegantes- Remató David.

-Iros a la mierda un rato- Les contesté pasando de ellos y saliendo a la calle.

De camino a la plaza repasé en cada escaparate mi reflejo, con la inseguridad de un pardillo en su primera cita. Había tenido otras citas, aunque esta era diferente. Quería hacerlo bien. A mi mente también venían los comentarios de los cabrones de mis amigos, ¿Habría visto algo Lucas en mi aspecto? ¿Y por qué me había dicho eso David? ¿Pensaría que iba a triunfar? ¿Triunfaría?

Ese era el problema, no había olvidado lo de la noche anterior. Esa escena había quedado grabada en mi cabeza. Una parte de mi quería ser como él, dejarse arrastrar por la lujuria y tener esa confianza. Siempre los he envidiado, tanto a David como a Lucas. Ellos no tenían problemas en ir por casa desnudos, a entrar en cualquier momento al baño o en hablar de cualquier aventura sexual. En cambio, a mi me daba vergüenza.

Cuando llegué a la plaza no pude evitar sentir mariposas en el estómago. No me gusta admitir que estaba colado por la chica rubia que cruzaba la esquina. Vestía un vestido rojo que la hacía el centro de atención, es especial del mío. En mi deseo interior era besarle en los labios para saludarle, pero me tuve que conformar con acariciar con mis labios sus mejillas.

-¿Te apetece un cambio de planes, guapo?- No pude entender nada solo lo de guapo, por lo que asentí - pues vamos de comprar y después comemos-

Y así, la suerte cambió mis planes. Pasé de tomar cañas a ir de comprar. Ella hablaba sin parar y yo solo podía mirarla. Al cruzar dos calles, entró en una tienda con una velocidad sorprendente. Yo me quedé sin saber qué hacer, si entrar o salir, si ver la ropa de mujer o la de hombre. Decidí mirar la de hombre, con la firme esperanza que así fuera más rápida la compra. Miraba sin atención los diferentes productos, sin necesitar nada, era difícil saber qué comprar. Así pues, esperaba que pasara el tiempo sin hacer nada con algunas miradas aburridas al móvil. Mi aburrimiento extremo se vio interrumpido por una mano en mi hombro.

-¿Te vas a comprar algo? ¿Tengo ganas de verte con algo más atrevido?-

-Mi vestuario es casi siempre igual, no soy muy atrevido- Contesté algo intimidado.

-¿Hay algo en lo que seas valiente?- Me susurró lentamente, despertando a mi miembro.

Empecé a tartamudear y trague saliva, fingiendo falsas agallas: -Para ser valiente necesito algo de confianza, ya sabes conocer el terreno y tal.- Cuando acabé de hablar supe de la frase desafortunada que había dicho.

-¿Y algo que sepas hacer bien?- Me volvió a preguntar con su sensual voz.

-Pues bien sé cocinar- Dije, pensando en la idiotez que había soltado por lo que completé mi mensaje- Sé hacer bien otras cosas, pero las digo en privado, ya sabes.

-Hace meses que no pruebo comida casera ¿Vamos a mi casa, tú cocinas para mí y yo busco la manera de devolverte el favor?- En ese momento si que consiguió que tuviese una erección plena.

Pagó las prendas que llevaba en la mano y pusimos rumbo a su casa. En aquel corto paseo volví a sentir esa sensación de suerte que había sentido con su mensaje. Ese superpoder era la mejor habilidad que había demostrado hasta el momento Mary. Después descubriría que tenía poderes muy superiores. Volví a pensar en David lavándose los dientes mientras yo meaba, y en un ataque de valentía cogí la mano de Mary. Ella no dijo nada, tan solo me sonrió.

Quería decirle algo, un comentario original o una pregunta graciosa. Sin embargo, no se me ocurría nada. Tenía la cabeza tan embotada que era incapaz de luchar contra el silencio. Supongo que toda mi sangre estaba de cintura para abajo. Ella si rompió el silencio:

-¿Te atreves a jugar? - Me preguntó asesinando al silencio.

-Pues sí. ¿A qué juego? -Respondí en un intento titánico para no tartamudear.

-Sorpresa sorpresa- Contestó con un movimiento de ojos.

En aquel momento mi libido aumentó todavía más. Estaba claro que quería follar conmigo y no solo un polvo rápido. No podía esperar a llegar a su piso para que empezara la fiesta. El reloj se congeló en aquellas calles de Madrid, mientras en mi cabeza solo se repetía una idea: gemir como David la noche anterior.

Nuestro primer beso fue en el ascensor, y el segundo también. El primero fue un pico, pero en el segundo probé a fondo su boca y agarré sus poderosas nalgas. Ella no se quedó atrás, me sobó mi paquete encima del pantalón.

-Primera regla. En mi casa solo puedes llevar una prenda y quiero ver qué ocultan tus pantalones.- Solo pude responder el tercer beso lleno de saliva. Estaba pensando en el maldito David y en su puñetero comentario.

-Segunda regla. Si entras no saldrás hasta mañana.- Ahí fue cuando perdí toda la vergüenza.

Cuando abrió la puerta fui a besarla, pero fue ella la que me atacó a mi. Mordió mi cuello como una vampiresa y empezó a forcejear con el cinturón de mis pantalones. Yo volví a mi fetiche de sus nalgas, manoseándolas subiendo su vestido rojo. Pensaba que lo tenía todo bajo control cuando de un fuerte tirón bajó mis pantalones con los bóxers, seguidamente se agachó buscando con su boca la punta de mi babeante polla.

Colocó entre sus dientes el cipote y me miró a los ojos. Esperaba una mamada lenta y que fuese poco a poco jugando conmigo. Sin embargo, ella tenía otras ideas. Puso sus manos en mis nalgas desnudas e introdujo mi polla en su boca de un solo movimiento. No solo fue la primera garganta profunda que recibí en mi vida, sino la primera vez que gemí como lo había hecho mi compañero de piso. Después, empezó a sacar y meter mi polla. Los gemidos de amontonaban en mi boca y los espasmos de placer en mi miembro. Pensaba que no podía ir a mejor hasta que noté que sus manos empezaban a jugar con mi culo. Con su dedo índice acariciaba mi ano, mientras seguía chupando mi polla. En ese instante, noté como se pegaba la camisa a mi espalda por el sudor.

La sacó al completo y volvió a la posición inicial aprisionándola entre sus dientes. Sus ojos se volvieron a posar en los mios, solo quería que siguiera. Sin embargo paró. Siguió mirándome sin hacer nada, provocando que me sintiese realmente ansioso. Por un lado, quería cogerle la cabeza y meter mi polla otra vez. Por otro lado, no quería estropearlo haciendo una brutalidad y joder el polvo. Mientras yo me decidía en qué hacer, su dedo seguía rodeando mi ano, haciendo círculos que me ponían más y más nervioso.

De repente, me sonrió e introdujo de nuevo mi polla en el fondo de su garganta. La novedad fue que su dedo también entró en mi ano. Estaba inmerso en un cúmulo de sensaciones que me transportaron al éxtasis. Notaba el sudor en mi frente y espalda y como se hinchaba mi miembro más y más. Intenté avisarla, a lo que respondió acelerando su portentosa mamada y la invasión a mi culo.

Me corrí gimiendo como un loco y ella se tragó la mayor parte de mi abundante corrida. No había recuperado la respiración cuando me subió el bóxer de nuevo.

-Bueno, quítate la camisa y busca algo bueno para comer. Yo he tomado un aperitivo de leche, pero tengo hambre de más.- Volvió a mirarme con la misma cara de vicio de antes, lo que me hizo sentir tremendamente afortunado de poder disfrutar de esta diosa del sexo.

Le hice caso sin dudarlo. Lo que más me sorprendió fue que ella también cumplía la regla. Se quitó el sujetador y las bragas. Su prenda era el vestido rojo y me gustó mucho.

El asusto de la comida fue más aburrido. Hice unas pechugas de pollo con nata mientras charlábamos de cosas banales. Me dediqué a examinar un poco su piso aplicando el dicho de "controla el campo de batalla". Tenía una sola habitación y un baño, cocina americana con el salón y un balcón. Me gustaba la cocina, era más grande que la de mi piso y, aunque luchaba por evitarlo, mucho más limpia. Al tener casi terminada la carne, pensé que tendría que haber pensado en otra cosa:

-¿Quieres algo de postre?- Pregunté, con la esperanza que me dijese que no ya que no sabía hacer casi ninguno.

-Tengo Tequila y puedo ordeñarte cuando quiera-

Me entró una risa tonta. Me incomodaba con sus comentarios, lo que ella transformaba en una ilusión de poder. En ella todo era así, siempre era la que dominaba la escena, una líder nata. Era la capitana del barco que era nuestra extraña relación y a mí me gustaba. Nos conocíamos desde hacía más de un año que estábamos en Madrid y era la primera vez que habíamos pasado de nivel. Como supe después, no habíamos pasado de nivel por sus sospechas que no me gustaba, la razón era que no quería fastidiarlo.

La comida se desarrolló con calma, con toda la calma que se puede tener comiendo en ropa interior y con una mujer enfrente que no lleva ropa interior. Mis ojos se dirigían involuntariamente a sus tetas, lo que me hacía difícil elegir si mi fetiche era su delantera o sus nalgas. Me sentía algo sucio, pensaba en ella o la usaba para obtener placer. Esa pregunta retórica me carcomía. Me había gustado su mamada o sentirme como David. En algún punto había pensado en su dedo como la polla de plástico. Mis pensamientos estabas en todo lo alto y descubrí que estaba olvidando a la mujer que estaba sentada enfrente. Estaba debatiendo con mis mierdas y ella estaba aburrida. La que era la musa de la mayoría de mis pajas ahora estaba semi desnuda, y casi ni la había tocado. Con un nuevo subidón de valentía tomé la iniciativa:

-En ese juego tuyo, ¿Hay más reglas?-

-Una más: No se puede mentir.- Me miraba otra vez con su cara lujuriosa. - Aunque para esa parte tienes que hacer una cosa.

-Acepto- Dije sin medir mis palabras.

-Caramba con el prudente, y si te dijese que quiero que te metas debajo de la mesa-

En un instante me quedé paralizado. Sabía que era una indirecta, pero no la entendía. Mi valentía se esfumó y me volví a sentir pequeño e invisible. Mi cabeza estaba en la noche anterior, en esa sensación de poder que tenía David gimiendo. Yo quería ser igual, así que empujé hacia atrás mi silla y busqué debajo de la mesa sus largas piernas.

No necesitaba entender demasiado para saber cuáles eran sus intenciones. Pasé mi boca por la cara interna de sus muslos mientras ella abría sus piernas y me rodeaba con ellas. La tela de su vestido separaba mi lengua de su vagina. Tenía muchas dudas en qué hacer, así que alargué mi lengua recorriendo sus piernas. Cuando estaba muy cerca, levanté su vestido, encontrando un manjar. Repasé con la vista todos los detalles y procedí a jugar con su sexo. Lo que más me sorprendió fue su sabor salado y sus gemidos. Gemía como si yo fuese un dios del sexo, no un pardillo que había mal follado cuatro veces. Eso me subió la moral y me afané más en mi tarea de proporcionarle el máximo placer posible. Lamía de abajo a arriba, y de vez en cuando, succionaba y rozaba con los dientes su clítoris.

Un fuerte gemido y la humedad en mi cara me anunció que había concluido mi trabajo. Al recuperar la respiración ví de nuevo en sus ojos la mirada de tigresa, lo que aumentó más mi erección, mientras me quedaba embelesado y ella maquinaba la siguiente escena. Lo que no sabía es que la fortuna tenía mucho más esperándome.

Se levantó de la silla y desapareció mientras yo buscaba el aliento. Pensaba en el festival de gemidos que habíamos improvisado. Me hizo gracia la posibilidad de que alguien se masturbara igual que yo había hecho con los gemidos de David. Eso me hizo sentirme más sucio aún. La guinda del pastel era la terrible erección que guardaban mis bóxers, con una indisimulable mancha de precum reflejo de mi excitación.

Cuando Mary volvió al salón tuve la impresión que iba a volver a eyacular de un momento a otro. Seguía llevando su vestido rojo en el que una mancha de humedad señalaba su entrepierna y sus pezones endurecidos mostraban que no era el único salido. Los detalles que más me gustaron fueron una caja de preservativos en su mano derecha y unas esposas en la izquierda.

Me acerqué a ella sin saber qué decir, buscando en sus labios la respuesta. Quería conocer ese placer extremo reservado a los elegidos, esas locuras sexuales que solo hacen los que borran sus prejuicios y se lanzan en la búsqueda del orgasmo más grande. Cuando mis labios rozaron los suyos, y nuestras bocas se abrieron más y más, reí para mis adentros ante lo anecdótico de que hubiesen pasado nuestras bocas más en nuestros sexos que en las bocas ajenas. Por primera vez, puse mis manos en sus tetas y las magreé todo lo que pude. Intentaba que no volviese a hablar, no quería escuchar nada más que gemidos y chupeteos. Sin embargo, sus planes pasaban por hablar más de lo que me gustaría:

-¿Tú o yo?-

Ignoré lo que decía mientras con mi mano derecha recorría su espalda buscando sus nalgas para acercarla más a mí. Separé mi boca de la suya, buscando el aliento que me faltaba y poder entender lo que me había dicho:

  • Vamos a tomar el postre, tú vas a acostarte en el sofá y yo traeré tequila y helado. Espero que no sea muy incómodo.-

-¿Qué es incómodo?-

-Las esposas-

Cuando me esposó las manos detrás y me empujó al sofá tuve dos revelaciones: no me merecía mi suerte y, si había próxima vez, no me dejaría los bóxers puestos.