Jugando con la mente (I)

Madrugaste y saliste pronto de casa, algo más de lo habitual, para no coincidir conmigo. El juego comenzaba y repartías la baraja. Y pensabas ganar la partida.

El estridente sonido de la alarma me despierta y alargo la mano maquinalmente para sentirte. Como todos los días, busco tu contacto al despertar; me da seguridad y se ha convertido en nuestro pequeño ritual. Somnolienta, abro lentamente los ojos para comprobar lo que mis manos me dicen, que ya no estás en la cama. Cuando acabo de acostumbrar la vista observo una nota cuidadosamente colocada sobre tu almohada. Me acerco, reptando por la cama y la abro, leyendo a duras penas en la penumbra de la habitación lo que pone en ella:

Al lado de la puerta tienes una maleta. Llévatela contigo hoy. No la abras.

Intrigada, me incorporo y, aún medio dormida, me dirijo a la entrada. Efectivamente ahí está la maleta. Es la mía, la que uso para los viajes cortos de trabajo. Trato de abrirla. “Ha cambiado la combinación” maldigo sorprendida. La giro un par de veces; la siento ligera. Le echo un último vistazo y vuelvo a la habitación para continuar arreglándome. Tan solo en ese momento me doy cuenta de que voy desnuda. Quizá le haya dado una alegría a algún vecino madrugador. Me entra una risita tonta; soy demasiado despreocupada y no creo que sea la primera vez que algún vecino me ve desnuda. Aunque me moriría de vergüenza si alguno se atreviera a confesármelo alguna vez en el ascensor.

Te imagino en el coche, sonriendo mientras conduces camino al trabajo, imaginando lo que está ocurriendo. Te conozco muy bien y sabes que me encanta este tipo de juego. Porque adoras que te sorprenda y adoras sorprenderme. Tardo un suspiro en ducharme y solo un poco más en arreglarme. Me tomo unos minutos más para elegir qué ponerme y vestirme: traje de chaqueta, tacones y medias con liguero; no suelo ser tan atrevida en el trabajo, pero me he levantado sintiéndome sexy y así quiero seguir sintiéndome todo el día; y sé que lo haré cada vez que las tiras del liguero se desplacen por mis muslos al andar y el tanga se introduzca, desvergonzado, entre las redondeces de mi culo. No me quito la nota de la cabeza y me pone nerviosa no saber qué tramas. Quiero averiguarlo y a la vez no quiero; me gusta disfrutar de la incógnita, de la pequeña aventura que has preparado para mí. En el coche no puedo dejar de mirar de reojo la maletita roja colocada en el asiento trasero. Me arranca una media sonrisa pícara. Intuyo que no dormiré en casa y un cosquilleo me recorre de pies a cabeza.

Subo a mi despacho y durante un par de horas logro olvidar la maleta, sumergida en mis tareas del día. A media mañana mi secretaria me acerca el correo. Un paquete cuidadosamente envuelto junto a demás correspondencia destaca sobre el resto de reconocibles sobres. No suelo recibir paquetes, y este no lleva remitente. La maleta vuelve a mi mente y la letra con que está escrito mi nombre sobre la tarjeta que lo acompaña me hace sonreír. Sabía que tenía que ser tuyo. Leo:

Seguro que no hace falta que te diga lo que quiero que hagas. Pero te ordeno que lo hagas ahora mismo.

Abro lentamente la cajita a la que acompañaba la tarjeta y no puedo evitar un gesto de sorpresa. Miro a mi alrededor como si alguien pudiera estar observándome en la soledad de mi despacho y me pillara en falta. Cierro la caja y, nerviosa, y me dirijo al baño.

Cierro la puerta del pequeño cubículo y me siento sobre la tapa de la taza. Me tiemblan las piernas sobre los tacones mientras abro nuevamente la caja. La luz fluorescente hace que brille aún más. Lo acaricio con las yemas de los dedos, pero no me atrevo a cogerlo. Rodeo su perímetro con el dedo índice, dibujando suavemente la gota que su forma dibuja. Me parece grande y está frío. Me asusta un poco. Al fin, me armo de valor y lo tomo entre los dedos descubriendo un papelito que escondía debajo: “No vuelvas a ponerte esas braguitas”. Sopeso el objeto en la palma de mi mano. Frío, y además, pesado, pero extremadamente suave, casi casi aterciopelado; es curioso que lo sienta así. Siento cómo la temperatura me sube a las mejillas. Lentamente, alzo la falda hasta la cintura y deslizo las tiras del tanga por las caderas haciendo que caiga por su propio peso hasta mis tobillos. Hice bien en ponerme medias. Dudo sobre qué hacer. Me percato de que llevo unos segundos aferrando con fuerza el objeto en mi puño, lo abro para volver a mirarlo y dejo escapar un suspiro. “Adelante”, susurro para animarme. Instintivamente me acuclillo, sin dejar de observar el objeto de cristal transparente que mis manos van atemperando. “Solo hay una manera” pienso, y lo acerco a mi boca; lo lamo, tímidamente. Cierro los ojos y me vienes a la mente. Te imagino, desnudo frente a mí, y ese objeto se vuelve tu polla. Lo introduzco de nuevo en mi boca y lo lamo con más ansia, ensalivándolo, humedeciéndolo bien, como me estoy humedeciendo yo en ese momento. Lo llevo entre las piernas a la entrada de mi coño que se entreabre deseoso de atenciones. Mordiéndome el labio, deslizo el juguete por él, empapándolo en mis jugos, pero no es ese su lugar. Lo dirijo a la entrada de mi cerrado culito y suavemente empujo obligándole a ceder y abriendo paso lentamente, muy lentamente, conteniendo la respiración. A medio camino paro, como si necesitara tomar aliento. O fuerzas. Un agudo dolor me impide continuar. Lo saco del todo y respiro hondo. Trato de relajarme. Y comienzo de nuevo. Lentamente vuelvo a presionar, girándolo suavemente mientras lo voy introduciendo en mi cuerpo…,  logro superar ese punto donde comienza a doler y acabo engulléndolo entero. Cierro los ojos con fuerza, tratando de acostumbrarme a esa obligada e incómoda invasión y al ahora tenue dolor que le acompaña. Pasados un par de minutos eternos, con la mente un poco ida me incorporo, guardo el tanga en la caja y salgo de nuevo hacia mi despacho. Cada paso, cada leve movimiento de mis piernas, de mis caderas, centra mi mente en un único lugar de mi cuerpo: mi culo; aceptando a regañadientes ese intruso, moldeándose a él lentamente, obligado a abrazarlo y aceptarlo. Siento el flujo de mi sangre palpitando a su alrededor, entibiando el frío cristal. Siento mis músculos quejándose por el doble esfuerzo de estirarse y a la vez contraerse para no dejarlo escapar.

Nunca he sentido tanto una parte de mi cuerpo como en este momento soy consciente de todo lo que ocurre en mi culo. Probablemente recorro la distancia hasta mi mesa a la misma velocidad que cualquier otro día, pero hoy se me hace eterno y siento como si recorriera una de esas escenas de película en la que todo alrededor se mueve mientras yo no avanzo.

Al cerrar la puerta del despacho llega un mensaje al móvil. Déjalo ahí hasta que yo lo saque..... Desconcertada, no contesto. No entiendo cómo puedes manejar tan bien los tiempos como para saber el momento exacto en el que escribirme.

Sobre la mesa, de nuevo un sobre con el mismo papel y la misma escritura. Aun no me he sentado pero sé que estoy demorando adrede ese momento, así que abro el sobre, todavía de pie. Dentro descubro una tarjeta de ese precioso hotel que siempre me ha encantado, junto con una llave, con un número y una hora escritos en ella. Las siete de la tarde. Instintivamente miro el reloj, “y son las 11 todavía” pienso con cierto disgusto. Observo la silla de mi despacho. A mis ojos se presenta como un instrumento de tortura de la Inquisición. Lentamente, la giro como para domarla, como si de un animal dispuesto a atacar se tratase. Comienzo a sentarme despacio y el objeto se introduce un poco más dentro de mí, insolente y arrollador. Los músculos se tensan, y me aferro cual náufraga a los brazos de la silla; no deseo descargar todo mi peso en ella temiendo el efecto rebote hacia mi culo. Cierro los ojos y lentamente desciendo más, obligándome a relajar los brazos y los glúteos y siento cómo el juguete avanza más profundamente dentro de mi cuerpo, presionado por el asiento. Me dejo caer por completo. “Joder”, murmullo. Cierro los ojos, no por dolor. No. Ya no. En absoluto. Pero me cuesta reconocerme a mí misma lo mucho que me está comenzando a gustar.

El resto del día lo paso en una nube. Realizo mi trabajo maquinalmente y no entablo muchas conversaciones. No estoy para pensar, me estás convirtiendo en una muñequita a tu merced. Poco a poco el juguete se va amoldando más y más a mi cuerpo, pero no dejo de sentirlo como un intruso; muy excitante, sí, pero un intruso al fin y al cabo, que me recuerda su presencia a cada leve movimiento y se empeña en mantenerme permanentemente excitada. Entregada a tu juego.

Dejo la oficina algo más temprano porque ya no aguanto más la espera; circulo por la ciudad deseando que todos los semáforos estén en verde para poder llegar a ese hotel cuanto antes. No me detengo en la recepción y me voy hacia la habitación con paso firme, arrastrando la maleta.

Busco el número indicado, tarjeta en mano y la lucecita verde confirma con un click que he acertado. Accedo en completa penumbra, pero no se me ocurre encender ninguna luz.

No hay nadie más en la habitación. Sobre la cama, otro sobre. Contiene tan solo un papel con tres números. Los pruebo en la maleta y…,premio.

Tres paquetes delicadamente envueltos son todo el contenido; uno de ellos transparenta unas letras que creo reconocer…, y por el tamaño podría ser lo que imagino, así que se convierte en mi primera elección. Es demasiado tentador si mi intuición no me falla. Abro la caja y…, los preciosos Louboutin que aparecen ante mis ojos me arrancan una sonrisa. Me encantan esos zapatos y sé que a ti también, que llevas mucho tiempo deseando vestirme con unos de ellos como única prenda. Los acaricio y me tientan, pero aún hay dos paquetes sin abrir.

El segundo descubre un picardías negro precioso, de satén y encaje, vaporoso y muy sensual.

Queda uno más y lo abro. Una caja rígida esconde varios juguetes: un vibrador, un antifaz, una cinta de raso, y unas esposas también de raso y metal. Todo en un color rojo sangre intenso.

Una nota acompaña el conjunto: Llegaré en una hora. Disfruta del baño y prepárate para mí. Cuando estés lista, colócate el antifaz y espérame sentada sobre el diván junto a las cristaleras.

Según me dirijo al baño observo a través del cristal una luz tenue, abro la puerta y una nube de vapor tremendamente aromática me envuelve. Todo el espacio está iluminado por velas, el jacuzzi está listo y rebosante de espuma, el ambiente está caldeado, y toda suerte de aceites y cremas complementan el conjunto...

Vuelvo a sonreír. “Cómo me conoces” pienso mientras dejo el baño y vuelvo hacia el pequeño escritorio. La habitación está templada, pero aun así se me eriza la piel al comenzar a despojarme de la ropa, despacio, saboreando cada centímetro de piel que descubro y desnudo. Imagino que me observas y te gusta lo que ves. Cierro los ojos y te veo

sentado en ese mismo sillón donde deberé encontrarme yo en algo menos de una hora. Te imagino completamente vestido, arreglado, en un traje de chaqueta impecable de ¿Armani? Sí, porqué no. Te sienta muy bien. Continúo desvistiéndome. Tomo conciencia de nuevo de la desnudez bajo la falda, siento el aire adentrarse bajo ella, lamer mis muslos y cosquillear atrevido entre los labios de mi coño. Voy dejando caer las prendas lentamente; continúo imaginando que me observas y yo bailo en silenciosa cadencia para ti. Me giro, desabrocho los botones de la blusa y con picardía la dejo deslizar por mis brazos. Te encanta observarme en lencería. Llevo los brazos a mi melena, la recojo y la suelto sin dejar de contonearme. Y lentamente me deshago de la ropa interior. Las medias me las quito apoyando los tacones sobre el diván, entre las piernas de tu yo imaginario que resopla por no poder tocarme. Noto tu mirada sobre mi cuerpo incluso sabiendo que no estás ahí. Ya no llevo nada, cada leve corriente de aire me eriza la piel y soy más consciente que nunca de lo único que no me he quitado. Ese juguetito de cristal transparente que, alojado en mi culo, ha ido amoldándolo todo el día y no ha dejado de mantenerme en estado de permanente alerta, y debo reconocerlo, de permanente excitación.  Abro los ojos y reparo en que no estás ahí. Un sentimiento de decepción me invade. Me observo, desnuda, descalza… Descalza…. Una sonrisa maliciosa se dibuja en mi cara, miro la caja de zapatos y no puedo (ni quiero) resistirme. Me acerco a la cama y me siento en el borde. Me espera un baño suave y caliente, delicadamente perfumado y preparado por ti, pero la tentación de probarme los Louboutin me puede. Mi cuerpo se queja, hace un poco de fresco y mis erectos pezones dan fe de ello ¿o será la excitación? ¡Qué más da! Me subo a esos preciosos zapatos y me acerco al espejo. Me encanta lo que veo. A pesar de estar desnuda, me siento poderosa. Despacio, camino hacia el baño, disfrutando a cada paso de cómo los músculos endurecen y se estiran, cómo se balancean mis caderas, cómo se mecen mis pechos…, cómo mis glúteos, más tensos, se amoldan al juguete…. Suspiro, dejando escapar un suave gemido. Definitivamente, estoy excitada.

Ya en el baño me descalzo casi a regañadientes, colocando los zapatos sobre la encimera. Y me introduzco poco a poco en la bañera, adaptándome a la elevada temperatura de la misma. Todos mis sentidos están alerta. Los quiero bien despiertos, para disfrutar a tope esa noche que tanto promete. No obstante, me invade cierta modorra y me relajo, quizá veinte minutos, puede que media hora, quizá más; cuando quiero darme cuenta, reparo en que apenas me quedan unos minutos para terminar de prepararme.

Salgo de la bañera, me seco

cuidadosamente y sonrío al recordar que fue buena idea depilarme esa mañana en la ducha. Estoy perfecta para ti. Como sé que te gusta. Ya casi no noto el juguete que aún sigue alojado en mi culo; diría que forma parte ya de mí, perfectamente atemperado, quizá incluso levemente caliente por efecto del baño. Todavía me niego a confesar que me gusta tenerlo ahí, y evito pensar que ese no es el único intruso que deseas que me invada. Sé cuál es tu objetivo y me temo que lo lograrás, incluso creo que me gustará. Pero aún no tengo la mente completamente preparada. Decido liberar mis pensamientos y mis ¿miedos? obligándome a escoger uno de entre todos los aceites y lo extiendo lentamente por el cuerpo. De nuevo juego a imaginarte y son tus manos las que, en mi mente, acarician mi piel. Pero no. Me fuerzo a parar porque cuando mis dedos rozan mis pliegues más íntimos siento tentación de ir a más y no quiero; quiero ser solo para ti, reservarte todo mi deseo, mis jadeos y mi placer. Porque esa noche estaré en tus manos en todos los sentidos y quiero disfrutarme en ellas y disfrutarte… Me maquillo levemente. Me subo de nuevo a los Louboutin y salgo del baño sintiéndome espléndida. Desnuda, aromática, brillante. Apenas quedan cinco minutos. Me visto con ese picardías precioso que, para qué negarlo, me queda de impresión. Sobre la cama reposan cuatro objetos: el antifaz, la cinta, el vibrador y las esposas. Dudo. No sé si quieres que use todo, así que opto por recogerlos y colocarlos cuidadosamente, excepto el antifaz, en una esquina del diván frente al ventanal. Me siento y con suavidad, me coloco el antifaz. No veo nada y de repente todos mis sentidos se amplifican. Siento el corazón comenzar a desbocarse y se me acelera la respiración. Y aún no he escuchado la puerta abrirse….


Miro el reloj por enésima vez, las ocho. Por fin. Hago un gesto al camarero para que me traiga la cuenta y apuro un último sorbo de la rubia que reposa en la mesa. Te he visto llegar; no lo sabes pero te esperaba. Has llegado nerviosa, impaciente y acelerada, tanto que no te has percatado de mi presencia, sentado a una de las mesitas del bar de hotel. Te he observado dirigirte directamente al ascensor, apresurada y con paso firme, sujetando con fuerza la llave de la habitación en la mano. No he podido evitar pensar en ese juguete que estará alojado en tu cuerpo…; porque has seguido mis órdenes, ¿verdad? Sé que sí. Y me estremezco solo de imaginarlo. Juraría que al cerrarse las puertas del ascensor has suspirado mordiéndote el labio y cerrando los ojos. Uf, con lo que eso me pone. He tenido que obligarme a permanecer sentado porque te hubiera seguido y atacado antes de que llegarás a la habitación. Pero el juego que tengo reservado para ti es otro y lo disfrutaremos mucho más. Ya habrá tiempo para un polvo rápido en otra ocasión.

Ocho y cinco. Me levanto, cogiendo la mochila, y ya en el ascensor compruebo mi aspecto. Impecable. No eres tú la única que ha cuidado su apariencia. El traje me sienta muy bien, no voy a negarlo y sé que te encanta verme así vestido. No pienso tener prisa en que me lo quites.

Escuchas de manera casi imperceptible a alguien introducir la tarjeta de apertura de la puerta en su ranura; es increíble lo que uno puede llegar a escuchar cuando presta la máxima atención a todo lo que le rodea. No te veo pero sé que tu respiración se acelera junto con tu pulso, es inevitable, incontrolable, y qué demonios, te hace sentir viva. La puerta se cierra, escuchas la cadencia de mis pasos…,  lenta, segura, sabes que te estoy observando. Ese imposible que no hacerlo según estás sentada en ese diván. Me paro a unos metros. No hablas, y ni siquiera te mueves; tan solo te delata el ritmo de tu respiración, acelerado a pesar de que intentas controlarlo. Seguramente piensas en cómo mi mirada te estará recorriendo, en cómo analizo cada centímetro de tu cuerpo, cada pequeña porción de tu piel desnuda. Sonrío. Me gusta este momento, y lo prolongo para disfrutarlo. Me acerco un poco más, lentamente, saboreando la situación. Rodeo lentamente el diván y no puedes evitar inclinar la cabeza hacia donde el sonido te indica que estoy. Me sitúo definitivamente frente a ti y suelto la mochila a los pies del diván, sobresaltándote. Pasado el susto, vuelves a dirigir la cabeza, que no la mirada, hacía mí, expectante. Sonríes nerviosamente. Te cojo de las manos y te ayudo a incorporarte. Acerco mi cara a tu cuello deseoso de aspirar tu aroma y tengo que hacer grandes esfuerzos para no morderte. Me inclino ligeramente para coger las esposas y te las coloco lentamente, haciéndolas crujir despacio mientras te inmovilizo las manos. Suspiras, anhelante. Ese sonido metálico te ha puesto la piel de gallina. Te giro despacio hasta colocarte de espaldas a mí y despacio, te obligo a inclinarte hacia el diván, apoyando tus manos esposadas sobre el respaldo del mismo. Me separo un par de pasos y te observo. No termina de convencerme. Me acerco de nuevo y con un suave pero firme movimiento de mi mano sobre tu espalda, te obligo a inclinarte más. Notas la tela deslizarse hacia arriba hasta dejar de cubrir tu glorioso culo. Y el aire juguetear entre tus piernas, acariciando aquellas partes de tí que, húmedas, se van abriendo más y más ante mis ojos... Los ojos se me van a ese juguete alojado en tu culo. Me pone malo saber que lleva todo el día preparándote para mí. Levanto un poco más la tela para ver la imagen en todo su esplendor y el leve roce de las yemas de mis dedos te arranca un gemido.

El azote no lo ves venir y pegas un respingo.

—No emitas ningún sonido— te ordeno en un susurro. La marca roja en tu nalga me pone aún más. Te follaría ese culo sin compasión en ese mismo momento; pero no, vamos a ir despacio. Quiero que disfrutes como nunca.

Acaricio con el pulgar el área de tu piel que rodea al juguete. Está tensa y ligeramente enrojecida. No puedo evitarlo y, empuñando la bola de cristal que lo remata, lo giro suavemente dentro de ti hasta completar una vuelta entera. Un gemido ronco sale de tu garganta mientras todo tu cuerpo se estremece. ¿Te has corrido? ¿Tan excitada estás? Tu reacción me pone a mil y te incorporo con cierta dureza pegándote a mi cuerpo. Mi mano izquierda se pierde bajo la tela buscando tus pechos que estruja con ansia y su gemela se pierde vientre abajo hasta invadir el charco entre tus piernas, localizando tu inflamado clítoris y atacándolo con mis dedos. Gimes y suspiras, muy excitada, giras la cabeza, boqueando como un pez moribundo en busca de mi boca. No. Mi plan no es follarte ya mismo. He de controlarme y me separo bruscamente haciendo que te tambalees hasta que recuperas el equilibrio cayendo sentada en el sofá. Me lamo los dedos, húmedos de ti, y tu sabor enciende mi hambre. Me arrodillo y tiro de tus piernas hasta llevarte al borde del diván. Separo tus piernas con rudeza y te miro.